36 ━━━ Fracture.

━━━ ❛ HOMINEM XVI ━━━

BEVERLY BLACKWELL




Me había esforzado por mantener, aunque fuera un poco, el buen humor conmigo misma. Intuí que eso me ayudaría a sobrellevar la situación, a no sopesar tanto el desastre que nos rodeaba... pero ahora no podía hacer eso, de ninguna manera.

Tuve que sacarme la máscara de la tranquilidad.

Vera predijo la caída de Rhodes, y terminó sucediendo así. El moreno se había llevado un golpe sumamente duro, y las posibilidades de que sus piernas quedaran completamente paralizadas eran casi un hecho. Pero eso no era la única cosa mala que había pasado, pues el escuadrón de Fuerzas Especiales había llegado y se habían llevado a Clint, Sam, Wanda y Scott detenidos. Solamente a ellos. A mí ni siquiera me habían visto, ni siquiera se habían detenido a reparar en mí, incluso cuando yo estaba igual de metida en ese lío que ellos. Y estaba segura de que Tony tenía que ver mucho con eso. Pero él no me había dirigido la palabra, así que no estaba segura.

De vuelta en la sede, las evaluaciones de Rhodes habían comenzado, y la tensión incremento hasta lo imposible. Me pregunté si acaso todo ese desastre había valido la pena. Seguía sin tener nada de Vladimir, seguía en el limbo de la ignorancia, el equipo se había fracturado casi definitivamente y unos habían pagado las consecuencias de eso. Sabía que Steve y Victoria ya estaban encaminados a Siberia para aprehensar al psiquiatra, y si tenían suerte quizás tuvieran información de Vladimir.

Me sentí nerviosa mientras recorría la estancia donde estaban evaluando a Rhodes con los ojos. En la baranda del fondo divisé a Natasha con Tony, pero no hice ningún amago de escuchar su conversación. A juzgar por la cara de la pelirroja, no estaba para nada contenta con el rumbo que estaba llevando. Divisé a Vera, sentada con la niñera en unas sillas del otro lado. La niña tenía la ojos llorosos y la castaña la sostenía contra su pecho a modo de consuelo. Me concentré un segundo en la situación de Vera, sopesando lo que podía hacer. Ella podía ver el futuro a ciencia cierta, y el conocimiento del mismo la estaba atormentando. Eso, por sí sólo, era atemorizante. No tenía ni idea qué habría visto Vera que la tenía tan trastornada.

Pasé varios minutos mirando con inquietud a Tony, que aún hablaba con Nat. Cuando quedó sólo, pensé que debía ir a hablar con él.

Si es que quería hablar conmigo, pensé para mis adentros.

Me levanté de un tirón de la silla y atravesé el espacio que me separaba de él con ansiedad. Él estaba allí, junto a la baranda, reclinado sobre ésta con cuidado de no golpear el cabestrillo de su brazo izquierdo. Cuando notó mi presencia, su rostro me evaluó de forma severa y tensa. Me contempló sin despegar los labios, y ese fue el momento en el que me acobardé.

—Beverly —murmuró, volviendo la vista hacia otro lado.

Me saqué el pelo de la cara.

—Tony, en serio quiero que me...

—¿Por qué? —me interrumpió—. ¿Por qué confiaste más en Rogers que en mí? ¿Por qué decidiste que esa era una decisión sensata, eh? Todo lo que he hecho es velar por tu bienestar y asegurarme de que estés bien y a salvo, y ahora... —sacudió la cabeza y cerró los ojos un segundo, para después abrirlos y dejar al descubierto unos ojos oscuros como la noche—. Ahora te fuiste en contra de mí

Alcé la vista para contemplar sus pupilas, a la defensiva, y entonces vi que estaban demasiado oscuras. Me sentí tan nerviosa que la sensación me llegó al estómago, y me dieron ganas de vomitar. Las náuseas me barrieron entera.

Me costó más de lo que era recomendable armarme de valor para contestar.

—No estoy en contra de ti —respondí al fin—. Tienes que escucharme, Tony. Te lo pido. Te juro que quería decírtelo desde el principio, en serio quería hacerlo, pero luego Steve me buscó y estaba tan desesperado, y él también había visto a Vladimir y... —las palabras fluyeron de manera precipitada, como si estuviera temblando.

Dios, ¿por qué me expresaba de manera tan rebuscada? ¿En serio tenía tanto miedo de su reacción? Sí, sí lo tenía.

—Vladimir es uno de tus delirios. En serio, Beverly, si hubieras querido decírmelo lo habrías hecho, no habrías ido corriendo tras la falda de Rogers a la primera oportunidad.

