23 ━━━ The mechanic.

━━━ ❛ HOMINEM III ━━━

TONY STARK




No supe decir si Beverly quería matarla o se quería matar ella misma. Pero, más pronto que tarde, mis dudas fueron respondidas. Beverly blandió el brazalete y al segundo puso la punta filosa de la vara en la garganta de su «prima», lanzándola al suelo y pisándole el cuello con el pie.

—¡Dime quién te envío! —rugió la pelinegra, y estuve seguro que de haber tenido colmillos se los habría mostrado.

Harper Volkova gimió de dolor en el suelo.

—Tienes que escucharme...

—Dame una buena razón para no apuñalarte ahora mismo —le siseó Beverly, empujando un poco más la punta filosa hacia su cara—. No lo repetiré de nuevo.

—Bevs —la llamé, haciendo que se volviera a mirarme. Los ojos azules ahora estaban echando chispas de enojo, el pecho le subía y bajaba irregularmente como si se estuviera esforzando de más para respirar bien—. Tómatelo con calma, eso no le hace bien al bebé.

Ella me ignoró. Presionó más fuerte su pie contra el cuello de su prima.

—¡HABLA!

—¡No me estás dejando hacerlo! —volvió a gimotear la muchacha, con la mejilla izquierda pegada al suelo.

Bufé. Avancé con cuidado para tomar a Beverly de los brazos antes de que la sala de mi casa terminara por volverse la escena de un homicidio, pero ni siquiera alcancé a acercarme a ella cuando la punta de la vara se detuvo a escasos centímetros de mi pecho.

—Quieto —gruñó sin detenerse a mirarme. Los demás tomaron esa acción como una muestra clara de que debían intervenir. Y mucho se habían tardado.

—Vamos, Bevs —la llamó Clint. Ella alzó la cabeza para mirarlo, muy enfadada—. Suéltala un momento y ven conmigo. Estás muy alterada y eso no es bueno considerando que tienes un continente propio en la barriga. Natasha y Steve se van a encargar de ella, ¿verdad?

—Hazle caso a Clint, cielo —añadió Natasha—. Piensa en el parásito.

Inhalé.

—Beverly —la volví a llamar—. Quita el palo de aquí y toma mi mano. Vamos, el parásito debe estar muy alterado ahora mismo y no queremos eso, ¿verdad? Anda, muñeca, respira.

Ella no parecía querer quitarle el pie su prima, pero era consciente de que su prioridad era el parásito y por él lo haría. A regañadientes la soltó, encogió la vara en su forma de brazalete de nuevo y aceptó mi mano, parándose a mi lado. Estaba tan alterada que su cuerpo se estremecía como un diapasón. Su cabeza también temblaba, aunque era un movimiento casi imperceptible. Ella no parecía estar consciente de eso.

—Muchacha, no puedes aparecerte así —Victoria comenzó a hablar, pegándole la mirada a la castaña que ahora había sido levantada por Steve.

—Yo...

—Más te vale darnos una explicación que nos convenza —agregó Natasha.

—¿Cómo pasó esto? —preguntó Beverly, casi sin aliento y prácticamente para sí misma. Tenía los hombros rígidos y una expresión fría en el semblante, y no dejaba de tocarse el vientre de manera ansiosa.

Le froté el brazo derecho con cuidado para que me mirara. No había que ser detallista para darse cuenta de que aquella expresión helada de su rostro no era nada más que una gruesa máscara que se esforzaba por esconder el terror que estaba sintiendo. O quizás era el hecho de que yo me sabía la historia completa y también la conocía muy bien. De cualquier modo contaba, porque ahora mismo estaba viendo como mi muñeca era víctima de un ataque de nervios en forma. Y lo peor de todo era que yo también estaba a punto de sufrirlo.

Ahora que Harper Volkova se había aparecido, eso sólo confirmaba lo que Nadine con tanto fervor me había contado. Y Steve también lo sabía, puesto que me miró más serio que de costumbre.

—Muñeca —le murmuré, ignorando la conversación que ahora Steve y Victoria estaban teniendo con la muchacha. Beverly inhaló con fuerza para después mirarme en silencio—. Todo va a estar bien. No hay nada de qué preocuparse.

Oh, claro que sí lo había.




