16 ━━━ Highway to hell.
━━━ ❛ MOMENTUM XVI ❜ ━━━
BEVERLY BLACKWELL
El cuerpo se me puso rígido al poner un pie sobre el barco. Inspiré profundamente en el momento en el que la voz de Ultron dejó ser un recuerdo vago en mi memoria y pasó a ser una realidad muy vívida, pero qué distinto me resultaba verlo. No era nada igual a la noche de la fiesta, su apariencia física había dado un giro trascendental y ahora tenía una armadura más fuerte y resistente que los trozos rotos de metal en los que había aparecido antes. Además, no estaba sólo. El par de gemelos alterados con los que nos habíamos topado en la misión de Sokovia estaban con él, justo como nos había informado Steve.
Sabía que el platinado era rápido, porque me había dado un golpazo ese día, mandándome a volar contra uno de los árboles. Le había gritado que cuando lo viera le iba a patear el trasero, así que intuí que sería una buena oportunidad para tomar. Recordaba también algo que Hill había comentado acerca de las habilidades de su hermana, pero me parecía muy lejano lo que había dicho y en serio no lo recordaba. ¿Acaso había nombrado la manipulación mental, o yo me lo había imaginado?
—¡Eso me molesta mucho, Stark es una enfermedad! —vocífero el robot, evidenciando la rabia que sentía en ese momento.
Mientras que Natasha, Clint y Victoria habían tomado los caminos laterales del barco gracias a sus increíbles movimientos silenciosos, los restantes nos fuimos por el frente directo hacia Ultron. Tony bajó del techo, con su traje de Iron Man puesto y hablando en tono lastimero.
—Oh, junior. Vas a romper el corazón de tu padre.
Tanto Ultron como los gemelos se volvieron para mirarnos a la espera.
—Si tengo que hacerlo —consideró el robot.
—Nadie tiene que romper nada —intervino Thor.
El robot homicida se encogió de hombros.
—Se ve que nunca has preparado un omelette.
—Me ganó por un segundo —alardeó Tony.
—¿No encontraste un mejor momento? —cuchicheé en tono de desaprobación. Steve y Thor también lo miraron de forma exhaustiva.
—Qué gracioso, señor Stark —el gemelo platinado, Pietro Maximoff, avanzó con gesto taciturno hacia adelante, pasándole por en frente a Ultron. Su hermana lo miró con los ojos chispeantes, como si quisiera jalarlo y regresarlo a su posición—. ¿Se siente cómodo? ¿Le trae recuerdos? —añadió, desviando por un segundo su mirada a los misiles que se encontraban en la parte inferior del barco.
Tony meneó la cabeza metálica, desconcertado.
—Esta nunca fue mi vida —se defendió.
Apreté con fuerza el palo en forma de serpiente de mi mano. Aquél par de gemelos probablemente no llegaban ni a los veinte años, y aún así habían sufrido de igual o mayor manera que los que estábamos en ese lugar. No tenían a nadie más que a sí mismos y la vía de escape que decidieron tomar había sido la de Ultron. Una muy errada. Steve también desvió su atención hacia ellos en ese instante.
—Si quieren irse aún están a tiempo —les ofreció. Wanda Maximoff hizo una mueca irónica antes de responder.
—Oh, lo vamos a hacer.
—Ya sé que han sufrido...
—¡Bah, Capitán América! —interrumpió Ultron en medio de una risita sarcástica—. El hombre justo de Dios. Fingiendo que puedes vivir sin una guerra. No puedo vomitar físicamente, pero me...
—Eres el único que está incitando una guerra aquí —repuse entre dientes, ganándome la mirada del robot maníaco. Ladeó la cabeza metálica en mi dirección, e iba a decirme algo cuando Thor habló.
—Si buscas la paz entonces no la quebrantes.
—La señorita no entiende el significado de guerra —replicó, dando un pasito hacia adelante—. Pero tú confundes paz con quietud.
—Ay ajá —masculló Tony—. ¿Para qué es el vibranium?
—Qué bueno que te interese porque aprovecharé que están aquí para explicar mi terrible plan.
Y después atacó a Stark. Un grupo de robots apareció frente a nosotros y comenzaron a atacarnos. Ultron y Tony desaparecieron por el techo del barco, enzarzándose en una pelea reñida. Mientras tanto, nosotros quedamos muy entretenidos en el piso. Rápidamente no sólo los robots se volvieron un problema, porque los hombres que estaban en el barco, los hombres de Ulysses Klaue comenzaron a disparar en todas las direcciones posibles.
Las cosas comenzaron a ir más rápido que hasta entonces. Steve estaba haciendo uso de su escudo para defenderse contra las descargas de energía que lanzaban los robots, pero Thor la tenía más fácil mientras los atravesaba con el martillo. Yo, por mi parte, tuve que dar un par de vueltas sobre mi eje con el palo para defenderme de dos robots que me rodearon. Pronto dejé de preocuparme por los robots al verme más atacada por los disparos de los hombres de Klaue, y cuando iba decidida a encargarme de algunos, la muchacha de los Maximoff se me paró en frente, con los ojos brillándole de un rojo escarlata intenso mientras que en sus manos se alzaba una peculiar bruma del mismo color.
