31 ━━━ Ancestral call.
━━━ ❛ HOMINEM XI ❜ ━━━
TONY STARK
Un par de semanas después.
Edward se metió mi dedo a la boca, y si Beverly nos llegaba a ver nos iba a gritar. Pero mi hijo sonreía cada vez que mi dedo se acercaba, ¿cómo le decía que dejara de hacerlo? Lo iba a malcriar, pero valía la pena. Aunque la verdadera razón por la que estaba permitiendo que mi hijo me chupara el dedo de manera nada higiénica era porque trataba de evitar escuchar lo que Beverly estaba viendo en la televisión. Qué ganas que tenía esa mujer de carcomerse los nervios. Pero la entendía, por mucho.
El último mes había sido un desastre, en todos los sentidos.
Después del incidente en lagos con Maximoff y la pequeña disputa de Beverly en Manhattan con su tío, la presión mediática le había caído al equipo como abejas a la miel. El peso que íbamos a tener encima parecía acercarse y aumentar con cada segundo que pasaba, y prueba de eso era que el secretario de estado me había llamado minutos antes para confirmarme su visita al complejo.
Estaba cargando demasiado peso y sólo había encontrado una manera de aligerar la carga. El gobierno me había contactado de forma directa hace un par de días para notificarme la decisión que habían tomado con respecto a nosotros, pues ahora habían decidido establecer los dichosos Acuerdos de Sokovia, creados única y exclusivamente para regular las acciones de los Vengadores en el mundo. Ellos alegaban que habíamos causado demasiados destrozos con el paso de los años, que habíamos hecho mal uso de la confianza que habían depositado en nosotros y todo había terminado con la pérdida de personas inocentes, así que, por ende debíamos ser supervisados y controlados. Y lo peor era que tenían razón; después de la batalla de Nueva York, lo que provoqué con Ultron, lo de Lagos, lo de Manhattan... Desastre tras desastre, prácticamente incontenible.
Y por eso yo estaba de acuerdo con ellos.
El problema venía en que me lo había callado y nadie sabía que estaba a minutos de meterlos en una reunión con Ross. Ni siquiera Beverly estaba al tanto de lo mismo, pero guardaba la esperanza de que no se pusiera como loca al respecto. Pero lo dudaba, pues en el último mes había estado más paranoica que de costumbre. Después del encontronazo con su tío en Nueva York, le perdió la pista en todos los sentidos. Parecía que la tierra se lo hubiese tragado, porque no volvió a aparecer ni a darle señales. La falsa paz la perturbaba, la atormentaba, y sólo conseguía tenerla pegada a Edward a cada segundo pues vivía con el miedo de que un pestañeo ya no estuviera en su cuna. Estaba mortificado por ella, sentía que me estaba ahogando con tanta cosa que sucedía alrededor de nosotros, y la mañana de este día fue la cereza en mi pastel de catástrofe.
El resto del equipo había tratado de seguir adelante como si nada después de lo de Nigeria, concentraban su atención en el día a día y sus problemas propios. Al fin y al cabo, todo el mundo tenía una manera de lidiar con el estrés. Yo había volcado mi atención hacia los estudiantes del MIT, hacia la Fundación Septiembre, por lo que en tempranas horas de la mañana me acerqué a dar un discurso y esparcir la noticia de que había financiado todos y cada unos de sus proyectos. Además, me sirvió para dar a conocer el nuevo prototipo con propósitos terapéuticos que había desarrollado; la tecnología BARF —aunque probablemente debería llamarle «mil maneras de lidiar con mis traumas personales»—. No puedo mentir o hacerme el desentendido y decir que la culpa no me carcome vivo con respecto a la Batalla de Sokovia, porque sí lo hace. El hecho de que trate de girar mi atención a otros problemas, como tratar de evitarle penas a Beverly, remodelar innecesariamente el complejo, hacerle mini trajes como el mío a Edward en caso de que necesite protegerlo de algo... Nada de eso significa que no deje de pensar día con día en lo que sucedió.
