Capítulo 21. Cenizas a las cenizas. ⛧

«El supuesto objetivo que se busca al hacer un ritual de Sacrificio es el de arrojar la energía proveída por la sangre de la víctima recientemente sacrificada a la atmósfera del trabajo mágico, intensificando así las posibilidades de éxito del mago».

La biblia satánica,

Anton Szandor LaVey

(1930-1997).

—Lo siento mucho, Brooke, tu madre y tu hermano eran personas maravillosas. —La anciana se limpió las lágrimas con el pañuelo ajado—. ¡Siempre se van los mejores!

—¡Cierto, tía Maggie! —Lloriqueó la chica.

—Quiero que sepas, cariño, que puedes contar...

     Y la mujer no fue capaz de continuar. Comenzó a sollozar —desgarrada—, aunque como buena británica de clase alta se suponía que debía ocultar las emociones. Ante este despliegue sentimental de su tía abuela, Brooke tampoco se contuvo y escondió el rostro en el pecho de Satanás para ahogar los gemidos. Se hallaba exhausta después de atender durante largas horas a los asistentes que colmaban la sala.

—Estoy aquí contigo, mi amor. Sé fuerte. —El demonio le mostró un aparente cariño, se suponía que era la actitud indicada en estas circunstancias.

     Estas palabras no significaban nada en absoluto, ya que como todo ser maligno se alimentaba de la desesperación que lo rodeaba. «¡Cuánto despliegue de energía negativa!», pensó, se sentía orgulloso consigo mismo. Para recrearse en su obra analizó a los abuelos maternos de su falsa novia, se situaban cerca de la entrada y se hallaban transidos de dolor. A los tíos y a los primos que iban de un corrillo a otro para encontrar el consuelo al compartir anécdotas acerca de los fallecidos. También a los amigos y a los compañeros de trabajo, que lucían rostros desconcertados y no comprendían cómo la desgracia se había ensañado con la familia Payton. Estas sinceras expresiones de desdicha fortalecían al Diablo y le proporcionaban la misma energía del Big Bang que había originado el Universo.

—Es una suerte que a mi hija la acompañe su novio. —Payton Payton rodeó con el brazo el hombro de la señora mayor para atraerla hacia sí—. No sé qué hubiésemos hecho sin su ayuda. Ha acompañado a Carlyle a hacer los trámites y ha organizado este velorio y el entierro de mañana... Y Mary también. Gracias, cariño. —Ella sujetaba la mano del hermano mayor de Brooke, mientras la prometida de este intentaba consolarla.

—Era lo menos que podía hacer, Payton. —Satanás empleó un tono grave de voz—. Sé que no hace mucho tiempo que Brooke y yo estamos juntos, pero me siento responsable de todo lo que le suceda. —No mentía, pues era el autor intelectual de los asesinatos y de las próximas adversidades que les ocurrieran.

—Siempre has sido un miembro más de la familia, Mary, pero aun así muchísimas gracias por tu dedicación y por el cariño que nos demuestras —gimió Maggie conmovida; soltó al sobrino y dio unos pasos inestables hasta la chica para ceñirla entre los brazos.

—No necesito agradecimientos, tía Maggie, era lo menos que podía hacer. —Ella contuvo la sonrisa que pugnaba por escapársele—. Hay que estar en las buenas y en las malas.

     Por lo visto mucha gente había pensado lo mismo, pues la descomunal sala de la mansión georgiana de lady Margaret —tía Maggie para los cercanos— se hallaba a rebosar. Durante todo el día los allegados daban cuenta de los manjares y bebían litros y litros de café, que el uniformado servicio reponía cuando se terminaba. La noche prometía ser inacabable también porque nadie mostraba intenciones de retirarse.

     A pesar de que todos sabían que dentro de los féretros de diseño que se hallaban en «La sala de los reyes» solo había cenizas indeterminadas, los dolientes no dejaban de ir en procesión para gemir delante de ellos. Contemplaban los dos ataúdes gemelos de madera de caoba —lucían relieves y asas en plata auténtica— y rompían a lloriquear. Se suponía que en ambos había restos de objetos mezclados con los cuerpos incinerados de los fallecidos, pues la vivienda de los Payton había ardido hasta los cimientos.

