46 ━━━ Ghosts.


BEVERLY BLACKWELL



Mi puño se estrelló con demasiada fuerza contra la pared. La golpeé con tanto ímpetu que de haberse tratado de otra cosa, o tal vez de yo haberme encontrado en otro lugar, esta se hubiera hecho trizas y no hubiera dejado nada más que un desastroso camino de escombros.

Pero no pasó nada.

La pared no se movió, mucho menos se agrietó ante el golpe. Permaneció intacta como si se hubiese tratado de una simple brisa la que colisionó contra ella. Me miré los nudillos llenos de sangre y casi me pongo a gritar.

—Déjame salir de aquí...

De nuevo, no sucedió nada. Todo estaba en silencio; un silencio demasiado sospechoso.

Un pinchazo de calor colisionó contra mi pecho. No quería perder la cabeza pero empezaba a temer no poder evitarlo, no poder escapar de aquel encierro espantoso en el que estaba sumergida. Pegué la cara de la pared y dejé escapar un grito abogado, resquebrajando y doloroso. Todo estaba oscuro, apenas y alcanzaba a distinguir una que otra cosa. Detrás de las gruesas cortinas de los ventanales, la noche se extendía incluso aún más enajenadora que el mismo encierro. Cada segundo que transcurría era incluso aún más doloroso que el anterior, y comenzaba a preguntarme si acaso era posible experimentar tal sensación de dolor. Era extraño, porque sabía que no se trataba de un dolor físico. Mi cuerpo estaba bien, y aún así sentía como si el pecho me quemara y el estómago lo tuviera pegado al suelo. El intenso sentimiento de miedo se arraigaba sin piedad alguna a mi piel, a mi alma, me nublaba los sentidos y me hacía estar a punto de perder la razón.

¿Cuánto tiempo había pasado? Porque realmente se sentía como si todo se hubiera detenido a mi alrededor, como si ni un segundo hubiera pasado desde la última vez que fui libre, pero no estaba segura de que fuese posible.

Sabía que el tiempo pasa aunque no queramos que sea así. Incluso aunque tratemos de aferrarnos con todas nuestras fuerzas a un efímero segundo, este pasa; aunque nos duela, nos mate por dentro y desgarre nuestras almas... el tiempo nunca se detiene por nosotros. Yo sabía que eso me estaba pasando a mí. Que yo estaba atrapada y congelada en hondo vacío hecho para torturarme, pero fuera de él nada había cambiado. El reloj seguía girando, la nieve seguía cayendo y las vidas seguían pasando. Quizás la prolongada ausencia había cambiado algo, pero eso no era lo suficientemente poderoso como para hacer detener el curso del tiempo. Conmigo o sin mí, la vida seguía. Si yo no estaba, todo permanecía igual... porque lo único que cambia es la presencia: pasas de tener a alguien a perderlo, y aunque el arrebatamiento se parezca al luto, solo te puede cambiar sustancialmente. En tu corazón.

Y yo solo podía esperar que todos siguieran viviendo. No respirando, viviendo.

Me despegué de la pared y empujé la puerta que reconocí como la antigua habitación de Nadine. Quería sacarme el ajustado vestido de encima porque ya me estaba molestando, así que me apresuré a caminar hasta el armario. Tomé un par de jeans desgastados y una camiseta de tirantes negros. Me estaba terminando de pasar la camiseta por encima de la cabeza cuando escuché a alguien carraspear.

—¿Muñeca?

Todas mis terminaciones nerviosas se paralizaron momentáneamente. El sonido de la voz tuvo tanto efecto en mi sistema que me mareé y trastabillé asustada. Giré el rostro con demasiada brusquedad, buscando a Tony, pero se me escapó un grito aterrador en lo que lo hice.

Ese no era Tony.

Me tambaleé porque era el dueño de la aterradora voz que me atormentó en sueños, en la vida real y también aquí, momentos antes. Me volví desesperada y empecé a darle porrazos a la pared, otra vez.

