41 ━━━ Misfire.


BEVERLY BLACKWELL


Edward estaba casi dormido contra mi pecho mientras yo lo mecía de un lado a otro, observando de manera muy ausente lo que Tony hablaba con Pepper y Happy en la sala de la casa. Debajo de mi camisa, justo en la marca de nacimiento, sentía como si la piel me estuviera quemando.

Apenas y le estaba prestando atención al día, en realidad. Tenía una jaqueca tremenda, producto del incidente de la noche. Aún podía escuchar a la perfección la voz de Neptune Auberon en mi cabeza, la escuchaba repicar como si fuera mi conciencia cada vez que cerraba los ojos. Recordaba el desvanecimiento, la sangre y el ataque de pánico que eso me provocó. Me daba la sensación de estar experimentando un dolor agudo en el pecho, pero no de esos que son causados por algo físico, sino de los que nacen de la mente. Esos que son peores que cualquier otra herida, y que no te dejan paz desde el momento que notas que están ahí.  Cuando comencé a apreciar la molestia desde esa perspectiva, empecé a sentirme incómoda. Generalmente, mi mente trabajaba a toda velocidad cuando quería —más bien le interesaba— comprender un tema, y ese día estaba más obnubilada de lo que creí posible. La ansiedad me estaba matando, y no fue sino hasta que mi hijo soltó un alarido de molestia que fui capaz de atisbar la procedencia de la incomodidad. 

No era algo que podía ver o tocar, porque estaba en mi mente y la había vuelto embotada e inútil. Me iba muchísimo mejor si luchaba contra algo a lo que pudiera golpear, no contra voces invisibles a las que no podía hacerles nada. 

—Jefe, creo que Beverly rompió el umbral de la puerta.

La voz de Happy me sacó de mi monólogo interno. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba sosteniendo a mi bebé con una sola mano y que la otra la tenía recargada de forma ansiosa contra la orillo de la puerta, y ahora éste encontraba hundido y hecho añicos. Resollé.

Cada día estaba peor. 

—Está bien, puedo pagar por eso más tarde —Tony resopló—. Muñeca, ¿por qué no mejor acuestas a Edward antes de que lo frías o lo partas a la mitad? No creo que eso le agrade mucho. 

Quise ponerle mala cara, pero no tenía la energía para eso, y él tampoco me dio siquiera la oportunidad de recuperarme. Me sacó a mi hijo de los brazos y se lo pasó a Mirana para que fuera ella quien lo llevara a su habitación. De repente me sentí vacía y desprotegida, así que crucé los brazos sobre mi pecho e inhalé una bocanada de aire en un vago e inútil esfuerzo por calmar mis niveles de ansiedad. Instintivamente llevé mis ojos hasta la salida, recordando lo que había sucedido anoche. 

Tragué saliva. 

—¿Cuánto tiempo te va a llevar aprender a controlarte?  

Hacía un esfuerzo tremendo por sobrellevar por las líneas cordiales mi relación con Pepper Potts, y eso porque varios motivos se desprendían de ahí. En su mayoría lo hacía por Tony, sabía que esta situación podía resultar tan incómoda con como hastiante para él así que yo hacía hasta donde podía. Por eso agradecí en voz baja que el tono de la rubia rojiza fuera sumamente cordial y lleno de buena educación, la verdad es que no tenía ni la paciencia ni las ganas para soportar algo más.

—A Victoria le tomó un siglo y es la raíz de la paciencia, ella seguramente aprenderá a controlarse en su lecho de muerte —replicó Tony. Tenía un aparato negro en sus manos cuando se acercó a mí y me lo entregó—. No me mires así. Te lo has ganado sola, cariño, con todas las chispas que vuelan a tu alrededor. 

La combinación de palabras me hizo experimentar una clase de déjà vu momentáneo. Casi inmediatamente recordé a Thor y la noche anterior a la destrucción de Sokovia. Acabé viéndome por la invasión irritante de imágenes mentales bastante persistentes y concretas. El rostro del rubio se adueñó de mis pensamientos cuando recordé la explosión de puntos refulgentes en la Cueva Norn, cuando le abrí la barrera para que pudiera entrar a las aguas. Esa fue la primera y única vez que usé eso de las corrientes naturales... hasta ahora. Y es que ahora no lo controlaba para nada, lo que me hacía pensar que Thor siempre supo acerca de esto, razón por la que conocía más de mis habilidades que yo. Rubio embaucador, estaba segura de que mi madre le quería más que a mí.

