Capítulo 12. El Señor del Caos.⛧

«La vida es la gran satisfacción de las pasiones. La muerte es la gran abstinencia. Por lo tanto, sácale el mayor provecho a la vida, ¡aquí y ahora!»

La biblia satánica.

Anton Szandor LaVey

(1930-1997).

—¡Hola, Stan! —Victoria saludó al Diablo mientras pasaba con Quasimodo por delante de ella—. ¡Qué guapo estás hoy!

—¡Y tú también, cariño, te veo deslumbrante! —Satanás le acarició el rostro como modo de agradecimiento—. ¡Pronto tendremos que salir juntos!

—¡Cuando tú digas! —aceptó la chica a punto de babear.

     Apenas tres pasos después se les acercó un grupo de muchachas.

—¡No te imaginas cuánto amamos tu obra, Stan! —Miriam, la líder, le efectuó una coqueta caída de ojos—. ¡Vamos a todas las funciones!

—Pues anotadme vuestros números de teléfono que en cualquier momento os llamo para daros una función privada —les prometió Satanás de manera insinuante.

     Porque por las miradas le indicaban que estaban enamoradas de él más que de Entre dos pasiones. Así que le dio un fuerte abrazo a cada una para premiarlas por el comentario. Pensó que, de este modo, se aseguraba de tenerlas como público entregado hasta que saliese de cartel. Y, lo principal, contaba con ellas como posibles compañeras de orgía con las que aleccionar a Mary.

     Cuando se alejaron, el Señor Oscuro se vanaglorió:

—¿Adviertes, Sheldon, cómo la situación ha vuelto a la normalidad? Se mueren por mí y por mi gigantesco falo. ¡Y eso que no he utilizado la hipnosis!

—Por supuesto, amo Stan, su presencia siempre ha sido magnética. —Quasimodo asintió vehemente con la cabeza—. ¡Estaba seguro de que usted pronto recuperaría sus poderes!

—¡No me hables de usted ni me digas amo, papanatas! —lo regañó el Diablo por lo bajo, mordía las palabras—. ¡Recuerda el motivo por el que estamos aquí!

—¡Lo siento, am...digo S...tan! —se apresuró a disculparse, tartamudeaba porque a punto estuvo de cometer un nuevo lapsus.

     Satanás consideró que debió mantenerlo distanciado unos meses más, pues ahora no le resultaba imprescindible. Con la excusa de que tenía que ejecutar importantes misiones lo había alejado para evitar que el engendro con rostro reciclado le comiese terreno dentro de la London Academy of Music and Dramatic Art. Y, por supuesto, para dedicarle el tiempo a Mary sin que rondara por ahí con cara de perrito apaleado como si le hubiese robado a la esposa de toda la vida.

     Reflexionó —de nuevo— que sus facultades habían mermado por la depresión y no por haber sido vencido por la bruja de Da Mo. Mientras se hallaba desmoralizado, abatido y humillado se había olvidado de que hacer el mal era su obligación y la fuente del inagotable poder.

     Al retomar las costumbres habituales sentía que su esencia se compactaba y que los pequeños trozos que se hallaban dispersos por culpa de la melancolía se unían. Y el aroma a azufre se hacía más intenso también. E, inclusive, su «yo» se solidificaba de tal forma que la derrota se convertía en una victoria, pues lo transformaba en un ser sobrenatural muchísimo más fuerte. Encima, su némesis se hallaba perdida en el Antiguo Egipto y los ángeles revoloteaban como mariposas sin cabeza para devolverla al presente. Londres era solo suyo.

—¡Hola, compañero de aventuras! —Brooke salió del salón y lo cogió del brazo para caminar aferrada a él en la misma dirección—. ¿Preparado para la función de mañana?

—¡Por supuesto, belleza, yo siempre estoy preparado para todo! —le musitó Satanás con voz sensual en el oído.

     Mientras le sonreía a la joven, un grupo de chicas se acercó a él con las libretas preparadas para que se las autografiara. Lo contemplaban tan extasiadas que no se atrevían a hablar.

—¡Mañana os veo en el teatro, hermosuras, ya sabéis que para mí sois especiales! —les susurró con tono sugerente y ellas se derritieron, en especial cuando le dio un beso a cada una en la mejilla.

