Capítulo 7.- El canto de los cuervos
El canto de los cuervos;
Los hilos pálidos del alba al horizonte se asomaban, y sus fulgores apenas traspasaban entre hojas, hierbas y ramas, por lo alto de las copas, la neblina era tanta que ni siquiera la luz o el viento la disipaban. Y entre afiladas puntas en el resbalar de las piedras y empinadas laderas, los tenues y dorados destellos por el umbral de la grieta desde arriba se asomaban e iluminaban el oscurecido suelo de la solitaria cueva.
No obstante, retumbaban los pasos y la suela del calzado de su largo caminar. Llevaba sobre los hombros, cuya sangre goteaba de su garganta sobre la blanca nieve.
Crujieron sus huesos al estamparse sobre la dureza del suelo pedregoso, de su cráneo al chocar en un descuido contra el liso muro de roca.
Y en la opacidad del brillo azulado en sus pupilas una macabra sonrisa bajo el peso de su capa entre las sombras ocultaba, y sus castaños cabellos que aun cortos resbalaban bajo los hombros, lo que sus ojos sin vida reflejaban.
Secas risillas, el sisear de la teñida nieve en el soltar de un bolso y el desenfundar de la hoja del cuchillo...
Vigilante, la furtiva mirada, tímida se asomaba tras los troncos. Como lobo al asecho eran sus ojos y dorados sus espolvoreados cabellos que como cascada por la espalda, caían sobre su manto.
Sigilosa, entre arbustos y ramas se movía por la fronda. Previendo que no se escuchasen sus pasos y la espalda bruscamente girase sospechoso de lo que en la bruma le seguía, ella con la mano al pecho su alma estremecía y se escondía tras la anchura de las hayas o una gran roca.
Y cuando estaba segura de que su perseguidor se alejaba lo suficiente, ella la caza a trote lento proseguía y por el bosque escabullía.
Ëinen sólo vio como aquella imponente figura a lo lejos, cual punto negro entre la niebla a la distancia se veía y emergía misterioso de la grieta en las colinas, y contempló el mentón en alto, así como el sutil avizorar de su mirada. Por un momento se turbó, las cejas consternó y se escondió tras el grueso tallo de un madero...
Y nueve días pasaron, luego de que entre contenidas lágrimas y el estupor, con gran horror vio profundas heridas bajo el pálido fuego del rojo reflejo de las flamas sobre ese esculpido torso cruelmente profanado, y sin creerlo con sus dedos trémulos la cara, los hombros, el pecho y el vientre le palpó.
Sin embargo, hubo algo que desde esa noche le intrigaba, su cuerpo verle le temblaba y sus poros se erizaban... Sin duda le angustiaba.
Podía engañar a todos, podía, si lo deseaba, burlarse de todos, pero no de Ëinen. Pues lo conocía muy bien. Y en los veinte años de su joven vida, decenas de feroces bestias había enfrentado e incontables las veces en que sus flechas perforaban a silvestres animales. Pero nunca pensó que llegaría el día en que tendría que cazar a su propio marido.
Aconteció que, terminados los duelos, de los ritos ceremoniales en los funerales, y como era tradición después de librar la batallas, se sentaban a la mesa y era servida la cena dónde guerreros, parientes y amigos en la aldea comían y bebían todos cerveza.
Ëinen, adolorida había pasado antes por un paño para secarse la hemorragia y echar un vistazo y a lo mejor ayudar con algo en las cocinas, pues su rostro, a causa de los golpes, le sangraba todavía. Y aunque cabizbaja como también decepcionada de los pocos frutos de la caza, tampoco era que, en tan crudo invierno hallara un gordo ciervo... Y tal fue su sorpresa al ver sobre la mesa oscurecidos coágulos, el resbalar de las gotas provenientes del último trozo de carne que se asomaba al borde una bolsa entre bayas, semillas y hierbas.
Su mira entonces fue vuelta al sisear constante de la viveza de las llamas. Contemplaba de rodillas a su esposo, quien concentrado daba vuelta con la punta de un cuchillo a la carne del brasero.
Alzó sus cejas, y la duda resbaló de sus irritadas pupilas como el mal agüero y llenó su alma de un premonitorio sentimiento.
