12 ━━━ T.N.T.

━━━ ❛ MOMENTUM XII ━━━

BEVERLY BLACKWELL



El dolor punzante de uno de mis tantos moretones del brazo fue lo que me despertó la mañana siguiente. Era temprano, quizás no eran ni las diez de la mañana, no estaba segura. Sin embargo, eso era lo único por lo que estaba confundida. Sabía perfectamente dónde estaba, con quién estaba y cómo estaba. Me abrumó la realidad de lo que había pasado y la forma en la que me encontraba ahora, por lo que decidí no abrir los ojos aún. Si hacía un movimiento, todo cambiaba, y probablemente jamás se volvería a repetir. Así que pensé, si luego iba a pagar un precio por esto, ¿por qué no sacarle todo el jugo posible?

De cualquier modo ya estaba jodida.

Me pregunté cómo podía estar tan aterrorizada por esto. En ese momento todos esos miedos me parecieron insignificantes, pero, probablemente se debían a que la única neurona racional que quedaba en mi cabeza me estaba advirtiendo que aquello estaba mal. Y por supuesto, yo decidí ignorarla. No tenía ni idea de qué significaba ese extraño retortijón en el interior de mis entrañas, pero sinceramente lo disfrutaba. Disfrutaba el toque de nerviosismo que me generaba estar recostada sobre el pecho de Tony Stark, y también disfrutaba la sensación de calidez que desprendía de él. Nunca había experimentado tal sentimiento, y la realización del mismo de conmocionaba.

Aún con los ojos cerrados, sentí un leve movimiento vagar por el contorno de mi columna, justo debajo de la camisa. Me estremecí ante el tacto pero no me moví ni un ápice, me negaba a deshacerme de ese toque tan suave.

—Muñeca —murmuró con la voz ronca. La mano que tenía en mi espalda viajó hasta mi cuello, toqueteando por encima de los rasguños. El toque me dolió un poco, las cicatrices aún ardían, aunque sentía algo pegajoso por encima de ellas—. ¿Qué es esto, Beverly?

Arrugué el ceño perezosamente.

—¿A qué te refieres?

—A que tienes algo pegajoso pegado al cuello.

Abrí los ojos, y lo primero que vi fue la piel del pecho de Tony, pero ésta se encontraba manchada por algo más. Un viscoso rastro de sangre se extendía por todo su pecho, proveniente de la posición que había tomado yo al dormir. Había pegado tanto mi cuello a su piel que las cicatrices no habían cerrado ni un poco, al contrario, habían comenzado a desparramar sangre por todos lados. De inmediato me enderecé en la cama, tocando por inercia la raíz de las heridas y palpando la viscosidad de la sangre.

—Lo siento, Tony —murmuré, con un pequeño y extraño temblor en la garganta. Evidentemente no era por la sangre, yo estaba a punto de ser doctora, jamás le había tenido ni miedo ni asco a algo como eso. Lo que me conmocionaba era que había sucedido justo sobre Tony y me sentía bastante avergonzada por ese hecho—. Iré a buscar algo para limpiarlo enseguida.

Él tenía la mirada clavada en mi cuello, y no se inmutó cuando di un salto fuera de la cama. Sin embargo, en el instante en el que mis pies tocaron la fría cerámica del piso me vi abatida por una especie de vértigo que me hizo tambalear y caer de rodillas al piso. No fui consciente del momento en el que Tony bajó de la cama, pero me pareció algo casi instantáneo su aparición frente a mí. Puso sus brazos bajo los míos y me tomó de la espalda para ayudarme a levantar con mucho cuidado.

Su expresión fue un shock para mí, que envió una descarga a través de mi cuerpo.

—¿Tony? ¿Te encuentras bien? ¿Por qué tienes esa cara? —era bastante estúpido que fuera yo la que estuviera haciendo esa pregunta, contando con que estaba sangrando y acababa de sufrir un vértigo, pero él tenía una expresión de susto en el rostro.

