29 ━━━ Knock knock.

━━━ ❛ HOMINEM IX  ━━━

BEVERLY BLACKELL





—No hay mucho que pueda hacer —repuse, aún recostada sobre la cama—. No me gusta la idea de esperar pero no hay otra opción. Hay más cosas sucediendo además de Vladimir.

Mi abuela me dedicó una expresión medio avergonzada. Harper, que también estaba en la habitación con nosotras, continuaba haciéndole mimos a Edward mientras lo sostenía contra su nariz.

—Mírate nada más —canturreó en voz chillona—. Tienes los ojos de azules de Bevs... Pero el rostro de tu papá. Si no te cambia luego vas a ser feo, niño.

Le puse mala cara, pero mi abuela interrumpió cualquier cosa que pudiera decirle.

—Esto es nuestra culpa. Mía y de Dave —dijo en tono lloroso.

Tanto Harper como yo nos volvimos a verla sin poder creer lo que estaba diciendo. Pestañeé para encontrarle un poco de sentido lógico. No pude hacerlo.

—¿De qué hablas, abuela?

—A que todo esto es nuestra culpa —suspiró, recostándose más de la silla junto a mi cama—. Como padres tenemos una buena responsabilidad con nuestros hijos, y tomamos las peores decisiones en aquel entonces... ¡Mira nada más en lo que se convirtieron mis dos hijos! Mi Nadine, en una asesina... Vladimir... Ni siquiera hay palabras para describirlo.

—Abuela, tú no tienes la culpa de las decisiones estúpidas que hayan tomado tus hijos —le contestó Harper, acomodando a Edward sobre su pecho y comenzando a mecerlo.

—Harper tiene razón —añadí—. Lo que Nadine y Vladimir decidieron hacer con su vida no te concierne. Ni a ti ni al abuelo.

La abuela cruzó los brazos, aún con el gesto desolado.

—No es así. Como padres, hicimos las cosas mal, ¿y cuál fue el precio a pagar por eso? Tú, mi lindo Zafiro, sufriste la peor de las desgracias. Y mi niña Harper, alejada de nosotros de la manera más vil.

El corazón se me estrujó, se me puso tan pequeñito y cerrado como un puño. Esta era la razón por la que yo me había esforzado por tanto tiempo para resguardar el secreto, con la única motivación de librarlos de cualquier sentimiento de pena.

—Tratamos de enmendar todos nuestros errores como padres contigo. Pero Dios siempre va a encontrar una manera de hacernos pagar por nuestros pecados  —me dijo de forma directa, y en voz baja, cansada.

Fruncí el ceño.

—¿A qué te refieres?

—A que fuimos unos maravillosos abuelos para ti, mi niña. Pero fuimos los peores padres para tu madre y tu tío.

El día había comenzado de manera deprimente en todos los aspectos.

Con la mayor parte del equipo en Nigeria, no había tenido más opción que volver a la casa y entablar la conversación que tanto miedo me causaba. Mis pobres abuelos. Qué cosa tan horripilante el tener que hacerlos pasar por todo esto, a ellos y a su envejecido y adolorido corazón. Tony también había salido, pues aparentemente estaba arreglando una cosas de la Fundación Septiembre, la extensión de Stark Industries que se dedicaba al financiamiento de proyectos científicos como caridad. Esa era una buena manera de que él se concentrara en otra cosa lejos de todo el desastre del complejo.

Estiré el cuerpo hacia adelante, hasta poder darle una palmada en la pierna a mi abuela que estaba junto a mi cama.

—No te mortifiques tanto. Te prometo que todo va a salir bien.

Ella me dedicó una última sonrisa triste. Harper debió haber percibido el cambio de ánimo en el ambiente, porque hizo un extraño ruido con la boca y repentinamente una oleada de serenidad se extendió por el cuarto.

—¿No hay nada de Nadine tampoco? —preguntó, pasándome a Edward que se había empezado a quejar.

Tomé a mi hijo gustosa. Probablemente tuviera hambre, así que comencé a acomodarme para alimentarlo.

—Tampoco —suspiré—. Parece que se la tragó la tierra. Yo tampoco estoy satisfecha con esto, pero sólo podemos esperar. Harper tampoco pudo rastrear nada.

Las castaña hizo una mueca.

—Qué situación para más espantosa.

—En efecto, pero no hay mucho que podamos hacer. Aprovecharé la tarde para ir a buscar la medicina de Edward, me sirve respirar otros aires.

—Yo puedo acompañarte —se ofreció Harper, a lo que asentí.

—Yo me quedaré con Dave —agregó la abuela—. Le echamos un ojo a mi nieto mientras ustedes salen.

Edward soltó un chillido, como si estuviera de acuerdo también. Las tres nos echamos a reír.




* * *




Sentí que pasaron años desde la última vez que visité el centro de Nueva York, un poco menos desde que había conducido. No era lo mismo ir al volante de uno de los ostentosos autos de Tony que de mi buen y leal Mercedes negro. Hasta ese momento no me había abrumado lo mucho que mi vida había cambiado en el último año, pero ahora lo hacía. Había pasado de ser una estudiante de medicina a punto de graduarse a ser la madre del hijo de Iron Man, y me sentía más abrumada de lo que quería admitir. Más de lo que era bueno sentir.