Entonces no me había imaginado todo lo que dijo Hill.
—Hazte a un lado, Wanda —le dije, acentuando su nombre. Ella gimoteó en voz baja sin alterar su postura—. No voy a pelear contigo. Ni tú ni tu hermano tienen la culpa de lo que está haciendo Ultron. Aún están a tiempo de recapacitar.
—Recapacitado —respondió, antes de lanzarme la bruma escarlata. El impacto me llegó directo al pecho, tumbándome contra el gélido suelo del barco.
Proferí un grito ahogado y apreté el palo antes de blandirlo sobre mí. Ni siquiera tuve que ponerme de pie, simplemente lo giré en medio de mis dedos y lo apunté en dirección a la muchacha antes de que ella pudiera atacarme de nuevo. Lo siguiente que vi fue a ella tirada en el piso, y de pronto un borrón de color azul me estampó contra los barandales. Otra vez el maldito correcaminos.
El platinado se detuvo frente a mí con la respiración agitada gracias al impacto. Hice uso de mis reflejos y en lugar de usar las habilidades del brazalete, le di un puñetazo en la nariz con más fuerza de la habitual, mandándolo a volar hacia atrás.
—Te dije que me la pagarías cuando te viera —escupí de mala gana.
No fui consciente del momento en el que ambos hermanos desaparecieron de mi vista, además tampoco podía ponerme a detallar. Todos estábamos bien ocupados en plena pelea contra los robots y los hombres del barco. Me vi muy entretenida descargando a todos los robots que me encontraba, preguntándome cuántos de esos habrían. La voz de Banner se hizo presente por los auriculares, pero me resultó imposible descifrarla. Daba la impresión de que los aparatos de transmisión estaban sufriendo una falla, pero era imposible saberlo con precisión. Nadie podía concentrarse en eso en medio de una pelea.
El llamado de Steve, sin embargo, se escuchó bastante claro luego de un rato.
—Thor, estatus —le pidió al asgardiano. Yo estaba noqueando a un par de hombres del lugar cuando escuché la respuesta.
—La mujer trató de afectar mi mente. Tengan precaución, dudo que un humano la pueda repeler. Por suerte, yo soy poderoso...
Pero su voz se desvaneció casi instantáneamente después de esa línea. Entonces sí era cierto, ella podía manipular la mente, pero, ¿de qué manera?
Más pronto que tarde, cuando un golpe demoledor me mandó a volar contra uno de los vidrios, me arrepentí de haber hecho esa pregunta.
Durante un momento me pareció seguir escuchando el sonido de los disparos, la voz de Clint a través de los auriculares, y luego, de pronto, estaba mirando una casa desierta, gris, y aspirando el denso olor del incienso quemado en el aire. Ya no estaba caminando por los pasillos del barco. Ya no habían robots a mi alrededor ni tampoco Vengadores luchando contra ellos.
Pero yo no estaba sola allí, en esa inmensa casa tétrica. Y sabía, como sólo se sabe en los sueños, que no podían verme. La casa estaba justo como la recordaba. Vacía, enteramente adornada por aquellas esculturas hechas por artistas famosos y reconocidos. Con las cortinas de seda color sangre en las ventanas, y las inmensas escaleras de mármol desoladas, como siempre. La enorme mansión en medio del busque Suizo que pertenecía a Nadine, y que yo solía visitar, obligada, dos veces por año. Subí las escaleras, con el cuerpo tembloroso y el corazón acelerado. Sabía lo que me iba a encontrar. Dispersas en montones por el suelo se veían piras de incienso que desprendían humo. El olor dulce me inundó la nariz y las ganas de vomitar se hicieron presentes, como siempre sucedía cuando me acercaba a ese atemorizante hedor dulzón.
Me acerqué a la inmensa puerta de caoba marrón que se encontraba en el extremo más alejado del pasillo y puse la mano sobre el picaporte. Al abrirla, me deslicé sigilosamente dentro de la habitación a la que tanto miedo y rencor le guardaba. Habían dos personas cubriendo con sus cuerpos a una tercera que no lograba identificar, así que me acerqué al borde de sus espaldas, impulsada por el mismo sueño, a ver qué estaban examinando con tanto interés. El estómago me llegó a la planta de los pies en cuanto lo vi.
Era yo. Una Beverly de diez años a la que Nadine y su hermano, Vladimir, tenían tirada en el suelo bajo un charco de sangre.
—Mami no —lloriqueó la niña—. Mi brazo está roto y me duelen las piernas.
—Levántate, Zafiro —ordenó Nadine, tosca, ruda y apática. Sus zapatos de tacón negro resonaron contra el piso de madera lleno de sangre cuando dio una vuelta alrededor de la niña. La tomó del brazo sangrante y la hizo ponerse de pie, en respuesta la pequeña comenzó a aullar de dolor—. Más fuerte. De nuevo. No vas a detenerte hasta que lo hagas perfecto.
