30 ━━━ Reason to cry.
━━━ ❛ HOMINEM X ❜ ━━━
BEVERLY BLACKWELL
Tony estaba apoltronado sobre la cama, con el torso desnudo y Edward encima de él. Le sobaba la espaldita con suavidad y cada tanto estiraba el cuello para ver si su hijo tenía los ojos abiertos o cerrados. Si los tenía cerrados, le picaba la nariz para que los abriera y luego dejaba un beso sobre su rostro. Inmediatamente Edward los volvía a cerrar, y el patrón se repetía.
Eran las diez de la noche, manteníamos una conversación con Harper después de todo el desastre del día. Los demás permanecieron en el complejo, demasiado atormentados con su misión como para reparar en otra cosa. Mis abuelos ya estaban dormidos para ese momento, mi pierna aún dolía y molestaba, por lo que trataba de no hacer movimientos bruscos y preferí quedarme en la cama junto a... ¿Mi novio? No tenía ni idea. Mejor decía que me quedaba junto a mi hijo. Allí no habían dudas del estatus de relación.
—¿Te cerró la herida de la cortada? —le preguntó Tony a Harper, a lo que ella asintió—. ¿No te parece que cerró un poco tarde, Satánico Pandemónium?
—Tony...
—El viejo tiene razón. Cerró demasiado tarde, no me pude curar mientras estuvimos cerca de Vladimir —Harper bufó.
Me llevé una mano a la nariz, tocando el vendaje que la sostenía. Dios, era por mucho lo que más me dolía y lo que al parecer se estaba tardando más en sanar.
—Hablando de eso —dije, sacándole a Edward de encima a Tony. Me gané una mala mirada por parte del pelinegro al hacer eso, así que tuve que volver a poner a mi hijo sobre su pecho—. Me dijiste que sólo podías hacer «eso» con algunas personas, que no funcionaba con todos. ¿Te importaría explicarnos más a fondo tus habilidades, prima? Además de que no tienes ningún conocimiento básico sobre defensa personal.
La castaña se revolcó en el sillón con aires exagerados, como si le hubiera pedido ir a arrear vacas o algo así.
—Es porque soy mestiza —masculló con la cara pegada contra el cojín—. Los hironianos o son brujos normales o son brujos especiales. Es decir, algunos sólo poseen las habilidades básicas de uno brujo; hacer pociones, abrir portales, mover una cosa por allí y otra por allá, pero los brujos especiales tienen dones más allá de los mágicos. Mi madre es una bruja por completo, pero mi padre no lo era, así que sólo el cincuenta por ciento de mí tiene el gen mágico. Por ende, sólo tengo la mitad de mi don.
—¿Y qué don es ese? —quiso saber Tony, volviendo a picar la nariz de Edward para que abriera los ojos.
Pobre de mi hijo, no lo dejaba dormir tranquilo.
—Tengo el don de leer el pensamiento, o como los científicos le dirían: telepatía. Pero sólo en esencia, no de manera exponencial.
—¿A quién de nosotros puedes leerle la mente, Harper? —inquirí, bastante más intrigada e interesada por el tema ahora que ya sabía qué hacía mi prima.
—A menos de los que me gustaría admitir —respondió, sacándose el cojín de la cara y mirándonos graciosa—. Sólo a Sam, a Rhodes, a nuestros abuelos y a Tony. Te sorprenderían los vívidos recuerdos que tiene tu novio de la noche que concibieron a mi sobrino.
—¡Largo de mi cabeza, maldita vampiresa, ya tengo suficiente con Maximoff! —chilló el pelinegro, ofendido.
Sacudí la cabeza. Probablemente mis mejillas habían enrojecido por la confesión, pero me causó mucha gracia el rostro de Harper luego de haber dicho eso.
—Es que no soy como ella —contestó sin dejar de reír—. Ella sí puede controlarlo, yo no tengo ningún tipo de poder sobre mi don. No puedo encenderlo o apagarlo, solamente está allí. Son las consecuencias de ser una raza mestiza.
