Capítulo 25. Asmodeus, el demonio de la sensualidad y de la lujuria. ⛧
«¡Clavo la bífida púa del infierno en su carne y mi sacrificio de venganza yace maravillosamente empalado!»
La biblia satánica,
Anton Szandor LaVey
(1930-1997).
—¡Ayúdanos, Brooke, por favor! ¡Sálvanos!
La muchacha se despertó de golpe y se sentó en el lecho. ¿Habría soñado con el desgarrador grito de su madre o era real?
Miró hacia el lado derecho. Se encontraba sola en la enorme cama, que debido al tamaño y al aroma a hierba recién segada más parecía un campo de fútbol. Stan —por enésima vez— la abandonaba después de una madrugada de sexo intenso sin darle siquiera los buenos días.
Le resultaba muy extraño. Desde que se hallaban en la Tierra de los Mutantes siempre rememoraba largas y vigorosas horas de pasión y de nuevos descubrimientos eróticos con él. Pero se trataban de recuerdos vacíos que no se acompañaban con la correspondiente huella sobre su cuerpo. Porque no le dolían las caderas debido a las embestidas ni le ardía la entrepierna por el enérgico roce. Ni tenía una pequeña equimosis como prueba de que su novio le había succionado la piel del cuello o de los senos, tal como debería suceder.
Escrutó la sábana bajera y analizó cada minúscula porción. ¿No resultaba raro que no hubiese ni una diminuta mancha de semen? Por no haber, no había ni el aroma penetrante del sexo. Y ella olía a limpio y a rosas, tal como cuando se había tumbado por la noche, en lugar de despedir el acre hedor de la transpiración. ¿Habría soñado que se acostaba con Stan, de la misma manera en la que ahora creía oír los gritos desesperados de su progenitora?
—¡Ayúdanos, Brooke, por favor! —Volvió a escuchar y ya no tuvo duda de que eran más reales que el sexo con su pareja.
Se paró de un salto. La similitud de la voz lastimera con la entonación de su madre le desgarró el alma. Nerviosa, caminó hasta el acceso para investigar de dónde provenía. Pero el enorme cuerpo de Thor se interpuso y le impidió seguir adelante. Movía con brío la cola y se paraba en dos patas. Encima, se le apoyaba sobre los hombros y el mastodóntico cuerpo la clavaba al suelo. Y le lamía la cara con la bífida lengua de color rojo brillante que era áspera y olía a vainilla.
—¿Qué te pasa, perrazo? —Él se bajó y correteó por la habitación de un extremo al otro—. ¿Quieres salir?... Pensándolo bien no recuerdo cuándo te permití entrar en mi dormitorio. Quizá Stan te abrió la puerta. Si quieres un paseo, Thor, ¡paseo tendrás!
Y daba la impresión de que afirmaba con la cabeza, por lo que Brooke consideró que el mutante era tan listo que solo le faltaba hablar.
—Me pongo la ropa y nos vamos, perrote —pronunció en tanto se vestía.
Quince minutos más tarde y con la bestia situada al costado izquierdo, intentó avanzar hacia la dirección de dónde provenían los alaridos. Pero Thor saltaba en círculos alrededor de ella y la conducía en sentido contrario.
—¿No quieres ir para allí, bicho malo?
Él corrió hacia el otro lado y la obligó a seguirlo, pues le daba miedo de que se le escapase y que luego Stan se enfadara. Por un momento creyó que la alejaba de un edificio del que entraba y del que salía mucha gente. Lo descartó porque ¿cómo un animal podía contar con semejante raciocinio por más mutante que fuese?
Recorrió la ancha calle guiada por Thor. Cientos de figuras femeninas y masculinas en posiciones diversas, muchas de ellas sexuales, embellecían las veredas. Las estatuas eran de un material poroso que le resultaba desconocido, aunque se asemejaban a los restos de los habitantes de Pompeya que habían sido fosilizados por la ceniza del Vesubio y que hoy en día se exponían para impresionar a los turistas. Había también una plaza que lucía la misma decoración y en la que los asientos públicos reclinables daban la sensación de ser muy cómodos.