Lo miré, sin poder creer lo que me estaba diciendo. Sus palabras me atravesaron entera, y de pronto la desesperanza me ardió en el pecho.

—No me vas a creer nada de lo que te diga, ¿verdad? —murmuré.

Apretó la mandíbula y se enderezó, listo para alejarse de allí.

—Me tengo que ir —contestó en el mismo tono de voz—: Tú te vas a quedar, vigila a Vera hasta que Victoria regrese. Y más te vale, Beverly Blackwell, que cuando yo vuelva mi hijo me esté esperando aquí. Porque si no es así vas a terminar en el mismo lugar que tus compañeros de equipo.

Y entonces echó a andar lejos de allí.

Me ardieron los ojos, como si esa realización me hubiera dado ganas de llorar. Pero no lo hice, ni por un instante. Me quedé allí un segundo más, extremadamente shockeada por lo que acababa de suceder y en serio me dolía. Suspiré.

Supongo que cada quien tiene lo que se merece.

Pero en serio no quería averiguar si era capaz de cumplir su amenaza. Con todo el dolor de mi alma tenía que hacer que Harper me trajera a Edward de vuelta, incluso aunque eso significara que podía ponerlo en riesgo al hacerlo. Yo misma no planeaba traerlo tan pronto, al menos no hasta que tuviera algo más de Vladimir. En serio quería esconder a mi hijo y mantenerlo alejado de cualquier peligro que pudiera afectarlo, pero todo me estaba jugando en contra. Si por mi fuera lo jalaba de vuelta a mi panza y lo mantenía allí hasta que todo el desastre pasara, pero obviamente no podía hacerlo. Me arremangué la chaqueta negra hasta el codo, en busca de mi muñeca, donde Harper había dejado un par de puntos verdes que según ella servirían para ubicarla cuando la quisiera de regreso.

Qué cosa más extraña era ser una bruja, en serio.

Pasé los dedos por encima de los puntos, y estos brillaron de ante mi toque. Bueno, eso bastaría. Volví a bajarme la chaqueta y caminé hacia Vera, que ahora se encontraba lejos de la niñera.

—Verita —la llamé. Ella se volvió para mirarme, aún con expresión llorosa en el rostro, así que me puse de cuclillas para quedar a su altura en la silla y le acaricié el rostro con dulzura—. Vamos a casa, ¿quieres? A esperar que tu mamá regrese.

Vera sorbió por la nariz.

—Eso no es lo que va a pasar.

Tragué saliva, pues estaba usando el mismo tono de voz que cuando predijo la caída de Rhodes.

—Vera —repetí, esta vez con precaución y tratando de escoger mis palabras con cuidado—. ¿Hay algo de lo que quisieras hablar?

Sus ojos verdes llamearon con tristeza.

—Harper ya viene en camino —susurró—. Quiero pedirle un favor.



* * *



Permanecimos un rato más en la sede hasta que Vera fue capaz de ver que Harper ya estaba de regreso junto con Edward. En serio no me acostumbraba a eso, a que ella fuera capaz de ver las cosas antes de que sucedieran, y de verdad que se sentía extraño. Pero eso no importaba demasiado, porque a ella no se le quitaba la apariencia decaída, y no era para menos. Sus padres eran ambos unos fugitivos ahora.

Al caer la noche fue que emprendimos marcha hasta la casa. La pequeña pelirroja permanecía en silencio, y si yo trataba de sacarle alguna conversación, se limitaba a contestar lo necesario.

Experimenté una horripilante sensación de alerta cuando mis pies tocaron la entrada de la casa. Fue como si todos y cada uno de mis sentidos se hubieran disparado hasta lo más alto, porque se me erizó la piel y rápidamente me encontré a mí misma aguzando el oído para escuchar el sonido de un latido de corazón en la distancia. Inevitablemente jale a Vera y la puse detrás de mi cuerpo, pero ella no entendió al momento el por qué lo estaba haciendo. Cuando le di un empujón a la puerta, y la sala de mi casa quedó ante mis ojos, la niña lo comprendió.

Y yo resollé de miedo.

—Esperaba que me recordara un poco más a ti cuando eras una bebé —habló Vladimir, de pie en el medio de la sala, con Edward dormido entre sus brazos y él evaluándolo fijamente. No alzó la cabeza para mirarme, continuó allí, con la atención sobre mi hijo—. Pero no lo hace. Edward es sólo gen Stark, por todos lados. Lo único que tiene de ti son los ojos.

