38 ━━━ Imminence.
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FINAL DE LA SEGUNDA PARTE
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BEVERLY BLACKWELL
Semanas después.
Tras la patada que nos había metido la vida, no todo podía volver a a normalidad.
Con el asunto de los acuerdos sólo habían quedado en el complejo Visión y Rhodes. Éste último atravesaba una etapa de recuperación tras la caída que había sufrido durante la pelea en el Aeropuerto Liepzig en Alemania, pues había quedado parcialmente paralizado desde la columna. Tony había ideado un par de aparatos que lo ayudaban a caminar, pero era un arduo proceso el que tenía que recorrer hasta poder adaptarse a ese nuevo ritmo de vida. De repente, el ambiente se tiñó de gris conforme los días pasaban y las malas noticias continuaban llegando, arremolinándose unas con otras.
El príncipe T'Challa de Wakanda le había contado a Ross que Natasha y Victoria habían ayudado en el escape de Steve y Barnes en el quinjet, y esto habían traído malas consecuencias para ambas. De la pelirroja no sabíamos nada, pues se había desvanecido justo en el momento en el que el gobierno emprendió su búsqueda, y en cuanto a Victoria, la cosa no pintó bien ni por un segundo. Además de quebrantar los acuerdos que ya había firmado y contribuir en el robo del quinjet, también había ayudado a Steve a irrumpir en la prisión La Balsa para liberar a Clint, Wanda, Scott y Sam. Esto acarreó una ola de desgracias para ella y su familia, pues ahora Steve y ella encabezaban la lista de los más buscados del mundo y como resultado, eran fugitivos. Esto los obligó, con todo el dolor que un padre puede sentir, a tener que dejar a Vera. Su departamento fue tomado por Ross, a la niña la acosaron con preguntas acerca de sus padres hasta que Tony se hartó y los forzó a dejarla en paz.
Steve también le había enviado una carta a Tony, disculpándose por todo lo que había sucedido entre ellos antes, durante y después de lo de Siberia. A él no le gustaba hablar de eso, y yo tampoco lo animaba demasiado a hacerlo, pues sabía muy bien que él necesitaba el espacio y el tiempo para digerir lo que había sucedido. Tony quería a Steve, lo consideraba su amigo, confiaba en él, y sin importar la intención, Steve lo había traicionado.
Cuando por fin pude hablar con mis abuelos, me reservé los detalles de lo que realmente había sucedido en Suiza con Vladimir y las secuelas que había dejado. No podía dejarlos saber lo que me había pasado nuevamente, pues temía que su envejecido corazón no fuera capaz de soportar una noticia de ese calibre. Me reconforté con verlos aliviados al descubrir que la amenaza se había ido, que ya no había nada que temer, y me aferré a ese sentimiento para ayudarme a salir adelante. Ellos finalmente habían podido regresar a su casa en las afueras de Manhattan, a su vida normal y tranquila, y eso me hacía sentir muchísimo mejor conmigo misma.
Harper decidió quedarse, de manera permanente. Aún estaba en conversaciones con su madre, a quién pronto íbamos a conocer, pero básicamente la decisión estaba tomada. Ella no quería regresar a Hiron, ya que ahora le gustaba demasiado Nueva York. Y, para la sorpresa de todos, Tony le había ofrecido quedarse con nosotros. Harper se había emocionado tanto que le había saltado encima y le había gritado «ahora sí te quiero, viejo con problemas de disfunción eréctil». La última parte era mentira. Una total y vil mentira. Con todo eso, uno pensaría que todo lo sucedido había quedado en una olvidada pesadilla...
... pero no era así por completo. Yo aún tenía severos problemas de acercamiento con todo el mundo, ocasionado principalmente por la misma pesadilla recurrente. No hacía falta describir cuál era. No había podido encontrar la manera de balancear lo que me había pasado y lo que había perdido. Sabía, en el fondo de mi corazón, que esta vez era diferente, pero que igual que la primera vez, iba a poder superarlo. Tenía a alguien que me lo recordaba todos los días y que no se había detenido ni un segundo a dudarlo. No estaba sola, y eso era todo lo que necesitaba saber para poder apoyarme y empujarme. Aún así, la desesperanza me ardía en el pecho, recordándome lo que había sucedido. Pero tenía algo por lo que luchar, y no podía dejarme consumir por una oscuridad aterradora sabiendo que tenía a lo más importante de mi vida esperando por mí en otra habitación. Esperando a que yo estuviera junto a él, que le diera el mil por ciento de mí misma. La ira, la tristeza, la desesperanza y el aturdimiento eran sólo cosas temporales. Cosas con las que ya había convivido antes. Ya sabía cómo vencerlas, cómo salir adelante y cómo despedirme de ellas. Con suerte, ésta sería la última vez que tuviera que experimentarlas.