Dos hombres descansaban allí. Le molestó que la observaran y que se carcajeasen en tanto dialogaban entre sí, actitud que le indicaba que ella era el tema central de la conversación. No solo eran descorteses, sino también muy guapos.
—¿Quieres probar? —El más apuesto de los dos le entregó una botellita con jeroglíficos en el exterior y le acarició el rostro.
—No, gracias. —Ningún mutante respetaba su condición de novia de Stan, todos le hacían insinuaciones sexuales—. ¿Qué es?
—La sangre de Anubis. —Efectuó un guiño sensual y le rozó el reverso de la muñeca con el índice, caricia que provocó que se estremeciera de modo involuntario—. ¿No la conoces?
—No, nunca la he visto en mi vida. —Brooke se sentía fuera de lugar por dirigirle la palabra a un extraño que la devoraba con la mirada.
—Entonces ni siquiera sabes para qué sirve. —El compañero se rio y la escrutó como si la fuese a tirar sobre el camino para hacerle el amor.
—No, no lo sé. —Supuso que para los dos hombres era tan extraña como un bacalao trepado en la rama más alta de un eucalipto.
—Fácil: si bebes unas gotas puedes conocer el futuro que te espera —le indicó el que había hablado en primer lugar.
—Creo que prefiero no saber. —Esbozó una pequeña sonrisa y se apartó un poco, pues los muslos del sujeto le frotaban las caderas.
—Si cambias de opinión ven a buscarnos, todos los días estamos aquí. Somos los guardianes de la plaza —la analizó de un modo sensual y añadió—: Los dos te podemos enseñar cosas que tú ni te imaginas. Me llamo Agares y mi compañero es Yekum. ¡Anímate, Brooke!
—Estoy segura de que sí, pero tengo novio y se llama Stan, no me parece apropiado que me hagáis este tipo de invitaciones —los regañó con tono de institutriz victoriana.
Por respuesta los dos se rieron a carcajadas. Vio que Thor, sentado al costado del banco, miraba hacia el otro lado, como si estuviera a punto de echarse unas risas.
—No te preocupes, a Stan no le importará. —Agares intentó controlarse—. Los mutantes solemos intercambiarnos las novias. Él ya nos ha prestado a la suya.
—Sí, claro que sí —le replicó, escéptica—. ¡Hasta la próxima!
—Nos vemos hoy de noche en la fiesta. —Yekum daba por hecho que ella también asistiría.
Y tenía razón porque luego de que se diera una ducha a última hora de la tarde, Stan entró como un bólido, le dio un tibio beso sobre la mejilla y le informó:
—Esta madrugada iremos a una celebración, cariño. Te he dejado sobre la cama la ropa que debes usar. Póntelo todo, quiero que hoy me envidien y que te vean hermosa.
Y sin mediar más palabras se fue y la dejó sola de nuevo. Brooke cogió las prendas entre las manos y las analizó con curiosidad. Acto seguido se probó el vestido encarnado y se admiró frente al gigantesco espejo de marco barroco en tono dorado. Reflexionó que su novio poco la conocía, pues la indumentaria era del estilo de Mary. La tira delantera que le caía sobre los hombros dejaba la mitad de los pechos al descubierto, a tal punto que temía moverse y que salieran al exterior en medio de la reunión. Además, la licra se ajustaba como un guante al cuerpo —le marcaba cada curva— y la abertura lateral en encaje le llegaba hasta la mitad del muslo. La espalda, para mayor mortificación, iba desnuda. Apenas había un par de tiritas en zonas estratégicas que impedían que quedase como Dios la trajo al mundo.
Se quitó el vestido y se puso la ropa interior. Consistía en un corsé completo en el mismo tono rojo, con escote palabra de honor y portaligas. Como la parte de abajo era una simple tanga en el mismo diseño, las nalgas le quedaban expuestas. Las medias —delicadas igual que pompas de jabón— eran también de encaje carmesí y se ceñían a las piernas. La costura trasera que las decoraba haría que se sintiera como una pecadora. También le había dejado un perfume tan sensual que tendría serios problemas al ponérselo. Porque les levantaría la libido a los mutantes, que de por sí eran más calientes que la incandescente lava de un volcán.