La farmacia a la que iría a buscar la medicina estaba muy cerca de una heladería buenísima que solía visitar todas las tardes al salir de la universidad, y el aire de nostalgia que sentí tras eso fue inminente.

Últimamente tenía la mente revuelta.

—¿Cuál es la farmacia? —me preguntó Harper.

Aparqué al lado de la acera y ambas nos sacamos el cinturón de seguridad al mismo tiempo.

—Esa de la esquina, ¿vas a ir conmigo o me vas a esperar en el auto?

—Pues voy contigo que aquí me aburro.

Sacudí la cabeza y abrí la puerta del auto.

Me gustaba mucho caminar de nuevo con tanta tranquilidad por las concurridas calles de Nueva York. Se sentía un inusual aire de tranquilidad sobre el ambiente, lo que me resultaba extremadamente necesario en esos momentos de agobio tan grandes. Sin embargo, aunque me sentía bien mientras la brisa me azotaba el rostro, tenía muchísimas ganas de acabar con esa visita a la farmacia y poder volver con Edward. No quería despegarme de él por mucho tiempo, no me gustaba nada saber que estaba un poco lejos de mí. Con todo lo de Vladimir, lo único que quería era tomar a mi hijo y esconderlo debajo de mi propia piel si fuera posible, para librarlo de cualquier cosa que alguien pudiera hacerle con intención de dañarlo. Millones de veces me repetí a mí misma que yo no era Nadine, que no era una asesina maestra como ella, pero desde que me convertí en madre el pensamiento homicida que tenía contra cualquiera que atentara contra mi hijo era inhumano.

No me molestaría ensuciarme las manos un par de veces si con eso conseguía que mi Edward estuviera a salvo.

Harper, a mi lado, veía todo a su alrededor con ojos asombrados y se removía entre el gentío con gracilidad. Ni siquiera rozaba ninguno de los cuerpos que se le acercaban, se escurría en medio de ellos sin despegar la vista de los inmensos edificios alrededor de nosotras.

—¡Guau! —ronroneó de placer—. Esto es tan diferente de Hiron. Rara vez dejaba Europa, jamás había venido a América.

Me causó mucha gracia la manera en la que daba vueltas sobre su propio eje, como si fuera una bailarina en plena presentación de baile. No se le quitaba la sonrisa del rostro.

—¿Te está gustando Nueva York?

—¡Pues sí! Es tan moderno, tan alejado de la magia... Debí haber pasado por aquí antes de llegar a tu casa, de seguro habría tenido mejor humor.

—Cuando esta locura termine te daré un recorrido por la Gran Manzana —contesté en medio de una risa—. No eres tan mala como pensaba.

Ella detuvo su bailoteo improvisado y me puso cara de pocos amigos.

—Te tardaste un poquito en darte cuenta. Alrededor de quince golpes y diez amenazas de muerte después.

—Sí, bueno, luego me disculpo por eso. Ven, Harper, deja de bailar alrededor de las personas y termina de entrar a la farmacia.

Aquello sí que era extraño. No quedaba rastro alguno de la Harper hostil que se mostraba con anterioridad, lo que me llevó a pensar si acaso no se trataría de un escudo que alzaba en orden de tratar de protegerse. ¿Por qué actuar falsamente como una bravucona cuando realmente parecía un algodón de azúcar? Supuse que debía conocerla más, al fin y al cabo, era la primera vez que convivía con ella.

Lo que me llenaba de muchas preguntas.

La castaña atravesó conmigo las puertas corredizas de la farmacia, e irremediablemente el olor a medicina me inundó las fosas nasales. El problema de tener sentidos disparados todo el tiempo era que todo entraba con demasiada rapidez y precisión. Los sonidos, los olores, todo. Si uno no se concentraba bien entonces se volvía un desastre y la atención terminaba eclipsada por algo tan monótono como los pasos de una persona cuando camina.

Un grupo más de personas entraron detrás de nosotras.

—¿Cuántos años tienes, Harper? —le pregunté, cuando me dispuse a ponerme en la fila.

—Veintitrés... casi. Todavía tengo veintidós, pero falta poco para los veintitrés.

—Mmhmm, entonces soy un par de años mayor que tú.

—Eres mayor y eres mamá, ya tenemos que decirte señora Blackwell... ¿O debería decir Stark?

—Definitivamente no.

Ella me miró graciosa. Volvió el cuerpo hacia uno de los estantes y comenzó a revisar las cajas que estaban encima. Al principio no le puse atención a eso, me quedé pegada viendo la lentitud con la que atendían a un muchacho que estaba delante de mí. Casi parecía que la chica detrás del mostrador lo atendía así de lento a propósito de tener más tiempo con él, tal vez me pareció eso por la manera en la que le sonreía coqueta o por la manera en la que su corazón latió mucho más deprisa cuando medio le rozó la mano. Un rubor disimulado le llenó las mejillas a la muchacha cuando el aludido le sonrió, e inevitablemente tuve que ponerme a ver al tipo también. Lo detallé con precaución. Tan alto como Clint, pero jamás de su contextura, este hombre era mucho más desgarbado y de apariencia poco atlética. Casi daba la impresión de que estuviera enfermo de gripe, con la piel pálida y la nariz rojiza. La posible razón por la que le causaba sensaciones a la cajera era por el cabello pelirrojo intencionalmente desordenado y los ojos verdes.

