32 ━━━ The tunnel.
━━━ ❛ HOMINEM XII ❜ ━━━
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I. Es preferible leer el capítulo con la canción de arriba en multimedia.
II. Advertencias de contenido sexual explícito. Si no te sientes cómodx con esto, no sigas leyendo.
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Con Edward dormido y los abuelos y la prima vampiresa fuera de casa, el momento había llegado.
En realidad tenía más de una motivación para sentirme ansioso por esto. Más allá de buscar una manera de hacerla cambiar de opinión o hacerla considerar mis ideas, la extrañaba. Y mucho. La última vez que había estado con ella había sido ese día en la granja de Barton, cuando planté la semillita que ahora había germinado.
—Cariño, ¿fuiste tú quién acostó a Edward en su habitación? ¿Y sacaste la cuna de nuestra habitación? ¿Por qué...
—En realidad lo hice con el traje —me encogí de hombros—. Eso no lo puedo cargar yo sólo.
Beverly me sonrió de lado mientras se soltaba el pelo, dejándolo libre de la coleta que hace un segundo tenía puesta. Terminó de atravesar la puerta de la habitación y la cerró tras ella.
—Si necesitabas ayuda pudiste haberme llamado. Habría cargado todo en un segundo —dijo. Se había quitado los zapatos altos y toda la joyería, así que ahora sólo tenía un vestidito negro holgado que le quedaba unos cuatro dedos más arriba de la rodilla.
Hice un mohín, avanzando hasta ella.
—No me recuerdes que eres más fuerte que yo —repliqué, tomándola de los hombros mientras ella abría el cajón de su cómoda para guardar los aretes—. Aunque si te soy sincero, me gusta.
Beverly se estremeció ante mi toque, y aquello me me hizo sonreír levemente.
—¿Por qué mandaste a Edward a otro lado?
—Para que podamos tener un poco de tiempo a solas —murmuré, comenzando a trazar una línea de besos desde su hombro hasta su cuello.
—Mmmhmmm... —guardó silencio por medio segundo, el mismo en el que me dediqué a besar con delicadeza la piel de su cuello, mientras que ella seguía de espaldas a mí y con las manos puestas sobre la comoda—. ¿Qué planeas, Stark?
—¿Me crees capaz de estar planeando algo?
—Sí.
Inevitablemente se me escapó una ronca risa. Cuánta razón tenía y cómo me conocía. Ella giró sobre sus talones y la tuve a dos centímetros de distancia, su nariz rozando con la mía y sus manos sobre mi pecho. Empezó a juguetear con los botones de la camisa y sus ojos llamearon intensos. Un relámpago de fuego me cruzó la piel cuando la vi morderse el labio inferior.
—¿Puedes culparme? —rocé mi nariz con la suya, bajando mis manos hasta el borde de su vestido y comenzando a tocar por debajo de la tela, hasta llegar a su trasero. Beverly dio un respingo ante el tacto—. La última vez que tuve el placer de estar por aquí fue cuando planté la semillita. Y cuando eso, Ultron estaba en la ciudad.
—¿Y de quién es la culpa que no lo volvieras a tocar? Me dijiste que estabas con Pepper y yo tenía una enorme panza de embarazada —alzó una ceja, burlona.
Le sonreí, y la tomé de las mejillas para plantarle un breve beso sobre los labios.
—Entonces... Lo que me estás diciendo es que ahora sí puedo tocarlo.
—¿Tienes una relación secreta que me estés ocultando?
—No.
—Entonces sí —sonrió—. Sí puedes tocarlo, pero...
Pretendí que me había dolido el «pero», así que me llevé una mano al pecho y tomé distancia de ella, con una falsa mueca de agonía en el rostro. Me alejé lo suficiente como para tomar un vaso de agua que había sobre la mesa de noche.
—No me gusta cuando dices «pero» —refunfuñé.
Ella suspiró.
—Es poco usual que no me hayas sacado el tema de los acuerdos hasta ahora. ¿Estás en busca de sexo anti-estrés?
—Yo no le digo sexo, no seas vulgar.
—Claro —se echó a reír—. ¿En qué andas, Anthony?
Exhalé, y de pronto me dio una leve comezón en el cuello. Me rasqué de manera ausente antes de contestar.
