43 ━━━ Porch.
BEVERLY BLACKWELL
Todo era tan brillante.
Se percibía todo con una inusitada claridad. Alrededor de mí refulgía una luminosidad cegadora, como si un millón de focos estuvieran encendidos y apuntando directamente hacia cualquier sitio que me moviera. Pero no era así, y yo lo sabía. Era la única que parecía notar de forma precisa y definida la intensidad con la que brillaba todo; las paredes, el cielo, los objetos, las personas. Todo era resplandeciente, de la misma manera que se veía un diamante en el sol. Mientras más caminaba, tomada de las paredes de aquél largo pasillo, más desconcertada me sentía. Más ansiosa me ponía. Observaba el rostro amable de Nadine, escuchaba su voz aterciopelada y la veía desplazarse con los movimientos más naturales que alguna vez hubiera visto. La miraba limpiar de su cara rastros de polvo de hornear, arreglaba su delantal rosa y me sonreía cada que terminaba una oración.
Esa no era Nadine.
Entonces pasaba frente a un espejo y me miraba a mí misma. Detallaba con sumo cuidado las ondas de mi cabello, la forma en la que lo lacio había desaparecido, y me estremecía. Observaba las marcas de mi cuerpo, que ahora habían regresado. Reparaba en mis ojos, tan oscuros y marrones, tan ajenos a mí. La última vez que me los había visto así... La última vez.
Allí lo comprendí, cuando mi mano fue a parar en mi muñeca derecha para tocar la prolongada ausencia de mi brazalete. El brazalete estaba ahí. La serpiente estaba enrollada en mi muñeca, descansando como como solía hacerlo siempre... Pero si el brazalete estaba allí, ¿por qué mis ojos no eran azules? Más aún, ¿cómo había regresado el brazalete?
—Te estás mirando al espejo hace quince minutos —Nadine suspiró detrás de mí—. ¿No tienes una cena hoy en el Empire? Ese apuesto novio tuyo llamó hace una hora, me pidió que te dijera que la cena era a las seis. Y las seis van a ser en quince minutos, ¿no deberías estar lista ya?
Con un respingo me giré a verla.
—¿Novio? —me pregunté si acaso Nadine sería capaz de atisbar la nota de asombro en mi voz. ¿Acaso hablaba de Tony? ¿Tony estaba aquí?
Ella me miró con una ceja alzada. Soltó la mezcla para brownies de chocolate sobre el mesón de mármol del inmenso departamento y se puso ambas manos en las caderas.
—Sí, tu novio, Beverly Anne.
—¿Cuál?
—¿Cuántos tienes? —me sonrió con ojos entrecerrados—. ¿El rubio que te acompañó hace dos días también está en la lista?
Mi cara debió haber denotado una expresión horrenda, porque Nadine se echó a reír medio segundo después.
—Realmente no recuerdo su nombre, cariño. Nunca lo has traído a casa.
Cada segundo que pasaba tenía menos sentido que el anterior. Me rompí la cabeza tratando de recordar algo, de encontrar alguna coherencia entre todo aquello, pero no pude hacerlo. Me frustraba más y más cada que lo hacía, me arrastraba al borde un colapso en el que estuve a punto de destrozar todo lo que había a mi alrededor. Pero, lamentablemente, por mucho que quisiera descargar mi frustración contra las paredes y los muebles, no podía hacerlo. No tenía ni idea acerca de dónde estaba parada, o qué estaba pasando.
«Una hija mía siempre actúa con astucia», me había dicho Althea una vez. «No eres menos sabia que tu hermana, simplemente no has aprendido a reaccionar de forma refinada en situaciones de presión. Nosotras no gritamos, Zafiro. Nosotras sonreímos y luego actuamos, en silencio».
Rememorar esas palabras me dolió.
Hasta ese momento no había pensado en ella. Ni siquiera me había tomado el tiempo de recordarla, de pensar en su presencia o qué habría pasado con ella, de siquiera considerar en qué condiciones se encontraría, y ahora que lo había hecho... Tragué saliva. Ella no podía estar muerta, era imposible que estuviese muerta. No había manera en el universo en el que hubiera desaparecido, en el que todo hubiera sido destrozado. Porque si acaso llegaba a ser cierto, si acaso la mínima posibilidad de su partida llegaba a ser plausible... Ni siquiera quería pensarlo. No podía pensarlo. No podía darme el lujo de considerar una realidad aterradora cuando estaba atrapada en un abismo de ignorancia, como siempre. ¿Qué se suponía que debía hacer? Tony no estaba, Victoria tampoco, la perspectiva del fallecimiento de mi madre era casi un hecho.¿Cómo se suponía que iba a librar esto ahora?