     Los dolientes les echaban la culpa a las vigas de madera. Estas habían alimentado el fuego y los bloques de piedra se habían expandido hasta comprometer la estructura. De ahí que ahora se hallaran en Payton House, pues nadie deseaba despedir a Felicity y a Joyce en una impersonal sala del tanatorio cercano, les parecía un pobre homenaje. Pero todos ignoraban que Satanás se había encargado de que hasta los últimos residuos de polvo de los dos infectos delincuentes acompañaran a sus almas en el Infierno. Cada vez que pensaba en lo que le habían hecho a Mary le daba deseos de revivirlos, de torturarlos y de volverlos a matar.

—Lo siento, debo dejaros. —El padre de Brooke palmeó a su hija en la cara para consolarla—. Acaban de llegar los primos de Cornualles. —Y todos se dirigieron hacia allí, con excepción de Mary y de Satanás, que permanecieron cerca de la mesa del sushi.

—Se nota que te lo pasas genial, mi diablesa. —El Señor del Mal cogió un maki elaborado con atún crudo—. Los demás no lo perciben, pero yo sí puedo apreciar cómo crece y se fortalece tu aura. ¡Te diviertes en grande!

—No es para menos, cariño, siento que desempeño el papel de mi vida. —Mary abrió los brazos y abarcó la totalidad de la estancia—. Les absorbo la desdicha que les he ocasionado, y, encima, me lo agradecen. ¡Parece mentira que esos dos gusanos convoquen a tanta gente! Me pregunto si vendrían si supieran cómo eran en realidad...

—Quizá sí. Los humanos suelen ignorar los detalles incómodos mientras no trasciendan a la opinión pública, son unos hipócritas. —Satanás le puso la mano sobre la espalda y le calmó la furia—. Por aquello de que los trapos sucios se lavan en casa...

—Nuestro comportamiento es demasiado comedido, Diablo mío. —Satanás leyó en la mirada de su amante una chispa de picardía—. ¡Míranos! Durante días los hemos consolado y los hemos ayudado en todo, ¡nadie diría que somos demonios! ¡No es admisible que seamos tan buenos!

—Se supone que la parte entretenida consiste en fingir que ayudamos cuando hemos sido nosotros los asesinos —le recordó Satanás—. ¿Tú qué propones, mi dulce Mary?

—Que bajemos algún peldaño en dirección al Infierno. —La joven tenía ganas de abrazarlo y de tirarlo sobre la mesa del sushi para que quedara patente ante todos que Satanás era su manjar preferido.

—¿Y cómo te parecería apropiado hacerlo sin delatarnos? —Al Señor Oscuro lo invadió un burbujeo por dentro: la chica era la horma de sus zapatos y le había costado siglos encontrarla.

—Te propongo un reto. —Mary le dio un pellizco en el trasero que nadie pudo advertir porque se lo tapaba la mesa—. El que amenice mejor esta celebración será el ganador.

—¡Hecho! —Satanás estaba harto de acompañar a Brooke y de fingir sentimientos que jamás albergaría—. ¿Ponemos algún límite?

—El único límite es que no nos autoinculpemos —Mary le acarició los glúteos con sensualidad—. Perdería la gracia si todos supieran lo que hemos hecho. Me gustaría, eso sí, que el desafío nos haga reír cuando lo veamos como si fuese una película.

—¡Reto aceptado! —murmuró Satanás, encantado.

     Después llevó la mano con disimulo por detrás del mantel. La introdujo por debajo de la falda y de la línea trasera de la tanga de Mary para acariciarla. Jugó allí con el dedo índice y provocó que ella suspirara sin control.

     Vio que Brooke le hacía señas desde lejos, así que resignado se quejó:

—El trabajo me reclama, vida mía, debo volver con el muermo. Pongamos en marcha, mientras tanto, nuestro desafío. Se me ocurren un par de ideas que sé que te deleitarán.

