14 ━━━ Have a drink on me.

━━━ ❛ MOMENTUM XIV  ━━━

BEVERLY BLACKWELL



La torre de los Vengadores ya se encontraba abarrotada de personas yendo y viniendo. La música, que no estaba tan alta, inundaba los oídos de los presentes de forma encantadora. Me sorprendía la cantidad de personas con las que se regodeaban los héroes más poderosos de la tierra, había cualquier cantidad de personas que te pudieras imaginar. Incluso fui capaz de visualizar a alguien del gobierno pasearse frente al bar que habían traído. Las cosas se volvieron pausadas, relajadas, como la apacible noche que nos rodeaba. El grupo de personas que había asistido a la fiesta se distribuía irregularmente en cada piso de la extensa torre, pero en su mayoría estaban concentrados en la sala principal cerca del bar.

Me eché un vistazo en el espejo de uno de los corredores cuando pasé por ahí, asintiendo para mí misma en modo de aprobación. Con la llegada de la fiesta también llegaba el fin de mi estadía en la ostentosa torre Vengadores. Había accedido a quedarme solamente hasta el sábado, y el día ya había llegado a su fin. Era momento de volver a casa y al hospital. Era momento de recuperar la vida que tenía antes de todo esto. Y la verdad era que en ese instante me sentía mucho más ansiosa de hacerlo, como si estuviera sufriendo un ataque de ansiedad y adrenalina que me impulsaba a salir corriendo lejos de la torre mientras gritaba «peligro». Aunque yo sabía muy bien que no tenía nada que ver con la torre en general.

Me topé con Clint en mi camino a la sala. Mi reciente amigo tenía una linda chaqueta de cuero adornando su atuendo de colores oscuros, y al verme silbó cual camionero, haciéndome reír.

—Guau, ¿a quién planeas infartar? —me miró de arriba abajo y levantó los pulgares al aire, sonriendo—. Si intentas atraer a cierto dios del trueno, entonces ten por seguro que va a funcionar. Ahora, si tu plan es volver a los brazos de un millonario descarado, entonces deberías destaparte un poco más.

Lo miré mal.

—No me causas ninguna gracia, Clinton. Puedes despedirte de las lasañas de mi abuela.

—Ya, con eso no se juega —se llevó una mano al pecho, ofendido. La mano libre la bajó hasta su pantalón, buscando algo dentro del bolsillo—. Vengo a traerte tu celular. Lo dejaste en la cocina cuando te fuiste y no ha dejado de sonar desde entonces. En serio, Beverly, ¿qué clase de persona se desprende así de celular sin darse cuenta?

—Tú eres un adicto —se lo quité de las manos—. Gracias por traérmelo.

Se encogió de hombros.

—No es nada. Sólo lo revisé, deberías devolverle la llamada a la doctora Palmer y tu abuelo te envío unas fotos graciosas de un perro lavando los platos.

Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza. Clint Barton era incorregible.

—Gracias igual. Devolveré todas las llamadas.

—Bien, yo iré por una cerveza. Te veo abajo.

Asentí sin decir nada y lo vi bajar las escaleras. Encendí la pantalla del teléfono y, en efecto, me encontré con varios mensajes y llamadas perdidas. Supuse que la doctora Palmer se cansó de llamarme sin tener respuesta, porque optó por dejarme un mensaje de texto. Más bien, unos cuantos. Sin embargo, los mensajes en los que me pedía saber por qué me había tomado la semana libre no eran nada relevantes en comparación al último mensaje que me había dejado.

«Espero que leas este mensaje pronto, Beverly. Logré convencer al doctor Strange para que te deje asistir una de sus cirugías. Sé lo mucho que te encantaría. Cuando tengas una respuesta, llámame.»

Me llevó tres intentos leer la última frase. Aquello había sido tan emocionante que ahora estaba temblando y se me hacía muy difícil leer de nuevo lo que la doctora Palmer me había enviado. Quise gritar de emoción, abrazar a alguien o dar un salto, pero estaba sola en el vestíbulo. ¡Eso era todo lo que había querido en el último tiempo, por Dios! Y ahora lo tenía tan cerca que casi podía tocarlo. Era increíble. Ese era el primer paso para recuperar mi vida y alejarme todo este embrollo.