¡No, no lo hagas, ya déjala en paz! ¡No la toques, ni se te ocurra volver a tocarla! Quise gritarle, tomarla del cuello y golpearla, pero mis pies parecían estar atornillados al piso, imposibilitándome cualquier movimiento.
—¡No, mami! —lloró con más fuerza la niña—. ¡Suéltame, me duele, me duele mucho! ¡Yo no quiero hacerlo, yo no quiero hacerle nada a ese señor!
—¡Suficiente, Zafiro! ¡Lo harás y ya! Más fuerte, otra vez. Quédate de pie y pelea. Tú puedes dar mucho más que esto.
—¡Que no quiero! Mami, por favor, mi brazo me duele mucho. La nariz me está sangrando y también las rodillas.
Nadine se agachó a la altura de la pequeña, sin borrar aquella expresión de ímpetu y ferocidad de su rostro. Le habló entre dientes, de forma dura y enojada.
—No, Zafiro. Tu padre no está vivo, estás haciendo esto por él. Tus heridas sanarán en unas horas, eres más fuerte que un hueso roto y un par de raspaduras. Deja de huirle a tu deber. Naciste para dar más de lo que haces ahora.
Pero la niña no dejaba de llorar. Las lágrimas le caían como cascada por las mejillas, apenas sosteniéndose de pie e incapaz de aguantar el dolor punzante de sus heridas. El cabello negro como la noche enmarcaba su rostro de niña asustada, tan frágil y rota como un cristal. Temblaba con los ojos cerrados, demasiado asustada de ver el rostro de su madre.
—Te vas a quedar con tu tío —le dijo, enderezándose y comenzando a caminar hacia la puerta—. El resto del equipo acaba de entrar. Vienen a ayudarte a practicar, Zafiro. Volveré en unas horas.
Nadine pasó de largo sin mirar a su hermano ni a su hija. Salió por la puerta sin inmutarse un poco, para dar paso a un grupo de cuatro hombres que venían a trabajar.
¡No! ¡Corre, Beverly, corre! ¡Eres más fuerte que ellos, vete de ahí! Quise volver a gritar, pero no podía. Me quedé clavada en el sitio viendo como Vladimir Volkova tomaba a la pequeña de la mano y le sonreía de forma perturbada.
—Vamos a divertirnos como siempre, mi niña.
¡No la toques, maldito enfermo, no la toques! ¡Es una niña, es tu sobrina!
Supe que era demasiado tarde cuando Volkova comenzó a acariciar el rostro jadeante de la niña, y cuando los hombres se acercaron a ella también, grité silenciosamente. Aquella había sido la primera vez de muchas. La primera vez que le puso una mano encima, que la tocó y la ultrajó. La primera vez que nació aquella cicatriz en mi corazón que nunca se pudo quitar.
Estaba llorando desconsoladamente cuando volví a la realidad. Hacia tanto tiempo que no lloraba de esa manera, y ahora me parecía imposible dejar de hacerlo. Estaba segura de que mis sollozos podían escucharse en todos los rincones del barco, asemejándose al lamento de una muerte. Oh, pero era mucho peor.
Mientras lloraba, tirada en el suelo del barco, me encontré con los ojos azules de Thor frente a mí. Me estaba tomando de las mejillas, en un vago esfuerzo de hacerme despertar. Pero él no se veía nada bien tampoco. Prácticamente se estaba arrastrando por el suelo y tenía el rostro descompuesto, mientras respiraba entrecortadamente. Me pregunté qué habría visto en mi rostro para que el suyo se alterara tanto al verme.
—Vamos, preciosa, arriba —me tomó de la mano, intentando que me pusiera de pie, pero no me moví. No podía dejar de llorar, sólo negaba con la cabeza, ahogada con mis propias palabras—. Tienes que ponerte de pie. Tenemos que salir de aquí ahora.
—Por favor no me sueltes —le supliqué, en medio de un sollozo ensordecedor.
* * *
—Los noticieros los adoran, señores. Pero nadie más —avisó Hill a través de uno de los monitores del quinjet—. El gobierno no ha solicitado que Banner sea arrestado, pero, se está considerando.
Apenas y le estaba prestando atención. Tenía la cabeza pegada a una de las paredes de la nave y permanecía con los ojos cerrados, negándome a abrirlos por ningún motivo. Tenía miedo. Mucho miedo. No quería abrirlos porque sentía que si lo hacía me volvería a encontrar con aquella pesadilla que creía olvidada y que ahora había regresado para atormentarme.
—¿La fundación de ayuda Stark? —alcancé a distinguir la voz de Tony, pero sonaba tenue y apagada. Me pareció imposible de creer como todos habíamos resultado golpeados de la peor manera posible.
—Ya está en la escena. ¿Cómo está el equipo?