—¡Ya lo entendí, Basil! —grité, estrellando mi puño contra la dureza de cemento—. ¡Esto no es gracioso, por favor, ya déjame salir! ¡Ya sé quién soy!

—¿Lo sabes?

El corazón me chocó contra las costillas. No gires, no des la vuelta, no lo mires a la cara. No lo dejes ganar.

—¡Basil!

Basil no va a regresar ahora —repuso el gigante de rostro purpúreo—. Así como tampoco lo hará tu madre, o tu hermana. Y si ellas no vuelven, ¿qué oportunidad sostienes tú, Zafiro? Eres la más débil de todas, la ignorante. Ni siquiera sabes quién eres.

Di otro golpazo a la pared con tanta fuerza que mis nudillos comenzaron a sangrar.

—Tienes miedo —aventuró Thanos—, y el miedo te hace débil. Inestable. Inútil. ¿Es así cómo planeas regresar, Zafiro? ¿Temblando de miedo, jadeante y desorientada?

—¡Tú no sabes nada de mí! —grité de vuelta.

Sé lo suficiente.

Las rodillas me temblaron. Estuve a punto de deslizarme hasta abajo cuando escuché otra voz.

—¡Bevsy! ¡Hermana! —exclamó la voz de Harper, y nuevamente cometí el error de girar, muy a mi pesar. En esa ocasión me encontré con el rostro de Vladimir, y las arcadas no se hicieron esperar—. ¿No te da gusto verme de nuevo, niña bonita?

Esto no es real, me dije a mí misma. No tenía que volverme a mirarlo o prestarle atención, tampoco tenía por qué dejar que sus palabras me afectaran, ellos no estaban ahí. Esos no eran ellos. Respira, Bevs, respira. No los dejes ganar. Volví a pegar la frente contra la pared y resollé. Sentí una presión en el fondo de mi garganta y las lágrimas de pura frustración no se hicieron esperar. Por mis oídos se coló un coro de risas burlonas. Ellos querían verme caer.

Atesté un nuevo puñetazo a la pared.

—¡Déjame salir! —sollocé—. Por favor... déjame salir. ¡Me quiero ir, no me dejes aquí! ¡No, aléjate de mí! —chillé al escuchar como las risas aumentaron en volumen—. Déjame salir... déjame salir...

—¿Bevs?

La voz se escuchó fuerte y clara, como si hubiera salido tras soltar una bocanada de aire que solo te hace agarrar fuerzas. Cerré los ojos con impetuy y refregué más mi cara contra la pared, sintiendo una terrible presión sobre la espalda.

Mi mente estaba siendo cruel. Primero Tony, después Harper y para rematar, Thor. ¿Cuántos intentos más le tomaría hacerme perder cualquier conato de cordura? ¿Con qué tanta dificultad me iba a terminar de quebrar?

—No lo hagas —lloriqueé, sorbiendo por la nariz—. Usas la voz de Tony, ahora usas la de Thor, ¡pero no voy a voltear a mirarte! ¡No lo voy a hacer! Ya déjame en paz, déjame salir. Tú no estás aquí, tú no estás aquí, tú no estás aquí —repito con un movimiento de cabeza frenético.

Lo escuché tragar saliva.

—Preciosa, soy yo, voltea.

—¡No lo eres! —jadeé—. No fuiste ninguno de los anteriores. No fuiste Tony, no fuiste Harper, mucho menos vas a ser Thor. ¡Aléjate de mí!

Lo próximo que sentí fueron sus manos sobre mí, por lo que me hizo dar un respingo espantoso.

—¡No me toques! —chillé, pero aún así no abrí los ojos. Los cerré con fuerza y apreté los labios firmemente mientras que mis manos se hacían puños.

—Lady Beverly —volvió a llamarme, infligiendo más volumen as su voz. Me tomó por los brazos y me movió para que abriera los ojos—: Soy yo. No te haré daño, vamos, abre los ojos.

—Si los abro sé que no veré a Thor. Tú me vas a hacer ver a...

