Capítulo 14. Celos endiablados. ⛧
«Di en tu corazón: "¡Yo soy mi propio redentor!"»
La biblia satánica.
Anton Szandor LaVey
(1930-1997).
—¡Qué elegante es este lugar! —Brooke observaba fascinada el interior de The Grill, el restaurante del Hotel Dorchester.
—De nada, bella mujer. —Satanás intentó ser cortés, aunque se le revolvieran las tripas como si el plato principal del menú fuesen gusanos—. Al aceptar tu invitación quise empezar a lo grande... Porque me interesas mucho, Brooke. —Y ante esta mentira la muchacha se derritió, las mejillas se le quedaron rojas como tomates y los ojos grises le brillaban.
En honor a la verdad, era Mary la que aseguraba que este constituía el momento correcto y el sitio ideal para recoger a su amiga como fruta madura. Argumentaba que la conocía a la perfección, de lo cual él no dudaba en absoluto. Y después de los abundantes errores que había cometido al llevar a la cama a Danielle no se sentía seguro de nada y prefería seguir sus indicaciones al pie de la letra.
Brooke y él se sentaron uno al lado del otro en las sillas de madera de roble. Los asientos acolchados en tono salmón eran muy cómodos y les abrazaban los traseros. Y la coqueta mesa redonda lucía adornada con un mantel blanco tan inmaculado como las nubes de verano.
La joven Payton, entusiasmada, le comentó:
—Pues te lo agradezco, Stan. —Estiró el cuerpo y le dio un beso en la mejilla—. ¡Tú sí que sabes hacer que una chica se sienta como una reina! ¡Cuánta experiencia tienes!
Aunque el comentario en apariencia era positivo, el demonio percibió en la entonación que los celos volvían a dominarla como cuando sus admiradoras se le acercaban en tropel.
—¡Me aburro, diablesa! ¡Me repatean las humanas que intentan acapararme! —El Diablo se concentró para comunicarse con la mente—. ¿Estás ahí?
—Por supuesto, mi Señor del Mal, te acompañaré cada minuto de esta noche. —El ronroneo erótico de Mary significó para él una caricia en la entrepierna—. Y te aseguro que yo no me aburro para nada porque tienes a Brooke justo donde la querías.
Satanás tenía la certeza de que mediante su guía la perdición de Brooke sería exitosa e inminente. Era una misión de los dos, por primera vez en siglos podía confiar en alguien y compartir la carga. Con Gerberga se había revolcado en el lecho y sacado adelante unos pocos proyectos en común relativos a su venganza, pues este era el único objetivo de la hechicera. Mary, en cambio, se le había entregado por completo en cuerpo y en alma. Y para ella ahora la amistad, el honor y la familia pasaban a un segundo plano.
Al Señor Oscuro le costaba contener los bostezos. Brooke rebosaba sosedad y ni siquiera sentía deseos de enredarse con ella entre las sábanas. Incluir a Mary en la fórmula evitaba que se quedase dormido.
—¿Cómo puedes considerarla tu amiga? Tú eres única y especial, Mary —la halagó, convencido de las palabras—. ¡Brooke es soporífera!
—Mi único y verdadero amigo eres tú, Satanás, además de mi amo y mi señor —lo corrigió la joven enseguida—. ¡Nada es más importante que tú! Por esto me siento feliz de que me hayas incluido en tus planes de hoy y de que me demuestres tanta confianza como para que me entere de primera mano de lo que ocurre entre vosotros dos.
—¡Una confianza más que merecida, Mary, no hay otra como tú! —El Diablo se hallaba convencido de lo que decía—. ¿Y qué consejo me das a partir de lo que has visto hasta ahora?
—Hoy se te echará en los brazos —y con voz firme, agregó—: ¡Cuando esto ocurra no dudes!
—¡Cuánto sacrificio significará! —replicó él con tono cínico—. Pero pondré todo de mí para vencer a Dios y a los ángeles.
—No te preocupes, mi señor, yo te ayudaré —y con tono sugerente, Mary añadió—: Ahora te pido que le quites a Brooke ese primoroso vestido gris azulado que lleva y que recorras su bonito cuerpo con la lengua.
—¿Ahora? —Satanás le siguió el juego—. ¿Me pides que la desnude y que la ponga sobre la mesa delante de todos?
—Si a ti te parece bien, por supuesto que sí. —La noche se volvía más interesante—. Confío en que estés atento y que luego me digas cuál es su sabor. ¿Lo harías para mí?
—La tentación de satisfacerte es muy grande. —El Diablo analizó a los asistentes—. Podría darte el gusto y luego borrarles la memoria.
—¡Te prometo que yo no dejaré de mirar ni un solo segundo! —Lo provocó Mary.
