11 ━━━ Thunderstruck.

━━ ❛ MOMENTUM XI ━━━

BEVERLY BLACKWELL



Para ser sincera, sabía que no iba a ser tan fácil, pero de igual forma lo intenté. Y salió mejor de lo que todos esperábamos.

Teniendo en cuenta la decisión que había tomado de acompañar a los Vengadores en la misión a Sokovia en busca del cetro, no me extrañó descubrir lo ansiosa que estaba mientras íbamos de regreso a Nueva York. Había recuperado mi brazalete, sí, pero no comprendía por qué ahora se veía tan insignificante. Había llenado el espacio vacío que había dejado tras haberlo perdido, pero no se sentía igual que siempre. No sabía cómo hacer lo que quería hacer, y estaba al borde de un ataque de ansiedad. Además, ¿qué se suponía que quería o debía hacer ahora? El cetro había sido encontrado al igual que mi brazalete, y yo ya no pintaba nada más ahí.

Mientras reflexionaba sobre todo aquello, aún sentada sobre uno de los asientos del quinjet, escuché a Clint resollar. Al pobre le habían herido y realmente tenía un aspecto horrible. Como fuera, estaba bastante maravillada de haber visto en primera estancia a los héroes más poderosos de la tierra en plena acción. Especialmente a Hulk, que me gruñó en el oído en más de una ocasión mientras estábamos en el bosque.

—¿Cómo te sientes, Clinton? —le pregunté, poniéndome de pie y avanzando hasta su camilla. Le pasé por un lado a Thor y a Steve, que mantenían una acalorada conversación acerca de los mejores licores.

—Como si me hubieran clavado un tenedor en el ojo —bufó—. Creo que necesito una lasaña de la abuela Hannah para sentirme mejor, ¿crees que te quede igual?

Hice una mueca.

—Lo dudo. Es una receta secreta y que no me voy a dignar a aprender porque soy un asco en la cocina.

—Vamos, Bevs. Vas a ir a buscar una de esas lasañas para mí porque ahora es tu deber acompañarme y cuidarme en mi enfermedad así como yo lo hice en tus locuras.

No pude evitar reírme con fuerza, gesto que llamó la atención de Tony, que se encontraba enseñándole unas cosas a Victoria en los controles del quinjet. Su mirada hizo que un sentimiento de cauteloso nerviosismo me embargara. No sabía qué había pasado cuando estuvimos en el túnel pero estaba segura de que Tony había visto algo que no le gustó. Probablemente no era mi asunto pero la forma en la que sus ojos se tornaron en ese momento y cómo su expresión se alteró de tal manera me caló los huesos.

Después de eso, parecía menos receloso de lo habitual. No lo entendía en absoluto, me repetía a mí misma una y otra vez que aquella «cosa» que se había suscitado entre nosotros había sido evento de dos veces y no debía volver a repetirse. Cualquier pensamiento relacionado con el tema era simple locura e insensatez. Empecé a albergar una especie de optimismo, pensé que tal vez lograr mis propósitos de sacarme a Tony Stark de la cabeza y del cuerpo no iba a resultar tan difícil como esperaba.

Pero entonces le miré de esa manera, llena de preocupación, y todo se fue al tacho. Porque claro, sacármelo de encima iba a ser bien difícil. 

—Lo haré, Clinton. Iré por tu lasaña —le dije, cruzándome de brazos—. Y será lo último que haré por ti. Mi plazo con ustedes se acabó hoy.

—Yo no estaría tan segura si fuera tú —intervino Romanoff, con una sonrisa ladina.

Alcé una ceja, curiosa por su comentario. Sin embargo, antes de que pudiera responderle, Thor y Steve caminaron hasta donde nos encontrábamos con gesto de sombrío regocijo.

—Espera a la fiesta —me dijo Thor, poniendo una mano sobre mi hombro y dedicándome una ancha sonrisa. Miré sus músculos flexionados y resollé—. Ese día lo hablamos.

