37 ━━━ Flesh and bone.
━━━ ❛ HOMINEM XII ❜ ━━━
BEVERLY BLACKWELL
—Hermosa, sé que no quieres que te toquen, en serio lo sé, pero la doctora Cho necesita hacerte una ecografía en el vientre. ¿Podrías subirte la camisa, por favor?
Temblé, aunque no tenía frío. No me atreví a girar el rostro para observar las facciones de Victoria, seguí con los ojos pegados en el techo, viendo innecesariamente el brillo de los focos de luz. Estaba cavilando más de lo que le prestaba atención a lo que sea que ella o la doctora me estaban diciendo.
Pero sí había entendido su petición. Así que, con mucho cuidado de no hacer un movimiento brusco, comencé a levantar poco a poco mi camisa. El corazón me latió muy deprisa al hacerlo, y las manos comenzaron a temblarme mucho más que hasta entonces. Me fijé que tenía muchos moretones en el vientre, y aún habían unas cuantas manchas de sangre sobre el mismo.
Respira, respira. Sólo te van a evaluar. No está pasando nada. El peligro ya pasó.
—Eso es —murmuró Victoria, de pie junto a la camilla en la que yo estaba tirada—. Iré a asegurarme de que Tony se esté dejando curar las heridas del rostro, así que... Vuelvo en un rato, ¿de acuerdo? ¿Estás bien así, o prefieres que llame a Harper para que esté contigo?
—Estaré bien sin ti un rato —contesté con desgana.
Evité a toda costa mirarle la cara, pero sabía que ella sí me estaba mirando.
—Muy bien entonces —susurró, para luego atravesar las puertas corredizas de vidrio y dejarme sola con la doctora Cho.
Oí cómo la doctora jalaba el equipo que necesitaba para examinarme. Conté mentalmente mis respiraciones, tratando de concentrarme en eso y no en el frío líquido que ahora habían puesto sobre mi vientre. Ya antes había hecho esto, mil veces, sobretodo cuando quedé embarazada de Edward, pero ahora la simple idea de que cualquier cosa pudiera tocarme me aterraba hasta lo inverosímil.
Cerré los ojos instintivamente cuando la escuché acercarse de nuevo.
—Beverly —me llamó, solícita—. Sé que no te gusta esto, que no quieres que te toquen, y eso está bien, pero quiero asegurarme que todo esté bien —tomó aire—. Con toda la sangre...
Su voz se desvaneció de pronto.
Me tomó, más de lo que normalmente lo haría, comprender su súbito silencio. Y cuando lo hice, algo se removió en mi interior. Algo comenzó a abrirse camino hacia la superficie, algo que no era capaz de enfrentar.
Pero tenía que hacerlo.
—Estaba embarazada, ¿no es así?
A la doctora se le cayó el transductor incluso antes de que pudiera acercarlo a mi vientre.
—Beverly, no creo que...
—Estudié medicina, doctora Cho —la interrumpí sin energía—. Sé cómo funcionan estas cosas, y tampoco es la primera vez que me pasa esto. Sé que el dolor en el vientre no debería ser así de fuerte, que la sangre tampoco era normal. No me rompí nada, así que a menos que haya algo muy mal en mí, esa es lo único en lo que puedo pensar.
Por primera vez en todo ese rato, volví los ojos para mirarla. Ella me miró con la más pura de las penas en su rostro, y ni siquiera fue capaz de sostenerme la mirada. Agachó la cabeza, en su lugar.
—Lo siento mucho, Beverly.
—Estoy bien.
Cómo si eso fuera posible.
La doctora recogió el transductor del suelo, y volvió a acercarlo a mi vientre. Me quedé helada bajo su mano, sintiendo el pánico en el fondo de mi garganta.
—Doctora Cho, por favor no me dé detalles al respecto —le pedí, con mi voz a punto de quebrarse como el cristal—. Y... Alg... ¿Alguien sabe de... lo que pasó... con la sangre?
La aludida inhaló profundamente.
—Tony aún no conoce el diagnóstico, Beverly. No estaba segura hasta ahora.
El sonido de su nombre hizo que me encogiera, asustada. ¿Cómo se suponía que iba a decirle eso? Yo apenas y me estaba aferrando sin fuerzas a esto. No podía. No podía decirle.
