44 ━━━ Kiss with a fist.
BEVERLY BLACKWELL
Thor se separó.
Observé sus ojos azules mientras que un apremiante dolor me quemaba el pecho, como si alguien hubiera lanzado una bomba nuclear que acabó estallando en mí —porque era exactamente cómo se sentía. Verle la cara al rubio solamente hizo que un huracán de sensaciones me abatiera entera, hizo que todo se me viniera encima de la manera más pesada de todas.
—¿Por qué continúas mirándome así? —quiso saber en voz baja mientras pasaba un brazo por mi cintura y me apegaba a él—. ¿Te sientes bien?
Un ramalazo de electricidad me recorrió el cuerpo al tiempo que me percataba de que era como si una brecha se hubiera abierto en mi interior. No me había dado cuenta de lo doloroso que me había resultado la presencia de Thor en lo que sea que fuera esto, pero me dolía. Me dolía porque no se sentía bien, porque sabía que eso no era real, porque me hacía encorvarme sobre mí misma y jadear en busca de aire. De pronto me sentí muy, muy, muy ahogada; demasiado. Estaba privada de cualquier conocimiento y en mis huesos retumbaba un pánico similar al que había estado experimentando en mis sueños acerca del Titán morado.
Esos sueños que creía olvidados volvieron a castigarme con saña.
Y fue en ese mismo momento, cuando estuve en los brazos del fortachón al cual sinceramente quería muchísimo pero que me parecía tan irreal en ese instante, fui capaz de recordar las palabras que Basil me había dicho momentos antes de desaparecer: «Acepta lo que eres antes de que el sueño se vuelva una pesadilla». También hacia dicho que el tiempo se estaba acabando, y que Althea lo había mandado para asegurarse de que yo pudiera salir. Ahora bien, ¿qué tenía eso que ver conmigo? ¿Por qué era eso un sueño, en primer lugar? ¿Dónde se suponía que debía encontrar las respuestas?
Me percaté de otra cosa y me dieron escalofríos.
Necesité un segundo para asimilarlo todo.
—¿Bevs? —Thor volvió a apegarme a su pecho y el espectro de los sentimientos pasados me dio ganas de vomitar—. ¿Todo bien?
Alcé la cabeza por encima de su hombro, con las manos presionadas fuertemente contra su torso y me dio la sensación de estar a punto de sufrir un ataque de pánico.
¡Dios, no!, mascullé en mi interior. Tú puedes con esto, Beverly Anne. Tú no sufres de miedo, has pasado por cosas peores y saliste adelante, esto no te va a ganar. Quería gritarle que no me tocara, no me gustaba que nadie me tocara. ¡Quería ponerme a chillar! Pero ni siquiera era capaz de destrabar los dientes porque de pronto me paralicé de puro susto. Vamos, respira, ¿qué haces con Tony cuando tiene ataques de pánico?
Casi gimo. Yo no tenía tiempo para sufrir ataques de pánico porque Tony ya cubría esa cuota, ¡yo tenía que cuidar de él! ¿Cómo se me ocurría ahora tener uno de esos? ¡Santísimo! Respira, respira, respira. Eso, Tony respira. Tony respira y toma mi mano cuando se siente asfixiado.
Te necesito, Tony. Te necesito muchísimo.
—Por favor, ¿podrías no... tocarme? —alcancé a decirle entre dientes. Seguro que estaban castañeteando. Ya casi había olvidado lo horrible que se sentía esto, básicamente porque todo el mundo se había acostumbrado a que por ningún motivo debían tocarme. Sólo Tony lo hacía, sólo mi hijo lo hacía. No me gustaba que me tocaran porque eso me traía sensaciones que trataba de dejar atrás.
Por un lacónico momento, el rostro de Thor se contrajo, turbado.
—Preciosa...
—Sólo no me toques... así, de esa manera.
Lentamente deshizo el agarre alrededor de mi cuerpo y me separó de él. Cuando sus manos dejaron mi costado yo no alcé la cabeza, por lo que lo único que sentí fue la ligera presión de sus labios contra los míos de forma casi etérea.
Y la boca del estómago se me revolvió de nuevo.
—Macabro, ¿verdad?
Cerré los ojos. Reconocí la voz de Basil con mayor rapidez de la que hubiera imaginado; incluso llegó a resultarme familiar. Como si acaso en este espantoso vórtice de malignidad pudiera encontrar algo que me llevara de vuelta a la realidad.