—¿No te parece que te pasas, Stan? —La entonación de Brooke sonaba irónica—. Cualquiera al verte diría que te crees una estrella de Broadway. —El Diablo lanzó una carcajada.

—No estés celosa, cariño, ya te solicitarán autógrafos también a ti.

     Una vez más se hacía el distraído, como si no comprendiese que lo que la molestaba era que todas las mujeres se volviesen locas por él. «¡¿Crees, sosa mujer, que soy de tu propiedad?!», pensó y efectuó una mueca.

—Es que me resulta inexplicable que no te canses de que vayan detrás de ti todo el tiempo como si fuesen moscas —comentó Brooke, despectiva.

—A nadie le amarga un dulce. Como puedes apreciar, me lastimó mucho tu rechazo. Y ahora me consuelo con las bellezas que me rodean para que mi cama nunca esté vacía. —Satanás se hizo el dolido—. El sexo variado resulta siempre la mejor terapia.

     Quasimodo era tan solo una silenciosa presencia, pues se mantenía al margen del rifirrafe entre su jefe y la humana.

—Me he disculpado varias veces contigo, Stan —se lamentó Brooke mientras traspasaban el acceso al salón de la próxima materia, con un gemido tan molesto que le machacó los tímpanos—. ¡¿Me lo recordarás siempre?!

—Tú me preguntas y yo te respondo —pronunció el demonio con dureza en tanto tomaba asiento junto a ella—. Lo que no puedes pretender es que finja que nada pasó y que me olvide de todo.

—O sea que no me volverás a pedir que salgamos juntos. —Y frunció el entrecejo.

—Pues no, si te soy sincero. —El Señor del Mal se alzó de hombros—. No me gusta ser el segundo plato de nadie y tú todavía estás colada por tu ex.

—Pero ahora no es lo mismo que antes. —Y lo cogió de la mano.

—El día del estreno admitiste que todavía estabas pillada por Adley, así que no me mientas. —Satanás puso cara de incredulidad y se soltó con rapidez—. No entiendo qué puede haber cambiado.

—¿Sabes lo que pienso, Stan? —Brooke chasqueó la lengua, una costumbre que desesperaba al Diablo—. Que eres una persona demasiado rencorosa.

—Prefiero ser rencoroso a que me tomen por imbécil —le replicó Satanás y así puso fin a la conversación, ya que el profesor Archer acababa de hacer acto de presencia.

      Por fortuna desde que el demonio había materializado las fantasías del profesor este parecía otro. Para empezar había cambiado sus aburridos trajes de funcionario público por jeans y por camisas modernas en tono zafiro, que combinaban a la perfección con el color de los ojos... Y que más atraían a los alumnos veinteañeros. Había dejado de dar las clases con la voz monótona y malhumorada y ahora hasta eran entretenidas. Satanás consideró que debía pasarle la factura, ya que gracias a él el catedrático tenía una vida social mucho más intensa que antes.

—Hoy nos referiremos a la actuación en el cine. —Y con un rotulador azul fosforescente escribió sobre la pizarra la palabra cine en mayúsculas—. En el teatro una obra puede repetirse durante cientos de funciones e incluso por muchos años. Pero en lo referente al cine hablamos de un detalle que es más trascendente aún. Me refiero a que capturamos el instante, grabamos un momento de la vida y lo convertimos en inmortal. —Se detuvo para que el concepto calara hondo entre los estudiantes—. Reflexionad: ¿cuántas veces vemos películas con actores que han muerto? —Archer observó los rostros concentrados mientras les planteaba el concepto—. Por eso resulta crucial que asumamos el papel determinante y la relevancia que tenemos cada uno de nosotros en nuestra labor de actores. El desafío, aquí, no es el público como en el teatro, pues la actuación se mediatiza por la cámara. El reto, entonces, lo constituye este dispositivo. Hay actores que se bloquean ante la cámara. ¿Cuál es mi recomendación? Que os olvidéis, que solo penséis en vuestros compañeros y en el director.

     Volvió a efectuar una pausa para estudiarlos uno a uno. No pudo evitar sonreír cuando en el barrido general sus ojos chocaron con los de Satanás.

—Es necesario que la cámara capte no solo las palabras, sino el lenguaje corporal preciso que marca el guion —y luego Archer agregó—: Porque ese instante es irrepetible y permanecerá para siempre. Una mala actuación en el teatro se olvida, pero el filme estará ahí para recordárnoslo por los siglos de los siglos.

