06 ━━━ Shoot to thrill.
━━━ ❛ MOMENTUM VI ❜ ━━━
BEVERLY BLACKWELL:
Una mano me cubrió la boca de forma tosca.
Sentí un retortijón de inquietud en el estómago cuando sentí un frío agarre en mi cintura. Mantuve mis manos en el aire, sin intención alguna de hacer algún movimiento brusco que pudiera resultar comprometedor, en su lugar, me esforcé por tratar de identificar al dueño de aquella respiración acompasada. Aquel tintineo alocado de su corazón lo reconocía, aunque no lo dijera en voz alta.
Tony aflojó su agarre en mi boca, soltando de a poco, sin embargo, su mano en mi cintura no se movió ni por un instante.
—¿Me reconociste? —ronroneó en mi oído—. Tuviste que haberlo hecho... No te vi oponer ninguna resistencia a mi toque.
—¿Te imaginas que sufriera del corazón? ¡Me hubieras matado, pedazo de idiota!
Se rió por lo bajo. Aún tenía los labios pegados a mi oreja, por lo que el suave gorgoteo de su risa me hizo temblar levemente. La sensación hizo que me dieran ganas de vomitar por la sorpresa; sentí algo muy impropio de mí misma y mi cuerpo lo rechazó al instante, como si me hubiera enfermado del estómago.
—Entonces admites que me reconociste —murmuró. No lo estaba viendo, pero estaba completamente segura de que había sonreído.
—Dejémoslo en que me paralicé del miedo —respondí, dándome la vuelta para verle el rostro—. ¿Dónde está la doctora Palmer y qué estás haciendo aquí? Tus compañeros, a los que deberías estar buscando, están más allá.
—Vine por ellos —alzó una ceja—. Y vi una oportunidad de hablar contigo... en privado. Uno no puede dejar pasar cosas como esas.
Entrecerré los ojos y crucé los brazos sobre mi pecho. Estaba vestido de forma casual, más de lo que había llegado a ver. Me miraba con fijeza, sin inmutarse, como si esperara que yo le dijera algo que le resultara muy interesante. Lo escruté por lo que me pareció un segundo eterno, y me resultó frustrante lo increíblemente llamativo que se veía ante mí. Me sentí un poco cautivada, así que carraspeé y parpadeé para tratar de sacarme aquellas extrañas sensaciones de encima.
—Clint y Victoria están con Vera en el cubículo de allá —contesté, señalando hacia mis espaldas—. Ya tuviste tu anhelada conversación en privado conmigo, ahora dejáme trabajar. ¿O hay algo más que quieras hacer conmigo?
Tony alzó ambas cejas, hizo un mohín y torció su labio inferior. Y entonces me dedicó una sonrisa arrebatadoramente sensual.
—¿De verdad quieres que te responda eso, eh?
Ahí estaba. ¿Cómo podía alguien quitarte el aliento un segundo y al siguiente hacer que te den ganas de cortarle la garganta?
—Largo de mi vista, intento de albañil.
Lo último que escuché fue su estruendosa risa a mis espaldas.
💎💎💎
Christine Palmer me estaba contando lo difícil que estuvo su cirugía con el doctor Stephen Strange. Realmente, no estaba atenta a lo que me decía. Acababa de ponerme a hacer un balance de mi vida, lo cual, como ya había señalado antes, no era nada bueno para mí. Esto era culpa de la doctora Johns también, por supuesto, porque ella fue la que comenzó a apretar botones extraños en mi sistema y en consecuencia me había dejado pensando. Esta absurda situación en la que me había metido por inercia me iba a garantizar una caída de pelo por estrés seguro. Maldito estrés. La última cosa que quería era darles dolores de cabeza a mis abuelos, pero me estaba resultando cada vez más complicado. Mi vida no era necesariamente sencilla antes de los Vengadores, y no estaba exagerando. Me esforzaba por llevar ambas partes de mi vida en un equilibrio decente, aunque a veces fuera un calvario total. La Beverly médico cirujano y la Beverly resistencia inhumana eran totalmente opuestas.
Mi turno en el hospital se había alargado más de lo previsto. La hora que faltaba para irme se convirtió en tres horas, y junto a mi único acompañante se le agregaron dos más. Clint, Tony, Victoria y su hija estaban todos esperando que mi turno acabase en el cubículo de la pelirroja que acababa de despertar. Y todos estaban comiendo McDonald's.
—¿Qué hay de la señora Carr? —quiso saber Christine. Se estaba lavando las manos, pues su turno también había terminado.
—Remitida a neuro, no era mi área.