Su mano comenzó a moverse rítmicamente, propio de alguien que aguarda algo. Miré más de cerca.

Me concentré en los latidos de su corazón, demasiado rápidos, demasiado nerviosos. En la parte izquierda de su frente se deslizaba una gota de sudor frío, que él secó inmediatamente, difícil de captar a la vista de una persona normal. Entonces, como si me hubieran inyectado agua helada en las venas, me di cuenta de que el muchacho estaba nervioso y no era por la cajera. Volví la cabeza hacia el otro lado, buscando similitudes con otra persona, y las encontré en un hombre moreno que permanecía junto a las puertas corredizas, a una buena distancia de mí. ¿Estaba hablando con alguien? Me pareció verlo mover los labios, pero no tenía un teléfono en su mano ni tampoco un manos libres. Agudicé el oído y me puse a escuchar.

—Sí están aquí —bisbiseó, prácticamente sin mover los labios—. Jackson ya está en escena. El jefe tenía razón, vinieron solas.

Hice el menor movimiento posible. No alteré mi postura por un segundo, y con mucho cuidado regresé mi vista al muchacho que todavía seguía pegado con la cajera. Sospechosamente tardando demasiado. Era con él con quién estaba hablando el moreno, porque también movió los labios de manera casi casi imperceptible.

—¿Dónde están los refuerzos? Ellas son...

—Yo me encargaré de la mayor, que es la más peligrosa, pero está débil. Aún no se recupera del veneno y acaba de dar a luz. La menor tiene prohibido usar su magia en lugares públicos, así que no hará nada. Pero no la lastimes, a Vladimir no le gustará eso.

Maldije en mi fuero interno. Ahora tenía que encontrar una manera de alertar a Harper sin que ellos se percataran de mis movimientos, pero no tenía ni idea cómo hacerlo. Me quebré la cabeza en un par de segundos pensando cómo iba a hacerlo, y entonces recordé que ella era algo como una, ¿telépata? ¿Leía los pensamientos, no? O al menos eso me había parecido. Hice una nota mental en la que me recordaría preguntarle luego qué demonios era lo que hacía ella con exactitud.

—Harper, pásame esos... ¿Condones? —me arrepentí de haberla llamado en cuanto me di cuenta lo que estaba haciendo.

Sí, mi primita estaba revisando los condones de sabores diferentes.

—¿Para qué? —respondió sin mirarme—. Ya quedaste embarazada, ¿no te parece un poco tarde?

Dios, dame paciencia para no ahorcarla.

—Harper, haz la cosa esa que haces que no sé qué demonios es —ella me miró con una mueca extraña—. Ay, la maldita cosa telepática. Léeme la mente, el alma, el trasero, lo que sea.

El entendimiento chispeó en su rostro, pero luego negó con la cabeza.

—Ah, eso. No, no puedo hacerlo contigo, sólo funciona con tu esposo.

Apreté los dientes y pude jurar que mi expresión se volvió lívida. Bien, ya no me podía olvidar luego de que me contara a detalle lo de sus habilidades.

—¿Por qué estás tan transtornada? —me preguntó, tomándome por el codo.

Antes de que pudiera responderle algo, un pitido irritante llegó a mis oídos. El movimiento que hacía una pelota al rodar por el suelo también logró captar la atención de Harper, que estiró el cuello para ver de dónde venía eso. El pitido aumentó notoriamente.

—¡Cuidado con el pelirrojo! —le grité a Harper.

La serpiente del brazalete se deslizó por mi antebrazo, trazando el camino debajo del cosquilleo, hasta que obtuve el palo en mis manos. Escuché los chillidos de las personas de la farmacia, así que di una larga zancada hasta dónde estaba la jodida pelota plateada rodando. La jodida bomba. Giré el palo en medio de mis dedos, y como si se tratara de una pelota de golf, le di un golpazo con la punta del arma, mandándolo a volar fuera del local antes de que explotara. Lo vi estrellarse contra el auto de Tony, volviéndolo pedazos. Genial. Estaba segura de que jamás se iba a olvidar que hice estallar su preciosa Range Rover azul. Sólo tuve medio segundo para ponerme en acción otra vez. Debido al estallido, las personas comenzaron a dispersarse en medio de chillidos y carreras apresuradas, en parte porque me vieron con el palo en la mano y seguro que reconocían mi rostro, y también porque la gente de la farmacia había salido despavorida gritando que estaban bajo ataque terrorista.

El moreno de la puerta se detuvo a un par de metros de mí, lanzándome una mirada llena de sospecha. Abrí los ojos como platos al ver a su pelirrojo compañero salir con Harper tomada del pelo. Apreté con más fuerza el palo en mi mano.

—Si vienen voluntariamente no les haremos daño —me dijo, señalando con la cabeza al par restante—. El jefe las quiere intactas.