—O sea —Rick interrumpió al profesor—, debemos tener presente que la cámara está ahí para producir los gestos correctos, pero al mismo tiempo fingir que no lo está.

—¡Exacto! —y después el profesor añadió—: No solo debes estar pendiente de lo que tú expresas de acuerdo con el libreto, sino que también debes prestar atención a los diálogos pautados que tienes con otros actores. Es una dura prueba porque las escenas no suelen salir a la primera. Hay que contar con mucha resistencia y con una gran paciencia cuando el director requiere que se graben una y otra vez.

     Un par de horas más tarde, ya en su habitación de la residencia y sentado sobre el sofá, Satanás le confesó a Mary:

—Deseaba estar a solas contigo, mi diablesa.

—¿Dime, corazón, eres real? —La joven lo abrazó—. ¡Porque aún no me creo que también me extrañes!

—Créeme, hermosura, soy lo más real que has tenido y lo más real que tendrás. ¡Jamás te mentiré! —Jugó con sus labios y logró conmoverla.

—Y yo, cariño, también siempre te diré la verdad. —Mary le hizo un guiño pícaro mientras se le sentaba sobre la falda—. Por eso te confieso que si hubieras traído a varias de las chicas que te perseguían hoy por la academia tampoco me hubiese quejado, nos montaríamos una fiesta.

—¡Ay, pillina! —El demonio se carcajeó—. ¡Te atrae todo lo novedoso!

—Sí, me pasó igual el otro día con Adley. Me sentí la reina de la vida y de la muerte. —Mary le echó los brazos al cuello—. Lamento haber vacilado, no te merecías mis dudas. Te prometo que la próxima vez mataré cuando me lo pidas y sin hacer ninguna pregunta.

—No es necesario que te recrimines, Mary, lo bordaste. —Le recorrió la boca con la lengua—. El ex de Brooke ahora descansa bajo el mar y le sirve de comida a los peces gracias a ti.

     La chica lo cogió de la mano y lo guio hasta el lecho. Una vez allí hizo que se acostase boca arriba y se le puso a horcajadas, de modo que las partes íntimas de ambos se rozaran.

—Ahora que te tengo como anhelaba dime, Satanás, por qué querías estar a solas conmigo —le susurró Mary en el oído, en tanto le frotaba el pecho con los senos.

     El demonio llevó las palmas hacia ellos, y, con voz ronca, se sinceró:

—Porque solo tú sabes lo que me gusta, diablesa, y me acompañas en cada pequeña aventura. Es más, te prometo que algún día Brooke compartirá esta cama con nosotros y que ganaremos su alma. Sé que desde que comenzaron los ensayos de la obra la deseas. ¿Me crees cuando te digo que satisfaré todos tus anhelos, por más complicados que estos sean?

—Por supuesto que te creo, eres mi Señor del Mal, sé que si me lo prometes así será —aceptó la muchacha, ciega en su devoción por él.

     Y empezó a desabrocharle la camisa mientras le lamía —apasionada— la boca. Luego se la recorrió con la lengua, en medio de un frenesí incontenible.

—Esto es lo que más me agrada de ti, Mary, que siempre crees en mí. —Satanás le succionó el pezón por encima de la blusa.

     Le frotaba el cuerpo y le dejaba un rastro de calor intenso y de azufre. Primero le masajeó, con fervor, las caderas. Luego llevó la mano hasta la entrepierna y le dio placer con los dedos por encima del pantalón de lino.

—Volviendo al tema de Brooke, cariño, creo que es hora de que...

     Pero Mary no pudo continuar porque la puerta se abrió en esos instantes y entró Quasimodo. El sirviente se quedó paralizado ante la escena y no sabía cómo actuar.

—¡Pasa, atontado, que con la puerta abierta cualquiera nos puede ver! —le ordenó y el criado enseguida obedeció—. No tengo ganas de perder el tiempo borrando memorias.

—¿No prefiere que me vaya, amo? —Se notaba que se sentía muy incómodo, pues al mismo tiempo le echaba miradas ansiosas a la muchacha.

—No, Quasimodo, ven aquí. —Se quitó las piernas de Mary de encima del cuerpo.

     Ambos permanecían estáticos sobre el lecho mientras el otro ser se acercaba.