—¡Qué mujer tan floja y pesada! —Mary, molesta, frunció la nariz como si su amiga oliese mal—. Pero antes de irte dame una pista, vida mía.

—No te adelantaré nada, es una sorpresa —negó Satanás con tono enigmático y luego, desganado, caminó hasta Brooke.

     La joven, por su parte, volvió con Carlyle. Este permanecía cerca de Payton, cuidaba que no se desmoronara igual que el hogar. Mary pensó que le venía al dedillo ser arquitecto para mantener a la familia en el sitio. Lo cogió del brazo de nuevo y ocultó la cara en el musculoso bíceps del hombre. Usaba la fragancia masculina de toda la vida, que olía a limón. Forzó las lágrimas. Para provocarlas recordó el vacío de su vida antes de conocer a Satanás. Enseguida un río de gotas saladas regó al hermano mayor de Brooke.

—Ven conmigo, Mary —le pidió Carlyle, comprensivo, para que el dolor de la chica no contagiase al resto de la familia.

—Lo siento, Carly, Stan intentó alegrarme y durante unos minutos lo consiguió, pero ahora visualizo los momentos que pasé con tu madre y con tu hermano y no encuentro consuelo. —Lloraba e hipaba mientras la guiaba hasta la salita de descanso, bastante alejada de la concurrencia.

—Ven, cariño. —La condujo hasta el coqueto sofá en tono verde rúcula, donde se sentaron uno junto a otro.

—Gracias, Carly. Aquí solía acomodarme en nuestras visitas a la tía Maggie cuando éramos pequeñas. —E hizo que las lágrimas le volvieran a salir con fuerza—. Pero déjame y regresa con los demás, no deseo que pierdas el tiempo encerrado conmigo.

—Eres mi hermana, Mary, parte de mi familia. —Se notaba que lo decía de corazón—. ¿Cómo voy a permitir que atravieses sola tanta tristeza?

—¡Eres un sol! —Le colocó los brazos alrededor del cuello—. Me he puesto hipersensible cuando he pensado que tu madre no me dará más consejos. Y que ya no escucharé la risa de tu hermano. ¡Ni siquiera existe la casa donde compartimos tantos días felices!

—No pienses en ello, Mary, te hará daño. —El tono era lúgubre—. Concéntrate en lo positivo, en el recuerdo que nos dejaron y en las personas que aún seguimos aquí...

     Se inclinó para darle un beso fraternal en la mejilla. Mary se hizo la distraída, movió la cara y le acertó sobre los labios. Pero él no los desvió y la besó con dulzura. Cuando se dio cuenta de lo que hacía, se apartó un poco.

—Lo siento —se disculpó, contrito—. Me he dejado llevar.

—No pasa nada, Carly, es normal en este contexto. —Mary fingió no darle importancia—. Nuestros sentimientos se magnifican.

—Pero sabes que no es propio de mí aprovecharme de una chica que atraviesa tanto dolor, Mary, y menos con mi prometida en la sala principal. —Se apartó un poco de ella.

—¿Qué pasa? —lo interrogó, curiosa, al advertir que la analizaba.

—Te ves diferente, irradias luz. —Y ante esta alabanza la joven se contuvo para no corregirlo e indicarle que, por el contrario, lo que veía era la más absoluta oscuridad—. Estás mucho más hermosa que antes, Mary.

—Gracias, Carly. —Le dio un pico sobre los labios en respuesta al halago.

—No me lo agradezcas, es la pura verdad. —Parecía hipnotizado por su belleza sobrenatural.

—¿Lo dices en serio? —Se hizo la modesta.

—Por supuesto, es una verdad como un templo —y luego de una pequeña pausa continuó—: Siempre has sido muy guapa, Mary, pero ahora eres realmente hermosa. Hacía mucho que no nos veíamos, tal vez sea por eso, me he perdido los puntos intermedios.

—No sé cómo dices que era guapa si nunca te fijaste en mí —lo contradijo la chica con un amago de sonrisa—. Por aquel entonces pensaba que eras un príncipe encantado, igual que los de los cuentos de hadas. Aparecías y desaparecías montado en tu moto, siempre con una novia distinta aferrada a tu cintura.

