Capítulo 4. Siguiendo el libreto. ⛧
«Hundo mi dedo en la sangre aguada de vuestro impotente y loco redentor y escribo en su frente desgarrada por las espinas: "el verdadero príncipe del mal y el rey de los esclavos"».
La biblia satánica.
Anton Szandor LaVey
(1930-1997).
—¡Acomoda ahora mismo la ropa, engendro! —le ordenó Satanás, furibundo, a Quasimodo.
—¡Enseguida, amo! —le contestó él de inmediato, intuía cuál era el motivo de la cólera.
Poco antes el Diablo había lanzado por el aire con un simple movimiento de la mano los muebles, los artículos de escritura, los libros. También los pantalones, las camisas, los bóxeres, los pañuelos y las medias que se hallaban en el armario. Con esta acción había provocado que un penetrante y cálido aroma a lavanda los envolviera —como si se tratase de un manto tranquilizador—, aunque era evidente que su efecto sedante no hacía mella en el Señor del Mal.
—No entiendo por qué está enfadado, amo —titubeó Quasimodo e intentó ser valiente—. Si Brooke no se fija en usted puede utilizar sus poderes para hacer que se enamore. Ya los usó antes, incluso con la bruja de Da Mo.
—¡¿Insinúas, pedazo de imbécil, que no soy tan atractivo como para captar la atención de una irrelevante humana?! —Tocado en el amor propio giró el dedo mayor y de inmediato Quasimodo se quedó justo delante de él con los pies pegados al techo de la habitación y con la cabeza hacia abajo igual que los murciélagos—. ¡¿Quién te crees que eres, gusano del Infierno?! ¡Vaya ínfulas! ¿No recuerdas que hasta hace dos días tenías una cara horrenda que espantaba a los mosquitos y por eso no te picaban? ¡Demonio ingrato! ¿No te acuerdas de tu joroba, tampoco, que rivalizaba con las de los camellos? Se te ha subido a la cabeza tu nueva apariencia, babosa inmunda. ¡Mira que te puedo devolver a tu estado anterior con un simple parpadeo! Es más, desearía hacerlo ahora mismo, no me resultas de utilidad porque bloqueas mis planes.
Mientras decía estas palabras movió el pulgar y dejó a Quasimodo en la posición original. Él, mareado, se tambaleó como si volviera a casa borracho después de una larga noche de juerga. O como si el suelo se moviese en medio de un seísmo.
—¡Por favor, amo, no me castigue! ¡Le prometo que jamás volveré a decir nada por esta boca que lo moleste! —Aulló el sirviente mientras se prosternaba con humildad—. ¡Solo deseaba que usted consiguiese lo que anhela mucho más rápido!
Satanás le echó un vistazo y al comprender que decía la verdad se ablandó lo suficiente como para explicarle:
—Y tienes toda la razón, Quasimodo, sería mucho más fácil al principio, pero no duraría. Recuerda lo que sucedió con la bruja estrella de Da Mo. Cuando salió del trance me odiaba y eso fue lo que le dio las fuerzas para vencerme y para robarme algunos de mis fulminantes poderes.
El Diablo efectuó una pausa, lanzó un suspiro al recordar esos momentos y después añadió:
—Además Danielle era mala. Trabajaba de espía para el servicio de inteligencia británico y en el ejercicio de sus funciones había matado a mucha gente. ¡Y hasta lo había disfrutado! Brooke Payton, en cambio, es una buena persona. Mi antena parabólica solo detecta virtudes en ella. Tengo que seducirla poco a poco, tentarla, mostrarle que el nuestro es el único camino. Y así, mediante una seducción que irá in crescendo, dejará de lado la senda del bien. Debe ser una decisión propia, Quasimodo, porque solo de esta forma venceré a Dios y a sus secuaces de un modo rotundo y definitivo.
—¡Y créame, amo, que yo lo entiendo, usted tiene toda la razón! —y al percibir que Satanás iba a reprocharle el desliz, agregó—: No se preocupe, a partir de ahora lo llamaré Stan y lo tutearé de nuevo, pero esta ocasión merecía el mayor de los respetos.