Las lágrimas se anegaron en las esquinas de mis ojos, y tuve que tragar saliva para que no cayeran. Me ardió el pecho, como si me hubieran dado un golpe que me dejaba sin aliento de tanta fuerza que tenía.
—Tu hombro roto... ya no lo está —comentó la doctora, tras aclararse la garganta—. Aún tienes moretones y cortadas, pero pasarán también. No hablaremos de... lo otro, como pediste, pero aún así te daré medicina para eso.
Asentí sin ganas. Se escuchó un leve golpeteo en el vidrio de las puertas de la entrada.
—Perdón —Harper asomó la cabeza, con una expresión avergonzada en el rostro—. Hermana, sé que no es buen momento, en absoluto, pero Edward no ha dejado de llorar. Tiene más de una hora así. Tony no logra que se calme.
La doctora Cho se puso de pie, y me miró con precaución.
—Yo acabo de terminar aquí. Si tú te sientes dispuesta, puedes atenderlo.
—¿Sabes qué? Mejor no. Déjame, lo voy a anestesiar con un hechizo o algo —agregó Harper, haciendo un montón de muecas extrañas con su boca y manos.
La mención de mi hijo me removió algo incluso más grande que el dolor en el que estaba sumida. Podía estar quebrada en todos los sentidos, pero aún seguía siendo mamá. Aún tenía algo más importante que yo esperando por mí.
Me incorporé sobre la camilla, con cuidado.
—Yo iré —me bajé de un tirón, acomodando la camisa sobre mi cuerpo y sintiendo un extraño escalofrío al hacerlo. La doctora y Harper me miraron con los ojos bien abiertos, como si no estuvieran seguras de que saliera caminando de allí. Tomé aire—: Estoy bien —repetí, en voz baja.
No me detuve a esperar una respuesta, pues atravesé el espacio sin regresar la mirada.
El chillido de Edward me inundó los oídos en el momento que me alejé un poco del laboratorio. Recorrí la estancia con la vista, y me di cuenta que aún no amanecía. Había perdido toda la noción del tiempo y en verdad no estaba para nada enterada de lo que sucedía a mi alrededor, como si todo se hubiera detenido, cuando realmente yo había dejado de prestar atención. En el sillón naranja frente a la cocina, Tony estaba batallando con un Edward lloroso sobre su pecho. El pelinegro tenía la cara desgastada y golpeada, ya no habían indicios de sangre como lo había visto con anterioridad, pero los golpes estaban incluso más llamativos ahora.
Me pregunté a dónde se habría ido Victoria.
Vacilé unos segundos en la entrada. Tomé la orilla del suéter negro y la enrrollé y desenrollé con ansiedad en un lapso de diez segundos.
—¿Puedes pasármelo, por favor? —dije al fin. Mi voz salió incluso más aguda que hasta entonces, y estuve segura de que él se había percatado de ello—. Probablemente tenga hambre —añadí, en voz bajita.
Cuando Tony se percató de que estaba allí dio un respingo de la impresión. No tengo ni idea qué vería en mí para que su rostro se descompusiera tanto al verme, pero fue horrible la manera en la que se torció su gesto.
Si de tan sólo verme a mí había puesto esa cara, ¿cómo iba a reaccionar cuando le dijera que había perdido... No quería ni idealizarlo.
—Claro —murmuró, dando una sacudida de cabeza. Se puso de pie de inmediato, sin inmutarse al creciente chillido de Edward, y avanzó hasta donde yo me encontraba para pasármelo. Inhalé, estirando los brazos para recibirlo, pero asegurándome de no tocar nada que no fuera mi hijo—. Ahí está... Necesita a su mamá, después de todo.
Tony me tocó ambos brazos con sus manos en el instante que tomé a Edward, y me fue imposible no dar un salto hacia atrás.
—¡No!
Una punzada de culpabilidad me carcomió entera cuando vi el espasmo de dolor que atravesó el rostro de Tony. Me miró durante un largo segundo, bastante consternado, pero terminó volviendo el rostro y retrocediendo un par de pasos.
—Lo siento —murmuró, y se metió una mano al bolsillo—. No quieres que te toque, lo entiendo.
—No quiero que nadie me toque —lo corregí, infligiendo un poco más de volumen a mi voz. No me gustaba que se refiriera a esto como si fuera él quien causó este efecto, porque eso no era así.
