33 ━━━ Boot up.

━━━ ❛ HOMINEM XIII ━━━


TONY STARK



—¿Por qué tienes un departamento en Berlín? —inquirió Beverly. La vi tomar un vaso de agua y tragarse al menos tres pastillas para la jaqueca. Caramba, que si no tuviera un metabolismo tan acelerado seguro se dopaba.

Victoria contempló la vista por el enorme ventanal del departamento y luego se volvió hacia la pelinegra.

—Te sorprendería el montón de propiedades que tiene y en dónde las tiene. Y lo qué solía hacer con ellas...

—Sí, sí. No es momento para hablar de las depravaciones de Tony —la interrumpió Natasha—. Dos cosas. Primero, ¿cómo demonios hicieron para conseguir una niñera que encajara con su perfil en menos de veinticuatro horas? Segundo, ¿Hay algún motivo en específico por el que este par de viejos estén vestidos como si fueran a una cena de negocios?

Torcí los ojos en dirección a la pelirroja, a lo que ella me sonrió inocente.

—Araña, se llama moda. Deberías probarlo alguna vez —contesté, con la atención fija en el celular. Las imágenes de la persecución en Bucarest de Rogers y Barnes aparecieron en mi pantalla.

—Sí, Nat —convino Victoria—. Mirense ambas. Las chaquetas de cuero son tan dos mil diez.

Natasha bufó.

—¿Qué hay de la niñera? No me estoy quejando de la vista, pero...

—¡No me jodas! —chilló Beverly—. ¿Estás mirando a la niñera?

—Bevs, ¿valoras tu capacidad para hablar?

—Por supuesto.

—Entonces contesta la pregunta y no digas tonterías.

Me eché a reír ante eso. La pelinegra la miró burlona y la señaló con el dedo, a lo que Natasha desvió la vista. Vaya día estábamos teniendo, era un milagro que encontraran la manera de aligerar un poco el ambiente con estas conversaciones triviales, pero todos sabíamos a qué habíamos venido a Berlín y cómo terminaría esto en el edificio de Fuerzas Especiales. Mientras yo continuaba mirando la información de la persecución en Bucarest, Beverly contestó la duda de Natasha.

—Estaba en la lista que tenía incluso antes de que Edward naciera. No quería dejarlo con mis abuelos o Harper, menos en casa, y Victoria necesita a alguien que vigile a Vera mientras nosotros vamos Fuerzas Especiales. Así que, de ahí vino la niñera que ahora está con mi hijo y la zanahoria en la habitación.

La castaña suelta una exhalación y me hace compañía de pie junto a la puerta.

—¿Hablaste con Ross? —inquirió.

Mirar a Victoria resultaba doloroso. Tenía escrito en el rostro lo mucho que le dolía y le costaba esto, y no era para menos. La pobre debía estar pasando las de Caín por lo que había hecho Rogers, y mucho más porque su hija estaba en medio de todo este desastre político.

Como los problemas no podían detenerse, nadie parecía querer aportar un poco para apaciguarlos. En su lugar, todos se esforzaban por ponerle un poco más de agua al vaso que estaba a punto de derramarse sobre nosotros. ¿Un ejemplo de ello? Rogers yendo en contra de la ley para ir por Barnes, y ahora lo estaban trasladando a la Unidad de Fuerzas Especiales en Berlín, sitio al que me había tenido que venir con Beverly para mirar de cerca el desastre. Aquí nos encontramos con Romanoff y Victoria, una tan perturbada como la otra.

—Rogers, Barnes y Wilson aterrizarán en Berlín en una hora o menos según lo que dice Ross —respiré hondo. Guardé el celular, volviéndome para mirarla. Ella me dedicó una mirada suplicante—. Vi, lo sé. Sé que esto está siendo muy difícil para ti, pero Rogers fue contra la ley, lo sabes. Así funcionan las cosas ahora.

Ella resolló.

—Ya sabíamos que iría tras él —musitó Beverly, con los brazos cruzados y la vista fija en la niñera que venía saliendo de la habitación. Mecía a Edward con delicadeza—. Esto es sólo más de lo que esperábamos.

Natasha contempló el ventanal por un segundo y luego volvió la atención hacia nosotros.

