55 ━━━ Snap out of it.
BEVERLY BLACKWELL
—¿Me amas?
Tony levanta la mirada lejos de los hologramas frente a él y me mira con el ceño fruncido.
—Muñeca, estamos casados.
—Eso no responde la pregunta.
Estoy acostada en la cama y mis ojos están fijos en el pelinegro que se pasea por la habitación revolviendo cosas. No tengo ni idea qué está haciendo a esta hora de la madrugada, pero bueno, yo tampoco estoy dormida.
—Te amo, muñeca —responde, dejando de prestarle atención al trabajo.
—Pero me lo dices feo —me abrazo más a la almohada—. Me lo dices porque sí.
—Ay, ¿te lo digo porque sí? —se mofa, tratando de imitar mi voz y haciendo un mohín gracioso.
Le pongo mala cara.
—Te odio.
El pelinegro se echa a reír roncamente y empieza a alejarse de los hologramas hasta escalar sobre la cama y llegar a mi encuentro. Yo me volteo y le doy la espalda cuando se recuesta a mi lado, poniendo su barbilla sobre mi hombro, mano que me acerca más a él y depositando una serie de sonoros besos sobre mi mejilla.
—Pero cómo no te voy a amar, muñeca mañosa —murmura contra mi mejilla—. Te amo hasta el último latido de mi corazón.
Yo ruedo, quedando debajo de él y a centímetros de su rostro. Deslizo lentamente mis dedos por su rostro, trazando la línea de sus facciones, y algo se contrae en mi estómago. Cada ángulo de su cara, la manera en la que sus ojos me observan y la forma en la que sus manos me tocan solo consiguen hacer que mi corazón se salte latidos cada vez más.
—¡Harás que muera de un paro cardíaco!
—¿Por qué? —me pregunta, inclinándose mientras roza su nariz con la mía—. ¿Después de todo este tiempo me dices que todavía te pongo nerviosa, Beverly Anne?
Me río.
—Nunca me pusiste nerviosa.
—Hagamos como que te creo —me besa cortamente, pero yo paso mis brazos alrededor de su cuello para acercarlo hasta mí y seguir besándolo.
No es únicamente porque pusiera mi piel en fuego o porque mi corazón pareciera un corcel desbocado cuando me tocaba, es más que eso. Es la sensación que me transmite. Es porque Tony Stark es la única persona en el universo entero capaz de hacerme sentir sin miedo.
Nunca me consideré una persona alondra a lo largo de mi vida, pero eso había cambiado de manera sustancial después del chasquido hace cinco años. Ahora me levantaba justo a tiempo para notar los colores del cielo cambiar y ser iluminados por la temprana salida del sol. Desde que podía recordar, Tony había presentado severos problemas para dormir, desencadenados por distintos motivos bastante previos a conocerme a mí. Sin embargo, ahora él dormía mucho mejor que yo. Eso era algo bueno, porque después de tanto tiempo, Tony podía pasar una noche entera sin despertar en medio de exabruptos.
Por eso había hecho un montón de cosas antes de las diez de la mañana. Tony ya se había levantado hace mucho rato, pero estaba entretenido con Happy en el jardín trasero. No sabía qué estaban haciendo exactamente pero debía ser algo bueno si los tenía así de hipnotizados. Edward, Morgan y Grant se estaban arreglando para que la tía Halley se los llevara de aquí.
Yo estaba terminando de regar las plantas que estaban en el borde de la ventana de la sala de estar cuando Halley entró dando zancadas. A veces olvidaba por completo que tenía llave, lo que le daba libertad de ir y venir a su antojo.
—Acabo de ver una familia de osos en el camino —me contó con una expresión demasiado graciosa—. ¡Osos! Antes uno solo se conseguía venados, ¡ahora hay osos!
Meneé la cabeza y bajé la rociadora.
—Menos personas y vehículos, más espacio para vagar libremente.
Cuando se ponía de esa manera, daba la impresión de que trataba de verle el lado positivo a la situación (aunque fuera algo casi imposible), pero una vez terminaba de decirlo, las palabras me quemaban la garganta como si fueran ácido hirviendo. El nudo que se instalaba en el fondo al pronunciarlas me hacía sentir adolorida segundos después e inevitablemente me tensaba. Todavía me costaba comprender cómo era que habían pasado cinco años completos cuando, en mi memoria, las cosas estaban tan frescas que parecía que tan solo hubiese sucedido el día anterior.
