05 ━━━ Pick up the pieces.
━━━ ❛ MOMENTUM V ❜ ━━━
BEVERLY BLACKWELL:
Clint Barton se la estaba pasando por todo lo alto con mi abuela.
Eran las ocho de la mañana y yo tenía que partir a cubrir mi respectiva guardia de los lunes en el hospital. No había podido dormir casi nada puesto que regresamos pasada la medianoche a la casa de mis abuelos, y ahora, como Steve Rogers me había puesto un vigilante, se quedaría aquí bajo la excusa de que trabaja conmigo y su departamento en el centro estaba infestado de abejas.
Qué estupidez.
—Clinton, cielo, ¿vas a querer un poco de crema en tu café?
Mi abuela se dio la vuelta para abrir los gabinetes y buscar la crema antes de escuchar la contestación. Estaba de lo más eufórica con el hecho de que yo hubiera llevado un chico a la casa, si tan sólo supiera que las cosas no eran para nada como se las estaba imaginando... Aunque claro, prefería que creyera que tenía algún tipo de relación amorosa con Hawkeye a que estaba en la visión periférica de los Vengadores.
—Ya tenemos que irnos, abuela —añadí con impaciencia. Estaba sentada en el mesón de la cocina, justo al lado de Clint y frente a mi abuelo, con un gran plato de huevos revueltos y pan a la mitad.
—Tonterías —replicó mi abuelo—. Termina el desayuno, Bevs.
—Clinton tampoco ha terminado de comer. No seas mal educada, Beverly Anne —me reprendió mi abuela en tono severo. Rodé los ojos instantáneamente y me metí un trozo de pan a la boca.
—Él no se llama Clinton.
—No se apure, abuela Hannah —sonrió Clint complacido y con la boca llena—. Usted puede decirme Clinton.
—Él tiene cara de Clinton —intervino mi abuelo, sin despegar la vista del periódico. Su cabello blanco se veía reluciente gracias a la luz del sol que atravesaba los cristales de las ventanas.
—¿Verdad que sí, abuelo Dave?
Barton era un dolor en el trasero. ¿Cuánto tiempo se suponía que tenía que estar aquí? La situación me mortificaba. Necesitaba recuperar mi brazalete lo más pronto posible, y las posibilidades de que eso sucediera no eran muy halagüeñas. No tenía ni la más remota idea de dónde podría estar ahora mismo ni que estarían haciendo con él.
—Bueno, en serio nos tenemos que ir —dije entre dientes, tomando el brazo de Clint y apretándolo con fuera. Quizás más de la necesaria—. La doctora Palmer me está esperando en el hospital.
Mi abuela me hizo un mohín de reproche.
—Ayer también cubriste guardia todo el día. ¿No crees que estás tomando más trabajo del necesario?
—Salvando vidas, abuela. Y en serio me voy ahora sí. Clinton, mueve el trasero.
—¡No hables así, Beverly! —chilló mi abuela.
—Adios, abuelos, nos vemos más tarde —se despidió Clint entre risas.
Una sensación de pesadez se extendió por todo mi cuerpo conforme me alejaba de la casa y sentía la presencia de Clint a mis espaldas. Mantuvo su paso firme y cerca de mí hasta que llegamos al auto, en donde me miró con gran atención para ver qué le diría.
—¿En serio te la vas a pasar todo el día en el hospital viéndome trabajar? —alcé una ceja, abriendo la puerta del auto. Él se encogió de hombros.
—Por algo me pagan.
—Sí, por salvar al mundo.
—Vamos, Beverly —me sonrió y alzó ambas cejas—. Nos la pasaremos de lo lindo.
Bufé. Este iba a ser un largo día.
💎💎💎
Perdí la cuenta acerca de cuántos cafés me había tomado a lo largo del día después del número ocho. Estaba tan exhausta. La sala de emergencias había estado hasta el tope ese día, personas entraban y salían, enfermos, golpeados, apuñalados e incluso algunos tiroteados. Mi cuerpo literalmente estaba a punto de colapsar. Sabía muy bien que estar sin mi brazalete ocasionaría que toda mi energía descendiera a menos uno, pero no me imaginé que sería tanto. Poco a poco estaba perdiendo la fuerza, y no sabía que eso pudiera pasar. Aunque claro, nunca antes había estado sin él. No había forma de saberlo.
Clint estaba bastante entretenido hablando con la recepcionista y jugando Candy Crush en su celular cuando me acerqué a mirarle un rato. Él alzó la cabeza y me sonrió con suma euforia.
—¡Hey! Bevs, aquí entre tú y yo —hizo un ademán para que me inclinara en el mesón—. ¿Quién le clavó el cuchillo en la pierna al contador? ¿Fue la esposa o la amante?
