◦•●◉♱ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐕 ♱◉●•◦
Alex cerró los ojos y se acurrucó en el pecho del hombre, definitivamente estaba a salvo con él.
—Alex, se que acabo de decir que más adelante— la miro.
—¿Cómo?— abrió los ojos algo confundida.
—Sí, al diablo con todo— se separó un poco para poder tomar su rostro —Si voy a pecar, que sea contigo—
Dicho eso la besó, nada pasional sólo romántico. Ella lo abrazó y lo beso de vuelta. Olvidando todo, olvidando que había sido una prostituta; ahora queria ser suya. Vivir con él, trabajar con él, todo con él.
La colocó en su regazo como a una bebé, una vez rompió el beso recargó su frente sobre la de ella. Sosteniendola de la nuca.
—Peca bien, Carlo— lo miró —Peca por mí—
—Sí, por tí y solo por ti mi Alex— sonrió.
El corazón de Alexia se sintió en paz, lo abrazó escondiendo su rostro en el cuello de Carlo. Él apretó sus brazos alrededor de ella, como si tratase de fundirla consigo mismo.
Después de unos minutos la puerta sonó, Carlo no esperaba a nadie así que la confusión fue notoria en su mirada. Y eso había alertado a Alex.
—Espera en la habitación— ordenó.
No dijo nada, simplemente obedeció. Se encerró en la habitación y se sentó junto a la puerta para poder oir algo. Pudo escuchar el sonido de la puerta abrirse, pero después de los disparos se escondió debajo de la cama.
Afuera, Giovanni había ido a buscar a Alex. Carlo no estaba feliz, y aunque el enfrentamiento sonó violento bastó solo unos cuantos tiros para que a Giovanni se le bajaran los humos.
—Dame a la chica— espetó Giovanni.
—¿Cómo porque debería? — Carlo estaba impaciente.
—Por que ella me pertenece, ella es mía— Giovanni quizo acercarse pero Carlo le apuntó con el arma.
—Vete, ahora— espetó.
Como perro con la cola entre las patas salió del departamento. Carlo cerró el apartamento y trabó la puerta, llendo rápidamente hasta la habitación.
—Alexia, amor ya puedes salir— se arrodilló en el suelo frente a la cama.
—¿Estás bien? — en cuanto salió abrazó al hombre con ansias, como si fuera a desaparecer si lo soltaba.
—Sí, mi angelito, estoy bien— acarició su cabello con ternura.
—No quiero que te lastime— soltó un sollozo leve —Tengo miedo Carlo—
—Mi amor, estaré bien, tranquila— tomó su rostro entre sus manos.
Le sonrió y limpio sus lágrimas, la tomó en brazos y fueron a la cocina, la casa estaba callada, un poco desordenada y algunos impactos de bala en las paredes.
Suspiró y la sento en una silla y fue al refrigerador.
—Te serviré un poco de leche y un par de esas galletas que preparaste— dijo tranquilamente.
—Gracias, eres un amor— sonrió y esperó —Carlo, ¿Puedes dormir conmigo esta noche? —
—Claro— sonrió cálidamente —lo haré mi angelito—
Luego de aquella amena y ligera cena fueron a la habitación. Con las luces apagadas, Alexia se acurrucó en su pecho. Feliz y segura pues sabia que estaba con un hombre que no la iba a lastimar jamás.
Por si parte Carlo le acariciaba la espalda y dejaba suaves besos en su cabeza, susurrando palabras dulces en su oído. Ella era feliz y él lo era también; tenía a su hermosa tentación y aunque significaba que había roto sus votos en su corazón, no se arrepentía en lo más mínimo.
Carlo ya pensaba en como consentirla, en como mimarla, pero también pensaba en cosas más banales. Tales como el hecho de que se vería hermosa desnuda en su cama, como sería hacerle el amor; e incluso, se imagino como sería si algún día profanaban terreno Santo.
Con una leve sonrisa, Carlo imaginaba varios escenarios, tanto románticos como pasionales. Y también pensaba en que nadie se la iba a quitar, haría todo por su mujer. Mataría, quemaría, robaría y hasta torturaría por ella, la musa de su vida, el Ángel que había conquistado su devoto corazón.
Carlo pensaba en contarle todo sobre él, sus pecados y culpas, su trabajo, sus metas y sus ambiciones. Quería que ella supiera todo de él, esperando que ella le contara todo sobre si misma.
La miró dormí por unos minutos hasta que el sueño lo venció.
A la mañana siguiente, vió a su bella chica dormida a su lado, aquella expresión de paz lo hacía tan feliz.
Le acarició el rostro y apartó algunos cabellos de éste, sonrió antes de dejar leves besos en todo su rostro.
—Buenos días, mi angelito hermoso— la voz cargada de sueño le causó escalofríos a Alexia.
—Buenos días, Carlo— sonrió y se apegó más a él.
—Por lo que veo dormiste bien— sonrió y la abrazó.
Alexia asintió, estando lista para el día que les esperaba. De aquella maleta que había llegado el día anterior, Carlo saco varias prendas de ropa para ella. Las había pedido especialmente para su amada.
Ella tomó un vestido largo, floreado en tonos azules y verdes, de escote cuadrado y mangas cortas; además de unas zapatillas de plataforma blancas.
Se ducho y arregló, ya no parecía una prostituta, ahora se veía, a palabras de Carlo, como una muñeca. Una chica que ahora irradiaba emoción y felicidad.
Carlo, en su típica sotana negra, la tomó del hombro guiando a la chica hasta su trabajo en el orfanato.
Ya le había comentado que trabajaría con el, así que al llegar la llevo a un salón, la presentó con los niños y se despidió.
Sorprendentemente, Alexia era muy buena con ellos y rápidamente la adoraron. A pesar de no ser devota, les enseñaba a los niños a tener fé como si ella misma supiera lo bueno que era.
A lo lejos Carlo la miraba fascinado al ver cómo trabaja a los pequeños a su alrededor. La chica que en algún momento era hosca y fría ahora era risas y alegría gracias a él.
Una vez llegó la hora de irse, la chica volvió con Carlo, lo tomó del brazo como el le indicó y caminaron juntos hasta la iglesia.
Ahí el tenía misa y otros asuntos que atender. Al llegar, los hombres de Giovanni estaban ahí, pero al ver que Carlo venía con ella simplemente se retiraron.
Ella estaba segura que Carlo era una manera de Dios de compensar la falta que le hizo.
Aunque al entrar se dio cuenta que el padre Carlo no era la única sorpresa que el de arriba le había mandado. Al entrar, había un hombre ya algo mayor sentado en un reclinatorio, Carlo incitó a Alexia a que se acercara a él. Cuando el hombre volteo, el rostro de la joven palideció.
—Hace... Hace años no sabía de tí— dijo apenas audible.
—Te echaba tanto de menos, hija mia—
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