—Estás sangrando —dijo. Su voz sonaba baja y precisa, como si no tuviera qué más decir—. Debo llevarte con Cho. Ya.

Apretó de forma más firme su agarre en mi espalda y me pegó más a él, aunque su expresión no se relajó ni un poco. En primera instancia asumí que la sangre le daba asco, pero luego lo miré pasar una mano por mi cuello para tocar y observar mejor el desastre, y supe que no era eso. Entonces, ¿de qué se trataba?

Su dedo recorrió con suavidad la línea de las cicatrices.

—Vamos a ponerte unos pantalones primero —medio sonrió, pero fue extraño, porque no se trataba de una sonrisa completa.

Le vi de nuevo el pecho todo manchado de sangre y asentí en silencio. Si en un principio pensé en disfrutarme esto sin importar el precio, ahora sin duda me arrepentía. La expresión que tenía Tony avivó cualquier llama de inseguridad que existiera en mi sistema.





💎💎💎




—Tenemos buenas y malas noticias —anunció Victoria, con una mueca de desagrado en el rostro dirigida explícitamente hacia Clint, que estaba comiendo una banana. Aparentemente a la castaña no le gustaban.

Estaba recostada en una camilla dentro del laboratorio de Bruce. La doctora Cho no se había ido, pues como todos los demás, estaba esperando a la fiesta del sábado para celebrar el triunfo de los Vengadores al recuperar el cetro. Apenas era miércoles, así que aún quedaban unos cuantos días de por medio.

—Las buenas primero —pedí en un murmuro. Thor dio un paso hacia adelante, en su mano derecha se extendía mi brazalete, sin embargo no me lo dio.

—La buena noticia es que el material sí es totalmente compatible con el de mi martillo y con el de la espada de Victoria —me contó—. La mala es que va a tomar más de una sola limpieza para quitar todo rastro del veneno. Anoche sólo pudimos quitar un poco, si te lo vuelves a poner te infectarás más.

—Probablemente va a necesitar unas cuatro o cinco limpiadas más —aventuró Bruce, caminando hacia nosotros.

Bufé.

—¿Tú sí lo puedes tocar? —le pregunté al rubio. Él me sonrió ampliamente.

—Por supuesto. Yo soy más fuerte que tú.

Sacudí la cabeza, tratando de ocultar la repentina risa que me había generado Thor. Él se acercó, sin borrar la sonrisa, hasta la camilla y me quitó el pelo de la cara. Puso su mano sobre mi cuello e hizo un leve reconocimiento sobre las cicatrices.

—Sí que te diste duro —comentó sin dejar de mirarlo—. Sanará en un par de días. Buscaré un poco de medicina que mi madre solía darme cuando mi hermano Loki me frotaba el cuerpo a propósito con hiedra venenosa.

Me eché a reír con fuerza. Thor me dio una palmada sobre la pierna derecha antes de alejarse del laboratorio e ir en busca de su medicina. Miré a Bruce, que rebuscaba algo en unos papeles sobre uno de los mesones, y luego a Victoria que conversaba animadamente con Clint detrás del cristal que dividía el laboratorio.

Me pregunté dónde estaría Tony, pero me deshice de la interrogante tan pronto cómo me la hice. Desde que me dejó con la doctora había estado actuando de la forma más extraña que había visto, además de que estaba segura había comenzado a evadirme. Me tapé el rostro con ambas manos y contuve las ganas de gritarme lo estúpida que era.

Su reacción había sido más de lo que esperé. Se sentía como haber volado a una gran altura y haber caído sin ningún paracaídas, estrellándote contra el frío y duro suelo.

—Beverly —me llamó Victoria—. Yo tendré el brazalete hasta que pueda limpiarlo, pero debo ir por Vera a la escuela. Lo dejaré donde se guardan las armas. En la tarde cuando regrese trataré de avanzar más que anoche —terminó con una sonrisa en su rostro.

