53 ━━━ No trust.
BEVERLY BLACKWELL
Me llevo una mano hasta la boca cuando unas convulsas arcadas me hacen estremecer. En el fondo de mi garganta se asienta el sabor ácido y agrio que provoca el vómito, haciéndome sentir mucho más desconcertada. No sé cómo me las arreglo para no botarlo todo por la boca, pero acabo tragándome esa horripilante maleza y luego muevo los ojos hacia la izquierda para buscar a las personas que se hallan conmigo en la habitación.
Bruce me mira por encima de los lentes de pasta grises y soy incapaz de decidir si su expresión es graciosa, preocupada o alegre. Una combinación de todas.
—¿Pesqué un resfriado? Ay, no —me quejo, volviendo el cuerpo hacia él—. ¿Por eso me desmayé hace rato, verdad? Y justo hoy, Dios. Mañana es la boda —farfullo lastimosamente.
—Bueno, sí es un resfriado pero...
—¿Estoy más enferma? —jadeo con cansancio—. ¿Fue acaso por la viga que me clavó Thanos hace seis meses? ¿Es eso lo que sucede, acaso no se curó bien?
Bruce carraspea.
—No estás enferma. El resfriado se te debe pasar en unos días, lo siento, pero, sí tendrás que subir al altar mañana con malestar.
—Grandioso —refunfuño, y mi rostro deja entrever una mueca de fatiga. Del otro lado de la habitación, a Tony se le escapa una risotada—: ¿Y tú de qué te ríes?
Clavo mi mirada enfurruñada en el pelinegro que ahora se encuentra mucho más repuesto que hace seis meses. De hecho, está mejor, dentro de los parámetros físicos y de salud, al menos.
Tony, que tiene los brazos cruzados sobre el pecho, saca la mano izquierda y hace un ademán de inocencia.
—De nada —contesta.
—No me mientas, ¿de qué demonios se están riendo ambos? ¿Saben qué? No me importa, voy a verme con Victoria. Adiós.
Doy una zancada hacia adelante, lista para salir de la habitación, cuando Tony me toma del brazo. Su expresión aún es de lo más complacida y yo no lo comprendo.
—¿Qué? —exijo, echando los hombros hacia atrás.
Bruce se saca los lentes y suspira.
—Tony te mandó a hacer análisis de sangre cuando te desmayaste, le entregaron los resultados hace un rato. Me pidió que los viera de nuevo porque pensó que estaba ciego.
—¿Y?
—Estoy embarazado, esa es la verdad —repone el pelinegro, abriendo los abrazos con resignación—. Bueno, tú estás, pero digamos que soy yo así no te da un ataque de histeria.
Al principio quiero quejarme y pedirle que deje de decir tonterías, pero entonces le miro la cara y lo comprendo.
—¿¡Otra vez!? ¡Cho dijo que era estéril! ¡Me lo dijo! Bueno, no lo dijo en un cien por ciento, fue más una probabilidad pero... ¡Agh! —exclamo más alto de lo que debería. Me llevo ambas manos al rostro y suelto un grito ahogado, pero rápidamente me las saco y encaro al responsable. Tony me está sonriendo de forma inocente del otro lado—. ¡Esto es tu culpa! ¿¡Quién demonios te dio el derecho de embarazarme otra vez!? ¡Victoria, mira lo que me hizo Anthony! ¡Lo hizo de nuevo!
Todo lo que escucho es su risa cuando salgo dando zancadas largas fuera de la habitación.
Deslicé por encima de mi cabeza el vestido color bronce y me lo estiré en el cuerpo hasta que quedó completamente acomodado. Me eché un vistazo en el espejo, al tiempo que procedía a acomodar las tiras de los hombros y después me colocaba el collar de color dorado brillante que estaba sobre el tocador junto al espejo de tamaño real. Cuando me pasé la mano izquierda por el rostro para quitarme el cabello de la frente, los dos anillos de mi dedo anular brillaron con muchísima intensidad al encontrarse con un rayo de luz que se filtraba por la ventana de la habitación.