Tony estaba haciendo un esfuerzo tremendo. Sin duda alguna, él era el más fuerte de los dos. Si yo estaba lista para caerme, él me agarraba justo antes de que pudiera hacerlo. Y él tampoco la estaba teniendo fácil. Estaba dolido, decepcionado y enfadado con todo lo de los Acuerdos y los Vengadores. Pero, más fuerte que eso, le dolía lo de Steve. Eso era lo que le dolía en el alma. Y él no me lo decía, probablemente para evitarme una pena más grande, pero haber descubierto lo que había sucedido con ese bebé del que nunca supimos su existencia, lo había terminado de resquebrajar. Todo se le juntó de una manera catastrófica; los Acuerdos, el lío con Rogers, la caída de Rhodes, lo que Vladimir me hizo, la pérdida del bebé... Si no lo ayudaba pronto iba a terminar por perder la cabeza.
Porque quizás yo estaba resquebrajada, devastada, asfixiándome, pero él lo estaba de la misma manera. La única forma de salir adelante era sosteniéndonos mutuamente, porque nadie sabía mejor que nosotros lo que estaba pasando.
Sin embargo, aún habían varias cosas que no entendía y me preocupaban de manera no circunstancial. La voz que escuché en mi cabeza era una, y la destrucción de mi brazalete era otra. Ese par de preguntas necesitaban respuesta, pero con todo este montón de cosas encima, no había tenido el tiempo ni la voluntad de formulárselas a alguien que pudiera responderme como quería.
El miércoles por la tarde, en mi casa, se suscitó una visita ultra secreta de la cual nos habíamos cerciorado nadie se enterara. La cosa estaba tan delicada que el paso de Victoria por allí podía significar otro problema para ella, pero la situación lo ameritaba. Con uno de los mejores abogados de patente de Stark Industries en el lugar también, había llegado el momento de firmar los papeles.
—¿Estás segura de que no hay nada que Tony pueda hacer para ayudarte? —le pregunté a Victoria, sentada frente al gran escritorio negro de la oficina del pelinegro.
La castaña me miró con ojos vidriosos, y sorbió por la nariz al tiempo que cruzaba los brazos firmemente sobre su pecho. Me partió el corazón ver a mi amiga de esa manera, tan desconsolada y a punto de perder lo más importante para ella.
—Tony ya me está dando la mayor muestra de apoyo que existe —murmuró ella, con una leve sonrisa en su rostro divino—. Este es el resultado de las decisiones que Steve y yo tomamos, no podemos hacer nada más que enfrentar lo que nos ha caído encima y encontrar una manera de solucionarlo, con el tiempo al menos.
Me mordí el interior de la mejilla.
—Esto me duele muchísimo. Ojalá pudiera hacer algo más para ayudarte y sacarte todo esto de encima.
—También lo estás haciendo —suspiró—. Gracias a ti y a Tony por aceptar ser los tutores legales de Vera. Steve y yo no podemos ser tan malos padres como para traerla con nosotros sabiendo que encabezamos la lista de fugitivos de Ross y el gobierno. No quiero dejarla —comenzó a llorar en ese instante—. Pero, ¿qué pasaría con la escuela? ¿Y todo lo que le gusta hacer? Nosotros no tenemos ni idea de dónde vamos a ir ni qué vamos a hacer, no podemos quedarnos en un sólo sitio tampoco. Nos parte el alma, pero la mejor decisión es dejar a Vera con ustedes. Sólo confío en ustedes dos para que la cuiden.
—Oh, Vi... —murmuré, al tiempo que me inclinaba para darle un abrazo.
Respiré hondo. El contacto humano aún me costaba, pero realmente no podía quedarme de pie viéndola llorar así y no darle un poco de apoyo en ese momento. Era Victoria, mi amiga, no tenía por qué rehuirle a eso. No pasaba nada si la tocaba, porque allí no había peligro.
Me repetí eso unas treinta veces en mi cabeza.
—Sé que la van a cuidar bien mientras yo no estoy. Pero aún así... Me duele tanto —musitó, sin dejar de llorar.
Sacudí la cabeza y me separé despacio. Victoria se secó las lágrimas de un tirón con la palma de su mano y se enderezó sobre la silla.
—Aunque aún tenemos que encontrar el momento para discutir otra cosa —continuó diciendo, ahora con el semblante ligeramente ensombrecido.
—¿Cómo qué?
—La voz de la que me hablaste, y tu brazalete. Sé de alguien que nos puede dar una respuesta, aunque no me guste mucho hablar con mi madre.
Torcí el gesto.
En ese momento, Tony entró a la oficina en compañía del abogado.
—Ven, vieja —la llamó, con cautela—. Dame un abrazo porque te voy a extrañar.