* * *




Intentaba mantener la compostura como deferencia hacia Beverly, pero estaba a punto de perderla. La presencia de aquella muchacha castaña me calentaba los nervios y no precisamente de una buena manera, pues en su rostro había un indeseable parecido Nadine. Se notaba a leguas que era su sobrina en realidad. Noté una súbita punzada de culpabilidad al pensar en eso, tal como me ocurría con tanta frecuencia cuando pensaba en el apellido «Volkova» y en lo que no le decía a Beverly. Mis ganas de querer cuidarla eran más grandes, y quizás por eso estaba cometiendo un buen error que luego seguro pagaría, pero si ella permanecía a salvo, ¿quedaba espacio para el arrepentimiento?

Tuvimos que regresar al complejo de inmediato, pues ahora esa visita se había convertido en un lío. Además, Beverly estaba demasiado ofuscada y Cho tuvo que atenderla de inmediato. Clint se marchó luego de acompañarnos al complejo, Victoria se fue a dejar a Vera en casa junto con la niñera, y los demás estaban repartidos por ahí. Steve y Natasha, sin embargo, estaban siendo los encargados de vigilar a la prima Volkova mientras yo me mantenía en el laboratorio con Beverly. Steve no planeaba hablar con ella hasta que yo apareciera, pues el tema era bastante delicado y personal. Pero yo me iba a asegurar de que Beverly estaba bien primero. Esa era mi prioridad.

—Tienes la presión por las nubes y eso no está nada bien, Beverly —la reprendió Cho, haciendo una ecografía en su vientre descubierto. Estaba tan abultado que parecía a punto de reventar—. El bebé siente todo lo que tú, y si te alteras él también lo hace. Mira nada más, el pobre se encogió y dio una vuelta ante tantas emociones. Ya no se deja ver las manitas.

Beverly jadeó y se sujetó el vientre en cuanto Cho retiró lo que estaba haciendo.

—Además de eso, ¿está bien el parásito? —le pregunté, haciendo un esfuerzo por contener el susto.

Cho asintió.

—Sí, por supuesto. Con la madre que tiene, él también es fuerte. Pero nada de grandes emociones, o sino ese bebé va a salir disparado antes de que se cumpla el tiempo.

El pulso se me redujo a un ritmo normal en cuanto esas palabras salieron de su boca. Sin embargo, la sensación de calma se esfumó tan pronto como apareció. Estaba seguro de que ahora con Harper Volkova por aquí lo más que habrían serían emociones fuertes. ¿Cómo se suponía que iba a lograr mantener a Beverly alejada del desastre?

—¿Ya puedo levantarme entonces? —inquirió Beverly, en un murmuro cansado—. Prometo no alterarme.

—Tu presión no ha bajado nada, muñeca. Quédate un rato más recostada —le pedí, avanzando hasta la camilla. Sus ojos azules me escrutaron con recelo.

—Voy a aplicarte un calmante —le avisó Cho—. O sino no dejarás ir el estrés por voluntad propia.

La pelinegra bufó, pues sabía perfectamente que no se iba a calmar por ella misma. No opuso resistencia cuando la doctora volvió para inyectarle algo en el brazo derecho, se quedó en silencio mientras yacía en la cama de hospital. Su vientre parecía una montaña debajo de la camisa. Daba la impresión de que a Beverly le estaba faltando energía, o quizás era porque el efecto del calmante había sido más rápido y efectivo de lo que esperaba.

Ella soltó un bostezo rápido.

—Eso será todo —concluyó Cho—. Con el calmante que le di dormirá al menos unas dos horas. Tony, por favor, procura manterla alejada de todo lo que pueda alterarla. No bromeo cuando digo que ese bebé puede salir antes de lo esperado, y eso es extremadamente peligroso si ella está bajo mucho estrés.

Se me cerró la garganta ante la idea del peligro que podía envolver al bebé, no solamente por la alteración de Beverly sino por todo lo demás. Era un chiste de muy mal gusto que todo se hubiera juntado justo ahora, cuando faltaba tan poco para que ella diera a luz. En este punto, Beverly se iba a poner bastante vulnerable a causa de la recta final del embarazo... Y justamente a su prima se le ocurría aparecerse en este momento. Casi podía escuchar la marcha fúnebre detrás de mi cabeza, y no era precisamente un funeral para alguno de nosotros.

Yo iba a matar a alguien.

—Yo mismo me voy a encargar de mantenerla libre de estrés —le prometí a Cho, a lo que ella asintió para salir del laboratorio.