—Bueno, soy mayor, para mí erais niñas —se disculpó y sonrió por primera vez.

—Pues yo no te miraba como una niña. Recuerdo que a los dieciséis estaba colada por ti —le confesó Mary con coquetería.

     No mentía. Siempre se había sentido atraída por el misterioso e inalcanzable hermano mayor de Brooke. Joyce lo debía de haber percibido y por eso se había empeñado tanto en marcarla como suya y en robarle la virginidad, pues envidiaba cada posesión de Carlyle.

—No me di cuenta. —El hombre, asombrado, le acarició el rostro con ternura—. Ya en esa época eras muy bella, Mary, espero que mi ceguera no minara tu autoestima.

—¿Y ahora sí me ves? —Las lágrimas todavía se le deslizaban de forma teatral por las mejillas, las clases en la London Academy of Music and Dramatic Art  eran muy productivas.

—Por supuesto, Mary, es imposible no verte. —Y en un arrebato la besó apasionado.

     La joven no dudó y se aproximó más a Carlyle. Se fundió en el musculoso cuerpo, tal como si necesitase consuelo. Le parecía justicia poética que en el mismo sofá verde en el que había soñado con él ahora intimaran. No la rechazó, sino que la levantó y se la puso a horcajadas sobre las rodillas, de forma tal que en ningún momento los labios dejaron de rozarse.

     Se sintió libre, pues trascendía hasta la última de sus aprensiones y superaba cualquier límite. Su parte demoníaca vencía por goleada a la humana, pese a lo reciente de la conversión. Fue un placer percatarse de que esta era ahora su naturaleza porque el lado emotivo le había jugado muchas malas pasadas antes de conocer a Satanás.

     Se frotó contra Carlyle y consideró que la de ese día era una buena revancha. A estas alturas los dos se hallaban acalorados y los besos se mezclaban con caricias más osadas. Las de él un tanto tímidas sobre los pechos de Mary; las de ella más atrevidas le recorrían el bajo vientre y lo tentaban.

     Separó los labios de la boca del hombre y lo invitó:

—Necesito quitarme esta angustia. ¿Me ayudas?

—Yo también lo preciso. —El hermano de Brooke jadeó—. ¡Quiero demostrarte lo hermosa que eres!

     A continuación se levantó del sofá y recostó a Mary sobre los mullidos almohadones. Se agachó al lado de ella, encima de la moqueta. Le levantó la falda del vestido negro y contempló las piernas interminables, los muslos sedosos, la tanga negra que transparentaba la pequeña mata de vello con forma de corazón.

—¿Puedo? —le preguntó, sin terminar de expresar qué quería.

—¡Claro que sí! —musitó Mary y expulsó el aire con fuerza.

     Luego le quitó con rapidez la tanga y enseguida le separó las piernas. Se sacó los pantalones y la ropa interior sin mediar palabra. Mary volvió a pensar que todo lo que en su etapa humana era complicado o imposible ahora como diablesa lo conseguía en un parpadeo.

     Carlyle se hundió en su húmeda dulzura hasta el fondo y la poseyó con fuerza, como si no existiese nada más en el mundo aparte de esta satisfacción de los sentidos. Después de unos minutos de bombeo frenético y de un primer orgasmo para ella, la joven se escurrió un momento para girarse y quedar sobre las manos y las piernas. En silencio él se lo agradeció, pues la volvió a penetrar e incrementó el ritmo, se sujetaba de las caderas femeninas. No parecía preocuparse por las ropas arrugadas o por el olor a sexo o por el sonido de los cuerpos al entrechocar. Ni de que alguien los pudiese pillar en esta situación comprometida.

Sigue mis pensamientos y ven con la prometida de Carlyle —le pidió a Satanás, concentrada—. ¡Reto cumplido!

Enseguida estoy allí —le prometió el Diablo.

     Y no supo cómo, pero lo cumplió. Un minuto después Satanás abrió la puerta con gran estrépito y Carlyle se descolocó. Este no atinó a salir del interior de Mary de tan asombrado que se hallaba.