—¿A qué te refieres...
Mis palabras se desvanecieron en el aire junto con la viva imagen de Thor, de la fiesta y también de todo lo que nos rodeaba. Bajo el azote de una ventisca, todo lo que me estaba atormentando desapareció. Súbitamente me encontré a mí misma, acompañada de Basil, de pie en medio de un aterrador vacío. Mi respiración empezó a acelerarse de nuevo y volví el rostro bruscamente en busca del aludido.
Tenía la misma apariencia de la última vez: el cabello rubio perfectamente acomodado detrás de sus orejas, rústica vestimenta color negro y las líneas de expresión marcadas en su rostro. Pero esta vez sus facciones se encontraban endurecidas.
—¿Qué está pasando? —volví a preguntar y la voz se me resquebrajó al hacerlo. Basil frunció los labios con contrariedad.
—La mente es un lugar engañoso, traicionero, e incluso, malévolo —me contestó con voz monótona—. Frecuentemente nuestra propia cabeza nos juega las más crueles de las pasadas, Zafiro. Justo como te está pasando ahora.
Abrí la boca para decir algo, pero no salió nada. Todo pareció quedarse atorado en el camino.
—¿Alguna vez te preguntaste qué pasaría sí...? —continuó, dando un paso hacia adelante. En esa ocasión me pareció notar como su semblante cambiaba a uno más blando—: ¿Qué habría pasado si nunca te hubieras involucrado con los Vengadores? ¿O si los Vengadores tuvieran una vida normal, alejada del heroísmo, el peligro y la catástrofe? ¿Y si Nadine hubiera sido una buena madre?
Me rodeé el cuerpo con los brazos y apreté con fuerza.
—Sí.
—Así como también te preguntaste, ¿qué habría sido de tu vida si hubieras cedido con Thor, si hubieras abandonado cualquier esperanza con Tony? ¿Y si hubieras aceptado su propuesta?
—No me arrepiento de mis decisiones, si es lo que estás insinuando —lo interrumpí, un poco hostil.
Basil negó con la cabeza.
—Nunca dije que lo hicieras —arqueó una ceja—, pero tú tampoco acabaste por darle un cierre o aceptarlo, ¿no es así? Siempre seguiste la corriente y te adaptaste a la situación, a las circunstancias, pero realmente nunca te abriste a ello. Por eso no estás en el mismo lugar que tu hermana ahora, porque nunca has podido aceptarte a ti misma, Zafiro. Por eso tu mente juega contigo, por eso idealizas qué habría pasado con Thor, o cómo sería una vida fuera de peligro —hizo una pausa infinitesimal y soltó el aire por la boca—: ¿Cómo sería Nadine de madre? —me sonrió brevemente—. Hasta que tú misma no acabes por aceptar la realidad, hasta que no le hagas frente a lo que eres, tu mente va a seguir manteniéndote aquí, prisionera de tus propios lamentos. Y vas a revivir, una y otra vez, todos los momentos que nunca aceptaste, que nunca cerraste y que te obligas a olvidar.
» Althea sabía que cuando la Espada Alma estallara no te ibas a ir con Victoria, y por eso me envió contigo. Tu madre sabía que no te aceptabas, que tenías dudas, que el miedo te estaba consumiendo. Ella sabía que eras fuerte, pero que aún así te negabas a aceptar lo que estaba pasando. No es un sueño, no es una mentira, ¡eres tú misma! Esto te lo haces tú, inconscientemente. Y te lo digo en serio, Zafiro, ahora sólo revives momentos de preguntas, ¿qué va a pasar cuando llegues a los aterradores recuerdos de tu pasado? ¿Qué va a pasar cuando la escena cambie, y en lugar de mostrarte a Tony te muestre a Vladimir... o a Thanos?
Los nombres me pillaron por sorpresa.
Me hubiera gustado sentirme aturdida, pero no sabía cómo dejar de sentir esa cosa tan horrible que me quemaba el corazón. No quería acordarme de ellos. Tan pronto como siquiera los idealizaba mínimamente, una ola de pánico se abría paso en lo más profundo de mis terminaciones nerviosas y empezaba a nublarme la mente.
—No le temas a las palabras —Basil susurró al ver mi repentino cambio de expresión—. Son sólo eso: palabras.
Di un cabezazo.
—Las palabras tienen significado, ¿o no?