Mal, pésimo, fatal, nos queremos morir. O quizás sólo era yo la que se quería morir en ese momento. Hill y Tony continuaron conversando, ellos nada más. Ningún otro hacia intervención alguna.
—Todos están... Fue un golpe duro. Lo superaremos.
—Por ahora lo mejor es seguir en modo sigiloso... Y alejarse de aquí.
—¿Correr y escondernos?
—Hasta que hallemos a Ultron, no tengo nada más que ofrecerles.
Tony resolló.
—Ni nosotros.
Decidí que lo mejor era intentar dormir un poco, si es que podía hacerlo. Y me dispuse a intentarlo cuando sentí el peso de un cuerpo tirarse a mi lado, pero no abrí los ojos. En verdad no quería hacerlo.
—Muñeca...
Tony me tocó el brazo con suavidad, intentando llamar mi atención. Rezongué sin muchos ánimos.
—Ven, recuéstate de mí para que puedas dormir.
Le hice caso. Pegué mi cabeza a su pecho, sin abrir los ojos, sintiendo como comenzaba a acariciar mi mejilla con dulzura. Sólo eso bastó para que me hundiera en un sueño profundo, donde no hubo ninguna pesadilla, sólo el tacto gentil de los dedos de Tony contra mi rostro. Y no necesité nada más para calmarme.
* * *
Tony no me soltó durante el camino del quinjet a una pequeña casa con aspecto de granja situada en el medio de la nada. La ubicación en la que estábamos era desconocida para mí, y al parecer para todos los demás también. El pelinegro intuyó que no sería capaz de caminar sola hasta el lugar, así que me ayudó sosteniéndome con ambas manos de la cintura.
—¿Qué es este lugar? —inquirió Thor al tiempo que subíamos unas pequeñas escaleras que daban paso a la misteriosa casa.
—Un refugio —musitó Tony medio inseguro. Clint soltó una exhalación sin soltar el cuerpo de Natasha, ya que él también la estaba ayudando a caminar. De la misma forma que lo hacía Steve con Victoria.
—Eso espero —repuso el castaño en tono esperanzado. Sin soltar a la pelirroja, abrió la puerta de la casita para exclamar en voz alta—: ¿Cielo? ¡Ya llegué! —del interior de la casa, una mujer de cabello marrón, bajita y con una gran panza de embarazada salió a nuestro encuentro—. ¡Hola! No vengo sólo. Perdón, no pude avisarte.
Ella le sonrió y se acercó a darle un beso. Mientras tanto, el resto de nosotros permanecimos detrás, anonadados ante la situación. ¿Desde cuándo Hawkeye estaba casado? Le eché un rápido vistazo a la cara de los demás, y estaban hechas un poema. Ninguno podía creer lo que veía.
—Ella tiene que ser una agente —balbuceó Tony.
Clint interrumpió su alegato.
—Caballeros, Beverly, Victoria, esta es Laura —la presentó. La embarazada nos saludó con la mano, dedicándonos una sonrisa gentil, amable.
—Ya sé sus nombres —se echó a reír suavemente.
Un sonido similar al de unos pasos bajando las escaleras nos distrajo. Una especie de carrera que resonó fuertemente contra el piso evidenció a un par de niños pequeños, que saltaron encima de Barton como unos monos al verlo.
—¡Papá! —exclamó la niña.
—¡Hola, linda! ¡Hola, campeón!
Pfffffff. Vaya sorpresa nos estábamos llegando todos. Esos niños fácilmente podían tener diez años, y nadie sabía nada al respecto. Steve torció el gesto de forma graciosa y Tony resopló a mi lado.
—Estos son los mini agentes —bisbiseó, sorprendido por la revelación. Yo hice una mueca.
Clint continuó abrazando a sus hijos un segundo más. La niña pequeña se inclinó hacia su padre y le susurró:
—¿Trajiste a la tía Nat?
Natasha, que había permanecido de pie junto a uno de los umbrales, levantó la vista del suelo y dio una zancada hacia el frente con los brazos abiertos.
—Dale un abrazo y lo sabrás —le respondió a la niña, tomándola en brazos sin dejar de sonreírle. Vaya, entonces alguien si sabía del secreto.
—Perdón por llegar así —se disculpó Steve, aún confundido.
—Sí —concordó Tony, cruzándose de brazos—. Habríamos avisado, pero no sabíamos de su existencia.
Clint le dedicó una mirada burlona a todos.
—Sí, Fury aceptó ayudarme cuando ingresé a SHIELD. Lo mantuvo lejos de los archivos y así lo quiero conservar. Es un buen lugar para escondernos.
Se hizo un silencio durante un segundo, y después Thor me hizo una seña para que me acercara a él. Le hice caso y lo seguí de cerca hasta la entrada de la casa.
—¿Cómo te sientes, preciosa? —me preguntó, tomándome una mano y acariciándola con suavidad. Le dediqué una pequeña sonrisa nada entusiasta y llevé mi mano libre a su mejilla.
