22 ━━━ Leverage.
━━━ ❛ HOMINEM II ❜ ━━━
TONY STARK
El cumpleaños número quince de Vera nos había llevado a todos a hacer una parrillada en el jardín de nuestra casa, ya que el departamento de Victoria no era lo suficientemente grande como para dar abasto a todos. Un poco después del primer trimestre de gestación, yo había adquirido una casa para Beverly, en la que yo también me estaba quedando. Por el bebé, claro está. La propiedad sólo estaba a un par de metros lejos del complejo, y ahora se había vuelto el centro de reuniones de todos para celebrar cualquier tontería que se les pudiera ocurrir, sólo para tener una excusa y poder disfrutar del inmenso jardín que tenía.
Era domingo y de tarde. Steve estaba a cargo de la parrillera, haciendo las hamburguesas favoritas de Vera, quién estaba muy emocionada de tener a la mayoría de sus tíos ahí. Incluso Clint había venido. No había nadie ajeno a nosotros: Natasha estaba entretenida tomándose una cerveza y conversando con Clint, a su lado estaba Sam también incluido en la conversación, pero al mismo tiempo estaba jugando póker con Visión. La cumpleañera pelirroja estaba cerca de la piscina con Victoria, Wanda y Beverly, rondando alrededor del pastel de fresas. Ah, y también estaba su nana. Lo cual me parecía una tremenda estupidez pues Vera ya tenía quince años, pero Victoria era una necia de primera.
Le di un sorbo al whisky de mi mano mientras ayudaba a Steve a voltear las carnes en la parrillera. Me acomodé los lentes de sol después de hacerlo, al igual que el rubio.
—Un poco de calma no viene nada mal —comentó, sin despegar la vista de la parrillera—. Todos necesitamos algo que nos mantenga ligados a la normalidad.
Asentí.
—Eso no parece ser para nosotros. Normalidad, estabilidad... Y aún así nos esforzamos para mantenerlo —le di un leve empujón en el hombro izquierdo—. ¿Cómo van las cosas por aquí? —le pregunté, señalando con la cabeza a Victoria y Vera.
Steve se encogió de hombros.
—No me puedo quejar, van mejor de lo que esperé, pero...
—¿Pero?
—Es demasiado fácil vivir con esta decisión —suspiró—. Cada vez que tenemos un poco de paz aparece algo para arrancárnosla. Sé que tú te sientes de la misma manera, sobretodo ahora con el bebé. Nuestras prioridades han cambiado, Tony. No somos sólo nosotros ahora.
Pero claro que yo ya lo sabía. Apreté los labios, estando muy enterado de que lo que decía era cierto. Con nosotros nunca se sabía, era impresionante el número de individuos que querían vernos muertos, y en todo caso, hacerse con la conquista del mundo.
—Alguien siempre nos va a querer matar —le dije, sorbiendo el whisky de nuevo. Él asintió y sacó un par de panes de hamburguesas.
—La clave está en no dejarlos hacerlo.
—Este es un equipo, ¿o no?
No le estaba viendo los ojos, puesto que también tenía lentes de sol, pero lo vi alzar las cejas por encima de ellos y en su rostro apareció una sonrisa.
—Por supuesto que sí.
—¿En qué estatus de relación están ya? —preguntó Clint, apareciendo con una cerveza en la mano y una expresión socarrona en la cara—. ¿Ya lo llevaste a dormir a casa, Steve?
Torcí los ojos.
—Muy gracioso, Barton.
—Oh, vamos. Se nota a kilómetros, incluso le han pagado a Beverly para que sea su vientre de alquiler.
Una estruendosa risa resonó a nuestras espaldas, proveniente de la garganta de la pelinegra que venía caminando hacia nosotros.
—Ya sabía yo que esto había sido a propósito —añadió, señalándose la inmensa panza—. Fui usada. Y lo peor es que no he visto ningún cheque en los últimos siete meses.
Volví a rodar los ojos, pero los demás rieron. Pronto todos se aglomeraron alrededor de la parrillera, husmeando para ver si las hamburguesas estaban listas.