—Tienen el significado que tú les des, Zafiro. ¿Por qué temerle al nombre o al recuerdo de lo que ya pasó? Teme al presente, inexorable, inestable e irrepetible. Impredecible. Si ya lo viviste, ¿por qué habrías de guardarle temor alguno?
Vaya locura. Aquella era una buena filosofía que sin duda alguna me hubiera encantado escuchar hace un tiempo.
Alcé los ojos hasta encontrarme con los suyos. Basil ya me estaba observando, con el semblante entristecido. De pronto me dio la impresión de que yo fuera lo suficientemente transparente para que él pudiera ver a través de mí, para que fuera capaz de vislumbrar todos mis pedazos rotos y por eso me observaba de esa manera. Me encogí sobre mí misma. Detestaba sentirme de esa manera, principalmente porque me había esforzado durante muchísimo tiempo en levantar un par de muros impenetrables a mí alrededor, y ahora parecían haberse derrumbado por completo. Y estaba segura de que se habían empezado a derrumbar desde el primer momento en el que dejé que Tony Stark empezara a abrirse camino en mí, de todas las maneras posibles. Ahora que lo veía desde esa perspectiva me daba cuenta de otra cosa.
Yo había cambiado, mi interior se había alterado hasta el punto de no ser reconocible. No había ningún rastro de dureza, de coraza, tampoco había espacio alguno para la sensación de vacío. En algún punto de mi vida comencé a sentirme tranquila, en calma... y entonces mi brazalete fue robado. De ahí en adelante todo se convirtió en un sube y baja de emociones; me lancé a mí misma en una vorágine de sentimientos lo suficientemente poderosa como para deshacerse de cualquier trozo de la antigua yo. Y no se trataba únicamente de que Tony me hubiera alterado los sentidos, me hubiera quemado los circuitos o simplemente me haya hecho sentir. Era que, en medio de todo eso, él me hacía sentir sin miedo. Junto al remolino que abatía mi corazón también se encontraba una fresca brisa capaz de aplacar mis males.
Y eso era... una completa y absoluta locura. Ni siquiera estaba segura de que fuera remotamente posible sentirse de esa manera. Porque incluso mi exterior era distinto, fuera de toda esta pesadilla, todo había cambiado. Nada era lo mismo. Traté de ponerlo en orden.
Conocí a Tony y todo se descontroló. Cometí muchos errores, él también lo hizo. Nos hicimos daño mutuamente. Thor calmó mi llanto incontables veces. Thor me consoló, Thor me brindó su apoyo... y más. Me embaracé. Rechacé la propuesta de Thor. Vladimir volvió. Casi muero, casi muere Edward. Conocí a Harper. Lo horrible pasó de nuevo. Los Vengadores se separaron. Victoria es mi hermana, Althea es mi madre. No tengo padre. Pensé que había encontrado calma... y entonces apareció Neptune Auberon. Thanos en mis pesadillas. La caída de Olympia. Victoria no está. Le prometí a Tony volver y no lo hice. Victoria estaba... ¡Oh, Dios!
—Victoria... —jadeé.
Basil volvió el rostro y me miró con ojos entrecerrados.
—Ella está bien.
—¡Pero ella estaba...
—Sí.
Me llevé ambas manos a la boca y una oleada de dolor y alegría me barrió entera. Las dos emociones contrarias se mezclaron en una sola al mismo tiempo y eso me dio ganas de gritar.
Cuando estaba embarazada de Edward, Victoria estuvo conmigo a pie de guerra. Durante mi peligroso parto, ella cuidó a mi bebé cómo si fuera suyo. Ella no me dejó sola, ella era una súper tía. Y ahora yo...
—No estuve con ella —me lamenté, repentinamente adolorida—. Ninguno estuvo con ella. Steve no lo sabe. Victoria está sola.
—¿Cómo te diste cuenta? —quiso saber Basil—. ¿Cuándo te diste cuenta de que tu hermana estaba embarazada?
Sacudí la cabeza.
—Cuando arribamos a Olympia se empezó a comportar extraño. Desde que la vi en la tierra lo estaba, en realidad. Me recordó a mí cuando yo lo estaba, pero en verdad no tenía certeza.
—Pues no te equivocaste —repuso él, soltando un suspiro—. Pero ella no está sola, al menos no en esencia. Sin embargo, Zafiro, debes dejar de distraerte. Tu hermana está bien y a salvo, ya salió de su encierro. Sólo faltas tú. ¿Qué piensas hacer al respecto?