Medio le gruñí. Mis ojos fueron de él hasta Harper, la cual, extrañamente, tenía una mueca de flojera en el rostro. Ni siquiera estaba oponiendo resistencia al agarre del pelirrojo.

Como cada instancia de mi vida, era obvio que esto también iba a terminar a golpe limpio.

—Te toca, Harper.

Los ojos de la castaña brillaron de color dorado refulgente, y entonces el hombre que la tenía sostenida aulló de dolor, echándose hacia atrás como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Su acompañante no tardó en reaccionar, sacó una cuchilla afilada de su bolsillo trasero y la lanzó en dirección a mi prima. Ninguna reaccionó rápido, así que el puñal terminó clavado en su abdomen. Después, todo pasó muy rápido.

El moreno arremetió contra mí, intentando alcanzarme. No me dejó acercarme a Harper para asegurarme de que estuviese bien, pues se enzarzó en una pelea conmigo en el medio de la calle y de los autos. Prácticamente no me tocaba con fuerza, más bien parecía intentar agarrarme, pero tan pronto como lo intentaba su puño se cerraba en el vacío. No me atacaba pero tampoco me dejaba acercarme a Harper. Me cansé del tira y encoge, así que encogí el palo, lo tomé de los hombros y le di un rodillazo en la entrepierna. El rostro se le puso lívido y poco a poco fue descendiendo, por lo que me aproveché para darle otro rodillazo en la cara. Cuando me volví para mirar a Harper, se encontraba sola y no habían señales del pelirrojo. Los civiles aún seguían observando y grabando todo con sus teléfonos cuando eché a correr en dirección a la castaña, que estaba apoltronada en suelo mientras se sostenía el estómago con una mueca de dolor. Me puse de cuclillas y la tomé por debajo de los brazos para cargarla.

—No me estoy curando —se quejó.

—¿Eso es posible?

—No.

Me parecía tan liviana como una pluma, pero quizás era cosa mía.

—Tenemos que salir de aquí, es el centro de la ciudad y hay un montón de civiles que pueden quedar en medio del fuego cruzado —le dije, recorriendo con los ojos detrás de nosotras y los alrededores—. Necesito llamar a To...

Algo me golpeó la espalda y luego explotó en mil pedazos. El impacto nos mandó a volar a ciegas contra un callejón lleno de botes de basura y alcantarillas humeantes. Mi espalda chocó con fuerza contra la pared de ladrillos rojos, haciendo que se le abriera un hueco y yo quedara ahí. Me golpeé la cabeza contra algo de metal, e incluso fui capaz de sentir el crujido que hizo el mismo detrás de mí. Se me hizo un nudo en el estómago por el dolor cuando intenté reponerme. Aún en el suelo, me retorcí, apoyándome sobre mis codos para poder alzar el cuello y buscar a Harper con la mirada. La encontré a un metro lejos de mí.

La explosión nos había hecho atravesar un pequeño local abandonado en el que sólo reposaban varios estantes vacíos. Con eso me había golpeado la cabeza, pues en los que caí ahora estaban ahuecados y rotos a la mitad. Sin ponerme de pie por completo, me acerqué a Harper que se estaba quejando con los ojos cerrados, tirada sobre un par de escombros. La sangre de su estómago se estaba desparramando sobre el suelo de manera alarmante y parecía haberse golpeado la pierna.

—¿Harper? —la llamé, inclinándome sobre su cuerpo para tratar de levantarla. Ella soltó un alarido en respuesta—. Vamos, arriba, arriba...

Sus ojos se abrieron de sopetón, pero no me miró a mí. En su rostro se extendió una mueca de horror puro, como si acabara de ver la peor escena de una película de terror. Entonces, comenzó a jadear, y pensé que iba a decir algo, pero la voz que resonó a mi espalda no era de ella.

—Mis dos preciosos ángeles, al fin estamos juntos de nuevo, ¿no les parece increíble?

Me volví lentamente, levantándome por completo. Vladimir estaba de pie junto al hueco de la pared, mirándome con una ancha sonrisa en su desagradable rostro. El incontenible instinto maternal que ahora habitaba en mí se extendió por todo mi sistema nervioso, haciendo que me posicionara de forma protectora sobre el cuerpo inmóvil de mi prima.

—¿No vas a darle un abrazo a tu tío favorito, mi linda Zafiro? —preguntó en tono cortés.

Tragué saliva, llena de náuseas.

—Yo te maté —murmuré, probablemente en estado de shock—. Yo misma lo hice.

—¿Qué? ¿Acaso no crees en la resurrección? —contestó de manera casi divertida.

Apenas fui consciente de que mi brazalete había empezado a serpentear por mi antebrazo, debajo de la tela de la chaqueta morada. Estaba ligeramente entumecida por el impacto, pero me mantuve rígida ante él.

La sensación de náuseas que me llenó el estómago pareció aumentar cuando lo escudriñé con detenimiento. Estaba bastante diferente a la última vez que lo había visto, ahora su cabello oscuro estaba lleno de canas al igual que la sombra de su barba. Vestía una chaqueta de cuero negra y una camisa de botones negra también, sus jeans estaban desgastados y tenía las botas marrones sucias por algo. Pero estaba vivo, muy vivo para el gusto de nadie.