—¡Siempre sabes darle un toque de emoción a lo más tedioso! —Satanás sintió que el cuerpo le burbujeaba por dentro con esa sensación cálida que solo su diablesa le despertaba.
—Te noto distraído. —Brooke les fastidió el momento tierno—. Tienes la mirada fija en mí y pareces perdido en otro mundo.
—Disfruto de tu belleza, amor. —Satanás estiró la mano y le frotó el pelo—. Y tu aroma me embelesa, hueles a moras y a vainilla.
—Gracias por el dato, corazón, Brooke ha cambiado hoy su perfume —le susurró Mary—. Ahora lleva la mano por debajo de la mesa y acaríciale la rodilla.
El Diablo estiró el brazo y permitió que los dedos reptaran por la pierna de la muchacha, hasta llegar al sitio donde su amante le solicitaba.
—Lo que notabas era el esfuerzo por contenerme para no dar un espectáculo aquí, cariño —le acarició frenético la rodilla y le mintió—: ¡No te imaginas cuánto te deseo!
—¿Y quién te pide que te contengas? —lo interrogó Brooke con las pupilas dilatadas.
—¿Entonces te parece bien que te desnude, que te ponga encima de la mesa y que tu cuerpo sea mi manjar? —Verbalizó el pedido de Mary.
—Creo que sería demasiado intenso para mi gusto, preferiría que lo hiciésemos a solas. —Y se mordió el labio inferior—. Podríamos ir a tu habitación o a la mía...
—¿Estás preparada? Porque no deseo asustarte y que me dejes plantado otra vez, dulzura, pretendo ir poco a poco —le replicó Satanás, reacio a acostarse con ella.
—¡Nunca lo volveré a hacer, Stan! —le juró Brooke con pasión.
—Deja las rodillas y sube con la mano hasta el muslo —le solicitó Mary con la voz entrecortada.
Y a Satanás se le revolvieron las hormonas al escuchar la petición de su diablesa. Necesitaba hacerla feliz, darle lo que ella quería. No se le ocurrió pensar que, por segunda vez en su larga existencia, volvía a ser generoso con alguien más.
Notó cómo Brooke temblaba cuando lo puso en práctica. La piel del muslo era tersa y los dedos se le deslizaban sobre ella como si fuese de seda.
—Ahora huele a chocolate derretido. —Compartió la información con Mary.
—Entonces, por favor, revuélvele un poco la taza. —Ella rio a carcajadas.
Satanás permitió que el índice y el mayor se escabulleran dentro de la tanga de Brooke. Para estimularse pensó que esto le haría caer varias alas a Da Mo. Y entró y salió de su intimidad, cada vez con mayor rapidez.
—¿Te quito la ropa y te pongo sobre la mesa? —insistió el Diablo y decidió que haría lo que la joven Payton dispusiera sin tomar en consideración ninguna regla de decoro, pues era el Rey del Infierno y pasaba de ellas.
—¡Vayámonos a la residencia! —gimió Brooke mientras el demonio la hacía llegar al orgasmo ante la vista de todos.
Nadie se percató de lo que ocurría debajo de los vuelos del mantel. La concurrencia se componía de simples mortales, quienes eran incapaces de apreciar la tenue fragancia a sexo que ambos desprendían.
—Te perderías el postre si nos vamos. —El Diablo tenía la secreta esperanza de que dentro de la joven Payton una diablesa se abriese paso.
—Mi postre serás tú, Stan, cuando me hagas el amor en la residencia. —La naturaleza demoníaca del Señor Oscuro le exigía que la hiciera olvidar de los prejuicios y por eso su contestación significaba un fracaso.
—Sé igual de audaz que Petra en Entre dos pasiones y quítate la tanga. —Satanás la pinchó.
—¡¿Te has vuelto loco?! —lo interrogó Brooke con los ojos desorbitados.
—¡Listo, mi amor! ¡Tanga sobre el suelo! —le susurró Mary—. ¿Y qué hago ahora?
—Acuéstate sobre el lecho boca arriba. —Anhelaba hallarse allí en lugar de soportar a la patética mortal—. Y haz lo que tú sabes que me encanta ver.
Y en dirección a la amiga, le ordenó con firmeza:
—Solo hazlo, Brooke. ¡No me vuelvas a decepcionar!
Y ella, muy mortificada, observó alrededor. Cuando constató que todas las personas se encontraban distraídas en sus propias conversaciones, se llevó ambas manos a las caderas y se bajó la ropa interior hasta debajo de los muslos. Enseguida las subió y cruzó los brazos arriba de la mesa. Y luego con uno de los pies hizo caer la tanga hasta que se posó sobre el suelo.
—¡Hecho! —y luego, con las mejillas granate, lo interrogó—: ¿Y qué hago ahora?