—Voy a estar bien. Gracias por preocuparte. Eres un buen amigo, Thor.
Él besó la palma de mi mano.
—Me preocupas. Estabas llorando de forma desconsolada y no quiero ni imaginar qué te habrá hecho ver la mujer.
—No hay que volver a eso —le pedí, sacudiendo la cabeza.
—Por ahora —decidió—. Debo irme pero quiero asegurarme antes de que vas a estar bien.
Apreté los labios en una línea recta y asentí, medio insegura. Él me miró con ojos entrecerrados y dejó escapar el aire por la boca. Sin embargo, Steve apareció en la entrada también.
—Thor —lo llamó. El asgardiano le devolvió la mirada, consternado.
—Vi algo en ese sueño. Necesito respuestas y no las encontraré aquí —suspiró—. Asegúrate de que Beverly esté bien mientras me ausento.
Y entonces echó a volar con el martillo, lejos de la granja. Miré a Rogers, el cuál me regresó la mirada mientras se encogía de hombros.
—Esa tarea que me ha encargado Thor la cumple mejor Stark, ¿o no?
No le respondí.
* * *
El tiempo fluyó mucho más deprisa de lo previsto. Pasé en blanco el tiempo después de que Thor se fuera, como todos los demás. Laura, la esposa de Clint, se había encargado de distribuirnos en las habitaciones que había en su casa. Aunque aquella distribución parecía ser más obra de Clint que de nadie. Mientras que Bruce y Natasha compartían la habitación más alejada del pasillo, Tony y yo debíamos compartir hasta la cama en la habitación junto al baño principal. Lo que causó revuelo entre todos los presentes fue que Steve y Victoria habían acordado, previamente, que compartirían sin problema alguno un cuarto.
Había mucho más detrás de esa historia, y me moría de ganas por enterarme.
Después de tomar una ducha caliente, telefonear a mis abuelos para asegurarme de que todo estuviera marchando bien y tomarme una riquísima taza de té que me había preparado Laura para los nervios, subí a la habitación para tratar de reposar un poco. Tony se estaba bañando en ese momento.
Estaba haciendo un esfuerzo tremendo para sacarme de la mente aquella aterradora pesadilla. Me asustaba hasta lo inverosímil ser débil de nuevo, lo suficiente como para dejarme carcomer por ella otra vez y no ser capaz de sacarla de mi sistema como lo había hecho antes. En el pasado había tenido que hacer tantas cosas para poder olvidar esos hechos tan macabros, que ahora me parecía un horrible chiste haberlo revivido todo de nuevo. Pensaba en eso y lo único que se me venía a la cabeza era la palabra «monstruo». Wanda Maximoff había sido dañada también, y le guardaba un rencor tremendo a los Vengadores, pero eso no era razón para jugar de esa manera con la estabilidad mental de las personas. Ella no tenía ni idea del porcentaje de daño que podía causar haciendo eso, pero lo hacía. Probablemente porque, a su manera, aún era una niña sin rumbo fijo. Me resultaba imposible pensar mal o guardarle algún mal sentimiento a la muchacha por eso, no importaba lo mucho que me hubiera jodido la vida ahora. Ella sólo necesitaba a alguien que la salvara, así como mis abuelos lo hicieron conmigo.
—¿Cómo se siente la muñeca más guapa del universo? —preguntó Tony, abriendo la puerta de la habitación y entrando sin camisa, aún húmedo por la ducha que acababa de tomar.
Me incorporé en la cama y le sonreí sin mostrar los dientes.
—Tú tampoco te sientes bien, ¿por qué me tratas con tan buen temple?
—Porque me preocupo por ti —contestó, lanzando la toalla que tenía sobre su hombro a uno de los sillones de la habitación. Luego, avanzó hasta la cama y se sentó en el orillo. Tenía el pelo mojado y este le caía sobre la frente, dándole un aspecto gracioso—. Porque somos roomies, porque me gusta cuando sonríes, porque ahora mismo tienes cara de vieja gruñona... Y porque sé lo mucho que puede doler una visión de Maximoff.
Sentí el típico retortijón en mi estómago que aparecía cada vez que estaba cerca de Tony. Intenté sácarmelo de encima pero no pude, así que me vi obligada a seguir sintiendo aquella inquietud en mis entrañas mientras él me miraba.
—Eso fue lo que te pasó el día que recuperamos el cetro —aventuré, desanimada—. Ese sueño que tuviste fue Maximoff en tu cabeza.
Tony esbozó una sonrisa triste.
—¿Quieres hablarlo, o sólo quieres descansar?
Aguardé mientras contemplaba el exterior a través de la ventana. Quería calmarme, y la verdad era que sí tenía ganas de soltar todo aquello que me estaba matando antes de que me ahogara. Tony no era una mala opción para conversar, además, él conocía tan bien como yo la sensación de desolación que te dejaba el sueño.