Asentí.

—Gracias, Victoria.

Ella se despidió con la mano y terminó por salir del laboratorio, con Bruce pisándole los talones mientras le preguntaba unas cosas. Perdí a Clint de vista y realmente no había visto ni a Steve ni a Romanoff esa mañana, así que quedé completamente sola. Me senté durante un buen rato, completamente aturdida, intentando entender lo que había ocurrido al despertarme. No sabía qué lo había causado. Tenía tan poco que ver con la manera en la que me sentía, que me resultaba increíblemente difícil de procesar. Quizás también se debía al extremo cansancio por el que atravesaba a causa del envenenamiento, y lo cierto era que no sabía qué era peor. Si Tony siendo completamente indiferente conmigo o yo envenenada. Estaba segura de que lo último me recuperaría, pero, ¿qué pasaba con lo primero?

Como si lo hubiera llamado con el pensamiento, Tony apareció en el laboratorio en compañía de Bruce, Steve y Thor. El último traía consigo un extraño y pequeño recipiente de color dorado entre sus manos. Sin embargo, el único que se adentró al sitio en el que yo me encontraba fue Tony. Los demás detuvieron su paso detrás del cristal, entretenidos con un par de hologramas que estaba mostrando Bruce.

Se me pasó el aturdimiento poco a poco, sin dejar nada en su lugar, sólo un gran vacío. Tenía la mente en blanco. ¿Qué se suponía que debía decirle ahora?

—Tony —lo llamé.

Él no se movió en absoluto. Pegó la mirada a una de las gavetas y la abrió al rebuscar algo dentro de ella.

—¿Tony?

Nada. Maldita sea, y ahora me habían dado ganas de ir al baño y no podía bajarme sola de la camilla. ¿Alguna de esas máquinas podría ser capaz de llevarme a la ducha? Resoplé lo suficientemente alto como para que él me escuchara, pero no se inmutó. Esto estaba comenzando a irritarme. Comenzaba a molestarme el hecho de que yo estaba tratando de ser amable con él y ahora se estaba comportando como un completo idiota.

—Tony —repetí, ahora entre dientes—. ¿Puedes escucharme un segundo?

Lo menos que me interesaba en ese instante era preguntarle la razón de su indiferencia. Realmente quería ir al baño.

—Ahora no, Beverly. Estoy ocupado.

Estaba segura de que mi boca se había abierto ante la sorpresa, y que lo más seguro era que una gran expresión de indignación y aturdimiento se abrió paso por todo mi rostro. Me picaron las manos por darle una bofetada y, con muchas ganas, darle un par de patadas en el bonito trasero que tenía.

¡Bien! Que se fuera al infierno. No lo necesitaba.

—¡Eh, grandotes! —alcé la voz lo suficiente como para que Thor y Steve me escucharan. Al hacerlo, ambos rubios voltearon y me miraron a la espera de que continuara—. ¿Alguno de los dos puede cargarme hasta el baño? Bruce y Cho han dicho que no puedo caminar sola, y realmente debo ducharme.

Automáticamente el cuerpo de Tony detuvo en seco todos los movimientos que estaba haciendo. Se volvió a mirarme con expresión anonadada y abrió la boca.

—Yo te puedo ayudar a...

—Ah, mira eso. Ahí viene Thor —le dediqué la sonrisa más sarcástica que pude improvisar. Tony me miró serio.

—Beverly... —murmuró.

—A callar, albañil.

Sentí un ligero dolor punzante sobre mi cuello, pero eso no impidió que cambiara mi posición. De soslayo miré como el pelinegro empezaba a farfullar unas cosas en voz baja y se daba media vuelta para salir del laboratorio en el momento en el que entró Thor. El rubio se acercó de nuevo a mí, dejando el envase dorado sobre la camilla.