—Makenna —llamó a Harper por su segundo nombre—. Ven con papá.

Mi prima comenzó a balbucear, como si estuviera muerta de miedo. Me agarró la pierna con fuerza y al parecer se arrastró hacia mí.

—No, no, no... Bevs, no dejes que me toque. Por favor, Bevs. No —lloriqueó.

Me agaché para ayudarla a reponerse, pues me pareció que había olvidado por completo el dolor de su estómago, y le importaba mucho más alejarse de este monstruo. Nuevamente un aire de extrañeza me envolvió, pues no entendía por qué razón Harper se mostraba hostil cuando era todo lo contrario. ¿Por qué mostrar una coraza?

Vladimir caminó hacia nosotras y tan pronto mis ojos captaron sus movimientos, el palo se blandió en mi mano y su punta filosa se detuvo a un centímetro de su cuello.

—Aléjate de Harper —le siseé—. Te juro que si te le acercas no te la vas a acabar. Cuando te mate no van a haber más resurrecciones, haré que ardas con tus pecados.

—¿Por qué? —alzó una ceja—. ¿Por qué ahora eres una «Vengadora»? ¿O porque eres la novia de Tony Stark? Estoy un poco decepcionado, pensé que te buscarías algo mejor. Tú también, Harper, mira que tener a Hiron y venir a parar a Nueva York...

Rodé los ojos, altamente hastiada.

—Ay, por favor. Tu desagradable paciencia me dice que tienes mucho más planeado que sólo ponerte a conversar con nosotras. ¿Por qué mejor no vas al grano y terminas de decirnos tu plan malévolo? No armaste semejante teatro sólo para darnos tu consejo en cuanto a relaciones.

Vladimir aplaudió con una sonrisa desquiciada, como si aquello le hubiera hecho mucha gracia.

—Tan inteligente como el diablo —se echó a reír, y luego estiró una mano hacia mí que rápidamente quité de un palazo—. Y cien veces más bonita. Como se nota que te eduqué yo.

—Habla —medio le gruñí, cosa que lo hizo sonreír un poco más—. ¿Cómo regresaste? ¿Quién te sacó de la tumba?

Se encontraba cerca de nosotras, con el palo imponiendo la distancia, aún a escasos centímetros de su cuello. Harper se aferraba con fuerza a mi pierna derecha, como si necesitara ese apoyo, mientras que su padre estaba inusualmente relajado. Sus ojos oscuros fueron a Harper, y luego a mí, precavidos, alertando cualquier movimiento. El entumecimiento de mi cuerpo comenzó a desvanecerse, pero estaba segura de que mi prima no estaba corriendo con la misma suerte, pues podía oler con suma exactitud el aroma de la sangre que estaba deslizándose por su abdomen.

—Tú no eres la única con amigos poderosos, Zafiro. Me ofende que seas tan escéptica.

—Alguien de Hiron te está ayudando —gimoteó Harper, tomándome de los brazos para ponerse de pie—. Puedo sentir la energía que fluye alrededor de ti... Eres sólo un cadáver, un títere manejado por los hilos de alguien más.

Apreté más el palo contra su cuello.

—¿Quién te está dando fuerza?

—Mi amigo permanecerá anónimo, por un tiempo al menos —se encogió de hombros, sin alterar su tono amable—. Espero que no les moleste, por mucho que me gustaría quedarme con ustedes, esta no será la última vez que nos veamos. ¡Uf! Cómo me gustaría formar parte de lo que se viene, pero supongo que los amigos tienen que compartir.

Le eché un súbito vistazo a Harper, y leí en su rostro que ella tampoco entendía lo que estaba diciendo.

—Ya basta —bramé, alejando el palo pero moviéndolo entre mis dedos—. No te voy a dejar salir de aquí.

—¡Bla, bla, bla! Que terminen de traer el resto del show, que mi amigo se impacienta —dijo, repentinamente endurecido—. Es una lástima que yo no sea parte del segundo acto.

Se movió, definitivamente lo hizo, pero fue algo tan rápido e imperceptible que ni siquiera mis ojos fueron capaces de captar el movimiento. Fue un sólo borrón, y entonces, tenía sus manos pegadas a mi cintura y su aliento contra mi oído.

Luché contra las náuseas que me causó eso, contra el pánico que se estaba abriendo paso en mi corazón, y me concentré en el coraje que era mucho más grande.

—Oh, cuánto extrañé esto —su agarré se precipitó con más fuerza, tanta que me dolió. ¿Cómo podía ser tan fuerte?—. Tocarte, mi Zafiro... Tú siempre fuiste mi favorita.

Las náuseas pudieron más. Solté el palo, escuchando el sonido que hizo al rebotar contra el suelo, y entonces me giré y de un sólo empujón lo estampé contra la pared que aún estaba entera. Me acerqué igual de rápido y lo tomé por el cuello con ambas manos.

—No te atrevas a tocarme de nuevo, tú maldito infeliz. Aléjate de mí, aléjate de Harper, termina de morirte de una buena vez por todas —rugí.

—Quieta, Zafiro. Por mucho que me guste tu atención, deberías abrir más los ojos o no vas a poder salvar a todo el mundo.