—¡Me has quitado las palabras de la boca, engendro! —Satanás se rio, se hallaba de mejor humor ante el sometimiento de la otra criatura—. Deja ahora las tareas y vayamos a recorrer los escenarios de nuestra película. Porque te aseguro que le ganaremos a nuestros enemigos, solo que nos llevará un poco más de tiempo, de dedicación y de esfuerzo de los que pensábamos.
Mediante un nuevo movimiento de la mano el demonio consiguió que todos los objetos volvieran a su sitio. Las puertas de los roperos se abrieron y los pantalones, los pañuelos, los calcetines, las camisas y los bóxeres esparcidos por la estancia se doblaron con pulcritud y se colocaron en sus lugares respectivos. También las hojas de los cuadernos y de los libros que se habían rasgado al planear por la habitación se recompusieron, antes de acomodarse sobre el escritorio y en los estantes. Al igual, por supuesto, que las puntas de los lápices al volar hasta los estuches y los lapiceros de metal.
Después de este despliegue de poder salieron de la residencia. Hablaban de lo que veían alrededor, pues Quasimodo se comportaba como un niño de brazos ante cada descubrimiento y hacía infinidad de preguntas acerca del mundo de los humanos. Lo cierto era que poco recordaba de la vida anterior, salvo la cara de los padres y el nombre de pila.
—¿Por qué ellos no pueden aparecerse y desaparecerse, Stan? —le preguntó el infeliz con gesto concentrado.
El Diablo, malicioso, alegó:
—Porque Dios el Malvado los hizo a su imagen y semejanza, pero fue tan egoísta que se reservó lo en verdad importante: la magia. No deseaba que fuesen tan poderosos como para rivalizar con él, no tuvo mi gentileza. ¿Verdad que es un ser de lo más mezquino?
Y Quasimodo movió la cabeza de arriba abajo para darle la razón. Pero cuando se internaron por los pasillos de la academia y lo analizaba todo intentó mantener diálogos más apropiados al mundo de los hombres y de las mujeres, no fuera que alguien los escuchase.
De repente Satanás se detuvo, emocionado, y le comunicó a su lacayo:
—¡Mira, ahí tenemos la oportunidad perfecta!
Y le señaló un cartel elaborado a mano. El fondo era en plata brillante y se hallaba colmado de adornos horteras, pues se mezclaban los conejitos grises y los rosas con un par de cintas washi tape en los colores del arcoíris. Con independencia del mal gusto demostrado, lo fundamental era que el anuncio convocaba a los estudiantes de la London Academy of Music and Dramatic Art a un baile de bienvenida.
—¡Excelente, Stan! —exclamó Quasimodo al ver a su jefe tan animado—. ¡Estoy convencido de que en el baile lo conseguirás!
Ante esta buena noticia Satanás se sintió resarcido. Al llegar al salón donde tendría lugar la primera clase —versaba sobre la voz— constató que el director Browning era fiel al pacto. Brooke se hallaba sentada en la primera fila y compartirían materia.
Comprobó que las chicas lo observaban con indisimulable curiosidad y con un toque de intenso deseo en las miradas, lo que determinó que su humor mejorara a pasos agigantados. No notó ninguna emoción reseñable en la joven Payton, pero intentó ser optimista, pues Roma no se había construido en un solo día.
La situación se le presentó a pedir de boca cuando el profesor señaló el asiento pegado al de la insulsa y le solicitó:
—Por favor, usted, Stan, siéntese en la primera fila junto a la señorita Payton. Y usted, Sheldon, en el lugar libre del extremo derecho y al lado de Mary Walsh.
Ensayó un gesto indiferente —propio de humanos— antes de caminar hacia Brooke y acomodarse en su sitio.
—Hola —le soltó y ni siquiera la miró.
Satanás sospechaba que, quizá, le había prestado demasiada atención al recogerle los objetos en el primer encontronazo y que tanta adulación Brooke la había hallado poco estimulante. Recordó que las mujeres humanas preferían ir detrás de los chicos malos que las ignoraban, que peor las trataban y que las arrastraban hacia el fondo del abismo, por eso recibía a tantas en el Infierno. A los chicos buenos los dejaban en la friendzone o los desechaban.