¿Habían pasado dos segundos completos? Tenía la sensación de que llevaba horas pasmada viendo esa terrorífica escena. Viendo como Vladimir sostenía mi vida entera entre sus brazos. Me sentí aterrorizada hasta el punto de las náuseas en cuanto mis ojos recorrieron el resto de la sala y reparé en Harper, tirada en el suelo con los ojos abiertos como platos y amarrada por una cuerda de color dorado brillante.

—He estado esperando aquí por horas —continuó diciendo Vladimir—. Incluso vi a mamá y papá salir en el auto, supongo que irían a hacer las compras. Como siempre lo hacen los jueves.

Una inminente sensación de alivio me golpeó el corazón. Al menos mis abuelos estaban a salvo, y lejos de aquí.

Instintivamente llevé una mano a mi espalda, buscando la mano de Vera. No podía permitir que nada le pasara a esa niña tampoco, con mi vida los iba a proteger. A Edward, a Vera y a Harper.

—En serio te tomaste tu tiempo para aparecer nuevamente —murmuré, y las palabras me ardieron en la garganta. Él alzó la cabeza para mirarme fijamente.

—Por supuesto, Zafiro. La paciencia es la clave del éxito, ¿acaso no lo sabías?

Rechiné los dientes.

—¿Dónde dejaste al psiquiatra?

Una sonrisa terrorífica se extendió por su rostro.

—Mi compañero está ocupado con tu esposo y sus amigos. Y así es cómo termina esto, niña bonita, con nosotros juntos de nuevo, como debe ser.

—Exacto —lo atajé bruscamente—. Nosotros. Suelta a mi hijo, Vladimir, ahora mismo. Sólo te intereso yo, así que aquí me tienes. No lo uses a él —le pedí, con el corazón latiéndome a mil kilómetros por hora en el pecho.

Sentí la mano de Vera apretarme con un poco de fuerza, y los ojos de Harper se abrieron incluso aún más ante mis palabras. Ella no podía moverse, tampoco hablar. ¿Qué demonios le habían hecho?

—Déjalas a ellas también —prácticamente le rogué. Entonces, solté la mano de Vera para sacarme el brazalete de la mano. Lo moví en el aire, enseñándoselo, antes de agacharme y dejarlo sobre el suelo—. Es mi oferta. Te lo pido.

Vladimir me miró sorprendido durante un segundo, pero luego su sonrisa se ensanchó. Estaba tan cerca de lo que quería, el centro de todas sus molestias... Yo.

—La pelirroja se queda —decidió—. Pero tú, Harper, Edward y yo, iremos a dar un paseo.

La bilis me llegó hasta la garganta en el momento en el que pude girarme a ver a Vera. Ella me miró con ojos suplicantes, así que sólo atiné a acunar su rostro con mis manos y susurrarle:

—Busca ayuda, Vera.

Y entonces sentí un tirón que me mandó hacia atrás.



* * *



Parpadeé, aturdida por lo que sentí. Acababa de atravesar un portal, y se sintió tan extraño como la vez que Thor me sacó de la granja de Clint en aquel torbellino succionador. Miré a mi derecha, encontrándome junto a Vladimir, que aún sostenía a Edward entre sus brazos.

Si tan sólo no lo tuviera allí...

No podía ser tan estúpida o imprudente como para arriesgarme a atacar a Vladimir sabiendo que lo tenía encima. Cualquier movimiento que yo hiciera, cualquier cosa que dijera, ponía en riesgo a mi hijo. Y él lo sabía, por eso no planeaba soltarlo. Me tenía justo donde quería y de la manera en la que quería: aterrorizada y sin poder hacer nada para cambiarlo. Si hubiera estado yo sola las cosas serían muy diferentes. Perder mi vida a cambio de acabar con él no era nada, en absoluto, mucho más si con eso conseguía que las personas a las que quería estuvieran a salvo. Pero, era diferente, porque Edward estaba justo en el medio de la línea de fuego.

Y yo prefería morir mil veces antes que algo le sucediera a él.

—Bien, Harper, ya puedes hablar —Valdimir suspiró, sacándole la cuerda con un chasquido de dedos—. ¿Me extrañaste, hija?

La castaña soltó un bramido ahogado desde su pecho.

—¡Suelta a Edward, tú, maldito hijo de perra....!

El aludido la miró con una ceja alzada.

—¿En serio? Creí que te caía bien tu abuela.

—¿A dónde nos trajiste? —le pregunté entre dientes. Me fue inevitable no dar un paso delante de Harper, tratando de cubrirla con mi cuerpo—. Ya no estamos en Nueva York.

El cuerpo de Vladimir se movió, de forma infinitesimal, pero me permitió saber hacia dónde mirar. Observé el frente de aquel enorme bosque verdoso y tomé aire al percatarme del sitio en el que nos encontrábamos. A una corta distancia, muy pegada de ese bosque oscuro, estaba un sitio que yo conocía perfectamente bien.