—Le dije que sólo empeoraría las cosas.

—Es un necio de primera y no hay nadie que lo haga cambiar de opinión —agregó Victoria, con los ojos pegados en Vera. La pequeña pelirroja permanecía en una silla en el extremo de la sala, junto a la niñera. Tenía pinta de estar mareada.

Sacudí la cabeza.

—Sí, bueno, ahora Ross quiere algo o van a procesarlos a ambos. ¿Qué se supone que le voy a dar? ¿A Barnes? ¿El escudo?

—Deberíamos garantizar algo para Barnes —sugirió Beverly—. Es más probable que Steve acceda a un punto medio si podemos conseguir unos cuantos beneficios para su amigo.

Romanoff cruzó los brazos y avanzó en la habitación, hasta quedar junto a Bevs.

—¿Entonces entregamos el escudo?

—Lo califican como propiedad del gobierno —hice una mueca—. Volveré a llamar a Ross, ver si puedo arreglar algo más antes de que vayamos al edificio. Deberíamos partir de una vez, tantear el terreno antes de que nos traigan a los acusados.

Me rasqué la nuca, y cerré los ojos un segundo. Santísimo, si que tenía ganas de dormir por quince días seguidos. Miraba las expresiones de esas tres mujeres y apreciaba algo completamente distinto en cada una. Victoria y Natasha compartían la preocupación por Rogers, pero para la castaña era muchísimo más duro que para la pelirroja. Era el padre de su hija, en escénica claro, pero lo era, y estaba seguro de que mi amiga la estaba pasando malísimo en ese momento. Y luego miraba a Beverly, a mi muñeca, y lo único que conseguía ver era un temor centellando en sus ojos, uno que trataba de encubrir para poder apoyarnos en esta situación. Está asustada porque tiene que alejarse de Edward, aunque sea por un momento corto, está asustada porque la posibilidad de que Vladimir pueda aparecer le come los nervios. Y la entendía a la perfección, al igual que sufría por ella. Hubiera dado lo que fuera por aligerarle la carga, quitarle esos pesos de encima, pero no podía. Y como me hubiera gustado poder hacerlo.

Ojalá que este día no termine mal.




* * *




—Señor Stark, necesito que firme esto, por favor.

Me giré hacia la persona que me estaba llamando, encontrándome de frente con una rubia que seguro tenía más o menos la misma de edad se Beverly. La muchacha me miró y pestañeó repetidas veces, inclinando la carpeta en mi dirección. Sentado en la esquina del cubículo, la miré a ella, luego a la carpeta, y alcé una ceja.

—Ponlo en la mesa, linda. No me gusta que me entreguen cosas.

La rubia me miró y volvió a pestañear con coquetería. No me jodan así. ¿En serio? ¿Justamente ahora, con Beverly a medio metro de distancia? Esa mujer se gastaba un oído tan bueno como el de Rogers, seguro ya estaba escuchando todo. Y ni siquiera me interesaba la bendita rubia, por amor a Dios, ¿por qué no apareció un par de años antes? En ese momento seguro que no le habría negado nada. Pero ahora sí lo hacía, y por mucho.

—Oh, no hay problema, señor Stark —se echó una risita juguetona. Inclinó el cuerpo delante de mí para depositar la carpeta sobre la mesa, dejando las caderas arriba y la falda subiendo más de lo que era recomendable para cualquier cardíaco—. ¿Le gusta aquí o en otro lugar?

—Este...

—A mí me gusta en mis manos. Dámela, rubia —masculló Beverly, atravesando el umbral del cubículo a velocidad sobrehumana y sacándole la carpeta de las manos a la rubia antes de que pudiera depositarla sobre la mesa.

La rubia se pone rígida de sopetón y una terrorífica sonrisa se extiende por el rostro de Beverly. Oh, mierda, hasta yo me he asustado.

—¿Disculpa? ¿Quién eres? —exigió la rubia, mirando a la pelinegra de arriba abajo.

—La madre de su hijo, rubia.

Me lo pensé un segundo. Sí, el término era correcto y no me molestaba para nada, pero yo habría usado palabras como «futura esposa, amante extremadamente caliente, y la madre más hermosa de todas». Supongo que esa también estaba bien.

