Capítulo 24. El juicio de Astarot. ⛧
¡Oh, llama segunda, mansión de justicia, que tiene en gloria sus orígenes y consuela al justo; que camina sobre la Tierra con pasos de fuego; que entiende y separa las criaturas!»
La biblia satánica, décimo sexta clave enoquiana.
Anton Szandor LaVey
(1930-1997).
En el Inframundo no se hablaba de otro tema. La fiesta de bienvenida de Satanás y de su pareja era la comidilla de todos, pues él les había comunicado que en un futuro cercano serían coronados Emperadores del Infierno.
No se asombraban porque le quedase corto el título de rey, sino porque se hallaban fascinados con Mary. Consideraban que el jefe había encontrado la horma de sus zapatos. Para los demonios significaba un nuevo comienzo y ni siquiera la mención del juicio a Astarot opacaba esta noticia... Ni el desenfreno de los festejos se las hacía olvidar.
Fingir frente a Brooke que ella era la novia oficial de Satanás y que vivían en una sociedad de mutantes les añadía una cuota de diversión porque se burlaban de Dios y del odioso Da Mo. Exageraban las muestras de deferencia y cuando la joven Payton no los escuchaba se partían de la risa. Les parecía increíble la candidez de la chica, que se montaba películas románticas en la cabeza y no se percataba de que era la única humana que se encontraba viva en el Infierno. Y menos se enteraba de que le daban una lección que nunca olvidaría.
Como era lógico, también los ofendía su falta de disponibilidad sexual y que no satisficiera los apremiantes apetitos demoníacos. Para tentarla se hacían los distraídos y se paseaban desnudos ante ella o la rozaban «por accidente», pero la muchacha se hallaba en las nubes.
El Diablo —harto de Brooke— puso una exorbitante recompensa para aquel que consiguiese acostarse con ella y que la guiara por las delicias de la vida desenfrenada. Sin embargo, hasta ahora los avances se frustraban por su estrechez de miras y daba igual la hermosura de los seres que fingían interés. Y esto pese a que le insinuaba que era normal que las parejas tuvieran más de un escarceo amoroso para reforzar la relación. Solo consiguió que lo contemplase horrorizada y que le preguntara si en alguna oportunidad le había sido infiel. «¡Qué estúpida mortal! Debería preguntarme si alguna vez le he sido fiel», pensaba a punto de lanzar una carcajada.
Como era obvio, le respondió que no debía preocuparse por este detalle porque siempre era fiel a sus sentimientos. Y no le mentía, todos los días la hipnotizaba para que creyese que experimentaban el mejor sexo posible, pues no tenía intenciones de volver a pasar por el tedio de follarla.
Para que no los molestase combinaba el sueño con la hipnosis y hasta Mary coincidía en que era la mejor opción. Una parte de ella se apenaba de que su mejor amiga fuese incapaz de disfrutar de la libertad que se les concedía en el Infierno, pero otra sentía que se vengaba de todo el dolor que le había causado la familia Payton. Por suerte a Asmodeus —en una de sus visitas de placer— se le ocurrió que podían adjudicarle una criatura mágica para que la distrajera y que vigilase sus pasos, idea que al Diablo le pareció genial, pues cumpliría la función de un perro.
Satanás notó que tal sugerencia despertaba los celos de su sirviente, tal vez porque le hubiera gustado que se le ocurriese a él. Recelaba de la incorporación del otro ser, que de trío los convertía en cuarteto.
—¿Sabes, Quasimodo? Creo que es necesario que recuerdes que Mary es mi mujer. Y, además, que tengas muy presente que debido a nuestra naturaleza nuestra obligación es ser completamente libres de expresar la sexualidad. He tardado miles de años en comprenderlo y ha sido una larga lucha dejar mi egoísmo atrás —le advirtió, pues consideró que tal actitud era demasiado posesiva—. Asmodeus ayuda a que Mary se haga imprescindible para el personal del Tártaro, tiene mucho que enseñarle. Deberías prestarle atención y analizar lo que hace, para aprender de él en lugar de dejarte llevar por los pensamientos posesivos.
—¡Lo siento, amo! —Quasimodo se arrodilló ante su señor—. Siento mucho haberlo pensado y molestarlo con mis tonterías.
—No estoy enfadado, solo te prevengo. —El Diablo le palmeó la cabeza con cariño mientras él seguía postrado—. Piensa: la mejor manera de que nuestra cohorte de demonios insatisfechos nos respete consiste en repoblar el Infierno con una nueva camada de miembros femeninos. Y también en mejorar nuestra actitud y ser cercanos. Deseo que todos amen a Mary y que también la consideren parte de sí. Dime, Quasimodo, ¿conoces algún otro modo, aparte del sexo, que provoque tal unión? ¡Intercambiar fluidos es la manera más rápida!
—No, mi amo, no se me ocurre otro —el sirviente negó también con la cabeza.
