Capítulo 10. El estreno.⛧

«¿No es el "deseo lujurioso y camal" un término más veraz para definir al "amor" cuando lo aplicamos a la propagación de la especie?»

La biblia satánica.

Anton Szandor LaVey

(1930-1997).

Durante dos meses los ensayos de Entre dos pasiones  fueron tan intensos que Brooke terminaba con los labios enrojecidos de tanto besar a Satanás. Y con las manos doloridas de acariciarlo tal y como el profesor Melrose —el director de escena— le solicitaba.

     Cada vez representaban mejor la obra y se consolidaban como pareja teatral, aunque en lo personal no se había verificado el menor avance. Sin embargo, Satanás sabía que los temblores que provocaba en la muchacha eran de puro deleite y para nada fingidos. Había momentos, inclusive, en los que ambos se dejaban llevar, se sustraían del guion y se olvidaban de la presencia del resto de compañeros... Hasta que los aplausos frenéticos del público de la academia los traían de regreso al presente.

     El día anterior al estreno dieron por terminadas las pruebas —después de eternas horas de últimos preparativos— y los actores a modo de despedida se desearon «¡rómpete una pierna!»[*].

     A continuación Brooke se acercó al demonio y lo tanteaba con la mirada. Él hablaba por el móvil y colgó al verla llegar.

     La joven le pidió:

—¿Tienes que irte ahora? Me gustaría repasar contigo algunas escenas.

—Lo siento, he quedado con alguien. —Seguía el consejo de Mary de hacerse el difícil.

—No me has invitado más a salir, Stan. —En los ojos de Brooke se palpaba la inquietud.

—No es extraño, ¿verdad? —y luego Satanás agregó con desparpajo—: Ten en cuenta que en la única ocasión que fuimos de fiesta me dejaste plantado.

     El Diablo comprendió que la estrategia diseñada por su amante —quien insistía en que permitiera que su amiga tomase la iniciativa— era la más indicada. Había tenido ciertos reparos en aceptar el plan, pero debía reconocer que Brooke era igual que el perro del hortelano, no comía ni dejaba comer.

—Lo siento, fue muy descortés de mi parte irme sin saludarte. —La chica asintió con la cabeza.

     Aunque más desconsiderado todavía había sido encerrarse en el servicio para disfrutar del sexo con Mary y poseerla de todas las maneras posibles, Satanás tuvo la osadía de decir:

—Muy descortés, tienes toda la razón.

—¿Y por eso no aceptarás ensayar hoy un poco más conmigo? —Brooke puso cara de súplica—. No te pido una cita.

—Lo siento, he quedado con alguien y yo me tomo muy en serio los compromisos —luego Satanás sonrió y añadió—: Ya sabes, siempre puedes cumplir con la tradición de todo actor: duerme con el guion debajo de la almohada y el papel se te quedará más fácil.

—¡Qué gracioso! —Chasqueó la lengua—. Y luego le solicito al profesor Melrose que me quite del vestuario el vestido amarillo de la penúltima escena. No vaya a ser que, al igual que Molière, por usarlo me muera después del estreno de la obra. —Brooke lanzó una carcajada—. ¡Y por favor, ocúpate de que nadie apague las luces del escenario! Que igual se nos aparecen los espectros que hay aquí escondidos y nos arruinan el estreno.

—¿No crees en las tradiciones de los actores? —se indignó Satanás—. ¿Ni tampoco en la existencia de fantasmas?

—No, Stan, solo creo en lo que puedo ver. —Y la joven se le acercó más.

     Esta afirmación, además de enfadarlo, lo sorprendió. La otra protegida de Da Mo, Danielle, había obtenido la fama por ser una médium reconocida. Se preguntó de nuevo qué le veían de especial a Brooke, pues para él era insignificante.

—¿Y en el Cielo y en el Infierno crees? —le preguntó Satanás con curiosidad.

—Soy agnóstica en cuanto a religión —y con una sonrisa irónica le confesó—: Pero estoy convencida de que el Infierno es una invención de los padres para asustar a los niños y que coman la comida.