—Conseguí la medicina —de una forma tan ligera que casi no parecía estar tocándome, me tomó en brazos. Puse mis manos sobre su pecho y casi se me escapa un suspiro. Sus músculos parecían una obra de arte esculpida por los mismísimos ángeles—. Trata de colocártela luego del baño para que el agua no te la quite.

—De acuerdo. Muchas gracias por llevarme, Thor. Espero no sea una molestia.

Él comenzó a caminar fuera del sitio.

—En absoluto, lady Beverly. Es un honor para mí cargar a semejante belleza a sus aposentos. ¿Necesitas ayuda con el baño también?

—No —respondí enseguida, negando con la cabeza. Le di dos palmadas en el pecho y sonreí sin mostrar los dientes—. Con que me lleves es más que suficiente, grandote.




💎💎💎



Eran alrededor de las diez de la noche cuando todos se fueron a sus habitaciones. El trabajo se les había reducido mucho después de haber encontrado el cetro, y la verdad era que después del incidente de la mañana yo estaba ansiosa por volver a mi casa. Aunque claro, mis abuelos se habían ido de viaje a Texas a visitar a la hermana de mi abuela, y no me apetecía aparecerme en casa con sólo Nadine rondando por ahí. Prefería quedarme aquí hasta el sábado, como tenía previsto, y luego buscaría la manera de soportar a mi madre en casa hasta que mis abuelos volvieran.

Estaba recostada en aquella insípida habitación mientras veía un programa de cocina en la televisión. Clint había pasado a traerme un par de sándwiches y un jugo momentos antes, así que los estaba engullendo gustosamente. Tenía un leve dolor de cabeza y las cicatrices me ardían, aunque estaba segura de que la medicina de Thor estaba haciendo efecto pues los grandes cardenales que habían sobre mis brazos comenzaban a desvanecerse de a poco.

Estaba tomando un sorbo de jugo cuando recordé que no le había echado un ojo a mi teléfono desde el día de ayer, justo antes de irnos a la misión en Sokovia. Me incliné sobre la cama, hasta la mesa de noche, y con la punta de los dedos halé el teléfono. Desbloqueé la pantalla y arrugué el ceño, curiosa, al ver un número increíble de llamadas pérdidas y mensajes.

Todos eran de Nadine.

«¿Dónde estás?» «Necesito que regreses a casa» «¿Beverly?» «Zafiro, ¿dónde estás?» «No puedo lidiar con esto sola»

Pero hubo un mensaje en particular que me heló los nervios al instante. Y era que no había nada más que una dirección escrita, sino que se trataba de una fotografía lo que lo decía todo. Era Nadine, tirada en el suelo de alguna habitación, vendada y amordazada.

«La tumba»

La tumba. Repetí las palabras dentro de mi cabeza, intentando buscarles un sentido lógico, pero no lo logré. La imagen de Nadine en esa fotografía me caló los nervios de tal manera que estaba temblando. No sabía que ella me necesitaba. No sabía en qué clase lío se habría metido que ahora estaba implorando por mi ayuda, cuando siempre la rechazó. Pero no podía dejarlo pasar así como así, tenía que hacer algo para ayudarla. No podía dejarla morir por lo que fuera en lo que se había involucrado.

¿Qué hacía? No podía usar mi brazalete. Mucho menos caminar sola. Debía buscar a alguien, no había necesidad de armar tanto alboroto así que con Clint me bastaría. Puse un pie fuera de la cama, y entonces lo recordé.

La tumba era un club nocturno que se encontraba en el Bronx, en la parte más tétrica y peligrosa de la ciudad. Lo conocía porque una vez, un par de años atrás, había ido a buscar a Nadine en ese mismo lugar. Maldije en mi fuero interno y me agarré con fuerza del orillo de la cama. ¡Agh! La desgraciada se había ido a meter de nuevo a aquel infierno de vandalidades. Mi teléfono sonó, alertándome de una llamada entrante. El número no estaba registrado, pero no vacilé al contestar. Del otro lado de la línea, una respiración agitada me inundó los oídos.