—Dime que se la quedó Jessica —me sonrió.
—Fue trabajo en equipo me dijeron.
—¿Strange?
Me reí por lo bajo.
—Ajá. Trabajar con Stephen Strange será suficiente para matar a Jess un día de estos —suspiré. Christine negó con la cabeza y me palmeó el brazo.
—Es un idiota —rió—. ¿Nos vemos mañana?
Le sonreí levemente y asentí en forma de despedida.
—Claro.
Tomé mi bolso de encima del estante y eché a andar en busca del inusual grupo de Vengadores que aguardaban por mí en los cubículos. Sentía una extraña sensación de entumecimiento en mis manos, por lo que procuré abrir y cerrar en puños por un momento, sin embargo, la sensación no se fue. Segundos más tarde, no sólo mis manos se estaban entumeciendo, sino que todo mi cuerpo. Maldije en mi fuero interno y aceleré el paso. Sabía muy bien que estar tanto tiempo lejos de mi brazalete traería consecuencias fatales, y lo más aterrador no era estar decayendo de a poco, sino que no había ni un sólo rastro para recuperarlo.
Vera Clare, la pelirroja hija de Victoria, parecía estar contando una increíble historia a su mamá y tíos por la concentración con la que ellos la escuchaban hablar. Estaban tan inmersos en la suave voz de la muchacha que no se percataron de mi presencia hasta que me aclaré la garganta.
—¿Tú eres Beverly? —cuestionó la cabeza de zanahoria, mirándome con el ceño fruncido.
—Vera —la reprendió su madre—. No pongas esa cara.
—Sí, tomate —dijo Tony, poniéndose de pie y metiéndose una patata frita a la boca—. Te vas a arrugar antes de cumplir quince.
—Cállate, viejo.
—¡Vera! —Victoria también se levantó, no sin antes dedicarle una severa mirada a su hija.
—Ya —rodó los ojos—. Lo siento, tío Tony.
Me mordí el interior de la mejilla. El sarcasmo con el que hablaba me podía.
—¿Nos vamos ya? —alcé una ceja—. Ya oscureció.
Clint asintió.
—Nos vamos. Muero por probar la cena de la abuela Hannah, en la mañana prometió que me haría lasaña.
—Aléjate de mi abuela —le lancé mi bolso para que lo cargara, a lo que él se echó a reír.
—Eso, muñeca. Aléjalo, distancia con él —intervino Tony.
En ese momento se escuchó el sonido de un cristal ser tirado al piso. Nos quedamos sin movernos en nuestros lugares, sin decir nada, lo único que se escuchaba era el sonido de nuestras respiraciones acompasadas. Volteé a ver a Clint.
—Seguramente se ca...
—Silencio —murmuró Victoria, interrumpiéndome—. Tenemos visitas.
El primero en reaccionar fue Tony, cuya característica expresión burlona se había borrado y transformado en una neutral. Caminó con cuidado de no hacer ruido por la habitación, deteniéndose frente a mí y moviéndome lo suficiente como para que yo quedara cubierta por su cuerpo. No tuve tiempo de analizar el movimiento. Estiró su mano hacia atrás y me empujó con sumo cuidado, como si estuviera tratando de cubrirme con él mismo.
Movió la cortina del cubículo sólo un centímetro y miró a través de ella.
—Tony... —lo llamé, en un susurro, Él hizo un ademán con su mano para que guardaramos silencio.
—Veo cuatro —habló al fin, volviéndose para mirar a Victoria—. ¿Cuántos hay?
—Diez en el piso de arriba, diez en el de abajo y estos cuatro —respondió de inmediato. Se quitó el abrigo y lo lanzó a algún lugar de la habitación.
Tragué saliva. Mis sentidos eran bastante sensibles, pero jamás serían tan precisos como los de ella. Escuché a Clint bufar.
—HYDRA es como el herpes, hombre —masculló—. No te lo quitas con ninguna medicina. Y además son inservibles. ¿Qué hacemos, jefes?
Mis ojos se detuvieron en un punto muerto de la pared. Ellos comenzaron a debatir, pero sus voces se convirtieron un sonido lejano entre todo lo demás. Fui capaz de captar dos cosas: primero, escuché una voz por encima del murmullo del hospital, una que decía claramente la razón por la que estaban aquí. Y lo segundo era el latido de un corazón que tenía mucho tiempo sin esuchar. Situé lo primero como lo más importante.