La enorme casa suiza de Nadine en la que yo pasaba los veranos cuando era niña. La misma en la que Vladimir me había desgraciado por completo.

—A casa —respondió él, con sencillez—. Vamos a terminar esto en el mismo lugar dónde empezó.

Sentí una punzada en el estómago, que parecía repleto de esquirlas de hielo. Avanzamos en silencio el espacio que ponía la distancia entre la casa y el bosque, y me fue imposible no hacer un reconteo mientras eso sucedía. No era ningún secreto el terror que le tenía a esta casa, la sensación de pánico y desesperación que emanaban de ella era tan apremiante que me aplastó al instante. Los recuerdos de mí siendo una niña, encerrada en esas paredes... Las ganas de vomitar volvieron de nuevo.

Vladimir marcó el paso delante de nosotras, haciendo uso ostentoso de sus nuevos poderes. Movía las cosas con un agite de sus manos, para hacernos entender de manera muy directa que ya no era el mismo hombre de antes. Que había vuelto a la vida, y no había regresado en vano y sin nada. Y entonces miré a mi hijo, a mi bebé, aún dormido y ajeno de todo lo que estaba sucediendo. Nunca, en toda mi vida, me había invadido un terror y un dolor tan grande como el sentía en ese momento. Y estaba perdida, porque no tenía ni idea de cómo avisarle a alguien. Ni siquiera sabía dónde estaba Tony.

Cuando pusimos un pie dentro de la conocida sala, Vladimir dejó escapar un suspiro.

—No hay nada como el hogar —murmuró, girando sobre sí mismo para volverse hacia nosotras—. Y no hay nada más reconfortante para mí que estar con ustedes dos, mis niñas bonitas. Es una lástima que sea en estas circunstancias.

—¿Qué quieres hacer? En serio te lo pregunto. Porque si estás planeando asesinarnos, ¿no es mejor dejarse de rodeos? —soltó Harper, aún detrás de mí.

El interpelado acarició el rostro de Edward, y un instinto asesino me bailoteó en el pecho. No quería que lo tocara más, no quería que lo mirara, quería alejarlo de él de inmediato.

En ese mismo instante, sentí una presión en mi muñeca derecha. Ja. El brazalete había regresado. Bajé un poco más la manga de la chaqueta, para ocultarlo.

Vladimir exhaló.

—¿Y tirar a la basura todas las molestias que me he tomado? ¿Saben lo difícil que es trabajar con otras personas? Está sobrevalorado, créanme, y sin embargo tuve que hacerlo. Lo hice porque quería que todo saliera perfecto para este momento. Quería que perdieran toda la paz y la tranquilidad que adquierieron con los años, quería que temieran que pudiera aparecer en cualquier minuto como una pesadilla frente a ustedes. Quería romper todo lo que conocían, así como ustedes una vez lo hicieron conmigo. ¡Y ahora al fin estamos aquí! Hora de saldar las deudas.

—Lo único que rompiste fue nuestra paciencia —mascullé, entre dientes.

—¿En serio? Yo no lo veo así —chasqueó la lengua, dando un paso hacia adelante—. Tú ya perdiste, Zafiro. Te pasaste todo este mes entero al borde de la locura, corrías de un lado a otro esperando que yo pudiera aparecer. Te hice tomar malas decisiones, te hice ir en contra del hombre que amas. Quién, muy probablemente, ya no quiera ni verte. Te hice colaborar mano a mano con Steve Rogers, que sólo estaba peleando por una causa personal, sin siquiera pensar en sus compañeros de equipo. Ahora, yo tengo a Edward, como resultado de todas las decisiones que te hice tomar. Y en este mismo momento, Tony Stark también está perdiendo.

Fruncí el ceño, pero antes de que pudiera decir algo, Vladimir continuó:

—Y mi hija... Oh, Harper Makenna. Metida de lleno en América, te olvidaste por completo de tu madre. ¿Quién la va a sacar de los calabozos en los que está amarrada en Hiron? Aunque, a decir verdad, no es como si no se lo merezca.

—Estás desquiciado —murmuró Harper, a mis espaldas.

—Soy lo que ustedes me convirtieron —inspiró profundamente—. Soy el resultado de todas sus decisiones. Las de ustedes, las de sus madres, quiénes hasta ahora no he tenido la dicha de ver. Pensé que yo era bueno escondiéndome, pero ellas... son las verdaderas profesionales. Los secretos que guardan les impiden velar por sus propias hijas, y más pronto que tarde van a pagar el precio por eso también.