Aún con la emoción latiendo desenfrenada en mi corazón, continué revisando los otros mensajes. Kate me había enviado unas cuantas fotos de Tommy y Jess en el Burger King, de inmediato se me hizo agua la boca. Extrañaba las hamburguesas con queso de Burger King. Junto a ese mensaje también habían unos cuantos de mi abuelo contándome cómo la estaban pasando en Texas con la hermana de mi abuela. Y como había dicho Clint, también me envió un par de fotos de un perro lavando los platos. Lo más interesante de los mensajes de mi abuelo era la fotografía de un par de pasajes en avión junto a la descripción «Adivina quiénes se han ganado un viaje a Solonda»

¿Solonda? Fruncí el ceño confundida. Estuve a punto de googlear aquello, hasta que leí otro mensaje más abajo.

«Tu abuela dice que es Sokovia, pero para mí es Solonda»

Me eché a reír. Ese país sí lo conocía. Era el sitio al que habíamos ido a buscar el cetro y el brazalete. Le respondí un par de cosas a mis abuelos y mis amigas, pero no contesté nada aún a la doctora Palmer. Apagué la pantalla del celular y continué mi camino, bajando las escaleras al centro de la fiesta. Mis ojos se pasearon por los invitados, topándome con Romanoff. Aclaremos algo: mi orientación sexual estaba completamente definida, pero no era nada ciega. Natasha Romanoff era despampanante, y el vestido que cargaba la hacia lucir incluso más increíble. Ella sí que tenía el tipo de apariencia que hacía que cualquier autoestima decayera.

Después de haber detallado tanto a Romanoff, Steve apareció en mi campo de visión y me hizo una seña para que me le acercara. Era raro no ver a Victoria en la fiesta, pero la castaña se había disculpado diciendo que su deber de madre la llamaba. Su hija, Vera, había contraído gripe esa mañana. 

—Estaba esperando para conversar contigo —me dijo Steve, mientras comenzábamos a caminar por la sala. Lo miré curiosa.

—¿Debemos hablar de algo?

—Por supuesto. Le pedí a Tony que te diera el preámbulo, ¿acaso no lo ha hecho?

Bufé, ahora estaba bastante enfurruñada por ese hecho. Por supuesto que él no iba a decirme nada porque ni siquiera me hablaba. Y, además, hace un rato prácticamente nos habíamos mandado al demonio mutuamente. No me había puesto a analizar a profundidad eso que había pasado, pero era consciente y tampoco era tonta.

—No, no lo hizo —contesté con un repentino sabor amargo en mi boca—. ¿De qué se trata?

El rubio se quitó la chaqueta de cuero marrón, quedando únicamente con una camisa de fina tela azul. También se la arremangó hasta los codos, evidenciando muy bien los músculos de sus brazos.

—Básicamente quiero hablar de ti —avanzamos hasta la barra del bar, donde él tomó una botella de cerveza y a mí me pasó una copa con martini—. Estoy impresionado, Beverly. Fuiste de gran ayuda en la misión de Sokovia y también tuviste buen temple hace tres noches en el Bronx.

—¿A dónde quieres llegar?

—Serías de gran ayuda si accedieras a ayudar al equipo de forma continua, y quizás, permanente. ¿Qué dices?

Sus palabras me tomaron desprevenida. Lo miré aún confundida por la manera en la que sonó lo que dijo, pero él me dedicó una pequeña sonrisa sin mostrar los dientes. Parecía interesado al ver mi reacción, porque le dio un sorbo a la botella sin borrar su expresión.

—Así como... —sacudí la cabeza—. ¿Cómo parte del... equipo?

—Exactamente, Bevs. Mira, no hay que establecer nada aún si no estás segura, ¿de acuerdo? Sólo avísame antes de que te vayas —terminó por decir. Se enderezó y me dio una palmada en el hombro antes de comenzar a caminar en dirección a la mesa de billar, donde un hombre moreno le estaba haciendo señas.