Solté el aire por la boca, mucho más inquieto, y miré a Beverly. Sus ojos habían terminado de cerrarse y ella había acabado por caer rendida ante los brazos de Morfeo. Su piel se había puesto un poco pálida a causa del incidente de hace un rato, y no pude evitar acariciarle el rostro como solía hacerlo antes. Mi preciosa muñeca. La madre de mi hijo. De manera instintiva llevé mi mano derecha a su vientre, recorriendo con cuidado la casa del pequeño parásito. Esta vez no hubo reacción alguna, no se movió ni tampoco se estremeció ante mi tacto, así que terminó por sentirse vacío. Ya me había acostumbrado a la sensación de revoloteo que hacía el bebé cuando yo ponía mi mano encima de la panza, y no haberla recibido era como tocar el aire.

Me embriagó un sentimiento de desolación tremendo. La falta de movimiento me hizo preguntarme cómo sería si en realidad algo le pudiera pasar. ¿Y si algo le pasaba al bebé? ¿Y si algo le pasaba a Beverly? ¿Y si alguno de los dos no la liaba lo suficiente como para contar la historia al final? ¿Acaso existiría una vía de escape para ese dolor? Me estremecí. Me incliné sobre la panza y deposité un beso sobre ella.

—Papá los va a proteger a ambos —le murmuré en voz muy bajita—. Es una promesa, pequeñín.

Cuando me separé de ella, estuve seguro de estar a punto de sufrir un ataque de ansiedad. Me llevé una mano al pecho y lo estrujé con fuerza, preparándome para salir del laboratorio e ir a ver qué demonios estaba pasando con la Volkova. Me pregunté cuándo iba a tener un momento de paz. Cuando muriera, seguramente.

Tomé un vaso de agua antes de avanzar hasta la oficina del rubio, donde seguramente me estaba esperando, ya que tenía la garganta muy reseca. No tenía ni medio segundo en la cocina cuando Maximoff se me apreció al frente. Lo más extraño de todo era que la sokoviana no me estaba mirando con cara de pocos amigos, como siempre lo hacía, sino que tenía una mueca de fastidio en el rostro.

—Stark, tengo que decirte algo —me dijo, con aquel acento chispeando en sus palabras—. Es importante.

Entrecerré los ojos hasta volverlos una rendija y tomé otro sorbo de agua.

—¿Qué estás tramando?

No había manera en el infierno en la que ella viniera voluntariamente a decirme algo, a mí explícitamente, sin que no hubiera algo torcido detrás. Y sabía que estaba en lo correcto, porque inmediatamente torció los ojos.

—Si Steve hubiera querido escucharme no estaría aquí —respondió de mala gana.

Ding, ding, ding. Tenemos una ganadora. Sabía que no ibas a venir conmigo como primera opción.

Volvió a rodar los ojos. Hubiera sido bastante fácil que a ella le hubiera dado por meterse en mi mente para ver lo que había por ahí y terminara descubriendo lo que estaba pasando, pero desde que estaba con nosotros se limitaba a hacer uso de ese tipo de habilidades. Victoria le había dado una larga charla acerca de la importancia de la privacidad para con sus compañeros, y la verdad era que Maximoff no era nada irrespetuosa u odiosa, al menos con los demás. A mí todavía me detestaba.

—Tony —bisbiseó, tras soltar un bufido—. En serio es importante. No puedo leerle el pensamiento a la prima de Beverly.

—¿Cómo que no puedes hacerlo? —cuestioné, ahora mucho más interesado en la conversación. Wanda asintió frenéticamente.

—Antes me costaba entrar en la cabeza de una persona, pero era algo momentáneo —me contó—. Al final siempre podía leer los pensamientos de cualquier persona. Pero he estado tratando de meterme en la cabeza de esa mujer desde que se apareció en la entrada de tu casa, y hasta este momento no he podido. Ella me está esquivando, y no tengo idea de cómo lo hace. ¡Es prácticamente imposible hacer eso sin estar escondiendo algo! Y no soy yo la que está defectuosa, ya intenté entrar en la cabeza de Visión y Sam, todo funciona muy bien. Es ella.

Procesé de manera cuidadosa sus palabras, esforzándome por no volverme paranoico al respecto, pero me la estaban poniendo muy difícil. Si la tipa había venido en son de paz, ¿por qué gastaba energía esquivando la telepatía de Wanda?