Me quedé mirando, en silencio, el diamante del anillo y más pronto que tarde me descubrí sonriéndole a la piedra. Estaba tan deslumbrante como deslumbrada. El reloj de la pared marcó las tres con quince minutos de la tarde, lo que solo me dejaba cuarenta y cinco minutos para terminar de arreglarme y tener listos a todos en la casa para después partir al otro lado de Nueva York, dónde se efectuaría la boda de Steve y Victoria. ¿Cuánto hacía para ellos? ¿Casi ochenta años? Y justo ahora decidían darse el sí...
Y este día, aunque era dulce por las razones evidentes, también era amargo. El motivo por el que se casaban era muy amargo.
Pero, en realidad, en los últimos cinco años lo que habían sobrado eran momentos amargos...
Cuando recordaba todo este tiempo que había pasado, mi mente viajaba en medio de un mar de alivio y remordimientos. Este enorme océano en el que habitaban mis pensamientos se dividía entre un agua calmada y pacífica, y un maremoto arrasador que destrozaba todo a su paso. Los recuerdos de mi familia y amigos eran el agua mansa, y las memorias de lo acaecido hace tanto tiempo en el universo formaban el maremoto. Era imposible sentirse afortunado sabiendo que tantas personas habían perdido para que nosotros quedáramos en pie.
Al principio era peor, sobretodo en los meses venideros a la tragedia. Pero incluso aunque no queríamos, o nos costaba demasiado, tuvimos que seguir adelante. Tony decía que esta era nuestra segunda oportunidad, que no podíamos dejarla pasar, y la verdad es que tenía razón. Mucha. Incluso aunque no podíamos considerarnos airosos, teníamos que encontrar la manera de avanzar con lo que nos había tocado. Y algunos la tenían más fácil que otros; al menos yo tenía de dónde sostenerme. Tenía tanto por lo que seguir, que me resultaba muy difícil concentrarme únicamente en el lado negativo de toda la situación. Hacía lo mejor que podía con lo que tenía, pero no podía no sentirme aliviada de que, después de todo, aún los tenía conmigo.
Tuvimos que construir algo nuevo desde las ruinas, pero valió la pena.
Escuché un golpe seco fuera de la habitación cuando terminé de maquillarme, así que salí disparada para buscar al responsable. Bajé las escaleras en tiempo récord y cuando llegué a la sala me encontré tres escenas bastante particulares.
Primero, ya Edward estaba vestido con su traje negro, pero seguía inmerso en la televisión y el juego ese que lo único que hacía era consumirle la vida. Segundo, Tony también estaba vestido, pero estaba de espaldas a mí, con la vista en la biblioteca y lo escuché murmurarle algo a Viernes. La tercera escena era la responsable del golpe.
—¡Morgan Harper Stark! —jadeé en voz alta, haciéndola dar un respingo ante el sonido de mi voz—. ¡Bájate de la mesa! Ah, ya tiraste todos los los cuadros al suelo. Genial. Ven acá, antes de que arruines tu vestido.
La niña de cabello y ojos castaños me sonrió inocentemente cuando me acerqué a bajarla de la mesa, y ese gesto accionó una memoria en mi cabeza. Era el pelo de Edward que, a su vez, era de Tony, los ojos de Tony, y por supuesto que era la sonrisa inocentona que Tony ponía cuando hacía algo de lo que no se arrepentía. La misma que tenía Edward. Tanto Edward como Morgan era solo gen Stark; mis genes se había perdido en el camino, al parecer. Lo único que había de mí eran mis ojos y esos los tenía Edward.
—Lo siento, mami —me sonrió la niña que ahora se encontraba enrollada en mi cintura.
Hice un mohín.
—Mmhmmm, ¿qué te parece si mantenemos esta linda apariencia intacta hasta después de la ceremonia? Así evitamos que a Tía Vi le dé un infarto.
Morgan asintió.
—Pero Ed ya se manchó la camisa.
Inspiré profundamente para relajarme y dejé a Morgan en el suelo. Ella rápidamente se volvió y echó a andar hasta donde Tony se encontraba, con el vestido color arena rebotando con ella. Giré el cuerpo para empezar a caminar en dirección a mi hijo mayor, que estaba tan concentrado que fue totalmente incapaz de prestarme atención o siquiera reparar en mi presencia delante de él.
Lo escuché quejarse entre dientes.
