19 ━━━ You shock me all night long.
━━━ ❛ MOMENTUM XIX ❜ ━━━
BEVERLY BLACKWELL
Hay un momento en la vida en el que inevitablemente tienes que retroceder y mirar todo en perspectiva. Aún con todo y eso, no podía hacer más que preguntarme si algún día terminaría. Lo único que hacía era estirarse hasta lo inverosímil, incapaz de entrever su final, y creía que todos ya habíamos tenido suficiente de la subida de Sokovia. Creía que ya habían perdido lo suficiente como para que el día no llegara a su fin.
No caí al agua, no me pasó nada más allá de unos cuantos golpes, y eso había sido porque Tony me había atrapado a milímetros de estrellarme contra las frías y duras aguas. Pero en ese momento, ahora que ya estábamos de vuelta en la torre, me pregunté si acaso no hubiera sido mejor que me hubiera dejado caer al fondo.
Porque me acababa de dar cuenta de que todo el tiempo estuve equivocada.
El cuerpo me dolía, por lo que intenté bajar del quinjet con cuidado de no hacer más esfuerzo del necesario. En ese momento, varias escenas se suscitaron frente a mis ojos. La primera fue hermosa a su manera, tan cálida y amena que logró enternecer los corazones de todos. La hija de Victoria, la pequeña Vera, estaba esperando a su madre en cuanto el quinjet abrió sus puertas. Con ella se encontraba una muchacha de cabello rubio, la cual intuí se trataba de aquella niñera que me había ideado. Victoria, al ver a su hija, bajó corriendo hacia su encuentro. Se veía tan aliviada de poder estar con su hija, porque la envolvió en un fuerte abrazo y estuve segura de que la vi botar unas cuantas lágrimas en el proceso. Sin embargo, la parte más impresionante de eso, fue cuando la pequeña pelirroja hija de Victoria buscó a Steve con los ojos y abrió sus brazos para que el rubio la abrazara. Él aceptó gustoso, y pronto los tres estuvieron abrazados, llenos de alivio y satisfacción de estar juntos de nuevo.
Intuí que esa era la raíz de todo lo que pasaba entre Victoria y Steve. Y quizás, como dijo Tony, él si era de alguna manera, el padre de Vera. Quizás su sangre no corría por las venas de ella, pero sin duda alguna estaban atados de corazón.
Pero no todo era así de perfecto. Clint y Natasha se abrazaban de forma triste, y la razón había sido dolorosa para todo el equipo. Bruce Banner se había marchado, y era evidente que había dejado un hueco en el corazón de Natasha. La naturaleza de su relación me pasaba desapercibida, pero tampoco era ciega, y esas miradas que compartían no estaban vacías del todo.
El corazón se me contrajo con Wanda Maximoff. Le había permitido mojarme la ropa con sus lágrimas durante el viaje, y ahora mismo se escondía detrás de mí, temerosa del sitio en el que nos encontrábamos. No me había soltado la mano, y la verdad era que yo tampoco planeaba soltarla. Ella estaba tan sola, y su dolor se asemejaba mucho a todo lo que yo había sufrido. Le tomaría tiempo recuperarse de la muerte de su gemelo, y mucho más tiempo aún adaptarse a su nueva realidad, pero lo haría. Contaba con que lo hiciera.
Y aún no había relatado la parte más desgarradora.
De pie junto a los cristales de de la pared estaba Pepper Potts. Se veía demacrada, con el cabello atado en una cola mal hecha, grandes ojeras en su rostro y una ropa que más bien parecía un pijama. Aunque tenía sentido, porque ya era de noche cuando aterrizamos en Nueva York. Su mano izquierda se vio eclipsada por una intravenosa, al parecer le estaban pasando tratamiento para algo. Entonces recordé que Tony me había dicho que ella había estado enferma. Con todo y eso, ella echó a andar apresuradamente hasta Tony cuando él bajó del quinjet. Se lanzó a sus brazos como si su vida dependiera de ello y se quedó pegada ahí un buen rato, mientras él la abrazaba.