—Hola, Stan —le respondió Brooke.
Esto lo animó todavía más, ya que no recordaba haberle mencionado su nombre. Quasimodo se había referido a él de esta forma y se notaba que la muchacha había permanecido atenta al diálogo, por lo que tan indiferente no le resultaba.
Pero a medida que transcurrían los minutos se comenzó a preguntar si el esfuerzo que implicaba la caída de Brooke Payton valía la pena, pues la materia era tediosa. Escuchar tanta teoría sobre cómo utilizar la voz para adecuarla al personaje, en lugar de ponerlos a actuar, lo aburría hasta el punto del hastío. No acostumbraba a pasar tanto tiempo inmóvil y sin hacer maldades. Algo lógico porque él era la vileza personificada y necesitaba mantenerla activa.
Así que decidió entretenerse en lugar de perder el tiempo. Bostezó algunas veces y el profesor no se dio por enterado ni abrevió la perorata ni pasó a otro tema más interesante. Tal vez le parecía normal que su tono de voz, bajo y sin inflexiones, le resultara soporífero a los alumnos. El Diablo no comprendía cómo el docente, siendo un entendido en este tema, no pusiese nada de su parte para atraer a la audiencia. Lo divirtió que Quasimodo sacara apuntes a toda velocidad, igual que un estudiante aplicado.
—Os anotaré los elementos principales y las características de la voz en la pizarra para que os quede más claro y que toméis nota. —El catedrático cogió el rotulador en color azul brillante.
Satanás contuvo la sonrisa mientras efectuaba un movimiento disimulado con el dedo índice en el que nadie reparó. Y cuando el profesor Archer les dio la espalda y escribió en la pizarra esta quedó impoluta.
—Lo siento, no funciona —se disculpó y agarró otro de la caja que se hallaba encima del escritorio.
Pero tampoco escribía... Ni los diez rotuladores que probó a continuación.
—¡Son todos nuevos, qué desastre! —El hombre se ponía nervioso ante las risas disimuladas—. ¡No entiendo por qué todos han venido descargados!
Y se dirigió hasta el portátil conectado al proyector, al mismo tiempo que les informaba:
—No importa, dejaré la página del archivo para que la copiéis.
Pero en lugar de visualizarse la unidad con el tema de la voz sobre la blanca superficie, apareció un vídeo pornográfico donde una enorme mujer de trescientos kilos, desnuda, se enrollaba con una chica esbelta, también sin ropa. Las piernas femeninas se entrelazaban en forma de tijeras y una enorme boa se enroscaba en torno a ambas. A estas alturas la clase entera dejó de esconder las sonrisas y todos rompieron a reír a carcajadas.
—¡Lo siento, lo siento! —El catedrático se hallaba colorado como un tomate—. ¡No sé qué ocurre aquí!
—¡Ahora ya sabemos a qué dedica el tiempo libre, profesor! —exclamó uno de los chicos, con lo que las risotadas se volvieron más intensas.
—¡No pensaréis que yo veo estos vídeos! —chilló Archer, avergonzado, intentaba que en la pantalla se reflejara la página acerca de la voz y sin conseguirlo.
Satanás realizó un minúsculo movimiento con el dedo mayor y la escena cambió: ahora en el nuevo vídeo dos chicos hacían el amor.
El que se encontraba debajo miraba en dirección a la cámara y decía:
—¡Más, más, más, más fuerte!
Y el que se posicionaba encima, con cara de éxtasis, le respondía:
—¡Utiliza tu voz, grita más, que te escuchen todos!
—¡Por favor, alumnos, no piensen que he hecho esto a propósito! —Aulló el educador, y, por culpa de que Satanás giró el meñique, el chillido quedó tan agudo que les dio la impresión de que en cualquier momento se quebraba.
—¡Todos somos tolerantes, profesor! —bromeó otro de los compañeros: se reía y se sujetaba el estómago mientras lo hacía—. ¡Además el vídeo nos ha dado un buen consejo sobre el tema de estudio!