Se sintió descolocada al abrir la puerta y titubeó al salir de la habitación para dirigirse dondequiera que fuese la fiesta. Sin embargo, un hombre de belleza exquisita —engalanado con un esmoquin negro— se hallaba parado del otro lado como si la esperara.
—Stan me pidió que te acompañase hasta la sala, Brooke. —Le provocó tal deslumbramiento que el corazón le palpitaba a velocidad de vértigo.
Su escolta pareció percibirlo porque le sonrió y le enredó el brazo con el suyo. Ella caminaba pendiente de cada diminuto movimiento masculino y la garganta se le secó a causa de la emoción. Tuvo que tragar en varias ocasiones porque se le había hecho un nudo.
—Me llamo Asmodeus, ¡que maleducado he sido al no presentarme! —le murmuró las palabras en el oído con un tono tan sensual que mojó las bragas—. Stan es un buen amigo mío, nos conocemos desde hace muchos años. No pienses que te ha dejado tirada, sabía que estarías en buenas manos.
Pero ya no le importaba la descortesía de su novio. Inhaló hondo y respiró la sensual fragancia del hombre. La pasión le burbujeaba por dentro igual que una botella de champán recién abierta. Y la mente se le nublaba, pues la atracción la arrastraba igual que un tsunami y la devoraba por dentro. Recordó sus reparos ante la seducción de Clayton Miller y consideró que si Asmodeus le pedía que se acostara con él no dudaría ni un instante. Por fortuna no se lo propuso, sino que solo la guio hasta donde se encontraba su pareja.
Le llamó la atención que Stan se instalase en la cabecera de la larga mesa con Mary a su derecha. Esta lucía un vestido igual al suyo, pero de color negro. No se puso celosa, sino que creyó que se trataba de un detalle de cortesía para que su amiga se sintiera en casa.
—¡Brooke, mi amor, aquí estás! —Su novio se puso de pie, la cogió de la mano y la guio hasta el asiento.
Constató que la concurrencia —masculina en su totalidad— miraba hacia otro lado y escondía una sonrisa. Excepto Agares y Yekum, que reían a carcajadas y la saludaban como si los tres fuesen carne y uña.
—Acomódate, cariño, vamos a comer —le pidió Stan, solícito.
Y en cuanto Brooke se sentó comenzaron a entrar las bandejas con los manjares, de tal modo que los maravillosos aromas se mezclaban y producían placer en los comensales. No escatimaban en nada. Había langostas, centollos, caviar iraní, carnes aderezadas con trufas blancas, angulas, kobe, foie gras, hongos matsutake, jamones ibéricos de bellotas. La chica picoteaba cada exquisitez y regaba las magníficas viandas con un vino blanco muy dulce que, junto con la presencia de Asmodeus al lado de ella, se le subía a la cabeza.
De improviso, uno de los asistentes se puso de pie, levantó la copa y exclamó:
—¡Brindemos porque los traidores reciban su justo castigo! —Le efectuó una reverencia a Stan—. ¡Por nuestro jefe, la persona más generosa del mundo!
Todos brincaron en el acto de los asientos y gritaron «Cheers!» con los brazos en alto. Mientras, el homenajeado bajaba la cabeza en señal de agradecimiento.
Mary los imitó y les sonrió. Los contemplaba de uno en uno y tasaba sus cuerpos como si los conociera en la intimidad. Brooke pensó que, de seguir una semana más allí, su amiga terminaría liada con un mutante o con varios en vista de la forma hambrienta en la que la observaban.
—¡Ahora a bailar! —exclamó Stan en su función de maestro de ceremonias.
Y, antes de que pudiera acercarse a él, Asmodeus la cogió de la mano y la arrastró hasta la pista. Acto seguido la ciñó por la cintura y se la pegó al robusto torso. Brooke se hallaba tan mareada por el abundante alcohol ingerido y por la presencia arrolladora del hombre que no la preocupaba en absoluto que los cuerpos se amoldaran uno contra el otro de una manera impropia. Desvió la vista hacia el costado y observó que su novio hacía lo mismo con Mary y que le sonreía encantado, como si aprobase la audacia.