Y yo no quise seguir mirando eso. De forma muy insoportable comprendí que todo tenía un lugar, y todos pertenecíamos a alguien. Tony pertenecía a Pepper, como había sido siempre, y no había motivo alguno por el que yo pudiera oponer resistencia al hilo del destino. Pero, ¿saben lo desgarrador que es tener algo al alcance de tu mano y terminar perdiéndolo a manos de alguien más? No tenía fuerzas, ni ganas, para esconder el efecto de la puñalada que me había resultado aquello. No tenía fuerzas para seguir empujando hacia adelante, tratando de no terminar aplastada por sentimientos vehementes. Simplemente no podía. Y no quería. Pero lo terminé haciendo de igual manera, tragándome el dolor y lidiando con el temblor repentino del que estaba siendo víctima.
Aún sin soltar mi mano, Wanda murmuró:
—No sigas mirando eso.
Ahogué un suspiro. Sería mejor que terminara de bajar de ese quinjet. Le di un leve asentimiento a Wanda y la empuje para que bajara delante de mí. Pasé de largo, ignorando la mirada que me estaba lanzando Tony, pero no llegué muy lejos pues Thor me estaba llamando.
Me volví a mirarlo a la espera.
—Vamos —me dijo—. Hay que sacarte de aquí y hay que limpiarte todas esas heridas.
No le respondí. Me hizo eco la forma en la que me miró, como si supiera lo que estaba pasando por mi cabeza en ese momento y por eso hubiera decidido acercarse a mí.
—Nunca había estado más complacida de verte —admití, aceptando la mano que estiró en mi dirección. Él me miró, acongojado.
—Lo sé.
Sentí una tristeza incluso aún mayor. Detuve mi caminar en seco, presa de un sentimiento igual de devastador que el anterior. Aquello había sonado tan mortal para mí.
—Thor...
—No me estoy quejando, Beverly —me interrumpió, alzando ambas cejas—. Pero no me gusta la expresión de tu rostro. Parece que te hubieran apuñalado.
* * *
Tuve que respirar varias veces seguidas. Estaba en el laboratorio que pertenecía a Bruce, aunque él ya no estaba por ahí, y me estaba aplicando alcohol sobre las cortadas de mi abdomen. Vaya qué sí ardía. Trataba de concentrarme solamente en eso para no dejar que mi mente viajara a otro hecho lamentable, pero era casi imposible no pensar en Tony. Era como si lo hubieran dejado grabado en los tejidos de mi cerebro, resplandeciendo sobre todo lo demás con mucha más intensidad que cualquier otro recuerdo o pensamiento.
—¿Necesitas ayuda con eso? —me preguntó Thor, entrando al laboratorio.
Negué con la cabeza.
—Nada que no haya hecho antes.
—Eres buena doctora —sonrió levemente—. Quizás deberías ayudarme con mis heridas.
Alcé una ceja en su dirección.
—Aquí hay una flota de doctores mucho más experimentados y con mejores conocimientos que yo, ¿y quieres que sea yo la que cure tus heridas?
—A ti te sirve la distracción... Y a mí me están picando los rasguños, así que sí. Quiero que lo hagas tú.
Solté el aire por la boca y me encogí de hombros.
—Es tu salud, haz con ella lo que quieras.
El rubio soltó una leve carcajada y prosiguió a sentarse en la camilla que había junto a mí. Él se quitó la camisa mientras que yo busqué otro algodón y lo mojé con cuidado en el alcohol. Miré su torso, rasguñado, y resollé. En su cara también habían buenos golpes.
—Si sabes que Stark te está buscando, ¿verdad? —inquirió, haciendo un leve movimiento cuando presioné el algodón corta su piel.
—Si tú me encontraste aquí entonces él también puede —solté de mala gana. Él rió ante mi tono malhumorado—. ¿Qué es tan gracioso?