—Ha... Ya entiendo. Me disculpo, señora Stark —murmuró la rubia, bajándose la falda con disimulo—. Regresaré a mi puesto de trabajo.

La rubia avanzó, y estuve seguro de verla mover los labios como si estuviera susurrando algo. Lo que dijo me pasó completamente desapercibido, era imposible que pudiera escuchar algo de lo bajo que susurró. Yo, por supuesto, no podía. Pero Beverly sí. Y no tengo ni idea de qué habría mascullado la rubia en su caminata a la salida, pero vi a mi muñeca torcer los ojos y estuvo apunto de levantar la mano en su dirección. Victoria de casualidad iba pasando y le sostuvo la mano a Beverly en el aire.

—Quieta —le instó.

La pelinegra torció los ojos.

—Me dijo zorra cazafortunas.

—¿Y qué se supone que ibas a hacer? —le preguntó Victoria.

—Pues romperle la nariz —respondió ella obvia.

—Bevs, no.

Beverly volvió a poner mala cara, pero esta vez en dirección a la rubia que seguía dentro del cubículo, observándola. ¿Por qué no acababa de irse? ¿Acaso no valoraba su capacidad para respirar bien?

—¡Estaba murmurando algo de Edward cuando me tomaste la mano!

Rodé los ojos y me saqué los lentes. Sólo pasó medio segundo en el que giré el rostro, pero escuché claramente a alguien su susurrar «Tu hijo tiene cara de orangután», y lo siguiente que escuché fue el chillido de Victoria.

—¡Ay, maldita sea, le rompió la nariz! —chilló la castaña, poniendo su cuerpo frente al de Beverly.

Me llevé ambas manos a la cara.

—Oh, por dios... ¿¡Por qué demonios le rompiste la nariz!?

Beverly cruzó los brazos y le lanzó una mirada mortífera a la rubia, que sangraba por su nariz y se la sostenía mientras soltaba varios quejidos. Otra muchacha la sacó del cubículo, evidentemente sorprendida por lo que acababa de pasar. Medio segundo más tarde, Everett Ross entró también al sitio y miró a Beverly con ojos desorbitados por la incredulidad.

—¿Le acabas de romper la nariz a una de mis secretarias? —exigió, sorprendido. La pelinegra rodó los ojos.

—Sí.

Everett Ross se pasó una mano por el pelo, anonadado.

—¿Por qué motivo, señora Stark?

—Me dijo zorra cazafortunas y llamó a mi hijo rostro de orangután.

—¿Te das cuenta que puedo encarcelarte por eso?

Beverly exhaló.

—No lo va a hacer.

El peliblanco guardó silencio un segundo, sopesando sus palabras. Rodó los ojos y la señaló con el dedo.

—No, no lo haré. Pero aléjate de mis secretarias.

Negué con la cabeza. Qué ganas se gastaba la gente de prender fuego cerca de la gasolina.

—Muñeca —la llamé, rascándome el cuello—. Tú escuchaste todo, ¿verdad? Yo no...

Beverly se echó una risotada.

—Sé que no estabas haciendo nada, cariño —dio una zancada hacia adelante y se estiró para darme un beso—: Y si lo hubieras estado haciendo no le rompería la nariz por eso. Pero nadie se mete con mi hijo.

La besé de nuevo.

—Es bueno saber eso.

En ese preciso momento mi celular comenzó a sonar. Me puse de pie y atendí la llamada, proveniente de Ross, al tiempo que observaba como los agentes comenzaban a moverse. Victoria y Beverly abandonaron el cubículo al mismo tiempo, avanzando hasta el tumulto de personas que estaban entrando, entre ellos, Rogers había llegado.

—No, Rumanía no fue aprobada por los acuerdos —contesté estrechamente la pregunta del Secretario de Estado. Él continuó parloteando sin detenerse—: El Coronel Rhodes está supervisando la limpieza... ¿Consecuencias? Puede estar seguro de que habrán consecuencias. Por supuesto que puede tomar nota de eso porque acabo de decirlo. ¿Algo más? Gracias.