―¿Uh..? ¿Juanjo?... - él, vacilante, se acercó lentamente. Y con voz suave, titubeando le nombró. ―¿De dónde habéis sacado eso? - interrogó.
―Pues...- Sintió el viento frío y al escucharla a su espalda sutilmente bajo la camisa se estremeció, abrió sus ojos como platos y se mordió la lengua. ―De un tierno jabalí que hallamos en el monte... – respiró profundamente, y recobró la compostura.
―Oh... Buen trabajo, Juanjo... - impresionada, con una pequeña sonrisa le felicitó. ―¿Dónde pusisteis la piel? - inquirió.
―Las quemé... – cortante, respondió Asmos. La cazadora se ofendió, los puños apretó y sus facciones ciñó.
―¿Cómo os atrevéis? ¿Os habéis vuelto loco? – Levantó el tono de su voz. ―¡Sabéis que nos compran esas pieles! ¡Mi hermano las necesita! - Le reprochó, a su vez que, con las manos en la cintura, hacia con ligereza a su esposo se inclinó. El demonio simplemente suspiró, y hastiado la rotó mirada.
―De todos modos, no hubierais podido hacer mucho con ella, era muy pequeña y de cómo la habían dejado los lobos cuando los espantamos poco provecho hubieseis podido obtener. - le explicó.
Y aunque a Ëinen regañadientes las mejillas sonrojase o mil blasfemias en sus adentros para él refunfuñase, de nada le serviría protestar para volver de las cenizas viejos trozos de cuero sin curtir. No obstante, un lastimero quejido de las muelas en la mejilla le afligió. Y al verla enrojecida, así como la sangre que sobre sus labios hasta la barbilla le escurría. Asmos de inmediato se levantó y por un instante dejó lo que estaba haciendo.
―¿Os duele mucho? - le interrogó. Más por cortesía y estrategia para desviar la atención que por una fingida preocupación. Le habían lesionado en el tabique, así como roto parte del labio superior e inferior... ―Oh...Querida, mirad lo que os han hecho... - con delicadeza la abrazó y cogiendo otro trapo del otro lado de la mesa, luego echó hojitas de muérdago en un cuenco, recogió el agua hervida remojó y con cuidado trató sus heridas.
Y, sin embargo, por más sincera que pareciera la mansedumbre en su mirada o seductora la ternura en sus palabras, hubo algo que en su perspicacia para ella no cuadraba. Cosas como la fiereza con la que el viejo perro de Mael gruñendo le miraba, y al intentar acercarse mucho para saludar a su amo, enfurecido le ladraba. De igual modo, la brusca reacción en los alterados nervios del caballo, el cual temeroso en la perturbación de la ya frágil calma, que, al verle aproximarse entre las gentes, su cabeza con vehemencia tirando en una lucha con sus dueños se resistía a avanzar más y para atrás sus pezuñas en la nieve retrocedía... Imperceptibles a la vista de muchos, pero no para ella;
Independientemente de los peculiares hábitos en tan repentina obsesión por el aliño y la higiene. Extraños cambios que ella parecía notar en su actitud, tan sólo en su caminar y hasta complicadas palabras en su hablar. De pronto tenía correctos modales en la mesa, aún en la intimidad del techo de su choza recogía las mangas antes de comer, cuidadoso siempre de no ensuciarse.
Sucedió apenas dos días luego de la quema de la pira, y tres del comienzo de los preparativos para el inicio de la semana de los rituales funerarios, cuando el brillo de la mañana tras oscurecidas nubes sobre los cielos su barca entre centellas navegaba, y la dama del fuego ardiente que, sin miedo, hasta los confines del mundo con voz de mando le llevaba.
Ëinen agotada, regresaba con su esposo con poco menos que un cuervo en la bolsa de la caza. Y a causa del grave estado de salud que a la fémina en gran manera todavía le preocupaba. Arrastraba sus pasos, así como de la nieve entre sus botas. Ninguno, a excepción de Juanjo puso alguna objeción en que por tan sólo otro día lo dejasen a cargo de su pequeño hermano Lars para atender el molino y cuidar de su desconsolada madre.