—¿Desea que les sirva una copa, amo, o que les traiga de comer? —Miraba en todas las direcciones menos a ellos dos—. O quizá prefiera que limpie la habitación.

—No, Quasimodo. Como puedes apreciar nos hallábamos ocupados en una importante tarea cuando nos has interrumpido. —Y el Diablo se rio con ganas—. Intentábamos mantener sexo.

—¡Lo siento, amo! —Quasimodo se prosternó sobre el suelo—. ¡Acepto cualquier castigo que usted me imponga!

      Mary no lo pudo evitar y largó una risa nerviosa.

—¿Siempre es así, tan servil? —le preguntó a Satanás, desconcertada.

—Siempre —y luego el Diablo le pidió a Quasimodo—: Deja de hacer el payaso ahora mismo. ¡Ponte de pie de una vez y ven aquí! —Y el sirviente caminó los pocos pasos que restaban hasta llegar donde se hallaban ambos.

—Siempre —repitió Satanás: se paró y se colocó al lado de Quasimodo—. Aunque el que ves aquí es mi creación. Antes era horrendo, pero yo le regalé este hermoso rostro por toda la eternidad. —Le deslizó el índice a lo largo de la frente y siguió por la bella nariz hasta llegar a los labios; después se los delineó como si fuese una obra de arte elaborada por él—. ¿Digo la verdad o miento?

—¡Por supuesto, amo, es una verdad como un templo! —y, en dirección a Mary, con timidez agregó—: Antes no podía mirarme en un espejo, me asustaba con mi imagen.

     Se notaba que la joven se encontraba muy asombrada. Pese a que Satanás contaba con inmensos poderes, jamás se había planteado que fuese capaz de engañar de esta forma a la naturaleza.

—Y tenía una joroba descomunal aquí. —Le pasó al sirviente la mano por la espalda—. Exactamente en este sitio. Quítate la camisa, Quasimodo, para mostrarle cómo eres ahora.

—¿Por eso lo llamas Quasimodo? —inquirió Mary—. ¿Por el Jorobado de Notre Dame?

—Por supuesto, pero con cariño. —El Diablo sonrió—. Aunque no lo parezca le tengo mucho aprecio.

     Mientras, el otro ser se sacaba la prenda tal como le había pedido. Pudieron contemplar los bíceps esculpidos a la perfección y el torso musculado, igual que si se pasara la jornada completa en el gimnasio.

—¡Es increíble cómo te ha quedado! —Mary se le acercó y le pasó las manos a la altura de las costillas y por el cuello robusto de deportista—. Imagino que has podido hacerlo porque es sobrenatural, no sería posible efectuar una transformación similar en un humano.

—¿Qué es lo que te gustaría cambiar de tu cuerpo? —Satanás pilló al vuelo por dónde iban los tiros—. Podría hacerlo también con un mortal, pero te recuerdo que tú estás en plena transformación como diablesa.

—¿Qué pretendo cambiar? Es obvio: mis senos son pequeños. Siempre quise tenerlos más voluminosos y me daba miedo pasar por una operación estética —repuso ella enseguida y sin dudar.

—¡Considéralo hecho! —Satanás volvió a carcajearse—. No me opongo. Los tienes hermosos, pero un poco más grandes nos darán más juego en el escenario. ¡Imagina las caras de las personas del público cuando te contemplen tan voluptuosa!

     El Señor Oscuro le clavó la vista en los senos y colocó las manos en vertical. Poco a poco Mary sintió cómo le crecían, igual que un par de melones al madurar. Quasimodo observaba fascinado cómo la blusa de la chica —de material elástico— poco a poco se estiraba. Hasta que llegó un momento en el que no dio más de sí y se rajó.

     Se hincharon hasta que el demonio bajó los brazos e indicó:

—No más, serían una exageración y te molestarían.

     Ella, incrédula, se los acariciaba como si le costara convencerse. Los apretaba con entusiasmo y los consideraba el mejor regalo de entre todos los que había recibido a lo largo de la vida.

—Hazme un favor, Quasimodo, acércate más a Mary y comprueba si se sienten naturales —le ordenó Satanás.

     El sirviente enseguida caminó hasta la muchacha y los miró de refilón por encima de la blusa rota.

—Sí, amo, lucen perfectos.

     Satanás se llevó la palma a la frente y lanzó un audible suspiro.