«Eres imprudente», había agregado mi madre después de un rato. «Eres una buena peleadora, pero no eres estratega y con frecuencia actúas ciegamente. Sé astuta, hija mía».
Le eché un súbito vistazo a Nadine. Qué diferente me parecía ahora, que lejana la sentía y que inverosímil me resultaba. Durante más de veinte años la vi como mi madre, la llamé de ese modo y desprecié con ímpetu como lo único que alguna vez logró enseñarme fue la forma correcta de lanzar un puñetazo. Y luego había aparecido Althea, con su cabello rubio brillante y su voz cantarina, y se había comportado más como una madre en lapsos de días que Nadine en décadas. Incluso aunque Althea estaba loca, porque ya había botado todos los tornillos, de eso estaba segura.
Nunca se lo dije a ella, tampoco actúe como si me interesara en absoluto el montón de historias que me narró con entusiasmo o la manera en la que sostuvo a Edward y lo hizo reír, pero me gustaba. De una forma muy extraña, me hacía sentir bien. Y comprendía la renuencia de Victoria, porque sin duda alguna su relación con ella era diez veces más complicadas que la mía, pero lo que estaba a la vista no necesita anteojos.
Era una madre atolondrada y narcisista que estaba tratando de compensar milenios de egocentrismo.
Así que decidí hacerle caso a las palabras que con una enorme sonrisa un día me dijo, y traté de actuar con astucia.
—Tienes razón, mamá —tomé aire, eché los hombros hacia atrás y alcé la cabeza con la más natural de las sonrisas—. ¿Dijo que me esperaría abajo?
Nadine negó.
—No, dijo que se atrasó y te vería en el Empire. Jess y Kate vendrán por ti.
Inspiré profundamente al tiempo que el estómago se me revolvía. Sólo había una forma de averiguar qué estaba pasando, y no era quedándome allí.
* * *
Nunca, en toda mi vida, había estado lista tan rápido para algo. También había olvidado la última vez que me había puesto un vestido tan ajustado; estaba segura de que habían pasado meses desde eso, o casi un año. Casi un año desde el nacimiento de Edward. La realización de ese hecho me conmocionó, y casi acabó por hacerme entrar en crisis de nuevo. Tuve que repetirme a mí misma que no había espacio ni tiempo para la desesperación, porque ésta vez no podía dejar que la histeria me ganara. No pierdas los nervios, no pierdas los nervios, me dije a mí misma. Yo estoy aquí, ahora, pero él está con Tony. Yo sé que está con Tony, y él no dejaría que nada le sucediera a Edward. Apostaba mi vida por ello.
Esto no es real. No sé dónde estoy, ni qué está pasando, pero sé que no es real. Esta no soy yo, este no es mi hogar. Esto no existe.
Hice de tripas corazón cuando puse un pie fuera del auto de Jess. Eso sí me resultaba extrañamente familiar, porque podía recordarlo con claridad. Recordaba todos los días en la universidad, cuando ella me daba un aventón esas veces que no quería conducir. También recordaba a Kate, recordaba a su pequeño hijo, ese que ahora estaba con ella pegado a su pecho mientras caminábamos al interior del hotel Empire. Recordaba a mis amigas, claro que lo hacía.
Y también recordaba la forma espantosa en la que me olvidé de ellas cuando me uní a los Vengadores.
—Esto es barato —le cuchicheó Jess a Kate cuando atravesamos el umbral, echándole una mirada desdeñosa a las copas de champagne que iban sobre las bandejas que llevaban los mesoneros.
Kate se acomodó al pequeño Tommy y torció los ojos.
—Jess, no todas las botellas de champagne cuestan diez mil dólares. Sólo tú puedes pagarlas.
—Pues esperaba un poco más de gasto si hablamos de la cena de nombramiento del Capitán Rogers —bufó sin dejar de caminar—. Mi papá es un tacaño.
Alcé la cabeza bruscamente hacia ella y me detuve de golpe. La tomé del brazo sin ninguna delicadeza y la hice parar.
—¡Hey! —se quejó.
—¿Dijiste Capitán Rogers? —repetí, y temí que mi voz pudiera sonar desesperada.
Jess frunció el ceño, confundida.
—Ay, por favor, dime que no sufres de memoria a corto plazo, Beverly Blackwell.
—Limítate a responder la pregunta, Jessica Chang.
La castaña me observó como si estuviera loca. Seguramente ya me pensaba así, pero no le di mucha importancia. Se enderezó un poco más antes de acomodar el escote de su vestido y asintió con flojera.
