Capítulo 2

Un año después de su llegada al Santuario, Camus fue nombrado caballero dorado de Acuario, a pesar de sus 7 años tenía un gran poder y destreza dentro del campo de batalla e incluso era temido por los demás debido a su aterradora frialdad al momento de acabar con sus oponentes.

A pesar de su poder el Patriarca no lo enviaba a ninguna misión por su falta de experiencia por lo que Camus se dedicaba a entrenar con Aioros y Shura.

Ellos eran los únicos caballeros que podían soportar sus ataques, también los únicos que eran capaces de entablar una conversación con el más pequeño de los santos dorados, Aioros tenía 15 y Shura 10, por un lado Camus siempre era arrastrado por el santo de Sagitario hacía la ciudad para tratar de hacerle sonreír y fallando en cada intento mientras que el santo de Capricornio solamente lo incitaba a entrenar para pulir su espada por qué consideraba a Camus como uno de los más fuertes.

Sin duda el santo más cercano a Acuario era Saga, se había convertido en la figura que el pequeño más respetaba y admiraba, deseando en silencio llegar a ser tan fuerte como él por qué desde su llegada al Santuario no lo dejó solo en ningún momento y a pesar de mantenerse ocupado con sus misiones o ayudando al patriarca siempre se daba un pequeño tiempo para estar a su lado y orientar su camino como santo de Athena.

Como todas las noches antes de partir a una misión, Saga visitaba la habitación de Camus en el templo de Acuario mientras el niño dormía tranquilamente, observarlo con su rostro inmutable y la respiración pausada era una adicción que no podía evitar. Admirando desde las sombras con una sonrisa el estante donde Camus coleccionaba todos los regalos que el santo de Géminis le traía de sus misiones.

—¿A dónde irás? —preguntó el niño desde la cama, sentándose con el cuerpo desnudo enredado entre las sábanas y frotando sus ojos con una mano.

—Viajaré hasta Alemania... —comentó el mayor sentándose al borde de la cama sin dejar de sonreír, contemplando la perfección que era Camus, su belleza incomparable y ternura tan pura como el agua de un manantial.

—Me gustaría ir contigo.

Saga acarició su cabeza con suavidad admirando el sonrojo en las mejillas de Camus gracias a la luz de la Luna que se colaba por la amplia ventana de la habitación.

—Conocerás todo el mundo sí sigues entrenando de esa manera y algún día tendremos una misión juntos.

Camus asintió con una tierna sonrisa y Saga estaba seguro que aquella expresión entre avergonzado y feliz solo él la había visto en el rostro del niño.

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