—Escucho algo —dije, llamando su atención—. Están aquí por dos razones. La primera soy yo, no han sido capaces de utilizar el brazalete —una sensación de satisfacción me recorrió el cuerpo al saber eso, que se vió rápidamente eclipsada por algo más. Miré a Victoria—. Pero yo no soy el objetivo principal. Ellos vinieron por tu hija. Vinieron por Vera.
La castaña cerró los puños con furia.
—Enviaré un mensaje a...
Ella interrumpió a Tony.
—No. ¿Tienes un traje? —él asintió—. Entonces nosotros podemos manejarlo. Son sólo veinticuatro insignificantes humanos. Beverly pudo con diez sola.
Tony miró a Victoria con cautela, como si tratara de leerle la mente.
—Te seguimos, viejita.
Entendí la razón por la que no quería avisar. Quería proteger la integridad de su hija a toda costa, y nadie podía culparla o juzgarla por eso. Actuaba de la única manera en la que una madre sabría.
Victoria asintió, miró a su hija, la cual nos miraba a todos muy atenta a nuestros movimientos. Daba la impresión de que estaba acostumbrada a este tipo de situaciones, por la forma en la que se mantenía calma, como si estuviera segura de que su mamá la iba a sacar de aquí sana y salva.
—Lo siento, lunita —susurró. Vera miró confundida como su madre ponía su mano en su frente, pero luego cayó dormida. Fascinante. Victoria la tomó en brazos como si de una pluma se tratara, y nos miró—: Nos vamos de aquí. Pateénle el trasero a todos esos malnacidos.
Vaya porquería. ¿Cuándo se suponía que iba a tener un día normal? Me preparé mentalmente para lo que venía, concentrándome en que después de esto podría irme a casa a dormir. Ardía en ganas de confinarme en una cueva en la jungla si eso significaba paz y tranquilidad ilimitada.
—Vamos, Bevs —me llamó Clint, a lo que Tony lo interrumpió.
—No esta noche, Legolas. Yo la cuido hoy.
Clint se encogió de hombros.
—Yo que tú me cuido —le dijo, y entonces subió sus manos a su cabeza, simulando un par de cuernos—. Ella tiene cuernos, como el diablo.
Le sonreí sarcásticamente y negué con la cabeza. Tony me dedicó también una sonrisa arrebatadora, justo antes de abrir por completo la cortina del cubículo, indicando que salgamos con cuidado. La primera en salir fue Victoria, con Vera guindada a ella como un mono, seguida por Clint, que ahora tenía un carcaj con flechas en su espalda. No tenía ni idea de dónde lo había sacado. Esperamos unos segundos a que ellos se adelantaran, y en cuanto escuchamos el primer sonido de una flecha siendo disparada, nos dispusimos a salir también.
Puse un pie fuera cuando Tony me tomó por la cintura, volviendo a pegar su boca a mi oreja.
—El hombre con traje debería salir antes que la mujer en bata, ¿o no?
—Con ese traje puedes sacarnos volando de aquí sin más, ¿no crees? —alcé una ceja.
El asentó su agarre.
—¿Y qué crees que vamos a hacer? —murmuró en mi oído—. Con esas flechas Clint ya debió haberse encargado de la mitad. Y te aseguro que ninguno ha sido capaz de acercarse a más de dos metros de Victoria. A mí me tocó la mejor parte.
Sacudí la cabeza y me alejé de su toque. Me ponía nerviosa.
—Vámonos, ¿sí?
—Nos vamos. A Steve no le va a gustar saber de esto...
El sonido de una explosión lo interrumpió. En consecuencia, Tony me lanzó a sus espaldas tan rápido que fui totalmente inconsciente del momento en el que se puso su traje. La pared de los baños del hospital estaba hecha añicos, se había convertido solamente en escombros. Tres hombres atravesaron la devastación que habían hecho y me miraron a mí estrechamente, ignorando por completo al hombre de metal que permanecía frente a mí.
El entumecimiento volvió. Me había agarrotado los dedos en el peor momento posible.
—Voy a terminar esto rápido y entonces nos vamos, ¿de acuerdo?
La voz de Tony se escuchaba diferente detrás del casco, más... robótica.
No le respondí. Miré aturdida a una mujer de cabello azabache dispararle a los tres hombres incluso antes de que Tony pudiera reaccionar. Estaba completamente vestida de negro, con una extraña arma entre sus manos, y sus ojos azules me atravesaron como si quisiera asesinarme ella misma. Un escalofrío me recorrió la columna.
—¿Quién demonios es esa mujer? —masculló Tony.
Tragué en seco, aturdida y desorientada, para después contestar.
—Esa es mi mamá.
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