Me mordí el labio inferior.

Cuando miraba a los Vengadores, siempre me sentía como si estuviera viendo diferentes versiones de ellos mismos. Una cosa era lo que se proyectaba en los medios, la omnipotencia con la que los hacían ver desde afuera, y otra muy distinta la que se palpaba al estar en contacto directo con ellos. Eran personas, como todos los demás, que sentían y vivían su vida a su manera. La única cosa circunstancial que los alejaba de la realidad, era la decisión que habían tomado. Eso que habían elegido hacer con su vida. Ellos parecían tan cómodos con lo que habían que básicamente te hacían verlo como algo «normal». Como si ver monstruos verdes, dioses alienígenas, soldados de otra época y hombres de hierro pudiera denominarse así.

Pero no quería hacerme un lío respecto a la propuesta. Intuí que lo mejor era tomármelo con calma y no ponerme a vaciarlo como loca, después de la fiesta me lo pensaría.

Revoloteé sin dirección fija alrededor de la fiesta durante un rato. Hablando por aquí y por allá con distintas personas, pues en realidad no tenía nada más que hacer. Pasaron unos veinte minutos en los que me encontré sola y charlando con un grupo de veteranos de las antiguas guerras, quiénes me estaban contando de forma animada sus anécdotas en los campos de batalla. No fue sino hasta después de esa conversación que me topé con un rostro conocido.

—Dijiste que vendrías conmigo a la fiesta, pero mira: he andado sola —le reproché a Thor, que venía con una botella muy pequeña en su mano. El asgardiano se echó a reír y paso un brazo por mis hombros.

—Me disculpo contigo. Apenas vengo bajando, no estaba listo aún.

—¡Pero qué dices! —le di un suave golpe en la mano—. ¿Qué necesitas perfeccionar tú? Si así estás increíble.

—Ah, más de lo que piensas —me besó la parte lateral izquierda de la cabeza y yo solté un suspiro.

Estiré la mano para tomar uno de los dulces que estaban en el stand cerca de las escaleras. Thor imitó mi acción y olfateó una  rosquilla antes de engullirla. Detrás de nosotros se armó una especie de fila, donde varias personas estaban esperando para acercarse a la comida. Un par de chicas le lanzaron miradas nada disimuladas al rubio, a lo que él les sonrió animado.

Mientras que el fortachon se despegaba de mi lado y contestaba un par de cosas a sus administradoras, yo me dediqué a explorar la mesa de aperitivos. Estaba bastante entretenida con los camarones cuando alguien se posicionó a mi lado y estiró la mano justo frente a mi cara para tomar un trozo de pie. Me di cuenta que estaba conteniendo la respiración cuando el dueño de los movimientos, Tony, se acercó más a le mesa e hizo que yo me tambaleara. Me volví para mirarlo, y para mi sorpresa, él ya se encontraba haciéndolo. Sus ojos oscuros me observaron con abierta curiosidad, estudiando mis facciones y probablemente advirtiendo mi reacción.

—¿Están buenos los camarones? —me preguntó sin dejar de mirarme. Se metió el trozo de pie a la boca y lo masticó ridículamente lento.

Alcé una ceja.

—¿Ahora me hablas?

—Bueno, en realidad tú terminaste conmigo, así que sí soy bastante idiota al hablarte.

Lo miré perpleja.

—¿Cómo demonios se supone que iba a terminar algo que nunca empezó? —exclamé, con la voz una octava más alta a causa de la sorpresa.

¿De verdad estábamos teniendo esa conversación? Era tan ridículo que me dolió el estómago.

—Eres absurda, muñeca.

—No me digas muñeca, albañil.

—¿Ah, no? —alzó ambas cejas—. A ti te encantaba que te dijera muñeca.

—Vuelve a repetirlo y te juro que te corto la lengua, animal —le siseé—. ¿Qué demonios pasa contigo? ¡Hace un rato me mandaste al demonio, Tony! ¿Cuál es tu problema?