—Es diferente a lo que te pasó a ti —murmuré, abrazándome a mí misma en busca de calor. De pronto sentí que la temperatura en la habitación descendió a cero grados, como si la realización de lo que iba a contar tiñiera el ambiente de gris—. Yo no tuve un sueño de lo que «puede ser». Yo sólo tuve un recuerdo, lo suficientemente aterrador como para hacer una película de miedo y suspenso con la historia.
—Pensé que Beverly Blackwell no era de las que tienen miedo —comentó, medio burlón, en un intento de aligerar los ánimos. Y funcionó, porque me eché a reír sin saber cómo.
—Hay mucho más de Beverly Blackwell de lo que has visto, Tony.
—Y créeme que he visto bastante —respondió, complacido—. Espero con ansias ver más. Por eso quiero escuchar tu historia, aprovechemos nuestro tiempo en esta habitación.
Lo escruté durante un momento.
—¿Realmente quieres oír mi historia? No vas a verme cómo la «muñeca» que dices que soy después de que te la cuente.
—Estoy dispuesto a tomar el riesgo —dijo, decidido.
Exhalé, contemplando las nubes blancas a través de la ventana con expresión ausente.
—Mi madre, Nadine, era una buena maestra en el cuarto rojo en el que Natasha fue criada. Era de esperarse que trajera las técnicas del trabajo a la casa, porque no conocía nada más. Y por supuesto que trataba a su hija de la misma manera en la que trataba a sus alumnas —relaté, siendo víctima de una amarga sensación en mi pecho—. En el verano del dos mil uno yo tenía diez años cuando conocí por primera vez a mi tío, Vladimir Volkova. Mi mamá nunca fue tradicional, nunca tuvo ninguna vena maternal conmigo. No me llevaba a la escuela, no me preparaba el almuerzo ni mucho menos me sacaba a pasar. La tarea de Nadine consistía en resolver sus problemas y entrenarme, justo en ese orden.
» Me contaba la historia de vida de mi padre cada vez que podía, y se basaba en eso para justificar cualquier trato que tuviera conmigo. Yo realmente no viví con ella, sólo pasaba dos veces al año en su casa, porque el resto del tiempo lo vivía en Nueva York con mis abuelos. Es un alivio que ellos nunca se enteraran de la verdad, no estoy segura de que sus corazones aguantarían una revelación de ese tamaño.
Me reí sin alegría, para luego mirar a Tony. Su rostro me pareció inescrutable, imposible descifrar lo que estaba pensando ante mi historia. Decidí continuar y aguardar a su reacción final.
—Ese verano Nadine estuvo más ocupada de lo habitual —murmuré—. Iba y venía de casa con tanta frecuencia que me sentía afortunada de tener tiempo sin ella gritándome y obligándome a entrenar. Pensé que era mi verano de la suerte, pero estaba muy equivocada. Ella trajo a su hermano y a un grupo de sus trabajadores para que me ayudaran a entrenar, y cuando Nadine por fin consiguió un tiempo libre para ser mi instructoras, lo hizo de la peor manera posible. Ese día me rompí el brazo derecho, tenía múltiples cortadas en mis piernas y mi nariz sangraba a una velocidad tan alarmante que sentí que me desmayaría. Tenía sólo diez años, era una niña inocente que no tenía ni idea de lo que podía hacer y que le temía a su madre más que a nada. Pero eso no fue lo peor. Lo peor vino cuando ella se tuvo que ir y me forzó a quedarme sola con Vladimir Volkova y sus trabajadores. Ese fue el día que perdí absolutamente todo lo que me quedaba.
Hice una pausa, afectada por mis propias palabras. Tony me miró sin dar crédito a lo que estaba contando.
—Espero que no vayas por donde creo que vas a ir —me pidió, en un susurro.
Enmudecí de pronto y apreté los dientes al recordar aquello. Si tan sólo supiera.
—Nadine dejó la habitación donde entrenábamos y fue muy clara al decir que volvería en unas horas. Me acuerdo perfecto de la expresión en el rostro de ese hombre cuando me sonrió de forma torcida. Él sabía lo que quería hacer y no vaciló ni por un instante —mascullé, a punto de ponerme a llorar de nuevo. Sentí como el color huía de mi rostro y tomé aire para tranquilizarme—. Esa fue la primera vez que él y sus amigos me ultrajaron. Me violaron, Tony. Y Nadine nunca lo supo. Lo hicieron una y otra vez por mucho tiempo, hasta que yo aprendí que era mucho más fuerte que ellos. Su parte favorita era escucharme gritar el nombre de Nadine, con la esperanza de que volviera pronto. Les encantaba saber que yo era inconsciente de mi propia fuerza y por eso no la usaba.
—Bevs...
—No voy a hacer que escuches el resto —continué bajito—. Ellos me dejaban tirada en el piso de la habitación bajo un enorme charco de sangre, y le decían a Nadine que era producto del arduo entrenamiento al que me sometían. Vladimir le esclarecia que yo era irrespetuosa y no le hacía caso, por lo que debía castigarme. Que aquello no importaba pues yo sanaba muy rápido.