Aquello pareció dolerle incluso más que la perspectiva de que fuera él a quien le rehuía el toque. Pero no dijo nada más, y tampoco se fue del sitio. Yo me moví para concentrar mi atención en Edward, volcarme únicamente en él. Me aseguré de no hacer un movimiento demasiado brusco cuando tomé asiento en uno de los sillones, poniendo a Edward justo debajo de mi pecho. Lo arrullé un segundo, pero no hizo mucha falta, porque lo que en realidad tenía era hambre.
Mucha hambre.
Nos quedamos sentados en silencio durante unos momentos. El cielo seguía oscuro al otro lado de los ventanales.
Me dolía mucho la cabeza, pero estaba consciente de que por mucho dolor que tuviera encima, tenía que decirle un par de cosas a Tony. Una disculpa sería buena para empezar —y en realidad quería alargarlo tanto como pudiera, pues lo que en verdad tenía que decirle era demasiado pesado para todos.
—¿Puedo preguntar qué te pasó en el rostro? —inquirí, con la vista fija en Edward. Mi bebé tenía los ojos muy abiertos.
Lo escuché cruzar la sala, hasta detenerse en el sillón que estaba frente al mío. Me observó dubitativo, mientras contestaba:
—Pelea con Rogers en Siberia. Yo... pues, es un poco complicado, en realidad. Descubrí que fue Barnes el que asesinó a mis padres, y Rogers lo sabía... Lo sabía todo.
Alcé la cabeza con rapidez al escuchar eso. La anterior punzada de culpabilidad que había sentido se me clavó en el corazón como una daga afilada. Experimenté un par de arcadas ante sus palabras, y me costó respirar más aún.
—Tony, yo no... Te juro que yo no...
—Ya sé que tú no lo sabías —me interrumpió, sin ánimo alguno—. Lo sé.
Verle el rostro me provocó una auténtica agonía. Sacudí la cabeza frenéticamente, intentando escapar de ese dolor.
—Mis disculpas probablemente no signifiquen nada, al menos no en este punto —musité, sintiendo como las palabras me quemaban la garganta al hablar. Volví a bajar la cabeza, asustada y cohibida—. Pero en serio siento todo lo que... Todo lo que te hice —tomé una bocanada de aire—. Debí haberte dicho absolutamente todo desde el principio, pero no lo hice y... Mira dónde estamos ahora. No puedo culparte por no creer lo que decía de Vladimir. Honestamente no sé si yo lo hubiera creído. Tomé decisiones terribles, y tú no merecías lo que te hice. No te lo mereces, y...
—Beverly...
—No —sorbí por la nariz, interrumpiéndolo—. Es mi culpa. Debí considerar más las cosas, debí haberme quedado contigo... Hice todo mal desde el principio, te traté fatal cuando tú sólo estabas tratando de protegerme al no decirme lo de Vladimir, te dije cosas de las que me arrepiento, y ahora... Ya pagué por todo eso. Y es mi culpa. Es todo mi culpa.
Para cuando las palabras terminaron de fluir tan desesperadamente, tenía un río de lágrimas anegadas en mis ojos. Inconscientemente me había aferrado al pequeño cuerpo de Edward, como si necesitara ese apoyo, incluso aunque estaba sentada. La expresión de Tony no mejoró. Me observó con detenimiento, como si todo lo que acababa de decirle le hubiera dolido.
Se balanceó sobre su asiento. Se debatió entre acercarse a mí o quedarse donde estaba. Al final, permaneció en su lugar.
Y me dolió, muchísimo, que tuviera que hacerlo. Pero en serio no quería a nada, ni nadie, que no fuera mi hijo cerca de mí. Mucho menos que me tocaran.
—Por favor no te culpes —me pidió, y vi cómo le tembló la voz—. No lo hagas. Tú no tienes la culpa de qué... Yo nunca debí pedirte que trajeras a Edward de vuelta, debí haber creído lo que me estabas diciendo y...
Se me escapó un sollozo.
—No lo entiendes. Si yo no... Yo... Lo que hice...
Estaba a punto de decirlo. Estaba a punto de soltarlo. Y fue en ese preciso momento en el que me di cuenta que en serio estaba quebrada, que no había quedado absolutamente nada en mí que pudiera mantenerse firme ante lo que estaba pasando. Todo los muros y barreras que alguna vez había construido en orden de superar el primer trauma, se habían derrumbado. Todos los miedos y temores que tanto me habían acechado conforme iba creciendo, todo eso que tanto me había costado sacarme del sistema, había regresado.