Aún podía sentir esa mañana en el parque tan reciente, cuando Edward solo era un bebé, cuando yo acababa de volver del desastre de Olympia. Aún podía visualizarnos inhalando el aire de Titán, mi conversación con Stephen Strange, y después la llegada de Thanos. Aún lo sentía... reciente.
Una expresión lívida afloró en el rostro de Halley, pero esta sacudió la cabeza y se la sacó de encima con mucha gracia.
—Suenas igual a Steve —me señaló—. Victoria lo golpea cada vez que sale con una cosa así, es hilarante, deberías verlos.
—A veces extraño vivir cerca de todos —me eché a reír.
Halley hizo un puchero.
—Nosotros también los extrañamos a dos minutos de distancia, pero junto al complejo no iban a poder tener a Gerald.
—¿En serio? Creo que me regreso mañana entonces.
La rubia se acercó y me dio un golpe juguetón en el hombro, pero acabó haciendo una mueca y poniéndome mala cara al hacerlo.
—Te golpeo a ti, a Victoria o a Crystal y ni siquiera se mueven. Si golpeo a Steve pasa lo mismo, si se lo hago a Nat ella me patea el trasero y no me atrevo a golpear a Tony por miedo de romperlo —se quejó—. Extraño a Harper, entre las dos nos podíamos golpear y se veían los resultados.
Mis ojos inevitablemente fueron a parar a la repisa que estaba cerca de una de las columnas. Tres marcos de fotografías resaltaban sobre ella; la del medio era una foto de mi boda con Tony, yo veía la cámara mientras él besaba mi mejilla. La de la izquierda era una foto de Edward sosteniendo a una Morgan de una semana de nacida, pero la de la derecha... La foto de la derecha tenía a Vera y a Harper abrazadas y sonriendo de manera exagerada, con gorritos de lana de color amarillo. Sus ojos estaban cerrados, sus mejillas juntadas y ambas se sostenían del cuello mutuamente para no soltarse. Esa era la foto del último invierno, y la habían tomado cuando Victoria y yo aún estábamos desaparecidas. Encima de la repisa de la cocina también habían fotos así, había una Tony y Peter Parker, otra de Peter y Vera, y había una de Peter, Vera y Harper comiendo pizza en la sala de mi antigua casa. Esas fotos las había tomado Tony también en mi ausencia.
Respiré hondo.
—Sí, yo también la extraño —murmuré.
Halley arrugó la nariz.
—En fin, no más de eso —se estremeció—. ¿Dónde están los polizones?
Me metí las manos a los bolsillos traseros del pantalón e hice una mueca.
—Todos vistiéndose. ¿Segura que te los vas a llevar todo el día? —pregunté.
—A Nat le gusta cuando están todos los polizones desordenando las oficinas, le sirve para distraerse, así que sí. Además, tú vas a ver a Nadine, ¿no? No vas a estar aquí y así aprovechamos que Tony pase tiempo con Happy antes de que empiece a quejarse con que nadie lo valora.
Me mordí el labio inferior.
Era difícil decir algo con seguridad pues todas las personas son diferentes, pero con mucha frecuencia me preguntaba cómo era para Natasha y Halley. Se tenían la una a la otra, pero a veces la sensación de agonía que provenía de ambas era demasiado poderosa como para que pudieran soportarlo bien. Al menos Halley trataba de distraerse o siquiera fingía una buena cara de vez en cuando, pero Natasha sufría. Yo no tenía precisamente demasiada información al respecto, pero un día escuché a Victoria y a Tony hablar acerca de eso y él había dicho: «Romanoff nunca terminó de perdonarse no haber ayudado a Halley hace años, y Halley sigue sintiendo que es su culpa que Thanos hubiera encontrado el camino a la Gema del Alma». Según los relatos de Crystal, Halley había tenido información esa gema. Información que creyó destruir pero no había sido así. Durante cinco años completos, Natasha se había sumergido en la tarea de tratar de hacer algo, resolver cosas, pensando en cómo deshacer el chasquido, mientras que Halley los había pasado pensando qué hubiera sido si...
