Origen

Todos en el pueblo estaban atónitos, las personas se acumulaban tras la barricada policial y observaban estupefactos cómo lentamente sacaban de la casa dos fundas de cadáveres para ponerlas en la ambulancia de la morgue. Los murmullos resonaban en el aire, nadie podía creer que en un pueblo tan pequeño donde todos se conocían entre sí pudiese haber un monstruo merodeando, especialmente porque aquel monstruo había asesinado a dos pequeñas. Aun así, la mayoría de las personas del pueblo se sentían ligeramente aliviadas por la partida de las gemelas, pues las relacionaban con engendros que representaban todas las desgracias e infortunios que sucedían en la localidad y es que, según lo que decían las malas lenguas, las niñas en ocasiones le hablaban a la nada llamándola "madre".

Por lo que me habían contado, las niñas se llamaban Saray y Sarah. Eran gemelas, ambas albinas de largos cabellos blanquecinos. Los rumores decían que eran producto de una infidelidad por parte de su madre, pues de lo contrario hubiese sido genéticamente imposible que las niñas nacieran con estos rasgos tan particulares; de la progenitora de las gemelas se hablaba cualquier cantidad de pestes:

"Ella antes era una prostituta."

"Es una bruja, desde que llegó sobre el pueblo cayó una maldición."

"Dicen que mató a su anterior marido."

"He oído que tenía otro hijo con otro hombre."

Yo no daba mi opinión frente a tales acusaciones, pues poco o nada les incumbía a los curiosos meter las narices en la vida de aquella mujer. Durante mi estancia en el pueblo, solo las había visto un par de veces, la primera vez en el parque local, mientras pintaba un cielo en uno de mis lienzos aquella tarde. Ellas estaban cerca de la resbaladilla, pero no estaban jugando y riendo como los demás niños que corrían desenfrenadamente por el lugar: simplemente permanecían de pie junto a la estructura metálica, tan quietas como una estatua.

La segunda vez había sido algo más escabrosa. Mientras caminaba de vuelta a casa, pasé frente a la casa donde vivían las pequeñas; en el interior se escuchaban gritos y el sonido de vidrios quebrándose al impactar contra el suelo. Mis pasos se detuvieron frente al lugar, también varios transeúntes se encontraban inmóviles con la mirada perdida en la casa. Aun así, no parecía que nadie estuviera interesado en intervenir en el disturbio. Indignado, giré dispuesto a irrumpir en la morada y defender a la mujer, pero no tuve oportunidad de hacerlo. Un escalofrío provocó que mi sangre se helara al instante: las pequeñas se encontraban en la ventana con los ojos clavados en mí, con una expresión totalmente ausente de sentimiento, absolutamente ajenas a la situación.

La expresión de las gemelas me quitaba el sueño, a lo mejor ellas lo sabían todo. Por otro lado, todo podría ser resultado de mi paranoia o la ansiedad que me provocaba cierta situación. Fuese cual fuese la razón, me dediqué a evitar cualquier pensamiento relacionado con aquellas personas. Juro que traté de evitarlo a toda costa... Lo juro totalmente. Pero no lo soporté.

A los pocos días me reuní con su madre. Hablamos durante un par de horas y luego llegamos a un acuerdo con el cual no tuve ninguna objeción. Durante la noche, ingresé por una ventana a la casa y le disparé a su esposo mientras dormía en el sofá. Todo hubiese terminado ahí. Su madre, que también era el amor de mi vida, ahora volvería a mis brazos y sería únicamente mía, como debía ser desde un principio, pero esas niñas eran pequeños estorbos que dormían plácidamente en la recámara de la planta superior. Sí, fui yo, yo las maté porque así lo había deseado.

¡Lo merecían!

Ellas eran la causa de que mi madre escapara de la casa de mi progenitor sin siquiera parar un momento a pensar en mí... Ella no era del todo inocente. Yo era incapaz de manchar mis manos con la sangre de una niña, si las hubiésemos ahorcado todo habría mejor. Crear una escena sangrienta e impactante a la vista era algo totalmente innecesario y no tendría el molesto cargo de conciencia que conlleva tal acto, pero mientras ahorcaba a Sarah, su hermana simplemente observaba en silencio, ¡con esa maldita mirada acusadora!

Mamá fue quien se encargó de ella. La tomó por la espalda y le clavó el picahielo en el cuello, provocando que un gran torrente de sangre saliera disparado. Insatisfecha con ver a su propia hija ahogándose en su sangre, le cortó la garganta con un cuchillo de cocina.

Todo transcurrió normal después de ello. Varios vecinos afirmaron haber visto a una mujer extraña que lo causó todo, quien había huido en un automóvil, aunque claramente esto era mentira, pero daba igual, para mí era una ventaja.

¿Por qué estoy escribiendo esto?

Es sencillo. Hace unas noches, mi amada, mi madre, desapareció dejando un único rastro: su pierna amputada por la mitad, en medio de la habitación desordenada. Fue después de que comprendiese que se trataba de la noche en que una figura toscamente ensamblada había roto el vidrio de una de las ventanas de la cocina, ingresando en mi morada con chillidos horripilantes. El rostro, aunque deformado, era claramente reconocible: mi madre siendo controlada como una vil marioneta por sus hijas muertas.

Después de merodear un rato por la estancia, desapareció. Poco a poco, he visto cómo mis pinturas se desvanecen dejando como reemplazo rostros agónicos o cuadros en negro. Sé que todo terminará hoy. Lo sé porque el último cuadro cambió: ahora estaban dibujadas las gemelas, una junto a la otra, mirando al espectador y en el fondo del recuadro podía observar al adefesio ensamblado con dos partes, la primera era mi madre y la segunda yo.


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