Capítulo 1. TIEMPO PRESENTE. Espiando al ángel. ⛧
«El primer libro de la Biblia Satánica no es un intento de blasfemar, sino una declaración de lo que podría llamarse "indignación diabólica". El Diablo ha sido atacado por los hombres de Dios sin reservas ni miramientos».
La biblia satánica.
Anton Szandor LaVey
(1930-1997).
Satanás —convencido de su pérfida sabiduría— reflexionó, mientras vigilaba al ángel, que siempre tuvo muy claro que el Mal Verdadero no resultaba una opción, sino el único destino. Más que una meta era el punto de partida y de llegada dentro del marco totalizador de la maldad que, al igual que las ondas del sonido o de la luz, generaba una estela de perversidad y de perfumado azufre a su paso que cualquiera podía palpar. Así, se propagaba alrededor de su presencia y barría las buenas intenciones con la misma potencia de un tornado F 5.
Porque no existía nada que trascendiera a esta profunda oscuridad del espíritu, que constituía su seña de identidad. ¿Cómo podía ser de otro modo si era la fuente misma de la depravación? La gente lo llamaba Diablo, demonio, Belcebú, Lucifer, serpiente, Dios Negro y un sinfín de denigrantes epítetos. Y, ciega, ignoraba que prefería aquel con el que más de dos mil años atrás bautizaron a su parte humana en la antigua Atenas: Σατανᾶς... Satanás.
Por esta razón no comprendía la mirada de embeleso de Da Mo —el ayudante principal de Dios— al contemplar a la chica. Ella ignoraba el escrutinio del cual era objeto y traspasaba el acceso de la London Academy of Music and Dramatic Art, que se situaba en Hammersmith. Había sido testigo antes de esta actitud protectora en el ángel cuando apoyaba a su protegida estrella —Danielle— una bruja poderosa que había conseguido derrotarlo y robarle algunos de sus poderes. Y de la que se le prohibía vengarse con rotundidad a causa del maldito pacto entre las fuerzas del Bien y del Mal. Este orgullo de mentor lo entendía, no había otra como aquella médium brujesca, y por eso había intentado reclutarla como acólita. Pero ¿por qué enfocaba la atención en esta muchacha morena, insignificante, que solo se trataba de una simple humana?
—¡Quasimodo! —Impaciente, convocó a su criado.
Se escuchó una explosión de gases con olor a ácido sulfhídrico. Daba la impresión de que miles de huevos podridos habían estallado en el aire. Luego apareció frente a él una bola de fuego carmesí intenso. Poco a poco el demonio tomó forma, igual que si fuese un trozo de plastilina al que amasaran con calma. Una enorme giba se le infló en la espalda. Esta era la responsable del apelativo, pues cuando Satanás lo veía siempre pensaba en el Jorobado de Notre Dame. Llamaba más la atención que el horrendo rostro de facciones asimétricas. Y que los cabellos negros y puntiagudos como flechas, que daban la sensación de ser cables chamuscados del tendido eléctrico.
—¿Me has traído la información sobre la humana? —lo interrogó enseguida—. Dime, ¿qué ha averiguado Astarot?
—Aquí está, amo. —El engendro, solícito, le entregó varias hojas de papel quemado.
—¡Imbécil! —Satanás le propinó un coscorrón en la cabeza—. ¡Ve a buscar otra copia! Y en esta ocasión, pedazo de tonto, asegúrate de que llegue sin una mácula.
Quasimodo puso un gesto de absoluta tristeza y el rostro se le desfiguró más aún, pues se le formaron pliegues que se asemejaban a los parches que se utilizaban en los pies para proteger las ampollas. A continuación se desmaterializó con un pequeño chasquido. Intentaba no alterar a su jefe, que desde hacía una temporada se encontraba más irascible de lo habitual.
Satanás pensó, resignado, que de nada serviría volverlo a castigar, ya que el pobre solo deseaba complacerlo. Pero, por desgracia, no tenía demasiadas luces y no daba más de sí. Con quien debería enfurecerse era con Astarot, que le había entregado el dossier sin ponerlo dentro de una protección metálica, para que se destruyese antes de que lo pudiera leer y que perdiera unos minutos preciosos. ¿Pero cómo castigarla si en la actualidad era la única representante del otro género?