Todo ese dolor y aversión había vuelto a echar raíces en mí. Y estaba asustada, aterrorizada, arrepentida y trastornada por ese hecho.
Las decisiones que había tomado me habían condenado de la manera más vil posible. Yo misma había sido la causante de que hubiera perdido algo que ni siquiera había podido conocer.
—No, sí lo entiendo —Tony inhaló profundamente—. Sé que estás herida, que te duele, pero, muñeca, por favor, no te culpes.
Me aferré un poquito más al cuerpo de mi hijo en el momento en el que no fui capaz de contener el llanto.
—Estaba embarazada, Tony —sollocé—. Era otro bebé y fue asesinado a sangre fría incluso antes de que pudiera saber que estaba allí...
No continué.
La única advertencia fue la súbita ausencia de sonido. Además de mi llanto, no se escuchaba nada más. Tony no contestó, y no fui lo suficientemente valiente como para levantar la vista y apreciar su rostro. No era valiente en absoluto.
—Íbamos... ¿Íbamos a tener otro bebé? —sus palabras vinieron acompañadas de un sonido ahogado, un jadeo roto.
Noté algo de inmediato. En realidad, sólo había estado reteniendo el dolor. Lo estaba aguantando con fuerza, para no dejarlo salir, pero justo cuando pronuncié esas palabras... No fui capaz de sostenerlo más. Las oleadas de dolor, que apenas habían sido perceptibles hasta ese momento, se alzaron con furia y me golpearon hasta dejarme sin aliento y sin oportunidad de recobrarme.
En ese momento, Edward me soltó. Así que me acomodé y lo subí hasta poner su cabeza en mi hombro, dándole palmaditas en la espalda. Me aproveché de eso para hundir mi propio rostro con el suyo, sin dejar de llorar.
—Lo siento tanto, te juro que lo siento tanto. Perdóname, Tony, por favor, sé que es mi culpa, te juro que lo sé. Tú no te mereces nada de esto, absolutamente nada de esto. La vida de Edward estuvo en riesgo, y el otro...
—No lo digas —me pidió, con voz queda.
—Lo que hizo me costó más y... Y ahora... Ahora no lo puedo recuperar...
Di cabezazos para sacarme la imagen de la cabeza. Y me sentí peor cuando le vi el rostro. Tenía los ojos vidriosos, y se había quedado pasmado en su lugar.
Pero el espasmo de dolor que le cruzó el rostro fue suficiente para darme cuenta lo mucho que lo había herido. Ni siquiera pudo decirme algo claro.
—Sabes —comencé de nuevo, poniéndome de pie para alejarme un poco—. Tú conoces la historia. Te la conté el día que estuvimos en la granja de Clint, el mismo día que plantaste la semilla —recordé, y un muy débil sonrisa se abrió paso por mi rostro—. La primera vez que pasó no tenía nada a lo que aferrarme para buscar un poco de paz. Era una niña de diez años que no entendía nada. Me tomó tanto tiempo recuperarme de eso, hice tantas cosas para lograrlo, y cuando lo conseguí...
Bajé la cabeza. De pronto sentí que mis propias palabras me estuvieran golpeando, y la sensación de dolor que me dejaban encima era devastadora.
Él aguardó, en silencio, a que yo continuara.
—Me esforcé por tener una vida normal, hasta donde pude lograrlo. Pero entonces apareció HYDRA, y Nat y Clint me sacaron a patadas de ese club —relaté, haciendo un vago esfuerzo por detener la chorrera de lágrimas—. Y me llevaron a su torre. ¿Recuerdas que fue lo primero que me dijiste al verme?
Tony me dedicó una sonrisa triste.
—Te dije que tenías una boca muy bonita... Y que le podías dar mejores usos, conmigo.
—Dios, qué mal me caíste —sacudí la cabeza—. En serio no me dejaste en paz desde que llegué. Te gustaba fastidiarme, pero entonces algo cambió. Recuerdo el día del hospital, cuando Vera se incrustó los cristales en la pierna, HYDRA nos atacó. Y recuerdo muy bien, que fuiste tú el que decidió protegerme. Clint estaba dispuesto a hacerlo, había pasado varios días conmigo, pero tú diste un paso al frente y decidiste que serías tú el que lo haría. Incluso cuando yo era mucho más fuerte que tú, e incluso cuando yo no necesitaba protección.