—¿Crees que haya una explicación acerca del por qué no puedes leernos la mente a nosotros? —le pregunté.
Ella hizo un mohín de contrariedad.
—Bueno, ustedes también tienen poderes, creo que eso influye. El capitán es un superhumano, la señorita Clare es una, ¿semidiosa, según entendí? Tú también eres superhumana, Wanda es una alterada y Visión es un androide. Los demás son simples humanos, por eso creo que es más fácil con ellos.
—Pero no incluiste a Natasha en la lista de los que podías leer —apuntó Tony, con el entrecejo fruncido.
—Ah —Harper se rascó la nuca—. Es cierto, a ella tampoco puedo leerla. Pues será un misterio esa guapísima pelirroja.
Esta vez fui yo la que se echó a reír.
—El verdadero misterio eres tú, Harper. Qué cosa más extraña.
Ella se encogió de hombros.
—Me gusta lo extraño.
Tony resopló y se acomodó mejor a Edward cuando lo vio bostezar. La escena me causó mucha ternura, y me fue imposible no sonreír. Enseguida volví el rostro, fijándome de nuevo en mi prima que ahora le reía a su celular.
—¿Y qué hay de la falta de conocimientos de defensa? —alcé una ceja, llamando su atención. Ahora fue ella quién me miró medio avergonzada.
—En Hiron cambié las clases de lucha cuerpo a cuerpo por las de brujería avanzada. No tengo idea de cómo dar un puñetazo, pero sí sé hacer encantamientos que reviven a los muertos.
—Eso no es una buena idea, Harper. Nunca revivas a nadie.
—Si lo hiciera me ejecutarían —hizo una mueca—. Es inútil, te lo enseñan, pero si lo usas entonces te asesinan.
—Así funcionan la magia, niña —murmuró Tony, concentrado en los movimientos de Edward.
—Claro que no, anciano. ¿Qué vas a saber tú de magia? Lo único mágico que tienes es tu hijo.
Dios, este par era incorregible.
* * *
—¿Dónde está mi hijo?
—No es tu hijo, es mi hijo —le respondí a Victoria, que venía entrando a la casa.
La aludida me miró feo.
—Cuando tú mueras, yo me lo voy a quedar.
—¿Qué te hace pensar que voy a morir?
—Beverly, yo soy inmoral. La única que no va a morir soy yo, así que Edward será un Clare en un par de décadas —concluyó, sacando a mi hijo de mis brazos.
Qué indignación. Ya nadie me dejaba cargarlo, ni siquiera Tony me lo dejaba. Apenas y lo tenía cerca cuando debía alimentarlo, pero tampoco así lograba que el pelinegro me lo diera en su totalidad. Incluso había tomado el lado de la cama que estaba junto a la cuna.
Rodé los ojos. Era imposible discutirle eso, así que la dejaría quedarse con la idea de que sería la madre de mi hijo en un futuro lejano. Más bien le eché un ojo a Steve, que venía llegando también con Vera montada sobre sus hombros. Natasha los seguía de cerca. En el transcurso del día, yo aproveché que Tony no había salido a ningún sitio para que discutiéramos un tema al que le había estado dando vueltas desde hace un par de días:
Los padrinos de Edward.
Tenía mis opciones, pero realmente no quería tomar ninguna decisión sin conocer la opinión de Tony antes, por eso me lo había callado. Además, la situación no parecía la más idónea tomando en cuenta lo que había estado pasando. Pero, ahora existía una brecha leve de tranquilidad en el día después del incidente del día anterior, y la iba a aprovechar antes de que se desvaneciera y todo se volviera un desastre. Esa era una decisión importante para mí, no sólo porque serían personas que estarían vinculadas a Edward para toda la vida sino que también iban a encargarse de él en caso de que algo nos pasara a Tony y a mí. Así que, después de una conversación al respecto y de terminar en un acuerdo, los habíamos escogido.
Teníamos muchos más de los que era convencional, pero eran con los que nos sentíamos cómodos y seguros. Yo quería a Clint y a Victoria, por supuesto, y Tony quería que Steve y Natasha también formaran parte.