La actitud de la diablesa constituía la forma de manifestarle el descontento y debería escarmentarla de un modo ejemplar. Empero ¿cómo hacerlo si en el pasado había estado en lo cierto? Es más, si le hubiera hecho caso otro gallo cantaría. Porque día sí y día no le había advertido que se olvidase del machismo y que no tratara como esclavas o como simples juguetes a las brujas. Que eran muy poderosas y al final se rebelarían, tal como en efecto había acontecido. Y el resultado había sido peor todavía, ya que luego de desertar ellas también lo habían abandonado las súcubos, las banshees, las striges. Solo quedaba Astarot. Y, por la forma de comportarse, parecía evidente que pronto partiría y se sumaría a las rebeldes, con lo que su lecho quedaría más vacío que un nido sin pichones.
Si ella lo dejaba, ¿qué sucedería? El Infierno daba la impresión de ser el hogar de un recién divorciado, todo era desorden. Ni los implementos de tortura se hallaban en su sitio. ¡Cómo añoraba los días en los que amaban la esclavitud y se peleaban por recibir su atención! Y él se paseaba por el harén mientras las tasaba con arrogancia y les hacía comentarios hirientes si no se esmeraban con el atuendo o con el maquillaje. Podía darse el lujo de ser despectivo —y hasta de comportarse como un tirano— se encontraban locas por él, lo deseaban, lo amaban. Pero luego la maldita bruja Danielle le había revolucionado el avispero y las mujeres lo habían aplastado como a una colilla en un cenicero. Suspiró nostálgico. ¡Cuánto extrañaba aquellos milenios!
Sin embargo, de nada le servía machacarse y recordar sus mejores siglos. Ahora tenía que conformarse con Quasimodo, respirar hondo y cultivar una virtud que no poseía: la paciencia. De hecho, no tenía ninguna virtud, por algo era el Diablo. Y menos la dichosa paciencia de la que hacían gala los apestosos ángeles. Observó, desdeñoso, a Da Mo. Seguía con sus tareas de espionaje y no se percataba de su presencia... ¿Por qué diantres contemplaba a la chica morena sin parpadear? No lo comprendía. ¿Y si...
Dejó el interrogante a medias porque el pensamiento que le cruzó la cabeza con la misma descarga eléctrica de un rayo no podía ser real, se trataba de Da Mo. No obstante, hechos más extraordinarios ya había atestiguado, así que se concedió el permiso para completar la reflexión: ¿y si el ángel se había enamorado de la joven a la que custodiaba? Era cierto que ni cuando había estado vivo ni después de muerto había dado síntomas de contar con apetencias sexuales, pues de ser así lo hubiera tentado tal como era su obligación. Pero —meditó— si sus sospechas fuesen ciertas, no sería el primer plumífero de Dios en caer en las redes del amor. Ni sería el último tampoco.
Satanás analizó con desprecio a la chica que aguardaba en el vestíbulo de la academia. E intentó la proeza de ser objetivo. Tenía la cabellera negra y abundante —con matices azulados— y ojos del color del humo que salía de los caños de escapes de los coches que quemaban combustible en exceso. Los senos plenos —del tipo compacto y blando, que invitaba a acariciarlos— y un trasero redondo del tamaño justo, que evidenciaba que solía ejercitarse con regularidad. Reconoció, a regañadientes, que era de las que resultaban follables a primera vista. Pero el aura que rodeaba a su espíritu era la de un ratoncillo gris, justo el polo opuesto de la de la bruja Danielle, tan dorada que casi lo cegaba al contemplarla. No tenía la menor idea de si este roedor despertaría amor en algún incauto porque se trataba de un tema que le estaba vedado y del que solo sabía por referencias ajenas.
De improviso, de la nada surgió un vientecillo caliente con aroma a bosque de pinos calcinado y a azufre. Acto seguido, se materializó una especie de memorándum. Se trataba de un libro muy antiguo, que cayó sobre el asfalto con un ruido seco. Satanás se acercó a las corridas a buscarlo, antes de que el frenético tráfico londinense lo destrozara. ¡No tenía la menor duda de que Astarot estaba furiosa con él! De por sí resultaba un milagro que reuniese la información sobre la joven que él le había solicitado.
Analizó la portada. La adornaba una pluma repujada en el cuero de la que partían aves que extendían las alas y volaban, lo que pretendía evocar la deserción de las brujas y del personal femenino del Infierno. Lo que más lo preocupó fue la frase que lucía en el costado inferior del dibujo: «While there is life there is hope. Freedom».