—¿Que te mandé al demonio? Eso dices tú.

—Digo lo que es.

Tony me torció los ojos, pero antes de que pudiera contestarme, Thor volvió al lugar. Resollé como si estuviera adolorida. Tremenda combinación se acababa de mezclar. Pero por todos los dioses, ¿acaso no podía tener un momento a solas con la paz? Odiaba esta situación de punta a punta.

—Hola, Stark —le saludó Thor, poniendo una mano en el hombro del aludido y apretando levemente—. Lindo traje.

—Tom Ford, grandote. ¿Tienen de esos en Asgard?

—No, pero hay unas ninfas que hacen trajes con restos de las plantas que se encuentran en el fondo del lago.

Hasta ese momento no me había dado cuenta de su vestimenta, y la verdad era que el rubio estaba en lo correcto. Aunque su traje era lo menos llamativo de todo. ¿Alguna vez había dicho que era desgarradoramente atractivo? Porque lo era. Eso y más.

—Es una información bastante interesante —concedió el pelinegro—. Ahora, ¿ya terminaste con Beverly? Me gustaría hablar unas cosas con ella.

¿Qué?

—Ah, no, ella está perfectamente bien conmigo. Puedes hablar con ella luego de la fiesta. Vino conmigo.

No.

—Estoy seguro de que ella quiere hablar conmigo —Tony entrecerró los ojos.

—Yo la estoy cuidando —contestó Thor, con una sonrisa tensa.

—¿Cuidando? No recuerdo haberte visto en el Bronx esa noche.

—Estaba bastante...

—¿Ocupado puliendo el martillo? Yo puedo cuidar a Beverly.

—Oigan... —los llamé, pero me ignoraron. Ambos se miraron con con expresiones enfurruñadas, pero Tony se volteó para inclinarse y tomar algo de la mesa. Thor, por su parte, no relajó el cuerpo ni un ápice.

Rodé los ojos. Qué idiotas eran.

—Quizás deberías ir a hacerte una trenza —añadió Tony, masticando algo.

—Quizás tú deberías hacer lo que dices —replicó Thor—. Dices que la cuidas pero la he visto sola.

Tony iba a tomar una jarra de vidrio, sin embargo, Thor se percató de su acción y la tomó antes que él.

—Dame la jarra.

—No.

—Ya basta —repuse con obstinación, pero continuaron ignorándome limpiamente.

—Dame la jarra, point break —le instó Tony.

—Que no, Stark.

Respiré hondo. No tenía sentido ser testigo de una situación tan estúpida e infantil. Meneé la cabeza, dispuesta a irme del lugar ya que estaba en medio de ambos.

—No la voy a pedir de nuevo.

—Tómala si quieres.

Sólo alcancé a moverme medio centímetro cuando Tony alzó la mano intentando quitarle la jarra a Thor, pasándola por encima de mi cabeza, pero el rubio, en un acto ridículo, la movió al mismo tiempo y terminó vertiendo el líquido de la jarra encima de mi cabeza. Me la había echado toda encima y ahora yo estaba empapada de punta a punta. Me estremecí ante lo frío del ponche y alcé las manos, molesta. Ambos hombres se me acercaron al tiempo.

—Bevs, preciosa —comenzó Thor.

—Vamos a limpiarte —lo interrumpió Tony.

Me llené de cólera y actué por instinto. Eché los brazos hacia atrás y tomé impulso para detenerlos por el pecho a ambos, antes de que siquiera se acercaran un milímetro más a mí.

—¡Ni se les ocurra tocarme! —chillé—. ¡Me voy ahora mismo! Son unos imbéciles que no tienen idea de nada. Ah, déjenme que se los aclare por si no se han dado cuenta: ¡No necesito que ninguno me cuide porque no soy un maldito bebé recién nacido! ¡A ver si ambos están pendientes de ustedes mismos, idiotas! Yo estoy bastante grandecita y bastante bien que me ha ido sin ningún hombre que me cuide durante toda mi vida. Ahora fuera de mi camino, par de imbéciles.