—¡Quasimodo, no seas atontado! —Satanás lo riñó con tono tierno—. Quítale la blusa a Mary, primero, y luego masajéalos, pálpalos, comprueba si se sienten naturales al roce.

     El criado, obediente, se puso frente a la joven y la contempló con rostro de pedirle disculpas. Luego le retiró la ropa, tal como su jefe le pedía, y muy sonrojado se los tocó con timidez.

—Sí, amo, se sienten naturales. —Ahora se hallaba colorado como un tomate porque Mary le sonreía—. Aunque nunca he estado con una mujer así que igual puedo equivocarme, no tengo con qué compararlos.

     Mary lo observó, asombrada, mientras Satanás lo regañaba:

—¡Parece que tuvieras quince años en lugar de cien! Así no, Quasimodo, quítale primero el sujetador. Además, como puedes apreciar, está roto también. De paso le haces a Mary un favor.

—Lo siento.

—No lo sientas, Quasimodo, de verdad nos haces un favor. —El Diablo contuvo la risa que le pugnaba por salir—. Satanás y yo necesitamos una opinión objetiva.

     Al sirviente le costó unos segundos descubrir cómo funcionaba el sistema de apertura del pequeño corsé. Parecía que batallaba contra algo o contra alguien en la espalda de Mary. Cuando lo desprendió se lo quitó despacio y lo puso sobre la cama. Luego llevó las manos hacia los pechos y se los apretó.

—Sí, amo, se sienten muy naturales —indicó Quasimodo, cortado—. Están blanditos.

—Mejor ponte delante de Mary y míralos también, no basta con solo tocarlos. Debes utilizar todos los sentidos. —Satanás intentaba mantenerse serio—. No seas tímido, Quasimodo, no tengas vergüenza. Mary y yo agradecemos tu opinión.

     Y él —cada vez más mortificado— se puso frente a la chica. Primero miró hacia el suelo y poco a poco subió la cabeza, para al final clavar la mirada sobre los senos.

—Sí, amo, se ven perfectos. —Y efectuó un gesto afirmativo.

—Míralos y tócalos al mismo tiempo, Quasimodo —insistió Satanás—. ¡No me hagas repetir lo mismo una y otra vez!

     Y él hizo lo que le pedía. Ahora se hallaba de color granate y parecía en estado de ebullición.

—¿Te gusta tocarlos, Quasimodo? —inquirió el demonio—. ¿Ese es el problema, que no me quieres ser desleal al sentir algo por Mary?

     Y él, afligido, admitió:

—Sí, amo, lo siento. Ahora que Mary es suya le prometo que no tendré con ella ningún pensamiento que lo pueda ofender.

—Lo sé, Quasimodo, soy consciente de que siempre te comportas. —Y el Diablo le pasó la mano por el pelo—. Y sabes, también, que yo soy generoso contigo.

—Mucho, amo, lo sé —admitió el sirviente enseguida.

—Pues bésalos y comprueba si con la boca se sienten naturales. —Hablaba pausado mientras caminaba hacia el lecho y se sentaba—. Salvo que me digas que estás incómodo y que no te gusta tocar a Mary, por supuesto. Si es así puedes abandonar la habitación ahora mismo y dejarnos a solas para que nos demos placer.

—Si a usted le parece bien, amo, a mí también —y luego le confesó—: ¡Mary me gusta muchísimo!

—Tú también me gustas, Sheldon. —Ella lo miró a los ojos—. Que Satanás sea para mí lo primero y lo más hermoso que hay en este mundo, no significa que no pueda decirte que tú eres muy guapo.

—Y para mí también mi amo es lo primero, Mary. —Quasimodo llevó los labios hasta la zona y succionó primero un pezón y luego el otro.

     Los miró maravillado cuando constató que se erguían como si su tacto les agradara.

—Sé que es tu primera vez, Quasimodo. —Y el Diablo rio—. ¿Te agradó besar a Mary así?

—¡Mucho, amo! —se separó de la joven y añadió—: ¡Gracias!

—¿Te he pedido que te apartaras de ella, Quasimodo? —lo interrogó Satanás, condescendiente—. ¿Te gustaría seguir?

—¡Por supuesto, amo! —exclamó feliz y después agregó—: Siempre que Mary esté de acuerdo.

—No necesito preguntárselo, Quasimodo, sé que Mary lo disfruta, la conozco muy bien. —El lanzó una risotada.