» Oh, me dolió tanto que todavía estuvieras con Pepper. No lo admití nunca a nadie, mucho menos a mí misma, pero en serio me gustaba la manera en la que te comportabas cuando estabas alrededor de mí. Me gustaba que te preocuparas por mí. No empezamos de la manera correcta, las decisiones que tomamos fueron fatales y nos hicimos demasiado daño en el proceso. Pero nos dieron algo más, porque nos dieron a Edward. Y en ese momento, cuando estaba sola y devastada porque estaba embarazada y creía que tú estabas con Pepper, me di cuenta de una cosa.
Se me escapó un sollozo que me barrió entera. Necesité de un minuto para encontrar un poco de calma en medio de mi llanto, y él lo comprendió sin decir nada. Él sabía que yo tenía que sacar todo eso antes de que pudiera decirme algo al respecto.
—En medio de todo ese desastre, de todas esas malas decisiones y todos esos problemas, me enamoré de ti —lloriqueé—. La razón por la que me dolía tanto y por la que estaba tan ofuscada era porque te amaba. Todavía lo hago. Y cuando tú dijiste que me amabas también, cuando tuvimos a Edward con nosotros... Por primera vez, en muchísimo tiempo, encontré paz.
» Es un horrible chiste que haya sido yo misma la que estropeó todo eso —exhalé, cerrando los ojos por un instante—: Sé que te lastimé, Tony. Y tú no mereces nada de eso. Nada de esto. Porque ya no tengo absolutamente nada que ofrecerte. Estoy manchada, estoy desgraciada y condenada a cargar con esto el resto de mi vida. Y es el resultado de todas las decisiones que tomé. Es la conclusión de mis propios actos, y no puedo ser egoísta y arrastrarte a ti en medio de este tornado. Tú mereces ser feliz, tú mereces tranquilidad... Y no vas a encontrar nada de eso conmigo.
—¡No! —bramó de golpe. El grito me pilló desprevenida, y sólo me hizo llorar más.
—Apenas y puedo soportar tocar a mi propio hijo —le dije. Se me hizo un nudo en la garganta y sentí un horrible retortijón en el estómago—. Tú no puedes estar junto a una persona que...
—¡Ya basta, Beverly, ya fue suficiente!
Me encogí de pronto, aferrándome más y más al cuerpo de Edward. Lo abracé como si mi vida dependiera de ello, y no dejé de llorar en el proceso.
—Por favor no te hagas esto. Por favor no me hagas esto...
Oh, no. Eso no estaba pasando. ¿Acaso lo había oído mal?
—Tony... —alcé la vista, y me encontré de frente con lo que puse en tela de juicio.
Estaba llorando. Sus ojos estaban rojos y sus mejillas empapadas.
—Por favor —repitió, y las palabras me parecieron cuchillas filosas listas para ser lanzadas—: No te encierres en una burbuja, Beverly Anne. Esta vez no eres sólo tú. Esta vez no estás sola. No me empujes lejos de ti porque te juro que si lo haces igual no me iré. No me voy a separar de ti porque yo sé que eso no es lo que tú quieres. Estás asustada, y dolida, y sientes que no puedes seguir adelante, pero te juro que no es así. Te prometo que sí vas a poder, porque no vas a luchar sola. Me tienes a mí, para empujarte en todo el camino si es necesario. Tú a Edward, que va a ser el motor que necesitas para moverte. Tienes a tu otra hija, a la vampiresa, que sabe perfectamente por lo que estás pasando y te va a ayudar más que nada. Tienes un par de abuelos que me detestan pero a ti te aman con todo el corazón.
» Te amo, Beverly Anne. Te amé lo suficiente para sacrificarme y protegerte, y te amo incluso más como para quedarme contigo en este horrible momento y ayudarte a salir adelante.
Negué repetidas veces con la cabeza.
—Eso no es posible —volví a sollozar.
—Claro que sí lo es —masculló, y dio un pasito hacia adelante, con cautela—. Lo que te hizo no tiene nombre, y él no debería tener el poder que tiene sobre ti... Pero lamentablemente lo tiene. Se lo tienes que quitar. No lo dejes ganar. No dejes que tenga éxito. No te alejes de los que amas. Deja que cada uno de nosotros te ayudemos, muñeca. Te empujaremos, te sostendremos, y lo no lo harás por mí ni por ellos. Lo harás por ti, y por Edward, y por ese bebé que ya no está. Te vas a poner de pie y vas a levantar la cabeza como la reina de mi corazón que eres. Vas a ser la mejor madre del mundo. Vas a ganar esto, te juro que lo vas a hacer. Y yo estaré a tu lado en todo momento.