Todo estaba muy tranquilo. Me aproveché de la tranquilidad para pensar en todas las cosas que habían pasado desde lo de Sokovia, y me fue imposible no sentirme ansioso al respecto. Empezando por el incidente que tuve con Nadine Volkova ese mismo día, cuando Beverly la sacó del edificio a punto de caerse y me pidió que la llevara con los refugiados. Pensé que me estaba comenzando a abrir un camino con Beverly, que comenzaba a forjar algo nuevo, pero la arpía de su madre me lo arrancó incluso antes de que pudiera tenerlo. Aquella confesión suya, al borde de la muerte, había bastado lo suficiente como para que todo lo que me había imaginado se fuera al demonio y no pudiera volver. Lamentablemente la bruja había vivido, pero se había perdido y ahora tenía que encontrarla, a como diera lugar, porque no iba a permitir que nadie la encontrara antes que yo. Por supuesto que Beverly no sabía nada de lo que ella me había dicho, y mi muñeca estaba muy ausente de lo que estaba pasando en realidad, porque así lo estaba haciendo yo. Iba a ser yo el que le pusiera fin a todo ese asunto de Nadine antes de que Beverly se viera involucrada. Estaba dispuesto a sacrificarlo todo con tal de mantenerla a salvo de aquel maldito apellido que tenía.
Sólo Steve estaba enterado de la gravedad del asunto, y estaba igual o más ansioso que yo.
Luego de ese día, y de que Pepper me besara al volver a la torre, no pude hacer nada para decirle la verdad a Beverly. No después de todo lo que Nadine me había dicho. Me preocupaba tanto lo que pudiera pasar si se enteraba, que preferí actuar como el peor de los patanes y hacerle creer que sólo había estado jugando con ella, cuando en realidad me estaba matando la expresión de su rostro al dejarla ir. Y quizás había estado equivocado, quizás aún lo estaba y quizás ella debería enterarse de toda la verdad... Pero yo quería protegerla. Librarla de cualquier mal rato. A ambos. Y es por eso que yo mismo me había dado a la tarea de resolver todo ese conflicto sólo.
Pero el peso y la presión que cargaba con la mentira, al verme alejado de Beverly y la ansiedad de no encontrar a Nadine, sólo consiguió intensificarse hasta lo inverosímil cuando nos enteramos que mi muñeca estaba embarazada. Muy embarazada para ese momento. Al principio me pareció imposible de creer, y sólo comencé a actuar por inercia, pero ahora que estaba absorto en la situación, se me hacía la cosa más maravillosa del mundo. Y aquella fuerza magnética que me mantenía unido a Beverly era la misma que me separaba. Ahora no sólo debía velar por su seguridad, sino por la de el bebé también.
O bueno, el «párasito» como a Beverly se le había ocurrido decirle. Eso fue lo quedó del día que estuvimos en la granja de Clint, y era ridículo como esa había terminado siendo la última vez que estuvimos relativamente juntos y en armonía. Porque con lo de Sokovia todo se fue a la mierda.
Deliberadamente dirigí mis pensamientos en otra dirección para controlar mis emociones, o iba a terminar lanzándome hasta mi muñeca para decirle todo lo que me había contado la arpía de su madre.
Pepper estaba enferma. Durante lo de Ultron, le había agarrado una gastroenteritis aguda que sólo había terminado por aumentarse debido al estrés de manejar la compañía. Yo la rondaba muy seguido, para ver cómo se encontraba, pero no había cambiado nada sustancial entre nosotros. Después de varios intentos pude hacerle entender que lo de nosotros había llegado a su fin, y todo terminó bien. Incluso me preguntaba a menudo por el parásito.
Steve, Victoria y Natasha estaban dirigiendo de buena gana y con mucha emoción los nuevos Vengadores. Estaban encantados con las nuevas instalaciones y el rubio, principalmente, suspiró de alivio cuando le dije que aunque había guindado la armadura, continuaría paseándome por allí seguido. Después de todo, era yo quien pagaba las cuentas. Y eran mis amigos, no podía alejarme de ellos.
—Oye, Tony —me llamó Natasha—. ¿Vas a querer mostaza?
—¡No, la mostaza es mía! —chilló Vera, arrancándole el frasco a su tía de las manos.
Le puse mala cara a la pelirroja menor.
—Qué egoísta eres, tomate. ¡Qué mal trabajo haces de padre, Rogers!