Lo miré horrorizada.

—¿Qué estás diciendo?

—¡Bevs! —gritó Harper, que seguía alejada de nosotros pues el miedo que le tenía a su padre era demasiado evidente—. ¡Llamé a Tony!

—¡Makenna, demonios, nunca hiciste nada bien! —gruñó Vladimir con la voz repentinamente ensombrecida, tratando de moverse para ir en dirección a la castaña.

Ajusté el agarre en su cuello, aplicando mucha más fuerza.

—Te le acercas y te crucifico.

Él me miró curioso, con las manos en el aire en señal de defensa.

—¡Qué extraño! La maternidad en serio te volvió sensible. No eras así, ¿lo recuerdas? Todo lo que sabes, yo te lo enseñé. Nadie te conoce mejor que yo, mi Zafiro.

—Con la mínima diferencia de que yo soy más fuerte que tú.

—Mmmmm —fingió considerarlo—. No. Tú eras más fuerte que yo.

Y entonces me golpeó el estómago y me mandó a volar contra las ventanas que daban a la calle. Mi cabeza se estrelló contra el pavimento, y tuve que parpadear cuando me fijé que las personas habían comenzado a correr tras el impacto.

¡Maldita sea! ¿Ahora mi jodido tío también tenía poderes?

Estaba demasiado aturdida para ponerme a sopesar. Mi palo había quedado dentro del local, y ahora Vladimir había dado un salto —que se asemejaba más a un vuelo—, hasta la calle donde yo me encontraba y me tomó del cuello, justo como yo lo había hecho momentos antes. Me alzó con dureza, como si yo fuera una hoja de papel, hasta que mis pies dejaron de tocar el pavimento y el aire comenzó a abandonar mis pulmones.

—¿Ya ves cómo cambian las cosas? —murmuró, ignorando el bullicio de los civiles a nuestro alrededor—. Tú ganaste una vez, Zafiro. No lo harás dos veces. En la primera ocasión sólo tenías que salvarte a ti, ahora tienes mucho más que perder.

Edward. Me insuflé de muchísimo coraje con eso, así que me hice la desentendida de que me estaba costando respirar, y moví la pierna derecha hasta que la alcé lo suficiente para darle una patada en la cara que lo mandó a volar hacia atrás. El cuerpo de Vladimir chocó contra el asfalto, me tomé el cuello con las manos mientras trataba de buscar el aire que había perdido, y después puse mi pie contra su mejilla.

—Te apuñalé directo al corazón, a sangre fría, y disfruté cada segundo de eso cuando no tenía nada que perder —mascullé, entre dientes y aún con dificultad para respirar, por lo que no me solté el cuello. Estaba segura de que me saldrían moretones—. Imagina qué te voy a hacer ahora que tengo una familia a la cual proteger.

Con el rostro pegado al suelo, él sonrió.

—Eso quería escuchar.

Con una velocidad sobrehumana, se abalanzó sobre mí de inmediato y me pateó con fuerza la pierna. Oí un espantoso chasquido, pero fui incapaz de sentirlo, probablemente debido a la euforia. No me caí, solamente me tomé la pierna tras el sonido, a lo que él me miró sonriente.

—¡Sorpresa! —abrió los brazos, tras terminar de ponerse de pie.

Miré con horror como, tras su gesto, el edificio conexo estallaba en mil pedazos. Lo había volado por completo y los que estaban juntos también habían empezado a tambalearse por el impacto.

—Era una guardería —continuó diciendo—. Qué toque más bonito le ha dado a mi puesta en escena. Mira nada más cómo corre la gente despavorida.

—¡Eres un...

Algo me impactó en la cara y me arrojó contra un auto que estaba estacionado en la cera de enfrente. Me había roto la nariz, maravilloso. Traté de secarme la sangre con la mano, pero caía a chorros. Ahora sí había comenzado a sentir el dolor de la pierna fracturada, así que se me iba hacer mucho más difícil esto. Y mi palo seguía dentro del local, pasarían un par de minutos antes de que apareciera de nuevo en mi mano, pero, ¿dónde demonios estaba Harper?

Mi pregunta fue respondida un par de segundos después. Aún en la penumbra destrozada del callejón que había explotado con nosotras, estaba moviendo las manos en un esfuerzo de que nadie la notara, y su bruma negra se acercaba de a poco al cuerpo de Vladimir. Trató de envolverlo, pero él lo notó antes de tiempo y entonces una descarga igual a la de ella, pero de color azul, la mandó a volar hacia atrás.

—¡No! —rugí, dando un salto en su dirección y tomándolo de los hombros. Le propiné un golpe en el rostro y en el estómago, y entonces lo tomé de los brazos para hacerlo caer al pavimento de nuevo.

Él se echó a reír con ganas.

—¡Me sigues tratando como humano!

En orden de hacer su queja mucho más convincente, se irguió sin ningún tipo de molestia y me tomó del pelo. Solté un grito de dolor cuando sentí sus uñas clavarse en mi cuero cabelludo, y seguidamente la sangre comenzó a caer sobre mis hombros.