Beverly... —jadeó Nadine—. Apareciste.

—¿Qué se supone que hiciste, Nadine? —mascullé, cerrando los ojos. Estaba increíblemente frustrada.

Necesito que vengas a buscarme a La tumba. Por favor.

—¿Por qué se supone que debería hacerlo?

Porque soy tu madre —me dijo—. Y porque hay que pagar un dinero.

Ahogué un suspiro. Meneé la cabeza y terminé por ponerme de pie con cuidado y en silencio.

—¿Sólo pagar un dinero? —repetí a modo de pregunta. Nadine tosió.

Sí, hija. Por favor.

—Voy para allá.

Me quité el teléfono de la oreja y un retortijón, muy parecido al terror, me inundó todo el cuerpo. Si se trataba de pagar un dinero, no había necesidad que le dijera a Clint, ¿verdad?

Eché a andar con mucho cuidado y me apresuré a vestirme. Me pareció irritante la precaución que tenía que tener con cada una de las cicatrices que me había dejado en el cuerpo por haberme rasguñado como salvaje. Tuve que ponerme un suéter negro que cubriera todas mis manchas violáceas, y caminé descalza, con los zapatos en mi mano y tratando de no hacer ruido fuera de la torre. Igualmente era algo estúpido, ¿o no? Estaba en la torre con más seguridad y tecnología del mundo. Muy bien podrían darse cuenta de que iba a hurtadillas. Como fuera, eso no era realmente importante. Necesitaba un auto y, aunque fuera la peor idea del mundo, necesitaba mi brazalete. No podía meterme en la boca del lobo sin tener algo con lo que protegerme.

Una vez que pude «secuestrar» uno de los autos de Tony Stark y que pude tomar el brazalete del estante donde estaban las armas, emprendí camino a La tumba. ¡Dios, cómo odiaba conducir de noche! Sentía un poco más de dolor en ese momento, y era muy malo. Era el triple de lo que se sufre al día siguiente de hacer una sesión de levantamiento de pesas. Tenía el brazalete tirado en el asiento del copiloto de aquella camioneta negra y me negaba a mirarlo, apenas y lo había tocado para lanzarlo dentro del auto y lo que sentí había sido fatal.

Me tragué la irritación y traté de aligerar la carga, pensar en algo más allá del dolor. Me pasé todo el camino haciendo caso omiso a las fuertes punzadas de dolor que se extendían por toda mi columna, y la verdad es que a la velocidad en la que iba no tardé demasiado en llegar al Bronx. Aparqué a dos locales de distancia de La tumba, y al salir del auto me pareció que la presión del aire disminuyó de golpe. Aquél sitio tenía un aspecto espantoso, igual o peor que la primera vez que lo visité. En ese momento, cuando yo sólo tenía doce años, le tuve un miedo horrible a este lugar, pero ahora no me parecía tan gran cosa. Lo único que permanecía dentro de mí era la liviana sensación de terror que me aminoraba los latidos del corazón, y era que los recuerdos de una pequeña Beverly asustada en busca de su madre dentro de ese lugar me carcomían viva.

Las cicatrices no eran ni la mitad de dolorosas de lo que me resultaba ese recuerdo.

Un montón de hombres de aspecto hostil y vestimentas negras se arremolinaban en la entrada. Avancé en medio de sus cuerpos con la adrenalina latiéndome a mil kilómetros por hora en el cuerpo, angustiada y ansiosa de alejarme de ese horrendo lugar lo más pronto posible. La música estaba tan alta que era imposible distinguir alguna voz dentro del local. En su mayoría se trataba de hombres de mediana edad, pero un numeroso grupo de mujeres jóvenes y apariencia desgastada los acompañaban tanto en las barras como en los improvisados escenarios de las mesas. La mirada lobuna de los hombres la tenía clavada en la espalada, y me asqueaba de sobremanera.