—¿Irás con Thor a la fiesta, Bevs? —quiso saber Steve, con las manos pegadas al cinturón de su traje. Estos hombres eran una perdición, ¿acaso no se daban cuenta que al hacer ese tipo de gestos sólo lograban que las hormonas femeninas se dispararan hasta el infinito? O quizás sólo era algo que me pasaba a mí.

Este quinjet era un festival de testosterona.

—Yo...

—Beverly Anne seguramente tiene que hacer alguna craneotomía o algo así —me interrumpió Tony—. No tiene tiempo para fiestas.

Puse los ojos en blanco.

—Hace cinco minutos me invitaste y ahora me dices que no puedo ir —grazné—. ¿Qué clase de enfermedad mental tienes? Y no soy neurocirujana, animal. 

—¿Por qué la llamas por sus dos nombres? —preguntó Bruce—. No sabía que le tenías tanta confianza.

—No pienso tener esta conversación —masculló Tony—. Natasha, agarra la camilla de Clint. Vamos a aterrizar.

La pelirroja le hizo caso en el momento en el que comenzamos a sentir la presión del aire descender, consecuencia de que el jet estaba aterrizando en la cima de la torre. Una vez en el suelo, la compuerta se abrió frente a nosotros, dejando a la vista a la que supuse era la doctora Cho, a quien Tony había mencionado hace un rato. Junto a ella se encontraba Hill, a ella sólo la había visto en dos ocasiones y no había trazado palabra alguna. La primera vez fue cuando Steve y Tony me tenían esposada en medio de una interrogación, y la segunda fue el día anterior mientras que todos ponían los puntos acerca de la misión.

Natasha empujó la camilla de Clint fuera del jet acompañada del equipo médico de la doctora Cho y Bruce, seguidamente Maria Hill subió por las escaleras pasándole por un lado a Thor que bajaba con el cetro.

—El laboratorio está listo, jefe —le dijo a Tony. El interpelado dejó de hacer lo que estaba haciendo en los controles superiores del quinjet y se volvió a mirarla.

—Ah... De hecho él es el jefe —señaló a Steve, que estaba de cuclillas en el suelo buscando algo—. Yo sólo pago por todo y diseño todo por aquí, para que se vean cool.

Me acerqué a tomar el bolso donde había quedado el resto de las cosas de Clint para llevárselos a su habitación. Se habían caído por lo que me agaché para guardarlas de nuevo, frente a mí avanzaron Steve y Hill, discutiendo sobre Strucker y sus alterados.

—¿Qué sabes de Strucker?

—La OTAN lo tiene.

—¿Y los dos alterados?

—Wanda y Pietro Maximoff, gemelos. Quedaron huérfanos a los diez cuando un misil derrumbó su departamento...

La voz de Hill se fue desvaneciendo al bajar del jet con el capitán. Tomé el bolso de Clint y me lo puse sobre el hombro, dispuesta a bajar y darme una buena ducha. Tony me lanzó una estrecha mirada antes de que bajara del jet, pero no me dijo nada.

Y de verdad quería que me dijera algo.




💎💎💎




Tenía una comezón carcomiéndome el cuello. ¡Dios, me iba a arrancar la piel si seguía rascándome así! Pero me era imposible no hacerlo, mi picaba de tal forma que sentía mi arteria carótida palpitar como si estuviera en un trampolín. La picazón abarcaba desde el exterior de mi cuello hasta mi garganta, y estaba segura de que toda mi piel debía de estar roja de tanto haberla rascado. No pasó mucho tiempo para que la comezón se extendiera por todo mi brazo derecho, justo debajo de mi brazalete recién recuperado. Me lo arranqué de un manotazo y continué rascándome con fuerza.

Intenté concentrarme en la voz de Natasha, que hablaba con la doctora Cho, y no en la piquiña monumental de mi cuerpo.

—Entonces, ¿él va a estar bien? —se inclinó sobre Clint en la camilla. Una máquina de láser le estaba haciendo algo sobre la herida, y yo, como una mortal estudiante de medicina normal que era y no como una genio de la medicina, no entendía nada—. Fingir que lo necesitamos mantiene al equipo unido. Y le sirve para que le den lasañas.