Lo miré sin poder creer lo que me estaba preguntando. De pronto me dieron ganas de echarme a reír, así que lo hice. Solté una buena carcajada y sacudí la cabeza volviendo a mirarlo.
—Fue la esposa —contesté sin dejar de reír—. La amante sólo lo empujó fuera del auto.
Clint refunfuñó algo y sacó un billete de su pantalón. Se lo pasó a la recepcionista, Donna, la morena que se la pasaba detrás de ese mesón atendiendo todas las llamadas y llevando todo el control. Ella lo miró con satisfacción.
—No puedo creer que hayan apostado —negué con la cabeza y me crucé de brazos.
Donna blandió el billete de cincuenta dólares en el aire sin dejar de sonreír.
—Deberías traer a tu primo más seguido, Beverly. Podría acostumbrarme a esto —me dijo, gustosa de haber ganado su apuesta.
Clint la ignoró.
—¿Cuánto te falta?
—Una hora más y podremos irnos.
—Perfecto —asintió. Se puso de pie y dio la vuelta fuera de la recepción para acercarse a mí y susurrar—: Pasaremos por la torre antes de ir a tu casa. Steve quiere hablar algo conmigo y no puedo dejarte sola.
Puse mi mejor cara de mártir y me encogí de hombros.
—Como gustes. Pero quiero llegar a mi casa antes de la medianoche.
—Trato hecho.
Suspiré. En mi teléfono celular tenía un montón de mensajes de Jess y Kate exigiendo saber mi ubicación y el por qué me había perdido todo el día de ayer. No contesté ninguno y opté por meter de nuevo el celular en el bolsillo de mi uniforme. El ritmo de la sala de urgencias no bajó ni por un segundo. La doctora Palmer estaba bastante ocupada atendiendo a un herido de bala en el pecho cuando me acerqué para examinar a un niño que había sido picado por unas cuantas abejas y estaba presentando una reacción alérgica.
De pronto, escuché algo. No eran solamente el palpiteo agitado de los corazones de todos los doctores y pacientes del hospital. Reconocí el ritmo del corazón de Clint de inmediato cuando lo escuché, pero lo que me pilló desprevenida fue la carrera que dio desde la recepción hasta una camilla que venía entrando con una niña de cabellos pelirrojos. Y esa niña no estaba sola. La mismísima Victoria Clare, Vengadora y compañera de Clint, estaba también entrando a la sala.
—Doctora Palmer, la necesitamos en el ala uno. Paciente con cristales incrustados en pierna derecha.
La voz de Donna resonó a través de los altavoces de la sala. Miré energéticamente a mi alrededor buscando a la doctora Palmer hasta que la encontré corriendo hacia mí.
—Blackwell, ¿me cubres? —señaló a la niña inconsciente en la camilla—. No puedo tomarlo. Mi herido de bala está bastante mal y debo buscar al doctor Strange para que me ayude.
—Pero tengo al que le clavaron el cuchillo en el pecho y al niño con la reacción alérgica.
Christine Palmer me miró con ojos suplicantes.
—Por favor, no se dónde está Chang.
Exhalé.
Asentí y entonces ella echó a correr en dirección al quirófano. Me volví y entonces me topé con la mirada de Clint, así que le lancé una mirada de basilisco. Aspiré el aire profundamente y eché a correr hasta los Vengadores y la niña, que ya se encontraban esperándome. Conservé la calma. Dos Vengadores estuvieran involucrados no me relajaba ni un poquito. Sólo le añadía más tensión a lo que estaba pasando.
—¿Qué le pasó a la niña? —pregunté al instante. La pequeña pelirroja tenía la piel blanca como la cal, en parte normal y en parte pálida por su condición. Debajo de sus ojos habían unas grandes ojeras malvas y parecía estar recuperándose de una rotura de nariz por la forma en la tenía puesta unas vendas. Me pregunté cómo se habría roto la nariz.
—Se cayó en la escuela —informó Victoria—. La directora me llamó y me dijo que Vera había resbalado en el teatro y había chocado contra los espejos de una obra que estaban ensayando.
La miré con cautela.
—¿Es tu hija?
—Sí.
Aquello no tenía sentido. Esa niña tenía el cabello del color de una zanahoria y su piel era tan blanca que prácticamente podía ser translúcida, mientras que la famosísima Victoria Clare, la gran súper mujer, tenía el cabello castaño y oscuro como el tronco de los árboles, era de tez clara pero jamás tan pálida como la de su hija. Y mucho menos tenía sentido que la hubiera llevado al hospital de la ciudad y no a la torre Vengadores donde contaban con doctores y científicos más calificados que le darían una mejor atención.
Pero decidí callar mis preguntas por el momento y dedicarme a atender a esa pobre niña que estaba toda golpeada.