Mientras hablaba por teléfono, también movía el cuerpo en dirección a la entrada del cubículo, encontrándome de frente con Rogers y Wilson, ambos escoltados por un número de agentes y Natasha caminando delante de ellos.

Ambos detenidos me miraron a la espera por un segundo, mientras que yo terminaba de bajar las cortas escaleras.

—¿Consecuencias? —quiso saber Steve, con el ceño levemente fruncido. Me encogí de hombros.

—El Secretario Ross quiere que los procese. Algo tenía que darle.

Natasha avanzó hasta mi encuentro en el momento justo que giré hacia el lado de los monitores. Detrás de mí, Rogers suspiró.

—No me regresarán el escudo, ¿verdad?

—Técnincamente es propiedad del gobierno —aclaró ella—. Las alas también.

—Qué cruel —musitó Wilson.

Me volví hacia ellos.

—Menos que la cárcel.

Victoria estuvo junto a Rogers de manera casi instantánea, y por la cara que ponía la castaña, estaba seguro de que le armaba un rollo por lo sucedido. Permanecí con Natasha y Beverly en el frente de los monitores mientras que conectaban a Barnes en su celda móvil, asegurándome de que las cosas marcharan como deberían.

La situación me turbaba, bastante. Probablemente podía sonar a demencia, pero sentía la responsabilidad de mantener este equipo unido y alejado del desastre, y el hecho de que todo se estuviera descontrolado de esa manera me estresaba hasta límites colosales. Como si estuviéramos hablando de un vaso lleno de agua, a punto de desbordarse, pero que sin embargo sigue pidiendo llenarse más y más. Estaba seguro de estar al borde de una crisis mental y física. Habían tantas cosas revoloteándome en la cabeza que seguro era incapaz de sopesar una sola con detenimiento antes de lanzarme a la otra, y de verdad necesitaba ponerlas en orden o terminaría dándome un infarto. Mi pobre hijo iba a quedar huérfano si no encontraba un punto de estabilidad pronto.

Traté de hacer una lista mental, esforzándome por organizar las cosas de menor a mayor catástrofe. De una u otra manera todas necesitaban mi atención, pero estaban tan amontonadas que casi parecían juntas y relacionadas.

Rogers

Vladimir

Los Acuerdos

La paranoia de Beverly

Mi paranoia

Ese era un comienzo. Ahora que tenía la lista, sólo debía comenzar a tachar los nombres. Esperaba poder tachar el primero en este instante, encontrar un balance con Rogers me ayudaría a poner en orden todo lo demás, estaba completamente seguro de eso.

—Hey —llamé al rubio, entrando de nuevo a la oficina en la que estaba encerrado. Él se encontraba sólo, pues Victoria se había saludo, y tenía la vista pegada a la oficina de enfrente, pero se volvió hacia mí y abrió la boca ligeramente.

—Hey, ¿qué hacen Victoria y Beverly encerradas con la Reina de Hiron? ¿Y cómo llegó Harper hasta aquí?

—¿Ah?

Fruncí el ceño. Moví los ojos hacia dónde él estaba señalando, y me encontré con la escena que acababa de describir. Las cuatro mujeres estaban alrededor de una mesa larga de madera, y parecía que estaban discutiendo por la manera en la que movían los brazos con exasperación.


Bueno, que lo resolvieran ellas. No era mi problema para resolver, ya tenía bastante con Rogers. Me pregunté qué demonios estaba haciendo Harper en Berlín si la habíamos dejado "cuidando" a los abuelos. Esa vampira-bruja seguro se teletransportaba.

Rodé los ojos.

—Que lo resuelvan ellas —suspiré—. ¿Quieres ver algo cool? Es de los expedientes de mi padre. Me pareció muy apropiado —Rogers se apresuró a sentarse en una silla que estaba frente al escritorio, al tiempo que yo le pasaba el estuche color negro, donde se encontraba el par de plumas de colección—. Roosevelt firmó la ley de precios y arriendo con estos en el cuarenta y uno. Ofreció apoyo a los aliados cuando lo necesitaban.

Una mínima sonrisa se extendió por el rostro del rubio.

—En parte eso empujó a esta nación a la guerra —replicó.