—Es su cena. Hace dos días le dieron otra medalla por una labor que hizo la Fuerza Armada en Afganistán, su esposa trabaja con mi padre y ella le organizó esta cena. Me sorprende que preguntes, si tu novio estaba en el tope de la lista de invitados.
Tratando de no hacer una mueca demasiado evidente, ignoré el comentario del novio y me concentré en lo más importante.
—¿Su esposa? ¿Cuál es su esposa?
Me puse de puntillas y estiré el cuello, en busca de un rostro familiar. No reconocí a nadie en el primer intento.
—Victoria Clare, por puesto —intervino Kate—. Debe estar por aquí en algún lado con su hija. ¿Te encuentras bien, Bevs? Jamás te había visto tan despistada.
Me acomodé el cabello ondulado detrás de los hombros y me enderecé un poco más.
—Ah, nada, aún tengo sueño. Mejor deberíamos acabar de entrar —les dije, esbozando un tenue sonrisa tranquila.
Ambas se encogieron de hombros y echaron a andar por el inmenso salón dorado. Mis amigas comenzaron a balbucear entre ellas, pero no era necesario que les prestara mucha atención, estaba segura de que no aguardaban una respuesta de mi parte.
Me concentré en lo que valía, recorriendo cada centímetro de la sala con mis ojos más atentos de lo que deberían. Enseguida me puse en un estado de alerta cuando supe que Victoria y Steve estaban aquí, porque para como estaban de volteadas las cosas (empezando con Nadine siendo una buena madre), no me fiaba de nada, ni de nadie. De pronto el brazalete en mi muñeca empezó a pesar cincuenta kilos más, o al menos así me pareció. Mientras caminaba en medio del gentío, tratando de no rozar los cuerpos de nadie, me pregunté si acaso cumplía su misma función. ¿Aún se transformaba en mi palo o era simplemente una decoración vanal? Probablemente debí haber considerado aquello antes de salir de casa, y no ahora, en medio de tantas personas.
Me pareció escuchar a Jessica quejarse de algo. Entorné los ojos y continué recorriendo con la vista la sala mientras alguien pasaba con una copa de champagne frente a mí, a lo que Kate se colgó de mí para moverme y no chocar.
En ese preciso momento, un carro lleno de bandejas que estaba siendo movido por un mesonero dejó entrever a un grupo de personas en el fondo. Contuve el aliento. Retiré de manera bastante brusca la mano de Kate de mi brazo sin detenerme a esperar su reacción y comencé a abrirme paso hacia el fondo del salón, donde se encontraba el grupo de personas. Me sentí culpable, porque seguramente mi brusquedad había molestado a mis amigas, pero no tenía mucho tiempo que dedicarle a eso.
Steve Rogers, Victoria Clare y Tony Stark estaban conversando animadamente con copas de licor en sus manos y enormes sonrisas amenas en su rostro. Se veían igual que siempre, los tres con trajes de etiqueta y totalmente absortos en su conversación.
El corazón me latió muy deprisa, asustado, mientras me abría camino entre los cuerpos. Me dio la impresión de que la distancia se hubiera extendido mil metros más con cada paso que daba, pero claro que esa era solamente mi idea. Ellos seguían en el mismo sitio exacto, era yo la que había comenzado a ralentizar mis movimientos.
—Zafiro...
Muy a mi pesar, alcé los ojos al oír mi nombre.
Acabé frente a un desconocido que miraba expectante hacia algún lado. Era alto, con la piel algo quemada por el sol y pequeñas arrugas en su frente y a cada lado de sus ojos. El cabello rubio le caía a cada lado de las mejillas, casi llegando a sus hombros, y en sus ojos azules una expresión ambigua me heló la sangre en las venas. No era mucho su apariencia lo que me hizo inhalar, sino lo que había dicho.
—¿Cómo conoces ése nombre?
El desconocido sonrió con gentileza, aunque no me estaba observando.
—Tu madre te puso ese nombre sabiendo que serías de impresionante belleza —contestó mientras asentía—. No se equivocó, al igual que tampoco se equivocó al llamar a tu hermana Victoria. Ustedes hacen honor a sus nombres, justo como ella quería.
Él continuó sin mirarme, siguió con los ojos clavados a lo lejos. Seguí la dirección de su mirada y me percaté que su atención estaba centrada en Tony.
—¿Conoces a mi mamá? —pregunté de vuelta, pero las palabras se atoraron en mi garganta y salieron quebradas de forma ridícula. Esto hizo que su atención se centrara en mí de nuevo.
—Pero por supuesto —repuso con sencillez, y luego añadió—: ¿Estás segura de que quieres acercarte a ese Tony Stark? Puede que no te guste lo que encuentres.