En ese momento, Edward lloró. Me moví hacia adelante, dispuesta a tomarlo, pero Vladimir retrocedió.

—No, no, Zafiro... Es mío ahora.

Apreté los puños con fuerza a los costados, esforzándome por no perder el poco balance que me quedaba.

—¿Cuál es la verdadera razón por la que nos trajiste aquí? —insistí.

—Para despedirme. Para enterrarlas tan profundo que nadie pueda encontrarlas. Pero antes... —suspiró, moviendo a Edward entre sus brazos—. Te voy a quitar lo que más te importa en este mundo.

—¡No! —grité, con la voz aguda por la incredulidad.

Di un salto hacia adelante, tan rápido que yo misma me sorprendí, y no reparé en los movimientos que estaba haciendo. Me las arreglé para arrancarle a Edward de los brazos, de una manera bastante brusca y que lo hizo soltar un chillido agudo, pero lo hice. Sin embargo, no me lo quedé. Me volví demasiado rápido para pasárselo a Harper antes de que Vladimir se incorporara del empujón que acababa de echarle, y la castaña me miró aterrorizada.

—¡Zafiro, no!

Vladimir me tomó del pie en el momento justo en el que le pasé el bebé a Harper. Me estrellé el rostro contra el piso de madera, y blandí el palo con vehemencia hacia atrás. Alcancé a clavárselo en el hombro, escuchando el horrible alarido que salió de sus labios. Pero eso no duró, pues tomó el palo con sus manos, lo sacó del sitio en el que lo había clavado y entonces vi un refulgor verde que explotó en medio de sus dedos, y algo parecido a una onda de electricidad nos mandó a volar en direcciones opuestas. Cuando me incorporé, y miré hacia adelante, tragué saliva.

El brazalete se había roto, y los pedazos habían quedado esparcidos en el suelo como si fueran trozos de cristal.

Edward continuó llorando, y observé a Vladimir a punto de lanzarme una bola de energía verde, pero algo lo detuvo. Harper había creado un campo de energía a mi alrededor.

—¡Sácalo! —le grité—. ¡Abre un portal y váyanse ambos de aquí ahora!

—¡No pienso dejarte sola aquí con este maníaco! ¡Él ya no puede hacer portales!

—¡CÁLLATE! —gritó Vladimir.

Otra descarga de energía, muchísimo más grande que la anterior, se estrelló contra la defensa de Harper y ésta no pudo sostenerla. El destello fue inmenso, tan grande que ocasionó que la sala en la que estábamos metidos estallara por completo. Sentí el filo de los cristales de la ventana clavarse en mi cabeza, desgarrando mi cuero cabelludo. Observé la sangre desparramarse por mis hombros, y a través de la náusea y el vértigo, atisbé una columna que se estaba balanceando sobre el cuerpo de Harper y Edward, ambos en el suelo.

Di una zancada en su dirección, y puse la espalda para sostener la enorme columna antes de que se cayera aplomo hasta el suelo. Harper tosió y se abrazó un poco más a Edward, buscando sentarse.

—Bevs —me llamó, sin dejar de toser.

—Vete ya —le gruñí, empujando la columna hacia atrás. El movimiento ocasionó que los cimientos bajo nuestros pies se tambalearan espantosamente—. ¿¡Qué demonios estás esperando, Harper!? ¡Saca tu trasero y el de mi hijo de aquí ahora mismo! ¡Es una maldita orden!

Sus ojos se cristalizaron. Oh, no, que no llore.

—No puedo dejarte sola —lloriqueó—. Tu brazalete se rompió, Vladimir ya no puede hacer portales pero es más fuerte que tú.

Solté un alarido, sin dejar de sostener la columna. Aquello sin duda no me daba ánimos, por no decir que me los quitaba, ¿pero cómo era capaz yo de decirle que tenía razón? ¿Cómo podía mirarle los ojos aguados, verla sosteniendo a mi hijo, y decirle que en verdad no tenía mucha esperanza? No podía hacerlo, y tampoco era una opción. Si tan sólo pudiera inyectar un poco de fe en ella, una idea de que en realidad yo podía arreglármelas sola siempre y cuando ella estuviera a salvo con Edward, entonces esto sería menos doloroso. Si ellos estaban a salvo, entonces nada más importaba.

En ese momento prácticamente interminable me di cuenta de una cosa: el monstruito en serio se había abierto paso en mi corazón, y me había hecho desarrollar el mismo instinto maternal que me generaba mi hijo.

Tomé aire, y traté de dirigirme hacia ella de una forma que pudiera entenderme claramente.