Les gustaba ver a los polizones porque se distraían, pero eso no era suficiente para ayudarlas a lidiar con el dolor. Y lo peor de todo es que no era culpa de ninguna de las dos, ni siquiera de los demás. Todos éramos el resultado de las decisiones de alguien más, de seres lo suficientemente poderosos como para que no les importara el resto, los que no compartían esa vehemencia. Aún así, de la misma manera en la que le pasaba Tony, Thor y Steve, la responsabilidad se asentaba sobre sus hombros. Igual que en Crystal. Victoria lidiaba con ello de manera diferente, porque más allá de pensar en que no pudo detener a Thanos, pensaba que tuvo que haber detenido a Althea hace años y así, quizás, esto tampoco hubiera sucedido.
Y en lo que a mí se refería, el panorama no mejoraba demasiado. Para mí era solo un sentimiento incesante de resignación. Nada más.
—De acuerdo —asentí, y se escuchó un alboroto en la planta de arriba—. Volveré antes del anochecer.
Halley asintió.
—Lo que necesites, si te dan problemas o algo, estamos a una llamada de distancia —me recordó con la mirada repentinamente seria.
—Gracias —contesté honestamente—. Ahora ve por tus polizones arriba, yo iré a despedirme del más malcriado de la casa —añadí al girar sobre mis talones, empezando a dirigirme hacia la puerta que da con el jardín.
La rubia entonó una risita.
***
—Esa es solo una teoría —replicó Rhodey a través de los altavoces del auto—. No puedo decirte a ciencia cierta si está loca o no. Es lo que me pareció a mí.
Mis dedos se afianzaron al volante cuando tomé una curva cerrada en el sendero que se alejaba del Parque Adirondack. Había una maleza de árboles y basura amontonada en todas las orillas, como si tuviera años en esos lugares y nadie nunca se hubiera detenido a recogerla, que probablemente era así. El aspecto físico de Nueva York no era precisamente el más idóneo —comparándolo a cómo era antes—, pero estaba segura de lo mismo se aplicaba a todo el país, sino a todo el planeta también. Todo se hallaba... muerto.
Pasé debajo de un largo túnel de árboles.
—¿Sin noticias de Clint? —inquirí.
Rhodes exhaló un suspiro.
—Nada aún. Es un chiste que haya tenido más suerte con Nadine, y eso que ni siquiera la estaba buscando.
—Sí —alargué distraídamente, sin despegar los ojos del camino—. ¿Dónde estás, Rhodey?
—En Texas. Tomaré camino a México mañana, hay unas alertas de tiroteos cerca de un famoso cartel —contestó—. Oye, Bevs, ¿y cómo hiciste para que Tony no fuera contigo?
—No sabe a dónde voy.
—Eso tiene sentido. No te hubiera dejado salir de casa sola.
Mis labios se torcieron en un atisbo de sonrisa cansina. Presioné el acelerador del auto cuando las curvas llegaron a su fin y el camino se volvió recto y opaco, pues unas grandes nubes de tormenta se aglomeraron en el cielo. Daba la impresión de que iba a llover a cántaros y solo eran las once de la mañana.
—Volveré a casa antes de que le dé por quejarse —le aseguré a Rhodey a modo tranquilizante.
—Te creo —resopló—. Steve y Victoria están lejos, pero si necesitas a alguien llama al complejo. Natasha y Halley irán enseguida.
—Ya lo sé, gracias, Rhodey.
—Suerte, Bevs —colgó.
Había pasado un tiempo desde mi último combate (desde Titán), pero estaba segura de que aún podía arreglármelas sola. De todas manera comprendía la necesidad de todos de decirme que avisara en caso de ayuda, dadas las experiencias pasadas. Ahora no había mucho por lo cual mantenernos activos, y supongo que esto disparaba las alarmas en sus cerebros que siempre los mantenían activos y listos para la batalla. Para personas como nosotros, tanta calma a veces resultaba inverosímil. Llegábamos al punto en el que los músculos se tensaban solos y las reacciones eran involuntarias. Estaba segura de que una vez Steve había atrapado un puñetazo juguetón de Victoria y la había hecho caer de bruces contra el suelo porque pensó que lo iban a atacar por la espalda.
