34 ━━━ Clash.
━━━ ❛ HOMINEM XIV ❜ ━━━
BEVERLY BLACKWELL
Quería esperar a Tony con Edward en casa. Les juro que quería hacerlo, de verdad. Pero supongo que yo nunca obtengo lo que quiero, en absoluto, obtengo todo lo contrario.
Qué santo desastre, por no soltar una maldición. Desde que me convertí en madre me tomaba mucho más en serio ese tipo de cosas, aunque resultaran poco relevantes o importantes.
Después de que Steve se transformara en un torbellino que dejó un gran desastre tras su paso por Bucarest —tratando de salvar a su amigo, después de que este bombardeara la ONU—, tuvimos que darnos un viaje por Berlín. Se suponía que yo había dejado a Harper en casa para que cuidara a mis abuelos, pero olvidaba que ella también debía cumplir ciertos protocolos al ser parte de Hiron, y cuando la reina de su país la llamó, tuvo que hacerse un portal para venirse a Alemania también.
Debía ser bastante irritante tener que correr tras la falda de un monarca si te llamaba. Gracias a dios en América hay democracia.
Pero eso no había sido la peor parte de todo, claro que no. Estaba completamente segura de que había visto a Vladimir en el edificio de Fuerzas Especiales, y luego Harper me confirmó que el malnacido también había estado presente en la explosión de la ONU —ese había sido el motivo por el que la reina la había llamado—.
¿Cuándo iba a tener un poco de paz?
Cuando ya no pude soportar más esos pensamientos, caminé con la mente en blanco hacia el edificio donde Tony tenía el departamento. Lo de Vladimir me hacía sentir mareada, pero de una manera muy desagradable. Ni siquiera me dolía el cuerpo después de los golpazos que me dio Barnes antes de fugarse con Rogers y Sam, esa tensión había desaparecido, pero no lo demás. Tenía una opresión en el pecho gigantesca de pensar que el demonio me estaba rondando de nuevo, y tener a Edward conmigo sólo me hacía temblar como gallina.
—Hermana... —Harper se detuvo súbitamente, torció el gesto pero no dejó de caminar a mi lado. Apenas habíamos llegado a la entrada del departamento—. ¿Puedo decirte hermana? Suena mucho mejor que prima.
Medio le sonreí.
—Por supuesto, monstruito.
—¡Genial! —suspiró, y luego entrelazó su brazo con el mío—. Has estado callada, hermana.
—He estado pensando en lo que pasó.
Saludé en voz baja a los tres agentes que estaban custodiando el exterior del departamento. Cosas de Tony. Estaba segura de que en el interior habían al menos unos dos más. Empujé la puerta y lo primero que vi fue a la niñera, con Edward en brazos. De repente toda presión en mi cuerpo se liberó, y mis sentidos solamente aclamaron tener a mi hijo conmigo.
—Hola, Mirana —la saludé, con una sonrisa—. ¿Cómo se portó este parásito? —estiré los brazos en su dirección para que me lo pasara, y me di cuenta que estaba despierto. Sus ojos azules estaban abiertos de par en par y tenía un dedo en su boca, e instintivamente se lo saqué de allí. No quería mañas raras.
La joven Mirana me devolvió la sonrisa.
—Excelente, señora Stark, sólo lloró una vez. Es bastante tranquilo —admitió.
—¿Dónde está Vera? —preguntó Harper, recorriendo la habitación con la vista en busca de la pequeña pelirroja.
—Está durmiendo —contestó la niñera—. Hasta hace unos minutos estuvo por aquí, pero está bastante decaída. Se pasó toda la tarde esperando que regrese su mamá.
Torcí el gesto. Pobre Verita.
—Bueno, ya regresé yo y Victoria no debe tardar. Ve a descansar, Mirana. Yo me encargo.
La aludida me sonrió de manera gentil.
—Gracias, señora Stark.
En realidad no lo era. Aún seguía siendo Blackwell, pero la referencia no me molestaba. Me había vuelto de azúcar últimamente. No hice esta observación en voz alta, como si estuviera simulando una cierta ignorancia ante los hechos.
Cuando Mirana salió de la sala, Harper se lanzó de espalda contra el sofá blanco que estaba junto al ventanal.
—¿Qué piensas hacer? —me preguntó. No alcé la cabeza para mirarla, más bien me apresuré a buscar una silla donde pudiera sentarme y darle de comer a Edward.
Mi bebé tenía hambre, porque en cuanto me saqué el pecho para ponérselo en la boca comenzó a buscarlo con desesperación. Las pequeñas diferencias eran notables para mí. Con cada día que pasaba se estiraba un poquito más, era mucho más activo e inteligente.
