◦•●◉♱ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐈 ♱◉●•◦

Giovanni estaba desesperado, la mujer no había llegado y necesitaba ese dinero además de que capacitara a otras mujeres para que pudieran ejercer su tan despreciable profesión a ojos del hombre.

A los pocos minutos llego Alexia, algo nerviosa y muy tarde. El lugar donde se reunían era la antigua casa de Alexia, de un tiempo diferente, de cuando era feliz. Una casa descuidada en la planta baja de un edificio meramente de bodegas. En la sala había una maquina que contaba los euros que las chicas traían del trabajo y una mesa que siempre estaba llena de botellas de cerveza, alcohol y drogas; tenían un pequeño refrigerador y las ventanas tapadas con periódicos. Las 4 habitaciones tenían dos literas cada una albergando así a 4 chicas en cada habitación.

-Hasta que llegas- Giovanni espetó - el dinero mujer, rápido-

-Dijo que le debías así que no me lo dio completo- la voz de la fémina era casi imperceptible.

-¡Mierda!- la voz resonó en todo el lugar, seguido de un golpe.

Alexia cayo al suelo con una mano en la mejilla que le acababan de golpear, tibias lagrimas corrían por sus mejillas aterrizando en el suelo y en sus piernas. Sollozo en silencio mientras esperaba alguna orden del hombre.

-Tendrás que reponer ese dinero perra- la tomo del brazo y la levanto -no me interesa cuanto te tardes, no vuelvas sin ese dinero-

De un empujón la saco del departamento haciéndola caer sobre su pecho al suelo; una vez que la puerta se cerro se levanto y se sacudió la poca ropa que llevaba comenzando a caminar.

Alexia era una mujer esbelta de cabello negro el cual portaba un corte en capas; sus ojos azules eran gélidos como el hielo y no asomaban ninguna emoción. A sus 26 años tenia el cuerpo lleno de cicatrices de distintas épocas de su vida. Ya la conocían por los callejones de la ciudad, con su típico vestido rojo y sus tacones negros se paseaba siempre de noche buscando algún cliente.

Esa noche en especial no le apetecía buscar, saco de sus sostén un cigarrillo y de una correa en su muslo un encendedor, le gustaba fumar y tratar de ahogar sus penas en tabaco y, a veces, en marihuana y cocaina. Se dejo caer sobre una pequeña banca mientras le daba una profunda calada a su cigarrillo, pensaba que debía escapar de las manos de ese infeliz, pero ¿Quién aceptaría a una puta? La mayoría de las personas creen que esas mujeres escogían ese trabajo o que querían dinero fácil, quizá por su actitud; pero Alexia fue obligada desde sus 17 años.

Veía pasar a la gente y los juzgaba en secreto, odiaba principalmente a los católicos que se decían ser tan humildes y generosos; pero la habían despreciado cuando acudió a ellos. Después de los creyentes, odiaba a las parejas; esas caras sonrientes de las chicas le enfermaban y mas si ella reconocía al hombre pues eso significaba que habían sido sus clientes. Fácilmente podría haber roto mínimo cuarenta relaciones, pero prefería solo ver y criticar en silencio; eso hacia mientras que sonaba la campanada de las 10, parecía que hubo un funeral en la iglesia tras de ella. Ese era su punto designado pues a pesar de odiar su profesión se sentía como el mismísimo lucifer por "profanar" terreno santo. Las caras de horror, asco y desagrado de los sacerdotes la hacían sentir como un demonio y eso de una manera insana le alimentaba el ego.

Mientras las campanadas resonaban en sus oídos dejaba caer su cabeza hacia atrás mientras que apoyaba sus codos en el respaldo de la banca y cruzaba las piernas; le dio otra calada a su cigarrillo y exhalaba quedando envuelta en una nube de humo. Levanto la cabeza al notar una silueta negra detrás de ella, se giro levemente para ver de quien se trataba quizá podría sacar al unos euros de un blow o algo así.

Su rostro dejo de ver a aquel hombre al notar como venia vestido; portaba una sotana negra y un rosario con cuentas de lo que parecía cristal por la manera en la que brillaba, pero al ver el rostro del hombre su indiferencia se convirtió en decepción. Era bastante atractivo, ojos azul verdoso y un cabello castaño oscuro; sus facciones le daban un toque misterioso.

-Que decepción- murmuro Alexia sacando otro cigarrillo.

-¿Disculpa?- el hombre se detuvo en paralelo y la miro.

-Hombres como usted, padre, no deberían hacer votos de castidad- la fémina no tenia vergüenza.

-No deberías trabajar frente a una iglesia entonces- el tono del contrario era sereno, casi celestial.

-No tengo opción signore- respondió con el pequeño cilindro entre los labios.

Al verla bien reconoció esos ojos, había chocado con ella días atrás; no quiso decir nada solo se limito a sentarse en la banca junto con ella. Alexia estaba sorprendida por esto, ¿a caso no sabia lo que ella era?

-¿Sabe que soy?- su pregunta fue acompañada de otra nube de humo.

-Una dama de compañía- murmuro.

-Ojala así fuera- una leve carcajada salió de sus labios -soy una puta signore, no mas-

Silencio. El hombre no dijo nada, se limito a mirarla de pies a cabeza; lo había notado desde que la vio, ese tipo de mujeres de vendían para sobrevivir y si bien le eran desagradables esta irradiaba algo mas.

-¿Tu lo escogiste?- finalmente rompió el silencio.

-No- ni corta ni perezosa respondió tajante -¿no le doy asco?-

-¿Por qué debería?- sus ojos de detuvieron en los de ella.

-No...No lo se, todos ustedes son iguales- su voz monótona le dijo mas al hombre que sus propias palabras.

-¿Iguales? ¿a que...?- la mujer lo interrumpió

-Unos hipócritas de mierda, eso son- se notaba la ira que sentía contra ellos.

-¿Qué te hace pensar así?- el tono del hombre no cambio.

-¿Qué le importa?- desvió la mirada -es falsa compasión lo que usted profesa-

-Pruébame, Alex- Saco la cadenilla de una de las mangas de la sotana.

-¿De donde lo saco?- la mujer le arrebato el collar.

-Se te cayo hace unos días, ibas con mucha prisa que chocaste conmigo-

-Me tengo que ir, necesito reunir dinero- se estaba poniendo de pie cuando el hombre la tomo de la muñeca.

-¿Te golpearan si no?- su voz denotaba compasión.

-¿Tan obvio es?- los inexpresivos ojos de ella se clavaron en los de el.

-Ten, espero te sirva- el hombre se levanto y dejo caer un fajo de billetes junto a la mujer -No todos somos unos hipócritas-

Alexia tomo el fajo y luego levanto la mirada solo para notar que aquel hombre ya no estaba; al contar los billetes vio que era el doble de lo que necesitaba, así que guardo la mitad y la otra la llevaría con Giovanni para saldar su deuda.

Aquella mujer no sabia con quien se había topado, ni el hombre sabia a quien había encontrado esa noche.

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