—Exacto, porque no lo hay. De nada sirve gobernar sobre la base del miedo, es muy superior la lujuria. Ya he probado aterrorizarlos y ser mezquino y solo he conseguido que las brujas y que las diablesas se rebelen y que nos abandonen para luego traicionarnos —y a continuación lo exhortó—: Recuerda que Mary es mi mujer y mi futura emperatriz. Si yo permito que comparta su cuerpo con los nuestros, ¿por qué justo tú deberías estar celoso? Sé que la amas, Quasimodo, pero ¡contrólate!
—Usted se equivoca, mi señor. —El criado se puso de pie y lo miró directo a los ojos—. No solo amo a Mary, sino también a usted y de la misma forma. Me pongo celoso por compartirlos a los dos.
—Entiendo, nosotros también te tenemos mucho cariño. —El Diablo le propinó una palmada afectuosa en el hombro—. Para que veas que es cierto desde ahora te llamaré siempre por tu nombre... Y no debes estar celoso, Sheldon, te encuentras muy por encima del resto en nuestro afecto. Para nosotros eres especial. ¡Único!
—¡Gracias, Satanás! —Quasimodo, emocionado, abrazó a su jefe y le estampó un beso sobre la mejilla, que hizo que este lanzara una carcajada y que le volviese a palmear la cabeza.
—Ahora, Sheldon, búscame la criatura fantástica más inteligente y más fiel a nosotros. Se la entregaré a la pesada de Brooke para que la controle y que nos deje en paz. —Lanzó un suspiro—. ¡Esa mujer es un grano en el culo!
—¿Desea que el ser hable? —El criado quería estar seguro de cumplir su voluntad.
—Sí, es lo mejor. Porque así nos contará los pormenores de lo que hace esa insoportable mujer. Por si hay algo de lo que preocuparnos. —Lo señaló con el índice—. Pero que ella no lo sepa o es capaz de cometer la idiotez de desmayarse.
Quasimodo siguió las indicaciones del Señor del Mal. Y a la noche le entregó a Brooke su nueva «mascota». Se la dio cuando daban cuenta del postre.
—¡¿Y esta cosa qué es?! —les preguntó ella, asustada.
El chillido histérico distrajo a los comensales, que se hallaban pendientes de cada movimiento y de cada sonrisa de Mary. Por fortuna la muchacha había sido veloz y ya se había encamado con todo el personal del Infierno.
Apartaron —desganados— los ojos de la diablesa y los enfocaron en la criatura. Se desconcertaron y no comprendieron el porqué del escándalo, pues se veía bastante inofensiva. Era una cría de Cancerbero, pero con una única cabeza en la que destacaban los negros colmillos. La cola de serpiente tenía la boca y los párpados cerrados, por lo que pasaba desapercibida. Además, se notaba que Quasimodo se había esmerado antes de entregársela, porque el pelaje negro y poblado relucía y era suave al tacto.
—No seas descortés, Brooke, ofendes a tu nueva mascota —la reprendió Satanás, enfadado: notaba que al perro del Infierno le costaba un gran esfuerzo permanecer callado y contener el insulto que se le trababa la garganta al dirigirse a él como «cosa»—. Los cánidos modificados genéticamente son muy sensibles y lo comprenden todo. —Los demonios que se hallaban en la sala se rieron con disimulo, pues nunca habían sido testigos de tanta estupidez.
—Lo siento, Stan. —La joven extendió el brazo y acarició a la bestia—. ¿Cómo se llama? —les preguntó con un estremecimiento.
—El nombre se lo debes poner tú —le indicó Quasimodo desde el asiento y levantó la copa de champán para celebrarlo—. El perrito es tuyo.
—Lo llamaré Thor, entonces. —La muchacha volvió a fingir felicidad.
—¡Me encantaría tener uno también! —Mary palmeó, feliz, y todos los demonios le ofrecieron cachorros recién nacidos.
Minutos después, Brooke comprendió que en lugar de llamar Thor al animal debió ponerle Loki. Porque fue testigo de cómo colocaba la pata delante de la pierna del sirviente que cargaba la bandeja con la enorme tarta y lo hacía resbalar y darse de bruces contra el suelo. Para colmo el extremo superior le cayó justo sobre la cabeza cuando se hallaba despatarrado, situación que la criatura aprovechó para lamer el chocolate y comer un buen bocado del pastel que le embadurnaba la cabellera.
Como era lógico provocó las carcajadas de Satanás y del resto de los demonios, quienes palmearon alegres a Thor y lo premiaban mientras este iba de silla en silla para vanagloriarse de la hazaña. En último lugar llegó hasta Brooke y le dio un pringoso lengüetazo en la mejilla. Mientras, se paraba sobre las patas traseras y le colocaba las delanteras sobre los hombros. Le dejó allí trocitos del pastel, pero no se animó a regañarlo.
Al otro día muy temprano —mientras la humana se hallaba custodiada por el perro—, comenzó el juicio a Astarot. Los mismos seres que la madrugada anterior bromeaban, se reían y se empleaban al máximo en la orgía posterior al banquete, ahora ocupaban los sillones del Tribunal Infernal con rostros graves. Desempeñaban sus tareas como fiscales y como jurado, en tanto Satanás y Mary lo presidían en calidad de jueces, sentados en dos relucientes tronos de oro sobre una tarima.