—Esperar a que Tony regrese —contesté después de un minuto—. Tengo que decirle que Vladimir estaba en el edificio y en la ONU.
—No creo que eso haga una diferencia, si me lo preguntas.
Fruncí el ceño y alcé la cabeza para mirarla.
—¿A qué te refieres?
Harper hizo una mueca, cruzando los brazos. Se mordió el labio inferior y luego se inclinó hacia adelante, como si fuera a susurrar algo.
—A que Tony ya firmó los acuerdos —me recordó, de manera obvia—. Incluso aunque quisiera ayudarte no podría, porque lo mandarían a la cárcel. Y no creo que tú estés dispuesta a esperar una aprobación del gobierno para hacer algo para detener a Vladimir, que seguramente nos está rondando ahora mismo.
Me quedé mirando a Edward durante un minuto, analizando las palabras de Harper. Intenté razonarlo.
Tenía un punto, era cierto que Tony ya había firmado los acuerdos, pero esperaba que eso no marcara una línea de diferencia. Él podía ayudarme, ¿verdad? Estaba segura de que lo haría si se lo decía, no tenía porque dudar de eso. Sin embargo, las cosas funcionaban de manera distinta ahora que estábamos rodeados de esos acuerdos, y lo que acababa de pasar con Barnes y Steve sólo empeoraba la situación. Yo sabía muy bien que la posibilidad de que Vladimir estuviera rondándonos era latente, tangible y atemorizante, no tenía porqué actuar como si no lo supiera.
Pero en serio no podía hacerlo yo sola. No podía estar alerta, cuidar a Edward, atender lo de los Vengadores, y cuidarme a mí misma al mismo tiempo y sola. En serio necesitaba ayuda, porque el mayor porcentaje de mi concentración y energía se iban en Edward, pues él era lo que más cuidaba. Y las demás cosas también requerían de mi atención.
Y para ponerle más agua al vaso, Tony la estaba pasando terrible con todo esto. Especialmente con lo de Steve. Mi atención se dividía en dos, en Edward y en él, dedicándome por completo a cuidarlos y a asegurarme que ambos comieran y durmieran los reglamentario.
—Aún así tengo que decirle, Harper. No pienso esconderle a Tony que vi a Vladimir —respondí al fin.
—No te digo que se lo escondas —rezongó—. Evidentemente tiene que saberlo. Pero, hermana, cómo están las cosas, creo que deberías buscar un sitio donde refugiar a Edward. Rogers se fue con su amigo y Sam, es obvio que van a enviar a los Vengadores que firmaron a buscarlos. Y eso incluye a Tony, a Natasha y a Victoria. No te hagas la inocente, porque sé que no los dejarás ir sólos a la pelea.
Resoplé.
—No tiene que ser una pelea.
—Siempre termina con una pelea.
Sacudí la cabeza y me acomodé para sacarle los gases a Edward. Me puse de pie y avancé unos pasitos hasta quedar frente a ella.
—¿Y qué sugieres entonces?
El monstruito tomó una bocanada de aire.
—A que quizás deberías llamar a la única persona que también vio a Vladimir en el edificio.
—Steve —murmuré, a lo que ella asintió.
Me volví un poco recelosa. Era cierto, Steve había visto a Vladimir, y en parte eso lo había ayudado a deducir que su amigo estaba siendo inculpado. Resultaba que Barnes no había sido el responsable del bombardeo, aunque todo el mundo pensara lo contrario. Y ese era el motivo por el que estaba yendo contra todos los pronósticos para ayudarlo.
—Aún así prefiero hablar con Tony primero —repetí—. Steve está ayudando a su amigo, porque lo están inculpando.
Harper rodó los ojos.
—Al pobre rubio no lo escuchan. Va a tener a la mitad de los Vengadores tras de él y también parte del gobierno. Tú sabes que no está mintiendo.
—No voy a ir en contra de Tony sólo porque tú creas que Steve pueda ayudarnos.
—¡Es que sí puede! —chilló—. Leí la mente del psiquiatra y es amigo de Vladimir. No puedo decirlo porque entonces quedaría en evidencia lo que puedo hacer, pero Tony no nos va a creer. Y si lo hace no nos podrá ayudar.
¿Qué podía hacer? ¿Sería capaz de razonar con Tony acerca de todo esto? ¿O tendría que llamar a Steve?
—No —susurré, con la voz más firme que antes. Harper bufó.
Ella me puso mala cara, pero no me dijo nada más al respecto. No quise hacerme muchas ideas al respecto, así que sólo me limité a concentrarme en Edward. Sin embargo, eso no duró demasiado. Mi teléfono sonó. Rebusqué en mi pantalón a medias, y cuando lo hallé atendí la llamada sin siquiera ver el número.