—Vera, comparte la mostaza con tu padrino —le dijo Victoria en tono ausente, pues tenía el oído y la atención pegada a la barriga de Beverly. Seguramente el parásito se estaba moviendo.
—Ya, ya —intervino Rogers—. Aquí hay otro frasco de mostaza.
—Aw, miren cómo protege a su hombre —se burló Clint.
—Clint, eres un desgraciado —le dije, quitándole la cerveza de la mano—. Ahora esto me lo quedo yo.
—Más respeto y cuida tu lenguaje, por el amor de Dios. ¡Victoria! ¿Algo qué decirle a tu ahijado?
Sam Wilson suspiró, sorprendido.
—Espera, espera... ¿Estás diciendo que Victoria es la madrina de Tony? ¿Cuántos años tienes ya, mujer?
Victoria alzó la cabeza en nuestra dirección y le sonrió al moreno.
—Trescientos setenta y cinco. Y sí, yo soy su madrina, así cómo él es el padrino de Vera.
—¡Yo voy a ser la madrina del parásito, lo pedí desde que nos enteramos! —saltó Natasha.
Beverly bufó. La pelinegra tomó una hamburguesa que le estaba ofreciendo Steve y avanzó en compañía de Wanda para acomodarse alrededor de la mesa y poder comer tranquila. Yo me les uní, y rápido todos también lo hicieron. Todos comenzamos a comer mientras la conversación continuaba activa.
—Aún no hay padrinos ni nombres tampoco —avisó Bevs, mientras se daba unas palmaditas en el vientre—. Lo único que hay es una interminable lista de futuras niñeras esperando ser aceptadas. ¡Hay más de setenta, saben! ¿De quién fue la idea?
—Fue tuya, Bevs —le recordó Wanda, dándole un mordisco a la hamburguesa.
—Ella tiene razón —agregó Visión—. Lo pediste diciendo que «ibas a necesitar una superniñera igual que la que tenía Vera».
Era extraño ver cómo todos comían a excepción de Visión. No nos habíamos acostumbrado a su falta de necesidades vitales como las que teníamos todos.
—Vamos a contrar a la rubia —dije, meneando el licor en el vaso. Beverly me puso mala cara.
—No vamos a contratar a la rubia voluptuosa. Quiero a una señora mayor.
Clint y Natasha se echaron una buena carcajada, al unísono.
—¿Para qué quieres una señora mayor, con Steve no es suficiente? —habló Clint, sin dejar de reír.
—Oh, bien, sigan adelante —masculló el rubio—. Hoy es el día internacional de «jodámosle la vida a Rogers».
—¡Mala palabra! —saltó Vera, meneando la cabeza—. ¿Y con esa moral me regañas cuando digo «mierda»?
* * *
La noche cayó de forma lenta, pero ninguno se movió cuando lo hizo. Después de las hamburguesas que había preparado Steve, y de habernos comido el pastel de cumpleaños de Vera, nos quedamos sentados en el jardín de la casa. Nos habíamos pasado de la mesa central hasta los sillones que estaban junto a la piscina, dónde todos estaban muy cómodamente estirados. Vera se había ido al interior de la casa porque tenía deberes que hacer para el día siguiente. Clint y Natasha estaban compartiendo un sillón, Steve y Victoria estaban sentados en el piso detrás de la mesita del medio y en lo que refería a Maximoff, Visión y Sam, estaban los tres esparramados en una hamaca cada uno. Beverly por su parte, se había adueñado del sillón más grande y estaba acostada con la panza siendo lo que más llamaba la atención. Yo sólo tenía un diminuto espacio a los pies de ella.
—¿A qué colegio está yendo Vera ahora mismo? —le preguntó Clint a Victoria. La interpelada suspiró.
—A St Mary, pero no sale de un pleito. El jueves la llevaron a detención porque le cortó un mechón de cabello a Lauren Wells. Se llevan como perros y gatos.
Sacudí la cabeza, prestando poca atención a la charla que comenzaba a tener lugar entre ellos. Fijé mi atención en Beverly, que se encontraba peculiarmente callada desde hace un rato. Tenía el ceño fruncido en dirección al cielo, como si estuviera sopesando algo con mucha concentración. Instintivamente se llevaba ambas manos al vientre, acariciando con suavidad por encima. Yo me estiré para hacer lo mismo, en un acto casi reflejo sentí un ligero golpe detrás.
