08 ━━━ Guns for hire.

━━━ ❛ MOMENTUM VIII ━━━


BEVERLY BLACKWELL

¿Alguna vez han tenido dos emociones en conflicto?

Yo sí. Todo el tiempo. 

Este era el tipo de situaciones en las que me metía cuando tenía a la bruja de mi madre cerca, por lo que siempre prefería no estar cerca de ella. Nadine Volkova siempre terminaba jodiéndome la vida, directa o indirectamente. ¿Por qué demonios se le había pasado por la cabeza venir a Nueva York? Estaba bastante bien y tranquila con ella criando hámsters en Suiza, pero claro, ella tenía que venir a buscar alguna manera de fundirme los circuitos. Porque a eso se dedica a ella, a fastidiarme.

Seamos honestos: Nadine tiene de madre lo que yo tengo de rubia. Nada. Y es completamente estúpido e innecesario que a estas alturas de mi vida se aparezca aquí de nuevo alegando que está "preocupada y consternada" por mi situación. No, ella no está preocupada por mi trabajo en el hospital, a ella lo único que le interesa es el brazalete que ahora mismo no tenía ni idea de dónde estaba.

No le veía la cara hace dos años, y creánme que estaba muy complacida con ese hecho. ¿Por qué? Porque yo a Nadine no le importaba ni un pelo. Era la sobra mal recibida que había dejado mi padre, a la que le habían dejado lo que supuestamente ella debió recibir. Jodida arpía. Ese brazalete era mío, por mucho que le costara lidiar con eso. Las marcas de mi padre estaban en mí, no en ella, porque precisamente ella no era nada más que un humano ordinario. Las cosas como eran, a ver si aprendía a conformarse con lo que le había tocado en la vida.

Ah, pero algo sí había que reconocerle a la bruja: cumplió todos y cada uno de los deseos de mi padre al pie de la letra. Me crió justo como él hubiera querido, no había nada que él no me hubiera enseñado. Me ayudó a descubrir y explorar todas y cada una de mis habilidades. Porque, claro, cuando tenía cinco años no sabía porque podía levantar el televisor de mi habitación con una sola mano. Ni tampoco sabía que esas rayas que aparecían en mi cuerpo eran todos los logros de mi padre, que habían sido traspasados a mí. Esas fueron las únicas cosas reconocibles que hizo conmigo.

Y por supuesto que ella estaba molesta como el infierno por haberla mandado al demonio cuando me preguntó por el brazalete. Pero ahora, en este tranquilo domingo, estábamos en casa de mis abuelos, así que era prácticamente imposible librarme de ella.

—Nadine, cielo, ¿podrías traerme una caja con servilletas? —le preguntó mi abuela, con aquél indescriptible tono dulzón. Si tan sólo supiera que su hija es una bruja ex asesina de la KGB.

—Claro, mamá —contestó ella con una sonrisa, poniéndose de pie. Me lanzó una mirada envenenada antes de echar a andar por el pasillo.

Suspiré.

—¿Qué haces, Clinton?

—El abuelo me está enseñando a jugar sudoku —me informó con una sonrisa—. Pero me está pateando el trasero de lo lindo.

—Los niños bonitos no saben de números —fue la respuesta del abuelo, quién estaba demasiado concentrado en su juego como para ponerle atención a algo más.

Hice una mueca. Al menos Clint estaba resultando ser una buena compañía, no sólo para mí, porque mis abuelos se la pasaban en grande con él por aquí. Especialmente el abuelo Dave, que parecía fascinado con una presencia masculina más joven. Mi celular sonó en el bolsillo de mi pantalón, por lo que rebusqué con mi mano derecha para sacerlo. Me quedé sin aliento.

«Llamada entrante de Tony Stark»

Declinar.

Me sentí mal hasta el punto de las náuseas, como me pasaba seguido que estaba alrededor de Tony. Su presencia me daba unas ganas tremendas de vomitar, y eso era porque los nervios me carcomían. Pero, claro, anoche no me dio nada de nervios. No cuando estaba de piernas abiertas y besándolo apasionadamente.

Clint se puso de pie para tomar un vaso de agua y me miró con una ceja alzada. Violenta, desvié la mirada.