Cuando el ujier —escoltado por dos demonios tan corpulentos como el Coloso de Rodas— entró en la sala tirando de las esposas que sujetaban a Astarot, los abucheos y los insultos no se hicieron esperar.
—¡Traidora! —le gritaban y zapateaban sobre el suelo.
—¡Silencio! —vociferó Satanás en dirección a la multitud y de inmediato todos se callaron—. Fiscal Asmodeus, ¿cuáles son los cargos de la detenida?
—Conspirar para que las brujas, las diablesas y el resto del personal femenino abandonaran el Tártaro. —El demonio de la lujuria la contempló con profundo asco—. Y espiar a nuestro Señor del Mal a la orden de la hechicera Gerberga. Me temo que estos delitos acarrean las penas más severas: el destierro en las mazmorras o la muerte total del espíritu. —Y los aplausos de los asistentes corroboraron que aprobaban cualquiera de las dos medidas.
—¿Hay alguien que desee declarar en favor de la acusada? —los interrogó Satanás, pero le respondió el silencio más absoluto.
Así que insistió:
—¿Nadie?
—¡Es que nadie quiere a los traidores! —gritó uno de los demonios inferiores y estallaron los aplausos.
Todos fueron testigos de cómo el Diablo le susurraba algo en el oído a Mary y de que esta le respondía.
—Pues entonces, Astarot, este Tribunal te condena a pasar hasta el fin de los tiempos en las mazmorras del Infierno. —Observó la desesperación en el rostro de la diablesa al escuchar la sentencia.
Horas más tarde Satanás convocó a Gresil a un encuentro a solas en el palacio.
—¿Me buscabas, mi Señor del Mal? —le preguntó este mientras se arrodillaba ante él.
—Sí, necesito tu ayuda. Se trata de un pedido de naturaleza especial. —Efectuó un gesto con la mano para que se pusiera de pie y que se sentase al lado de él.
—¡Nada me haría más feliz que complacerte! —exclamó el otro ser enseguida y se acomodó en el sofá.
Satanás lo observó en tanto se daba palmaditas en el muslo y luego pronunció:
—Sé que eras el amante oficial de lady Alice, ¿verdad? —La mirada del demonio se ensombreció.
—¡Te juro que jamás he sido desleal contigo, mi Emperador del Mal! —se defendió al instante—. ¡Nunca me dijo lo que planeaban, de lo contrario lo hubiese impedido! ¡Te lo juro por mi vida y por mi muerte!
—Lo sé, Gresil, lo sé, no hace falta que te disculpes. —Lo tranquilizó el Diablo—. Solo deseo que hagas algo. Sé que es mucho lo que te pido, pero al mismo tiempo soy consciente de que tú eres el único capaz de conseguirlo. Confío en tu lealtad y en tu inteligencia.
—Tú dime qué esperas de mí y yo lo haré enseguida, mi Señor del Mal. —Lo contemplaba con adoración—. Hacer tu voluntad era la razón de mi vida y es la función que me guía en el trayecto por la muerte.
—Lo sé, Gresil, por eso solo a ti puedo pedirte que planees la fuga de Astarot y que te vayas con ella. —Sonrió al apreciar su cara de asombro—. Espiará para mí dentro del cuartel de las brujas, pero no me fío ni un pelo porque suele ser impredecible. Por este motivo te encomiendo tan difícil misión. Por unos meses todos creerán que la has liberado y que deseas continuar tu relación con lady Alice. ¿Te parece demasiado lo que te pido?
—¡¿Tanto confías en mí, Satanás?! —le preguntó Gresil, anonadado, y se volvió a postrar a sus pies.
—Sí, conozco hasta tu más ínfimo pensamiento y sé que me eres leal y que solo buscas mi bien —a continuación el Señor Oscuro le prometió—: Cuando regreses al Infierno serás el general de mis tropas. Y solo tú decidirás si deseas traer contigo a lady Alice como tu esclava. Te daré todos los honores que durante este período te haya menoscabado y más todavía. ¡Jamás olvidaré este peligroso y desagradable favor!
—¡Gracias, Satanás! —exclamó el otro demonio, todavía de rodillas.
—Lamento que tus compañeros piensen que nos has traicionado, pero te juro que solo será por unos meses. —Le tiró del brazo para que se levantara—. Antes de que te vayas me gustaría que pasaras unas horas con Mary y conmigo en nuestra habitación. Para que el recuerdo del placer que compartiremos te acompañe durante el tiempo que permanezcas lejos del Tártaro, tu hogar.
Y a la mañana siguiente en el Infierno solo había un tema de conversación: la perfidia de Gresil al rescatar a Astarot cuando la conducían a las mazmorras. Todos despotricaban contra él y lo acusaban de sentir un amor desmedido por lady Alice.
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