—Te voy a extrañar muchísimo, viejo decrépito —sollozó ella, lanzándose a los brazos de su gran amigo—. Prométeme que vas a cuidar a Vera como si fuera tu propia hija —le pidió, separándose para verle la cara.
Tony asintió y le tomó la mano.
—Eso no debes dudarlo, Vi. Con mi vida te voy a cuidar al tomate.
Victoria sorbió por la nariz y se volvió para dedicarnos una larga mirada a ambos.
—No la dejen dormir hasta muy tarde, luego anda somnolienta todo el día. En esencia, es alérgica al chocolate, pero es solamente porque le quema los circuitos. Si le dan chocolate se va a poner hiperactiva y va a hablar por horas sin detenerse, y no va a tener nada de filtro al hacerlo. No le gustan las espinacas, si le dan espinaca las va a vomitar. Si ve una película de terror preparénse para escucharla gritando toda la noche, y probablemente se querrá ir a dormir con Tony —sonrió—. Dormía con Steve cuando le pasaba. Vera es muy, pero muy, propensa a los accidentes. En serio. Y no temo por la seguridad de ella en cuanto a eso, temo por la de ustedes. Hay una chica que se llama Lauren Wells y va a su misma escuela, con ella se lleva como perros y gatos. En dos años se han partido la nariz, el brazo y el codo con sus disputas. Vera tiene un gancho derecho tan bueno como el mío, y eso la mete en muchos problemas en la escuela.
—El tomate tiene tu temperamento con la mente de Steve. Lo tenemos —concluyó Tony, y le puso una mano a Victoria en el hombro—. Vieja, con calma, ¿de acuerdo? He estado contigo desde que tuviste a Vera. Conozco cada aspecto de ella, sé cómo la criaste y sé lo que la dejas y no la dejas hacer. Si tengo un problema, te llamo.
Ella sonrió con tristeza y luego, me miró.
—Eres la mejor mamá para Edward, Bevs. Sé que vas a cuidar bien de Vera mientras yo no estoy.
—Siempre —murmuré, devolviéndole el gesto.
No pude evitar preguntarme cómo la estaría pasando Steve con todo esto. Yo misma había sido testigo de lo que amaba ese rubio a Vera. Veía el mundo a través de sus ojos, y si bien la pena de Victoria podía ser más grande, a él también debía estarle doliendo muchísimo.
Me abstuve de hacer esa pregunta en ese momento. Si la hacía, sería solamente a ella. No iba a nombrar a Steve en presencia de Tony.
—¿Podemos proceder, entonces? —inquirió el abogado, tomando asiento en una de las sillas y depositando los papeles sobre la mesa. Nosotros asentimos—. Con estos papeles, la custodia legal de Vera Marie Clare Rogers pasa a manos de Anthony Edward Stark y Beverly Anne Blackwell. Cuando la situación legal de Victoria Lorraine Clare y Steven Grant Rogers sea solucionada, la custodia de la niña pasará a ellos nuevamente. Siempre y cuando la niña no haya cumplido dieciocho años.
El abogado estiró los papeles sobre la mesa, pasándonos uno a cada uno para que lo firmáramos. Victoria fue la primera en hacerlo —los papeles ya habían sido firmados previamente por Steve, pero no tengo ni idea cómo se las arreglaron para hacer eso—. Tony y yo fuimos los últimos en firmar, para luego regresar los papeles a las manos del abogado.
—¿Eso sería todo? —preguntó Tony, a lo que el abogado asintió.
—Legalmente, usted es responsable de la niña. Cuando la situación de la señora Clare se restablezca, volverá a ser de ella.
—Nada más pues —murmuré, poniéndome de pie.
El abogado hizo un asentimiento cabeza, tomó sus cosas de la mesa y se despidió en voz baja. Una vez estuvo fuera de la habitación, Tony y yo nos volvimos para mirar a Victoria.
—Entonces ya está asentado —repuso con calma—. No tengo mucho tiempo, así que ya debo irme —se volvió para dedicarnos una última mirada triste—: Ya me he despedido de Vera, antes de entrar aquí, pero Steve no ha tenido la oportunidad. Sé que estoy pidiendo demasiado, en serio lo sé...
—Encuentra un lugar seguro y yo la llevo para que Steve pueda despedirse de ella —la interrumpí, conociendo perfectamente hacia dónde se dirigía su alegato. Era obvio que no se lo iba a pedir a Tony.
A la castaña se le aguaron los ojos de nuevo, pero tomó aire para mantenerse firme. Se giró hacia Tony, le acarició el rostro con ese irrevocable aspecto maternal que sólo ella tenía y le dio un fuerte abrazo. Después hizo lo mismo conmigo, y en ese momento estuvo lista para marcharse.