Y ahora que había conocido la historia de Charles Spencer, jamás podría olvidarlo. Su madre, apabullante como sólo ella podría ser, me había culpado en la cara por lo sucedido. ¿Y cómo podría yo poner objeción alguna cuando era cierto? Aquello sólo era una prueba más de que necesitábamos los Acuerdos. De que necesitábamos ser controlados.
Estaba dispuesto a aceptar lo que fuera necesario para garantizar eso.
Pero mi hijo era ese rayito de luz que me sacaba de la pena en la que estaba sumergido. Esos ojazos azules como el cielo eran lo suficientemente fuertes como para hacerme creer que aún podía hacer algo bueno, y que él era el motivo para ello.
Bufé después de pensar en eso. El hijo de Beverly me acababa de vomitar la mano y parte de mi traje Dolce & Gabanna.
—Muñeca, tu hijo acaba de vomitarme.
La pelinegra asomó la cabeza por el umbral de la puerta que daba a la cocina y me miró con cara de pocos amigos.
—¿Mío nada más? —hizo un sonido de indignación—. Si no mal recuerdo, yo no me lo hice con el dedo. Me lo hiciste tú con...
—Señor Stark —habló FRIDAY, interrumpiendo el alegato de la pelinegra—. El Secretario Ross está llegando a las instalaciones.
Beverly se acercó y me sacó a Edward de encima. Alzó una ceja, de manera inquisidora, y me miró de arriba a abajo antes de alejarse para limpiar al bebé.
—Tony, ¿qué está haciendo el Secretario de Estado en el complejo? —me preguntó con un inusual tono dulce en la voz. Definitivamente se estaba haciendo ideas.
Me rasqué la nuca y me llevé una mano al bolsillo. Qué momento tan oportuno, ahora que por fin teníamos la casa sola, teníamos que atrevesar esto. Beverly iba a estallar, lo presentía, lo veía venir, estaba seguro.
—¿Recuerdas que me llamó hace un par de semanas? —ella asintió—. Me habló acerca de la presión mediática, ahora no solamente son los medios de comunicación los que tienen el ojo encima de los Vengadores, sino también los gobiernos del mundo.
Ella no me miró, siguió con los ojos puestos en Edward mientras lo limpiaba.
—¿Y podrías decirme si lo que te pasó en el MIT esta mañana tiene algo que ver con esto?
Volví el rostro, sin ganas de quedarme mirándola. Bueno, en realidad ya había tomado esa decisión mucho antes de lo que sucedió en la mañana. Eso solamente había sido la gota que derramó mi vaso de la paciencia y la estabilidad.
—Lo consideré mucho antes de eso —contesté, sorbiendo por la nariz. Beverly asintió, levantó a Edward y lo acunó contra su pecho.
—Cielo, no puedes tomar decisiones serias basándote en un sentimiento de culpa —me dijo, avanzando hasta a mí y parándose frente a mis ojos. Su rostro se tornó delicado y cauteloso—. Ningún sentimiento es bueno al momento de tomar una decisión, esas cosas deben tomarse con neutralidad.
—¿Siquiera puedes considerarlo? Sólo te pido eso. Escucha lo que Ross tiene que decir, y luego lo discutimos. Aceptaré tu posición, sea cual sea.
—Confío en ti, en serio lo hago, pero no creo que involucrar al gobierno ayude en nada ahora mismo —torció el gesto.
Exhalé un suspiro.
—Si no hacemos esto ahora va a ser peor después —dije—. Es mejor no poner resistencia ante algo que nos puede costar mucho.
—Lo haces sonar como si fuera algo muy grande. Tony, ¿qué está pasando en realidad?
Moví la cabeza, buscando el rostro de Edward para acariciarlo. Más bien estaba buscando un poco más de fuerza en ese momento que sentía como si me estuviera sofocando.