Era un desastre, la verdad.
—¿Viernes? —la llamé, frunciendo el ceño y reduciendo gradualmente la velocidad del auto.
—Llegó a su destino, jefa —me avisó en tono cantarín—. La fachada está protegida pero nada de tecnología avanzada. Hay dos fibras de calor dentro. Recomiendo que toque la puerta.
Entrecerré los ojos, apagando el motor del auto. Abrí la puerta con cuidado y salí sin quitar la vista de la fachada oscura que estaba a unos metros de distancia.
—¿Tan simple?
—Tendré la línea del señor Stark activa todo el tiempo.
—Bien pensado, Viernes.
Yo tomé una bocanada de aire y empecé a caminar en dirección a la fachada que tenía pinta de cabaña abandonada al mejor estilo de una película de terror. Era una instalación sola en medio del bosque, rodeada únicamente de más plantas. Un auto de color blanco estaba estacionado en el lateral izquierdo, y era lo que más llamaba la atención en ese baldío pedazo de tierra. El brazalete se puso bastante inquieto conforme más avanzaba, enrollándose y soltándose una y otra vez en la piel de mi muñeca, ejerciendo presión de manera ansiosa. Subí el par de escalones y atravesé el frente hasta plantarme en la puerta de madera vieja, dónde alcé el puño derecho y toqué tres veces. Aguardé dos minutos completos y nada sucedió, por lo que volví a repetir el proceso. De nuevo, no obtuve respuesta alguna.
La experiencia me hizo tensarme y volverme para estirar la cabeza hasta llegar a la ventana alta y echar un vistazo dentro de la cabaña. Todo estaba vacío, pero había una luz encendida en lo que parecía la cocina. Me di cuenta de que, aunque en el exterior parecía un fachada de madera, en realidad era concreto puro. Se trataba de una casa como cualquier otra, pero sin duda alguna no compartía ninguna similitud como la antigua casa de Suiza. Se me erizó la piel nada más al recordarla.
Volví hacia a la puerta y la empujé solo con un poco de fuerza, hasta abrirla de par en par. Entonces me quedé estática en la entrada y miré de reojo hacia atrás. Pensé que mis sentidos estarían dormidos después de un período tan largo de inactividad, pero eso no fue lo que sucedió.
Esto prometía violencia.
Sin inmutarme ni un centímetro, atrapé el puño cerrado que se dirigía a toda velocidad a mi cara desde atrás. Presioné con fuerza su agarre y lancé al propietario por encima de mi cabeza con una sola mano, estrellándolo contra el duro suelo de concreto. Era una mujer. No tuve tiempo de detallarla bien cuando me dio una patada en las piernas y me hizo caer de boca contra el suelo. Pasó por encima de mí y trató de aprehender mis manos con un hilo chispeante. ¿Eso era corriente, de verdad? Bueno, eso sería divertido.
Deliberadamente relajé los hombros y la dejé atraparme. Ella se levantó y me hizo ponerme de pie de un tirón mientras decía:
—Tienes dos segundos para decirme quién te envió —instó, siseante. Me dio la vuelta hasta quedar frente a ella y la encontré con expresión furiosa—. Te prometo que esas agarraderas te van a causar mucho dolor si no empiezas a hablar ahora mismo —me advirtió con el ceño fruncido.
—¿Estas agarraderas? —alcé las manos y las separé, rompiendo el hilo chispeante como una hoja de papel—. Vas a necesitar más que corriente —añadí, desenroscando el brazalete y enrrollándolo alrededor de su cuello. La chispa azul emanó desde mis venas y se canalizó mediante los ojos azules de la serpiente, haciendo que la corriente recorriera el metal y le diera una descarga muy leve, nada grave o mortífero.
El truco del cuello lo había aprendido de Victoria, porque ella era bastante ágil con su lazo. Aunque claro, mi brazalete daba corriente, su lazo quemaba. Eran diferentes.
La rubia me dedicó una expresión atormentada cuando le dio el corrientazo. Se llevó las manos hasta el cuello y sostuvo el metal, tratando de sacárselo de encima.