—Gracias —articuló con sus labios, sin que las palabras se escucharan. Y luego salió de la oficina.
A Tony se le escapó un buen suspiro. Se recargó contra la mesa de la oficina y se cubrió el rostro con ambas manos, con mucha frustración. Medio segundo después se sacó las manos de la cara y me miró por un minuto. Reconocí la expresión de inmediato, aunque no fui yo la que dijo algo.
—Lo estás haciendo muy bien —me elogió, en tono suave.
Fijé la vista en él, sonriendo con cierta desgana.
—Me lo dices todos los días.
—No estoy diciendo ninguna mentira.
Crucé los brazos sobre el pecho. Ese acto no era nada más que manía; intentaba cubrirme y protegerme de algo que ya ni siquiera estaba allí. Pero lo hacía porque aún podía sentir la sensación de vacío, y me ardía.
—Gracias —le dije, bajando un poco la vista—. No sólo por ayudarme a mí, por no dejarme sola, sino por todo lo demás también. Eres el mejor amigo para Victoria.
Lo vi balancearse hacia adelante. Conocía ese movimiento: inconscientemente trataba de buscar mi mano para tomarla, trataba de acercarse a mí para abrazarme o tocarme, como solía hacerlo antes. Y entonces recordaba la situación, recordaba medio segundo antes de hacerlo que no me gustaba el contacto, y terminaba por cohibirse.
La peor parte de todo eso: la evidente nota de tristeza y dolor que veía en su rostro después.
Maldecía mil veces a Vladimir en mi cabeza. Lo repetía una y otra vez, sin detenerme, con la esperanza de que esto pudiera cambiar algo. Pero no era así. Y me golpeaba el hecho de que Tony estuviera pagando por algo de lo que no tenía culpa, y era muchísimo peor porque yo veía todo el esfuerzo que estaba haciendo. Lo veía esforzarse día con día, lo veía tratar de hacer las cosas cómodas para mí, lo veía poner el mil por ciento de sí mismo para que yo pudiera salir adelante y para que todo pudiera funcionar.
¿Por qué, en todos los malditos infiernos, yo tenía que dejar que Vladimir ganara al alejar, aunque fuera un poco, al hombre que amaba?
Tony no era Vladimir. Tony no me iba a hacer daño. Todo lo contrario; Tony era capaz de borrar cualquier rastro de sufrimiento que pudiera quedar en mí. Porque él me amaba, y se preocupaba por mí, y estaba segura de que no había mejor medicina que esa.
—Bueno —continué y respiré hondo mientras sacudía la cabeza para ahuyentar todo lo negativo de mi mente—. No tienes que retroceder. Hay bastante espacio entre nosotros —hice una mueca, sacando los brazos de mi pecho y señalando el lugar.
Tony me miró confundido.
—Pero tú...
—Lo sé —lo interrumpí, y di un paso hacia adelante. De pronto me sentí nerviosa, y tuve dificultad al decir las siguientes palabras—: Sólo... no quiero estar separada de ti... ya no.
Mi corazón palpitaba fuerte en mi pecho, con más ánimo que antes. Contemplar su rostro y darme cuenta de que estaba conmigo, apoyándome, me hacía sentir saludable. Esta vez, el latido se aceleró más allá de su habitual ritmo enloquecido.
—Muñeca, no quiero que te precipites o hagas algo solamente porque crees que es lo mejor para mí —contestó, separándose de la mesa y con las cejas alzadas.
Negué.
—Te quiero conmigo, junto a mí. No a los tres metros de distancia que yo impuse.
Dejé de lado la ansiedad y me armé de valor para dar un paso hacia adelante y acercarme mucho a él. Lo abracé con fuerza y cerré los ojos, dejando en la parte más lejana de mi cerebros los recuerdos de la pesadilla. Allí, en sus brazos, me sentía segura. No tenía por qué temer. Y justo allí me juré que no volvería a alejarme de él ni a dejarme ganar por los malos recuerdos.
Tony mantuvo sus brazos ceñidos a mi cintura, con precaución.
—Te amo, albañil —susurré contra su pecho.
Él se echó a reír con suavidad.
—Y yo te amo a ti, mi muñeca.
Me separé de su pecho y me enderecé para poder ver su rostro. Llevé una mano hasta ahí, trazando con cuidado la sombra de los moretones junto a su ojo derecho. Él me tomó la mano, y la besó con dulzura.
—Somos mejor cuando estamos juntos y confiamos el uno en el otro —me dijo, con una sonrisita en el rostro—. Tenemos que mantenernos fuertes, no importa lo que haya pasado. Estoy aquí, contigo.
Respiré hondo.
—Y yo estoy contigo. Siempre.