—Sólo quiero asegurarme que no me vas a dar la espalda. Somos un equipo, ¿lo recuerdas? No harías nada que pudiera separarnos a los tres, ¿o sí?
Beverly se mordió el labio inferior. Se inclinó un poco hacia adelante, y sacó una mano para acariciarme el rostro con cuidado.
—Estoy de tu lado. Te prometo que lo estoy —susurró, para después besarme.
* * *
Ross suspiró.
—Ah, hace cinco años sufrí un infarto. Y me desmayé, justo a la mitad de hacer mi swing —nos contó, de pie frente al escritorio y haciendo ademanes con sus brazos—. Esa resultó ser la mejor ronda de mi vida, porque después de trece horas de cirugía y un triple bypass, aprendí algo importante que cuarenta años en el ejército jamás me enseñaron: perspectiva.
Mantuve el rostro neutral hacia en frente. No había necesidad de reparar en el resto, más que todo porque temía las reacciones a la noticia. Todos estaban sentados en el escritorio, menos yo, que preferí quedarme en una silla en la esquina junto al barandal de las escaleras. Demasiado lejos, demasiado consternado para unirme a ellos. Demasiado informado.
—La deuda del mundo a los Vengadores nunca podrá pagarse —continuó diciendo Ross—. Ustedes han peleado por nosotros, nos han protegido, y arriesgado sus vidas. Pero, si bien hay un gran número de personas que los consideran héroes, hay otros más que prefieren llamarlos vigilantes.
—¿Y cómo nos llamaría usted, señor secretario? —preguntó Romanoff, esbozando una mínima sonrisa en ese rostro de alabastro blanco.
Ross alzó las cejas.
—Los llamo peligrosos. ¿Cómo llamarían a un grupo de individuos, alterados, cuya base está aquí, que ignoran continuamente las fronteras e imponen su voluntad dónde les place, y a quiénes con franqueza, no les importa el caos que van dejando a su paso?
Capté justo a tiempo el momento en el que Beverly giraba el cuello hacia mí, buscando mis ojos. Pero no me quedé mirándola, porque no podía hacerlo. Preferí clavar los ojos en el frente, viendo como Ross atravesaba el frente de la mesa para detenerse en la esquina y encender la pantalla de enfrente.
El mapa de Nueva York apareció en pantalla.
—Nueva York —anunció Ross, mostrándonos las imágenes de la batalla contra los Chitauri—. Washington DC —de nuevo, las imágenes de la caída de SHIELD adornaron la gran pantalla, haciendo que Sam Wilson bajara la cabeza ante los recuerdos—. Sokovia...
Sentí un retortijón en el estómago. Ver los edificios cayendo de nuevo, el recuerdo de Ultron llenándome la mente, casi podía escuchar los gritos de las personas detrás de mi cabeza. Casi podía rememorar la voz de Ultron, el desastre, la subida, la caída... Me incliné hacia adelante, apoyando mis codos sobre mis rodillas cuando el corazón comenzó a latirme con furia. Bajé la cabeza.
—Lagos —finalizó Ross con el último incidente en Nigeria de hace un mes—. Y sin contar la explosión de la guardería en Manhattan.
Simultáneamente, Beverly y Maximoff bajaron los rostros y los giraron en otra dirección. Ellas habían sido las principales implicadas de ese par de incidentes, y todavía estaban atormentadas por eso. Aquello lo encontré cruel, el hacerlas pasar por esa situación de nuevo, pero supuse que esa era la intención de Ross: recordarnos de manera hostil todos y cada uno de nuestros errores para justificarse aún más.
Pero era obvio que Steve se estaba hastiando.
—Con eso basta —musitó, dándole un golpecito a la mesa.
Ross asintió.