Inconscientemente sonreí. Tenía más historia con el fortachón de la que me gustaba admitir... y de la que era capaz de contar.

—Me encanta que me tengas tanta fe, eh —le comenté a Tony tras quitarle la cosa negra—. ¿Qué es esto?

—Lo que me pediste, muñeca. Todo lo que pude encontrar acerca de una Silena Vassos, porque no hallé nada con los otros dos nombres. Si son algo, definitivamente no son de por aquí —hizo una mueca—. No me impresiona, pero tengo dos opciones: la primera es llamar a Victoria y que su antiguo trasero nos diga todo lo que sabe y la segunda es hacer un ritual satánico para invocar a mi suegra. 

Sacudí la cabeza.

—Hablé con Harper temprano, le pedí de favor que buscara a Victoria. Mi linda madre no responde a mis llamados, ni siquiera debería sorprenderme. 

Los ojos de Tony recorrieron la instancia rápidamente para después pasar una mano por mi cintura y moverme hasta la puerta de entrada, quedando así ambos de espaldas y con la mirada hacia los jardínes. La razón por la que Pepper y Happy estaban en casa no era nada más que asuntos de Stark Industries y el MIT, eran bastante ignorantes con respecto a lo que el pelinegro y yo cuchicheábamos en voz baja. Así que supuse que se estaba asegurando de que sólo yo escuchara lo próximo que dijo.

—Muñeca, lo que pasó anoche es una advertencia. De lo que sea. No la ignores, esta vez no cometeré el mismo error, y si dices que había alguien entonces lo había —musitó—. Pero esta vez no puedo darte las respuestas. Tú sabes más que yo, abre tu mente, Bevs. No dejes que la pesadilla te gane. 

El tema me dejaba un sabor de boca tan amargo como insoportable. En particular ese día, donde sentía un retortijón espantoso en la boca del estómago, y la misma sensación me llevó a hacerle una llamada apresurada a Harper para asegurarme de que estuviera bien. La quemazón de mi marca de nacimiento no me ayudaba nada tampoco. Me llevé una mano allí. 

—Se siente diferente —susurré tras aclararme la garganta. 

—Te has estado rascando eso desde que nos levantamos, ¿te duele?

Me volví para mirarlo pero no tardé demasiado tiempo. Negué con suavidad viendo como el cielo empezaba a colorearse con el atardecer, dejando un lindo rastro de color naranja en la cima junto a las nubes. Cerré los ojos cuando lo sentí entrelazar sus dedos con los míos.

—Siento que algo muy malo va a pasar —repuse en voz baja. Tomé aire de nuevo, y fue en ese momento que el corazón empezó a latirme deprisa contra las costillas.

Tony meneó la cabeza.

—Muñeca... yo no dejaría que te pasará nada. 

Tuve una molesta visión de mis sueños recurrentes y esperé con ansiedad ver al gigante de rostro purpúreo... pero en su lugar sólo alcancé a memorizar la hilera de cadáveres. Esa memoria que me hacía sentir incompleta cada que atravesaba mi mente. Y fue allí cuando supe exactamente que yo no temía de la manera en la que Tony pensaba que lo hacía.

Le fruncí el ceño al suelo antes de subir los ojos.

—No es lo que me pase a mí lo que me preocupa.  

—Edward va a estar bien—me aseguró, dando un leve apretón a mi mano—. Bevs, lo que sea lo vamos a solucionar. Ambos —recalcó.   

—Tú has luchado lo suficiente —se me cayeron las manos cuando le vi la cara, e inevitablemente volví a subir la mano derecha para acariciarle las facciones con cuidado... memorizándolas, un tanto temerosa de no verlas de nuevo—. Tu estabilidad mental no es mejor que la mía. También estoy preocupada por ti, Tony. 

Él me torció los ojos.

—Yo estoy bien, como siempre. Tan bueno como el vino, y si hay que luchar lo haré. Ya sabes lo que ando haciendo con la nueva tecnología.

—La idea es dejar de luchar. 

—Anoche te encontré con sangre en las manos y has estado más paranóica que cuando Vladimir estaba en la ciudad. Me estás matando con que te enfoques en mí, cuando eres tú la que está por botar el último tornillo. 

Le di una mínima sonrisa.

—Estamos condenados. 

«Y su juicio final está llegando.»

La voz. Era la misma voz.

Mi mente quedó en blanco y se me agarrotaron los músculos del cuerpo. Tony atisbó el momento preciso en el que la expresión de mi rostro se alteró; lo supe por la manera en la que su ceño fruncido le cambió el semblante. 