Decidió mandar al cuerno la prudencia y levantó la barbilla. Contempló los ojos grises de Asmodeus, tan profundos como las zonas abisales de los océanos. Se perdió en ellos, igual que si llevase décadas sin hacer el amor. Le acarició la cara y disfrutó con el roce de las pieles. Y le daba igual que recién acabara de conocerlo, pues la inundaba la sensación de que en vidas anteriores había sido su llama gemela y de que ahora se reencarnaban para repetir la experiencia.
—Me encanta que me acaricies, Brooke, siento que eres mía desde el principio de los tiempos. —Asmodeus repetía sus pensamientos.
—Y a mí me gusta acariciarte, pero...—Se detuvo, pues su conciencia intentaba recordarle quién era.
—No te preocupes, Stan entiende este fuego que nos devora. —Y señaló con la cabeza hacia su novio—. ¿O te molesta que baile así con tu amiga?
—No, Mary jamás me quitaría algo que es mío. —La prueba de Adley había sido idea de ambas para comprobar de qué pasta estaba hecho el abogado y este no la había superado.
—Mary te quiere mucho, ¿sabes? Y no sé si te has dado cuenta de que también le gustas.
—Por supuesto, ella también me gusta, por algo somos amigas —repuso Brooke.
Asmodeus se limitó a sonreír, como si supiera un secreto que todavía no deseaba compartir. Sin embargo, el dj puso la canción Earned it, de Weeknd. Se olvidó de la conversación y la electricidad —parecía magia pura— le recorrió las venas y las arterias. Sintió que se liberaba y se contoneó de modo sensual contra el maravilloso cuerpo de Asmodeus. No pensaba en nada más. Se agachó y se acarició por encima del magnífico vestido rojo para seducirlo. Y la fascinó cómo la analizaba con aprobación y el modo en el que se regodeaba con cada una de sus curvas. Por el rabillo del ojo vio que Mary imitaba su baile y que le efectuaba un guiño, en tanto los hombres de la sala escrutaban cada pequeño movimiento como si anhelaran desnudarla, tirarla sobre el suelo y hundirse en su húmedo interior.
Se sintió audaz y le acarició el pecho a Asmodeus, en tanto se perdía en el mar plateado y cálido de su mirada. Él sonrió para aprobar su desparpajo y los blancos dientes destellaron como diamantes. Así que le dio un beso en el hoyuelo derecho, fascinada, sin comprender todavía qué le sucedía y por qué se sentía tan libre como para tomar la iniciativa. Asmodeus aproximó los labios a los suyos y se detuvo. El mero hecho de notar la respiración masculina tan cerca la derritió del mismo modo que el calor del fuego a una escultura de hielo.
Permaneció unos segundos así. La tentación era irresistible. Brooke no se contuvo más y lo besó. Primero con suavidad, y, luego, tan hambrienta como el resto de los mutantes. Se separó un poco y miró hacia donde se hallaba Stan. Este le sonreía de oreja a oreja y no se perdía ningún detalle. Cuando su novio le plantó un beso apasionado a Mary, pero con la vista clavada en ella, comprendió que ambos participaban en el mismo juego.
Más tranquila aspiró hondo el aroma de Asmodeus y su loción particular la llenó por completo. Lo abrazó fuerte y se frotó contra él sin ninguna inhibición. Como respuesta este le besó el cuello y deslizó la lengua por la sensible piel. Brooke anhelaba llegar hasta el final... Y no podía esperar.
Por fortuna Asmodeus le comunicó:
—Nos vamos, bella dama. —La sujetó del brazo y la arrastró hasta la salida, mientras los demás los contemplaban esperanzados.
—¿Adónde vamos? —Brooke se hallaba tan mareada por las sensaciones que precisaba confirmar que le haría el amor de inmediato.
—A tu habitación, por supuesto, hermosura.