Más fue el vislumbre del galope del caballo en el atisbo de la bruma a lo lejos se veía, así como al acercarse corriendo, pudo percatarse de que era una figura conocida la que, sin responder a su llamado o siquiera el saludo escucharle, entre el boscaje rápidamente se perdía, pues al augurio al mirar al cielo de una gran tormenta temía.
Tuvo que regresarse sin más por la misma dirección que el jinete provenía, en dirección al molino, herencia al mayor de los hermanos. Donde apenas al llegar, se encontró con Juanjo que estaba a poco de cerrar la puerta de entrada al hogar, cuando al verla retornar no dudó en saludar cálidamente a su esposa. Un papel con el nudo desatado colgaba empuñado de los dedos de su mano.
―Tomadlo, es de vuestro señor padre para vos... - El demonio extendió su brazo y con total delicadeza le entregó el mensaje; hacía tan sólo unos instantes en que a su puerta un muchacho de las aldeas vecinas al recibirle con gran afecto, como quien vuelve a ver a un viejo amigo lo abrazó. Asmos, aunque estupefacto por un instante, rápidamente comprendió que no tenía de otra que corresponderle.
Había buscado por un buen rato en la choza y por el pueblo a Ëinen, pero le fue imposible hallarla. Por tal motivo, algunos le dijeron dónde podría encontrar a su marido, confiándole consigo la correspondencia de su esposa. Pero, y a pesar de las atenciones Juanjo, se negó a quedarse más tiempo. Pues debía partir pronto para llegar antes del atardecer.
―¿Una carta de la forja de mi padre? - intrigada preguntó, y arrebató la hoja de sus manos. Y a pesar de serie de desgracias que en tan pocos días de ese invierno le llegaban, debía admitir que le alegraban los gratos saludos de su familia.
"Querida Ëinen: Os escribo esta carta para deciros que vuestra madre y vuestros hermanos están bien. Últimamente las nevadas han dificultado un poco la cacería y muchas de las bayas todavía están en flor. OS agradezco por las pieles que esa vez nos enviasteis; nos han servido bastante. Pero vuestro pedido de más flechas tendrá que esperar.
Los mejores deseos. Con cariño, vuestro padre. "
Y antes de que acabase, llegase o a la mitad de la lectura, con gran asombro sin palabras observó a su esposo que de memoria el contenido de esta para ella recitó. Una sorprendida cazadora, las cejas por un segundo, incrédula doblegó y con los ojos como platos, la mandíbula soltó y abrió el hoyo de sus fauces ligeramente.
―Por los dioses.. ¿Quién os ha enseñado a leer? – se quedó pálida.
Bien era cierto que Juanjo nunca había aprendido a leer, tampoco es que le hubiese interesado bastante alguna vez. Era de la clase de persona que prefería siempre ser directa y que le resumiesen las cosas en lenguajes simples, para eso tenía a su madre, hermana o a su esposa, quienes eran un poco más ilustres en las letras, sabiendo descifrar mejor los signos de la escritura.
―Bueno... - El demonio apretó un tanto los dientes, rápidamente con disimulo a la derecha se volteó y se acomodó el cabello. ―Él me dijo antes lo que la carta decía... - mintió.
Sin embargo, ella sin decirle nada, fingiendo creerle, callada se quedó y en sus adentros dudó.
Mil conjeturas en lo profundo de su mente al mirarle de soslayo a su vez que al lado tranquilamente caminaba. Al oírle, cuando reía o le hablaba dulcemente y entre dientes a la luna inentendibles versos susurraba de una triste canción;
Una mujer hermosa como el amanecer, pero al voltear, ella se tiñe como el atardecer...
Repetidas veces, últimamente despistaba y con regularidad los nombres se le olvidaban. Un par de veces había confundido los nombres de amigos, conocidos o del de sus propios hermanos y primos. Llegando casi siempre a abstenerse lo posible de nombrarlos a la hora de llamarlos.
Más fue al contemplar, al entrever la erguida figura de la escultura de su torso, este con trapos se limpiaba y al fuego calentaba su cuerpo, con disimulo tras el borde de la puerta. Su lengua enmudeció y los párpados súbitamente abrió. Un grito ahogado de su garganta reprimió y llevándose las manos al pecho se apartó rápidamente de la entrada. Y cuando la criatura, despistada el sonido de unos pasos captó, así como el chirrido del borde en el umbral, apresurado con las prendas su desnudez en seguida se cubrió. Pero en el segundo en que este se volteó, solo con su alma se encontró y el presagio lo invadió. Ëinen ya había huido, pues con sólo verlo confirmó sus sospechas.