Tony me miró de pronto, sorprendido por lo que acababa de decirle. Pensé que el rostro se le pondría verde de la impresión. Frunció los labios y se aclaró la garganta en gesto taciturno antes de decir:
—¿Dónde está el malnacido? Beverly, podemos...
Me eché a reír ante su comentario, a lo que él me miró sin poder creerlo. Sacudí la cabeza llena de puro dolor, vacilante ante lo próximo que le iba a decir. No sabía cómo lo iba a tomar.
—Él ya no está.
—¿Cómo que «no está»?
—Yo lo maté —susurré, con los ojos pegados a la ventana. Me negaba a mirar al rostro de Tony tras haber hecho semejante confesión—. Tan pronto como cumplí los dieciocho años y pude salir del ala de Nadine —me volví hacia mi brazalete, transformándolo en su larga forma y acariciando la punta afiliada de la serpiente—. Clavado directo en el corazón. Es una lástima que mi pobre brazalete haya terminado manchado con la sangre de ese animal.
Un sentimiento de pánico recorrió mi cuerpo. Estaba tan asustada de que Tony ahora me mirase como algo defectuoso o malévolo. Me reí entre dientes, bastante nerviosa. Lo había soltado todo, sí, ¿pero a qué precio? Permanecimos allí, en silencio. Tony parecía estar sopesando con mucha concentración mis palabras. En vista de que no me dijo nada, decidí seguir hablando.
—Lo siento —me disculpé—. No debí contarte eso.
—No —contestó de inmediato, sacudiendo la cabeza—. No estoy pensando mal de ti, Beverly. No podría.
—¿Ah, no?
—Simplemente no puedo asimilarlo —suspiró—. No puedo imaginarme a una pequeña Beverly siendo abusada de una manera tan... ¡Tan asquerosa, maldición! No hay motivo alguno para el que te sientas cohibida por haber asesinado a ese bastardo. Si no lo habías hecho tú te juro que yo habría ido a hacerlo. Mi pobre muñeca.
Tony me contempló fijamente durante un buen rato.
—Gracias por escucharme —murmuré—. Y por no pensar en mí como un monstruo.
—Jamás, Beverly Anne. Jamás vuelvas a dirigirte a ti misma de esa manera, ni en mi presencia ni de ninguna otra forma, porque me voy a enterar y entonces te voy a castigar.
Me carcajeé suavemente.
—Me encanta la manera en la que alivias la tensión.
—Y a mí me encanta verte reír.
Suspiré, poniéndome de pie. Estaba muy recelosa por ese comentario, no me parecía que estuviéramos en un estatus adecuado para hablar al respecto, sobretodo después del incidente predecesor a la fiesta. Él había dicho que yo había entendido lo que quería, pero la verdad es que habían sido sus palabras. Estaba tan confundida que el sentimiento de aturdimiento que sentía me llenaba todo el corazón.
Le había contado absolutamente todo de mí pero no lo había hecho con ningún motivo oculto. Simplemente quise decirlo. No intentaba acercarnos de manera más personal porque ya era demasiado tarde para eso, tampoco quería crear ningún vínculo o conexión especial entre nosotros puesto que era casi imposible que sucediera. Cada uno tenía un lugar en el que debía estar y el suyo no era a mi lado, por mucho pesar que me causara eso.
La leve sonrisa que tenía Tony se desvaneció.
—¿Por qué te alejas? —preguntó, al ver que me levantaba de la cama—. Has puesto esa cara cada vez que te digo algo así desde la fiesta.
—Ya sabes la razón, ¿para qué me preguntas?
—Porque quizás quiero hablar al respecto.
—Ya has sido muy claro, Tony. Además nada discreto con tus llamadas —me ahogué al darme cuenta de lo que había dicho, así que tuve que carraspear por la impresión.
Bueno, Beverly, ahora sí que quedó clarísimo que eres una metiche. Me pregunté si Tony opinaria lo mismo, pero no me contestó respecto a ese tema, siguió empeñado en lo otro.
—Déjame hablar, Beverly, porque sólo has estado malinterpretándome. En primer lugar, fuiste tú la que puso la etiqueta de «nada». Yo iba a decir otra cosa totalmente diferente.
Giré sobre mis talones y me lo encontré de frente. Aún estaba sin camisa así que hice un vago esfuerzo por no ponerme a detallar lo que ya había visto antes, aunque no había punto de comparación pues las situaciones eran muy opuestas.
—¿Qué diferencia hace? —se me cayeron las manos, en gesto cansado—. Tú tienes tu lugar, Tony. Te escuché, en el teléfono. No hay necesidad de crear falsas esperanzas sabiendo dónde debes estar.
Él me devolvió la mirada, exasperado.
—Yo sé lo que escuchaste, pero lo malinterpretaste, como es evidente.
—¿A qué te refieres?