—Los últimos cuatro años han operado con un poder ilimitado y sin supervisión. Un arreglo que al final los gobiernos del mundo ya no desean tolerar. Pero quizá tengamos una solución —se giró hacia su acompañante, a lo que éste le pasó el inmenso documento de casi seiscientas páginas que los haría a todos temblar—. Los Acuerdos de Sokovia; aprobados por ciento diecisiete países que manifiestan que los Vengadores dejarán de ser una organización privada y pasarán a trabajar bajo la supervisión de un panel de las Naciones Unidas sólo cuando y si ese panel lo considera necesario.
—El equipo se formó para hacer del mundo un lugar más seguro. Y lo hemos hecho así —replicó Rogers, sin alzar la cabeza.
El secretario Ross mantuvo las manos en su espalda y no borró la expresión gélida de su rostro.
—Dígame, capitán, ¿usted tiene idea de dónde están Banner y Thor ahora? Si se me pierden dos bombas de treinta megatones créame que habrán consecuencias. Compromiso, seguridad... Así funciona el mundo. Créanme, este es el punto medio.
—Entonces —alargó Rhodes—, hay contingencias.
Victoria se aclaró la garganta.
—¿Estos acuerdos ya son oficiales?
—La ONU se va a reunir en Viena en tres días y ratificará los acuerdos —respondió Ross. Inmediatamente, Rogers me lanzó una mirada incrédula que no fui capaz de sostener—. Discútanlo.
—¿Y si tomamos una decisión que no les agrade? —inquirió Natasha en voz baja.
Ross detuvo su salida y la miró directamente a ella.
—Entonces se retiran.
* * *
Tenía la cabeza pegada al pecho de Beverly, sintiendo como ella me acariciaba el cabello, pero ni siquiera eso fue capaz de disminuir mi jaqueca. Y que Sam y Rhodes estuvieran gritándose mutuamente me enervaba.
—El secretario Ross ganó la medalla de honor del congreso. Es una más de las que tú tienes —bramó Rhodes.
—Supongamos que aceptamos firmar, ¿en cuánto tiempo comenzarán a seguirnos el rastro como a un montón de criminales? —contraatacó Wilson.
—Quieren firmar ciento diecisiete naciones. Ciento diecisiete naciones, Sam, pero según tú aquí no pasa nada.
—¿¡Aún quieres servir a dos partes!?
—Yo tengo una ecuación —intervino Visión. Wilson silbó.
—Ah, él nos dirá quién está bien.
Antes de que Visión comenzara a hablar, medio levanté la mano que tenía sobre mi rostro y eché un súbito vistazo a mi alrededor. Beverly tenía la mirada ausente, parecía que me acariciaba el cabello en piloto automático y no fuera consiente de los movimientos que hacía. Natasha se miraba las uñas, en silencio. Rogers era el único que estaba ojeando el dichoso documento, porque Victoria estaba de pie en la esquina más alejada del salón con los brazos cruzados firmemente sobre el pecho y sus ojos atravesando el ventanal.
—Ocho años después de que el señor Stark revelara ser Iron Man, de pronto el número de personas alteradas ha crecido exponencialmente —repuso Visión, en tono cortés—. Y, durante el mismo período, el número de amenazas de destrucción del mundo creció de igual manera que estos.
—¿Dices que es nuestra culpa? —quiso saber Steve, aún hablando en tono bajo.
—Opino que tal vez haya una causalidad. Nuestra fuerza origina el afán de retarnos, y ese reto incita al conflicto. Y el conflicto... produce catástrofes. Ser vigilados, quizás sea una idea que todos querramos tomar en cuenta.
—¡Boom! —Rhodes comenzó a regodearse.
Por favor. En ese momento de mi vida los odiaba a todos, en serio lo hacía. ¿Por qué demonios no podían tener la mente un poco más abierta? ¿Por qué todos siempre esperaban a que Rogers tomara la decisión para ellos después seguirlos? ¿Qué estupidez era esa de resguardarse detrás de la voz de la moralidad y el patriotismo? Bueno, aunque quizás yo también estuviera pensando como un idiota, por mucho.
Si algún chituauri arriba de nuestras cabezas tiene ganas de abrir un enrome agujero de gusano que me succione, este es el momento indicado. Gracias.