Poco a poco, mi voz fue desvaneciéndose. En su lugar solo quedó el estremecimiento de mi imaginarme mi propia respuesta. Podía soportar el toque siempre y cuando mis ojos estuvieran cerrados, mientras no pudiera ver mi miedo de frente. Así, tal vez, podría aguantar un poco más. Resistir lo suficiente hasta recuperarme.

Pero para mantener mis ojos cerrados tuve que morder tanto mi labio inferior que comenzó a sangrar. Me estaba costando mantenerlos  así, porque esa voz de escuchaba tan real, y ese toque se sentía tan suyo que me parecía inverosímil la similitud que este espejismo podía tener con la realidad.

Me estremecí.

—¿No crees que soy yo? —inquirió la voz, vacilante.

Negué con la cabeza una vez. Seguidamente, él afianzó el agarre en sus manos y me atrajo hacia su pecho con deliberada lentitud, con la mayor de las precauciones posibles. Luché contra el nudo en mi garganta, contra el ardor de las lágrimas en las esquinas de mis ojos y también contra el latido desbocado de mi corazón mientras eso sucedía. ¿Estaba tratando de abrazarme? ¿Dónde el truco de todo esto? Porque en verdad empezaba a ser un poco más macabro de esta manera. Prefería las voces que no se acercaban y mucho menos me tocaban.

Esto era simplemente demasiado.

—Suéltame —pedí entre dientes.

—No te voy a soltar hasta que no abras los ojos.

Gemí dolorosamente y el estómago me llegó a los pies. Antes de que mi cuerpo emitiera una reacción apropiada, sentí un par de enormes manos posarse sobre mis mejillas, haciéndome levantar el rostro. Sus pulgares acariciaron con suavidad la piel de ellas.

—Abre los ojos —me pidió de nuevo en voz bajita, amable—. Tú no temes de mí. Tú no temes de nadie, Bevs. ¿Quién es la más fuerte de todos? Eres tú. Abre esos ojos preciosos, por favor.

Lo pensé durante un instante, pero no pude resolverlo. Ya había caído y en consecuencia había visto dos seres terribles. Si ahora abría mis ojos, ¿qué me iba a encontrar? ¿Qué cosa tan horrible iba a crear mi mente para hacerme sufrir? No estaba segura de querer averiguarlo, o mejor dicho, de tener la resistencia de mirar a mis miedos a los ojos.

Fue por eso que no pude evitarlo cuando mis pestañas comenzaron a levantarse, contra todo pronóstico, y cuando mis ojos se encontraron de frente con el rostro de Thor, me quedé sin aliento.

Pero la sensación de alivio se me escurrió de entre los dedos como la arena, porque el rubio también desapareció.

Algo muy parecido a la resignación me golpeó las ideas. Supongo que eso debí haberlo visto venir, ¿o no? Era más de lo mismo. Me dejé caer de espaldas y acabé tirada sobre un sofá, cerrando los ojos. Mis nervios comenzaron a calentarse rápidamente, así que no fui nada capaz de advertir el momento en el que la resignación se transformó en enojo.

Ya estaba bueno, ¿eh? ¿Hasta cuándo me iban a seguir jodiendo? ¡Por amor a Dios, aquello casi parecía un chiste! ¿No me merecía yo también un descanso, un momento de paz, algo de tranquilidad? ¿Por qué era tan difícil entregarme eso? ¿Qué cosa tan horrible se supone que había hecho a lo largo de mi vida para merecer que toda la mierda del mundo me cayera encima? Porque no lo comprendía, de verdad. No podía entenderlo. Era terca, sí, también necia, obstinada y en ocasiones un poco cruel, pero dudaba muchísimo que eso fuera mérito suficiente como para condenarme de la manera en la que lo estaban haciendo. Y si no era algo que tuviera que ver conmigo, ¿por qué carajos se suponía que yo debía pagar por los errores de alguien más?

—En serio eres tonta.

Abrí los ojos con expresión sombría. Basil me observó con las cejas alzadas, recostado del umbral de la puerta.