Diecinueve días fueron contados para Asmos; tras el cruzar del sexto, sus heridas, aunque reabrían ya casi no sangraban. Eso sí, le dolía como el demonio, mientras que de una vara se aferraba para avanzar, pero en tan sólo tres días más recobró su movilidad poco a poco, a su vez que el cuerpo tranquilamente regeneraba. Y para antes de la llegada del catorceavo día, sólo quedaban delgadas cicatrices en lugar de profundas fisuras de las que no quedarían ni el menor atisbo, tan sólo debía aguardar un poco más...
Ya desde antes, en silencio se esmeraba por planificar, algún modo o artimaña para de una vez largarse, desaparecer, escapar sin generar sospecha alguna. De todos modos ya había logrado lo que quería, una estrategia para despistar, tiempo que tomaría en recuperarse, pasando por completo desapercibido y sin llamar la atención de Dark, sembrando pistas faltas para confundirlo y quitárselo de encima de una maldita vez.
Ahora sólo debía lidiar con un pequeño detalle... su esposa. Había pensado con anterioridad un par de mentiras para ante todos desacreditarla y a sus espaldas como una ramera evidenciarla. Más de una vez, cabizbajo y con lágrimas fingidas, de malos tratos con la madre y los primos la acusaba, de mentiras sus oídos les llenaba y de quién sabe qué amantes les contaba, pero que era mucho que la amaba. Esto para que la mirasen con reproche y le inventasen chismes.
Así no tendría demasiadas dificultades cuando le propusiese marcharse de la aldea y a los montes, a otra ciudad, pueblo de los reinos del norte se mudasen para ser felices. Donde planeaba por fin, a la vista de nadie eliminarla o siendo piadoso, en el bosque a su suerte abandonarla.
Ëinen por la colina a pasos largos ascendía y entre los troncos, la bruma y entre las rocas, que la singular hermosura de sus rasgos de vez en cuando se escondía. Vislumbraba la sombra de la criatura emergente de la cueva, que a lo lejos daba la ilusión de que menguaba su estatura. Luego de días por el pueblo en busca de apoyo y cobijo haber vagado y llamado a las puertas, en los pozos y a la gente de sus deducciones platicado, ninguno quiso oírla y de mala manera, con desprecio de loca la trataban. Pero Hakkon, estuvo dispuesto a escucharla, pues sabía de las habladurías que Juanjo con cizaña en muchos había sembrado y despertado odio en sus corazones. Y por más sorprendido e indignado de las mentiras a su suegra, amigos y cuñados, no tuvo el valor para enfrentarlo, pues temía verse perjudicado en escarmiento por rencores pasados; con discreción acordaron de ese modo investigarlo.
Y al bajar la vista, así como el sutil girar de su puntiaguda como imberbe barbilla, ambas miradas por un instante tras la blanca niebla, por la pendiente se encontraron. Los pulmones de la rubia ni siquiera respiraron, con gran alivio sus ojos como se alejaba, dando la vuelta en dirección contraria le observaron. En cuanto a Asmos, articuló una sonrisa burlona.
En sus adentros a los dioses imploraba que todavía no la hubiese descubierto. Después de todo lo que con esfuerzo había logrado y tan lejos llegado. Sin quitarle los ojos de encima ni un solo segundo a él ni al cadáver tras sorprenderlo en el acto.
En los siguientes días, en el retorno del alba la voz de Juanjo que tan altruista como podía a sus espaldas ansioso a sus compañeros alcanzaba y en la caza ayudaba. Y a causa de la hambruna, un tanto por la primavera que todavía no llegaba, o la falta de presa que en las madrigueras aún no despertaban. No era de sorprender que desesperados, en ocasiones con hombres, campesinos y cazadores de aldeas o granjas aledañas de las aldeas vecinas pactasen y al grupo se agregasen.