Pestañeé.
—¿Cómo que «ese»? ¿¡Qué se supone que eres y qué es esto!?
El hombre rubio estiró ambas manos hacia mí, las puso encima de mis hombros desnudos con extrema delicadeza me hizo girar sobre mi propio eje. Su tacto era frío, gélido, lo que hizo que yo me estremeciera ante ello. Tragué saliva.
—Puedes llamarme Basil —me contestó, y el tono de su voz fue tan delicado como la más fina de las sedas—. Tu madre me envió aquí para asegurarme de que tú pudieras salir. Ahora, Zafiro, mírate a ti misma. Las runas regresaron a tu cuerpo, al igual que tu brazalete, ¿sabes lo que eso significa?
—No, no lo sé. ¿Qué estás esperando para explicármelo?
Basil se echó a reír cortamente.
—Cuando eras una bebé, ¿por qué Althea marcó tu cuerpo con runas y por qué entrelazó el brazalete a tu alma?
Esa respuesta me la sabía, estaba segura. Ahora sólo debía recordar cuál era.
Vacilé durante un largo segundo en el que, ahora girada, no fui capaz de apartar la vista del perfil de Tony. Muy mala combinación si acaso quería concentrarme. Detallé con suma fijación todos los aspectos de su barbilla, de su nariz, sus ojos, su rostro entero. La forma en la que su mano sostenía el trago de whisky, como sonreía con júbilo a Steve, como palmeaba amistosamente la espalda de Victoria. Memoricé todos y cada uno de esos detalles, como si acaso fuera la primera vez que lo veía.
Y es que se sentía así.
—Me marcó para esconder mi esencia, y me dio el brazalete para ayudarme a mantener a raya mi fuerza —murmuré luego de un minuto, tras soltar un leve suspiro—. Lo hizo para protegerme.
Basil me giró hacia él de nuevo. Asintió.
—Todo lo que veas aquí, todo lo que escuches, todo lo que hagas, viene de ti misma. Todo este sueño en el que estás sumergida es creado por ti, y tú eres la única que puede salir de aquí, Zafiro.
Me alejé para evitar el contacto con él. Mis ojos volvieron por instinto a la habitación y busqué de nuevo entre la gente a Tony.
—Yo no estoy haciendo nada —acabé murmurando. Escuché a Basil resollar.
—No puedo explicarte todo ahora, el tiempo de mi primer intento de está acabado —musitó con cuidado—. Acéptate a ti misma, Zafiro. Acepta lo que eres antes de que el sueño se vuelva una pesadilla.
Sentí cómo el color huía de mi rostro y noté un retortijón en mi estómago. Ladeé la cabeza hacia él, sin comprenderlo aún.
—No lo entiendo, ¡tienes que ayudarme! —le pedí, dando una zancada hacia él. Basil retrocedió.
—Viene hacia aquí.
—¿Viene? ¿Quién viene?
El rubio retrocedió otra vez de sopetón al tiempo que sus ojos me lanzaban una mirada de advertencia.
—No confíes en nadie —murmuró duramente.
—¡No, Basil, espera! —exclamé por encima de los murmullos de la gente, lanzándome hacia él. Pero fue demasiado tarde, cuando lo alcancé ya se había desvanecido, y mi puño de cerró en la nada—: ¡Maldita sea! —rezongué.
Me pasé las manos por el pelo con frustración cuando quedé sola en medio del enorme salón. Me volví con irrefrenable desesperación hacia donde estaba Tony, y esta vez le pillé mirarme. Me estaba observando con una ceja alzada, con el vaso de whisky a centímetros de sus labios y una sonrisa arrebatadora en los mismos. El corazón se me detuvo un segundo, vacilante, temeroso y desconfiado. ¿Tampoco podía confiar en él?
Alguien me tomó de la cintura en ese momento, cuando ya habían transcurrido un par de segundos en los que no hice nada más que sostener la mirada de Tony. Me giró delicadamente, y lo próximo que sentí fue un par de labios estamparse contra mis labios de forma vertiginosa.
—Pensé que no vendrías, preciosa —pronunció él hombre contra mis labios—. Te he estado esperando desde que llegué.
Ay, no. ¡Ay, por favor, no! ¡No, no, no, no! ¡Otra vez no!
Abrí los ojos como platos, con el corazón latiéndome vigorosamente contra las costillas. Sentí el palpitar ir mucho más deprisa detrás de mis orejas cuando él me observó con las facciones perdidas.
—¿Qué pasa contigo? Tienes cara de haber visto un fantasma. ¿No me vas a saludar?
Tragué saliva sonoramente y me estremecí.
—Hola, Thor.
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