💎💎💎




La cólera no se me había pasado ni un poquito. Seguía bastante enfurruñada por el hecho de que aquel lindo vestido plateado que había usado para la fiesta terminó manchado por ponche antes de la medianoche. Terminé poniéndome un conjunto de ropa cómoda después de haberme duchado de nuevo, sobretodo porque mi cabello quedó hecho un desastre por el líquido. Dejé que la fiesta transcurriera mientras yo me aseaba, y salí de mi habitación cuando Clint me avisó que todos se habían ido y sólo quedaban ellos, para que subiera a cenar con todos. Subí desganada, de nuevo, hasta la sala principal donde todos estaban sentados alrededor de una de las mesas. Tanto Thor como Tony me dedicaron una mirada apenada, pero los ignoré olímpicamente y tomé asiento junto a Clint en el suelo. El interpelado estaba jugando con unos palillos chinos mientras se mofaba del asgardiano, ya que la conversación se había girado entorno a su martillo.

—¡Es un truco! —refutó el castaño.

Thor se encogió de hombros e hizo un ligero brindis junto a Steve con las botellas de las cervezas.

—Es mucho más que eso.

Sólo aquel que demuestre ser digno heredará el poder —se mofó de nuevo, haciendo un ademán al martillo que reposaba sobre la mesa—. No inventen, eso es un engaño.

El rubio me miró, como si esperara que yo le dijera algo. En vista de que le torcí el gesto y me volví hacia Clint, respondió.

—Sí, bueno, ven y haz la prueba entonces —señaló el martillo. Clint parpadeó incrédulo.

—¿En serio? —se puso de pie y avanzó hasta donde se encontraba el artefacto, ante las risas y comentarios inoportunos de los demás.

—Clint, tuviste una mala semana, nadie te juzgará si no lo levantas  —señaló Tony. Todos se echaron a reír pero Clint hizo caso omiso al comentario del pelinegro, tomando el martillo por el mango.

—He visto que muchos lo hacen... ¡Agh! Sigo sin entender qué es lo que hacen.

Todos nos echamos a reír cuando no ocurrió nada, pero evidentemente fue Tony el que hizo un comentario al respecto.

—¿Sientes el juicio silencioso?

—¡Por favor! —Clint lo señaló, todo jubiloso, como si el fracasó lo hiciera silbar—. Stark, queremos verte.

El pelinegro se animó y se puso de pie, desabotonando el saco del traje. Parecía una maldita diva. En otro momento me hubiera parecido atractivo, pero en ese momento me caía de la patada, así que le fui fiel a mis ganas de borrarle la sonrisa con un puñetazo. Todos comenzaron a silbar y farfullar hacía él.



—Yo jamás me acobardo cuando alguien me reta —tomó el mango del martillo—. Es física. Entonces, ¿si lo levanto gobernaré Asgard?

Thor asintió.

—Sí, por supuesto.

—Primero voy a reinstaurar la prima nocta... —jaló con fuerza el martillo, y como todos esperamos, no sucedió nada. El aludido frunció los labios y lo soltó para luego decir—: Ya vengo.

Ese «ya vengo» era nada más y nada menos que para ir a buscar el brazo metálico de su traje, para que lo ayudara a jalar el martillo, pero lamentablemente tuvo el mismo resultado. Pronto aquello se volvió una feria donde todos intentaron levantarlo, desde el moreno amigo de Stark hasta Bruce, que se encargó de incomdarnos a todos con unos chillidos frustrados al no poder. Eso cambió cuando llegó el turno de Steve, que se puso de pie emocionado y todos lo miramos a la espera. Se posicionó frente al martillo, lo tomó con ambas manos y jaló.

—Tú puedes, Cap —lo animó Clint.

—Estamos esperando, Steve —agregó Tony.

Por una milésima de segundo me pareció haber visto al arma moverse, y muestra clara de eso fue la expresión de horror que se abrió paso por el rostro del asgardiano. Aunque al final tampoco pudo levantarlo, y Thor terminó por suspirar aliviado y decir:

—Já, nada.