—¡No! —gritó indignado y soltó el mando de la consola con frustración—. ¿¡Otra vez!? ¡Mamá, Thor me está haciendo trampa de nuevo!
Puse los ojos en blanco.
—Apaga eso, ahora —ordené señalándolo con el dedo.
Edward se sacó los auriculares y me miró sin poder creerlo.
—¡Dile algo! ¡Siempre hace lo mismo!
—Estoy hablando en serio, Edward Steven Stark, ya vamos tarde a la boda.
El pequeño pelinegro volvió a acomodarse los auriculares e hizo una mueca cuando escuchó algo proveniente del otro jugador.
—¡Acaba de llamarme rata asquerosa!
Abrí los ojos como platos y le arranqué el micrófono al niño.
—Maldita sea, Thor, ¿cuántas veces te lo voy a decir? ¡Deja de hacerle trampa y decirle cosas a mi hijo que voy a ir y te voy a meter la consola por el trasero, idiota! ¡Es la quinta vez esta semana!
Del otro lado, el rubio desaliñado bufó, ofendido.
—¡Él me hizo trampa primero, es lo justo! —se defendió el aludido del otro lado. Se hizo una pausa corta, y pensé que se había ido hasta que lo escuché farfullar—: Rata.
—¿¡Cómo me dijiste!?
—¡No, no, no era a ti! ¡Era a Miek, lo juro!
—Te voy a ignorar —mascullé entre dientes—. Pero sabes que Victoria está enojada porque no viniste. Vamos a hablar cuando regrese de la boda, ya vas a ver.
Lo escuché refunfuñar otras cosas pero no me quedé a escucharlo. Lancé los auriculares y el micrófono contra el sofá y entonces señalé a Edward.
—Apaga eso ya.
—Agh, mamá, no —rodó los ojos—. Grant también está jugando, no veo el alboroto.
Tony atravesó la sala de la casa, completamente vestido y peinado. Llevaba un pulcro traje negro, con camisa y corbata también negras, y unos lentes de cristales rojos sobre sus ojos. No me miró a mí, señaló a Edward con el dedo y le dijo:
—Apaga eso ahora mismo o te prometo que voy a usar tu fondo de la universidad para comprarme un nuevo deportivo.
—¡Pero si ya tienes como diez! —protestó Edward, enfurruñado.
—Y quiero ir por el número once —contestó su padre con las cejas alzadas—. Muévete o te muevo.
Morgan miraba la escena con el ceño fruncido y la cabeza ladeada, pero al final terminó por decidir que no le daría importancia, pues se encogió de hombros y dejó la habitación mientras llamaba a gritos a Gato II, el pequeño perro Pug de color ceniza que estaba plácidamente echado en la entrada de la cocina. Se llamaba Gato en honor al Gato de Harper que Tony había asesinado, qué recuerdos. Por eso y porque Eyra, la rubia de Thor, tenía un gato Burmilla de color blanco que se llamaba Perro.
A regañadientes Edward dio un salto fuera del sillón, apagó el videojuego y subió a su habitación a ponerse los zapatos. Boté el aire por la boca y me volví para encontrarme de frente con mi esposo.
—Creo que tengo canas —resoplé, pasando los brazos por su cuello mientras el dejaba reposar sus manos a cada lado de mi cintura.
Con una creciente sonrisa en su rostro, se inclinó hacia adelante hasta depositar un beso sobre mis labios.
—Yo te veo bien.
—Claro —se me escapó una risa—. Tengo que buscar tintes, de los dos el que luce el Silver Fox en el pelo eres tú.
Tony se carcajeó y sacudió la cabeza.
—Forma sutil de halagarme, gracias. Pero ya lo sabía, es obvio.
—Nunca me decepcionas —le di un golpecito en el hombro.
—Por supuesto que no —alzó una ceja—. Es más, te propongo algo: cuando regresemos de la boda de Victoria puedes poner esa película francesa que te gusta y yo, muy amablemente, me ofrezco a darte un baño. ¿Qué dices?
Niego con la cabeza.
—Oh, no, no, no, no, no. Nada de baños. No señor.
—¿Qué? ¿Por qué?
—¿Ya se te olvidó lo que pasó la última vez que me diste un baño?
Tony parpadeó.