Natasha me llamó, así que, de mala gana, tuve que sacarme la mano con la que me cubría el rostro.
—Tony —me dedicó una sonrisita inocente—: Es poco usual que no nos honres con tu hiper-verbosidad.
—Es porque ya decidió cómo va a votar —repuso Rogers.
Me eché hacia adelante, saliendo del regazo de Beverly y sintiendo como me palpitaba la cabeza. Madre mía, ¿uno podía morir de jaqueca? Mal día para no firmar mi testamento, ahora todo quedaría en el complejo si fallecía en ese momento.
—Hombre, me conoces muy bien —mascullé—. En realidad tengo una jaqueca electromagnética. Eso es lo que tengo, Cap, simple dolor. Incomodidad —caminé en dirección a la cocina para buscar alguna pastilla mágica para la jaqueca—. ¿Quién pone restos de café en el triturador? ¿Esto les parece un hotel para pandilleros? —resoplé, lanzando la taza de mala gana sobre el mesón.
Dios, sentía que me estaba muriendo en serio. Qué mal humor me gastaba.
Le eché un vistazo a los rostros de todos antes de lanzar también el celular sobre la canasta de la fruta. Les iba a contar acerca del joven Charles Spencer, con la esperanza de que así pudieran entender la situación y tomaran la decisión correcta. O al menos eso esperaba yo.
—Ah, él es Charles Spencer por cierto —dije en tono sarcástico—. Es un gran chico. Estudió ingeniería en computación con promedio sobresaliente, tenía un trabajo sencillo, Intel lo aceptó para el otoño. Pero primero decidió que quería vivir un poco, antes de encadenarse a un escritorio —mientras hablaba, me servía una taza de café y me volvía para escrutar las expresiones de sus rostros. La única que no se giró a verme fue Beverly, porque ella ya se conocía la historia—. Ver el mundo. Quizás servicio comunitario. Charlie no quiso ir a Las Vegas o Fort Lauderdale que es lo que yo hubiera hecho. No quiso ir a París o Armsterdam, algo divertido. Decidió pasar todo su verano edificando casas para los pobres, ¿dónde creen? Sokovia.
La pelinegra soltó un suspiro tan alto con la intención de que yo la oyera, por supuesto. Pero no detuve mi alegato.
—Tal vez quería hacer la diferencia, no lo sabremos. Le echamos un edificio encima mientras pateábamos traseros —escupí, y de repente las palabras tuvieron un sabor ácido en mi boca. Tomé café—. No necesito tiempo para decidir. Necesitamos que nos controlen. Sin importar qué haga falta yo entro. Si no aceptamos limitaciones no habrá control y seremos iguales que los malos.
—Tony —me llamó Steve—, si muere alguien a tu cargo no te rindes jamás.
—¿Quién se dio por vencido?
—Lo hacemos si no nos responsabilizamos de nuestros actos, y este documento sólo transfiere la culpa.
Rhodes abrió la boca con asombro.
—Steve, eso es peligrosamente arrogante. Hablamos de las Naciones Unidas, no del consejo de seguridad mundial, ni de SHIELD, ni de HYDRA..
—No —lo interrumpió el rubio—, pero lo manejan personas con agendas y las agendas cambian.
Avancé hacia ellos.
—Y eso es bueno. Eso me trajo aquí cuando entendí lo que mis armas eran capaces de hacer en manos erróneas. Dejé de hacerlas, cerramos la producción.
—Tú fuiste quién eligió hacerlo, Tony. Firmar esto es conceder nuestro derecho a elegir —contestó Rogers—. ¿Y si nos envían a un lugar al que no queremos ir? ¿O si tenemos que ir a un lugar y ellos no nos dejan? No somos perfectos, pero aún están más seguros con nosotros.
Por primera vez en todo el rato que teníamos allí, Beverly se puso de pie. Tenía una mueca de contrariedad en el rostro y los brazos caídos a cada lado de su cuerpo.
