Capítulo 16. Arriesgándose hasta el límite. ⛧

«Benditos sean los que desafían a la muerte, pues sus días serán largos en la Tierra. ¡Malditos sean los que sueñan con una vida más rica más allá de la tumba, pues ellos perecerán en medio de la abundancia!»

La biblia satánica.

Anton Szandor LaVey

(1930-1997).

Cuando Satanás le compartió a Mary el vídeo de lo acontecido con Brooke, esta esbozó una sonrisa tierna y sexy que le derritió el bóxer. Porque no solo le enseñó las imágenes, sino que le demostró la lealtad más absoluta al permitirle escuchar cada uno de sus pensamientos como si fuese una voz en off.

     El desborde de pasión no era para menos, pues ambos se hallaban sentados en ropa interior sobre la cama de la chica. Y el perfume del sexo mezclado con el del azufre —resultado del ardiente maratón de sexo que el demonio organizó para quitarse el mal sabor de boca— provocaba que su falo estuviese más erguido que el Empire State Building. Por lo visto el desenfreno vivido no había sido suficiente para quitarle el calentón.

     Intentó concentrarse porque, frente a ellos —igual que si de una película se tratase— se reflejaban sobre la blanca pared cada uno de los momentos de aquella tediosa noche y de la prometedora mañana que la siguió. Al poder mantener la atención solo en Astarot mientras rebobinaba y repetía las escenas, al Diablo le parecía más despiadada y era consciente de que Brooke vivía de milagro. La diablesa despedía un fuerte hedor a cadáveres, a azufre y a violetas marchitas —que antes le había pasado inadvertido— y que indicaba la sinceridad de sus macabras y fulminantes intenciones.

—¿Qué piensas? —Satanás le acarició un pecho con extrema sensualidad—. ¿Por qué sonríes? ¡No me quejo, te ves tan guapa así! ¿Te regodeas o planeas más maldades? ¡Seguro que es eso! ¿O tal vez quieres que vuelva a llamar a Quasimodo para que nos divirtamos con él un poco más?

—Deja a Sheldon descansar, hoy lo agotamos. Me río de lo que observo en tu pantalla improvisada —le explicó su amante, feliz—. Acabo de descubrir un detalle que es evidente y que yo no había advertido. Te lo confesaré más adelante, cuando estés preparado para escucharlo.

—¿Y por qué no ahora? —El Señor Oscuro llevó los labios hasta las aureolas de la muchacha y las masajeó con la lengua—. ¿Te muestro mi más íntima esencia, mis pensamientos más ocultos y tú mantienes secretos conmigo? ¡No es justo! Si es por lo de la hija de Gerberga le borré ese recuerdo específico de la memoria a Brooke, no te preocupes... Y yo tampoco deseo hablar hoy de la niña que viene en camino.

—No es ningún secreto, mi amor, sino algo obvio para cualquiera. —Mary lo contempló con ternura, como si fuese la estrella más luminosa del universo—. No debes poner esta cara de ofuscación, recuerda que hay un tiempo ideal para la verdad y este aún no lo es.

—Confío en ti y también en tu inteligencia. —Satanás se hallaba tranquilo al apreciar en los ojos celestes de la chica el amor más absoluto y más leal—. Aunque sabes a la perfección que la paciencia no es mi fuerte...

—Y yo te agradezco, cariño, que no me escamotees mi pequeña sorpresa y que permitas que ese instante preciso llegue con naturalidad. —Mary le frotó los músculos de los brazos.

     Aunque Satanás intentó que le revelase la incógnita y utilizó contra ella sus más apasionadas técnicas amatorias y las más sublimes emociones, no obtuvo ninguna confidencia. Debido a las múltiples distracciones les llevó largas horas contemplar lo acontecido, a pesar de que lo habían puesto a mayor velocidad.

Como has podido apreciar, Brooke, no soy un ser humano normal: tengo poderes especiales. —La muchacha, de nuevo en la residencia, lo contemplaba todavía en shock—. Ahora descansa, cariño, y luego responderé a todas tus preguntas. —La abrazaba y le daba un cálido beso—. Sabes que puedes confiar en mí porque te amo más que a mi vida. —Satanás se evadió de tanta palabra vacía y le lamió el ombligo a Mary para provocarle deliciosos escalofríos y que la piel se le pusiera de gallina.