—Harper, cielo, por favor —le pedí, en voz baja—. Necesito que alguien en quien confío saque y cuide a mi hijo. Esa eres tú. Tú puedes llevarlo a la sede, puedes protegerlo y puedes buscar ayuda. Entonces hazlo, ahora mismo. Te prometo que voy a estar bien.

Un rugido brotó de alguna parte de la casa. No tenía ni idea de a dónde demonios había ido a parar Vladimir, pero estaba segura de que los segundos de charla se nos estaban agotando.

Harper me miró vacilante, y el labio inferior le tembló al instante.

—¡Ahora, Harper, ahora! —le rogué, de manera desesperada.

Ella se puso de pie y se aferró al cuerpo de Edward, lo abrazó con ímpetu y masculló un par de cosas ininteligibles para mí. En ese mismo momento, sentí un tirón en las entrañas y un golpe ardiente se estrelló contra mi costado. Solté la columna, quejándome por la quemazón de lo que sea que me hubiera lanzado Vladimir. Abrí los ojos como platos, admirando como la columna se estrellaba contra el suelo y los escombros comenzaban a volar. Al ver que Vladimir estaba a una corta distancia de Harper y Edward, eché a correr hacia él en el momento en el que la castaña abrió el portal.

—¡NO! —gritó él, y yo me le lancé encima de manera precisa para que Harper pudiera atravesar y cerrar el portal a tiempo.

Otro rugido terrorífico subió por su garganta al darse cuenta que Harper ya no estaba. Clavó los ojos fijos en mí, y estos relucieron con el más puro de los odios en ellos, dándole un aspecto desquiciado. Se puso de pie, con una apariencia contrahecha y demacrada, y me empujó de un tirón. Y allí fue cuando comenzamos a fintar. Lanzó un perverso golpe contra mi brazo izquierdo. Oí cómo se partía el hueso. Le atesté una patada en el rostro que lo hizo soltar un alarido, pero no tambaleó. Continuó durante lo que me pareció una eternidad enzarzado en una pelea de tira y encoge conmigo.

En un momento dado, me tomó de las piernas y me lanzó al suelo. Lo único que tenía cerca era un pedazo de hierro que solía pertenecer a la estructura de la casa, así que lo tomé entre mis manos y lo estrellé contra su cabeza. Los escombros que estaban sobre nosotros se estaban tambaleando por la fuerza en la que iban y venían los golpes. Si mis cálculos no fallaban, la casa iba a terminar de venirse abajo si otro duro golpe le tocaba.

Vladimir me tomó con ambas manos y me estrelló contra los escombros, se inclinó hacia donde quedé tirada y me tomó la cara entre sus manos, pegándose más y más. Cerré los ojos para sacarme de la cabeza recuerdos inoportunos que no me ayudarían en nada en ese momento.

—Los dejaste ir —siseó—. ¿Te vas a sacrificar a ti misma por ellos, en serio?

Lo escupí.

—Una y mil veces.

—Entonces supongo que vas a resisir lo que está a punto de pasar.

Sentí un pinchazo en mi pierna derecha, y allí, tirada sobre los escombros, mi cuerpo se paralizó. Me tomó un largo segundo darme cuenta que no podía moverme, que mis manos y piernas no respondían como les ordenaba. Me desesperé, intentando saber que estaba pasando, pero la risa desquiciada de Vladimir me inundó los oídos inmediatamente.

—Ahora sí veo los resultados de una buena planificación —alardeó, sin dejar de reírse—. Esa cosita que te acabo de poner me la dio otro amigo. Se llama Parallant, y está hecho especialmente para paralizar el cuerpo pero no para anestesiarlo. Significa que no te vas a poder mover, Zafiro, pero sí vas a poder sentirlo todo.

Una risa sarcástica se me escapó en ese momento.

—Ya no puedes hacerme nada. La madre de Harper te castró.

—Uh, sí. Rochelle castró a alguien. Eso no significa que haya sido a mí. Te sorprendería lo fácil que engaño a sus madres.

Un gimoteo bajo se escapó entre mis dientes.

Empezaron a caerme fragmentos agudos de los escombros en la cara, arañándome la piel, pero no podía sacármelos de encima porque no me podía mover. Entonces caí en cuenta de lo que iba a suceder a continuación, y perdí toda la resistencia que me había esforzado por mantener.

¡No!, quise gritarle, pero las palabras se habían quedado atoradas en mi garganta. El corazón me latió con fuerza contra las costillas cuando Vladimir volvió a inclinarse de nuevo sobre mi rostro y me rozó de manera asquerosa. Sólo atiné a cerrar los ojos, como lo hacía cuando era niña, y recé porque no acabara de la misma forma.