Estaba siendo irracional, pero maldición, no sabía qué hacer ni cómo sentirme al respecto. Corrección: no sabía qué hacer, porque era una vil mentirosa si decía que eso no se había sentido demasiado bien. Más que bien. Maravilloso. Pero no era el caso. Tony debió tener un montón de preguntas, que todavía ha de tener, con respecto a lo que pasó anoche. Y debió haberse confundido muchísimo más cuando se dio cuenta de que yo había huido a mitad de la noche, sacando a Clint de la torre con la excusa de que mis abuelos no se podían quedar solos.

Mi mente decía que debía alejarme de Tony, pero mi cuerpo lo clamaba a gritos.

Ahora que había probado aquella maravilla de experiencia, quería más. Más de esos besos, de esas caricias, de todo. Me encontré a mí misma cerrando los ojos ante los recuerdos, pero la sensación de placer no me duró nada.

Había metido la pata en grande.

Eché a correr escaleras arriba, en dirección al baño, ignorando el llamado de Clint a mis espaldas. Mierda, Beverly, ¿puedes ser acaso más idiota? Entré a mi habitación como alma que lleva el diablo, y ni siquiera me molesté en cerrar la puerta. Corrí directo al baño y empecé a buscar desesperadamente dentro del cajón de la repisa. Las manos me estaban temblando un poco, lo que me hizo más difícil la tarea en busca de la pastilla. La pastilla del post-day. Porque sí, había sido tan estúpida como para percatarme de la falta de condón. Lo último que necesitaba en mi vida era un embarazo vengador.

Ardí en alivio cuando por fin la encontré y me la tomé. ¿Qué demonios pasaba conmigo? ¿Cómo era posible que Tony me disparara los sentidos hasta el punto de que se me olvidaba todo? Además, sin mi brazalete, yo no me sentía nada bien. El entumecimiento de mi cuerpo aumentaba de a poco, sin embargo, anoche me dio la impresión de desaparecerse un rato. Pero eso no me aliviaba nada.

—Debí intuir que te estabas acostando con alguno.

Torcí los ojos sin mirar a Nadine.

—Lo que yo haga no te concierne, mamá —escupí las palabras como si se tratase de ácido puro.

Me di media vuelta para salir de mi baño, pero ella, de pie en el umbral de la puerta, me tomó del brazo y apretó con fuerza su agarre.

—Me concierne hasta que encuentres ese brazalete —masculló—. Sólo debías hacer una cosa, cuidarlo, y lo perdiste. Eres inútil.

Mi vista viajó desde su mano apretando mi antebrazo, hasta su rostro fríamente congelado.

—No me aprietes, porque te aseguro que con o sin brazalete, yo tengo más fuerza que tú —le siseé—. Y quítate de mi camino. O mejor regresa a Suiza, que a nadie le complace tu visita, mami.

—Por mucho que te fastidie yo soy tu madre. Y nadie te puede quitar eso.

—¡Pues estamos iguales! Porque yo siempre he sido un dolor en el culo para ti. Y hablo en serio, suéltame, Nadine, o sino te voy a partir ese brazo. Por todas las veces que tú hiciste que el mío se partiera.

De a poco, soltó mi agarre. Mi amenaza había sido una mentira total, jamás sería capaz de infringirle algún daño físico a la bruja, pero eso ella no lo sabía.

—Te estaba volviendo fuerte —contestó en un murmuro—. Hoy eres así por mi arduo trabajo contigo.

Asentí.

—Lo sé. Al menos hiciste una cosa buena en toda tu existencia.

Sin más, me dedicó una última expresión glacial antes de salir de mi baño y posteriormente, de mi habitación. Apreté los ojos con fuerza y me volví para echarme un poco de agua en el rostro, a ver si con eso volvía a la realidad y dejaba de comportarme como una niña de dieciocho años que a penas aprendía a conocer su cuerpo.

La soledad no me duró ni un poco, porque pronto fue Clint quién apareció en mi baño.

—Vaya cara del asco que tienes —me dijo, haciendo un mohín de disgusto—. ¿Tan malo es tener sexo con Tony? Podría publicar esto en todo Twitter.

Lo miré sin dar crédito a lo que me estaba diciendo. Sentí un retortijón en el estómago de puro nerviosismo y la garganta se me cerró. ¿Cómo...

—Oh, vamos, Bevs —se echó a reír—. Anoche fuiste demasiado obvia. Estabas corriendo descalza, toda despeinada y dejaste la puerta de tu habitación abierta, donde se veía claramente la camisa de Tony tirada en el suelo. Además mírate, parece que vas a vomitar de la impresión. Y tienes una caja de pastillas post-day en el lavamanos.

Gruñí.