—¡Uy, cuánta valentía! —El Señor del Mal soltó una carcajada—. ¿Y no temes que el Diablo te escuche, se lo tome como un reto y decida darte una lección que nunca olvides? ¡Acabas de desafiarlo!

—Quizá le temiera un poco si existiese —Brooke se rio—. Pero como es un cuento chino es difícil que me dañe.

     El demonio se sintió tocado en el amor propio, consideraba que la joven lo volvía a ningunear. No obstante, se contuvo de revelarse ante ella porque resultaba más fácil tentar a alguien que negaba su existencia. Este nuevo insulto lo convenció de que la caída en el abismo de Brooke Payton debía ser contundente, extrema y sin posibilidad de redención. Debía reclutarla y ordenarle que se postrara a sus pies, con la única finalidad de servirlo por toda la eternidad. Era una simple humana sin poderes y jamás se le ocurriría proporcionarle la misma oportunidad que a Mary de ser su consejera y casi su igual, la diferencia entre las dos mujeres saltaba a la vista.

     Antes de que pudiese continuar por estos derroteros, Brooke le preguntó:

—¿Alguna vez has interpretado la obra escocesa?

     Satanás volvió a carcajearse, y, con ironía, se burló:

—Resulta curioso. No crees en las supersticiones, pero no te animas a pronunciar el nombre de la obra de Shakespeare.

—¡Macbeth, Macbeth, Macbeth! ¡Ya ves, Stan, no tengo miedo! —Brooke se rio y le sacó la lengua—. ¡Brujas, os desafío! Pronuncio el nombre de la obra maldita. ¡No temo que la hayáis condenado porque Shakespeare os robó y puso en ella vuestros conjuros y vuestras maldiciones!

     Al verla tan divertida, como si su temeridad fuese una simple broma, se percató de que carecía de sentido común. Él sabía de primera mano la autenticidad de los acontecimientos y del peligro. Conocía a las hechiceras y a las brujas que se habían encargado en mil seiscientos seis —fecha del estreno de la obra— de que el actor que representaba a lady Macbeth cayera enfermo sobre unas cajas, igual que si un rayo lo hubiese fulminado. Y función tras función se encargaban de que algo malévolo sucediera.

—Ya sabes lo que tienes que hacer ahora, jovencita, al haber pronunciado la palabra maldita —y a continuación el Diablo le recordó el ritual que seguían en el mundillo teatral cuando la mencionaban debido a un lapsus—: Sal, escupe en el suelo, gira tres veces sobre ti misma y vuelve a entrar. Deberás repetirlo en tres ocasiones porque has pronunciado la palabra tres veces.

—¡No lo haré, no soy supersticiosa! —Brooke levantó los brazos hacia el cielo—. ¡Me niego a creer en estas tonterías!

—Debo reconocer que me lo paso bien contigo, colega, pero no dejaré abandonada a mi cita romántica. ¡Me espera una noche muy movidita! —Le dio un simple golpecito en el hombro como despedida—. Adiós, nos vemos mañana. —Y por la mirada incrédula que le lanzó Brooke notó que estaba acostumbrada a ser el centro de atención y que no era frecuente que prefiriesen a otra.

     El día del estreno las emociones se hallaban a flor de piel y existía un palpable nerviosismo, que también afectaba a Satanás. El teatro rebosaba de gente, pues todas las butacas estaban ocupadas por familiares y por amigos de los estudiantes de la London Academy of Music and Dramatic Art.

     Por eso cuando se levantó el telón y comenzó el espectáculo —en medio de estrepitosos aplausos— los actores se sintieron como si fuesen afamadas estrellas del West End o de Broadway. Las luces blancas se centraron en el punto medio del escenario, donde Brooke y Mary se sentaban en sillas de madera de pino ante una mesa sobre la que había una tetera y un par de tazas, todas con diseños de rosas en tonos pastel.

No me enorgullece lo que le hacemos a Jason. —Brooke se llevó la mano a la cabeza, apenada—. Todos estos meses de esconderle lo nuestro me pasan factura.