—No hay ninguna posibilidad de deterioro —respondió la doctora—. La funcionalidad nanomolecular es instantánea, las células no notan las partes artificiales.

No estaba funcionando para nada. Las voces de todos en el laboratorio se volvieron un sonido de fondo, puesto que no podía desviar mi atención lejos de la comezón. ¡El cuello me iba a estallar, Santísimo! No me pude concentrar en nada más que la piquiña, ni siquiera entendía que estaba diciendo Bruce, pero si distinguía su voz. También fui capaz de notar la voz de Tony, aunque me fue imposible comprender lo que estaba diciendo. Tenía la mente tan embotada e inútil como mi cuerpo. Necesité muy pocos segundos para acordarme que no debía ejercer tanta presión o terminaría por arrancarme un pedazo de piel, pero en serio picaba.

Estaba recostada de una de las mesas del laboratorio, hice un ligero movimiento para enderezarme pero me tambaleé por concentrarme en la picazón y tumbé un montón de objetos que habían encima.

—Beverly, te vas a arrancar el cuello, ¿puedes dejar de rascarte así? —me pidió Tony. En su mano derecha tenía una bandeja llena de batidos  de color verde, que le pasó a Natasha al verme casi arrancándome la piel y  comenzó a caminar hacia mí—. ¿Por qué demonios te estás rasguñando como una salvaje?

—Ah, no lo sé. Me pareció divertido rasgarme la piel, estaba aburrida —escupí en tono sarcástico—. Pues será porque me pica, ¿no crees?

—No hay necesidad de contestar mal. A ver, déjame ver qué tienes ahí... Oh, mierda. Banner, ¿quieres venir a echarle un ojo a esto?

Tony me obligó a que dejara de aruñarme el cuello. Me tomó por ambas manos y me hizo mirarlo a los ojos, intentando que me concentrara en otra cosa. Pero no podía, rápidamente el ardor y la comezón se transformaron en un dolor agudo que se extendía desde mi cuello hasta mi garganta.

—¡Cho! —lo oí llamar. Mis ojos estaban pesados, como si no pudiera mantenerlos abiertos o como si en mi mente estuviera pasando algo más importante como para ponerme a distinguir palabras. Y creo que Tony comenzaba a notarlo, porque empezó a darme palmadas en las mejillas para que abriera los ojos—. Mírale... Mira su cuello. Beverly, abre los ojos en este instante.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo. No pude hacer lo que me dijo, la pesadez de mi mente y de mis ojos me imposibilitaba abrirlos como debería haberlo hecho.

—¿Se supone que eso sea de ese color?  —apenas escuché el sonido de la voz de Bruce como un murmullo lejano. Traté de abrir la boca para hablar, o inhalar, pero no pude hacerlo. Un relámpago de fuego me cruzó la piel y la sensación de piquiña se incrementó hasta lo inverosímil, pero esta vez no podía mover los brazos para rascarme.

¿Por qué no podía moverme?

—Tony, cárgala, ponla sobre la camilla. Que alguien me traiga un...

—Beverly... ¿Bevs? ¿Me estás escuchando?

Oh, por supuesto que lo escuchaba. Era increíble cómo podía reconocer ese tono de voz por encima de los demás murmullos ininteligibles. Ese tono me inundó los oídos y casi pude moverme, sólo casi.

Silencio. No pude escuchar nada más, y de pronto tampoco pude seguir pensando.




💎💎💎




Sentía como si me hubiera pasado un camión de ácidos por encima, porque estaba bastante adolorida pero la piel me ardía como el infierno. Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue un enorme ventanal frente a mí. Me di cuenta que estaba en una cama, con las sábanas subidas hasta mi cadera. Alguien me había cambiado el traje de la misión por una de mis pijamas, pero aquella no era mi habitación en la torre. Recordaba que estaba ahí, y también recordaba la incesante comezón que había tenido antes de perder el conocimiento. Agradecí que las luces estuvieran apagadas y que ya estuviera de noche, de otro modo la luz le hubiera caído muy mal a mis maltratados ojos.