—Odio causarte dolor —ronroneó desagradablemente en mi oído, y me dieron ganas de llorar—. Pero tú dejaste ir a Harper. Esto no habría pasado si ambas hubieran colaborado conmigo. Todo pudo haber terminado rápido, pero no...

Mientras hablaba, era capaz de sentir sus asquerosas manos pasearse por el contorno de mi cuerpo. Me mordí el labio inferior con tanta fuerza que comenzó a sangrar de inmediato. Saboreé el sabor metálico en mi lengua, como si quisiera concentrarme en eso y no la manera en la que me acababan de arrancar los pantalones de un tirón.

Jadeé con dolor.

—¡No, no, no! ¡SUÉLTAME YA!

Déjenme morir, déjenme morir, déjenme morir... No pienso describir lo que pasó después de eso. No pienso, ni puedo, hacerlo.

El dolor era insoportable. Me sentía desconcertada, sentía como si me estuviera desangrando, y aquello me aturdió. Así que, mientras iba a la deriva, me pareció soñar con algo. Pero no era un sueño, era una imagen que mi cabeza había creado en orden de librarme de esa experiencia traumática. Era la imagen de Tony, con Edward sobre su pecho. Ambos sobre la cama. Intenté aferrarme a esa imagen, a ese recuerdo, intenté solamente pensar en eso mientras ese horrible momento pasaba, pero la imagen terminó por desvanecerse después de un rato.

—Tu sacrificio será en vano —murmuró, cerca de mi rostro. Continué sin abrir los ojos—. De un modo u otro voy a encontrar a Harper, y después... Voy por Edward. Todo lo que hiciste, lo que estás soportando, quedará reducido a nada. Ya no vas a estar para salvarlos, y esto... será nada, nada, comparado con lo que le voy a hacer a ellos.

¡No!

Levántate, escuché una voz que resonó en mi cabeza. Bien, ya me estaba volviendo loca. Justo lo que necesitaba en un momento como este.

Levántate, Zafiro.

No puedo.

Levántate ahora mismo, me ordenó en tono solemne.

Que no puedo.

Qué tremendo momento había escogido mi cerebro para ponerse a delirar. Aunque no lo culpaba, yo misma estaba insoportablemente lúcida, y lo que más añoraba era un poco de sopor o la negrura de la inconsciencia. Deseaba con toda mi alma ser inconsciente de lo que acababa de suceder, pero no lo era. No lo era en absoluto.

La voz, aterciopelada, como si estuviera escuchando un coro de campanas, volvió a llamarme.

Zafiro...

¿Me estás escuchando?

Claro que te escucho, Zafiro. Y por eso quiero que te levantes ahora mismo. Eres más fuerte que esto, tú lo sabes. Ese brazalete no te da fuerza.

¡Qué chiste! Era muy fácil decirlo, cuando todos sabíamos que no era así. Era básicamente inútil sin la serpiente, siempre lo había sido.

No puedo levantarme, insistí.

Claro que puedes. Ninguna hija mía se da por vencida. Tienes que proteger a tu hijo a toda costa.

A través de ese torbellino de emociones y confusión, volví a la realidad. Una realidad aterradora.

—¡No me voy a detener contigo! —me gritó Vladimir, obligándome a abrir los ojos y a encontrarme con su indeseable cara—. ¡Tu hijo va a pagar de la misma manera que tú!

Eso no.

El dolor en mi cuerpo se redobló de forma casi inhumana, y se me disparó la adrenalina en las venas. Notaba que el entumecimiento que me imposibilitaba mover el cuerpo se desvanecía al instante que la sangre me quemaba en las venas, haciendo que el dolor lacerante del hueso roto y los golpes de mi cuerpo volvieran. Era consciente de todo, pero entonces el dolor se desvaneció. Un segundo latigazo de adrenalina me atravesó como un chorro eléctrico y entonces lo vi todo claro.

Los puntos refulgentes que había visto en el Agua de la Visión con Thor aparecieron ante mis ojos como una descarga de corrientes eléctricas vehementes. Me barrieron la vista entera y me alzaron como si fuera una pluma. No sé cómo pude mover el cuerpo de nuevo, pero lo hice, y en lo que me pareció un latido de corazón pude zafarme del agarre de Vladimir. Lo estampé, contra el suelo con incluso más fuerza de la que hubiera usado en toda mi vida, y me posicioné encima de él.

Quedé cegada por un borrón azul muy parecido a un relámpago y la adrenalina de mi cuerpo disparó los termómetros que tenía.