Y por primera vez en todas esas semanas, me besó.
Eso era cierto, y era el toque que necesitaba para terminar de plantar los cimientos. Ya no tenía nada que temer, porque el peligro había pasado. Y Tony estaba allí, conmigo, teníamos a Edward sano y salvo, era capaz de enfrentarme a cualquier cosa mientras eso no cambiara.
—¡Lamento interrumpir esto pero el parásito ha ensuciado el pañal!
Tony me soltó y ambos nos volvimos para mirar a Harper. Había abierto la puerta de la oficina, y estaba de pie allí, sosteniendo a Edward como si fuera una bolsa de desechos tóxicos de la que se quería alejar. Vera también estaba con ella, filmando la escena con su celular. Aún era capaz de ver los rastros de las lágrimas que le había ocasionado la despedida con su madre, pero la niña se estaba esforzando más que nadie por mantenerse fuerte ante la separación.
Y la admiraba por ello.
—Te dije que no te atrevías a cambiarlo —se burló la pelirroja de la castaña.
Harper bufó.
—Esto huele horrible, sáquenlo de aquí.
Sonreí. Estaba segura de que estaríamos así por bastante tiempo.
* * *
Las semanas continuaron pasando, y poco a poco todo empezaba a restablecerse. Sin embargo, la armonía no duraba demasiado para mí, porque la noche del seis de junio, experimenté una especie de déjà vu.
Acababa de salir de la ducha y me había puesto la pijama, lista para ir a dormir. Vera y Harper tenían rato de estar dormidas y lo mismo pasaba con Tony y Edward, que cayeron juntos después de que el pelinegro se hubiera visto una película francesa que lo hizo llorar. La única despierta era yo, así que cuando bajé a la cocina por un vaso de agua, nadie se dio cuenta de lo que me pasó.
Sentí algo similar al remolino succionador de Thor, pero mucho más suave y no tan brusco. Experimenté algo parecido a una suave brisa, y luego estaba de pie en medio de una soleada ciudad utópica que brillaba con fuerza. Aterricé sobre mis pies, y me sentí ansiosa mientras recorría el sitio con los ojos. No tenía ni idea de dónde demonios estaba parada. Todo era espléndido, pulcro, brillante y lleno de vida. Había una inmensa cascada en el fondo, en la que el agua caía como un remolino hasta un cristalino pozo rodeado de piedras preciosas. A mi alrededor, personas caminaban con entusiasmo y se sonreían entre ellas. Algunas reparaban en mí, seguramente extrañados por la cara de susto que tenía. Pensé que era eso, pero entonces lo recordé.
Estaba de pie, en medio de un sitio desconocido, sin nada más que una pijama azul que apenas consistía en un short y una camisa de tirantes.
Maldita sea. ¿¡Dónde demonios se suponía que estaba!? Pasó un segundo en el que continué observando todo a mi alrededor, en busca de algo conocido, pero una gruesa brisa me tambaleó en mi sitio. Sentí una combinación de alivio y confusión cuando una enfurruñada Victoria apareció frente a mis ojos luego de que la brisa se desvaneciera.
Ella me miró, me hizo una seña con el dedo para que aguardara un segundo, y luego gritó a todo pulmón:
—¡TRAE TU MALDITO TRASERO AQUÍ AHORA MISMO, ALTHEA!
Oh, bueno, yo no era la única en pijama. Victoria sólo tenía una bata blanca casi transparente.
—¡Victoria! —jadeé, aliviada por ver una cara conocida y asustada por no saber qué estaba pasando—. ¿Puedes explicarme qué demonios está pasando?
—¡Mi madre está pasando! —gruñó, evidentemente enojada.
Las personas a nuestro alrededor se volvieron para mirar a la castaña con gestos de sorpresa infinita. Me pregunté por qué la verían con dicha expresión de anhelo y veneración, como si estuvieran viendo a una diosa en persona. Que, en realidad, sí lo era. Mis preguntas fueron respondidas casi de inmediato.
Se inclinaron hacia ella, haciendo una reverencia.
—¡Princesa Victoria! —exclamaron al unísono, con respeto y admiración.
La aludida les gruñó en respuesta.
—Al que me llame princesa de nuevo le corto la garganta.
El público la miró asustada, para perderse del sitio tras la sórdida amenaza que les acababa de lanzar. Sí que se veía enojada.
Una cosa sí había entendido: la madre de Victoria nos había traído hasta aquí. El motivo seguía siendo un completo misterio para mí, pero era obvio que a la castaña le molestaba esto demasiado. Nunca la había visto tan enfadada como se mostraba en ese momento. Estuve segura de que la aterradora vena en su cuello iba a explotar si no se calmaba pronto.
Me aclaré la garganta, llamando su atención. Ella se pasó una mano por el pelo y exhaló un suspiro.