Inhalé de forma paulatina y ladeé el rostro. Cada segundo que pasaba me sentía peor.
—Dime qué tengo que hacer para salir de aquí.
—Ya te lo dije antes, te lo he repetido varias veces. ¿Tu nivel de entendimiento es limitado? —alzó una ceja—. Mi segundo intento ha llegado a su fin. Ya sólo te queda uno, Zafiro. Disfruta tu paseo en el salón de los recuerdos.
—¿Qué... ¡Maldita sea, ya se volvió a ir!
Di una patada al suelo y resoplé con frustración. De nuevo me había quedado sola. Tragué saliva.
Eché un vistazo a mi alrededor y el aterrador vacío ya no lo era más. Ahora la escena se asemejaba más a la casa en Suiza de Nadine. De inmediato me dieron arcadas de sólo recordarlo, por lo que mis rodillas se tambalearon como gelatina y casi pierdo el equilibrio. Tuve que tomar respiraciones muy profundas y parpadear repetidas veces para enfocar bien mi vista. Estaba consciente de que estar en esa casa me volvía incapaz de muchas cosas, pero también sabía que no podía dejarme dominar por ello. Yo quería salir de aquí. Yo tenía que salir de aquí, porque habían un montón de cosas que quería hacer. Personas que quería volver a ver.
Piensa, cabezota, piensa. ¿Cuál es la salida?
Me deslicé lentamente por el pulido piso de madera mientras inhalaba con más fuerza de la normal. Todo estaba oscuro, en penumbra, y sólo habían un par de candelabros iluminando a duras penas el vestíbulo y parte de las pretenciosas escaleras. Me mordí el interior de la mejilla mientras me movía en dirección a las escaleras de forma lenta y temerosa. Pasé los dedos por el borde del barandal y levanté la cabeza cada dos segundos sin dejar de avanzar hacia arriba, en busca de cualquier señal de vida. Cuando llegué al final de las escaleras me encontré con el habitual pasillo lleno de habitaciones. Las puertas estaban cerradas, todas y cada una de ellas. La ventana del fondo estaba cubierta con una cortina de color gris de apariencia gruesa y resistente, de esas que impiden que los rayos del sol se cuelen a través de la tela.
Aún estaba usando el vestido color vino de la fiesta, así que distraídamente me bajé los bordes que empezaban a subirse conforme avanzaba. Me detuve frente a la primera puerta y puse la mano en la perilla de la misma y giré. Esta se deslizó hasta abrirse del todo y dejarme pasar, expuesta a lo que sucedía dentro.
Abrí la boca, sorprendida.
—Me estás haciendo cosquillas —digo sin dejar de reír. Tony continua pasando su nariz por encima de mi espalda desnuda y aunque no lo estoy viendo, él también sonríe.
Me aferro a la almohada, aún acostada boca abajo en la cama y cierro los ojos momentáneamente, sólo sintiendo las suaves caricias.
—Me gusta esto —admite el pelinegro, alzando la vista de mi espalda y tirándose a mi lado. Mis ojos chocan con los suyos mientras que él busca mi mano debajo de las sábanas y entrelaza nuestros dedos.
—Tenemos que salir —le recuerdo, haciendo una mueca—. Hay trabajo que hacer.
Tony resopla.
—Me arruinas la diversión.
—Ultron la arruina. Y técnicamente sería decir que tú mismo la arruinas.
Él se echa a reír y se inclina para besarme.
Me quedé estática en el sitio, sintiendo como el aire se me atoraba en los pulmones. En el fondo de mi corazón todo pareció hacerse pedazos de nuevo, así que me llevé una mano al pecho como si tratara de mantenerlo intacto. Resollé. Era como ser testigo de tu vida; un espectador de tu pasado, viéndolo todo con suma lucidez, claridad y ruido. Todo se apreciaba perfecto, incluso más de lo que yo recordaba.
El salón de los recuerdos, repetí las palabras de Basil en mi mente con gracia. La sensación de simpatía no me duró nada. Si habían recuerdos buenos detrás de esas puertas, entonces también habían unos malos.
Avancé hasta la puerta conjunta y la abrí con mayor rapidez que la anterior. Entonces me eché a reír porque sí recordaba eso perfectamente.
Aguanto las ganas de reír por pura educación, pero a mi lado Thor es incapaz de apaciguar su escandalosa carcajada. Frente a nosotros Victoria tiene el rostro rojo como un tomate, y estoy segura de que la mesa que está bajo sus manos se encuentra a segundos de volverse añicos.