—Sí, ¿qué pasó?
Señalé a Morgan, que aún seguía entretenida con Gato.
—Eso pasó.
Tony me sonrió con aquella reluciente sonrisa suya y acabó besándome la nariz.
—Resultó mejor de lo que esperaste, admítelo —alardeó sin quitar la sonrisa.
Me separé de él y sacudí la cabeza. Me moví por la habitación, en busca de todas las cosas que nos llevaríamos, y entonces hice un movimiento de cabeza para que me siguiera.
—Lo admito, pero tenemos que irnos antes de que Victoria nos corte el cuello a todos.
***
Una vez estacionó en el exterior de la antigua edificación ubicada en el centro de Brooklyn, Tony se bajó y cruzó todo el frente del auto para abrirme la puerta y extenderme una mano para ayudarme a bajar.
Me dedicó una expresión de pura fatiga cuando masculló:
—Recuérdame por qué estoy haciendo esto.
—Ya sabes por qué haces esto —puse los ojos en blanco y me giré para abrir la puerta de atrás, liberando a los hermanos Stark. Tony tomó a Morgan en brazos y yo sujeté la mano de Edward mientras empezábamos a caminar toda la distancia desde la calle hasta el antiguo edificio—: Lo haces por ellas. Por ambas —le recordé en tono solemne—. Además, ellos no se perdieron nuestra boda, ¿no sería descortés de tu parte perderte la suya?
Tony resopló.
—No puedes comparar mi bod...
—Nuestra boda.
—Eso, nuestra boda —se encogió de hombros—. No puedes compararla con esto, son situaciones completamente diferentes.
Asentí lentamente cuando intercambiamos una mirada insondable.
—No es el motivo más feliz por el que hacen esto, pero lo menos que podemos hacer es estar aquí para ellos, de la misma manera en la que ellos estuvieron para nosotros. Thor no vino, imagina cómo se sentiría Victoria si tú tampoco te quedaras.
Aquello lo dejó pensando un buen rato. Frunció los labios y se mordió el interior de la mejilla, señal de que estaba sopesando con concentración mis palabras.
Atravesamos las puertas del viejo establecimiento cuando la noche terminó de caer. Las luces en el interior de lo que era un antiguo bar restaurado hasta convertirse en una tienda de helados que, posteriormente, fue abandonado a su suerte, brillaron con un resplandeciente tono níveo sobre nuestras cabezas.
La edificación, que probablemente tenía el mismo tiempo de existencia que Steve y Victoria tenían conociéndose, había pasado mucho abandonada hasta que la castaña se topó con ella en un inesperado giro del destino hace bastante tiempo. Mucho antes de que Steve fuera encontrado en el hielo. Según lo que ella misma me había dicho y lo que Tony también contaba, ella conoció a los bisabuelos de quién en ese entonces era el propietario. Lo convenció de no venderlo y poco a poco fue convertido en un sitio que solía ser habitual para ella en la década de los cuarenta. Claro que después de la tragedia el sitio se desplomó por completo, al menos hasta que Steve, Natasha y Halley decidieron desempolvarlo.
Porque Steve intuyó que no había mejor lugar en el que se pudiera casar con Victoria que ese, el sitio en el que se conocieron por primera vez hace tantos años atrás.
Una vez dentro, los rostros conocidos no se hicieron esperar, y por eso Edward salió corriendo en dirección a Steve tan pronto lo vio, listo para saludarlo con toda la buena gana que ponía al verlo siempre. Morgan permaneció adherida a la cadera de Tony, con la cabeza enterrada en su cuello. Ella era por mucho más calmada que su hermano, y eso era algo bueno. No hubiera sido precisamente fácil tener dos huracanes de energía juntos; eran opuestos, pero se completaban, y eso era lo importante.
—Le agrada demasiado —murmuró Tony en mi oído, viendo como Steve alzaba a Edward—. Voy a desheredar a ese niño.
—Tony...
—Voy a buscar a la vieja, toma.
—Llegas justo antes de que le dé un ataque por tu ausencia —dejó caer una aterciopelada voz familiar hacia nosotros—. Vamos, voy contigo, cara de metal.