Todo lo demás pasó muy deprisa, tanto que no fui capaz de captarlo con precisión. Me jaló por el pelo y echó a andar conmigo agarrada a su pecho, sintiendo su asqueroso aroma y su desagradable aliento contra mi cuello, pero se movió con tanta velocidad que fue un simple borrón lo que percibí. Pronto nos hallamos en la cima de uno de los edificios del centro, y él me tenía sostenida del pelo mientras mis pies se movían ansiosamente sobre la nada. Si me dejaba caer...

—Ah, Zafiro —suspiró, mientras yo hacía un esfuerzo por soltarme de su agarre, pero él sólo sujetaba con más fuerza cada que yo me movía—. Cómo han cambiado las cosas, ¿no te parece? Obviamente aquí no va a terminar, aún tenemos camino que recorrer y mi turno por hoy ha acabado. Espero que te hayan gustado mis preámbulos, el veneno fue un regalo especial y los cadáveres de mis ex compañeros son mi nuestra de solidaridad contigo. Ellos también te hicieron daño.

—Puedes estar completamente seguro de que vas a pagar por todo esto —jadeé, y luego sentí un golpe en mi pierna adolorida.

Otro grito de agonía salió de mi boca. Me la había terminado de quebrar.

—Eres estúpida. Tony Stark, ¿en serio? Te buscaste el prototipo de hombre que te baja la luna y luego te es infiel.

—¿Para qué se supone que quiero que me baje la luna? Si soy lo suficientemente fuerte para hacerlo yo sola.

De manera inmediata, él pasó de sostenerme por el cabello a sostenerme por el cuello. Apretó los dedos y comencé a sentir la presión en mi garganta, imposibilitándome respirar. Abrí la boca, y sus ojos oscuros me miraron fascinados.

—No cabe duda que estás más hermosa que nunca... —susurró—. Nos vemos pronto, Zafiro. Espérame, y mándale saludos a tu madre de mi parte. Si que sabe jugar al escondite mi hermanita menor.

Y entonces me soltó.

Cerré los ojos, sintiendo como el aire me abrazaba con fuerza y como la velocidad a la que descendía aumentaba con cada segundo que pasaba. El dolor en mi pierna se volvió cada vez más punzante conforme bajaba, y el movimiento que hacía mi cabello por la brisa hacia que mi cuero cabelludo desgarrado sufriera un terrible dolor. Esperé el impacto, esperé estrellarme contra el pavimento o quizás sobre algo más, esperé el dolor en mi columna y esperé incluso la inconsciencia. Pero no llegó.

En su lugar, sentí como si un par de brazos metálicos me sostuvieran en el aire evitando que mi cuerpo siguiera cayendo al vacío. Y cuando abrí los ojos, lo vi. Iron Man me había agarrado, ¿o debería decir que mi Tony me había agarrado?

—Te tengo, muñeca —me dijo, a través de la máscara.

Se me cerraron los ojos otra vez y me dejé ir.




* * *




Me sentí a la deriva, pero al final pude recobrar el conocimiento.

Aún estaba siendo sostenida por Tony, que seguía dentro del traje, y al parecer estábamos aterrizando en el complejo de nuevo. Estaba anocheciendo, y me pregunté cuánto tiempo habría pasado y qué habría ocurrido mientras me encontraba inconsciente. Me removí en los brazos metálicos del pelinegro, pues sentí un dolor en la nariz cuando intenté respirar. Aún estaba rota, claro. Tuve que tomar aire por la boca en orden de no morir asfixiada.

—Despertaste —suspiró, aparentemente aliviado—. ¿Qué te duele? ¿Te rompiste algo? ¿Por qué Harper está sangrando tanto? Santísimo, mira tu nariz, está del color de Visión.

Grogui, adolorida.

—Dime que pudiste interceptarlo —le pedí, con la voz ronca.

Qué asqueroso era tener que respirar por la boca.

Tony descendió mucho más, hasta que tocamos el suelo. El dolor de la pierna me estaba martillando, pero pude sentir una diferencia con respecto a la rotura. Probablemente ya no se encontrara rota, pues el factor de sanación había comenzado a hacer efecto, si tenía suerte sólo bastarían un par de horas para que estuviera en perfecto estado. Mi brazalete también estaba devuelta en mi muñeca.

—Casi —respondió—. Pensé que Vladimir era tan humano como tu madre.

—Yo también pensaba lo mismo, pero ya veo que no. No tengo idea qué habrá cambiado.

El pelinegro soltó un bufido, aún dentro del traje. No giré el rostro, así que sólo sentí el leve movimiento que hizo Visión al tomarme de los brazos de Tony. Hacía mucho menos esfuerzo incluso.

—Señorita Blackwell, ¿puede mantenerse de pie o quiere que la sostenga? —me preguntó, con amabilidad. Le sonreí sin mostrar los dientes.

—Ayúdame a ver qué tan mal está mi pierna —dije, removiéndome—. Quiero ver si puedo aguantar un poco mi peso.

Él asintió. No había notado que no estaba usando su ropa casual, sino que tenía su armadura gris y su gran capa dorada sobre sus hombros. Visión me sostuvo de las caderas mientras yo intentaba apoyarme, y efectivamente mi pierna había comenzado a sanar. Creía poder aguantar el peso.