Que te jodan, Rogers, gruñí en mi fuero interno. Me aseguré de que mi expresión no fuera algo hostil, pero seguro que no lo logré.

—Si no fuera por ellos no estarías aquí —mascullé, tomando asiento frente a él—. De verdad trato de... ¿Cómo se dice? Ah, una rama de olivo —suspiré—. ¿Así se le dice?

Rogers movió el rostro.

—¿Y Edward? ¿Lo dejaron en casa? Me sorprende que Beverly lo haya soltado.

—Ah, no lo soltó. Está aquí en Berlín también, pero con una niñera de último minuto. La verdad es que Beverly está... Estamos... Bueno, ella está...

—¿¡Embarazada de nuevo!?

Me ahogué con mi propia saliva en ese momento. ¿Qué le pasaba a este rubio por la cabeza, en serio? A ver cuándo Victoria lo enderezaba.

—¡No! —exclamé—. Definitivamente no... Espero —respiré hondo en ese momento—. Está paranoica, más bien. Lo de su tío le tiene los nervios de punta, lo de los Acuerdos terminó de perturbarla. Traté de convencerla a firmar, pero su postura es igual a la tuya. Sigue diciendo que no. Si intento sacarle el tema ahora me ignora.

—Dale un minuto, Tony. No la ha tenido fácil desde que nació Edward.

Le dediqué una larga mirada a Rogers por un segundo.

—Luego de casi perderla en el parto, de pensar que casi pierdo a Edward también, pensé que ya necesitábamos paz y estabilidad. No soy sólo yo y tampoco es sólo ella. Sí, hemos tenido bajones espantosos y hemos tomado decisiones peores, pero finalmente estamos haciendo que funcione. Ya desmantelamos HYDRA, terminó lo de Ultron, mi culpa. Y luego, y luego y luego, si no nos detenemos ahora no lo haremos nunca. Y yo no me quiero detener, pero tengo que hacerlo porque no quiero perderlos. Esperaba que los Acuerdos fueran el punto medio.

Rogers me observó con el rostro lívido por un instante. Frunció los labios con contrariedad, pero no dijo nada. Me puse de pie, sorbiendo por la nariz, y eché un súbito vistazo a través del vidrio de la oficina.

—En su defensa soy un fastidio —dije—. Papá en serio era irritante, pero él y mamá se las arreglaban. Justo como tú y Victoria hacen con Vera.

—Me alegra que Howard se casara. Lo conocí cuando era joven y soltero —contestó él.

Sacudí la cabeza.

—¿Ah, ustedes se conocían, en serio? Nunca lo mencionó. Tal vez unas... cientos de veces —tomé el saco del traje que estaba sobre la silla y comencé a acomodarlo para ponérmelo—. Te odié tanto.

—No busco complicar las cosas —musitó en tono avergonzado. Yo alcé las cejas.

—Lo sé, porque eres muy amable.

Caminé el espacio que quedaba entre mí y la mesa, llegando hasta el extremo junto a la puerta. Una vez allí, permanecí con las manos en los bolsillos y la vista fija en Rogers.

—Si veo que una situación se descontrola no puedo ignorarla. Pero a veces quisiera.

—No es cierto.

Él sonrió ante eso, y volvió la vista hacia abajo durante medio segundo.

—No, claro que no —convino—. A veces...

—A veces quiero romperte tus perfectos dientes —admití, entre dientes—. Pero no quiero que te vayas. Re necesitamos, Cap. Hasta hoy nada ha pasado que no pueda arreglar, si firmas eso legitimaremos las últimas veinticuatro horas, enviarán a Barnes a un centro psiquiátrico en casa y no a una prisión en Wakanda. Sé que me entiendes, Rogers, porque sé que amas a Vera como si fuera tu propia hija. Piensa en ella. No la dejes sin su padre.

Creí dar en el clavo, porque en el momento justo en el que esas palabras salieron de mi boca, lo miré tomar una de las plumas y sacarla del estuche. Se puso de pie, avanzando hasta el otro cristal del extremo, y se volvió a mirarme medio dudoso.

—No quiero que Vera sufra —murmuró—. No pienso que sea imposible, pero van a requerir protección.

Asentí.