Tony me pasó a Morgan con cuidado cuando Natasha apareció en nuestro campo de visión. La pelirroja de puntas rubias nos sonrió sin mostrar los dientes antes de tomar al pelinegro del brazo y dirigirlo hacia el otro lado del establecimiento, más allá de una puerta y lejos del salón. No debería sorprenderme de que Steve y Tony aún se evitaran mutuamente, pero la verdad es que parecía que eso no iba a pasar de moda jamás.
—¿Llegamos muy tarde o muy temprano? —pregunté en voz alta, captando la atención de dos rubios.
Steve me sonrió con las manos metidas en los bolsillos del traje negro una vez me vio acercarme a ellos.
—Justo a tiempo, Bevs —contestó el rubio un tono que se asemejaba bastante al alivio—. Todos están afuera en el jardín, nosotros solo hablábamos antes de salir.
Halley pasó por completo de mi presencia para reparar en la polizón que se aferraba con fuerza a mi cuello.
—¡Ven a darme un abrazo, mini Tony! —exclamó, llegando hasta nosotras y poniendo las manos en la espalda de Morgan para hacerle cosquillas. La niña estalló en carcajadas y se separó para que la ojiazul la sostuviera—. ¡Así está mucho mejor! Pero mira qué bonita estás hoy —silbó, fingiendo sorpresa. Alzó la vista hacia mí y me guiñó un ojo—. Estos niños han venido muy bonitos hoy, increíble. Nadie le va a prestar atención a Victoria, pero eso está muy bien, la vieja ha tenido siglos de atención.
Me eché a reír.
—Procura que Victoria no te escuche —le recordé, cruzando los brazos. Halley se encogió de hombros.
—Vamos, Morgan Harper Stark. Busquemos a la tía Nat y robemos unos dulces.
Mientras Halley se alejaba con Morgan en brazos, a Steve se le escapó un suspiro tan profundo que tuve que alzar las cejas, sorprendida.
—¿Te sientes bien, Steve? ¿Quieres huir por la ventana del baño? —bromeé, cosa que lo hizo reír.
—No, no —negó con la cabeza, pero poco a poco la sonrisa se le fue desvaneciendo hasta solo quedar una mueca que lo único que dejaba entrever era tristeza. Bajó la mirada, rebuscó en sus bolsillos hasta sacar un peculiar cuadro blanco bastante diminuto—. Es solo que... —dejó la oración en el aire, incapaz de terminarla.
Entonces comprendí qué estaba mirando. Tomé una bocanada de aire, deseando mantener la compostura. Avancé lentamente hacia donde él se encontraba recostado, me posicioné a su lado y le eché un breve vistazo a la foto de Vera.
—Lo sé —susurré en voz muy baja—. Yo también la extraño.
Steve inspiró.
—Sigo repitiéndole a Victoria que no puede aferrarse a esto por siempre, que en algún punto tiene que empezar a soltar... Pero yo no puedo hacerlo. Y tenía la esperanza que, al hacer esto, quizás no se sentiría tan mal, pero ya no estoy seguro de que alguna vez deje de sentirse así.
Se me hizo un nudo bastante fuerte en la garganta, y me esforcé por buscar un par de palabras alentadoras en mi cabeza para decirle, pero simplemente no pude encontrarlas. No sabía cómo hacerlo sentir mejor porque a mí también me dolía.
Y por supuesto, el hecho de que Steve y Victoria se estuvieran casando porque lo último que Vera les había dicho antes de que Thanos apareciera había sido «Casénse antes de que yo muera», no lo convertía precisamente en el escenario soñado. Eso había sido el día antes de la excursión, la mañana que se despidió de ellos, y por supuesto nadie pudo jamás haber imaginado que esas simples palabras iban a tener un significado amargo después. Porque, en realidad, para ella no hubo un después.
—No creo que ninguno de nosotros alguna vez sea capaz de dejarlo ir —acabé respondiendo con la voz ahogada—. Pero para bien o para mal estamos aquí, ahora. Aún tenemos algo por lo que luchar y salir adelante. Una segunda oportunidad. La tuya está detrás de esa puerta, y supongo que es tiempo de dejar el pasado atrás...
Steve movió los ojos hacia mí y esbozó una tenua sonrisa al decir:
—Un paso a la vez.
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