—¿Hola?
—¿Lo encontraste?
Cerré los ojos al reconocer la voz detrás de la línea. Dios, qué buena sincronía había tenido, de verdad. Harper me miró con ojos entrecerrados, probablemente dándose cuenta por la expresión de mi rostro sobre quién me había llamado.
—No. Lo perdí —contesté, tras aclararme la garganta—. ¿Qué hay del psiquiatra?
Steve resolló.
—¿Harper te dijo que son amigos?
—Lo acaba de comentar. Steve, sabes lo mucho que se te complicó esto, y a mí también. No tenía ni idea que Vladimir estuviera ligado al inculpamiento de Barnes, pero esta no es la manera de resolver las cosas. Si le decimos a Tony...
—Lo sé. ¿Le dijiste a Tony? —preguntó, con cautela.
—Estoy planeando hacerlo. Y sabes que lo van a enviar a buscarte, no sólo a él. Victoria y Natasha también firmaron.
—Bevs... —alargó, tras soltar un suspiro—. Sabes que Bucky no es culpable. El psiquiatra y tu tío están detrás de todo esto. Odio tener que hacerte esta petición, pero tienes que ayudarme. Me falta personal. Tony no me va a creer nada, pero a ti sí.
Me aferré un poco más a Edward. Ignoré la apremiante mirada de Harper, pero me fue imposible no evaluar su petición. Sí, bueno, el maldito estaba siendo bastante egoísta por un lado, al igual que Tony. Es que ninguno tenía razón en absoluto. Lo que realmente deberían hacer es ponerse a trabajar los dos juntos y resolver este conflicto en lugar de irse el uno contra el otro.
—Se están comportando como unos jodidos esposos y nos están poniendo a todos en el medio de su divorcio —solté, de mala gana.
—Sólo te pido que estés conmigo mientras intento razonar con él. A ti no te va a golpear.
Tomé aire.
—Steve... Si voy, no tengo con quién dejar a Edward. No voy a dejarlo sólo, con todo esto menos.
—Lo tengo cubierto —admitió—. Pero necesito que hagas una llamada antes. Ya sabes a quién.
Yo dudé, aún insegura de lo que haría.
—¿Beverly?
Suspiré.
—Bien. Envíame la ubicación, estaré allí en un rato. Hazlo antes de que me arrepienta.
—Gracias, Bevs —exhaló—. Eres la única que puede razonar con Tony.
Y entonces me colgó. Sí bueno, qué santa mierda. Qué acababa de hacer, por amor a Dios.
Harper iba a abrir la boca para decir algo, pero le hice una seña con la mano para que se callara. Volví a pegar la vista al celular, y estaba tan nerviosa que me temblaron las manos al hacerlo. Encontré el número que quería, le di al icono de llamar y tomé aire nuevamente.
Cuando me respondieron, me mordí el interior de la mejilla.
—¿Clint? Necesitamos tu ayuda.
* * *
—Realmente espero que no te hayas besado con esa rubia o te juro que yo misma le digo a Victoria.
Steve me puso mala cara.
—No besé a nadie.
Suspiré.
Habían pasado menos de dos horas y ya estaba al borde del colapso por no saber nada de Edward. Además, perdí mi celular en algún sitio. Estaba extremadamente sorprendida por la opción que tenía Steve para resguardar a Edward mientras todo esto pasaba, ni en mis sueños más locos me hubiera imaginado que ése era su plan. Y la verdad era que mi hijo estaba bastante bien cuidado en ese momento, además Harper también había ido con él. Estaba segura de que mi prima estaba pasando un momento maravilloso en ese lugar.
Pero aquí rodarían un par de cabezas. La mía, por haberme ido sin decirle a Tony y haber arrastrado a Edward conmigo. Y la de Steve, por haber permitido que Vera se escabullera con él y ahora la teníamos con nosotros en pleno estacionamiento del Aeropuerto Liepzig, en Alemania. Victoria debía estar con los nervios de punta buscando a su hija.
—Qué auto tan horrible —Vera hizo una mueca de asco en dirección al Volkswagen azul que conducía su padre.
—No estamos para lujos, zanahoria —respondió Clint, lanzándose fuera de la camioneta plateada en la que se encontraba con Wanda—. Cap —lo saludó, acercándose para estrechar su mano.
—Sabes que no te habría llamado de tener otra opción —le dijo el rubio, respondiendo el saludo.
Clint se encogió de hombros.
—Me haces un favor, hombre. Además, tengo una deuda que pagar —señaló a Wanda con la cabeza, y luego me señaló a mí—. Y una madre que cuidar. Alguno debe asegurarse de que este diablo vuelva con Edward.