—Hazme un favor y suéltala, Beverly Anne. Tu madre no te devolvió el brazalete para que andes sofocando personas.
Sentí como si una prensa me apretara unos dientes contra otros cuando esa familiar voz apática llegó a mis oídos. Paulatinamente aflojé el agarre en el cuello de la rubia y el brazalete regresó a mi muñeca, por lo que yo también me separé. Se hizo un silencio profundo, que únicamente fue roto por la sucesión de jadeos que soltaba la rubia ahora que podía respirar bien.
Nadine había cambiado, pero no mucho. Al menos no tanto para que fuera sumamente perfectible. Su habitual cabello ondulado se encontraba completamente lacio y su vestimenta no entraba en el ranking de sus mejores momentos, pero eso no era lo más destacable. Eran sus ojeras, su rostro demacrado y la manera en la que sus manos no dejaban de temblar, como si tuviera problemas para controlarlas y también le costara trabajo respirar adecuadamente. Se me quedó mirando por un tortuoso minuto hasta que le faltó el aire y se dejó caer en el sillón que estaba junto a la entrada de la cocina y puso los ojos en blanco.
También tuve la oportunidad de detallar a la rubia. Era más alta que yo pero no tanto como Victoria, probablemente anduviera por la misma altura que Crystal —porque la pelirroja era el único punto medio en el que podía pensar, tomando en cuenta que Halley, Natasha y yo éramos del mismo tamaño. Su cabello esencialmente era rubio, pero parecía tintado a juzgar por las notables raíces oscuras y la manera en la que también empezaba a desvanecerse en las puntas, dejando entrever un color marrón oscuro. Sus ojos eran de un marrón muy claro, casi mieles, y era de facciones bastante finas.
Ella me dedicó una mirada furibunda, pero fue interrumpida por el suspiro cansado de Nadine.
—Relaja la postura, niña —me dijo, sacudiendo levemente la cabeza—. Aquí nadie trata de asesinarte.
—Esa sería la primera vez.
—¿La conoces? —le preguntó la rubia castaña a Nadine, que se limitó a asentir una sola vez.
—Samantha, hazme un favor tú también y no le toques los nervios. Beverly no tiene la virtud de la paciencia, no siente ningún tipo de empatía conmigo y a ti no te conoce. No quiero que esto se vuelva una escena del crimen.
Volví a apretar los dientes y me repetí mentalmente que debía mantener la calma a toda costa si no quería consecuencias negativas que afectaran el bien común. No estaba aquí para hacer vida social, solo para corroborar que Victoria no estaba perdiendo la cabeza.
—Ahora entiendo por qué Rhodey dijo que te volviste loca —murmuré en tono monótono y acerado—. Te ves espeluznante.
Samantha profirió un sonido de disgusto, pero Nadine esbozó una sonrisa diminuta. Alzó una mano, pidiendo que le aguardara un momento, pero sus ojos se fueron cerrando de a poco.
—¿Se acaba de dormir? —pregunté incrédula hacia la rubia.
La aludida bufó y se movió hacia el sofá para estirar a Nadine y acomodarla bien. Seguí atentamente todos sus movimientos, anonadada de la manera en la que la trataba y el cómo se preocupaba de que estuviera bien.
—Estará de vuelta en un rato —masculló mientras ponía su cabeza contra un cojín—. Ha estado así desde...
Se quedó en silencio y frunció los labios, vacilante. Luego, se movió para apagar la luz que iluminaba esa sala y me hizo una señal con la cabeza para que la acompañara fuera de la cabaña, donde se detuvo frente al barandal de madera y se recargó de él. Yo imité su acción pero mantuve una buena distancia de ella. Ojalá que Victoria tuviera razón al hacerme venir aquí, porque sino me iba a deber una muy grande por ponerme a pasar por estas situaciones incómodas.
Crucé los brazos sobre mi pecho y la miré con el ceño fruncido, pero ella no me la devolvió. Siguió con los ojos clavados en la distancia.
—¿Quién eres? —le pregunté después de un minuto.