Y ella se dejó conducir sin pensar en el día después, por primera vez en su existencia. No demoraron mucho en llegar a los aposentos. Al girar para abrazarlo se sorprendió de que Mary y Stan viniesen detrás y de que también traspasaran el acceso.
—Ven a mí, Brooke —le pidió Asmodeus al tiempo que la levantaba entre los brazos y la cargaba hasta el descomunal lecho.
La depositó sobre el suelo, de pie, y se colocó detrás de ella. Y le desprendió los pequeños botones traseros del vestido. Se le puso la piel de gallina cuando este cayó como un río de sangre sobre la alfombra. Se quedó solo con el corsé, la tanga y las medias. Le dio vergüenza ser la única casi desnuda, pues los demás se hallaban vestidos.
—Eres hermosa, Brooke —la halagó Mary y la contempló deslumbrada—. No tienes por qué apenarte, disfrutamos al verte.
—¡Claro que sí! —Asmodeus le hundió los labios en el cuello, la recorrió con la lengua y luego jugó con los lóbulos de las orejas; mientras, le acunaba los pechos por encima del corsé, como si estos fueran una ofrenda hacia la otra mujer—. Dime, Brooke, ¿te sientes tan libre como para explorar todo lo que la pasión te regale?
—Sí, me siento más libre que nunca —y ella gimió con ganas de más.
Asmodeus aprobó las palabras y en recompensa le bajó muy lento la cremallera trasera del corsé. En el momento en el que la libró de la prenda comprobaron que, en efecto, decía la verdad: los pezones se hallaban erectos, duros y pedían más caricias.
Mary acortó los pasos que las separaban y se los masajeó, fascinada al comprobar cómo respondían a su contacto. Y Brooke —lejos de rechazarla— se estremeció ante la delicadeza de las atenciones. Ni siquiera se le pasó por la mente que superaban una barrera dentro de la amistad, que hasta entonces había sido infranqueable. Ni la preocupó que Stan las observara embelesado.
—¿Disfrutas, Brooke? —le preguntó Asmodeus, en tanto le bajaba la tanga.
—¡Sí, me encanta! —El cuerpo le palpitaba por entero ante tanto deleite.
—No has forzado su voluntad, ¿verdad? —Mary interrogó a Asmodeus, preocupada.
—¡Por supuesto que no, yo no actúo así! —le replicó él enseguida—. Solo se ha olvidado de los prejuicios que guían su vida.
—Disculpa, no deseaba ofenderte, pero necesitaba tener la seguridad. —Mary le sonrió al hombre como para pedirle perdón.
Y luego escondió la cabeza en medio de los pechos de su amiga, aspiraba el perfume a lavanda, a jazmines y a rosas con verdadero éxtasis. Se entretuvo con las aureolas y el contacto de la lengua la hizo temblar sin control.
—¿Te gusta, Brooke? —le preguntó mientras la saboreaba.
—¡Sí, muchísimo! —suspiró, tenía las piernas hechas un flan—. ¡Por favor, no pares! —Los estremecimientos se hicieron más fuertes porque Mary le terminó de quitar la tanga y Asmodeus le acarició su centro de placer.
Este luego la levantó en brazos y la depositó sobre la amplia cama. Se quitó la camisa, el esmoquin y permitió que apreciara su erección.
—Haremos el amor hasta que quedes exhausta, dulzura —le prometió mientras se colocaba encima de ella y la besaba.
No la asombró, sino que le resultó natural que Stan le levantase el vestido a Mary y que la poseyese con frenesí. Tampoco le pareció inusual que Asmodeus hiciese lo mismo con ella.
—Tienes que reconocer que eres asombrosa, Brooke, nos gustas —le susurró Asmodeus, pero ella solo podía pensar en sus sensuales acometidas—. Hoy es tu noche.
La piel se le erizaba de puro deleite al escucharlo y las piernas le temblaban tanto que las colocó alrededor de la cintura masculina para contenerlas. Asmodeus intensificó las arremetidas y la volvió loca de placer.
Sentía que encontraba el camino de la libertad mientras remontaba la cima que la conducía al orgasmo más erótico de su vida. Y que su yo anterior quedaba atrás, perdido en las brumas del tiempo...
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