—¡A mi hijo no! —grité, y entonces le golpeé el rostro con nada más que mis nudillos. Conforme lo golpeaba, una y otra vez, uno con más fuerza que el anterior, no podía pensar nada claro. Lo único que quedaba en mi mente era el fiero deseo de proteger a mi hijo y acabar con esto de una vez, sea cual sea el resultado.

La sangre de Vladimir chisporroteó sobre mi rostro y sobre mi cuerpo conforme lo golpeaba. Perdí la noción del tiempo, no sé cuánto tardé golpeándolo, pero en un momento, me di cuenta de que ya no había ningún tipo de movimientos en él. Aún podía escuchar el lento, muy lento, latido de su corazón, pero no no se movía.

Entonces un gorgoteo salió de entre sus dientes, apenas entendible, pero fui capaz de comprenderlo.

—Terminó de la misma manera —tosió, atragantado con su propia sangre—. Pero yo gané, porque ahora jamás podrás sacar la parte de mí que dejé en ti, Zafiro. Nunca podrás.

Se me escapó un jadeo, y entonces el azul refulgente de mi visión brilló por encima de todo lo demás y, tras proferir un grito ahogado, le atesté un último golpe en el pecho, justo en el sitio donde se encontraba su corazón, y volaron unas chispas del mismo color que parecieron haberlo achicharrado por completo. Lo observé con detenimiento un segundo más, y entonces al fin lo confirmé.

Estaba muerto. Así que me le zafé de encima, y temblando como diapasón, busqué mis pantalones en el piso manchado.

Y mis manos estaban empapadas con su sangre.

Se me doblaron las rodillas cuando mi cerebro procesó de manera adecuada lo que acababa de suceder. El llanto vino acompañado de dolor, un dolor insoportable que me punzó en el vientre. Había sangre chorreando a través de mis piernas, chorros y chorros de sangre caían por encima de ellas. No lo soporté más. Dejé que un sollozo ensordecedor, acompañado de un alarido chirriante, inundara los restos de aquella casa terrorífica.

Había pasado de nuevo. Otra vez. Él lo había vuelto a hacer.

Aún doblada sobre mí misma, me di cuenta de algo. La horrible punzada de dolor en mi vientre no debería ser así de mortífera. Ya antes había pasado por esto, en muchas ocasiones, y nunca había experimentado esa clase de dolor en el vientre. El chisporroteo de sangre que bajaba entre mis piernas tampoco era algo que hubiera podido suceder antes, y estaba segura, que en las ocasiones anteriores la experiencia había sido mil veces peor. En ese momento era sólo una niña, ahora mismo era más fuerte, más resistente.

Entonces, ¿por qué sentía que me desgarraba de dolor? ¿Por qué había tanta sangre en mí?

Escuché un golpe proveniente de la entrada, así que me puse de pie nuevamente, aún temblando. Instintivamente mi cuerpo se preparó para luchar, pero eso no fue lo que sucedió.

—¿¡Beverly!?

Me quedé pasmada al encontrarme de frente con Victoria. La castaña estuvo a punto de dar una zancada hacia mí, pero se detuvo al ver el cuerpo inerte de Vladimir en el suelo. Y seguramente el aspecto que yo tenía también la hizo retroceder.

Pero ella no estaba sola.

—Beverly —me llamó Tony. Se sacó la máscara de la armadura, y su rostro golpeado y sangrante quedó en evidencia—. Muñeca, ¿qué pasó?

A unos metros de distancia de ellos, me saqué el pelo del rostro. Los dientes me castañetearon, y estuve segura de que ellos habían sido capaces de verme temblar.

—Har... Harper trajó a... —di cabezazos, pero me costaba hablar de manera coherente—. Edward a casa, como tú querías y... Y... Vladimir estaba... Aguardando....

Victoria me hizo un ademán con la mano para que me calmara.

—Tranquila, Bevs, con calma —me pidió.

Cerré los ojos un segundo.

—Dejé a Vera en casa, le pedí que buscara ayuda. Vladimir nos trajo aquí, él... Él rompió mi brazalete, y tenía a Edward... Y yo... Pude lograr que Harper se fuera con Edward, pero... —súbitamente, miré mis piernas, ensangrentadas, y luego me volví hacia ellos de nuevo—. Se puso peor cuando se dio cuenta de que Harper se había ido con Edward.

Tony dio un par de pasos hacia adelante, y estiró las manos metálicas para tocarme. Aquello me aterrorizó, así que di un salto hacia atrás de pura impresión y se me escapó un buen grito.

—¡No, por favor, no me toques!

Tony me miró, asustado por el grito que acababa de dar, sin comprenderlo aún.





















































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