—Beverly —la llamé. Ella volvió su atención a mí, mirándome curiosa—. Es domingo, no me pediste que te llevara con tus abuelos, tampoco los llamaste, ¿está todo bien?
Ella suspiró, con gesto desolado. Dejó de mirarme y clavó los ojos en su barriga, como si estuviera consternada por algo. Vaciló durante un instante, pero al final pareció decidirse.
—Hoy es el aniversario de la muerte de Vladimir —susurró, encogiéndose de hombros—. No tengo la sangre tan fría como para acercarme a mis abuelos sabiendo que fui yo quién asesinó a su hijo. Incluso aunque ellos no lo sepan.
La miré en silencio. Me hubiera imaginado cualquier cosa menos eso, pero lo comprendí al instante. Ella había hecho lo que creía correcto, pero eso no significaba que no hubieran consecuencias o que alguien más no se viera afectado por sus decisiones. Me pregunté qué habría hecho yo en esa situación, pero me saqué de encima el sentimiento de inmediato.
—¿Estás bien? —le pregunté, también en un murmuro. No dejé de acariciar su vientre en ningún momento, y ella parecía estremecerse ante eso.
—Sí, claro —sorbió por la nariz—. Ya pasaron seis años, ¿qué puede cambiar? —volvió a bajar una mano hasta su vientre, dónde acarició de manera frenética—. No puedo concentrarme en nada más con este coso pateándome cada dos minutos. Nada bueno salió del gen Stark.
Me eché a reír. Añoraba estos momentos, pues era la única manera en la que podíamos convivir sin que ella quisiera matarme. Lo único lo suficientemente fuerte y capaz para hacerla bajar la guardia era el bebé, y yo aprovechaba cada vez que eso pasaba. La madre de ese bebé contuvo la respiración, al mismo tiempo que Victoria, Steve y Visión ladeaban la cabeza.
—Hay alguien en la entrada de la casa —murmuró ella, consternada—. No reconozco ese latido de corazón.
Instintivamente todos se pusieron de pie. Los achaques del oficio eran tantos que pronto vi a Natasha sacar un arma debajo del sillón en el que estaba sentada.
—¡Te dije que no anduvieras escondiendo armas en mi casa! —le dije. Ella rodó los ojos, fastidiada.
Steve nos siseó para que guardaramos silencio.
—¿Quién sabe que viven aquí? —nos preguntó.
—Nadie —contestó Beverly—. Mis abuelos sólo tienen la dirección del complejo y a mis amigas no les he dicho nada.
—Es una casa muy alejada para que vengan niñas exploradoras —murmuró Victoria, luego, recordó algo y echó a andar dentro de la casa—: Vera.
—Yo voy a ver —dijo Beverly, dando un salto fuera del sillón y echando andar hasta el interior de la casa antes de que ninguno pudiera decir algo. Yo me apresuré a seguirla.
Bueno, o todos estaban muy preocupados por la situación o en realidad eran muy chismosos, porque se vinieron detrás de nosotros hasta la entrada. Me quedé mirando la gran puerta de la entrada mientras que Steve tomaba la perilla de la misma, y todos los demás nos quedábamos a la espera. Todos nos quedamos completamente inmóviles cuando la puerta se abrió, y una muchacha alta, con el cabello tan oscuro como el de Beverly y apariencia desgarbada, nos miró atentamente.
—Hola —nos saludó, en un susurro—. Busco a Beverly Blackwell... pero, ¿son ustedes los Vengadores?
—¿Cómo llegaste aquí? —le instó Beverly, en tono hostil. Permaneció detrás de Natasha, pero tenía apariencia fastidiada—. No te conozco.
La muchacha hizo una mueca.
—No, pero yo a ti sí. Me llamo Harper. Harper Volkova.
—¿Volkova? —repitió Beverly, en tono cavernoso—. Debes estar equivocada.
—En absoluto. Soy tu prima, Beverly —contestó, estirando una mano en dirección a ella.
La pelinegra miró la mano de la muchacha como si estuviera viendo la basura, renuente y recelosa.
—Yo no tengo primas.
Harper Volkova exhaló.
—Soy hija de tu tío Vladimir.
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