Brooke miró a Satanás sin poder controlar las carcajadas y lo asió por el brazo, con lo que este agradeció la idea que tuvo para salir del sopor. Casi le dio pena el desafortunado señor Archer. Se hallaba rojo como la grana y pensaba que la vergüenza le impedía pronunciar la más mínima frase, sin saber que el Diablo era el responsable. Se vio obligado a efectuar un gesto con la mano para indicarles que se fueran y dio la jornada educativa por terminada antes del horario pautado. Resolución que el Señor del Mal agradecía, pues le resultaba insoportable.
—¿Has sido tú, Stan? —lo interrogó Quasimodo cuando se dirigían a la cafetería.
—¡Claro que sí! —le respondió él, feliz, era la primera alegría en semanas—. El señor Archer precisaba varias lecciones acerca de las necesidades de los alumnos, pero tú sí que estabas en tu salsa, no dejabas de escribir.
—Quiero aprobar con buena nota, Stan. —Le guiñó un ojo: con el rostro actual resultaba un gesto pícaro y atractivo—. ¡Necesito que estés orgulloso de mí!
—¿Te olvidas de cuál es nuestro cometido aquí, atontado? —No pudo evitar burlarse de su inocencia, aunque intentaba contenerse cuando se hallaban en la academia—. Nuestro objetivo es tentar a Brooke. Además, el director Browning prometió que tendríamos las mejores notas. ¿Para qué esforzarnos, entonces?
Una vez en la cafetería se sentaron en una mesa para dos.
Cuando el camarero se acercó a hacer el pedido, Satanás le enfatizó:
—Queremos dos cafés tan calientes como el mismísimo Fuego del Infierno.
El empleado levantó una ceja desdeñosa. Demoró un par de minutos en hacerlos y se los trajo. Satanás probó el suyo, se hallaba templado.
—¿Te das cuenta, Quasimodo, de que un camarero como este no merece vivir y ni siquiera respirar una diminuta porción de nuestro aire? —Se olvidó de utilizar el nombre en lugar del apelativo.
—¡Tienes razón, Stan, enséñale a hacer cafés! —También puso un gesto de asco al probarlo.
—¡Pues entonces liberémonos de este idiota, bastante tenemos al cargar con el profesor Archer! —Clavaron la vista en el camarero quien, detrás de la barra, ignoraba el rencor que generaba en los dos demonios—. Veo en él los siete pecados capitales y eso que es muy joven. ¡Este idiota vendrá con nosotros de cabeza al Infierno! Te prometo, Sheldon, que lo nombraré tu ayudante para que le enseñes a hacer exquisitos cafés.
Y Satanás, enérgico, movió la mano. El muchacho caminó detrás de la barra para aproximarse a tres clientes que acababan de entrar, pero no llegó hasta ellos porque resbaló con el agua que había en el suelo. Cayó contra el borde de mármol, de espaldas, y se golpeó en la nuca. Se escuchó un crujido en toda la sala y los estudiantes, excepto ellos dos, se pararon y corrieron hacia el joven para auxiliarlo. Estaba desmayado y la sangre que le salía del corte se asemejaba a ríos de tinta roja de rotulador.
Satanás, cruel, apretó el puño y le oprimió el corazón. Le bombeó más y más lento, la vida se le escapaba. El demonio intentó controlar la alegría que lo embargaba, pues sería contraproducente para sus planes que el resto fuera testigo de cuánto se deleitaba.
Hasta que Brooke gritó en medio del llanto:
—¡Por favor, que alguien salve a Elvis!
Satanás no había advertido que la muchacha se hallaba en la cafetería, entretenido como estaba en matar al mal camarero.
Se detuvo y pensó: «¿Y ahora qué hago?»
Satanás hizo volar la ropa por los aires.
Y cuando se calmó usó la magia para que las prendas se doblaran solas.
El cartel del baile de bienvenida.
Y la cara de desesperación de Brooke.
https://youtu.be/FuXNumBwDOM
https://youtu.be/TidDEvDkbx0
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