—¡Dámela! —Satanás llevó el cuerpo hacia ella y le dio un beso.
La chica se agachó de inmediato, cogió la prenda y se la entregó a Satanás. La contempló sin parpadear y la olió.
—Como te decía, diablesa, huele a chocolate fundido. —El Diablo le participó.
—No te olvides de que yo estoy contigo, cariño. Sé que es duro para ti y que Brooke te resulta insoportable —intervino Mary con su murmullo más sexy—. Recuerda que la besas a ella, pero también a mí. ¡Ponle más ganas! Piensa en el placer que me doy ahora mismo sobre la cama porque tú me lo has pedido.
Al escucharla, volvió a acercar los labios a los de Brooke y los recorrió de forma más apasionada.
—Así me gusta, mi Señor del Mal —y Mary luego le pidió—: Esta noche haz que mi amiga se enloquezca de tanto placer. ¡Gánasela a nuestros enemigos!
—¡Es una tarea tan difícil, diablesa, la que me pides! ¡No me inspira nada, solo fastidio! —Esta era la verdad más absoluta.
—Piensa que cuando regreses yo estaré aquí —le prometió Mary en un murmullo erótico—. Y podemos pedirle a Sheldon que se nos una.
—¿Y qué le solicitarías a Quasimodo? —la interrogó, curioso.
—Que te bese como me besó a mí —y luego Mary le preguntó con voz anhelante—: ¿Me permitirías hacerle esta solicitud?
—¡Por supuesto que sí! —Él se rio—. Sabes que tengo la mente libre de prejuicios. Y que Quasimodo es capaz de tirarse desde el punto más alto del London Eye solo para complacerte.
—Pues imagina lo que viviremos después y ahora vete con Brooke a la residencia. —Su diablesa tomó las riendas de la situación—. Y cuando estés ahí sedúcela sin vacilar. ¡Demuéstrale por qué eres el Emperador del Infierno!
Así que Satanás puso el máximo empeño al llegar a la habitación de la muchacha. A regañadientes, eso sí, pues no le apetecía compartir con ella la cama... Y en el instante en el que Brooke le preguntó si tenía un preservativo y que en caso contrario le daba uno, el demonio se sintió insultado porque ningún ser sobrenatural se contagiaba una enfermedad venérea ni podía transmitirla.
—Hemos tenido tanto precalentamiento durante las funciones que ahora solo me apetece poseerte sin ningún preliminar. —Anhelaba culminar para irse con Mary y Quasimodo.
Además, se sentía muy tonto al imaginarse con el miembro apretujado por la goma, igual que si lo castigasen por haberse portado mal.
—¡Y yo siento lo mismo, cariño! —suspiró Brooke, feliz.
El Diablo le subió la falda sin molestarse, siquiera, en sacarle o en sacarse la ropa. Quería hacerle un rapidito y largarse de allí a las corridas. Solo se desabrochó el pantalón y lo dejó caer a los pies sobre el parqué, pues era más de lo que se merecía la joven Payton. La levantó, enrolló las piernas de la chica alrededor de la cintura y entró en ella sin más trámite, como si le hiciese un favor. «¡Que le den al condón!», pensó irritado.
—¡Ayyy! —gimió Brooke, emocionada al sentir que la llenaba por completo, mientras Satanás la impulsaba con furia, como si la apuñalase con el falo.
—¡Sé paciente, amor! —lo exhortó Mary—. Permite que se corra una y otra vez, que solo pueda pensar en ti. Recuerda que hemos trabajado durante meses para que hoy estemos justo en este punto. ¡Disfruta de la alegría de vencer a nuestros enemigos!
—Odio perder el tiempo con ella si puedo hacer el amor contigo —le confesó el Diablo mientras embestía a Brooke como un poseso—. ¡No la soporto! ¡Es tan irritante y tan egoísta!
Solo gracias a Mary consiguió cumplir el objetivo. Dilató el clímax para producirle más goce, pero por dentro se sentía tan frío como un iceberg.
La recostó sobre la colcha rosa de la cama y ella exclamó:
—¡Ha sido impresionante, Stan, nunca he disfrutado tanto! —Y segundos después cerró los ojos y se quedó dormida.
—Me voy. ¡Qué alivio que acabe esta tortura! —Soltó el aire contenido—. Costó, pero por suerte he dado la talla.
—¡No debes irte, Satanás! —La diablesa lo contuvo y a él se le escapó un gemido angustiado—. Si quieres vengarte de los ángeles tienes que convertirte en el novio de mi amiga. Debes quedarte e invitarla a desayunar por ahí. Luego sácala a dar un paseo, como si fueseis una pareja normal.