—¿Te vas a burlar? —mascullé, tomando la caja de las dichosas pastillas y lanzándola dentro del cajón.

—En parte, claro que lo haré. Pero no era eso lo que venía a decir.

—¿Entonces qué era?

Clint se cruzó de brazos y me miró con una expresión llena de simpatía, como si me entendiera por completo. Agradecí internamente ese intento suyo de subirme al ánimo.

—¿Estás segura de lo que hiciste? —preguntó, alzando una ceja.

Me aclaré la garganta.

—¿Por qué lo dices?

—Porque estás ofuscada. Mírate, eres un manojo de nervios ahora mismo. Mira, Bevs, si estuvieras completamente segura entonces habrías amanecido en esa torre esta mañana, y no habrías salido huyendo como una criminal.

—Uh —murmuré. Claro que tenía un punto, pero yo no estaba segura de nada.

—Es fácil, Bevs —me dijo, encogiéndose de hombros—. Si realmente quieres jugar con ese fuego entonces hazlo, pero no te sientas culpable por ello. Al cuerpo lo que pide, y eso no es nada malo. Tú no tienes por qué rendirle cuentas a nadie, y estoy seguro de que Tony tampoco.

Él tenía un punto, pero aún así no era lo suficientemente convincente. Había un detalle menor del que todos nos estábamos olvidando. Y era que yo no era nada idiota, y sabía muy bien que Tony Stark tenía una relación con la CEO de su compañía, Pepper Potts. Sin embargo, eso me llenó de amargura, por lo que decidí fingir una cierta amnesia ante los hechos, como si eso no fuera relevante. Pero lo era.

—Todo lo que digo es que si quieres hacerlo lo hagas —continuó, de manera casual. Se dio la vuelta y empezó a caminar hasta el pasillo—. Pero no te tomes esa pastilla todos los días, la doctora Cho dice que no es sano.

Sacudí la cabeza, ocultando una sonrisa. Clint resultó ser mejor compañía de la que esperé. Me mantuve inmóvil, recostada del mesón del baño por otro rato. Lo suficiente para que mi teléfono sonara de nuevo, pero esta vez con un mensaje de Tony.

«Entonces no me piensas contestar»

«No»

«Ya lo hiciste»

Me reí por lo bajo. Vacilé por un momento las palabras de Clint, y sin embargo fui incapaz de encontrarles un significado más profundo. Era todo tan superficial, como si me estuviera ahogando en un vaso de agua. Me mordí el labio inferior. ¿Qué quería hacer yo realmente? No lo pensé nada, sólo presioné para responder el mensaje y escribí sin ser consciente de lo que estaba preguntando.

«¿Dónde estás, Tony? ¿Estás ocupado?»

La respuesta llegó más rápido de lo que me esperé. No me dio tiempo de calmar los nervios ni lidiar con la sensación de inquietud que se abría paso por mi estómago.

«¿Intuyo que sólo quieres conversar con respecto a lo que pasó

«Ya veremos cómo se da la cosa»

Dos minutos sin responder. Los dos minutos más largos de mi existencia. Sentí un sudor frío recorrerme la frente en ese momento.

«Mierda... No hables así. No estoy haciendo nada ni haré nada en todo el día, ¿Clint y tú planean venir a la torre?»

«No»

«¿Conoces el hotel Empire

Tragué saliva.

«¿El que está en la quinta avenida? Sí, me hago una idea»

«Te veo ahí en una hora, suite 303»

Era oficial. Había firmado mi sentencia de muerte.

Un relámpago de fuego cruzó mi piel. Se me empezó a acelerar la respiración y pronto comenzaron a temblarme las manos. Hice un par de inhalaciones profundas y después me miré en el espejo del baño. Si realmente me armaba de valor para ir a ver a Tony después de lo que había pasado anoche, entonces no podía hacerlo teniendo esa cara. Procedí a lavarme el rostro y a desenredarme el pelo, aunque lo hice con tanto frenesí que terminé por arrancarme unos cuantos mechones. Estaba mareada, y me dio la sensación de que estaba a punto de sufrir un ataque de nervios en forma si no detenía ese retortijón en mi estómago de una vez. Intenté aligerar la carga, pensar lo menos posible acerca del tema. No era posible que estuviera desmoronándome de esa manera.

Ya te lo tiraste, Beverly, ¿qué es lo peor que puede pasar?

Bueno, realmente podía enumerar un sinfín de posibilidades que bien podrían hacerse realidad tratándose de nosotros.