—Gracias por venir a decirme —contesté, dejando el vaso sobre la mesa y metiéndome las manos a los bolsillos—. ¿Podrías por favor estar alerta? Si tienes la oportunidad de entrar en su cabeza, tómala.  ¿Sería mucho pedir?

Wanda negó con la cabeza.

—Por Beverly lo que sea. Estaré alerta, Stark. No te preocupes por eso.

—Gracias, Wanda.

La puerta de la oficina del rubio estaba abierta para cuando me aparecí allí. En su interior sólo estaban Steve y la castaña prima de Beverly. La aludida estaba de pie, rígida junto al escritorio en el que Steve estaba sentado. Ella tenía la pinta que tenía alguien que iba directo a un funeral: ropa negra, piel pálida como la cal y cara de lamento. Caramba, ¿cómo podía caminar con unos zapatos tan altos? Si las cosas se ponían feas podíamos arrancarle uno del pie y apuñalarla con eso, no había mucha diferencia de un cuchillo.

La mujer alzó la cabeza en mi dirección, como si hubiera escuchado lo que estaba pensando. Aquello me dio muy mala espina.

—Tony, te estaba esperando —suspiró Steve, desde el escritorio.

—No tengo tiempo para interrogatorios —me adelanté al discurso, volviendo a meter mis manos en los bolsillos del pantalón negro—. Vamos directo a los hechos. Tú, vampiresa, ¿qué quieres y a qué viniste? Y será mejor que tengas una buena explicación, mira que ninguno está de buen humor luego de que le dañaras el cumpleaños a Vera y mandaras a Beverly a la cama por el estrés.

Harper Volkova resopló y se puso las manos en las caderas.

—¿Realmente dudan tanto de mí, señores?

Steve y yo intercambiamos una mirada rápida.

—Sí —respondimos al unísono.

—Ni siquiera me han dejado explicarme —nos siseó—. No saben por qué estoy aquí.

—Estamos esperando —la alentó Steve, cruzado de brazos.

Traté de buscarle un parecido a Beverly, y aunque no era algo muy relevante, en verdad sí existía algo que las hacía parecer. Lo más llamativo era el cabello, lo tenían casi del mismo color. Sus estaturas eran opuestas, Harper le sacaba por lo menos una cabeza a Beverly, además de que era mucho más desgarbada y pálida que su prima. Mientras que los ojos de Harper eran oscuros y distantes, los de mi muñeca eran del color de un zafiro, tan vehementes como fríos.

Harper inclinó la cabeza a un lado mientras me examinaba. Luego, sacudió la cabeza con aires de incredulidad.

—No tenía ni idea de que estaba embarazada, menos que Tony Stark fuera el padre —murmuró, al tiempo que se relamía los labios—. No tenía intención alguna de alterarla, tienen que creerme. No vengo a hacerle daño, pero supongo que ya debe estarla pasando mal con esa noticia.

Se hizo un silencio profundo, gracias a que ella estaba esperando que alguno le respondiera algo. Sin embargo, me había quedado tieso ante la última cosa que había dicho, y Rogers lo notó. Era obvio que nosotros conocíamos esa noticia. A Harper le llamearon los ojos, perspicaz, al darse cuenta de nuestro súbito silencio.

Moy bog —repuso Harper en voz baja, como si le faltara el aire—. Ella no lo sabe. Moy bog!

Aquello era ruso, estaba seguro. Bastante seguido escuchábamos a Natasha soltar esa exclamación, que no significaba nada más que «dios mío».

—¡Cómo han podido esconderle algo así! —entonces, se sacudió entera con un encogimiento de hombros y comenzó a caminar con rapidez en círculos, como si estuviera sufriendo un ataque de pánico—. ¿Por qué no le han dicho nada? ¡Ella tiene que saber que Vladimir está vivo! ¡Ella va a ser la primera persona a la que él busque!

Fijé mi atención en sus comentarios para captar algún sentido en ellos, alertar si acaso estaba actuando o aquél pánico era genuino. Se veía infeliz y renuente. Steve, por su lado, tenía una expresión tensa en el rostro debido a lo que ella acababa de decir. Harper acababa de soltar el demonio que me había estado acechando desde hace tiempo.

De pronto, el recuerdo de lo que Nadine me había dicho el día de la subida de Sokovia irrumpió en mis pensamientos.





—Stark...