—¿Qué? ¿Qué es?

—Es la misma voz —gimoteé.

Me ardió la marca con más saña que antes y me quejé por eso, de inmediato dando un salto hacia atrás en respuesta a la sensación.  Me refregué el rostro con fatiga y solté un grito ahogado lleno de la más limpia de las frustraciones.

¡Te puedes ir al mismísimo infierno que a nadie le vas a hacer falta!

«Qué raro, mi hermana suele decirme lo mismo.»

Tony estuvo a punto de decirme algo, pero entonces el sonido que hacen las llantas de un auto al chirriar con fuerza contra el pavimento llamó nuestra atención. De inmediato nos volvimos para observar el auto de color plateado que acababa de desembocar  en el linde de la casa y se acercaba de forma demasiado rápida hacia la entrada. Agucé la vista  hacia el vehículo y sólo fui capaz de reconocer el rostro de Victoria.

—¿Quién es? —quiso saber Tony, dando un par de pasos hacia las escaleras.

Entrecerré los ojos en dirección al auto y luego lo miré otra vez para responderle:

—Es Victoria, y una rubia que no conozco.

—¿En qué está pensando la vieja? Si alguien sabe que está aquí se la van a llevar.

Sentí las piernas extrañamente dormidas, pero ni siquiera eso fue suficiente como para mantenerme atornillada a la entrada. En el segundo en el que Tony decidió bajar corriendo al encuentro del auto en el que venía Victoria y la extraña rubia que la acompañaba traté de seguirlo de cerca. En serio quería moverme más rápido, pero en ese momento el pelinegro estaba siendo incluso más ágil de lo que yo era. Me estaba refrenando, me estaba moviendo con lentitud como si la repentina aparición de mi hermana significara algo terrible para todos.

Percibí el latido alocado de su corazón, y cuando dio un salto fuera del auto y nos miró... fue cuando supe sí estaba pasando algo.




* * *




—La marca me empezó a doler justo después que dejaras Hiron —la voz de Victoria se me coló por los oídos de manera ausente. Tenía un tono tan resquebrajado y compungido conforme las palabras salían de sus labios que sólo conseguía hacer que mi atención se fijara innecesariamente en la pared—. Halley sintió lo mismo y llamó a Natasha. Vinimos tan rápido como pudimos, dejé a Vera más intranquila que nunca.

No podía atisbar nada en su reacción, en su tono apagado y en su inmovilidad del estrés agudo. No podía hacer nada más que escuchar en silencio lo que tenía que decir mientras permanecía sentada sobre el sillón de la sala. Con pinta más seria que de costumbre, Tony puso los codos sobre sus rodillas.

—Ella ha tenido pesadillas —susurró, mirando por encima de mi hombro. Alcancé a oír a Victoria suspirar.

—Yo no tuve pesadillas, tuve tenues vistazos y el ardor de la marca significa algo. Anoche estalló en una quemazón insoportable.

—Rubita, no puedo creer que hayas vuelto al ruedo —Tony parecía no ser capaz de contener la nota de alivio en sus facciones. Halley Nova, la rubia que estaba acompañando a Victoria, le sonrió con mucho cariño.

Apenas había rasgado la superficie de la presencia de la rubia. No había escuchado nada más allá de que era una antigua compañera de equipo de ambos, con una muy estrecha e íntima relación con Natasha. Aquello sí me pilló desprevenida, si debía admitirlo, pero tampoco me atreví a preguntar algo. Tanto Tony como Victoria parecían sentirse en entera confianza alrededor de ella, así que mis sentidos me decían que no debía temer ni alterarme. Sin embargo, su presencia aquí iba mucho más allá de sólo hacer visita tras una prolongada ausencia.

—Ya tenía mucho en rehabilitación y me perdí la diversión de Sokovia y la guerra civil. ¡Hasta te me casaste, guapo! Pensé que ibas a morir alcoholizado antes de que sucediera eso.

El aludido se enderezó.

—Sí, ¿podrías tratar de no quitarme a esta novia, Hals?

—No prometo nada.

Aquello le hizo gracia, porque se echó a reír por lo bajo ante el comentario de Halley. Suspiré. Si acaso el semblante de Victoria no estuviera tan agobiado, hubiera tenido la decencia y la curiosidad de preguntar el origen de su relación con la rubia, pero no tenía ganas.

Había algo que me importaba más.

—Silena Vassos —le dije a la castaña, girando el cuello hacia ella—. ¿Qué sabes de Silena Vassos?