—Beverly Blackwell —hablaron a mis espaldas. Giré sobre mis talones para encontrarme con un hombre robusto y pelirrojo, tan alto como Steve y tan fornido como Thor—. Tu madre te espera arriba.

Sufrí una especie de déjà vu. La primera vez que vine a buscar a mi mamá, el mismo hombre me había recibido en la entrada y me había dicho las mismas palabras. La única diferencia era que, en ese momento, mi mamá no estaba metida en un lío como seguramente lo estaba ahora.

La punzada de dolor en mi muñeca debajo del brazalete hizo que me dieran náuseas. Miré al pelirrojo de arriba a abajo y comencé a caminar detrás de él. Las luces de neón iluminaban todos los rincones del local, haciendo que las escaleras por las que subimos al segundo piso adoptaran una apariencia más jovial que el primer piso. El color azul de las paredes brillaba cuando las luces se encendían con mucho más fulgor, haciendo que el metal de las puertas y ventanas resplandeciera frente a nuestros ojos. Hice un par de inhalaciones profundas y silenciosas cuando el pelirrojo se posicionó frente a una enorme puerta de hierro negra, presionó un par de botones y ésta se abrió de inmediato.

Nadine fue lo primero que vi dentro de la habitación. Estaba sentada en una silla de metal, amarrada de pies y manos y un par de moretones se extendían por toda la piel de su rostro. Desde la frente hasta sus ojos. Había una hilera de sangre chorreando también bajo su labio y una gran cortada del mismo diámetro que mis cicatrices adornaba toda su mejilla izquierda.

¿En qué demonios te metiste, mamá?

Ella me lanzó una mirada insondable, pero no me dijo nada más. En su lugar, un hombre bien vestido de traje rojo salió detrás de ella, sonriéndome fervientemente.

—Mira nada más —ronroneó con voz ronca—. La hija es mucho más hermosa que la madre. ¿No es un placer que hayas venido tú, a saldar su deuda?

No alteré mi expresión ni un ápice. Continué usando aquella máscara de seriedad e irritación con la que había llegado al lugar.

—¿Dónde pago? —inquirí. Moví los ojos lejos del ostentoso hombre, y me encontré en compañía de otros seis más, distribuidos equitativamente alrededor del cuarto.

—Permíteme presentarme primero —avanzó hasta donde yo me encontraba y extendió su mano frente a mí—. William Atlas, a tus servicios, hermosa.

Miré la mano extendida frente a mí y después a su dueño. Me pregunté si acaso sería peor dejársela extendida en el aire, pero no me dieron ganas de averiguarlo, así que con la misma mano en la que tenía mi brazalete tomé la suya. Él observó la pieza de joyería con sumo cuidado.

—Una hermosa obra de arte en posesión de una hermosa dama —murmuró con voz queda.

Tragué saliva y retiré la mano.

—¿Dónde pago? —repetí. William Atlas enarcó una ceja y me escaneó de arriba abajo. Se aclaró la garganta y procedió a meterse las manos en los bolsillos.

—Me temo que no va a ser tan fácil —respondió, echándole una mirada a los seis hombres que tenía a mis espaldas.

Le eché una rápida mirada a Nadine, que me miró con ojos cargados de arrepentimiento. Ahora sí, Nadine, ésta me la vas a deber toda tu vida, pensé para mis adentros. Alcancé a escuchar el sonido que hacen las armas al ser cargadas, pero me relajó el hecho de que se tratara de unas armas normales y no nada con un súper avance tecnológico.

Me iba a arrepentir de esto durante un buen tiempo, pero, o lo hacía o dejaba que asesinaran a mi mamá.