—¡Claro! Ya que apaguemos el fuego mediático los documentos se enmendarán. Someto la moción de que Wanda y tú se reintegren...

—¿Wanda? —me interrumpió—. ¿Qué pasa con ella?

—Ella está bien. La confiné al complejo, allá está, Visión le hace compañía.

El rubio bufó.

—¡No, Tony! Cada vez, cada vez que creo que estás haciendo algo correcto...

Lo interrumpí.

—Son cuarenta hectáreas con una piscina y una sala de cine, hay peores formas de proteger a alguien.

—¿Proteger? —repitió, escupiendo las palabras—. ¿Es así como lo ves? ¿Esto es protección? Es casi una prisión.

—No es ciudadana de Estados Unidos, y no...

—Ay, por favor.

—No garantizan visas a armas de destrucción masiva...

—¡Es una niña! —exclamó con enojo.

—¡DÉJAME EN PAZ! —le grité—. Hago lo que se debe hacer para que no pase algo peor.

Se hizo un silencio de un minuto en el que Rogers sólo se limitó a mirarme sin ningún tipo de expresión en el rostro. Al final, se inclinó hacia la mesa y depositó la pluma junto a su estuche.

—Sigue diciéndote eso —masculló—. No hay que separarlos, Tony.

Y luego salió de la oficina.




* * *




—Beverly, ¿por qué demonios estás mirando con cara de susto? —le pregunté en voz baja, pues la sala estaba inundada con la voz del psiquiatra.

La pelinegra ni siquiera se inmutó. Continuó con la vista pegada a la pantalla dónde el psiquiatra estaba entrevistando a Barnes, observando detenidamente la escena. Se había puesto pálida como un papel, también como si se hubiera quedado atornillada al piso. Tenía alrededor de dos minutos así, así que desvié la atención de Barnes para ver qué estaba pasando con ella. Natasha también lo había notado.

Al final, resolló con la voz estrangulada.

—¿Acaso no lo ves?

—¿Ver? —fruncí el ceño—. ¿Ver qué?

Ella señaló la pantalla, pero yo seguía viendo lo mismo. A Barnes hablando con el doctor, nada más. Miré hacia el otro lado, y sólo me encontré con Victoria junto a Natasha, ambas con los ojos fijos en los monitores. Sólo Beverly observaba como si estuviera asombrada por algo.

—Muñeca...

Ella volvió el rostro tan rápido que temí se le fuera a quebrar el cuello. No me miró a mí, ni a nadie cerca de nosotros, sus ojos se clavaron directamente en Harper, que estaba metida en una oficina con la Reina de Hiron y el Príncipe de Wakanda.

Dime, Bucky... Has pasado por mucho dolor, ¿no es así? —la voz del doctor sonó más fuerte y clara esa vez, captando mi atención de inmediato.

No voy a responder eso —contestó Barnes con acritud.

Temes que si abres la boca, los horrores jamás terminarán. Tú tranquilo, sólo necesito que hables de uno...

Y entonces la luz del sitio se cortó.

Inmediatamente busqué a Beverly con la mirada, pero ella había salido corriendo lejos del sitio en dirección a las escaleras. Mierda.

—¿Qué están esperando? —gritó Everett Ross—. ¡Déjenme ver a Barnes!

—FRIDAY —la llamé, tocando los laterales de mis lentes—. Dime el porqué del corte de energía.

Las plantas en las afueras de la ciudad han dejado de funcionar, jefe.

Resoplé. Comencé a buscar al equipo, girando sobre mi eje, pero sólo Natasha estaba conmigo en esa planta. Los demás —incluido Rogers— habían desaparecido. Ambos comenzamos a caminar en medio del alboroto y ella me tomó del brazo mientras lo hacíamos.

—Por favor dime que tienes un traje —pidió, en tono agitado.

Las alarmas estaban sonando con fuerza en las paredes, pues Barnes se había escapado. Maravilloso, ¿acaso algo más podía ir peor?

—Así es, un elegante Tom Ford de tres piezas y dos botones. Soy un no-combatiente activo.

Una rubia pasó volando a toda velocidad junto a nosotros, en medio de todo el bullicio la identifiqué como la que estaba con Rogers dentro de la oficina hace un instante.