—¿Ah, sí? —repuse, infligiendo el mayor de los tonos sarcásticos a mis palabras. Di un salto fuera del sillón en el que estaba tirada y empecé a dar zancadas en su dirección, señalándolo con el dedo—. ¿Y tú qué sabes, eh? ¿Quién demonios te dio el derecho de decidir qué pasa conmigo? ¿Fue mi madre acaso? Porque déjame que te lo deletree: ¡Esa mujer estaba loca! ¡Se clavó una jodida espada al pecho y nos dejó solas a mi hermana y a mí, separadas! Entonces perdóname, pero su juicio no era precisamente el mejor. Estamos hablando de la ególatra y narcisista a la que, en primer lugar, se le ocurrió la brillante idea de ayudar a un maldito genocida a cumplir su «destino».

—¿Es todo lo que tienes? ¿Eres una mártir, ahora? Esa no eres tú, Zafiro —me instó con dureza.

Sentí la punta de la lengua caliente. Apreté con más fuerza los puños a cada lado de mi cuerpo y ladeé el rostro, indignada. Si estaba exagerando no lo sabía, lo único que tenía claro era el deseo descomunal e inhumano de querer largarme de ahí. De volver a casa. Y no iba a dejar que él, mi madre, o nadie me lo impidiera.

Puede que Tony me llamara «muñeca», pero eso no significaba que fuera una de verdad. Había una enorme diferencia entre un apodo cariñoso y la voluntad maligna de jugar conmigo a diestra y siniestra, como se les antojara. Llegué al punto de quiebre, al momento cumbre en el que ya no lo soportaba más. Estaba cansada de no saber, no estar y no poder hacer nada. Ellos no eran yo, ellos no sabían cómo se sentía y jamás lo sabrían. Ya era suficiente.

—Tú no sabes quién soy —escupí de mala gana—. Estoy segura de que ni siquiera tú sabes quién eres, ¿quieres saber por qué? ¡Porque nadie lo sabe! Jamás llegamos a conocernos a nosotros mismos, nunca sabemos de qué somos capaces hasta que se da la situación. Así que si por un segundo llegaste a pensar que te conocías completo, déjame decirte que estás equivocado. ¿Quieres saber quién soy, Basil? Soy una nieta, una hija, una hermana, una esposa y una madre. Soy una mujer. Soy un ser, de carne y hueso, que siente, que sufre que llora. Me han pateado, me han quebrado miles de veces y eso nunca ha terminado de definir quién soy. Puedo resistir todos los golpes que quieras, puedo lanzarme a todas las peleas que existen, pero eso nunca determinará lo que soy. Lo que dicta quién soy es lo que siento, lo que hago cuando me desespero y la manera en la que me comporto con las personas que amo.

» No soy mi madre y tampoco soy mi hermana. Yo soy yo. Soy la hija ignorante y perdida de una madre egoísta. La parte impulsiva de mi hermana paciente. El daño colateral de una lucha que no me concierne, el resultado de las decisiones de seres despiadados y también soy quién está dispuesta a darlo todo por los dueños de mi corazón. Todo lo que ellos son y lo que hicieron es lo que yo soy hoy. He cometido muchísimos errores a lo largo de mi vida, ¿pero quién no lo ha hecho? No pienso quedarme mirando al pasado, lamentando lo que me pasó, porque es eso, ya pasó. Se terminó. Quiero ser una mejor persona, quiero ser mil veces una mejor madre de lo que Althea o Nadine fueron. Quiero recompensarle a Tony todo lo que ha hecho por mí, quiero que tengamos paz y que todo esto se acabe. Esa es quién soy.

» Y si eso no es suficiente para que me dejes salir de aquí, entonces jódete, Basil. Pero antes voy a patear tu trasero místico de vuelta a la realidad.

Juro haber experimentado una falta de aliento descomunal. Mi pecho subió y bajo irregularmente, cansado, cuando terminé de botar todas las palabras de forma precipitada. De pronto me sentí vacía, como si aquel peso que se cernía sobre mis hombros hubiera bajado.

Aguardé por algún atisbo de enfado en los rasgos de Basil, como consecuencia de la brusquedad con la que le había hablado, pero no sucedió. En su lugar, las comisuras de sus labios se alzaron y una risa aterciopelada salió de ellos.