—¿Qué edad tiene Vera? —inquirí, empujando la camilla hasta uno de los espacios de la sala que era más apto—. ¿Es alérgica a algún medicamento? ¿Sufre de alguna enfermedad? ¿Cuánto tiempo tiene en recuperación por su nariz?
Clint se aclaró la garganta.
—¿Quieren que llame a Bruce? Tal vez Cho esté en la torre.
—No —contestó Victoria, seca—. Beverly puede manejar unos cristales rotos. Barton, te necesito en la entrada. Nadie entra, nadie sale. Y si ves algo extraño, lo detienes. Sólo si es completamente necesario llamas a la torre. De resto, los dos podemos manejarlo.
La expresión del interpelado cambió de forma drástica. Ya no había rastro del matiz relajado, ahora se había convertido en una dura máscara de seriedad. Miró a Victoria con cuidado, tal vez trataba de de entender un poco más en el semblante de la castaña, y al parecer lo obtuvo, porque asintió en silencio y echó a andar con aire receloso hasta la entrada del hospital.
Estaba segura de que había dejado de respirar cuando mis ojos se encontraron con los de ella.
—No se cayó en la escuela, ¿verdad? —murmuré con cautela.
En su expresión se acumulaba un aplomo y una frustración tremenda. No estaba contenta, y al mismo tiempo parecía estar alerta con todo. Victoria Clare, la súper mujer con más de trescientos años de vida, la misma que luchó mano a mano con el Capitán América contra los nazis. Miembro fundador de SHIELD, y aparentemente, madre de una niña. Esa mujer increíblemente fuerte y poderosa parecía estar al borde del colapso de sólo ver a su hija en esa camilla.
—No —respondió, cruzándose de brazos. Sorbió por la nariz y echó un vistazo a los alrededores, como si se preparara para algo—. Hoy no tiene escuela. Estaba en sus clases de baile, le prometí que iría yo misma a buscarla, así que lo hice. Cuando llegué el edificio estaba vacío, por lo que subí de inmediato. Vera estaba tirada allí, en el medio, completamente sola e inconsciente. No sé quién le hizo esto a mi hija pero lo voy a averiguar, y va a pagar muy caro.
Guardé silencio por si quería agregar algo más. Me acerqué a la pierna de la pelirroja y me puse a trabajar sin detenerme. Había un montón de sangre y otro montón más de cristales incrustados en ella. En vista de que Victoria no dijo nada más, decidí contestar.
—¿Por qué alguien le haría daño a una niña? ¿Qué edad tiene?
—Tiene trece. No sufre de ningún tipo de enfermedad o alergia, porque sus genes no son como los de un humano normal.
Empecé a sacar los cristales de a poco, colocándolos en un recipiente de aluminio. Levanté la cabeza y alcé una ceja.
—¿Por qué está inconsciente aún? ¿Y por qué la trajiste aquí y no la llevaste a la torre? —la acusé—. Bruce Banner es mejor doctor que yo. Por mucho.
Ella guardó silencio. El único sonido además de nuestras respiraciones era el tenue tic, tic que hacían los cristales al caer en el recipiente.
—Bruce no es un médico, Blackwell. Tú sí.
—Eso no responde mi pregunta.
—Hice algo para que continuara durmiendo —murmuró, cerrando los ojos por un momento—. No quiero que tenga ningún tipo de dolor. O recuerde lo que le sucedió. No la lleve a la torre porque me he esforzado durante trece años para que Vera sea normal. Para que tenga una vida común y no se convierta en el blanco de nadie. Si la llevo con Banner o Cho entonces se darán cuenta de que ella es algo más. Algo que ni siquiera ella misma ha descubierto aún. Es su derecho de nacimiento descubrirlo por sí misma, no permitiré que nadie lo haga antes. Ni siquiera yo sé con exactitud qué puede hacer.
Sus ojos oscuros se mostraron pensativos y avergonzados al terminar su relato. Mi voz se extinguió y sacudí la cabeza, maravillada.
—Debe ser bastante fenomenal tener una mamá que sea parte diosa, y que además sea una Vengadora —susurré, sin dejar de sacar los montones de cristales.
Victoria asintió.
—Tú no te ves muy bien tampoco —su postura se volvió firme—. Debes estar pasando las de Caín sin tener la mayor parte de tu alma.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo entero. Estaba sacando el último cristal de la pierna de Vera cuando su mamá me dijo aquello. Con deliberada lentitud, solté la pinza y moví el recipiente de aluminio hasta una de las mesas que había cerca. Me quedé callada mientras buscaba los utensilios para limpiar la herida, y posteriormente coserla.