Si había sido capaz de llegar hasta este punto, ahora también tenía que hacerlo. Tenía que soportar ese agudo dolor que me estaba proporcionando el brazalete. Así que me mordí el interior de la mejilla, y procedí a ordenarle a la serpiente que se deslizara sobre mi brazo. Aquella característica sensación de serpenteo me envolvió el antebrazo y la muñeca, abriéndose paso hasta tomar la forma de un largo palo de metal filoso.

La siguiente cosa que escuché fue el detonar de unos cuantos gatillos. Giré sobre mis talones, balndiendo el arma entre mis brazos y repeliendo las balas contra su metal. Éstas salieron disparadas en direcciones opuestas al chocar contra el palo, por lo que yo aproveché para propinarle unos buenos golpes a los atacantes. Mandé a unos tres al piso directamente, y cuando intuí que me quedaban menos, una de las puertas se abrió de sopetón mostrando a una docena más.

Seguí empujando contra sus cuerpos, clavando el filo del palo contra sus pechos y probablemente asesiné a un par en el impacto, pero el dolor punzante que me carcomía el cuerpo era más poderoso que cualquier otra cosa. Quería acabar con eso porque me quería arrancar el brazalete de inmediato. La vista se me estaba nublando y estaba tan oscuro que ni siquiera podía distinguir rostros. Nada parecía real, y eso dificultaba mucho seguir en la lucha. Sentí el impacto de algo afilado clavarse contra mi hombro izquierdo, por lo que ahogué un grito. Di un par de patadas a ciegas y escuché el sonido de un cuerpo caer al piso, por lo que con mi vista nublada y el dolor arrasando con mi cuerpo, alcé el palo lo suficiente y luego empuje el filo de su punta contra el cuerpo del suelo, atravesando el medio de su pecho.

—¡Han asesinado al jefe! —alcancé a oír en la distancia.

Eso me aterrorizó y me pregunté si no sería ya demasiado tarde para cometer una locura. Estaba segura de que habían al menos dos docenas más de hombres entrando a la habitación, podía oír el sonido de sus respiraciones en la distancia e incluso alcanzaba a distinguir el golpeteo de varios corazones enojados. Pero mi cuerpo ya había aguantado suficiente, y ahora me sentía desfallecer. Pensé en Nadine, que aún seguía amarrada a la silla, y un grito desgarrador salió de mis labios cuándo blandí el palo sobre mi cabeza y lo clavé en el suelo. Una descarga de energía eléctrica se abrió paso por el suelo y las paredes, mandando a volar a todos esos individuos lejos.

Y entonces, aunque no podía ver nada, repentinamente pude sentir algo. Como si fueran fantasmales, un par de brazos se acomodaron en mi cintura antes de que cayera al suelo. Estaba muy cálido allí.

—¿Cuántos hay? —oí a lo lejos una voz femenina, ronca.

—Ah, no lo sé, ¿cuántos matones tiene disponible un cartel de drogas y tráfico de armas? —le respondieron en un feroz sarcasmo—. ¿Alguien puede soltar a la maestra de ballet? Podría ser de ayuda en este momento.

—Eres estúpido. Natasha podría sola. Y mira nada más, Bevs pudo sola con dos docenas.

—Pero no está sola y mira lo que le pasó a ella —lo interrumpieron—. Somos un equipo, trabajamos como tal. Que alguien cuide a Beverly. El resto de nosotros se va a encargar de la pelea, traten de que no se ponga tan feo.

Sentí una presión sobre mí, pero no era la oscuridad en la que estaba sumida. Era que alguien me estaba levantando y yo era incapaz de moverme. El pulso del fuego que latía detrás de mi pecho me arrasaba, y comprendí que aún tenía el brazalete en mis manos. Hice un esfuerzo enorme por tratar de abrir los ojos, y al hacerlo me encontré con el rostro de un pelinegro petulante que me había hecho enfadar mucho ese día. Él me miró con una ceja alzada y murmuró cerca de mi rostro.

—¿Ves lo que pasa cuando dejas que Thor te dé duchas?







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