El gorgoteo agotado de una voz femenina me había llegado a los oídos. Aún dentro del traje, detuve mi salida del área de los refugiados y me volví para mirar a Nadine Volkova, que yacía en una improvisada camilla con el cuerpo amoratado. Busqué a Beverly con la mirada, pero no la encontré cerca. Probablemente siguiera con Steve buscando rezagados en la destrozada y a punto de caer Sokovia.

—No se esfuerce, señora —le había respondido, ahogando el tono normal de mi voz detrás del casco—. Sus padres están por aquí.

Ella tosió y extendió la débil mano en mi dirección.

—No... Stark... Vladimir... Beverly...

Recordaba que en un principio no le había entendido lo que quería decir, y había tenido que sopesar con cuidado sus palabras antes de comprender que ese nombre pertenecía a su hermano. Él mismo que le había hecho tanto daño a mi muñeca. Sólo bastó aquella realización para que yo diera un respingo hasta la señora. Me saqué el casco de la cabeza y me incliné hacia ella, mucho más ansioso.

—¿Acaso dijo «Vladimir»? —solté, levemente amargado.

Nadine asintió a duras penas, con los ojos cerrados y la cara amoratada.

—Lo estaba buscando... aquí —se removió en la camilla—. Stark... —con dificultad, tanteó el camino hasta mi brazo de metal y le dio un ligero apretón. Lo más que le permitiera la poca fuerza que le quedaba—. Mi Beverly... Por favor cuida a mi Beverly. Ella no puede saber que Vladimir está vivo, eso la rompería en mil pedazos... No...

Ni siquiera parpadeé en ese momento. Mi ceño cerró más aún, como si me costara más de lo debido digerir aquello. Sólo había atinado a tragar saliva.

—¿Dónde está? ¿Qué sabes de él?

Ella sacudió la cabeza, atormentada.

—Si vas a buscarlo... Si tu misión es ir por él... Entonces aléjate de Beverly. No la expongas a lo que más le teme. Ella cree que yo no lo sé... —comenzó a toser con dificultad—. Por favor, Stark, yo sé lo mucho que se vinculó contigo. Si realmente quieres protegerla entonces aléjala de ese demonio... No...

Y entonces la tipa se había desmayado.




Inhalé ante la sacudida del recuerdo. Aquello sólo había logrado avivar la llamarada de mi desesperación, moviendo los recoldos de mi preocupación y terminando por inclinarme hacía la ansiedad. Deseaba fervientemente proteger a Baverly por encima de todas las cosas, y ahora parecía que el desastre estaba a punto de volver. Temí no poder ocultarle la horrenda verdad por más tiempo.

—¿Por qué no lo han hecho? —masculló Harper en nuestra dirección, con los ojos oscuros chispeantes.

Steve negó con la cabeza, con los ojos tensos puestos en la muchacha.

—¿Cómo te enteraste? ¿Fue a buscarte?

—No planeamos decirte nada hasta que no te expliques, Madonna —repuse yo.

El rubio asintió.

—Será mejor que empieces a explicarte.

Me sorprendió el profundo cambio que se había producido en la atmósfera. Harper tomó aire y rápidamente comenzó a hablar de nuevo.

—¿Qué quieren? ¿Mi biografía? Si lo que se preguntan es cómo sé acerca de que mi padre está vivo, es porque Nadine me lo dijo. Ella fue a buscarme a Hiron, donde he vivido desde que tengo memoria —contó, con un repentino pesar.

—La malnacida se perdió hasta el fin del cielo y del infierno —mascullé yo, prácticamente para mí mismo—. ¿Dónde está Nadine ahora?

Harper se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. Se apareció en mi casa, me soltó semejante bomba y luego se fue. A juzgar por sus caras, señores, me parece que es algo que mi tía hace a menudo, ¿me equivoco?

—No comprendo —intervino Rogers—. ¿Por qué vives en Hiron? Y no con tus abuelos, de la misma manera en la que creció Beverly. Alguien tuvo que haberte contado tu historia familiar, porque la conocías pero ella no tenía ni idea de quién eras tú.

De pronto, un gesto apesadumbrado se abrió paso por el rostro de la muchacha. Se puso rígida y clavó la vista en el suelo.