—Quiero estar con mi muñeca, la madre de mi hijo, de una buena vez por todas y sin restricciones. Sin dramas familiares, sin secretos, sólo nosotros dos. Finalmente nosotros dos. Siento que pasaron años desde la última vez que nos sentí juntos, desde ese día en la granja de Barton, específicamente.
—Ese día estábamos felices, ¿no es así? —musitó, sin borrar la sonrisita—. Incluso salió algo muy bonito de esa felicidad. Lo más bonito de todo.
—Exactamente. Quiero que volvamos a eso, que seamos felices de nuevo, sin interrupciones. Esta noche, sólo nosotros dos. Y el resto de la vida, los tres —le dije, cruzando la habitación de nuevo hacia ella.
A Beverly se le escapó otro suspiro cuando volví a tomarla de las caderas.
—Sólo estamos los dos —susurró, acercando su rostro al mío. Y entonces el vestido se le cayó hasta el suelo, porque ella lo soltó.
Y tuve una erección automática en cuanto la vi sólo con un conjunto de lencería francesa color azul oscuro. Santísimo, cómo la había extrañado.
Beverly extendió sus brazos hasta enroscarlos en mi cuello, y seguidamente me besó. Al principio fue un beso suave, lento, calmado, igual de tranquilo que la noche que nos rodeaba, pero con el paso de los segundos fue aumentando su intensidad. Abrió más la boca para que mi lengua se adentrara en ella, recorriendo los espacios de su cavidad de forma desesperada. No me sorprendió lo familiar que me resultaba todo, de todas formas, no era la primera vez en la que estaba con ella de esa manera. Muchas veces lo habíamos hecho antes. Pero, en esta ocasión existía una línea de diferencia: era la primera vez que lo hacíamos completamente conscientes de lo mucho que nos amábamos y de todo lo que teníamos juntos. Era la primera vez que íbamos a hacer el amor por encima de todo lo demás.
No estábamos en igualdad de condiciones, y a ella no pareció gustarle eso, porque de manera muy rápida se apresuró a abrirme la camisa de botones de un tirón tosco que me bamboleó.
—Muñeca, controla la fuerza —alcé una ceja, separándome por un instante—. Me vas a romper y te vas a quedar sin lo que estás buscando.
Ella bufó.
—Bien, me controlo. Hazlo tú, entonces.
Le sonreí burlón, y terminé de sacarme la camisa. Luego la arrastré hasta la gran cama y la recosté con cuidado.
—Lo voy a hacer yo porque lo hago mejor que tú —murmuré contra sus labios. Ella soltó una carcajada limpia y me besó cortamente.
—Qué lindo eres, en serio crees que eres mejor que yo en esto.
Respiré hondo.
—Ya veremos quién es mejor que quién.
Tan pronto como las palabras dejaron mi boca, me volqué encima de ella y comencé a beser el valle de sus pechos. Sus manos no se mantuvieron quietas, por supuesto, ella jalaba el borde de mis pantalones hasta que consiguió desabrocharlo y de un tirón lo bajó hasta el suelo. Mientras mis besos subían a su clavícula, mis manos recorrieron todo su cuerpo con vehemencia, tratando de memorizar cada rincón y dejar mi toque en cada lado. Las suyas, por otro lado, estaban bastante entretenidas debajo de mi ropa interior. Sentí que me iba a dar un paro cardíaco cuando sentí sus dedos alrededor de mi miembro, tocándolo con suavidad.
Alejé la cabeza de su cuello y la miré con los ojos bien abiertos.
—Si sigues haciendo eso esto va a terminar más rápido de lo que es recomendable —ella soltó otra carcajada, me tomó del rostro y mientras enroscaba sus piernas a cada lado de mi cintura, me besó.
El beso se prolongó por un rato al tiempo que no dejábamos de tocarnos el uno al otro con anhelo. La presión que sentía en mi entrepierna aumentó con el paso de los segundos, haciendo que el anterior relámpago de fuego quedara reducido a polvo en comparación a la fuerte oleada de llamas que acababa de abatirme el cuerpo. Beverly dejó escapar un jadeo entrecortado contra mis labios cuando, sin dejar de besarla, mis manos tocaron las tiras de su sujetador y comenzaron a bajarlo por sus hombros. Busqué, a ciegas, el broche en su espalda cuando ella se inclinó hacia mí, y tan pronto como hizo click lo lancé a algún lugar de la habitación. Con un movimiento demasiado rápido para mí, Beverly nos cambió de posición a ambos. Yo quedé con la espalda recostada contra la cabecera de la cama y ella se sentó en mi regazo, con ambas piernas a cada lado de mi cuerpo.