Espero que no intentes cortar conmigo, Petra. —Mary la cogió de la mano con pasión—. Jason me cae bien, debería saber la verdad, pero siempre que signifique que seguimos juntas. —Y se estiró sobre la mesa y le plantó un fogoso beso sobre los labios.

     Se demoró un par de minutos mientras se los recorría a conciencia. Brooke le respondía y las lenguas se enredaban en un duelo amoroso.

     Un compañero de la academia que se hallaba entre el público gritó:

—¡Wow, ese sí que es un buen lengüetazo!

     Satanás, que las contemplaba entre bambalinas, suspiró. Allí tenía el regalo que le había pedido al director. Y este lo complacía al ponérselo como aperitivo en el libreto. «¡Ay, Brooke, pronto disfrutaremos los tres de esta función en privado! ¡Caerás tan fácil!»

     Las entrañas le bullían y su aroma a azufre se incrementaba. Encima, el calorcillo le subía, le recorría el cuerpo y se le instalaba en la entrepierna para motivarlo a ejecutar a conciencia los diálogos de marido engañado cuando, más tarde, Petra le contó los pormenores acerca de su relación con Eva. Nunca imaginó que una historia acerca de los sentimientos entre humanos lo pondría tan cachondo.

¿Me pides que tenga calma cuando me engañas desde hace casi un año con otra persona? —le preguntó el Diablo con voz desgarrada—. ¡¿Cómo se supone que puedo competir con una mujer?!

     Y, disgustado, caminó de un extremo al otro de la que se suponía era la sala del hogar.

—¡Yo sí te quiero, Stan! —chilló una de las compañeras de la academia, conmovida, mientras las lágrimas se le resbalaban por las mejillas—. ¡Manda a Petra a la mierda!

—¡Y nosotras también te adoramos, olvídate de la idiota de Brooke! —Aulló un grupo de chicas para no ser menos, mientras el demonio contenía los deseos de hacer una reverencia y agradecerles el gesto de la misma forma en la que se efectuaba al terminar la función.

     En cambio se acercó a la joven Payton, le tiró del brazo con brusquedad y la atrajo hacia sí para besarla. La devoró, pues le recorrió con la lengua cada pequeña porción. Olfateó en ella el aroma de Mary y este descubrimiento lo enardeció. Le provocó un incendio que parecía surgir del mismísimo Infierno y que le quemaba el bajo vientre. Fue inteligente porque se valió de él para darle brillo al personaje.

     Y le traspasó este fuego a Brooke. La chica, frenética, le recorrió el cuerpo y le desabotonó la camisa como si no hubiese un mañana. Luego se la quitó, mientras lo abrazaba con una pasión que la consumía por dentro. A continuación le desabrochó el pantalón y se ayudó de las manos y de los pies para tirarlo lejos. Pero a pesar de que el guion estipulaba que debía frotarlo sobre la ropa interior, ella llevó los dedos dentro del bóxer, y, para sorpresa de Satanás, lo acarició de lleno como si no pudiera detenerse.

     El Diablo —encantado de que le facilitase la seducción— tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no mandar el argumento al garete y tirarla sobre el suelo y poseerla delante de todos. Parecía que ambos dejaban de ser quienes eran y se transmutaban en Petra y en Jason. Se permitió, fuera del argumento, subirle el vestido amarillo de falda acampanada y frotarle la entrepierna. Cuando estaba a punto de sumergir la mano dentro de la tanga de la joven, Brooke recuperó el sentido, lo empujó y caminó hacia el lado contrario, tal como pedía el guion. Los dos se encontraban rojos y acalorados. Y esta pasión se la traspasaron al público.

¡Claro que te amo y que te deseo, Jason! —Ella lo observó angustiada—. ¡Pero también amo y deseo a Eva! Mi corazón está dividido, los dos sois importantes para mí. ¡No seas cruel, por favor, no me pidas que elija!

     Y durante la ejecución de la obra, pese a que el resto de los compañeros que los acompañaban hicieron un excelente papel, ellos tres se lucieron. Quizá porque Brooke liberaba en el escenario el deseo contenido. Eva y Jason eran pelotas que rebotaban a merced de la indecisión de Petra... Hasta que la amante optó por el poliamor e intentó seducir a Jason.