—No, no, no —refunfuñó Tony, bajando las escaleras en un santiamén y saltando hacia Victoria—. Dámelo. Beverly me lo secuestró, hace diez minutos que no lo veo. Suéltalo, vieja, le vas a pegar tus mañas y luego se va a encariñar con el capipaleta.
Yo iba a cometer un asesinato si no me dejaban pasar tiempo con mi hijo. Pronto.
—Ya se encariñó conmigo, estás tarde —le respondió el rubio, también entrando a la sala y bajando a Vera de sus hombros—. Él adora a su tío Steve, ¿verdad, campeón?
Edward chilló desde los brazos de Victoria.
—¡Dámelo antes de que sea demasiado tarde!
Entonces, Tony le sacó al bebé a Victoria de los brazos de un sopetón. La castaña se indignó y le dio un zape al pelinegro, que luego se quejó porque le había dolido.
—Qué idiotas son —murmuró Vera, con la vista pegada a su celular mientras jugaba Candy Crush.
—Tomate —la llamó Nat—. ¿Qué te pasó en las rodillas y en la cara?
—Sí, Vera, cuéntales qué hiciste anoche —la instó su madre, sacando la atención lejos de Tony y clavando los ojos en la pequeña pelirroja.
Anoche. A juzgar por la apariencia rasguñada de Vera, nosotros no habíamos sido los únicos metidos en un lío. Pero, ¿qué podía pasarle a ella? Bueno, en realidad ayer se había quedado sola. Con eso de que le había pedido a Victoria que le quitara a la niñera porque quería ser más independiente, no se quedó con nadie mientras sus padres se fueron a Nigeria y nosotros nos quedamos aquí para posteriormente tener un encontronazo con Vladimir.
Mi maldito tío.
Me lancé con cuidado al sofá de la sala, seguida por todos los demás. El dolor de la pierna se iba desvaneciendo de a poco, ya me podía mover con mucha más facilidad que antes, aunque mi rotura de nariz iba mucho más lenta que nada.
—Me salí a escondidas de casa y me fui a una fiesta con un chico —respondió de manera veloz, sin levantar la cabeza.
Steve frunció el ceño.
—A mí no me dijiste que estabas con un chico. ¿Quién es el chico? ¿Dónde vive? ¿Cómo se llama? ¿Qué edad tiene? ¿Dónde lo conociste?
—¿Es guapo? —intervino Natasha, alzando las cejas de manera inquisidora.
La cara de la pobre Vera se puso del color de su cabello. Tan roja como un tomate, y entonces soltó el celular y se cubrió el rostro con las manos, evidentemente avergonzada.
—¡Papá, no te voy a responder eso!
—Seguro es tu novio, ¿a qué sí? —agregó Tony, lanzándole una mirada pícara—. ¿Se están protegiendo?
Steve abrió los ojos como platos.
—¡Vera tiene quince, Tony, no es sexualmente activa!
—No lo eres, ¿verdad? —preguntó Victoria, mirándola a la espera. Su hija se sacó las manos del rostro y chilló mientras le daba una patada al piso.
—¡Claro que no, mamá!
—Dejenla en paz, por el amor a Dios —intervine—. La vida sexual de Vera no nos incumbe a ninguno.
—¡No hay ninguna vida sexual en la que inmiscuirnos! —volvió a chillar Steve.
Natasha se echó una carcajada limpia.
—Mejor dinos qué te pasó, tomate.
Vera bufó y se metió el celular en el bolsillo trasero de su pantalón. Aún tenía el rostro colorado, y había comenzado a sudar por todas esas cosas que habían dicho. Se pasó una mano por el pelo y se lo sacó de la cara, entonces, suspiró.
—Un camión se estrelló contra una tienda de televisores, yo iba pasando y me caí por el impacto. Caí cerca de un matero, me golpeé la cabeza y me corté las rodillas.
—¿A tu novio qué le pasó? —Tony alzó una ceja.
—No es mi novio —torció los ojos y resopló—. Se llama Peter, y le pasó lo mismo que a mí.