     Luego le dio un pequeño beso por encima de la tanga, a la altura del monte de Venus, y le preguntó:

—¿Qué te parece, cielo? Tengo algunas dudas acerca de mi actuación: ¿me ves convincente? Porque me cuesta un triunfo disimular el hastío que me produce tu amiga. No quise borrarle del todo la memoria para ver qué camino decide tomar. Ya sabes, mi deber es tentarla y que ella decida su destino.

—¡Has estado brillante, mi Señor del Mal! No se nota para nada que te despierte tanto asco. —Mary le acarició el pelo y suspiró de placer—. Lo más adecuado ahora es que le hables de algunos de tus poderes sin decirle quién eres. Distráela al hacer uso de ellos, para que crea en tu completa sinceridad. Llénala de palabras bonitas, ten gestos caballerosos y jamás dudará de ti.

—¡Seguiré con el teatro, entonces! —gimió acongojado—. Soy consciente, mi extraordinaria diablesa, de que tú eres la única que me ama tal como soy, con todos mis infinitos defectos y con mi alma corrupta. —Satanás le bajó con lentitud la tanga y se le colocó entre las piernas—. Por esto te mereces una recompensa.

     Al otro día en la academia el Señor del Mal se separó de Mary, reacio, y ocupó su lugar al lado de Brooke. Pese a ser un maestro en el arte del engaño y a disfrutar con ello durante milenios, ahora mismo odiaba esta farsa porque sentía que le escamoteaba a su amante el tiempo que anhelaba compartir con ella. Y, para colmo de males, el profesor Archer faltaba a causa de una gripe y debía soportar durante una hora entera el fastidioso parloteo de la frígida Payton.

—¿Y cómo adquiriste tus poderes? —inquirió en un susurro que le daba repelús—. ¿O no eres humano? Astarot hablaba de mí en forma despectiva por ser mortal. ¿Quién eres, Stan, entonces?

—¿Has visto en el cine la saga X-men? —Satanás intentó sonar sincero para que el nuevo embuste colara—. Existen personas cuyos genes han evolucionado y de ahí que sean capaces de conseguir lo imposible, burlar a la Naturaleza.

—¡Y tú eres una de ellas, por supuesto, te vi hacer aparecer una serpiente gigante! —Brooke, emocionada, lo cogió de la mano.

     Satanás esperaba que continuase noqueada o que lo observara con horror, pues había sido testigo de acontecimientos relativos al mundo sobrenatural. Pero ocurría a la inversa, se le notaba el entusiasmo por el hecho de descubrir que él era especial. Desde luego que a estas alturas prefería que lo ignorase como al principio y proseguir con su vida antes que soportar su insípido parloteo, pero el ejercicio del cargo que detentaba lo obligaba a continuar hacia adelante en aras de la eterna lucha entre el Bien y el Mal.

—Sí, Brooke, soy una de tantas. —La embaucó de manera descarada.

—Pues para mí, Stan, jamás serás uno de tantos, sino el más impresionante de los hombres. —Coqueta, batía las pestañas—. He revivido sin parar lo que pasó con esa loca y el modo en el que me protegiste. Y cómo me defendiste de sus insultos. ¡Te juro que te amo mucho más que antes! —Los ojos grises le lanzaron destellos de plata y las pupilas se le dilataron como si Satanás fuese para ella su única droga.

     El Diablo le sonrió con esfuerzo y desvió la vista. En el otro extremo del salón Quasimodo observaba fascinado a Mary mientras ella conversaba con June. Sonrió divertido, pues el sirviente se había mostrado encantado de obedecer las órdenes de la chica durante el juego erótico que habían mantenido los tres. ¡Qué mala suerte! Ahora se hallaba condenado a soportar la interminable e insustancial cháchara de la mojigata de Brooke Payton, que se creía el ombligo del mundo. Se había colocado en stand by  para sobrellevar mejor la tortura, pero si no fuese inmortal se suicidaría.