Tenía la garganta reseca, así que intenté incorporarme en la cama para ponerme de pie e ir por un poco de agua, pero entonces noté el aspecto de mis brazos. Grandes cardenales de color morado rojizo se extendían por toda mi piel. ¿Acaso eso me lo había hecho yo al rascarme? Instintivamente me llevé ambas manos a mi cuello, encontrándome con una buena cantidad de rasguños que seguramente se veían igual o peor que los moretones de mis brazos.

Di un salto fuera de la cama, buscando un espejo y un reloj, pero me llevé una buena sorpresa al ver que sólo tenía la parte de arriba del pijama. La parte de abajo de mi cuerpo estaba cubierta solamente por mi ropa interior. ¿Quién demonios me había quitado la ropa y no me había puesto el pijama completo?

No fui capaz de mantenerme mucho tiempo de pie. Tan pronto como hice un leve movimiento para caminar, me mareé al instante, cayendo de espaldas de nuevo hacia la cama.

—No, no lo hagas. No te pongas de pie. El tratamiento de Cho aún no ha hecho efecto por completo.

Me volví para mirar a Tony, que venía entrando a la habitación con un vaso de agua en una mano. Lo colocó en la mesa de al lado de la cama y avanzó hacia donde me encontraba. Me dio una mano para que la tomara de impulso para recostarme de nuevo en la cama, y al hacerlo me tocó la frente con cuidado.

—Aún tienes temperatura, ¿cómo te sientes del dolor? ¿Te arde, te pica o...?

Respiré hondo y traté de calmarme. No sabía por qué ahora que lo había visto mi dolor físico se había transformado en algo tan pequeño en comparación. ¿Acaso se estaba preocupando por mí?

—Me siento... rara —terminé por decir, y me sorprendí de lo ridículamente quebrada que salió mi voz—. Tengo malestar, ¿y qué son estos moretones? Tony, ¿qué pasó?

Observó con atención mi rostro durante un buen rato mientras yo trataba de apartarme de su mirada. Después arrugó la frente e hizo una mueca.

—Te dejaron una sorpresa en tu brazalete —me contó—. Estaba envenenado.

Lo miré sin dar crédito a lo que me decía.

—Estás bromeando, ¿verdad?

—Ojalá —negó con la cabeza—. Fue una suerte que empezaras a rascarte como desquiciada en el laboratorio y nos diéramos cuenta. A penas estaba empezando a subir por tu piel, la doctora Cho fue capaz de contrarrestar el efecto del veneno con uno de los «calmantes» que usa Banner.

—Yo... No sé qué decirte. ¿Por qué me trajiste aquí? ¿Dónde está todo el mundo?

En ese momento, Tony me dedicó una expresión cálida. Tomó el vaso de agua que había dejado sobre la mesa y me lo pasó para que bebiera. Una vez lo hice, mi garganta me agradeció la acción. ¿Hace cuánto no bebía agua? Dios, se sentía como una eternidad. Escudriñé el rostro de Tony mientras el tomaba asiento junto a mi en la cama, justo al lado de mi cadera.

—Son las dos de la mañana —explicó—. Te dormiste por más de nueve horas, femme fatale. Y estás aquí, en este lugar, porque te desmayaste en mis brazos y alguien debía estar pendiente de ti. Clint aún está malherido y Thor no...

Se detuvo súbitamente a mitad de la oración, como si se hubiera dado cuenta de lo que estaba a punto de decir. Lo miré con una ceja alzada.

—¿Cuál era el problema si Thor estaba al pendiente de mi estado de salud, Anthony? —le apremié. Él rodó los ojos.

—No es tu problema.

—Sí lo es.

Su expresión se volvió cautelosa. Cruzó los brazos sobre el pecho y me lanzó una mirada llena de manifiesta inconformidad.

—¿No te rindes nunca?

—No —repuse—. Además, si decidiste quedarte a vigilarme es porque tienes tiempo, ¿o no? Significa que podemos hablar en todo este rato. Y será mejor que empieces por el hecho de que no tengo pantalón.