La pelirroja comenzó a jalar la falda de su vestido verde, tratando de que sus rodillas quedaran cubiertas.
—Bueno —estiré mi mano en su dirección—. En vista de que no pasó a mayores y todo estos son unos degenerados, ¿quieres comer algo rico? Tú eliges y yo cocino.
Una enorme sonrisa se abrió paso por su rostro.
—¡Sí! Quiero hot dogs, mamá nunca los cocina porque no le gustan.
—Hot dogs serán entonces. ¿Quién me ayuda?
—Yo voy —se ofreció Natasha, poniéndose de pie—. A propósito, ¿cuál era el tema urgente por el que nos llamaron a todos?
Tony chasqueó la lengua.
—Cierto, lo olvidaba. Bevs y yo queríamos pedirles que bautizaran a Edward. También Barton, pero a él le diremos por FaceTime.
—No tienes nada de tacto, ¿verdad? —suspiré—. Quería que la noticia fuera especial. Lo acabas de decir de la misma manera en la que dices que vas al baño.
—Eso no es cierto.
—Sí lo es.
—Alto —dijo Natasha, alzando un dedo—. ¿Pedirnos a quiénes?
A los demás se les cayeron las manos y se volvieron a mirarnos con los ojos tan abiertos que por un segundo pensé que se le saldrían de las cuencas y rodarían por el piso.
—¿¡Me estás afirmando que me lo vas a dejar cuando mueras!? —exclamó Victoria con una sonrisita inocente.
Entrecerré los ojos y la señalé con el dedo.
—No. Si yo muero se lo quedan Steve y Natasha.
—Lo discutimos —Tony se levantó también, meciendo a Edward entre sus brazos—. Clint ya tiene tres, no necesita otro, al igual que tú. En cambio, estos dos no tienen ninguno, y con la racha de abstinencia que se manda el Cap...
Giré el cuello en su dirección y le hice un ademán con las manos para que lo cortara. Caramba, que maña tenían todos de andar soltando esos comentarios al aire. Todos los Vengadores tenían un serio problema al guardar sus vidas íntimas en privado.
—Queda terminantemente prohibido hablar de la vida sexual de las personas en esta casa a partir de ahora —resoplé, cruzando los brazos.
—Gracias, Bevs —me dijo Steve con una media sonrisa—. No sólo por eso, sino por también considerarme para ser el padrino de Edward. Será un honor para mí.
Le devolví la sonrisa.
—En realidad, eso debes agradecérselo a Tony. Él te quería como padrino de Edward.
—¿Y a mí quién me escogió? —quiso saber Natasha, ladeando la cabeza—. Si me dices que fue Tony me retiro.
—Fui yo, Nat. No hay mejor par de padrinos que tú y Clint —me eché a reír.
—¡Qué bonito! —saltó Vera—. Ahora vamos por mi hot dog, ¿quieren?
La mamá de la niña le dio un jalón de pelo en orden de que no dijera las cosas de esa manera. Y ella se ganó una mala mirada por parte de Steve, para que no le anduviera jalando el pelo a Vera. La situación ameritaba una risotada, que no fue pasada por alto por Tony ni Natasha.
En ese mismo momento, Vera se sacó el pelo de la cara para amarrarlo en una coleta alta, y su cuello quedó al descubierto. Fruncí el ceño, agucé la vista hasta la niña, viendo con mucha claridad la pequeña marca en forma de rayo que tenía en el lado derecho de su cuello, casi llegando a su vena yugular.
—Yo tengo la misma marca —murmuré en tono ausente, sin despegar la vista de su cuello.
Victoria alzó la cabeza con brusquedad y le echó un vistazo a su hija, y luego a mí.
—¿En serio? —el pelinegro alzó una ceja—. Jamás le había visto esa marca a Vera.
—Siempre la ha tenido, desde niña. ¿No recuerdas que se pasaba el día rascándose porque creía que era una mancha? —le respondió Natasha, de manera obvia.
—¿Tienes la misma, Beverly? —me preguntó Steve, pues Victoria se había quedado pasmada de la impresión.