—¡Es cierto, Sheldon! —Se aproximó a Quasimodo y lo besó sobre los labios.

     El sirviente, tímido, no sabía cómo reaccionar. Pero Mary lo ayudó a romper el bloqueo que su inexperiencia le provocaba. Lo guio y él imitó los movimientos de la lengua. Mantenía los brazos a los costados, como si no se atreviera a abrazarla por temor a molestar a su jefe. Así que la joven los cogió y se los puso alrededor de la cintura, en tanto profundizaba el beso y rozaba los senos contra él.

—¡Sí que se sienten naturales cuando los paso sobre tu pecho! —le susurró Mary para alentarlo.

—Dime, Quasimodo, ¿disfrutas con la cercanía de Mary? —le preguntó Satanás.

—¡Mucho, amo! —dirigió la vista hacia él y lo interrogó de inmediato—: ¿Desea que pare?

—No, Quasimodo, sigue. —El Diablo efectuó un gesto con la mano—. Ahora sé bueno y hazme un favor. Retírale el pantalón a Mary, aquí hace calor. —Lanzó una risa y se acomodó sobre los almohadones—. No puedo permitirme el lujo de tener un demonio tan inexperto en el Infierno. ¡Sería el hazmerreír!

     Quasimodo se lo desabotonó y le bajó la cremallera. Luego se arrodilló ante ella para quitárselo. Se veía muy atractivo con la cara reluciente de felicidad. Y los ojos grises le brillaban y contrastaban con la cabellera negra.

—Ahora que puedes verla mejor, Quasimodo, ¿Mary te parece hermosa? —lo interrogó Satanás.

—Muy hermosa, amo, tiene cara de princesa y cuerpo de muñeca —le respondió este enseguida—. Me parece un sueño tenerla así, después de haberla visto tantas veces desnuda sobre el escenario.

—Gracias, Sheldon. —La joven le acarició la cabeza.

—Pues ya que estás a sus pies, si te apetece, quítale la tanga. —Satanás volvió a contener la risa—. ¿Te gustaría o es demasiado pedir? Primero, Mary, gira sobre ti misma para que vea qué bien te queda. ¿Se la quitarás, Quasimodo, o te niegas?

—¡Por supuesto que lo haré, amo! —Y por el rostro se notaba que creía que alucinaba.

     Mary rio y efectuó lo que su amante le solicitaba. Le dio la espalda a Quasimodo y movió las caderas como si bailase reggaetón. Y se refregó contra él al bajar hasta casi rozar el suelo.

—¿Puedo tocarla, amo? —le preguntó Quasimodo, con los glúteos de la diablesa a la altura de la nariz.

—Por supuesto, Quasimodo, hoy puedes tocar todo lo que te apetezca. —Se comportaba con extrema generosidad—. Como te he dicho antes, es un pecado que seas tan inocente. ¡Un demonio centenario que todavía no se ha encamado con nadie! He sido demasiado negligente contigo.

     Y el sirviente le llevó las manos hasta el trasero y lo apretó con suavidad. Disfrutaba con la textura satinada de la piel de la muchacha y con el aroma floral de su perfume. Pasó la cara por la zona y la rozó con la barba incipiente. Y le produjo estremecimientos. Luego le quitó, pausado, la tanga, en tanto Mary se inclinaba un poco. Quasimodo parecía hipnotizado, igual que si le costara despertar de un sueño.

     A continuación Mary se irguió y volvió a girar sobre sí misma, de modo tal que le restregó el pubis contra la cara. Él —sin poder controlarse— le dio pequeños besos sobre la mata de vello con forma de corazón, que además de estimularla le producían ternura. Se advertía con claridad que no tenía ni idea de qué hacer y de que solo seguía su instinto, pues luego le recorrió con la lengua los muslos y después de nuevo se la pasó por el monte de Venus, un poco perdido.

—Ahora, Mary, ven y acuéstate aquí a mi lado en la cama —le pidió Satanás y soltó un suspiro.

     Quasimodo retiró los dedos de ella y la contempló mientras caminaba desnuda. Y pensó que parecía una diosa. Se quedó a la expectativa sin saber qué se esperaba de él.

     La muchacha se subió al lecho y apoyó la cabeza sobre un almohadón que le entregó Satanás, con los pies sobre la colcha y las rodillas un poco separadas.