Mi hermana permaneció inquietantemente inmóvil junto a la ventana, donde ya comenzaba a caer la noche de forma apremiante. Su expresión se moduló hacia una más cauta cuando dirigió sus ojos avellana hacia los azules de Halley.

—Halley la conoce mejor que yo —replicó, y su voz hizo el mismo sonido que hace el cristal al romperse.

—Silena es la mujer a la que la bruja le arruinó la vida con sus estúpidas maldiciones —contestó, haciendo una mueca—. No lo entiendo, ¿quién te dijo su nombre?

Me dio la impresión de que me hubieran aplicado una corriente eléctrica en la columna, porque responder esa pregunta me regresaba a las pesadillas con el gigante.

Gruñí entre dientes de sólo recordarlo.

—Mis pesadillas, ahí lo escuché.

La castaña jadeó casi sin aliento y con los ojos fijos en mí.

—La marca no despertó sin ningún motivo —comentó con voz tensa y baja y sin parpadear.

—¿Por qué la de Halley? —quiso saber Tony—. Ella no tiene relación con Olympia, ¿la tiene?

Halley negó con la cabeza.

—No directamente. La bruja me marcó cuando emprendimos el camino hacia el Monte, eso me ayudó bastante en mi recuperación. Tengo la teoría de que está tratando de decirnos algo, es decir, no ha respondido el llamado de ninguna de sus hijas. Nada ha funcionado, y justamente en esa pérdida se activa la marca, ¿no creen que es algo extraño?

Pestañeé.

—¿Halley también es nuestra hermana? —pregunté casi sin aliento, y estuve segura de que sonó como un grito leve. Victoria negó con la cabeza sin darme crédito alguno.

—No, pero madre ayudó a Halley hace unos años. De lo único bueno que ha hecho, seguramente.

—Sin la bruja no estaría aquí —me sonrió la aludida—. Pero me marcó en el proceso, no sé quién se cree la malnacida.

En serio necesitaba preguntar luego qué le había pasado, pero en ese momento ese no era el tema de suma importancia. Con más calma me enteraría de la historia de Halley Nova.

Mi hermana,por otro lado, tenía toda la pinta de estar al borde de una crisis mental.

—Escúchenme —siseó entre dientes—. Tenemos que ir a Olympia.

Alcé una ceja.

—¿Cómo se supone que haremos eso si madre no aparece?

—Las marcas están tratando de advertirnos algo. Si madre estuviera bien ya hubiera contestado, y las marcas no nos estarían quemando.

—Hay otras maneras de llegar a Olympia —comentó Halley—. Los santuarios en Atenas pueden funcionar si ustedes dos se concentran lo suficiente.

Observé a Tony ponerse de pie y cruzar los brazos sobre el pecho.

—Bien, ¿cuándo nos vamos?

Por primera vez, Victoria sacó los ojos de encima de mí y se concentró en su amigo. Su rostro aún estaba tenso, pero ahora mostró una nota de condescendencia para con él. Deseé fervientemente no haber comprendido eso tan pronto lo observé.

Enterré mi cabeza entre mis manos.

—Si usamos el santuario tú no puedes pasar, Tony.

Ni siquiera quería mirar la expresión de su rostro. Estaba segura de que tenía una buena cara de pocos amigos en ese momento, así que no me molesté en comprobarlo por mí misma. Y es que esto no era más que una locura descabellada por donde se le mirase. Evidentemente, Victoria tenía muchísima más información que yo. Incluso Halley la tenía, y era ese sentimiento de ignorancia el mismo que me había condenado toda la vida. Nunca sabía nada, siempre me enteraba al final cuando ya las cosas eran casi irreparables. Tampoco estaba segura de querer ir a Olympia, y Victoria estaba siendo muy vehemente al respecto. Éramos tan diferentes, en todos los sentidos. No tenía ni idea cómo demonios era posible que estuviéramos tan relacionadas, porque a simple vista sólo parecía un horrible chiste.

Me saqué las manos del rostro para ver justamente a Tony asentir lentamente. Halley añadió:

—Regresaremos rápido, guapo. No te pongas loco.

Un nudo se abrió paso en mi garganta, pero no fui capaz de apreciarlo con precisión para cuando una nueva sensación, procedente de la marca, chocó contra mis sentidos. Me estremecí ante el elevado ardor y acabé soltando un alarido al mismo tiempo que las dos restantes. En esta ocasión el ardor era diferente. Ya no era como aquello que queda tras tocar una sartén caliente por accidente, o por tomar una taza de café sin cuidado alguno. Ahora se sentía como si alguien hubiera encendido un cerillo contra mi piel y lo estuviera arrastrando encima de la marca con furia.