—Mi nombre es Samantha Wayne —explicó en voz baja—. Conozco a Nadine desde que era una niña. Mis padres murieron en un incendio provocado en el noventa y seis y ella me acogió. Pasaba todo el año pendiente de mí a excepción de dos meses durante el verano. Siempre se iba, pero volvía. Es la que me ha mantenido con vida por tanto tiempo, esto es lo mínimo que puedo hacer por ella después de todo.
Me asaltó una sombría sensación de incordia que se extendió hasta el fondo de mi estómago y subió por mi garganta, cerrándola y dejándola seca.
A veces mi cerebro era insoportable, de verdad. En algunas ocasiones tardaba demasiado en comprender algo y, en otras como esta, captaba al instante el sentido de una situación. No tenía que echar mucha cabeza para saber que esos dos meses del verano en los que desaparecía eran los que pasaba conmigo en Suiza. Me embriagó un dolor lacerante cuando mi mente empezó a desligar esos momentos y tuve que frotarme los brazos para dirigir mis pensamientos hacia índoles menos dolorosos.
Mi agotada cabeza se resignó de nuevo. No quería escuchar esa historia, tampoco debería interesarme —pero lo estaba haciendo—, yo había llegado únicamente para saber algo de mi madre. Nadine no era mi madre... Y no... Tragué saliva. ¿Y ahora por qué demonios me sentía así? Jamás creí ser capaz de sentir simpatía por el diablo pero aquí estaba, a punto de hacer un berrinche de lo más innecesario y absurdo. Me dieron unas ganas tremendas de abofetearme. Yo no necesitaba a Nadine, no necesitaba su atención ni mucho menos. Ella había pasado todos esos años con Samantha Wayne pero yo había tenido a mis abuelos y eso valía muchísimo más que su efímera y tóxica presencia en mi vida. Después había llegado la loca atolondrada, narcisista y egoísta de Althea, pero ella sí había sido cálida conmigo. De ella sí recibí algunos abrazos y también le dio calor a mi hijo. Todo eso era más importante que esto.
—Asumo que si estás aquí es porque también conoces a Nadine —repuso Samantha.
—Sí, pero no tanto como tú —volví el rostro y la boca se me llenó de amargura, así que me apresuré a añadir—: De cualquier forma no estoy aquí para irrumpir en la paz que puedan tener. Solo necesito preguntarle algo acerca de mi madre. Tampoco puedo esperar a que despierte, ¿tú tienes alguna información que facilitarme? ¿Qué le pasó a Nadine?
Samantha tragó saliva sonoramente y me miró con curiosidad. No estaba segura de qué expresión habría estado en mi rostro, pero la hizo bajar la cabeza de inmediato y desviar los ojos hacia otro lado que no fuera yo.
—Hace unos siete u ocho años, mucho antes de que todo el mundo desapareciera, Nadine me buscó y me pidió ayuda. Quería que la acompañara a un país olvidado de la mano de Dios, uno de esos países tercermundistas que nadie visita —contó como si no estuviera muy segura de lo que recordaba—. Me parece que se llamaba Hiron. Es un país insignificante en el norte de Europa central, su pedazo de terreno es mínimo comparado con otros. Limita con Bulgaria y Macedonia. El caso es que...
—Yo puedo tomarlo de aquí, Sam, gracias —murmuró Nadine, apareciendo en la entrada.
Samantha se movió rápidamente para ayudarla a caminar, sentándola con cuidado en una de las mecedoras del porche. Yo aguardé en silencio que ella continuara.
—Cuando Vladimir volvió y mandé a Harper a Estados Unidos. No visité Hiron únicamente para buscarla —resumió, clavando los ojos oscuros en mí. Fingí una expresión de sorpresa que la hizo ponerme mala cara—. Tu madre me pidió que le consiguiera un mapa. Los malditos brujos son demasiado rencorosos, todavía no entiendo cómo hizo Vladimir para casarse con Rochelle —suspiró—. No podía ir ella misma por un tratado de paz que Odín y ella hicieron con la primera bruja hace milenios, y tampoco podía enviar a Basil, así que yo era su única opción.