Ah, pero claro que yo no estaba nerviosa porque había tenido sexo con Tony, claro que no. Estaba nerviosa porque era la primera vez que algo me atemorizaba de tal manera. Inclusive, ¿en qué estaba pensando cuando le pedí que se quedara? ¡No había tenido un sólo pensamiento sucio al respecto! ¿De dónde demonios había nacido el deseo sexual que me estaba provocando? El problema estaba en qué no sabía cómo enfrentarme a esto. ¿Cómo podían Jess y Kate hacer esto todas las noches? Quizás debería pedirles consejos.

Había tomado una decisión.

El fuego dejó de ser un rayo que me cruzaba la piel para convertirse ahora en algo sordo y profundo. Me di un último vistazo en el espejo del baño antes de salir, tomar una chaqueta y las llaves del auto del mesón junto a las escaleras. Realmente iba a hacer esto.

—¿Vas a salir, mi niña? —preguntó mi abuela, apareciendo en el vestíbulo con un paño de cocina en la mano. Asentí frenéticamente sin detenerme.

—Sí, abuela, vuelvo más tarde.

—¿Va Clint contigo?

—Sí, Bevs, ¿voy contigo? —añadió Clint, detrás de mi abuela y masticando lo que me pareció una galleta.

—No. Vuelvo pronto.

—¿A dónde crees que vas, Beverly Anne?

Mierda, ¿hasta cuándo me iba a joder ésta mujer?

—Mamá —mascullé en tono avinagrado. Mi abuela me echó una mirada severa, ella detestaba que le contestara mal a Nadine—. Iré con Jess y Kate.

—Entonces este caballero puede acompañarte —se cruzó de brazos, alzando las cejas.

—Estoy segura de que prefiere quedarse a comer con el abuelo Dave.

—Y no se equivoca —me apoyó Clint, guiñándome un ojo—. Este anciano me debe una partida de sudoku y se la voy a ganar. Esperaré a que regreses, Bevs.

Es oficial: Clint Barton es mi nueva persona favorita en el universo. Él pareció notar mi satisfacción, porque pareció igual de contento con la sonrisa que le lancé.

Nadine me dedicó una expresión sombría en cuanto salí de la casa.








💎💎💎







Mi ansiedad era tanta que un viaje que debía tomarme alredor de treinta minutos, sólo me tomó diez.

Me sentía demasiado eufórica como para bajar la velocidad o siquiera detenerme a mirar a mis alrededores, por lo que aparqué en el estacionamiento del hotel Empire y me bajé rápidamente. La mujer de la recepción dio un salto fuera de su cómodo y alto mostrador de caoba en cuanto puse un pie en el vestíbulo. Empezó a caminar hacia mí, tambaleante, y con una expresión de apuro en su rostro.

—¡Usted es la señorita Marteen! —exhaló—. La esperaba hace veinte minutos. Aquí está la llave de la suite trescientos tres.

Tomé la delgada tarjeta de color dorado y miré a la muchacha con una ceja alzada.

—¿Me estabas esperando?

—Por supuesto —ahora, inhaló—. El señor Travis la está esperando en la habitación. Por favor, tome el ascensor de inmediato, es el piso siete.

Negué con la cabeza, con una sonrisa ladeada. Maldito Tony Stark, ¿cómo era que todo se le ocurría? Hasta nombres falsos. Bueno, eso era algo que le preguntaría luego.

—Gracias —murmuré, abriéndome paso hasta los elevadores y dejando a la hiperventilada muchacha atrás.

En el interior de aquellas paredes de metal, parecía que el aire se me estaba escapando. Deseé internamente que mis nervios no me jugaran una mala pasada y terminara arrepentida de esto. Me abrumó la sensación de calor que subía por mi espalda, así que tuve que cerrar los ojos por unos segundos.

¿Desde cuándo Beverly Blackwell le tiene miedo a algo? Y quién iba a decir que ese algo era Tony Stark.

La gran e imponente puerta de la habitación trescientos tres me tuvo mirándole por un rato. Demasiado inquieta como para abrirla. Mi primer instinto fue golpear, pero luego recordé que tenía la tarjeta en mi mano, así que la metí en la ranura. Los segundos siguientes fueron eternos. Sentí cada gota de sangre en mi cuerpo arder ante el deseo de ver a aquel desgarradoramente atractivo pelinegro. Y desde luego que no era una sensación desagradable.