—¡Me pides lo imposible! —A Satanás le daba la sensación de que lo habían encadenado en una de las cuevas del Infierno.
—Te pido solo lo que sé que te hará triunfar —murmuró Mary—. ¿Crees que para mí resulta sencillo verte tan angustiado? ¡Necesito acariciarte, consolarte, recordarte cuánto te amo!
—Lo sé, hermosura, y como siempre tienes razón. —Volvió a suspirar—. Todo sea por el bien de nuestra causa. ¡Pero te juro, cielo, que este ha sido el peor polvo de toda mi larga vida!
—Me doy cuenta de que no te hace bien que te acompañe —reflexionó Mary y él largó un quejido—. Desconectaré mi nuevo poder, Satanás. Cuando termines de cumplir con tu deber te espero en casa.
Gracias a la insistencia de su amante y a las clases de actuación, reunió fuerzas para volver a hacerle el amor a Brooke cuando esta se despertó. Y, lo principal, no se le notó lo poco que lo estimulaba y lo reacio que se hallaba, igual que un condenado antes de que lo enviaran al paredón.
La joven Payton se creía irresistible y no sospechaba nada, lucía una sonrisa maravillada como si hubiera descubierto América. Desayunaron en una crepería, mientras se besaban de tanto en tanto como un par de enamorados. Después la llevó al London Eye, a fin de que pudiesen gozar con la vista de la ciudad a los pies. Esto fue lo único que lo satisfizo, pues lo hizo comprender lo libre que se hallaba al estar Danielle confinada en el Antiguo Egipto y todos los ángeles dedicados a traerla de regreso.
Por fortuna a esa hora, las diez y treinta, no había nadie más con ellos en la cabina. Porque Brooke aprovechaba para hacerle arrumacos y para decirle tonterías, tales como:
—¡No te imaginas cuánto te quiero, Stan! ¡Me das tanto! Me haces sentir querida, importante para ti...
Y lo abrazaba mientras le daba besos ardientes en el rostro.
—¡Yo también, cariño! —Aburrido, contaba los minutos que le faltaban para reunirse con Mary.
—¡Qué tiernos los dos! —Desde atrás sonó una voz femenina muy enfadada y celosa—. ¡Sois un par de noviecitos normales! ¡Quién te ha visto y quién te ve!
Se giraron enseguida y Satanás le preguntó a la intrusa:
—¿Qué haces aquí, Astarot?
—¡¿La conoces?! —le preguntó Brooke, perturbada—. ¡¿Cómo es posible que haya llegado hasta aquí si antes no había nadie?!
La diablesa largó una carcajada siniestra. Y, en lugar de responderle, le dio un puñetazo al cristal que los protegía del exterior. Este se partió en millones de diminutas partículas y la brisa les agitó las cabelleras y los llenó de vidrios.
—¡Te juro que no te entiendo! —Astarot analizó a Brooke con desprecio—. No solo te has acostado con ella, sino que la tratas como si fuese tu pareja. ¡Qué bajo has caído, te revuelcas con una simple mortal!... Estuve contigo durante siglos, te serví en hasta el más diminuto capricho y te proporcioné todo el sexo que tu gran apetito exigía. Y disfruté de la experiencia, además, demostré que era digna de ti. ¡¿Y así me lo pagas?! ¡No te entiendo! ¡¿Acaso piensas convertir a esta simplona en tu reina?!
No podía estar más de acuerdo, pero no debía darle la razón por el bien de su cometido.
—¡El que no te entiende soy yo, Astarot! —Satanás se acercó a ella y la amenazó con el índice—. Fuiste tú la que me insultó y luego se fue con las demás rebeldes. ¡¿Y, encima, me reclamas cuando intento seguir adelante y empezar una nueva vida?!
—No comprendo esta conversación —susurró Brooke, chocada, como si se hallase en medio de una pesadilla.
—¡Pronto entenderás, mortal! —Astarot cogió a Brooke Payton por el brazo y como si fuese una pluma la arrastró del otro lado de los restos de cristal, sin importarle que se cortara durante el proceso—. ¿Entiendes por qué debes morir, humana simplona? —Y permitió que la muchacha se balancease sobre el vacío y que se le escurriera hasta que solo la sujetase de la mano.
Satanás, inmóvil, las observaba. Dudaba entre intervenir o permitir que Astarot matara a Brooke para que lo liberase así del tedio.
—¿No dices nada, mi señor? —se burló la diablesa—. Sería interesante que me dieras alguna explicación antes de que el cuerpo de tu novia se estrelle contra el suelo. ¿Crees que si la suelto desde aquí, a casi cien metros, quedará algún trocito de ella?
El Diablo tuvo ganas de aplaudirla. ¡Quién imaginaría que la ayuda le llegaría por este lado!
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