—Tienes razón al decir que tengo un lugar —frunció los labios—. Si estás pensando que es Pepper entonces no estás equivocada. Pero, Beverly, yo siempre voy a estar ligado a ella no importa qué pase. Siempre me preocuparé por ella y siempre velaré por su bienestar. Ahora mismo está enferma, tiene una condición en el estómago y ha estado bastante mal, se la ha pasado de doctor en doctor las últimas semanas. No es una mentira que no estábamos bien, pero eso pasó incluso antes de que tú te aparecieras.
» No tengo ni idea de qué es esto —nos señaló—. No sé si quiero descubrirlo, pero estoy seguro de que para ti es tan imposible de ignorar como para mí. Hemos hecho las cosas mal desde el principio y lo único que iba a decirte era que estábamos a tiempo de remediarlo, si es que acaso queríamos hacerlo. Pero si estás tan decidida a desechar esto antes de que se vuelva algo, estás en tu derecho.
Intenté con todas mis fuerzas no ser crítica, pero la verdad es que estaba aterrada. Hasta ahora, había tratado de evitar con todas mis fuerzas ponerme a sopesar algo relacionado con el tema, y ahora él me lo estaba echando en la cara sin dejarme nada para pensar coherentemente.
—No sé lo que es esto, Tony —contesté sinceramente después de un minuto. El suspiró.
—¿Quieres averiguarlo?
Silencio. No sabía qué responder a eso, se sentía como una condena a muerte. Tenía la impresión de que eso significaba fatalidad. Probablemente debía huir antes de que fuera demasiado tarde, sin embargo, no lo hice.
—Sí —musité.
Tony dio una vuelta por la habitación, apagó las luces, cerró las persianas y pronto la habitación entera se vio oscura. Afuera estaba de día, pero con aquellas gruesas cortinas era imposible distinguirlo. Lo miré, confundida por su acción, en respuesta él solamente estiró su mano frente a mí para que la tomara.
—¿Qué haces, Tony? —alcé una ceja. Él se encogió de hombros.
—Toma mi mano.
Gustosa, lo hice. Él me apegó más a su cuerpo, así que yo puse mis manos sobre su torso desnudo mientras él me tomaba de las caderas. Escuché el leve sonido de algo electrónico siendo activado, y lo próximo de lo que fui consciente fue de que la habitación se inundó de una suave melodía.
—¿Pusiste música?
—Así es, muñeca —me sonrió—. ¿Te gusta esa canción?
—No tengo idea de qué canción es —admití, a lo que él rodó los ojos.
—No importa, sólo cierra los ojos.
Le hice caso. Cerré los ojos, sintiendo como sus manos se deslizaban suavemente por debajo de mi camisa. Me estremecí ante el tacto, me resultaba tan lejano ahora, como si fuera la primera vez que lo experimentaba.
—¿Qué haces? —inquirí en un murmuro.
—Trato de hacerte olvidar esa pesadilla, y con suerte, yo también olvidaré las mías.
Sus labios se pasearon delicadamente por mi cuello, dejando un rastro de besos húmedos sobre la piel. El corazón se me estrelló contra las costillas, preso de un desenfreno intenso. Así mismo comenzó a movernos a ambos, de forma lenta, al ritmo de la tenue música que había comenzado a sonar.
Estábamos bailando en la oscuridad.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —pedí saber, en medio de un suspiro. Los labios de Tony subieron por mi cuello hasta mi barbilla, paseándose por todos esos lugares.
—Todo el día.
Sus manos, entretenidas bajo mi camisa, subieron hasta el borde de mi sujetador. Jugueteó con él unos instantes, lo suficiente como para hacerme temblar, y luego procedió a abrirlo. Entonces, dejó de besarme el rostro para mirarme. Sus ojos oscuros me evaluaron con detenimiento, asegurándose de que no había nada malo con eso. Lo tomé de las mejillas y lo besé, pero no fue nada rudo o apresurado. Se trató de un beso calmo, dulce, igual de apacible como el ritmo de la canción que teníamos de fondo.
En ese preciso instante me di cuenta de dos cosas. La primera, cuando me encontraba de esa manera en sus brazos todo parecía disiparse y volverse pequeño. Y la segunda, era que estaba convencida de tener un montón de sentimientos por Tony Stark, pero no sabía si eso podía considerarse «amor».
—¿Aún te parezco una muñeca? —susurré, contra sus labios.
—Siempre vas a ser mi muñeca.
***
N/A: y así es como el Tonerly se alza sobre el Thonerly 😂🙆
Este capítulo quedó enormemente largo así que seré breve: muchas gracias por los 20k de leídas, son las mejores del mundo entero y jamás me cansaré de decirlo 💚
Also, quiero que sepan que le puse mi alma y corazón a este capítulo para hacerlo el mejor solo para ustedes, y quiero que me digan qué les ha parecido. Denle mucho amor que me esforcé un mundo en escribirlo, hermosas. Espero que haya valido la pena lo largo que está 😧
No puedo esperar para leernos en el próximo capítulo 🙆 las adoro, son las mejores
Tonys virtuales para todas❤
Ashly se despide xx
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