     Hasta Leticia y Walter disfrutaban de los sesenta minutos que les regalaba el profesor Archer y se daban el lote sentados sobre el escritorio. Consideró que una buena distracción sería proporcionarles un empujoncillo a fin de que se liberaran de los prejuicios que imponía la sociedad para aplastar la libre manifestación de los instintos. Propiciaría que se olvidasen de dónde se hallaban y que se desembarazaran de las cadenas que limitaban la expresión de la verdadera esencia. Así que, con disimulo, Satanás efectuó un círculo con el dedo mayor... Y de inmediato Walter profundizó el beso y le desabotonó a Leticia la camisa que llevaba puesta.

—¡¿Te has fijado en esos dos?! —chilló Brooke, trastornada—. ¿Es que no pararán? ¡Qué escándalo! ¡Somos testigos de un espectáculo que debería ser privado! Seguro que el director Browning se cae por aquí y nos sanciona...

     El demonio estaba seguro de lo contrario, de que la máxima autoridad de la academia no se aparecería. Y que, de hacerlo, se lo tomaría como una más de sus travesuras y le sonreiría condescendiente.

—No seas tan estricta, cariño, sobre el escenario tú y yo durante meses hemos hecho el amor. —Satanás se contuvo para que no se le notase el fastidio, pues la gazmoñería victoriana de la muchacha le cortaba el rollo.

—No es lo mismo, aquello era parte del guion —lo contradijo Brooke.

—Te recuerdo que el libreto establecía que me acariciaras la entrepierna por encima de la ropa, no que me metieses la mano dentro del bóxer y que me masturbaras. —La furia reprimida le pasó desapercibida a la joven—. No seas rígida, déjalos en paz. Si no te gusta desvía la mirada.

—¿Y tú sí mirarás? —Se hallaba molesta porque Satanás tenía razón.

—¿Por qué no? —Efectuó un gesto con la mano—. A los tíos nos gusta el erotismo.

—¡Porno en vivo! —Frank aplaudía, frenético, y llamaba la atención de los despistados que aún no habían reparado en la pareja.

     Brooke, al escucharlo, con voz histérica rugió:

—¡Chicos!, ¿no es mejor que sigáis con lo vuestro en casa?

     Pero Leticia, furiosa, le clavó la mirada y le respondió:

—¡No molestes, Payton! Si no te gusta, no mires. ¿Por qué arruinas la diversión de los demás?

—Porque estoy sentada justo al lado de vosotros y me resulta imposible desviar la vista —se enfadó la mojigata.

—¡No seas aguafiestas, Payton! —la regañó Frank—. ¡Poneos también Stan y tú a hacer el amor al lado de ellos! ¡Yo os aplaudiría con ganas, aunque os haya visto ciento de veces follar sobre el escenario! ¡No seas envidiosa!

     Walter, agradecido, le guiñó un ojo y se quitó el pantalón. Se lo tiró a su compañero, que lo cogió en el aire mientras lanzaba un grito de felicidad.

—¿Y tú no harás nada, Stan? —lo reprendió Brooke, horrorizada—. ¿No puedes utilizar alguno de tus poderes para frenarlos?

—Sería exagerado, amor, no hay nada malo en demostrarse el cariño —le explicó él, en tanto Leticia se quitaba el sujetador y también se lo tiraba a Frank.

     El Diablo giró la cabeza en dirección a Mary, que ocultaba la risa detrás de la mano. Ella le guiñó un ojo de modo cariñoso para indicarle que le encantaba su obra.

—¡¿Nada malo?! —Aulló Brooke—. ¿No ves que Walter se quita el bóxer? ¡Tendrán sexo aquí, delante de todos!

     Satanás —que meses atrás había pensado en esos dos para intercambiar parejas u organizar una orgía— advirtió que debía acelerar la educación sexual de Brooke, de lo contrario la ahorcaría y esparciría sus restos en el océano Atlántico. Esperó a que Leticia y Walter se quedaran desnudos para apreciar qué escondían las ropas... Y tuvo que reconocer que ambos tenían unos cuerpos espectaculares y las pieles les despedían un aroma natural a hierba que le resultaba exquisito.

—Chicos, tenéis el baño del salón de clase, ¿por qué mejor no continuáis allí lo que habéis empezado? —Al Diablo lo reconcomía el disgusto por dentro.