La castaña le lanza una mirada mortífera al rubio y le sisea:
—¿Qué te parece tan gracioso?
—Tú —responde él sin dejar de reír—. ¿No fuiste tú misma la que cortó toda relación con Rogers? ¿Por qué estás celosa ahora?
Victoria parpadea y empieza a balbucear cosas sinsentido antes de poner mala cara de nuevo y mirarnos mal a ambos.
—Ese no es tu problema —tuerce los ojos.
—¡Mamá! —exclama Vera, llevándose ambas manos al rostro con expresión de sorpresa exagerada—. ¿Qué hace mi papá hablando así de bonito con una rubia?
—Es culpa de tu mamá —le murmura Thor a la niña.
Yo le doy un codazo.
—¡Ya déjala! —le digo echándome a reír.
El rubio se ríe de nuevo y me envuelve en un abrazo enorme que casi me deja sin aliento.
El sentimiento de regocijo me abrazó completa. Añoraba ese momento justo después que pasó lo de Ultron, cuando se suscitaban las remodelaciones de las Nuevas Instalaciones de los Vengadores en el norte. Sacudí la cabeza con una tenue sonrisa y volví a cerrar la puerta, dirigiéndome a la tercera.
Tuve que tragar saliva. Este recuerdo lo reprimí desde que sucedió.
—... Entonces Sif tuvo que sacarme del hoyo en el que caí, completamente sola. Me cargó por toda la colina y me dejó con los guerreros en la cima mientras repetía una y otra vez que todo tenía que hacerlo ella sola.
Me río por vez número mil en todo ese rato.
Thor está apoltronado sobre la cama junto a la ventana, en la habitación que está usando mientras se encuentra aún en la tierra. La remodelación de las Nuevas Instalaciones está llegando a su fin, y con ellas la estadía del rubio con nosotros. Más pronto que tarde debe volver a Asgard, o a donde sea que se quiera dirigir él.
Empiezo a removerme por la risa en el sofá y tengo que tomar aire porque siento que me voy a ahogar.
—Harás que me haga pis encima —advierto sin dejar de reír—. Tienes demasiadas historias, rubio.
Él me sonríe, galante y satisfecho.
—Te gusta escuchar mis historias. Y pasar tiempo conmigo. A mí me gusta verte reír, habías estado decaída con lo de Stark.
Muevo el rostro para no mirarle la cara y acabo concentrada en la ventana. Estamos a mitad de la noche, quizás ya sea de madrugada.
—Creo que es mejor si ya me voy a dormir —aviso poniéndome de pie—. Victoria quiere que la acompañe mañana a algún lado, aún no sé dónde.
Avanzo todo el tramo desde el sillón hasta la puerta y cuando está a punto de abrirse para dejarme salir, la mano de Thor envuelve mi brazo y me impide irme.
—Quédate —me pide en un bisbiseo casi audible. Contengo el aliento cuando se inclina más hacia donde estoy y su rostro choca con el lateral del mío. Su barba roza contra mi mejilla cuando vuelve a su susurrar—: ¿Quieres quedarte?
Todos los vellos de mi cuerpo se erizan en reacción al temple ronco y bajo de su voz, haciendo que mi corazón se salte un latido.
—No sé si eso estaría bien.
Suspiré mientras cerraba la puerta con deliberada fuerza.
Ese recuerdo derrumbó algo en mi rompecabezas mental. Sentí un súbito y repentino sabor amargo en mi garganta y, por lo que me pareció un larguísimo minuto, no pude hacer nada más que mirar la puerta que yo misma había cerrado. Mis pies quedaron atascados en el piso y opusieron resistencia a moverse hacia la siguiente puerta. Fue un sentimiento muy contradictorio; sabía que me estaba desesperando el haber visto con tanta nitidez aquello, pero también quería avanzar.
Arrastré los pies al mismo tiempo que me mordía con demasiada fuerza el labio inferior. Mis dedos se deslizaron, lentos, por encima de la nueva perilla y la giraron contando el paso de los segundos.
Tony deja escapar una bocanada de aire nada disimulada. Entra a la habitación que ahora mismo se encuentra siendo pintada de un bonito color azul y se detiene a mi lado.