Rodé los ojos pero di una zancada en su dirección, para abrazarlo.
—Qué gracioso, Clinton. Pues yo digo lo mismo, tú también debes volver con Laura y los tres parásitos.
—Gracias por ayudarme —contestó Steve, con la vista fija en Wanda.
La sokoviana le devolvió la mirada pero luego se acercó a mí, y me tomó la mano. Esto se volvía costumbre con todos, definitivamente. Cuando no era Victoria, era Wanda, cuando no era Wanda era Harper. Pero estas mujeres siempre me estaban masajeando.
—Era momento de ponerme en marcha —murmuró, con aquel acento suyo casi desvanecido.
—¿También el otro recluta?
Clint se volvió hacia la camioneta gris, jalando la puerta para mostrarnos a la persona que se encontraba dentro. Yo no lo conocía, para nada, y al parecer era un conocido de Sam. O al menos eso había entendido.
—Está emocionado —contó Clint—. Tendré que darle un café, pero estará listo.
Un hombre de mediana edad y apariencia desgastada se sobresaltó por el sonido de la puerta siendo lanzada. Espabiló luego de un segundo y entonces dio un salto fuera de la camioneta, dedicándole una confundida mirada a mi amigo.
—¿Qué huso horario es este? —quiso saber, con la voz rasposa.
Clint lo empujó.
—Camina, anda.
—¡Capitán América! —musitó en tono emocionado, estrechando la mano del rubio repetidas veces y con los ojos desbortibados por la incredulidad.
Steve trató de mantener la compostura.
—Señor Lang —lo saludó.
—¡Es un honor! Oh, debo dejar de estrecharlo. Guau, esto es increíble. ¡El Capitán América! —exclamó, y luego se giró hacia donde Wanda y yo nos encontrábamos—. ¡Ah, a ustedes también las reconocí! Son geniales. Guau —suspiró, dándole un apretón a los bíceps de Steve—. Sólo quiero decir que sé que conocen a otras superpersonas, así que piensas por graciar en mí.
Ay, santísimo.
Me causaba mucha gracia la manera en la que se comportaba frente a Steve, pero más gracia que causaba la cara de Vera ante eso. La pelirroja dio un salto fuera del capó del auto azul y dio un par de pasitos de bailarina hacia nosotros. Al notarla, su padre estiró su mano para que ella se acercara a él. Vera se notó mucho más relajada cuando estuvo con su papá.
—Esta es mi hija, señor Lang —la presentó—. Vera, él es amigo de Sam. Va a ayudarme hoy.
La pelirroja pestañeó.
—Lo sé, lo vi venir.
Oh, Verita. Como si tener a sus padres en bandos opuestos y estar en medio de todo este desastre no fuera suficiente, la pobre había comenzado a desarrollar habilidades gracias a todo esto. Ella se enredó muchísimo al tratar de contarlo, y Steve sólo pudo decirnos que Vera estaba siendo capaz de ver el futuro, cosas que luego sucedían.
Era una maldad que una niña como ella tuviera que pasar por todo este martirio con tan sólo quince años.
Lang se rascó la nuca cuando reparó en Sam.
—¡Hey!
—Tic tac, ¿cómo estás? —le preguntó.
—Sobre lo que pasó la última vez...
—Fue una gran audición, pero no volverá a pasar.
Ah, ¿entonces estos dos tenían historia juntos? Al parecer aquí todo el mundo se relacionaba de alguna manera. Qué cosa más enredada.
Rogers volvió a dirigirse hacia Lang.
—¿Sabes a lo que nos enfrentamos?
El aludido hizo una mueca.
—¿Algo sobre unos asesinos desquiciados?
—Será fuera de la ley esta vez. Si vienes, vas a ser un fugitivo —le advirtió.
—Si bueno, ya lo he sido antes.
—Debemos irnos —intervino Barnes.
—Tengo un helicóptero —avisó Clint.
En ese instante, las alarmas del aeropuerto se dispararon. Insuflé los pulmones de aire cuando caí en cuenta de lo que estaba pasando, y las ganas de que me dieran mil balazos se incrementaron hasta lo inverosímil. ¿Qué demonios estás haciendo, Beverly Anne?
Barnes frunció el ceño.
—Están evacuando el aeropuerto.
Ya sabía yo quién lo había hecho.
—Stark —murmuró Steve, e inmediatamente sus ojos se dirigieron hacia mí. Le dediqué una mirada de advertencia, que él captó al instante—. Lo sé, Bevs. Tú vienes conmigo.
—¿Stark? —Lang repitió, con asombro.
El rubio asintió.
—Pónganse los trajes.
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