Tony continuó hablando.

—Visión encontró a un pelirrojo tirado en el medio del parque —me contó, al tiempo que salía del traje y reemplazaba al rojo en mi ayuda—. Después que te atrapé te dejé con Harper, y fui detrás de Vladi. Me atestó un buen golpe en el pecho y desapareció tras una cortina de humo.

—El hombre que encontré estaba muerto, y había un tercer hombre que desapareció en el gentío —agregó el androide.

Una sensación de amargura me llenó el estómago. Tony pasó su brazo por mi espalda hasta tomarme de la cintura, así que comenzamos a caminar los tres al interior del complejo.

—¿Dónde está Harper? —pregunté, haciendo una mueca pues el estómago también me dolía después de semejante golpe. La nariz me dolió al torcer el gesto.

Tony me besó la mejilla.

—Los doctores ya la están atendiendo.

—Señor Stark, mire, el quinjet está aterrizando —avisó Visión.

Automáticamente, todos nos giramos hacia la pista de aterrizaje que estaba a nuestras espaldas. El quinjet que había partido a Nigeria en la mañana se estacionó de forma casi delicada, y pronto se abrió la compuerta dejando entrever a sus pasajeros. El primero en bajar fue Sam, con el rostro casi lívido, seguido de Natasha que tenía un raspón en la frente y toda su ropa estaba manchada de cenizas negras. Steve estaba casi igual, su traje de capitán no sufrió ninguna alteración, lo único extraño era el gesto que tenía. Victoria tenía una cortada en su pecho hombro descubierto, pero no se trataba de algo grave a simple vista. Sin embargo, fue Wanda la que me llamó la atención.

La sokoviana tenía la apariencia y el rostro de alguien que acababa de presenciar un terrible accidente. Daba la impresión de que estuviera temblando, y sus ojos verdes estaban mojados por algo que parecían ser lágrimas. Todos nos miraron confundidos al darse cuenta de que también nos había pasado algo en su ausencia.

—Tony, ¿qué pasó? ¿Estás bien? —preguntó Steve, dando un salto fuera de la pista y cayendo sobre sus dos pies frente a nosotros.

Le puse mala cara.

—A tu esposo no le pasó nada, ¿o no ves que la rasguñada y golpeada soy yo? Él parece que va a una sesión de fotos.

—Oh, lo siento, Bevs —el rubio me tomó el rostro y observó mi nariz rota—. ¿Qué pasó contigo?

Victoria soltó un chillido de impresión y saltó hacia nosotros. Su cabello ni siquiera se movió.

—¡Te has roto la nariz y estás cojeando! ¿Por qué Tony está tan arreglado y Beverly tan dañada?

—Estaba en una entrevista de la Fundación Septiembre cuando Harper me llamó diciendo que el tío Vladi se había enzarzado en una pelea con Beverly en el centro —le respondió—. Y yo siempre estoy arreglado, ustedes deberían tomar nota. Si los matan por ahí al menos sus cadáveres tendrán estilo.

Los tres restantes también llegaron de manera más lenta hacia nosotros. Natasha hizo una mueca extraña con los labios al verme la nariz también, y Sam pasó de largo al interior del complejo mientras hablaba por teléfono. Wanda se sacó la chaqueta color verde militar, quedando sólo con su camisita gris plomo y sorbió por la nariz.

—Hey, niña, ¿qué pasó contigo? —le pregunté en tono suave. Ella contrajo los labios.

—Yo...

—Wanda, está bien, no pasa nada —la alentó Victoria, estirando su mano para que la castaña la tomara—. No fue tu culpa.

Steve soltó un suspiro.

—Perdimos mucho hoy. ¿Su pelea pasó a mayores?

De pronto me sentí mareada. Hasta ese momento, no lo había recordado. Vladimir había explotado una guardería entera solamente porque quería hacer un efecto dramático. Oh...

—No, no —me llevé ambas manos a la cara, y me olvidé de mi nariz así que me dolió—. Lo había olvidado. Vladimir voló una guardería. Todos los niños... ¡Ay por dios! No pude reaccionar a tiempo, no sabía que...

—Hey —habló Natasha, sacudiendo la mano frente a mi rostro—. Tómalo con calma, creo que ya tenemos suficientes martirios por un día.

—No es tu culpa que tu tío sea un maníaco —me susurró Tony en el oído.

Por favor. Si yo hubiera sido un poco más atenta o rápida, eso no habría pasado. ¿Cuántas vidas inocentes se habían perdido? No sólo la de los niños, ¿qué pasaba con sus cuidadoras? ¿Cuántos padres estaban de luto en ese momento? ¿A cuántas personas les había arruinado la vida mi tío?

Sentí que me iba de lado, pero Tony me sostuvo antes de que pudiera hacerlo. Entonces escuché un sollozo, y lo próximo que sentí fue el cuerpo de Wanda impactar contra el mío. Casi pierdo el equilibrio, pero sólo atiné a devolverle el abrazo de manera confundida. La sokoviana pegó su rostro a mi cuello y murmuro en medio del llanto:

—Asesiné a un montón de personas inocentes.















































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