¿Por qué me miraba como si hubiera visto un fantasma aterrador? Se quedó pegada, con los ojos perdidos y desorbitados, y la boca ligeramente abierta.
—Sí —asentí—. La tengo...
—Debajo de su pecho izquierdo —respondió Tony.
Torcí los ojos. ¿Por qué demonios tenía que decir esas cosas? Exhalé, ignorando su comentario, y preferí mover los ojos hacia la castaña que aún seguía pasmada.
—Vi, ¿qué tienes?
La aludida se relamió los labios.
—Vera tiene la marca porque es mi hija. Yo también la tengo —musitó, alzándose la camisa y dejando su abdomen al descubierto. Justo encima de sus caderas estaba la pequeña marca en forma de rayo—. ¿Por qué la tienes tú?
Pestañeé, incrédula. Procesé sus palabras con cuidado, tratando de buscar un significado oculto detrás de ellas, pero no conseguí nada. Lo único que conseguí fue distinguir el rápido palpitar del corazón de Victoria, como si estuviera ansiosa por eso.
—No lo sé —admití, confundida—. La he tenido desde siempre. Desde niña ha estado esa marca allí.
La marca recorrió la sala con sus ojos. Primero pasaron por Steve, luego por su hija, se detuvieron un segundo en Natasha, y terminó pasando como torbellino por nosotros dos. Volvió sus ojos un par de rendijas, y entonces chasqueó la lengua como si hubiera recordado algo.
—La caja de Thor —susurró.
Y salió disparada por la puerta como alma que lleva el diablo. Ni siquiera fui capaz de reaccionar, al final sólo quedó el suave golpeteo de la brisa que se originó por su rápida salida. Todos nos miramos sin entender lo que quería decir.
Steve suspiró, como si no fuera la primera vez que eso le pasaba.
—Yo la sigo —dijo, poniéndose de pie—. Vera, esperanos aquí. Volvemos en unos minutos.
Vera parpadeó y se levantó, pero cuando iba a decir algo para protestar, su padrastro también había salido por la puerta y sin mirar atrás.
—Es una maldición que siempre hagan eso —masculló Tony, poniéndose a Edward sobre el hombro y negando con la cabeza—. Ellos creen que todos somos así de rápidos.
Fruncí los labios, sin despegar los ojos de la puerta. De pronto me sentí ansiosa, llena de intriga, y un extraño sentimiento de vaciedad me llenó el estómago.
¿Qué se suponía que había sido eso?
—Vamos, tomate. A por el hot dog —Natasha la tomó de la mano y comenzó a arrastrarla hasta la cocina.
Compartía una marca de nacimientos con Victoria y Vera, pero el problema era que ninguna tenía una relación de nacimiento compatible o parecida. Victoria era la hija de una diosa, Vera —de acuerdo con la historia que me había contado Steve— era hija de un par de diosecillos menores que habían sido ejecutados hace años, y entonces Victoria la había acogido como su hija. La pelirroja no estaba para nada enterada de ese hecho, es más, ella creía ser hija biológica de Victoria. Es que ninguna se relacionaba conmigo. La única línea de compatibilidad tangible era la que compartía la madre de Victoria, Althea, con mi padre, pues él le había servido por siglos. Yo era mitad humana, hija de Nadine, no como ellas, que sus genes eran netamente divinos.
No entendía absolutamente nada, y eso me hartaba. Estaba cansada de no entender y no saber.
Sentí la mano de Tony en mi espalda, acariciando por debajo de la tela de mi camisa. Inevitablemente se me escapó un suspiro lleno de anhelo. Giré sobre mis talones hacia él, y me dedicó una mirada suave mientras me besaba con lentitud.
—¿Está todo bien contigo? —inquirió en voz baja. Yo asentí.
—Sí, solamente... No entiendo mucho.
—Pues estamos igual.
Sonreí sin mostrar los dientes. Entonces, la dulce voz de FRIDAY inundó la sala.
—Señor Stark, tiene una llamada entrante.
—¿De quién? —Tony alzó una ceja.
—De Thaddeus Ross, el Secretario de Estado.
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