—¿Demasiado rápido? —murmuró, acercando su rostro al mío. Empezó a moverse lentamente encima de mí, haciendo que mi miembro ya caliente rozara a propósito con su feminidad, separados únicamente por la fina tela de nuestra ropa interior—. Te gusta cuando te jalo, lo veo en tu cara.
Le sonreí de lado.
—Me gusta más cuando estás así, encima de mí.
—Entonces no lo cambiemos.
Y acto seguido volvió a comerme la boca de la manera más deliciosa posible. El calor de la habitación pareció aumentar a un trescientos por ciento en el momento en el que sus movimientos de roce se hicieron más frecuentes, tanto que no resistí mucho tiempo más así. Beverly echó la cabeza hacia atrás cuando me estiré hacia adelante y atrapé su pecho izquierdo con mi boca, mientras que ella me sostenía del cabello y mis manos se apresuraban a tomar el elástico de su ropa interior y a bajarlo de manera torpe. Se estremeció ante lo que hacía sobre ella, tanto que una hilera de gemidos inundaron el cuarto de forma casi instantánea. No fui consciente del momento en el que volvió a inclinarse sobre mí, de nuevo recostados en lugar de sentados, y bajó la última pieza de ropa que tenía encima. Dejó un camino de besos desde mi clavícula hasta mi barbilla, y antes de tocar mis labios, me susurró con la respiración agitada:
—¿Dónde están los gorritos?
—Nada —negué con la cabeza—. Aquí no tengo.
Se irguió de golpe.
—¿Cómo que «aquí no»? ¿En dónde demonios sí tienes y con quién los usas? ¿Con Steve, en su habitación?
Le puse mala cara.
—Esas cosas no se dicen en medio del sexo, Beverly Anne —ella me dedicó una sonrisita inocente—. No tengo porque, honestamente, no creí que llegaría tan lejos contigo. ¿Qué hay de la pastilla?
—Hace como un año que no tomo eso, razón por la cual ahora mismo tenemos una semillita en el otro cuarto —me recordó, haciendo una mueca.
Se me escapó un suspiro y me pasé las manos por el rostro. Dios, el pene ya me dolía por la presión, y si lo dejaba así iba a ser insoportable. Además, ¿cómo se suponía que iba a dejar a semejante monumento de mujer que tenía en frente así, sin nada? Existían otros métodos que podía tomar en la mañana, y la verdad es que no se trataba de mucho problema. Pero no era muy recomendable tener otro bebé en camino con un tío violador suelto y con el gobierno respirándonos en la nuca.
—Post-day en la mañana. Tú organismo no es el de una mujer corriente, la dichosa cuarentena contigo no aplica. Estabas intacta a los cinco días de haber dado a luz —concluí, de forma rápida. Ella negó con la cabeza..
—No creo que eso sea... ¡Oh!
Echó la cabeza y la espalda hacia atrás en cuanto la penetré sin aviso alguno. Después de acostumbrarse a la sensación, empezó a moverse rítmicamente, meneando las caderas y haciendo que el éxtasis subiera hasta el límite.
* * *
Harper encendió el televisor de la sala justamente en el canal en el que transmitían en vivo la sesión de la ONU para ratificar los acuerdos. La castaña se rascó la nuca y se lanzó de espaldas al gran sofá de cuero negro mientras suspiraba. Los abuelitos Blackwell también estaban en la sala, con los ojos pegados al televisor.
—Entonces no tengo que meterme en esto, ¿verdad? —volvió a preguntar Harper, con cautela. Beverly negó con la cabeza desde el otro sillón, sentada junto a mí y con Edward sobre sus piernas encima de una almohada de extraña forma redonda.
—En absoluto. El gobierno no tiene idea de quién eres ni lo que puedes hacer, y yo te prometo asegurarme de que siga siendo así. Los acuerdos sólo nos molestan a nosotros, al menos por ahora.