—¡Síganme!

Natasha y yo le hicimos caso. Bajamos corriendo todas escaleras hasta una de las plantas más bajas, donde se encontraba la cafetería del edificio. Desde lejos se veía el montón de cuerpos de los agentes caídos que se habían estado enfrentando a Barnes, y que era evidente habían perdido. La rubia y Natasha se fueron por el lado derecho mientras que yo tomé el izquierdo, ocultándome detrás de una de las columnas. Me asomé y me conseguí de frente con Barnes partiéndole la madre a un pobre agente. Hasta aquí se escuchaban los gritos.

Tomé aire. Bueno, en realidad sí me hacía falta un traje.

Estamos en posición —me habló Nat, a través del auricular.

Tan rápido como me lo dijo, activé el dispositivo oculto en el reloj de mi mano derecha. Al hacerlo, una onda sonica se expande en dirección a Barnes y lo aturde de inmediato. Aprovecho la ventana para correr hacia él y activarlo de nuevo, esta vez el reloj deja escapar un destello que lo retiene no más de tres segundos. Tenía un arma en sus manos, así que intenté quitársela, pero no pude. Sólo alcancé a poner la mano que tenía cubierta con el guante para detener la bala al salir. Luego, Barnes la jala y la fuerza hace que sólo me quedé el peine en la mano. Sin pensarlo, utilizo eso para golpearlo en el rostro.

Pero él era mucho más fuerte que yo y con un golpazo directo al rostro y otro al pecho, me mandó a volar contra las mesas. Con el impacto caí justo encima de mi brazo izquierdo. Resollé de dolor.

Desde el suelo, observé cómo la rubia y Natasha embestían contra Barnes. Más pronto que tarde se deshizo de la rubia y la mandó a volar contra una de las mesas. Natasha dio la pelea un poco más, enredó sus piernas alrededor del cuello del aludido y comenzó a golpearlo con fuerza, pero también la estrelló contra una mesa y empezó a ahorcarla. En un segundo, temí por la vida de Nat, así que intenté moverme para ayudarla, pero no pude hacerlo. No sé de dónde demonios habría salido ni qué estaba haciendo que no llegó antes, pero Beverly cayó en medio de las mesas y tomó al soldado por la cabeza, estrellándolo contra el suelo.

Este se incorporó rápidamente y le atestó un golpe en la cara que la hizo sangrar, pero no se detuvo. Le propinó una patada en la cara que lo hizo tambalear, y a ciegas estiró el brazo para tomarla del cuello. Beverly hizo una mueca horrenda cuando comenzó a jalar el brazo de metal para sacárselo de encima, y al poder quitarlo medio centímetro se abalanzó sobre él mismo para hacerlo retroceder. El soldado volvió a tambalearse, ella se giró, le dio otra patada en el pecho y rápidamente un puñetazo en el rostro. Pero Barnes la tomó del pelo, y en el momento exacto en el que ella soltó un alarido, el príncipe de Wakanda apareció y alejó a Barnes de Beverly.

Me estaba tratando de incorporar en el suelo cuando ella echó a andar hacia mí.

—Vamos, arriba —pasó sus brazos por debajo de los míos y me ayudó a poner de pie—. Eso, con cuidado. ¿Qué le pasó a tu brazo izquierdo? ¿Te duele, sientes algo roto? Vamos a revisarlo.

—Ya —la tomé del rastro—. Estás sangrando.

Sacudió la cabeza.

—Sí, me rompió el labio, no es nada grave. Ahora, ese brazo tuyo no me gusta. Vamos.

—Muñeca, ya —la interrumpí, y con el brazo bueno la hice mirarme—. Estaré bien. Ayuda a Natasha, le falta el aire.

Beverly asintió.

—Espera, Nat, no te tomes el cuello —le dijo a la pelirroja.

Suspiré. Qué día.




* * *




—Tengo que esperar a Ross —le murmuré a Beverly, ambos de pie en medio del pasillo. Ella continuaba teniendo esa expresión de desolación en el rostro, como si hubiera algo que la estuviera perturbando más de la cuenta—. Tú ve con Edward, espérame allí. Échale un ojo a Vera porque Victoria se quedará. ¿De acuerdo?