Todos nos echamos a reír de nuevo, pero nos volvimos para mirar a la pelirroja que estaba recostada en uno de los sillones, a la espera de si también lo intentaría.

—¿Widow?

—Oh, no, no. No es una duda que quiera aclarar —le dio un sorbo a su botella de cerveza.

—¿Qué hay de ti, femme fatale? —me llamó Tony—. Ya se te secó el pelo, y tomando en cuenta que fue culpa de Thor, quizás deberías ser digna de levantar ese martillo y quitarle el trabajo.

Puse los ojos en blanco.

—Vamos, Bevs —me instó Steve—. Inténtalo. Natasha ha sido suficientemente aguafiestas.

—Ya sabemos cómo va a terminar eso —musité, haciendo un mohín. El asgardiano señaló el martillo y me hizo una seña para que me acercara.

—Dale, todo tuyo.

Tomé una bocanada de aire. Igualmente ni siquiera se iba a mover, así que, ¿qué podía perder? Me puse de pie perezosamente y caminé hasta el frente de la mesa, estirando la mano hasta el mango del martillo. Sin embargo, cuando fui a tocarlo, el arma me dio una descarga de electricidad que me hizo dar un respingo.

—¡Ay, maldito coso, está embrujado! —aullé sobándome la mano.

Todos soltaron una carcajada limpia.

—Beverly no es digna —dijo Clint sin dejar de reír—. Es menos que digna, el martillo no la quiere cerca.

—En serio, Bevs, ¿qué has hecho con tu vida? —me preguntó Steve. Los miré feo a todos y me senté en uno de los sillones vacíos.

Tony sacudió la cabeza.

—Sin ofender al hombre que no quiere ser rey, pero está amañado.

—Puedes apostar tus nalgas —concedió Clint, palmeando el brazo de Tony.

—Steve, mala palabra, dile algo —se burló Hill. Steve miró a Tony con gesto ofendido.

—¿Se lo dijiste a todos?

El pelinegro lo ignoró.

—Está como codificado. Tiene un código de seguridad, «aquel con las huellas de Thor lo moverá», ¿sería la traducción literal?

—Sí, la teoría es muy interesante —respondió Thor, poniéndose de pie y blandiendo el martillo en el aire—. Pero yo tengo una mejor: no son dignos.

Todos bufaron.

En ese mismo momento, un sonido chirriante parecido al de un micrófono siendo afinado retumbó por toda la sala. Inmediatamente me me llevé ambas manos a los oídos, intentando reprmir el chillido ensordecedor. El sonido de un metal siendo golpeado contra el piso se le unió, empezó a escucharse mucho más cerca hasta que dio la impresión de que se trataba de unos pasos. Me volví para mirarlos a todos, y parecían estar igual de irritados por el sonido chirriante. Me tomó por sorpresa el momento en el que una armadura dañada se apareció frente a nosotros.

—No... ¿Cómo podrían ser dignos? Todos son asesinos —se acercó más hacia nosotros, pero sin bajar el escalón. Su voz tenía el mismo temple que el de la inteligencia artificial de la torre, Jarvis, pero el tono era distinto.

Un escalofrío me recorrió la columna. ¿Qué era esa cosa tan aterradora, el diablo?

—Stark —masculló Rogers.

—Jarvis... —repuso Tony, al mismo tiempo.

La armadura, sin embargo, continuó inmersa en una especie de monólogo, aunque parecía dirigirse a los presentes.

—Lo siento, estaba dormido... ¿O estaba en un sueño?

—Jarvis, reinicia a los legionarios. Tenemos una pequeña falla —siguió diciendo Tony, mientras tecleaba un par de cosas en su tableta.

—Había un terrible ruido... —el robot siguió inmerso en sí mismo, girando sobre su eje para verse mejor. El aire desorbitado que tenía me pareció extraño—. Y estaba enterado en... ¿En hilos? Tuve que matar al otro... Era buen tipo.