—¿Qué van a poner en las paredes? —me pregunta casualmente. Cruza los brazos sobre su pecho y trato de no observarlo de soslayo, pero no lo puedo evitar. Está usando un impecable traje gris y unos lentes de cristales azules.
Me aclaro la garganta.
—Sólo puntos, o quizás unas rayas. Aún no lo decido.
Él se inclina un poco más hacia donde estoy yo y extiende una mano hacia adelante, mientras que la otra la usa para sacarse las gafas. Contengo el aliento. Sus ojos me ofrecen una interrogante que atrapo enseguida.
Asiento una sola vez, y luego él posa su mano derecha sobre mi vientre.
—¿Cinco meses? —inquiere.
—Cinco meses —contesto secamente.
Me duele la garganta, tengo jaqueca y también tengo ganas de vomitar. No me gusta estar junto a él, me hace sentir terrible y simplemente no quiero experimentar cosas como esas. Estoy metida en un tremendo lío y aunque me reniegue mil veces, estoy atada al pelinegro. Tiene tanto derecho de estar aquí como yo, aunque eso me haga sentir miserable. Detallo la estancia y el dolor se vuelve más palpable. La cuna blanca, los enormes estantes del mismo color y las formas que empieza a adornar las lisas paredes me distraen unos segundos. Sólo unos.
Resoplo echando los labios hacia adelante.
—¿Alguna vez te he dicho que tienes una boca muy bonita?
Inevitablemente muevo los ojos hasta encontrarme con su mirada. Tony ya me estaba viendo.
—Sí —alzo una ceja—. Cuando nos conocimos lo hiciste. Fuiste un poquito explícito.
Él esboza una sonrisa arrebatadora. Mi sonrisa favorita.
—Tienes la boca más bonita de todas.
—Eso no es lo único que tengo bonito.
—Creéme —sonríe aún más—, eso lo sé.
Los ojos se me llenaban de lágrimas incluso aunque quisiera evitarlo. Era doloroso ver eso. Dolía porque en ese momento yo no lo sabía, pero Tony me estaba cuidando. Me estaba protegiendo de un pesar, de que pudiera yo sufrir, y lo único que cruzaba mi mente en ese entonces era lo mucho que detestaba estar a su alrededor. Era doloroso porque ahora mismo yo hubiera dado todo por estar de vuelta, y en ese momento no era capaz de soportarlo.
Me encogí. Presioné la frente contra esa puerta que acababa de cerrarse sola delante de mí y se me escapó un jadeo roto. Cerré los ojos de nuevo porque traté de concentrarme.
Ya no quería ver más. No quería ningún otro vistazo a lo que era mi vida porque solo conseguiría por ahuecarme una y otra vez hasta dejarme sin aliento, y no podía permitirme entrar en un estado de incapacidad tan elevado. Tenía que abrir mi mente, soltar el sufrimiento y buscar una salida. Yo tenía que irme. Esto ya había sido demasiado, había superado todos mis límites tan rápido que era impresionante, y ya no estaba dispuesta a seguir martirizándome.
Pero, maldita sea, cómo dolía. Cómo ardía mi corazón con cada segundo que pasaba, cómo parecía ser atravesado por un millón de dagas afiladas con el único propósito de lastimar.
—¿Estás triste, mi niña?
En ese estado de humor fluctuante, mi embotada mente tuvo la irónica destreza de reconocer esa voz tan pronto que casi me voy al suelo de pura impresión. Ni siquiera tuve que pensarlo demasiado. Mi primer instinto fue echar a correr escaleras abajo, alejándome de esa voz y desesperándome por ponerme a salvo.
Basil tenía razón. Basil me lo dijo y yo no lo escuché. ¡Demonios, Basil me lo advirtió! Sólo perdí el tiempo jugando conmigo misma. Fui yo la que atrajo esto.
—¿Por qué corres?
Choqué contra una pared mientras intentaba cruzar fuera del vestíbulo.
—¡Aléjate de mí! —grité, llegando hasta la puerta principal. Tomé y giré bruscamente la perilla de la misma pero esta no se movió nunca—: ¡Déjenme salir de aquí! ¡Déjenme salir ahora mismo! ¡Basil, Basil, ya lo entendí! ¡Déjame ir!
—No huyas de mí, mi niña —murmuró la voz. Volví el rostro con desesperación mientras daba golpes secos y estruendosos a una puerta que no se movía y no se rompía. El pánico empezó a subir por mi sangre.
Brusca y vertiginosamente, el sueño se convirtió en pesadilla.
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