—Define «molestar» —le pedí. Ella alzó una ceja.
—Sabes a lo que me refiero.
—El papel y la pluma te están esperando arriba —le recordé—. Firma ese y lo próximo que firmarás será el acta de matrimonio entre nosotros.
Beverly se echó una risotada al mismo tiempo que su prima.
—Ya te dije que no sé si voy a firmar eso.
—No lo firmes, niña —saltó el abuelo Dave—. No le firmes nada a este pelmazo. ¡Pfffffff! Stark —farfulló, sin despegar la vista del periódico—. Lo único bueno que le ha salido es mi bisnieto. El prodigio para mi Bevs era Clinton.
Torcí los ojos.
—Yo también te quiero, abuelo —musité con una falsa sonrisita. El viejo canoso ni siquiera alzó la vista, sólo masculló en voz alta:
—Yo nunca dije que te quisiera, asqueroso.
—¡Dave! —lo regañó la abuela Hannah, dándole un manotazo a la mesa—. Tony es una gran pareja para mi Bevs. Que Clinton jugara sudoku contigo todas las mañanas no quiere decir que él se fuera a casar con ella.
El viejo entornó los ojos y soltó el periódico, luego clavó la vista en Harper, que se estaba chupando el pulgar con la mirada ausente. Qué vampiresa más extraña.
—Harper Makenna —la llamó—. Tienes prohibido salir con algún hombre que tenga poderes mágicos o esté relacionado con este pelmazo —me señaló. La castaña pestañeó, confundida.
—¿Y mujeres con poderes?
—¿Te gusta una mujer con poderes?
—Pues, tuve una novia en Hiron que tenía poderes. Debes ser más específico, abuelo —le dijo, encongiéndose de hombros—. Tuve un crush momentáneo con el Capitán América cuando llegué por primera vez, ¿eso cuenta como poderes?
Me sobé las sienes con fastidio. ¿Qué clase de conversaciones eran estas, por el amor a Dios? Gracias al cielo que Edward no podía entender nada, de lo contrario iba a preguntarse por qué tenía un bisabuelo tan raro y una tía tan transtornada.
—Bueno —alargó Bevs, notablemente perturbada por el giro que llevaba la conversación—. Suficiente de esa conversación por hoy. Veamos las noticias mejor, esto ya va a empezar. Cielo, hay que telefonear a Victoria y a Nat cuando acabe —me recordó, a lo que yo asentí.
—Yo llamo a la vieja y tú a la rusa.
Después de eso, Beverly tomó el mando del televisor y le subió volumen para que todos escucharamos. Automáticamente todos guardaron silencio, y comenzaron a prestar atención a lo que estaba pasando en la pantalla.
El día había llegado, los acuerdos serían firmados y ratificados en Viena. Natasha había asistido en representación del equipo, aunque sólo una parte de nosotros había firmado. Rhodey, Visión, y yo. Beverly estaba indecisa, al igual que Wanda, y en cuanto a Victoria y Natasha, iban a hacerlo después de que la presión mediática se redujera un poco. Por supuesto que Rogers no firmó, ni firmaría, por nada del mundo, y Wilson seguía su ejemplo de manera firme y directa. Preferí no sopesar esa situación con detenimiento, en su lugar me concentré en lo que decían los reporteros en la televisión.
—Estamos en el edificio de las Naciones Unidas —narraba un muchacho de cabello marrón—. Hoy, ciento diecisiete países se reúnen para ratificar los Acuerdos de Sokovia y poder regular las acciones de los Vengadores en el mundo. En estos momentos el Rey T'Chaka, del Reino de Wakanda, comienza a dar el discurso de apertura. La asamblea ha entrado en sesión.
De pronto la respiración comenzó a pesarme, como si el aire que entraba por mis pulmones pesara mil kilos. Capté de manera insoportable la forma en la que Beverly aguzaba la vista hacia la pantalla sin dejar de acariciar la manito de Edward, que seguía dormido, pero sin alterar aquel matiz serio que había adoptado su semblante. Cuando las cámaras dejaron de mostrar a los reporteros y enfocaron el interior del panel, con el Rey T'Chaka en el micrófono, la tensión incrementó de manera palpable.