Lo que decía no le gustó nada. Porque lo de que «mientras hay vida hay esperanza» y la referencia a la libertad solo podían ser un preaviso de Astarot que indicaba que pronto partiría del Infierno. La única alegría radicaba en que no se lo había dicho de modo indubitable. Mientras no lo hiciera quizá la convencería en el lecho. Se propuso esmerarse más y utilizar sus argucias secretas como amante. ¡Seguro que la lujuriosa demonio no encontraría las fuerzas necesarias para librarse de él, pues era un experto en la cama!
¡Ay, qué desgraciado se sentía! Tenía que suplicar en lugar de ordenar. Su palabra había sido la ley y ¡pobre del que no obedeciera de inmediato!... Y, milenios después, las mujeres lo desechaban como a un pañuelo de papel usado después de sonarse la nariz. Encima, argumentaban que se comportaba como un tirano. Esto resultaba irrelevante, pero estaba claro que sin ellas el mundo demoníaco no funcionaba. ¿Cómo no se había dado cuenta antes de que el poder femenino representaba el verdadero motor del Infierno? Sin duda había fallado al adaptarse a los tiempos modernos. ¿Por qué no había advertido el atado de inútiles que eran los demonios sin la presencia de las mujeres?
Se interrumpió porque vio la bola de fuego rojo intenso y a Quasimodo aparecer en medio de una explosión. El engendro lo observó con cara anhelante, pendiente de su reacción. Solo le faltaba mover la cola como un perrito cuando Satanás le sonrió, en tanto se esforzaba por ser tolerante con él, pues lo que había allá abajo no era mucho mejor.
—¿Ha recibido la información, amo? —le preguntó el demonio, servicial, trataba de imitar la sonrisa de su patrón.
Pero en el rostro del grotesco ser la mueca resultaba tan horripilante que a punto estuvo Satanás de hacerle un comentario hiriente, al estilo de que mantuviera la cara inmutable porque de lo contrario haría granizar. O caer a las palomas y a los gorriones de espaldas sobre el suelo y espachurrarse.
Respiró hondo, contuvo su naturaleza vejatoria y le mintió:
—¡Por supuesto, Quasimodo, lo has hecho genial!
—Astarot me ayudó, amo, yo solo hubiese vuelto a carbonizar los papeles —y con ojos suplicantes, añadió—: Soy un tonto, un torpe, un idiota y un imbécil, jefe, tal como usted me dice. Lo siento mucho, porque siempre intento hacer su voluntad. Pero le prometo, amo, que poco a poco progresaré. ¡Se lo juro!
—¡Y por supuesto que progresas, mi leal Quasimodo! —Satanás volvió a mentir y le palmeó la cabeza: el cableado del cabello no solo hacía que la mano le rebotara, sino que también provocaba que una corriente eléctrica le subiese por los dedos—. ¡Progresas adecuadamente!... Pero ahora no nos distraigamos y leamos la información.
Abrió el libro antiguo de Astarot y leyó en voz alta:
—Nombre: Brooke Payton.
Edad: 21 años.
Signo del zodíaco: Aries.
Padres: Payton Payton y Felicity Payton (de soltera Kramer).
Estudios: BA (HONS). PROFESSIONAL ACTING, primer año, en la London Academy of Music and Dramatic Art.
Última relación conocida: Adley Swift, 27 años, abogado. Fueron novios durante 15 meses, la relación incluía mucho sexo. Lo dejaron porque él no deseaba que Brooke abandonara sus estudios de Derecho y que se cambiase a actuación.
A continuación Astarot había escrito y subrayado: ¡Que te den, capullo!
Pasó las hojas y comprobó que en las páginas del libro a partir de allí solo constaba esta oración hiriente. Estaba claro, Astarot volaba en pos de las brujas.
Desolado, comprendió que solo había una única estrategia con la que podría vengarse de Dios. Haría que Brooke —la persona por la que mostraba interés— también desertara. Desplegaría las armas que había empleado a lo largo de los siglos para tentar al prójimo. Promesas de riqueza, seducción, sexo más allá de los límites, satisfacción de cualquier ambición. El ratoncillo caería enseguida porque ninguna otra fémina lo distraería. Al fin y al cabo, por culpa de los infectos y angélicos plumíferos ahora estaba solo...
https://youtu.be/DyDfgMOUjCI
https://youtu.be/xUI03A5MUQA
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