     Movió el índice en sentido inverso y ellos se dirigieron hacia allí. Frank lanzó un quejido en dirección a Brooke y fue hasta el escritorio y recogió las ropas. Al comprobar que no cerraban la puerta del servicio, se paró en la entrada y contempló el desarrollo de la pasión de la pareja.

     Enseguida los demás se apiñaron allí para entretenerse también. Con el paso de los minutos aplaudían y gritaban obscenidades o lanzaban chillidos de sorpresa. Excepto Quasimodo, Mary y él, que por obligación permanecían en los sitios. Lo inundaba la furia porque no acostumbraba a perderse cada pequeña etapa, desde la primera tentación, la caída en el desenfreno, hasta llegar a la total corrupción del alma. Por fortuna el ambiente de la escuela cambiaba a pasos agigantados gracias a su acción y esperaba que pronto Payton se dejara atrapar por la telaraña.

—¡Gracias, Stan! —Brooke ignoraba que Satanás se encontraba a punto de ponerle las manos alrededor del cuello y terminar así con todas las restricciones—. ¡Una vez más eres mi héroe!

—Pues para ser un héroe he hecho lo mínimo, solo molestar a Leticia y Walter. —El Diablo respiró hondo para calmarse y evitó así tomar medidas drásticas contra la muchacha—. Me tendrías que haber pedido algo más importante para considerarme un héroe.

—¡Pues con lo lanzado que estaba ese par fue un acto de heroísmo conseguir que no dieran un espectáculo público! —Brooke contempló con repulsión al resto de los alumnos, que observaban ante la entrada del servicio cómo la pareja hacía el amor, para envidia de Satanás.

—Puestos a imaginar, cariño, ¿qué sería algo totalmente extraordinario para ti? —Seguía el consejo de Mary—. Dímelo. —Reacio, intentaba prestarle atención.

     Pero solo a medias, pues cuando Brooke desvió la vista Satanás cerró los ojos y respiró hondo el perfume de la pasión de sus compañeros. Y luego permitió que una diminuta parte de sí —en forma de humo gris intenso— le saliera por la boca. Este se deslizó a toda velocidad en dirección a la entrada del servicio y rodeó al público que se regocijaba con el espectáculo.

—Sin duda la mayor hazaña posible sería permitir que conociese a mi actor preferido, Clayton Miller. —La entonación de Brooke era como si le pidiese que colonizara la Luna.

—¿Y mantendrías este pedido si a cambio te exigiera ver a Leticia y a Walter en acción? —El Diablo quería poner a prueba los principios de Brooke.

—¡Claro que no! —exclamó ella, convencida—. Aunque estoy segura de que tú jamás me lo pedirías, mi amor. Te conozco, Stan, eres una excelente persona.

—La satisfacción de tu deseo no es complicada, cielo. —El Señor Oscuro cogió el móvil, y, ante la sorpresa de Brooke, marcó un número de teléfono muy largo—. ¿Qué tal Matthew? —inquirió después de que le contestaron desde el otro lado de la línea—. Sé que te lo solicito con muy poca anticipación, pero ¿puedes organizar para esta próxima noche una fiesta? Por favor, invita a todos los miembros del mundillo cinematográfico que se encuentren allí. Y envía una invitación especial a Clayton Miller.

¡Por supuesto, Satanás! —Brooke no escuchó la respuesta—. ¡Eres mi amo y mi salvador!

—Pues hoy mi chica y yo te visitaremos, entonces. —El Señor del Mal observó con desdén casi imperceptible a la ilusa Payton, que lo observaba embobada.

     Cuando cortó Brooke enseguida le preguntó:

—¿Y cómo puede estar Clayton Miller en Londres sin que yo lo sepa? ¡Vaya notición! ¿A que es emocionante hacer una llamada y así de sencillo conseguir lo que te propones? Aunque en honor a la verdad, Stan, solo lo creeré cuando lo vea.

—¡Qué poca fe tienes en mí! —la regañó el demonio y sonrió por primera vez de manera auténtica—. ¡Por supuesto que lo verás, tienes mi palabra!

—Aunque... —Y Brooke se detuvo unos segundos—. ¿No te importa si invito a Mary? Somos muy amigas y me encantaría compartir la experiencia con ella. Estoy segura de que tu secreto estará a salvo, es muy discreta... Siempre que a ti te parezca bien, no lo sientas como una obligación.