—No creo que mis abuelos sepan que tienen otra nieta —murmuró—. Crecí con mis padres, pero mi padre «murió» cuando yo tenía diez y mi madre fue diagnosticada con esquizofrenia un par de meses después. La declararon incapaz de tener la custodia de una niña, así que fui transferida a un convento allí mismo en Hiron, que es su país de origen. Ella no recordaba nada de la familia de mi padre y yo no los conocía. Al menos no hasta que Nadine me buscó...

Solté un bufido que no pasó desapercibido para ella. Pronto me miró con una expresión helada en el rostro.

—Tony... —me advirtió Steve, pero lo ignoré. Clavé la vista en la castaña.

—¿Y así nada más te nace la vena familiar? —escupí de mala gana—. Disculpa que no te crea la historia, ¿pero por qué demonios te apareces aquí buscando a Beverly? ¿Qué sabes acerca de Vladimir que te hizo venir a buscarla? No sé si lo sepas, pero tu papi no es material digno del cielo.

Ella ladró.

—Por supuesto que lo sé.

—¿Qué sabes, exactamente? —quiso saber Steve.

—¿Por qué tanto interés en Beverly? —le insté con vehemencia.

—¡Porque a mí me hizo exactamente lo mismo que a ella! —gritó Harper, antes de comenzar a temblar.

Se me cayó la mandíbula de la impresión, y estuve seguro de que a Rogers le pasó lo mismo. No eran solamente las palabras monstruosas que acababa de decir la muchacha —porque el único término que había para describir aquello era la palabra monstruo—, sino porque ella en verdad parecía afectada por sus propias palabras. El pecho le subía y le bajaba de forma irregular y alterada. Se llevó una mano al cuello y se apretó con fuerza al tiempo que intentaba tomar aire por la boca, como si estuviera buscando una manera de calmarse.

Si aquello que nos estaba contando no resultaba ser cierto, entonces Harper Volkova era más una actriz que cualquier otra cosa. Sin embargo, era consciente de que ella le estaba ocultando sus pensamientos a Wanda por una razón. Si no escondía perturbador, ¿por qué no dejarla mirar? Más importante aún: ¿cómo era ella capaz de lograr eso?

—Por favor —nos pidió ella, en medio de un jadeo—. Tienen que creerme cuando les digo que no vengo a dañar a nadie. Menos a Beverly, que está embarazada. Su bebé es mi sobrino también.

Sacudí la cabeza. De repente sentí que envejecí diez años de sólo tener esa conversación.

—Tienes que entender que no nos tomamos esto a la ligera —le dije, cruzándome de brazos—. Es un problema grande y serio.

Ella asintió con pesadez.

—Sólo Beverly y yo conocemos la verdadera naturaleza de Vladimir. Y créame cuando le digo, señor Stark, que él vendrá por ambas, y cuando se entere que mi prima está embarazada...

—Eso no va a pasar —la atajé antes de que pudiera completar su alegato. Ella me miró conmocionada.

—Haremos nuestro trabajo —añadió el rubio—.  Realmente espero que tú no seas un problema más en esto.

Harper negó con la cabeza. Yo solté un suspiro e intenté relajar los hombros, aquello me había estresado hasta lo inverosímil. De reojo miré como el rubio y la castaña continuaban con la conversación, pero decidí ignorarlos. Me comenzaba a doler la cabeza, así que cerré los ojos y me froté las sienes con pesadez.

En la estancia se escuchó un fuerte alarido. Aunque, pensándolo mejor, no era un alarido: era un grito de dolor que helaba la sangre en las venas. Provenía del laboratorio en el que Beverly estaba dormida.

—¡Alguien! —jadeó la pelinegra.

No me detuve a observar a los dos restantes que estaban a mi lado. Eché a correr fuera de la oficina hasta donde ella se encontraba, y la vi inclinada sobre la camilla. Estaba intentando bajarse, pero respiraba con dificultad y se apretaba el vientre mientras hacía una mueca de dolor.

—Muñeca —la llamé en cuanto atravesé el umbral—. ¿Qué está pasando? ¿Qué te duele?

Ella sacudió la cabeza, y volvió a aullar de dolor. 

—¿Beverly? 

Escuché como Steve me llamaba desde atrás, pero no me giré a verlo. Seguí buscando algo que me diera un indicio de qué estaba pasando en su rostro y en su cuerpo, pero no veía nada. Ella me dio un empujón hacia atrás, y no entendí por qué lo había hecho si apenas podía mantener el equilibrio.

Entonces, Beverly vomitó un chorro de sangre.


































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