—¿Qué hago, amo? —preguntó Quasimodo con mirada anhelante.

—Quitarte la ropa, por supuesto. —Volvió a guiarlo el Señor del Mal—. Salvo que te hayas aburrido y que prefieras abandonar esta habitación.

—¡Claro que no, amo, si me lo permite deseo seguir aquí! —chilló al instante.

     Se retiró el pantalón con prisas. Y luego se quedó así, parado.

—Retírate el bóxer, Sheldon —le pidió Mary con un suspiro—. Quiero verte.

—Con lentitud, Quasimodo —lo exhortó el Diablo—. Haz que Mary te desee más.

     El criado, obediente, se lo bajó en cámara lenta hasta que la prenda se posó sobre el suelo.

—Tu señor fue generoso también con el tamaño. —A Mary se le hacía agua la boca.

—El tamaño venía de fábrica, solo le mejoré la apariencia. —Satanás largó una risotada al comprobar la enorme erección de Quasimodo—. ¡Sí que te gusta Mary, engendro!

—¡Sí, amo, me gusta muchísimo! —y luego le confesó—: Pero no sé qué hacer con ella ahora.

—¿Qué te pide el instinto, Quasimodo, a pesar de tu inocencia? —le preguntó, curioso—. Recuerda que soy el Diablo y que puedo concederte lo que tú me solicites. ¡Soy el Señor del Caos, el que todo lo revierte!

—Quiero entrar en ella ahora mismo. —Y se miró el miembro.

—Pues hazlo, Quasimodo, nadie te lo impide —lo invitó Satanás y le colocó a Mary otro almohadón debajo de las caderas.

—¿Puedo, Mary? —le preguntó el criado mientras se acercaba a ella.

—¡Claro que sí, Sheldon! —gimió la joven.

     Quasimodo se subió al lecho y la contempló con admiración. Ella lo sujetó con dulzura por el falo y lo guio hasta el centro de su ser.

—Ahora, Quasimodo, poséela con lentitud y hasta el fondo. Al principio muy despacio, contente —le indicó Satanás—. Imaginad que soy el director de la película y vosotros dos los protagonistas.

     Y el sirviente le hizo caso, pese a que las entrañas le pedían acometer una y otra vez contra Mary para liberarse del fuego que lo abrasaba.

—Muy bien, así se hace... Ahora suéltate un poco y luego haz lo que te pide el cuerpo. Recuerda que somos demonios y que nuestra obligación es dejarnos arrasar por nuestros instintos más básicos. ¡Libérate, Quasimodo!

     Y empezó a entrar y salir de Mary cada vez más rápido. Gozaba con el perfume del sexo, con el olor a azufre de Satanás —más penetrante con el paso de los minutos—, con el gorgoteo que se escuchaba en tanto se acoplaban y con el sonido de las carnes al chocarse.

     Frenético, Quasimodo perdió la noción de dónde se hallaba. Solo podía pensar en que el principio y el fin del universo era la entrada a la intimidad de Mary, que lo ceñía con verdadero deseo. Y lo anhelaba a él, que poco tiempo antes solo era un monstruo que producía rechazo.

     Satanás percibió cada uno de los pensamientos inconexos de Quasimodo. Y comprendió, sorprendido, que tenía un gesto de benevolencia con el sirviente para premiar su leal dedicación.

—Estás a punto de llegar al clímax —lo previno al apreciar cómo los músculos se le contraían—. Si no quieres acabar ya y prefieres seguir jugando es mejor que salgas ahora. Como tú quieras.

     Quasimodo salió de Mary con un esfuerzo sobrehumano.

—¿Y qué hago ahora? —le preguntó, expectante y con la piel estremecida.

—Pon las piernas alrededor de la cabeza de Mary y mira hacia mí —le explicó Satanás, pausado—. Ella sabrá qué hacer contigo.

—Antes de que esta maravillosa experiencia me haga olvidarme de hasta cómo me llamo —los cortó la joven—, creo que es hora de que vayas a por Brooke. Era lo que te decía cuando Sheldon llegó.

     Bajo la incrédula mirada del sirviente Satanás poseyóa Mary, estimulado por el comentario. Entre los tres conseguían lo que el profesorArcher les había enseñado, inmortalizar un momento único. Y podríanvisualizarlo todas las veces que quisieran porque lo había grabado.


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