—No era tan difícil después de todo, ¿verdad? —me sonrió—. Nos veremos de nuevo, Zafiro. Ahora es tiempo de que te reúnas con tu hermana y vuelvas a casa. Que ambas vuelvan a casa —alargó, con las manos detrás de su espalda. Alzó la barbilla y echó un vistazo al cielo, suspirando—. Necesito que te concentres, Zafiro, ¿de acuerdo? Necesito que canalices todas las corrientes naturales que sientas, que busques los puntos refulgentes y los sostengas para que se abra la barrera y puedas despertar. Ya has hecho algo similar, ¿recuerdas tu experiencia en la cueva Norn?

Por supuesto que lo recordaba.

—Sí.

—Muy bien —asintió—. Justo como esa vez, Thor te va ayudar, ¿de acuerdo? Él encontró tu cuerpo inconsciente, estás con él, pero debes despertar y eso depende de ti. Busca los puntos y sostenlos, Zafiro. Tienes que empujar. Escucha la voz de Thor y aférrate a ella.

Dejé escapar un suspiro lleno de asombro.

—Entonces... Aquel era Thor, ¿era él?

Basil asintió.

Di un paso hacia atrás. Mi mente de verdad que me había jugado cosas terribles, a tal punto que ni siquiera fui capaz de distinguir un espejismo a una realidad. Reprimí el arrepentimiento e insuflé mis pulmones con más aire.

Mis músculos se tensaron. Yo podía hacer eso, solo tenía que concentrarme. Tenía que hacerlo. Tomé varias inhalaciones profundas, eché los hombros hacia atrás y cerré los ojos. De pronto, la esperanza comenzaba a cobrar vida nuevamente, tiñendo de color los matices grises que dolorosamente habían estado azotando mi corazón. No me permití distraerme de mi meta: salir de ahí. Clavé los ojos en el hombre rubio y aguardé alguna otra indicación.

—Quiero irme a casa —resolví, enderezándome.

Basil me dedicó una expresión moribunda y se limitó a asentir. Busco algo en su pantalón durante un segundo. Rebuscó despreocupadamente hasta que encontró un par de perlas de color dorado, extremadamente pequeñas y brillantes. Me las extendió, así que estiré la palma de mi mano derecha en su dirección para verlo depositarlas en ella.

—Estas eran de tu madre —informó—. Victoria tiene dos iguales. Tu cuerpo estaba en uno de los portales de Azariel y ahora está en Sakaar, estas perlas te llevaran de vuelta a casa cuando lo decidas. Toma una y piensa en la persona con la que quieres estar. El resto es historia, Zafiro. No dejes que nadie te aterre de nuevo —me guiñó un ojo—. El brazalete se queda contigo cuando te vayas; un regalo de partida de una madre que trataba de enmendar sus errores. Úsalo sabiamente, ahora sabes de dónde vienes. Y cuídate, princesa Zafiro. Puedes estar a salvo ahora, pero el universo es engañoso. Jamás te confíes de una sensación de paz.

Y tras un destello de luz cegador, él también desapareció. Quedé sola nuevamente, pero esta vez no me sentí vacía. Observé con suma precisión una hilera de puntos refulgentes que se extendían en la linde de la casa. Mi boca se abrió con sorpresa y, de pronto, me dieron ganas de llorar. Recordé a la perfección la primera vez que los había visto y también cómo los había tocado. Ahora, solo tenía que hacer lo mismo.

Pero había algo diferente.

Yo estaba sola en ese lugar, pero por alguna razón, estaba segura de educjsr cómo alguien me llamaba. De pronto me dio la impresión de que alguien estuviera hablando en mi oído, pero el volumen estaba muy bajo. No podía distinguir la voz, pero quise seguirla. Avancé, arrastrando los pies, hasta el origen de los puntos. Allí, el llamado de la voz era más fuerte. Me preparé para sostener los puntos brillantes.

Es hora de volver a casa. 





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