Se me escapó un jadeo sordo cuando se abrió la puerta y lo miré de pie frente al gran ventanal que mostraba los edificios de Manhattan.

—Veinte minutos tarde —me acusó, viéndome con una sonrisa burlona—. ¿Demasiado tráfico?

Demasiado asustada.

—Llegué en diez minutos —terminé diciendo—. El tráfico no fue ningún problema.

—Entonces estabas vacilando. Entiendo, haber pasado la noche conmigo debió ser la mejor experiencia de tu vida. Seguro sigues procesando la información.

Rodé los ojos.

—Ves, es por eso que ahora no recuerdo nada de lo que pasó anoche.

—Bueno —se encogió de hombros—. No creo tener problema en ayudarte a recordar.

Sentí mis mejillas calientes. Estaba a punto de tener un ataque nervioso ahí mismo, pero claro, eso no era algo que iba a dejarle saber.

—Pues hoy no.

Se me quedó mirando con fijeza.

—¿Por qué?

—Porque no es el momento —me mordí el interior de la mejilla—. Y aún no entiendo cómo demonios llegamos a tanto.

Lo observé moverse por la habitación. No había notado que llevaba un traje gris, un traje que me ponía los jodidos pelos de punta por lo impresionante que se veía. Él caminó hasta donde yo estaba, y se acercó sin ningún tipo de escrúpulos. Pronto estábamos igual de pegados de lo que lo estuvimos anoche cuando todo se fue a la mierda.

—¿Realmente quieres hablar de eso? —inquirió, rozando mi mejilla con sus labios—. ¿Te arrepientes? Recuerdo perfecto cuando te dije que si no querías hacerlo entonces te detuvieras...

—No dije que me arrepintiera —lo corté—. Pero perdóname, playboy, tú estás acostumbrado a esa acción. Yo no. ¿Qué esperabas? ¿Que entrara y abriera las piernas?

Tony hizo una mueca.

—En el mejor de los casos creí que te pondrías histérica. Pensé que ibas a lanzarme por ese balcón.

Sin poder evitarlo, me reí.

—Esto es muy complicado, Tony...

—Dilo de nuevo.

—¿Qué cosa? —lo miré extrañada.

—Mi nombre —dijo—. Di mi nombre de nuevo.

¿Cómo podía hacer eso, no discutir lo importante pero mirarme de esa manera tan profunda y acariciar mi mejilla con sus labios mientras me pide que diga su nombre? Estaba al borde de un infarto. Mi pobre corazón no iba a resistir tanta tensión.

¿Acaso me había estallado la piel en llamas?

—Tony... —murmuré. Él suspiró.

—No lo entiendo.

—Pues yo tampoco.

—Eres increíblemente frustrante —musitó entre dientes. Sus ojos oscuros me escrutaron por un largo segundo, y sus manos fueron a parar a sus bolsillos—. ¿Qué clase de magia negra usas? Porque no entiendo, y me da ganas de vomitar, el hecho de que ahora mismo no quiero hablar contigo.

Fruncí el ceño.

—¿A qué te refieres con que no quieres hablar conmigo? —me mojé los labios—. Y créeme que compartimos el sentimiento de las náuseas mutuas.

—No quiero hablar, Beverly.

—Acaso... —se me quebró la voz.

Sus labios se deslizaron por mi cuello hacia abajo, hasta el extremo de mi hombro.

—No quiero tener esa conversación ahora —sentenció—. Sé que debemos tenerla. Sé que esto no está bien y nos afecta a ambos, al igual que al equipo. Pero, por favor, anoche eras tú quien no quería hablar. Hoy soy yo. Te lo pido, muñeca, no hablemos. Déjame disfrutarte al menos un momento más, antes de tener que dejarte ir.

Me quedé sin palabras ante él. Sentí el palpitar de mi corazón ir a una velocidad indescriptible, al igual que el suyo, pero no había ninguna oración capaz de explicar lo que estaba sintiendo en ese momento. Solamente me dejé llevar.

Yo asentí, algo cohibida, aunque lo cierto era que me sentía maravillada.

Me rozó la garganta con los labios, justo debajo de la barbilla. Soltó una suave risita ronca e hizo que mi piel caliente hormigueara.

—¿Puedes ser mía hoy?

—Lo soy.

Así de simple perdí la batalla. Así de simple la pelea que se suscitaba entre mi mente y mi cuerpo, tuvo un ganador. Mi cuerpo fue más fuerte que mi mente. 









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