—Lo siento, tú debes estar muy confundida —hizo un mohín de disgusto—. Bienvenida a Olympia, mi planeta de origen.
Alcé las cejas.
—¿¡Este era el sitio en el que tenían a Edward!? Eres la princesa Victoria, eh.
—A ti también te puedo cortar la garganta si me sigues diciendo así.
La miré horrorizada.
—Hace semanas que no te veo, ¿por qué se supone que estamos aquí? —le pregunté, enfurruñada.
—¡Oh, ya llegaron, qué gusto!
La expresión furiosa de Victoria no flaqueó ante el sonido de aquella voz que sonaba como campanillas de viento doradas. Una voz extrañamente familiar para mí. Yo giré sobre mis talones, siguiendo la dirección que había tomado la mirada de mi amiga detrás de mí.
Una mujer rubia, esbelta y del tamaño de Victoria venía caminando hacia nosotras con una enorme sonrisa en su rostro. La mujer era preciosa, la aureoleaba una belleza tan inhumana que parecía casi imposible mirarla sin que la luz que irradiaba no hiciera que te ardiera la vista. Me pareció que flotó hasta nuestro encuentro, sin que su divina sonrisa se alterara, y al llegar, le dedicó una endulzada mirada a la castaña. Ella le devolvió una furiosa.
—¡Cómo te he extrañado, hija! —le dijo, abriendo los brazos hacia ella. La aludida ni siquiera se inmutó—. Bueno, pero qué mal humor tienes. Eso lo heredaste de tu lado asgardiano.
Victoria le lanzó una mirada envenenada a su madre.
—¿¡Qué te pasa, madre!? ¿¡Por qué nos has traído aquí, así!? ¡Estaba ocupada!
Althea le sonrió con sorna, pero luego torció los ojos e hizo un ademán con la mano para restarle importancia.
—Estoy segura de que el sexo con Steve Rogers puede esperar, Victoria —se burló, ganándose una mirada mortífera por parte de la interpelada—. Ninguna de ustedes estaba ocupada. Y aunque lo hubieran estado, este es el momento indicado para que vinieran. He estado esperando semanas para verlas, a ambas.
Rápidamente, sus ojos del color de un topacio se fijaron en mí. Una sonrisita maliciosa se abrió paso por su cara al tiempo que me ponía una mano en el hombro.
—Oh, Zafiro. Ha pasado tanto tiempo.
—¿Ah?
—¡Hay mucho que discutir! —aplaudió la diosa, con aires excéntricos—. Y muy poco tiempo para hacerlo. Vamos, vamos, caminen, personas nos aguardan. Podemos ser inmortales pero la paciencia es limitada. Adelante, niñas, caminen.
Althea nos empujó a ambas hacia adelante, obligándonos a caminar. Victoria continuaba con la expresión de molestia en su cara, pero no dijo nada más.
La diosa rubia nos condujo por un camino zigzagueante rodeado de hermosas flores que conducían a la gran cascada que había visto al llegar. Atravesamos el camino en tiempo récord, con vario porcentaje de la población de Olympia mirándonos a la castaña y a mí, gracias a la poca ropa que cargábamos encima. Dios, qué situación para más incomoda. ¿Por qué no me habían dejado en mi casa, durmiendo tranquilamente con mi hijo? ¿Qué demonios se suponía que pintaba yo en esta estupidez? Esperaba que hubiera una muy buena explicación para esto, porque de otra manera iba a estar muy enfadada.
Pronto me encontré a mí misma aguzando la vista hacia una de las rocas que estaban frente a la cascada. Divisé tres figuras diferentes, dos más familiares que la tercera. Un rubio fortachón estaba de pie con el largo pelo revoloteando a su alrededor gracias al viento. A su lado, guindada de su cuello mientras depositaba dulces besos sobre su mejilla, estaba una linda muchacha más bajita que él y de un increíblemente llamativo cabello rojo cereza. No era un rojo como el de Vera o de Natasha, este era un rojo brillante y resplandeciente. Eso, sin embargo, fue lo que menos logró captar mi atención. En cuanto me fijé en la otra figura familiar, sentí cómo la sangre empezaba a hervir en mis venas y de pronto se apoderó de mí un instinto asesino.
Di dos zancadas hacia adelante, pasando por encima de las rocas sin reperar en nada, a la vez que mi frustración y mi ansiedad estallaban.
—¿¡Qué mierda, Nadine!? —grité, abriendo los brazos con exasperación y con la voz increíblemente más aguda de lo que era normal para mí—. ¡Tu maldito hermano casi nos borra de la existencia a mí, tu hija, tus padres, tu sobrina y tu nieto y tú estabas aquí tirada en una colcha tomando el sol y bebiendo vino frente a una cascada mágica!