Asintió, pero no me dijo nada. Lo intenté de nuevo.

—Me vas a esperar allí, ¿verdad?

De nuevo, no respondió.

—Beverly.

—¿Mmmhmm? —me miró durante medio segundo, pero luego volvió a desviar la mirada a otro lado.

—¿Me vas a esperar con Edward, verdad?

Tomó aire.

—Sí.

—Bien —musité, acariciándole el rostro. Ella me miró el brazo de nuevo, y pasó la yema de sus dedos por encima de la tela de la camisa blanca—. Estaré pronto de vuelta. Toma un descanso y recúestate. Te amo, muñeca.

Se le escapó un alarido a ella y cerró los ojos. Movió el rostro hacia adelante y me besó cortamente.

—Y yo a ti.

Luego, se dio la vuelta y desapareció por el pasillo. Aquello no me gustó ni un pelo, pero no pude sopesarlo demasiado. Victoria me llamó para que entrara a la oficina, porque Ross entró al edificio y entonces todo se fue a la mierda. Otra vez.

—Entonces —comenzó—. Supongo que no tienen idea de dónde están.

Alcé la cabeza.

—La tendremos. GSG9 ya patrulla las fronteras, vigilancia aérea las veinticuatro horas. Los encuentra, y son nuestros.

Ross me miró con una expresión lívida en el rostro.

—No lo entiendes, no les toca encargarse. Es obvio que no pueden ser objetivos. Ni siquiera la señorita Clare fue capaz de detener a su compañero. Enviaré a Operaciones Especiales —repuso.

Victoria, que permanecía a mi lado, rodó los ojos.

—¿Así lo piensa resolver? ¿Disparándole y huyendo?

—¿Qué pasará cuando inicie el tiroteo? —añadió Natasha, desde la silla—. ¿Matará a Steve Rogers?

—Si nos vemos obligados, sí.

No quería ni ponerme a pensar en lo que estaba sintiendo Victoria, pero su cara hablaba mucho por sí sola en ese momento.

—Barnes habría sido eliminado en Rumanía de no ser por Rogers —prosiguió Ross. Opté por sentarme—. Hay personas muertas que ahora estarían vivas. Y puede verificar mis cifras.

Negué con la cabeza.

—Con todo respeto, pero no resolverá esto con hombres y balas, Ross. Deje que nos encarguemos.

—¿Y por qué será diferente de la última vez?

—Secretario, porque ésta vez no iré vistiendo una camisa de seda y un saco. Setenta y dos horas. Garantizado.

—Treinta y seis horas —concluyó—. Barnes. Rogers. Wilson.

Rodé los ojos.

—Gracias, señor —me llevé una mano al pecho y resollé. Santísimo, debí haber dejado que Beverly me revisara el brazo. Natasha y Victoria avanzaron hasta donde yo estaba, deteniéndose frente a mí—. Mi brazo izquierdo se entumeció, ¿es normal?

La pelirroja me puso una mano en el hombro, pero Victoria era mucho más delicada y maternal, así que me acarició el rostro con delicadeza.

—¿Estás bien? —inquirió Nat.

—Siempre.

—Mmhmm —Victoria me tomó la cara con sus manos—. No te hagas el chico rudo. Te conozco.

La ignoré, soltando un suspiro.

—Treinta y seis horas...

—¿Estamos los tres en esto, no? —preguntó Victoria.

—Sí —repuso Natasha—. Pero igual nos urge encontrar personal. Tú no eres nada imparcial, Vi. No vas a usar la fuerza para detener a Steve.

La castaña estuvo de acuerdo, así que sólo se limitó a cruzar los brazos y asentir.

—¿Qué hay de Bevs?

—Tony no la quiere involucrar en una pelea.

—Me haría feliz un Hulk —musité, con una sonrisita—. Nat, ¿le dices?

Ella también me sonrió.

—¿Y tú crees que se pondría de nuestro lado? —suspiró—. Pero tengo una idea.

—Igual yo.

—No me gusta a dónde va esto... —masculló Victoria. Ambos la ignoramos.

—¿Dónde está tu idea? —le pregunté a la pelirroja.

—Abajo. ¿Y la tuya?













































Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top