Capítulo 3

Una vez más fue arrastrado contra su voluntad por Aioros hacía la ciudad. 

Camus se sentía incómodo rodeado de tanta gente, no le gustaba el ruido de la multitud y prefería mil veces quedarse en su templo a leer uno de los tantos libros que Saga le obsequiaba en vez de estar con Sagitario haciendo las compras, pero Aioros era inmune a su frialdad y el menor tampoco tenía muchas ganas de luchar contra el entusiasmo del mayor dejándose llevar por su corriente de alegría hacía donde se le antojara sin oponerse.

—¡Camie... piensa rápido!

El salvaje de Sagitario le lanzó una enorme canasta llena de manzanas rojas que el niño pudo sostener gracias a sus buenos reflejos ganándose la atención de algunas personas por su ágil movimiento.

Aioros se quedó quitándose unos paquetes con un par de señoras ante las ofertas de carne en el mercado.

Unos quejidos llamaron la atención de Camus y con la canasta entre sus brazos se alejó de su compañero para seguir el sonido que lo llevó hacía un callejón donde un par de hombres golpeaban un niño que estaba sobre el piso en posición fetal cubriendo su cabeza con sus brazos.

—¡No lo lastimen! —gritó Camus, dejando caer la canasta y todas las manzanas se esparcieron por el piso, una de ellas rodó hasta chocar contra el niño sobre el piso que se quedó completamente impactado con la luz que emitía el menor de cabello escarlata.

—¡Éste mocoso me acaba de robar y merece la mierda que le estamos haciendo por ser un jodido delincuente!

Ambos sujetos se lanzaron sobre Camus con la intención de golpearlo pensando que era algún cómplice del ladrón, ignorando que se estaban enfrentado a un santo dorado.

El ambiente alrededor bajó de temperatura y el puño derecho de Camus se llenó de pequeñísimas partículas de hielo.

—¡Polvo de diamante! —exclamó el menor lanzando su poder contra los hombres haciéndoles volar hasta chocar contra una pared, ambos quedando inconscientes.

Aquel frío hizo temblar al niño que miraba desde el suelo hipnotizado con la imagen de Camus rodeado de diminutos copos de nieve alrededor.

Parecía un bellísimo ángel.

—¡¿Cómo hiciste eso?! ¡Fue increíble, gracias! —exclamó el niño de cabellos rubios y ojos celestes poniéndose de pie con un poco de esfuerzo.

—Haciendo arder tu cosmos puedes hacer ese tipo de cosas y muchas más —mencionó Camus recogiendo sus manzanas del piso.

—¡Eres muy fuerte!

—Tú también puedes serlo si dejas de robar para convertirte en un santo de Athena... —finalizó Camus lanzando una manzana hacía el rubio, quien la atrapó con una genuina sonrisa.

El color rojo de la fruta entre sus manos no era tan intenso como el escarlata del cabello de Camus, no podía dejar de admirar la gran fuerza que tenía el contrario en perfecta combinación con su belleza, pensó que parecía el océano, poderoso e indomable y a la vez bellísimo.

—¡Camie... casi me muero del susto, ¿éstas bien?! —preguntó Aioros
, apareciendo de la nada con el rostro impregnado de preocupación —¿por qué esos tipos están tirados ahí, qué pasó?

—Estoy bien, solo lo ayudé —señaló al rubio.

—¡Sé que eres muy fuerte pero si algo te llega a pasar... Saga es capaz de matarme con una explosión de galaxias!

—¡Quiero ir contigo! —interrumpió el rubio acercándose hasta Camus y tomando su mano para arrastrarlo fuera del callejón siendo seguidos por el santo de Sagitario.

—¡Espera, niño... no te lleves a Camie! —exclamó Aioros sin entender por qué ese niño invadía el espacio personal de Camus y aún más sorprendido de que el pelirrojo no lo mandara a volar con un polvo de diamante por tocarlo. —¿Quién eres?

—Soy Milo y quiero ser un santo de Athena como ustedes... —respondió el rubio y le dio la espalda a Aioros para seguir arrastrando al pelirrojo —¡Vamos Camie, tienes que enseñarme a hacer arder mi cosmos hasta el sol!

—Pero el Santuario no queda por allá —soltó Camus con una sonrisa.

Y en ese preciso instante el santo de Sagitario sintió una inmensa felicidad.

Por fin había visto sonreír a Camus. 

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