—Yo te encontré porque sabía que no ibas a bajar. Pero tú hiciste que Barton le dijera a Stark que estabas durmiendo.
Presioné con más fuerza de la debida, gracias a su comentario, y en consecuencia el alcohol se exprimió del algodón sobre la piel abierta de su torso y él chilló en respuesta.
—Lo siento —repuse entre dientes—. Pero no quiero hablar del tema, grandote.
Thor negó con la cabeza, con aire confundido.
—¿Por qué no simplemente lo dejas ir?
Fruncí los labios, alzando la cabeza de su torso para mirarle cara.
—¿A qué te refieres?
—A que es evidente el esfuerzo que estás haciendo para no quebrarte —sus ojos azules se mostraron tranquilos y pensativos al responder—. No fui el único que vio tu cara cuando la pelirroja de Tony se abalanzó sobre él. Tú crees que nadie lo nota, pero eres más fácil de leer que cualquiera. Y tampoco había sido muy discreto la creciente conexión entre ustedes.
Un lado de su boca se elevó en una media sonrisa. Reflexioné sobre ello, en silencio, mientras me dedicaba a limpiar las heridas de su rostro. Simplemente no podía sopesar aquello de manera adecuada, me negaba a hacerlo.
—No estoy haciendo ningún esfuerzo —respondí al fin, en voz baja. Estaba bastante pegada a su rostro así que no había necesidad de elevar el temple—. Sólo no lo hice. No hay ningún motivo para quebrarme. Terminamos la misión, mis abuelos están bien, Nadine probablemente también lo esté. ¿Por qué debería quebrarme?
—Porque creíste que en serio podías establecer algo con Stark, y te lo acaban de arrebatar de las manos.
Le atesté un golpe en el pecho que lo mandó a volar fuera de la camilla.
¡Mierda! ¿Por qué demonios ese comentario me había hecho hervir la sangre de esa manera? Y el pobre Thor había acabado pagando los platos rotos de mi estallido emocional. El rubio me examinó desde el piso, con una sonrisa feroz en su rostro. Yo estaba temblando y tenía la respiración agitada gracias a la adrenalina del momento.
—¿Lo ves? Acabas de responderme —replicó, poniéndose de pie.
—¡Ya basta, Thor! ¡Te dije que no quería hablar del tema!
Thor sacudió la cabeza, avanzando de nuevo hasta mí. Me tomó de los brazos y me hizo mirarlo.
—Deja de pretender que eres irrompible —me dijo—. Porque no lo eres, ninguno lo es. Déjalo ir, Beverly, grita si quieres hacerlo. Golpeame si eso te hace sentir mejor. Pero no te hagas ese daño a ti misma, no contengas todo ese dolor en tu corazón porque será mucho peor.
—¡Ya basta, ya déjame!
Comencé a zarandearlo, intentando que me soltara, pero no funcionaba. Apretó sus brazos alrededor de mi cuerpo y me atrajo hacia él, así que yo empecé a darle sendos golpes en el pecho. Lo golpeaba con todas mis fuerzas y él se tambaleaba por el impacto, pero no me soltó. Después de todo, él era mucho más fuerte que yo. Cuando ya no podía soportarlo más, dejé que sus brazos me envolvieran y escondí el rostro bajo su cuello. Me derrumbé sobre él y dejé que toda esa debilidad que había estado controlando me dominara entera. Tuve que gritar y sollozar con todo la fuerza de mi garganta, porque sólo podía pensar en Tony. Y pensar en él me dolía, me quemaba la piel. Sabía que eso iba a pasar, una parte de mí siempre estuvo consciente de que aquello era una posibilidad latente, pero ahora que lo había vivido me dolía aún más.
Busqué a duras penas un poco de fuerza, y la hallé con mucha dificultad, pero sólo bastó para apagar los sollozos. No para reponerme ante aquel dolor lacerante.
—Yo... Yo... —sorbí por la nariz, aún pegada al pecho de Thor.
—No digas nada, preciosa. Sólo déjalo salir.