Tanto Victoria como Halley experimentaron lo mismo, a juzgar por el quejido que salió de sus bocas. Las escuché jadear... pero el jadeo de Victoria se convirtió en un rugido bajo conforme avanzaron los segundos. Pronto terminó volviéndose un sonido roto y ahogado, y a éste lo acompañó una palabra que me caló los huesos.

Invasión.

Sacudí la cabeza con rapidez.

—Dilo de nuevo —le pidió Tony.

—Invasión —repitió como un eco, de forma mucho más baja. Sus ojos no me miraron, continuaron atentos a través de la ventana, donde observaba con apariencia perturbada la chispa dorada que ahora adornaba el cielo de la noche. Tan pronto como vi el destello di un salto fuera del sillón y me apresuré hacia la ventana. El cielo se coloreó con el brillo particular que desprendían las nubes, justo encima de nuestras cabezas y en forma de línea recta y precisa.

Si antes acaso llegué a sentirme asfixiada, ahora se había triplicado.

Repetí las palabras de mi hermana dentro de mi mente cinco veces seguidas, pero cada vez que lo hice acabé pensando en mi bebé, tan inocente e indefenso sobre su cama, ajeno a todo lo que estaba sucediendo. Y fue allí cuando algo muy parecido al terror me golpeó el estómago e hizo que me dieran náuseas. Me recordé a mí misma que debía respirar, así que me volví hacia los demás.

Tony fue el primero en reaccionar.

—La invasión no es aquí —adivinó.

—Olympia está en peligro —murmuró Halley.

La castaña tragó saliva sonoramente.

—Vera estará bien con Steve, Edward con Tony y... Tenemos que irnos. Ahora.

—No —la interrumpí—. No quiero dejar a mi hijo.

Los ojos de mi hermana me miraron confundidos. Mi garganta se secó, el corazón se me saltó un latido y el estómago se me revolvió. El ambiente se tensó de forma casi inmediata, y entonces recordé la voz de Neptune Auberon en mi cabeza, las palabras del gigante púrpura y mi cordura se desvaneció casi de inmediato.

—Bevs...

—Olympia es más tuya que mía —insistí. De seguro mi cara denotó una expresión terrible, porque las facciones de Victoria se descompusieron al verme.

—Si no vamos millones morirán. No vamos a mantenernos al margen mientras eso sucede. Si Madre perece, Olympia perece con ella. Todas las personas, las plantas y los animales se irán sin Althea desaparece. Millones de vidas inocentes sacrificadas en vano.

Me pasé una mano por el pelo, exasperada.

—¡Somos más madres de lo que Althea fue!

—Las personas inocentes no van a pagar por los errores que ella haya cometido —rugió en mi dirección—. Es nuestro hogar, nos guste o no, es la tierra que nos vio nacer y que nos hizo lo que somos. Somos sus hijas, cargamos sobre los hombros un par de títulos que nos gusten o no están ahí. Ya hemos luchado por la tierra, llegó el momento de luchar por Olympia.

¿Por qué no quería ir? No era ni la mitad de lo que era Victoria, eso siempre lo supe. Pero, ¿por qué ahora lo veía incluso más lejano y distante que en el pasado? ¿Por qué tenía esta sensación de pánico rebullendo en mi garganta como si estuviera a punto de explotar? Estaba asustada como nunca lo había estado, pero ni siquiera estaba asustada por mí. Estaba asustada por ellos.

Observé uno a uno el rostro de Tony y el de Victoria, y fue cuando sentí como si algo caliente me quemara los ojos. Tenía tanto que perder que no podía permitirme hacerlo. Si pudiera los cubriría bajo mi piel para resguardarlos de cualquier peligro, pero no podía. Y mi bebé, esperándome en su cama... Y Vera, esperando a Victoria...

—Si decidimos ir puede que no regresemos —le recordé, y la voz se me quebró de forma ridícula.

Mi hermana ladeó la cabeza.

—Nuestro deber sagrado es defender nuestro mundo... es lo que tenemos que hacer.

«Y es lo que las va a terminar de condenar», canturreó la voz de Neptune Auberon en mi cabeza. 






***
Muchísimas gracias a la hermosa de FaithLion por ese gif que hizo como regalo para Sapphire. No sabes lo agradecida que estoy contigo y lo feliz que me hizo que me lo dieras❤





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