—No seas melodramática —torció los ojos—. Natasha te puso la pijama, es adorable cuando se lo propone. Cho dijo que era mejor que estuvieras así para que los poros del cuerpo no estuvieran tapados y la esencia del veneno pudiera salir. Además, créeme que ese tipo de cosas que solo pasan por tu mente retorcida son mucho mejor cuando las partes involucradas están despiertas. No somos animales, Bevs.

Me tumbé sobre las almohadas. No quería que me viera la cara, especialmente porque aquello que había dicho me había hecho reír.

—Eres incorregible —le dije, en un murmullo. Él soltó un sonoro suspiro que llamó mi atención—. ¿Qué pasa, Tony?

—Thor y Victoria se llevaron tu brazalete para desinfectarlo. Dicen que está hecho del mismo metal que su martillo y espada, respectivamente —me informó—. Y ahora que has despertado, intuyo que querrás estar sola, ¿me equivoco?

Aquello no me gustó ni un pelo. Dejó de mirarme y se volvió para observar la puerta de la habitación que ahora estaba abierta, pero seguía teniendo aquel matiz consternado que le había visto en el día cuando estuvimos en el túnel y encontró el cetro.

—Dijiste que me trajiste para cuidarme —le recordé—. ¿En serio me vas a dejar sola? Además, es tu hueco esto, ¿dónde piensas ir a dormir?

—No lo sé, supongo que podría ir con...

—¿Pepper?

Mierda. Me arrepentí al instante en el que las palabras salieron de mi boca, y recé para que Tony no hubiera sido capaz de notar el tono avinagrado en el que había dicho su nombre. ¿En qué demonios estaba pensando al decir eso? Era una jodida idiota. Tony alzó una ceja y me miró esperando que le dijera algo más, en vista de que no lo hice, sacudió la cabeza y se echó a reír.

—¿Acabas de nombrar a Pepper con recelo en la voz? Beverly Anne, ¿estás celosa?

Rechiné los dientes.

—No lo sé, Anthony. Tú dime porqué no dejaste a Thor quedarse conmigo.

Chasqueó la lengua y meneó la cabeza. Evidentemente, no me contestó la pregunta. Y yo tampoco pensaba hacerlo con la suya. Nos vimos en medio de un largo silencio por lo que me parecieron horas. No se escuchaba nada más que el sonido de mi respiración entrecortada y la suave brisa que hacia el aire acondicionado. Aproveché la ocasión para hacerme un balance a mí misma, el problema del «envenenamiento» era seguramente algo más interno que nada, las repercusiones físicas me las había hecho yo misma al rascarme como salvaje.

Me había dejado la piel bien marcada, ahora debía usar suéteres hasta que las cicatrices desaparecieran. Si es que desaparecían. Instintivamente me llevé una mano al cuello, tocando la textura que los rasguños habían dejado sobre mí. No fui consciente del momento en el que Tony se daría cuenta de lo que estaba haciendo, pero me encontré con él tocando por encima de mi cuello también.

—No los toques —me dijo, en voz baja—. Se van a quitar. No te va a quedar ni una marca.

Me mordí el interior de la mejilla. ¿Por qué me estaba mirando de esa manera? Me sentía tan pequeña en esa situación. Me era muy difícil mantener la mente clara al respecto, pero me encontraba con esa mirada y era como que si me resultara imposible pensar algo coherente.

—No son las marcas lo que me preocupan —respondí. Aún no me había olvidado de la expresión del rostro de Tony cuando estuvimos en la base de HYDRA, y no sabía si estaba siendo muy entrometida o era porque realmente me había preocupado lo que pasó, pero quería saber qué había más allá de eso—. Tony, ¿qué viste cuando encontraste el cetro?

Me miró mortalmente serio. Dejó de acariciar las marcas de mi cuello y se relamió los labios, su gesto era pétreo.

—Mira, Tony —balbuceé de forma casi ininteligible—. Si no quieres decirme nada está bien, pero en serio quería que supieras que me di cuenta de la cara que tenías y que de verdad me... preocupé. Si no quieres hablar entonces no pasa nada, pero si necesitas decirle algo a alguien... estoy aquí.