     Para Satanás la escena en la que Mary lo tentó fue apoteósica y lo mejor de toda la actuación. No solo por el deseo que lo embargó, sino también por cómo impactó al público. La chica era una sirena mientras se contoneaba ante él y lo provocaba. Y olía de maravilla, pues mezclaba la miel natural de su entrepierna con el aroma a jazmín. Cuando se quitó con lentitud la blusa roja y se quedó enfundada en un lujoso sujetador negro de encaje le permitió atisbar las aureolas de sus magníficos pechos. Al Diablo le costaba resistirse cuando ella se le acercó y los apretó uno contra otro —para que se vieran más turgentes— mientras les daba lengüetazos que, por supuesto, se encontraban fuera del guion.

¿Te gusta? —Los frotaba contra él y ambos notaron cómo Brooke, entre bambalinas, ponía cara de vinagre, circunstancia que lo satisfizo más aún.

     Se suponía que Satanás debía resistirse, pero le resultaba imposible, no era de piedra. La giró y apoyó la espalda de Mary contra sí, para que supiera cuánto lo motivaba. Luego llevó las manos hasta los senos y le estimuló los pezones con el pulgar de un modo tan erótico que hizo suspirar a todas las chicas que había en la sala. A estas alturas todos respiraban puro azufre, pero no se enteraban.

     Le mordió con suavidad el cuello y le susurró en el oído:

—¡Lleva para la cena esta ropa interior, corazón, así la estrenamos juntos! ¡Estás impresionante!

     La joven retrocedió y se mordió el labio inferior. Se quitó la falda encarnada, que iba a juego con la blusa. Escucharon un suspiro colectivo, pues se veía hermosa con la tanga y con las medias negras unidas a un portaligas. Se mantenían en su sitio ya que por dentro tenían silicona.

¿No te gusto? —Se pasó las manos por el cuerpo con tanto erotismo que parecía una diablesa—. ¿No me deseas?

     Y mientras el público la contemplaba embobado, se desprendió con lentitud el sujetador y lo tiró sobre el demonio. Las luces del escenario reflejaron un matiz encarnado y su cuerpo adquirió una hermosura demoníaca. No le resultaba indiferente a nadie. Cada persona de la sala anhelaba una parte de Mary... Y, cuando se apoyó de espalda sobre él y se frotó contra su duro falo, Satanás percibió que era el ser más envidiado del planeta. Sobre todo al colocar las manos sobre las caderas de su amante y profundizar los movimientos, para que fuesen tan íntimos como si hicieran el amor.

     En el instante en el que Mary se apartó un poco y se retiró la pequeña tanga —permaneció en el escenario tan solo con las medias y con los tacones— el gemido colectivo sonó tan fuerte que dio la impresión de convertirse en música celestial. Jason se aproximó a Eva y se sometió a su tentación. Las luces se apagaron y la sala se quedó a oscuras.

     Satanás aprovechó para musitarle a Mary en el oído:

—¡Has estado apoteósica! ¡No te imaginas cuánto te deseo! ¡Necesito ensartarte ahora mismo!

—Júrame una cosa, Satanás. —Mary le bajó el bóxer y lo llevó hasta su interior—. Prométeme que jamás te sincerarás con Brooke respecto a tu identidad. Si lo haces y le dices que eres el Mal Personificado arruinarás cualquier posibilidad con ella, nunca te aceptará. ¡Yo sí te anhelo y te amo, Señor de las Tinieblas! Sería capaz de darlo todo por ti.

     Y mientras Satanás la embestía con fuertes y exigentes acometidas pensó que ojalá fuese cierto. Porque pronto le exigiría que se lo demostrara mediante acciones muy concretas.

[*] Desearse buena suerte tiene el efecto contrario, atrae la mala suerte, por eso los ingleses usan esta expresión. «Mucha mierda», en cambio, se utilizaba en el teatro francés porque cuanto más excrementos dejaban los caballos había más carruajes, y, por tanto, más asistentes ricos en el teatro. 





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