Capítulo 6
Las miradas entre Shura y Camus pasaban inadvertidas para todos en el Santuario.
Capricornio y Acuario se amaban en silencio.
Nadie lo notaba a excepción del santo de Escorpio, quien no perdía ningún detalle del comportamiento de ambos, acosando a Camus con total descaro tratando inútilmente de marcar un territorio que no le pertenecía. No lo quería aceptar a pesar de ver la íntima cercanía entre ellos, se negaba a creer que su amor nunca sería correspondido por Camus y aferrado a sus ilusiones de ganarse el corazón de su compañero lo tenía asediado con su cariño desmedido sin darse cuenta que solo era considerado como un hermano.
En el cumpleaños 14 de Camus se levantó muy temprano para preparar un pastel y horas después fue al templo de su compañero pero no lo encontró por ningún lado, pasó casi todo el día buscándolo hasta que finalmente con el pastel entre sus manos decidió esperar por él en el templo de Acuario, sentado sobre uno de los grandes escalones de la entrada con el pastel sobre sus piernas.
Empezaba a anochecer cuando lo vio aparecer con aquel semblante frío de siempre y su corazón se encogió con dolor al notar que llevaba un bonito collar en el cuello acompañado de una imperceptible sonrisa que se desvaneció cuando sus miradas se cruzaron.
No era necesario preguntar quién había tenido ese detalle con él, tenía la seguridad que Camus había pasado toda la mañana y el resto de la tarde con Shura, siempre escapaba de sus brazos para ir a los de él desde que eran niños, no le sorprendía pero siempre dolía no ser el centro de atención de su primer amor.
—Feliz cumpleaños, Camie —susurró tratando de sonreír pero finalmente unas gruesas lágrimas descendieron sin permiso por sus mejillas.
El pastel se había desecho por el intenso calor.
—Lo siento —se disculpó el francés limpiando las lágrimas del contrario con ambas manos, sintiéndose mal por no poder corresponder los sinceros sentimientos de su compañero.
Milo dejó caer el pastel y lo abrazó con todas sus fuerzas, ambos cayeron sobre el piso, el rubio sobre el pelirrojo con el rostro entre su cuello y su hombro aspirando el delicioso aroma de su largo cabello, calmando su tristeza con el sonido del corazón de su primer amor tratando de convencerse de que si seguía intentando lograría conquistar su corazón.
Así se quedaron por lo que para Milo fue una eternidad hasta que se puso de pie con una sonrisa impresa en su rostro.
—¡Ésta vez... sí te ganaré! —retó al pelirrojo poniéndose en posición de ataque.
Camus se levantó con una mirada indescifrable para el contrario.
—No es necesario, vamos a dormir —mencionó el pelirrojo entrando a su templo.
Milo lo siguió con emoción palpable y ambos se despojaron de todas sus prendas para meterse a la pequeña alberca dentro del templo. El rubio iba detrás de Camus observando con cautela la piel nívea de su compañero, hacían aquello desde que eran niños, se bañaban siempre en esas aguas tibias después de pelear.
—Camie... te quiero —confesó el rubio abrazando por la espalda a su compañero hundiendo el rostro en la nuca del contrario, ya estaban echados en la amplia cama de Acuario, ambos vestidos con una túnica blanca.
La luz de la Luna se colaba entre las cortinas de su habitación iluminando el rojo cabello del guardián del onceavo templo.
Milo estaba fascinado por el calor que emitía el pelirrojo a pesar de poseer poder de hielo su cuerpo era tan cálido como el sol.
—No puedo corresponder de la manera que tanto anhelas... lo siento.
Camus giró hacía el rubio notando que nuevamente sus ojos se bañaban en lágrimas y tomó sus mejillas entre sus manos.
—Lo sé, pero no puedo evitar quererte.
—Ya no somos unos niños, no puedes seguir durmiendo conmigo. Tienes que dejarme ir...
Milo negó varias veces con la cabeza, amaba a Camus por la sencilla razón de ser la primera persona en el mundo en ser amable con él y salvarlo de la calle donde se hundía en la oscuridad.
Era su héroe y más que ganarse su corazón soñaba con el día en que pudiera salvarlo y que lo viera con admiración.
Camus suspiró resignado abriendo sus brazos para recibir a Milo en su regazo, ambos se entregaron al sueño rogando en silencio por la felicidad del contrario.
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