Pero no hubo forma de parar las lágrimas, y cómo las odiaba. Al final, pude encontrar un poco de calma en aquel abrazo. No sabía cuánto necesitaba uno hasta que lo tuve, y no sabía cómo pagarle a Thor todo lo que estaba haciendo por mí en ese momento. Me abrazó con más fuerza aún durante un minuto y me soltó para poder verme la cara.
—Nadie merece que derrames lágrimas —me murmuró, en tono bajo—. Pero debe significar lo suficiente cómo para que lo hagas.
No le respondí. Me quedé mirándole los ojos azules en silencio, sintiendo cómo él me acariciaba el pelo. Luego, suspiré.
—Ese es el problema: que no debería significar nada.
* * *
Eran las tres de la mañana cuando me sentí incapaz de seguir huyendo. Estaba resignada, y ya no había vuelta atrás. El tiempo terminaría hablando por si mismo, y eso era algo en lo que yo no podía intervenir. No sentí ningún tipo de desorientación cuando me levanté de la cama, dispuesta a abrirle la puerta a Tony, que había estado llamando afuera. Al final, lo que importaba es que cada quien hiciera lo que le hacía feliz. Y si su felicidad estaba con Pepper, ¿quién era yo para impedirlo?
Inhalé, en un esfuerzo por retener la devastación, y creí poder hacerlo. Abrí los ojos, que no tenían rastro de lágrimas, y me topé con un Tony desconcertado en la puerta del cuarto.
—Muñeca —murmuró bajito.
—¿Qué pasa, Tony?
Me hice a un lado para que se adentrara en mi habitación. Crucé los brazos sobre el pecho y permanecí a una distancia considerable de él.
—Te busqué desde que llegamos —me dijo, frunciendo el ceño—. ¿Me has estado evitando?
Sacudí la cabeza, contrariada, mientras intentaba hallar la voz.
—Esas son cosas tuyas. No mías —respondí, en tono bajo y hosco. Tony asintió con lentitud, como si mis palabras le hubieran llegado—. Me disculpo contigo. No tuve la oportunidad de agradecerte propiamente por haberme salvado en la caída. Gracias por salvarme la vida... de nuevo.
—No tienes que agradecerme nada. Pero en tu cara puedo ver que estás molesta.
Debía de tener un aspecto mucho peor de lo que imaginaba.
—Creo que ya pusiste las cartas sobre la mesa, ¿no te parece? Lo que hubiéramos hablado antes dejó de tener validez esta noche.
—Beverly...
—Ya deja de jugar, Tony —mascullé, empezando a hiperventilar—. No soy una jodida muñeca que quitas y pones cuando te da la gana. Si ya tomaste la decisión de intentarlo de nuevo con Pepper entonces está bien. No pasa nada. Pero necesito que me lo digas, y no que vengas a buscarme cuando te sale del alma hacerlo.
—Eso no... Las cosas no son cómo las pones —dijo, sacudiendo la cabeza.
—¿Y cómo son entonces?
—Ella es mi amiga —exclamó, abriendo los brazos, exasperado. Yo negué con la cabeza, sin alterar mi postura.
—Eso no cambia nada.
Me miró, sin dar crédito alguno a lo que le estaba diciendo. Sus ojos me escrutaron con detenimiento por un largo segundo, como si estuviera pensado qué decirme.
—¿Ya se te olvidó todo lo que hablamos en la granja de Clint? —me preguntó, con la voz rasposa—. ¿Todo lo que hicimos?
—Parece que es a ti a quién se le olvidó —susurré.
—Fui claro contigo cuando te dije que Pepper siempre estaría ligada a mí —respondió.
—Sí —contesté en voz baja—. Ese es el tema.
—Beverly, no creo que lo estés interpretando como se debe. Quizás...
—No, Tony. Tal vez esto es demasiado grande para ambos.
Tony negó con la cabeza y dio una larga zancada hasta donde yo estaba. Puso su mano en mi mejilla derecha y se remojó los labios.