—Cariño, no va a hacer ninguna diferencia —murmuró hacía mí, pero luego alzó la voz para que todos la escucharan—. Los desastres no se van a detener. El gobierno no va a impedir que otro Loki quiera gobernar el mundo, ni que otro Ultron quiera arrasar con todo. Siempre van a estar allí, e inevitablemente van a causar destrozos. Firmar esos acuerdos es hacerse a un lado y dejar de proteger a aquellos que no pueden cuidarse solos...
—Beverly...
—Lo siento, Tony. Pero no puedo esperar a que el gobierno me dé una carta de aprobación para ir a salvar a mi hijo en caso de que me necesite.
Golpe bajo. Muy bajo. Me pasé una mano por la cara, exasperado.
—Si no hacemos esto ahora nos obligarán a hacerlo después. Eso es un hecho, y se pondrá feo.
—Dices que vendrán por mí —musitó Maximoff con la voz ronca. Visión ladeó la cabeza.
—Podemos protegerte.
Victoria cruzó la habitación en un parpadeo, y pronto se paró a mi lado con el semblante cansado.
—Quizás no lo vean ahora, pero la mejor opción es firmar esos acuerdos —dijo—. Hemos hecho las cosas con la mejor de las intenciones, siempre ha sido así, pero hemos actuado de manera imprudente en todas y cada una de esas situaciones. Perdimos demasiadas vidas. Nuestro trabajo es mantenernos juntos para garantizar la protección de las personas, para garantizar su estabilidad y la nuestra. Tratamos y nos esforzamos por mantenernos juntos en un mundo en el que es prácticamente imposible, y es lo que debemos seguir haciendo. Estos acuerdos nos permiten seguir juntos, que es lo más importante de todo. Al final, no importa si hay papel o no, siempre vamos a luchar por las personas.
—Tal vez Tony tiene razón —Natasha resolló—. Si tenemos una mano en el volante aún podemos guiar, si la retiramos...
Sam se inclinó hacia ella con los ojos abiertos como platos.
—¿No eres la mujer que le dijo al gobierno hace unos años que le besara el trasero?
Ella asintió.
—Nada más exploro el terreno. Cometimos errores demasiado públicos, hay que recuperar su confianza.
Pestañeé incrédulo. Semejante alegato era todo un detalle por parte de la pelirroja. Así que inevitablemente me tuve que inclinar hacia ella, sorprendido.
—A ver, a ver, ¿escuché mal o estás de acuerdo conmigo?
—Ay, me quiero retractar.
—No, nada de retractarse. Ok, caso cerrado. Gané.
Steve vio algo en su celular... Y dio un salto fuera del sillón.
—Victoria, tenemos que irnos. Ya.
* * *
Resultaba que tanto Rogers como Victoria habían recibido una noticia fatal para ellos. Peggy Carter había fallecido. Ahora, el par de esposos estaban haciendo los arreglos necesarios para marcharse a Londres y poder atender a su funeral. Me sentí mal por ellos, especialmente porque yo también había conocido a la Agente Carter. Pero eran esos dos los más apegados a ella, pues era el último vínculo que tenían con su vida de los años cuarenta. El último trozo de pasado que tenían vivo se había terminado marchando también.
En ese complejo estaban lloviendo los malos ratos. Con todo lo de los acuerdos, y con los dos pilares marchándose a Londres... ¿Qué camino iban a terminar tomando? Natasha había decidido ir a Viena, a la firma de los acuerdos. Rhodes y Visión se mantenían firmes, Maximoff parecía estar dubitativa, y Wilson haría lo que fuera para seguir el camino de Rogers. Y en cuanto a Beverly... Realmente no lo sabía. Se había quedado callada, asimilando, pero no tomaba una decisión concreta. Aunque en realidad no había mucho que me pudiera imaginar, sus palabras habían sido mortales y directas. Ella estaba totalmente en contra.