     El Señor Oscuro le puso un brazo sobre los hombros a su prometida y rugió:

—¡¿Cómo os comportáis así?! Solo imaginar el dolor de Payton y de Brooke si se enterasen de vuestra desfachatez y de vuestra falta de respeto hace que permanezca callado. No seré yo quien les rompa el corazón. ¡Vestíos pronto y volved a la recepción enseguida! Payton se prepara para pronunciar la elegía. ¿O es que os habéis olvidado de que esto es un funeral? ¡Velamos a Felicity y Joyce, sed serios!

—Lo siento, debo irme. —La prometida de Carlyle escapó por la puerta como un alma en pena, lloraba a mares.

—¡No te vayas, Bridget, tenemos que hablar! —le gritó el novio, pero ella no se detuvo.

     Apresurado se separó de Mary, se arregló la ropa y se disculpó con ella:

—Lo siento, hablaremos después.

     A continuación huyó. Satanás caminó hasta la puerta y la cerró con llave.

—¡Has estado genial! —le susurró en el oído y la abrazó—. ¡Qué tentadora! Lo primero que vi al entrar fue tu bello trasero erguido y al hermano de Brooke desacatado. ¡Vaya sorpresa se ha llevado su ex prometida!

—¡Gracias, amor mío!

—Te amo, Mary, no hay otra como tú. ¡Nadie me hizo nunca tan feliz!

—He cumplido mi palabra, te prometí que me vengaría de Brooke en tu nombre.

—Y lo has hecho... Pero ahora vamos a escuchar a Payton, corazón, no podemos perdernos el discurso. —La ayudó a acomodarse la ropa y le colocó carmín en los labios con un simple movimiento del dedo índice.

     Cuando llegaron a la sala principal no vieron a Carlyle ni a su expareja por allí. El padre de Brooke, en cambio, se colocaba sobre la tarima improvisada.

—Hoy es el día más triste de mi vida y quiero, antes que nada, daros las gracias por arroparnos —pronunció con formalidad—. Siempre pensé que yo sería el primero en irme. Ni en mis más terribles pesadillas sospeché que Felicity y Joyce me precedieran.

     Efectuó una pausa porque un grupo de veinte o treinta chicas entraba por la puerta principal. Todas se colocaron de pie alrededor de las sillas que se hallaban ocupadas y lo escuchaban con atención.

     Luego él prosiguió:

—Joyce era un hijo perfecto: estudioso, comprometido con la sociedad, un cirujano como hay pocos y un...

—Violador. —Terminó la oración la muchacha pelirroja que formaba parte de las recién llegadas—. En contra de nuestra voluntad utilizó su poder y nos convirtió en meros objetos. Ahora su muerte, aunque no ha sido obra nuestra, nos resulta liberadora. Era una tortura para nosotras trabajar en el hospital y fingir que nada sucedía allí. Le hemos hecho llegar a la policía las fotos, los vídeos y los audios que tenemos, pues nos disponíamos a denunciarlo antes de que el asesino se nos adelantara. Es más, creemos que una víctima se ha tomado la justicia en sus manos.

     Ante estas palabras copias de las fotos que durante años Joyce había escondido en su casa volaron por la estancia, como si alguien las hubiese arrojado desde la escalera... Todas, excepto las de Mary. Y los cuchicheos se derramaron igual que leche hirviendo sobre el fogón.

—¡Me quito el sombrero! —le musitó Mary a Satanás con cara de admiración—. Tengo que reconocer que jamás se me hubiera ocurrido cumplir nuestro desafío de esta forma.

—¿Cómo iba a permitir que esos dos desalmados se saliesen con la suya? Tú eres mía, mereces que salgan a la superficie las miserias que la familia Payton ocultó durante décadas. —Satanás la observaba con intensidad y sin disimular su amor.

     Brooke —frente a ellos— socorría al padre, que se había caído de la tarima y se había desmayado. Ahora ya no se veía tan prepotente, sino lo que era: un hombre acabado. Y ambos demonios pensaron que la venganza era un plato que se servía frío.




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