—Por favor déjame —le pedí, aún llorando.
Él negó, y una lágrima le cubrió la mejilla izquierda.
—¿Cómo podría hacer eso? ¿Cómo puedo arreglármelas sin ti? ¿Cómo podría, en todos los infiernos, aprender a vivir sin esos ojazos? Sin ese rostro que me despierta todas las mañanas, sin esa voz regañona que me dice que debo dormir y comer apropiadamente. No puedo hacerlo —abrió los brazos—. Estaba en un agujero cuando te conocí. Mis relaciones pasadas fueron un fracaso rotundo y todas estaban destinadas al exilio, y honestamente pensé que lo mismo pasaría contigo. Pero no pasó así. Quizás me hiciste brujería esa primera noche que estuvimos juntos en tu habitación, quizás porque encontraba algo que me gustaba en la manera que me decías «albañil». Ah, Dios, cuando Thor comenzó a «cortejarte» la pasé fatal. Todos prefieren a los rubios.
Probablemente se dio cuenta que estaba farfullando sin dirección fija, así que tomó aire y sacudió la cabeza una sola vez.
—Lo que trato de decir —inspiró—, es que tú no eres la única que consiguió paz en esto —nos señaló—. Al fin conseguí dormir, porque sabía que tú estabas ahí, dormida junto a mí. Porque sabía que teníamos algo incluso más importante en otra habitación. Porque me hiciste darme cuenta que todavía tenía algo por lo que luchar. Así que por favor no me pidas que deje de hacerlo. Si no quieres estar conmigo lo entiendo, sé lo difícil que es esto para ti, pero te lo ruego: no me pidas que me aleje de ti porque no lo haré. Lo que te pasó... también es mi culpa, y eso no está a discusión. No te voy a dejar, Beverly. No te voy a dejar nunca.
» Vladimir trató de arruinarte la vida una vez más. No dejes que lo logre. Trató de quitarte toda la paz, la tranquilidad, y el amor que tienes, pero no puede quitarte nada de eso. No cuando me tienes a mí para cuidarlo por ti. Mientras yo esté aquí, nunca nadie te las va a quitar. Ni a ti, ni a Edward. Eso te lo puedo jurar con mi vida.
Durante un lapso de tiempo, no fui capaz de hacer nada más que llorar y aferrarme al cuerpo de Edward. No creí posible que esto pudiera dolerme más, pero aquí estábamos.
Y entonces, cuando pensé que la cosa no se podía poner un poco más dolorosa para mí, Tony estiró su mano en mi dirección. Lo hizo de forma vacilante al principio, pero luego adquirió un poco más de confianza a mantenerla en el aire. Después, murmuró:
—¿Puedes confirmar mí? ¿Puedes confiar en que puedo ayudarte?
Tragué saliva. Lo miré a él, miré la mano extendida, y después cerré los ojos. Inevitablemente fui arrastrada por los recuerdos de la noche, y el desgarre en mi corazón se abrió hasta lo inverosímil. No lo dejes ganar. Las palabras de Tony resonaron en mi cabeza, separadas y claras. Había una fibra de sentimiento en aquella oración que en serio me había querer seguirla. Pero el dolor era tan grande, la pena era tan insoportable...
Estaba asustada de una manera que jamás creí posible. De una manera que nunca había sentido, ni siquiera lo había imaginado, pero lo estaba. Y tenía frente a mí al hombre que amaba, tenía en mis brazos a mi hijo, que era lo más importante para mí, y tenía una oferta de ayuda tendida justo frente a mis ojos.
La primera vez estuve sola... ¿Tendría que suceder de la misma manera, de nuevo? ¿O podría infligir un poco de diferencia ahora que tenía a mi alrededor a personas que se preocupaba por mí?
—No me alejes de ti —repitió Tony, y vi claramente como se anegaban con lágrimas sus ojos oscuros—. No nos separes.
Volví a mirar la mano extendida. Tomé una buena bocanada de aire, traté de dejar de temblar...
... Y le tomé la mano.
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