Pero, por supuesto que yo podía hacerla cambiar de parecer. Y era lo que haría.
La noche había caído para cuando me encaminé hacia el auto en compañía de Beverly. Edward estaba esperándonos en casa y estábamos ansiosos por irnos de una buena vez, sin embargo, nos detuvimos en seco al ver a Victoria recostada de su auto y llorando a moco suelto.
—Oh, viejita, ven acá —murmuré, avanzando hasta ella y envolviéndola en un abrazo que ella aceptó de inmediato—. Sé que esto es muy difícil para ti. Pero Peggy no era ninguna jovencita, tú lo sabías...
Su voz salió como un gorgoteo.
—Ella me atacó de nuevo. Lo hizo otra vez.
—¿Quién, Vi? ¿Quién te atacó de nuevo? —preguntó Beverly, sobándole la espalda a la castaña. Ella se alejó con cuidado de mis brazos y volvió a recostarse del auto, para luego pasarse una mano por el rostro.
—Mi antigua enemiga sin rostro. La inmortalidad.
Ahogué un suspiro. Mi pobre Victoria, qué horrible situación por la que tenía que pasar. Ella había estado presente en mi vida desde que sólo era un bebé, crecí conociéndola de la misma manera en la que lo hago ahora. Su rostro siempre había permanecido igual, nada había cambiado ni un poquito. Mi padre la adoraba tanto que a mi madre se le ponían los nervios de punta y se ponía celosa como los mil demonios. Y, básicamente, yo no quería mucho a Victoria en mi juventud por ese mismo hecho. Me costó más tiempo del que era bueno admitir comprender que su corazón había pertenecido a Rogers por más de setenta años, y que el cariño que sentía hacia mi padre era uno totalmente opuesto.
—Dos veces —masculló, meneando la cabeza—. Dos veces en mi vida he experimentado esta clase de pérdida. Cuando perdí al amor de mi vida, Steve, y cuando perdí a mi alma gemela, a Howard. Y ahora que perdí a mi amiga más querida... —sorbió por la nariz—. Estoy cansada de ver irse a las personas que amo. De verlas desaparecer ante mis ojos mientras que yo no puedo hacer nada para evitarlo.
—No tenía idea de que hubieras sido tan cercana al papá de Tony —musitó Bevs, buscando la mano de la castaña. La aludida asintió.
—Mi amor verdadero fue ese sinvergüenza —soltó una leve risa—. Durante mis primeros doscientos años de vida estuve sola, en un vagaundeo sinsentido en el mundo de los humanos, sin realmente pertenecer a algún sitio. Y entonces conocí a Howard y a Peggy, y me acogieron en sus vidas, me aceptaron con todos y cada uno de mis tormentos, y me ayudaron a ser una mejor persona. El alma gemela no siempre es una pareja, Beverly, y Howard fue la mía. Por muchos años me cuidó, me protegió, me hizo su prioridad... Aún cuando era un incorregible de mierda. Cuando murió, me dejé caer en un vacío de desolación del que ni siquiera Peggy Carter fue capaz de sacarme. Perder a Steve, y después perderlo a él, fueron los peores momentos de mi larga vida. Al final pude recuperar a Steve, y Vera llegó a mi vida para sanar el dolor que dejó Howard tras su partida, pero esas cosas nunca dejan de doler.
—Vamos, vieja —le di un suave empujón—. Tú los amabas, y ellos a ti. Marcaste una buena etapa de sus vidas, quédate tranquila que ellos están bien.
La castaña asintió con cuidado.
—Bueno, supongo que no hay mucho que hacer. Me llevaré a Vera a Londres, Natasha se va a Viena, ¿ustedes qué harán?
—Nos quedaremos aquí —replicó Bevs—. En tranquilidad, espero.
En realidad, yo tenía una idea diferente a lo que quería hacer mientras estábamos solos. Una muy caliente y conveniente idea.
Usaría trucos sucios para hacerla cambiar de parecer con respecto a los acuerdos.
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