» Althea quería un... collar —asintió—. El collar de Autem, pero nadie podía tocarlo, así que pidió el mapa para ver el inicio de toda esa línea. Las últimas personas que tuvieron el collar en su posición fueron Makenna y Agamotto, antes de que los brujos y los hechiceros se separaran. Makenna, la primera bruja, fue la que selló el campo de energía que mantiene el collar inactivo y también fue la que desterró a Bacchus, la bestia que ansía el poder del Autem. Bacchus es una criatura monstruosa y demoníaca que nació de todos los lamentos del universo; es tan antiguo como el tiempo y su energía es únicamente maligna. La leyenda dice que si Bacchus obtiene el Autem, la línea de vida que mantiene el universo equilibrado se romperá.
» Pero Althea tenía otros planes para el Autem. Ella creía que la energía del collar podía revertirse para desestabilizar al menos el poder de una gema del infinito —enfatizó—. Solo una, pues las seis serían una carga demasiado pesada y el collar no lo soportaría —me explicó, separando las sílabas para que la entendiera bien—. El mapa le sirvió, pero hubieron otros inconvenientes. Hace varios milenios atrás, Althea encerró a Bacchus en la mazmorra más profunda del Monte Alma. Está dormido, y resulta que el collar se encuentra en su interior, también aplacado por ese sueño inducido. El problema es que el collar elige quién puede portarlo, y lamentablemente rechazó a Althea con un repele inverosímil.
» Si el Autem no te acepta, en tus manos no es nada más que un montón de piedras preciosas y vacías —dijo, y se echó más hacia atrás—. Yo lo toqué y mírame ahora, Beverly. Algunos pensarían que estoy por perder la cabeza.
Yo siseé y Samantha se incorporó hacia mí como si esperara un ataque. Entorné los ojos y me recuperé, clavando mi mirada en Nadine.
—Si hubiéramos tenido ese collar hace cinco años para deshacernos de una sola gema, Thanos no hubiera ganado —increpé con brusquedad, mientras le lanzaba una mirada envenenada—. ¿Por qué te callaste?
Nadine mantuvo una expresión serena al responder:
—Porque Althea dijo que solo existía una oportunidad. Una sola. Y para tomarla, Thanos tenía que ganar. Ella sabía que Victoria sería lo suficientemente inteligente para descifrar su mensaje y también sabía que tú vendrías a buscarme. No me recrimines, Beverly, una vez más solo le serví a tu madre. Ahora depende ti tomar la oportunidad que te está otorgando, o dejarla ir.
Me azotó un miedo concentrado ante lo que acababa de decir. No podía imaginar ninguna oportunidad que pudiera ayudarnos a estas alturas, y eso me frustraba.
—Pero ya no hay gemas que el collar pueda tomar. Thanos las destruyó hace cinco años, ¿cuál es el punto ahora? —murmuré en tono cavernoso.
—Entonces supongo que, si no hay gemas, deben usar el collar para algo más. Y eso lo tienen que averiguar ustedes —contestó.
Ya no existían gemas, no había nada que el collar pudiera hacer... a menos que no fuera para eso. Si Althea, igual que Stephen Strange, sabía lo que iba a suceder, ¿por qué se tomó tantas molestias? Si sabía que el universo estaba condenado al chasquido y que nuestros hijos estaban atrapados por una inminente profecía, ¿por qué dejó tantos cabos sueltos para que los resolviéramos? Con toda certeza podía decir que Althea no daba un paso sin haber pensado en qué consecuencias tendría.
Ella conocía las probabilidades... ¿Y si acaso la oportunidad que nos estaba dando no era para revertir el chasquido? ¿Y si lo que debíamos hacer era salvar a nuestros hijos de la profecía? Pero incluso esa idea resultaba tan remota... Aún así, valía la pena apostarle.
Me le quedé mirando por un segundo, pero acabé negando con la cabeza. Sin decir nada empecé a bajar los escalones de la cabaña ante la enigmática mirada de Nadine Volkova y Samantha Wayne, sacando el celular de mi pantalón y llevándolo hasta mi oreja.
El corazón se me saltó un latido cuando contestaron del otro lado.
—¿Bevs?
—Tienes que regresar ahora mismo —le dije, y no estuve muy segura de haber hecho un buen trabajo al ocultar los jadeos de mi respiración—. Tenías razón, Victoria. Tenías razón. Creo que tenemos una oportunidad.
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