—¡Claro que me parece genial! —Satanás le dio un abrazo porque así la noche prometía ser interesante y no un aburrimiento total como sería si solo acudiese con Brooke—. Invitaré también a Sheldon, así somos cuatro.

     Y se detuvo un segundo porque las imágenes que le transmitía la porción de sí que ahora se hallaba dentro del baño eran impactantes. ¡Cuánta habilidad y qué destreza demostraban Leticia y Walter al fundirse el uno en el otro!

—¿Y cómo lo hacemos? —le preguntó Brooke, impaciente.

—Ahora tengo algo que arreglar. Por favor, coméntale los planes a Mary y a Sheldon. —Le dio por obligación un beso en la nariz—. Nos encontraremos a las diecinueve horas en Hyde Park... Eso sí, id vestidos de etiqueta.

—Allí estaremos. —Brooke se despidió de Satanás con la mano mientras este, apurado, abandonaba el salón.

     Más tarde, al llegar el demonio al punto de reunión, las ardillas dejaron de pedir comida. Abandonaron las proximidades del lago Serpentine y salieron disparadas a refugiarse en los troncos y en las ramas. Brooke no reparó en este detalle, pues se comía con los ojos a Satanás, que lucía un costoso esmoquin.

—Estás hermosa, cariño —la halagó el Diablo y la abrazó sin ganas.

—Y tú guapísimo, mi amor —repuso ella de inmediato.

     Ninguno de los dos mentía. Brooke se había puesto un vestido color azul claro, de corte sencillo y que le sentaba muy bien. Pero era Mary quien destacaba, pues llevaba uno rojo brillante con la espalda al descubierto. Unido a ello, los pechos sobresalían del escote palabra de honor y lo obligaban a contenerse de echársele encima, penetrarla y embestirla como una fiera. Opacaba a cualquier mujer que estuviese cerca.

—¿Estáis listos para la sorpresa? —les preguntó el Diablo y sonrió.

—¿A qué sorpresa te refieres, Stan? —lo interrogó Brooke, pasmada—. Ya sé que vamos a la fiesta en la que conoceré a Clayton Miller.

—Sí, pero lo que ignoras es que en un minuto exacto arribaremos a Nueva York. —El Señor Oscuro movió la mano y paralizó el tiempo para que nadie fuera testigo.

     A continuación Satanás giró la cabeza y ante ellos apareció un portal con forma de tubo gigante. Lo materializó a semejanza de los transportadores de las películas de ciencia ficción, pues se hallaba elaborado en una niebla compacta, mezcla de tonos azules y de naranjas. Solo necesitaba chasquear o mover los dedos para viajar, pero le pareció más sofisticado de este otro modo porque a través de él les llegaba el aroma a mar y a pescado con trazas de suculento olor a pizza, a kebab y a azúcar.

     Sujetó del brazo a su acompañante y la invitó:

—Ven conmigo, hermosa dama, traspasemos el umbral en dirección a tus sueños. ¡Verás que puedo abrir ante ti un mundo colmado de emociones! —Y juntos se adentraron en la espesa bruma, con Mary y Quasimodo detrás de ellos.

     El Diablo se acordó de otra experiencia mucho más gratificante para él que se había desarrollado después de que horas antes abandonase la London Academy of Music and Dramatic Art. Recordaba al detalle cómo —para vengarse de Brooke—había ido a la casa de Elvis, el camarero que hacía horrendos cafés. Y cómo, poco a poco, lo había asfixiado. Había acabado, de un plumazo, con la tarea que había iniciado meses atrás, cuando había suspendido su pasaje al Infierno.

     Rememoró la mirada de terror, el perfume del miedo, los gritos de súplica, su risa inclemente. El desconcierto de Elvis al contemplar cómo su salvador se convertía en su asesino. Era un ejemplo de la grandiosidad de la justicia diabólica. Porque de ningún modo permitiría que la joven Payton le arruinase la diversión y que luego se fuera de rositas. Su actitud desdeñosa y superior siempre tendría graves consecuencias. Es más, como lo volviese a molestar empezaría a diezmar a los miembros de su familia. Los mataría uno a uno, hasta quitarlos para siempre de la faz de la tierra e instalarlos en las mazmorras más inhóspitas del Infierno.





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