Alcé la mirada y vi en sus ojos una expresión ferviente y algo perpleja.

—¿Estás preocupada por mí, Beverly?

—Sí, lo estoy.

Ni siquiera supe cómo ocurrió: de pronto me encontré entre sus brazos, y él acunaba mi cabeza sujetándola entre el hombro y la mano, mientras que con el pulgar me acariciaba la mejilla una y otra vez.

—¿Le tienes miedo a algo, Beverly? —me preguntó en un susurró. Asentí contra su pecho.

—Le dije a mi terapeuta que no, pero por supuesto que sí. Si no tuviera miedo estaría muerta.

—¿Te molestaría responderme una pregunta antes de hablar de mí?

Me separé de él, lo suficiente como para mirarlo a la cara, y lo miré a los ojos mientas negué con la cabeza.

—Adelante.

—¿Por qué estaban tus ojos de color azul cuando estábamos en el túnel? —quiso saber.

Le sonreí sin mostrar los dientes. No esperé que me hiciera una pregunta de ese tipo, más bien intuí que haría algún comentario sarcástico al respecto o que terminaría por hacer alguna alusión a mí falta de pantalones para aligerar el ambiente e ignorar el aire de seriedad que se había formado de repente. Pero no lo hizo.

—Es por el brazalete —le conté—. No sé si Victoria les ha contado la historia, pero el brazalete está conectado a mi alma. Somos uno. Y ese color azul significa que estamos conectados, cuando no lo tengo puesto mis ojos se tornan oscuros, vacíos. Así fue como me conociste, pero ese azul es el verdadero color de mis ojos.

Tony me sonrió con gesto suave. Alzó su mano y la puso en mi mejilla, de nuevo.

—Tus ojos son como un zafiro, ¿sabías eso?

—No, no lo sabía.

—Pues lo son. Tan grandes, brillantes y azules como uno. Incluso podría venderlos, la gente pagaría un buen dinero por ellos.

—Qué gracioso —le di un golpe en el hombro—. Dudo mucho que te haga falta el dinero.

Él me dedicó una expresión burlona, pero esta terminó por desvanecerse y transformarse en una mucho más suave y cálida.

—Todo lo que dice Thor de ti es totalmente cierto. Eres así de hermosa e incluso más.

Lo miré sin poder creerlo, e inevitablemente una risa chocante salió de mi boca. Él puso mala cara ante mi reacción.

—No puedo creer que tú me hayas dicho eso —contesté sin dejar de reírme.

—¿Qué es tan gracioso? —entornó los ojos—. Thor te dice lo perfecta y preciosa que eres todos los días y casi lo besas, ¿qué diferencia hace que sea yo quien te lo diga?

Me reí aún más fuerte.

—No me dice eso todos los días y nunca he estado ni un centímetro cerca de la boca de Thor.

Tony negó con la cabeza y suspiró.

—Es porque no soy rubio y fortachon.

—Mmmhmm —fingí considerarlo—. No lo sé, Steve no es realmente mi tipo. No me gustan los rubios.

—Aparentemente te sientes mejor —me acusó—. Ya estás de ánimo para andar fantaseando con el Cap.

—No fantaseo con nadie, créeme.

Tony se inclinó hacia adelante y volvió a acariciarme la mejilla.

—No juego, Bevs. Realmente eres hermosa —murmuró.

Respiré hondo y me puse de rodillas sobre la cama. Lo miré por un largo segundo, sin saber qué decir, y en vista de que no fui capaz de idear algo coherente, respondí de la primera forma que se me ocurrió. Rodeé su cuello con mis brazos y lo besé.

Me devolvió el beso, desconcertado pero de buena gana. Sentí sus labios fríos contra los míos, y me di cuenta que había estado esperando esto por mucho rato. ¿Cómo había sido incapaz de saborear el sabor de sus labios en las ocasiones anteriores? Había desaprovechado una buena oportunidad, porque realmente los labios de Tony resultaban adictivos. No era nada que hubiera probado antes y ciertamente no quería compararlo con nadie porque no había comparación alguna.