A mi lado, Steve Rogers se tensó.

—¿Mataste a alguien?

—No era mi primera opción, pero... En el mundo real hay que tomar decisiones difíciles.

Thor dio un paso hacia adelante, en una mano tenía el martillo y con la que tenía libre me dio un leve empujón hacia atrás, dejándome justo detrás de él y Rogers.

—¿Quién te envió?

—«Sólo deseo una armadura que cubra al mundo»

Silencio. Aquello no había sido la voz del robot, aquello había sido una grabación donde se escuchaba claramente la voz de Tony. Fue Bruce quién pareció entender el significado oculto detrás de esas palabras, porque alzó la cabeza hacia el pelinegro y musitó:

—Ultron.

—En carne y hueso —convino el robot—. O no, aún no. No en ésta... crisálida. Pero estoy listo. Tengo una misión.

La situación no pintó bien por ningún lado en el momento en el que Thor apretó el mango del martillo con fuerza y Maria Hill le quitó el seguro a la pistola que tenía en sus manos. De forma instintiva, respiré de forma entrecortada y cerré los puños, reaccionando al clásico serpenteo del brazalete en mi muñeca derecha. Estaba listo para salir.

—¿Qué misión? —le instó Natasha. El robot giró su cabeza metálica hacia el frente, hacia todos, y habló fervientemente.

—Paz en nuestros tiempos.



Las paredes de vidrio de enfrente estallaron en pedazos cuando un grupo de robots salieron volando en dirección a nosotros. Y sí, yo estaba justo detrás de Steve y Thor en ese momento, pero preferí dar un salto hasta donde estaba Tony para cubrirlo el impacto que nos llevamos contra uno de los estantes. Porque claro, aquellos rubios fortachones iban a soportar bien un golpe de esos, incluso yo podía hacerlo, pero me preocupé por Tony. Caí justo encima de su pecho y me miró con los ojos bien abiertos por la impresión. Escuché el sonido de varios disparos y cosas siendo destrozadas.

—¿Quién cuida a quien ahora, albañil?

—Dormimos juntos y lo discutimos, ¿te parece?

Lo ignoré. Ambos nos pusimos de pie y él salió disparado en otra dirección, mientras que yo me dispuse a hacer uso de mi brazalete. En cuanto tuve el palo en mis manos lo lancé hacia uno de los robots que estaba cerca de Hill, clavándoselo en el medio de la cabeza. Alcancé a escuchar a Steve gritarle algo a Tony, pero no le presté atención debido a que el robot se sacó el pelo de la cabeza y ahora venía hasta donde yo me encontraba. Lo tomé de los brazos cuando comenzó a disparar sus descargas de energía y esté comenzó a volar conmigo sosteniéndole. Me lanzó a uno de los vidrios cerca de las escaleras y rodé como si estuviera hecha de goma.

Me afinqué del suelo para levantarme, pero el filo de los cristales rotos se clavó en las palmas de mis manos y mis rodillas. Lo próximo que vi fue la sangre desparramarse a una velocidad alarmante sobre el suelo, pero le resté importancia. Me puse de pie y avancé hasta donde había quedado el palo cuando el escudo del Cap me pasó volando por la cabeza. Una vez Thor destruyó al último robot, recogí el palo pero lo dejé así, sin volverlo a su forma de brazalete.

El robot líder habló de nuevo.

—Vaya, eso fue dramático. Lo lamento, sé que su intención es buena —dijo—, sólo que no lo pensaron bien. Quieren proteger al mundo, pero no quieren que cambie. ¿Cómo salvar a la humanidad si no se le permite evolucionar? —se agachó sobre sí mismo y tomó una de las armaduras destrozadas, mostrándola como ejemplo ante nosotros—. ¿Con ellos? ¿Con estas marionetas? Sólo hay un camino a la paz: la extinción de los Vengadores.

No pudo continuar hablando. Thor arrojó el martillo y lo destrozó. 

Ahora sí que alguien la había jodido por todo lo alto.

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