Tony había estado jugando conmigo. Me había dicho que sabía lo que yo podía hacer, pero era evidente que no tenía ni idea, y eso me había relajado. No me preocupaba que Tony descubriera algo de mí, me parecía imposible que lo lograse. Para mí Tony era interesante por muchas cosas, pero no me preocupó que supiera algo de mi verdad.
Pero Victoria... Victoria sí lo sabía todo. Sólo bastaron esas palabras para que lo comprendiera, para que se me detuviera la sangre en el cuerpo y se me helaran los nervios.
—Haces que suene demasiado fácil —susurré, limpiando la herida de Vera.
Una sonrisa enigmática se extendió por todo su rostro.
—Lo fue —contestó—. Sé que ese brazalete es lo que te otorga tu fuerza, tu vitalidad. Sé que tu padre te lo dejó antes de morir, cuando tú sólo eras una bebé de dos meses. Y sé lo mucho que se esforzó tu madre en criarte, educarte y entrenarte como tu padre lo ordenó antes de morir.
Torcí la boca mientras la sensación de entumecimiento se apoderaba de mi cuerpo entero.
—¿Cómo...? —ni siquiera fui capaz de terminar la pregunta. Se me cerró la garganta de repente.
—Fue mi madre quién fabricó ese brazalete. Fue ella quién se lo dio a tu padre. Fue tu padre quién la busco a ella. Y fue ella la que...
Negué con la cabeza y alcé ambas cejas para mirarla.
—Dilo.
Su rostro se volvió súbitamente serio y me pregunté si sus pensamientos habían seguido el mismo camino que los míos. Intenté no imaginar la perspectiva.
—Fue ella la que puso el reflejo de tu alma en ese brazalete. Por eso no puedes vivir sin él.
Me puse de pie al terminar mi trabajo con la pelirroja. Puse todos los utensilios de vuelta en donde estaban y cerré los ojos mientras aún seguía de espaldas a Victoria.
—¿Quién más lo sabe? —murmuré.
—Nadie. Yo apenas lo deduje anoche.
Un sabor amargo me inundó la boca. Ella no se había equivocado en nada. Se sabía la historia de punta a punta. Mi padre no era normal, no era un humano común, él tenía un pasado, uno del que intentó desprenderse, pero no pudo. Él había sido un guerrero que formaba parte del ejército de los antiguos dioses. La madre de Victoria, Althea, era su comandante. Por milenios luchó a su lado y para ella, era completamente dedicado a lo que hacía. Conoció a mi mamá, no se enamoraron pero establecieron una increíble conexión el uno con el otro. Ella se embarazó de mí, pero mi padre enfermó. Una enfermedad milenaria que consumió su alma de a poco, y que él terminó por pasarme a mí.
Althea apreciaba a su mejor guerrero, así que tomó una decisión. No pudo salvarlo, pero siendo la diosa de las almas, pudo salvarme a mí. Tomó mi alma incluso antes de que naciera y la encadenó a un brazalete hecho con una serpiente cortada de la cabeza de Medusa.
La sensación era extraña e hizo que me diera vueltas la cabeza.
—Era cuestión de tiempo —dije, encogiéndome de hombros—. Sabía que iba a pasar.
—Beverly, yo te entiendo —me consoló. Se acercó más a la camilla donde estaba su hija y paseó su mano por aquel cabello pelirrojo—. Y ahora más que nunca debemos recuperar tu brazalete. Puedes morir sin él, y una cosa de esa magnitud en manos de HYDRA, más el cetro, no puede significar nada bueno.
Fruncí los labios, iba a responderle cuando abrieron la cortina. Clint apareció con el semblante más tranquilo y nos miró con gesto de manifiesta curiosidad.
—¿De qué hablan? —quiso saber.
—Nada —contestó Victoria—. ¿Qué viste allá afuera?
—Lo normal. No vi nada extraño —se mojó los labios y me me miró estrechamente—. La doctora con la que anduviste todo el día te está buscando allá afuera, al lado de las máquinas.
Suspiré.
—Vuelvo en un momento.
Me sentía realmente exhausta. Había sido un día muy largo y tampoco me sentía nada contenta de que una Vengadora supiera todo de mí. Más bien, me parecía como si estuviera a punto de suceder algo mucho peor. Y estaba conmocionada, pues sabía muy bien que para como estaban las cosas, la palabra peor se quedaba corta. Intentando actuar con astucia, respiré hondo y busqué a la doctora Palmer cerca de las máquinas dispensadoras. Me moría de ganas de que el día terminara de acabarse de una vez por todas y así intentar dormir aunque fuera un poco. Mi bienestar mental lo pedía a gritos.
Arrugué el ceño cuando me encontré con un pasillo vacío. No había rastros de Christine por ninguna parte, pensé que Clint había dicho que se encontraba por aquí. ¿Acaso lo había oído mal?
Entonces, alguien me tomó por el cuello y me tapó la boca.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top