—No, muñeca —susurró—. Todo lo que dije tiene validez. Absolutamente todo. No lo tires a la basura solamente porque tienes miedo.
—No tengo miedo.
—¿Y entonces esto qué es?
Le dediqué la expresión más sarcástica que pude improvisar.
—Esta soy yo, tratando de velar por mi propia seguridad, porque es obvio que hay cosas que no te puedes quitar de encima —contesté—. Puedes decirme de la boca para afuera que lo tuyo con Pepper se ha terminado, pero seamos honestos, jamás podrá terminarse aquí —finalicé, tocando su corazón.
No sé cómo pasó, pero pronto la mirada de Tony se tornó triste. Y me dio pánico no ser capaz de seguir conteniendo aquello que tanto esfuerzo me había tomado calmar.
—No te hagas esto a ti misma, Beverly. No me lo hagas a mí. A nosotros.
—¿Nosotros? —repetí las palabras, indignada. Me llevé ambas manos al rostro y exhalé.
—¡Sí, sí, exacto así! Nosotros —insistió—. Porque desde el primer momento en el que yo toqué ese cuerpo se creó un «nosotros». Cuando lo volví a tocar se incrementó aún más. Y en el momento exacto en el que ambos decidimos averiguar qué había allí, en el momento en el que me dejaste ser parte de ti ya no se pudo borrar. Sí hay un «nosotros», por mucho que te duela aceptarlo.
Tomé aire. ¿Por qué aquello me resultaba tan difícil? ¿Por qué se empeñaba en insistir tanto?
—Estamos condenados, Tony. Condenados al fracaso. No importa lo mucho que nos esforcemos, nunca vamos a hacer que esto funcione.
Dudó. Su rostro se estaba debatiendo.
—¿Siquiera vas a intentar averiguarlo por ti misma? —me preguntó, en voz baja—. ¿O vas a correr y esconderte bajo tus suposiciones?
—No lo sé —respondí.
—Pues más vale que lo averigües pronto.
Me callé. Por un par de minutos no fui capaz de hacer nada más que quedarme en silencio, pensando en todo aquello. ¿Qué se suponía que debía hacer? Después de aquello que vi cuando llegamos me resultaba imposible encontrar una solución que no incluyera el distanciamiento entre nosotros. Él tenía razón cuando dijo que había sido claro con respecto al tema de Pepper. Y sí, yo también había visto que había sido ella la que lo había besado, entonces, ¿por qué me resultaba tan difícil? Quizás porque la perspectiva era mucho más amplia de lo que pensaba.
Quizás habían cosas que yo no estaba dispuesta a admitir.
Al ver que yo no decía nada, Tony se acercó hasta mi y puso ambas manos en mis mejillas, obligándome a mirarlo.
—Mírame, muñeca —me pidió, en un susurro—. Estoy de tu lado... ¿Tú estás del mío?
—Sé honesto conmigo, Tony. Totalmente honesto. ¿Realmente crees que esto va a funcionar?
Él junto nuestras frentes, y estuve segura de verlo derrumbarse.
—Lo siento, Beverly. En serio lo siento —murmuró—. ¿En verdad le vamos a poner un fin a algo que ni siquiera empezó?
—Lo siento, Tony.
Sólo aquello bastó para sentirlo abrazarme. De nuevo, me dejé llevar por las emociones y terminé por sollozar con muchas más ganas que antes. Eso me había quemado por completo, me dolía en cada rincón de mi ser. Era como si tuviera ácido fluyendo con fuerza en mis venas. Él comenzó a acariciar mi cuerpo, y estuve segura de que me iba a derrumbar por completo. Luego, me alejó un poco y comenzó a besar mi rostro. Pero nunca tocó mis labios. Me besó la frente, las mejillas, la nariz, los ojos y la barbilla. Cada beso más feroz que el anterior.
No pude contener las lágrimas ante su toque. Aquello se sentía como estar de luto. Y quizás era así.
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