Mi adorada madre se sacó los lentes de sol y dirigió la vista hacia Althea, dedicándole una expresión sabionda.
—Te dije que se iba a molestar.
—¡Ahh! —suspiró la diosa—. Tienen un terrible humor estas niñas. Dignas hermanas —murmuró.
Hervía de indignación mientras observaba como Nadine se levantaba de la colcha y abría los brazos en mi dirección. Victoria también estaba a punto de arrancarle la cabeza a su madre, lo notaba por la manera en la que la miraba.
Mi madre nos señaló.
—Primero, fui yo la que estuvo cuidando a mi nieto mientras tú andabas dándote golpes con tus amigos en el aeropuerto —me acusó—. Segundo, hice mi parte en Sokovia cuando fui a buscar a Vladmir y un edificio me cayó encima. Fui yo la que le dio la pista a tu novio. Y tercero, ¿por qué demonios están en pijama las dos? Beverly Anne, eres madre ahora, no uses cosas tan reveladoras.
Victoria resopló.
—¿Qué demonios hace Thor aquí y quién es la pelirroja?
—Oh, es que vamos a tomar té —replicó Althea, risueña—. Vengan, se las presento. Crystal, querida, quiero que conozcas a alguien. Victoria, Zafiro, les presento a Crystal Cyrenesdottir... es algo de mi querido Thor, no tengo ni idea qué.
El rubio sonrió triunfanate, tomando la mano de la pelirroja y jalándola hacia donde nos encontrábamos nosotras. Ella nos dedicó una sonrisita gentil.
—Crystal, quiero que conozcas a las dos mujeres que más quiero —dijo el fortachón, señalándonos a ambas—. Mis amigas y hermanas, Victoria y Beverly.
La aludida abrió la boca con asombro.
—¿Ella fue la que te rompió el corazón y tuvo el hijo de otro hombre? —murmuró, casi sin poder aguantar una risotada que terminó por colarse entre sus cuerdas vocales e inundar todo el sitio.
—¿La que hizo qué? —Victoria tosió—. Por favor, Thor. Nunca tuviste oportunidad con Beverly, siempre estuvo enamorada de Tony.
—¿Qué demonios, Thor Odinson? —chillé, indignada.
Crystal continuó riéndose y le dio un golpe en el brazo enorme del rubio.
—En serio eres una decepción, hijo de Odín. Y es un gusto conocerlas, Victoria y Zafiro —nos sonrió muy amablemente—. Althea habla mucho de sus hijas, y Thor cuenta muchas anécdotas en las que ustedes están incluidas.
Durante un momento se me olvidó respirar. En cuanto me recobré sacudí la cabeza en un intento de aclarar de golpe mi mente obnubilada. Había algo que ya Althea había repetido en cuanto llegamos, pero que no había sido capaz de comprender hasta que Crystal lo dijo con su voz de ángel. Me tardé un minuto para entenderlo.
La sangre se me subió al rostro y me invadió una cólera descomunal cuando lo hice.
—¡ALTHEA!
—¡No me grites, Zafiro!
—¡No le grites a Beverly! —bramó Victoria—. Ya fue suficiente, madre. Deja tus malditos juegos de lado por una vez en tu innecesariamente larga existencia y termina de decir para qué nos trajiste.
—¡Ya, ya, ya! —Thor dio un salto hacia adelante y tomó a Victoria de la cintura para separarla de su madre, luego hizo lo mismo conmigo, me cargó sobre sus hombros y me alejó de Nadine—: Ahora sí. Ustedes dos se ven más bonitas cuando no gritan.
No pude reprimir una mueca.
—Necesito una explicación ahora mismo, porque estoy a punto de sufrir una migraña.
—Bueno, yo también las extrañé —repuso Thor en tono sarcástico. Genial, se ofendió.
—Cállate —replicamos Victoria y yo al mismo tiempo.
La diosa evaluó nuestra expresión durante un segundo. Más rápido de lo que fui capaz de prever, cualquier rastro de jovialidad y diversión que había en su rostro se borró casi al instante, dejando sólo una mueca seria y malhumorada en su lugar.
—Quería hacerlo ligero pero ustedes no me han dejado —masculló, entre dientes—. Quieren hacerlo así, entonces así lo haremos. Thor, Crystal, vayan adelantándose al té. Tengo cosas que discutir con ellas.
La mueca burlona se desvaneció, volviéndose dura y rígida. Observamos a los aludidos dejar el sitio, quedando solamente nosotras cuatro, y al parecer por fin íbamos a tener la conversación que estábamos buscando desde que llegamos.
—Ya era tiempo de que trataras esto con la seriedad que merece —musitó Victoria, sin ningún tipo de emoción la voz. Su madre se encogió de hombros.