—Cuando se usó vibranium robado de Wakanda para crear un arma terrible, en Wakanda nos vimos obligados a cuestionar nuestro legado —habló, en tono solemne y con las manos frente a él—. Esos hombres y mujeres asesinados en Nigeria, eran parte de la buena voluntad de un país que ha existido en la sombra. No dejaremos, sin embargo, que este infortunio nos obligue a flaquear. Pelearemos para mejorar el mundo al que deseamos unirnos. Agradezco a los Vengadores por apoyar esta iniciativa. Wakanda se enorgullece en extender su mano en paz...
Un hombre echó a correr en dirección al Rey, gritando algo prácticamente ininteligible, y entonces el edificio explotó.
—¡Natasha está ahí! —chilló Bevs, dando un saltó fuera del sillón con Edward en brazos—. ¡Hay que llamar a Steve, ahora!
Salí disparado detrás de ella.
—Pusieron una bomba... FRIDAY, ¿qué tienes? ¿Qué está pasando en Viena?
—Aún no se emiten las señales, jefe —respondió—. Hay tweets de personas que estaban cerca, dicen que explotó un camión que estaba adyacente al edificio. La CIA ya está en escena.
—Tan pronto como tengas algo me lo haces saber —le ordené.
—Entendido, jefe.
Aquello era la cereza del pastel. ¿A quién demonios se le había ocurrido bombardear la ONU? Justo en el día de la firma de los acuerdos. La jaqueca me volvió de a poco, y me tuve que pasar una mano por el rostro por el repentino cansancio que estaba atravesando.
Beverly dio media vuelta regresando hasta la sala.
—Steve no responde —masculló entre dientes—. Estoy intentando con Sam y Victoria.
—¿Acaban de bombardear las Naciones Unidas? —preguntó Harper desde el sofá—. Eso es terrorismo.
—Quien sea que lo haya hecho no está de acuerdo con las medidas —respondí, tras tragar saliva.
Estiré los brazos en dirección a Bevs para que me pasara a Edward. Ella lo hizo, y continuó con los ojos pegados a su celular. Marcando y marcando los números sin obtener respuesta alguna.
Durante los siguientes cuarenta y cinco minutos lo pasamos en blanco. Beverly se movía de un lado al otro en la casa mientras hablaba por teléfono con múltiples personas y autoridades, tratando de dar con el paradero de Natasha. Pasó un rato antes de que pudiera comunicarse con ella. Mucho rato tuvo que pasar para que pudiéramos tener una respuesta concisa. No habíamos cambiado las posturas, pues seguíamos en la sala de la casa, pero ahora era Harper la que tenía a Edward sobre su regazo. Los abuelos se habían ido a su habitación, pues en estos momentos de tensión no se sentían nada cómodos.
Pero ese pequeño inconveniente ahora me había disparado los nervios también. ¿Por qué todo debía ser un desastre en todos los sentidos? Ni siquiera el camino que parecía correcto estaba libre de la catástrofe.
—Jefe, la ONU ya emitió el comunicado —me avisó FRIDAY—. La bomba estaba escondida en una camioneta de prensa, más de setenta heridos y doce fallecidos, entre ellos el Rey T'Chaka de Wakanda. Tienen un vídeo del sospechoso, y se le identificó como James Buchanan Barnes. El Soldado del Invierno.
Mierda. Si Barnes había hecho eso, entonces eso significaba que...
—¿Qué tenemos de Rogers? —pregunté en manera automática. Si Barnes estaba involucrado entonces el rubio no tardaría en hacer acto de presencia, y como no había firmado los acuerdos...
—El Capitán Rogers apagó su celular.
Beverly exhaló y se pasó una mano por el pelo. Me lanzó una larga mirada por un segundo antes de murmurar:
—No va a dejar pasar esto, Tony. Él es su amigo.
—Un amigo que voló la ONU. Por una vez va a tener que hacerse a un lado —le respondí con actitud.
—Entonces tenemos que ir —decidió la pelinegra—. Se va a meter en un lío tremendo si va tras Barnes, y dudo mucho que podamos evitar que lo haga.
Tomé una bocanada de aire y rebusqué en mi pantalón.
—Voy a llamar a Victoria. Ella va a saber qué hacer ahora que Barnes apareció.
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