Sin embargo, lo bueno no dura para siempre, y en mi liada cabeza todavía existía un poco de sensatez, por lo que en el momento en el que el nombre de Pepper Potts me pasó por la cabeza fue de forma inmediata que me separé de él.

—No —resollé—. No. Esto de nuevo no. Tú tienes a Pepper y de ninguna manera pienso seguir formando parte de esto.

—¿No ves las noticias? Pepper me mandó al demonio hace como tres meses o más. Viene sí, somos amigos, prácticamente familia, pero nada de eso que hay en tu retorcida cabecita.

Se me secó la garganta de nuevo. Me quedé mirando el dibujo de su suéter azul, pensando en qué decir, pero no se me ocurría nada. No me sentía preparada ni dispuesta para tener esa conversación.

—No sabía —murmuré. Tony volvió a suspirar y se pasó las manos por el pelo, evidentemente frustrado.

Mi corazón, que ya latía deprisa, adquirió un ritmo frenético. Me estremecí, pero no era porque tenía frío. Era incapaz de describir lo que estaba pasando, pues no lo entendía, y sabía que él tampoco. No sabía que había aquí o a dónde nos iba a llevar. No sabía si esto era un error o si me arrepentiría de ello más tarde.

Lo escuché soltar el aire por la boca y seguidamente lo vi acercarse hasta donde yo estaba. Hizo un movimiento con la cabeza para que le hiciera espacio en la cama, y cuando lo hice, lo observé quitarse la camisa por encima de la cabeza. ¿Qué se suponía que estaba haciendo? Fruncí el ceño cuando se metió a la cama y nos cubrió a ambos con la sábana.

—¿Qué haces? —le pregunté. Tony se encogió de hombros.

—Es mi cama. Si vas a dormir aquí entonces vamos a dormir juntos. Además, tú me habías pedido que te contara lo que me había pasado. Si no quieres hablar de lo otro al menos tendremos esta conversación, pero sólo estoy dispuesto a tenerla de este modo. Ven, abrázame.

Lo miré confundida. ¿En serio él...

—Vamos, Beverly —murmuró—. No es la primera vez, pero te aseguro que no va a pasar nada más. Por hoy sólo quiero que vayamos a dormir.

No tenía ni idea de a dónde nos llevaría esto, pero, ¿qué tanto podía perder por seguirle la corriente? Tenía razón en que quería escuchar qué le había pasado, y supuse que eso era suficiente para acelerar su invitación.

Hice lo que me pidió y recosté mi rostro encima de su pecho. Intenté ignorar el ritmo al que iba mi corazón, intenté ignorar la forma en la que se me había erizado la piel, pero sobretodo intenté ignorar el sonido del corazón de Tony sonando contra mi oído. Esto estaba muy mal, y lo peor era que lo sabía.

—¿Vas a contarme al fin? —inquirí, en voz baja. Lo sentí asentir.

—No sé exactamente qué fue lo que vi —contestó—. Pero se sintió muy real. Lo que pasó en Nueva York, el agujero de gusano, los Chitauri... Todo deja secuelas, ¿sabes? Y... Supongo que a veces es difícil tratar de imaginar algo más aterrador que eso. Y sin embargo lo vi. Los vi a todos muertos, pero como si eso no hubiera sido suficiente... Yo había sido el único que no había muerto. Estaba allí, de pie, mientras que todos ya no estaban. Estaba sólo.

Me quedé pensando en ello durante unos instantes, mientras mi respiración comenzaba a calmarse. Sólo hubo algo que fui capaz de hacer.

—Oh... —murmuré buscando su mano y posteriormente incorporándome para darle un abrazo. Ahora era yo quien tenía su cabeza en mi pecho, y cerré los ojos en ese instante, aturdida por lo que me acababa de decir.

Ésa era la razón por la que había accedido a esto. La razón por la que no me importó romper las barreras que me estaba esforzando en crear en cuanto intuí que Tony la estaba pasando mal.

Él se estaba convirtiendo en una parte de mi vida y me daba miedo que fuera algo irreversible.






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