Althea hundió los hombros, y cerró sus ojos tras echar un súbito vistazo al cielo azul. Luego, habló en tono dulce.
—Fui yo la que te habló el día que estabas peleando contra Vladimir —me dijo—. Y te llamé «hija», porque eso es lo que eres. Hace muchos siglos atrás cometí un error que me ha costado demasiado, que me sigue atormentando hasta el día de hoy. Me involucré con alguien no debí, le hice promesas que no debí, y de las que terminé por arrepentirme. Le prometí un medio para obtener lo que quería, le prometí una hija que lo acompañaría y le prometí mi presencia a su lado. Eso fue antes de comprender qué quería hacer realmente. Cuando tomé consciencia de lo que sucedía, tomé a la hija que ya tenía y a la que iba a darle y las desvanecí. Sabía, y estaba segura, de que lo primero que él haría para hacerme pagar por mi traición era ir por mis hijas. Ustedes podrán creer que soy una desalmada, pero no lo soy.
» Le pedí a Odín cuidar a mi hija mayor, que la bendijera bajo sus palabras, y eso fue lo que hizo. La enviamos a Midgard, a proteger el Tesseracto, y la dejé permanecer en tierras humanas tanto como quería en orden de alejarla del cosmos y de la sed de venganza del hombre al que yo traicioné. A mi hija menor la oculté por dos siglos, la congelé hasta que ya no pude mantenerla aquí. Fue entonces cuando le pedí a Maximus, mi fiel general, que la acogiera como suya. Estaba enterada que él tenía una relación con una humana, y no me costó demasiado convencer a Nadine de que te cuidara. Marqué tu cuerpo y uní tu alma a tu brazalete, en orden de esconderte, y a Victoria le entregué una tiara para su protección. Pensé que podía hacer eso hasta el fin de los tiempos, pero ni siquiera yo soy capaz de alterar el curso del tiempo.
¿Por qué? ¿Por qué demonios se suponía que me tenían que pasar estas cosas a mí? Su confesión me traspasó como una estocada. Ni siquiera me importaba la mentira de Nadine, la desgraciada no se había ganado nada de mi aprecio nunca, así que eso era totalmente irrelevante para mí. Lo que en verdad me importaba y me turbaba era todo el desastre que venía implícito con esto. ¡Era una maldita bomba de tiempo a punto de estallar, y yo sólo quería calma!
La miré fijamente con la boca abierta, pero ella continuó hablando y con la vista al frente.
—El brazalete de Zafiro se rompió, eso significa que ya no podré hacer mucho para protegerlas. Si encuentra a una, las encuentra a ambas. El tiempo que Nadine y yo hemos estado tratando de evitar está llegando, y todos debemos estar preparados para lo que viene.
Nadine dio un paso al frente.
—Todo lo que él quiere es venganza. Quiere hacer pagar a Althea por su traición. A él no le importan ustedes, sólo le importa lo que significan para su madre —murmuró, y buscó mi mano para tomarla. De pronto, me dedicó una mirada apesadumbrada—. Lamento no haber sido la madre que te merecías, Beverly. Hemos sacrificado demasiado en orden de protegerlas a ambas, incluso si el precio de eso es que ustedes nos detesten.
Le solté la mano con brusquedad, volviendo a sentir la cólera subir por mi garganta. El corazón me latió muy deprisa, como si estuviera a punto de colapsar de tanta presión, y entonces estallé de nuevo.
—¿Proteger de qué? Al menos danos un nombre, por favor.
—Mamá... —alargó Victoria, y sus ojos relumbraron de vuelta hacia mí, confundida por primera vez.
—Hay tanto que ustedes no entienden —susurró la diosa, cerrando los ojos un segundo—. La caja que te envié con Thor, Victoria, era una advertencia y una ayuda, pero claro, tú no quisiste abrirla. Y ahora que se rompió el brazalete, voy a tener que remover las marcas del cuerpo de Beverly para devolverle la fuerza. Y cuando lo haga, ya no habrá nada que la mantenga oculta. Van a terminar pagando por mis pegados. El destino que me esforcé tanto por evitar va a llegar. Y nos va a arrastrar a todos al infierno.
—¡No! —jadeé—. ¿Qué puede ser tan macabro y malévolo que te asuste a ti? ¡Eres una jodida diosa, rubia! Tienes un planeta entero, tienes a Asgard, tienes a Victoria que es la más fuerte de todos. ¿Qué puede hacerte temblar de miedo?
Ella miró hacia otro lado, fijando la vista en la cascada. Inspiró, volvió a mirar al cielo, y luego susurró sin mover los labios:
—Thanos.
THE AVENGERS WILL RETURN PARA SER MADREADOS POR THANOS
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