Sin embargo, hubo algo que a Ëinen notaba y en gran manera le preocupaba, en sus sospechas figuraba que cuando su esposo a los otros acompañaba, el numeró disminuía o sólo él regresaba. Aún si a su lado él siempre estaba, de su vista más de una vez escabulléndose se escapaba o sola con los otros por varios minutos la dejaba, pero siempre con carne fresca que con los amigos convidaba, aun cuando ni ella ni los otros pudieron conseguir nada. Lo había seguido para eso.
No obstante, al contemplar de frente la palma extendida y abierta de esas manos sin vida que inerte sobre los cuerpos despellejados y miembros cercenados yacía; Dorada como ella tenía la melena, pero azulado el color de sus ojos
Ella horrorizada palideció y como muerta por varios segundos en silencio se quedó. Las palabras le faltaron y sus dientes castañearon. Un viento frío bajo su carne, por su espalda estremeció y hasta la médula penetró. Era el erizar de los poros de la piel, así como el consternar en el humedecer de sus pupilas y esa desagradable sensación que revuelve el estómago. Imposible es describiros el asco, la sorpresa, la ira y la tristeza de su alma. Una mezcolanza de sentimientos encontrados que súbitamente por sus mejillas resbalaron.
De rostro atribulado y rodillas temblorosas, lentamente tres pasos a la salida retrocedió, antes de salir corriendo de la gruta, por donde llegó.
Cuesta abajo en el bosque sin rumbo se adentraba, por inhóspitas sendas y pedregosos terrenos que cuesta abajo, de vez en cuando resbalaba y entre ramas, arbustos y espinos blancos se agarraba, a su vez que escapar intentaba y entre más lejos llegaba era el canto de su voz, esa risa demoniaca que el viento a sus orejas susurraba. Pero cuando esta se volteaba o al cielo avizoraba, sólo veía a la nada.
Había visto demasiado; Sangre en las paredes, el cuerpo desnudo y desolladlo de Killian, el cadáver fresco de la campesina de Tard-ath, partes de hueso y costillas del torso abierto de quien mejor no quería ni saber. Y sin embargo todo eso no le turbó, sino que hubo algo en sus rasgos, en sus ojos que con tan sólo mirarlos el equilibrio perdió y con la diestra sobre la roca se desplomó, algo que a sus fuerzas apaciguó y supo que ya nada de lo que hiciere daría solución, el pesar y el infortunio.. la dama de la muerte, que sonriente observó...
Y sin embargo, resbaló. Tropezó y por empinadas laderas, dando giros entre el recodo atravesó y entre los montes, por la barranca a orillas del río ahí quedó. Pero aunque golpeada, no murió, sino que juntando los codos, con sus manos su cabeza protegió. Adolorida y todavía desorientada, para sacudirse la nieve de la tierra se levantó.
Alzó entones la mirada, la voz macabra se había ido y el espectro de la niebla desaparecido. Con algo de alivio, llegó a pensar que los había perdido. Por un rato, cercano a la ribera caminó y a tomar aire, en la madera por segundos su palma recargó o la espalda bajo un árbol, con las manos en las rodillas descansó.
Más fue bajar la vista y vislumbrar la cabeza de Juanjo atorada entre las enormes piedras del cauce del raudal, que ella por fin lo comprendió; De los pelos mojados lo jaló y su rostro descubrió. Ëinen arrodillada, de ese modo y conmocionada se acercó más a la figura remanente en el extinto fulgor de sus congelados ojos cafés, y fueron los llantos que tan amargos por sus orbes desbordaron y de su pecho le arrancaron.
Y al contemplarse de frente, en los abismos negros de esas ensanchadas pupilas. La cazadora sentía como por cada segundo su malestar crecía y la cordura disminuía. Y por más bella que era ella, como muchos a veces le decían. Nunca le habían gustado las facciones de su rostro; Aquella largueza y rigidez de su pronunciada mandíbula, esa pequeña nariz recta, pero sin ni un atisbo de elegancia o de dulzura sobre los labios delgados. Esos ojos dorados bajo unas cejas ahora doblegadas y una puntiaguda deformidad en la raíz de sus cabellos dibujada que le daba la peculiar forma de una hoja de tilo.
Y era el pesar de los recuerdos lo que en su mente remordió y como daga punzante estocó su corazón;
Una mueca de disgusto fue articulada en las facciones de Ëinen, que con molestia suspiró y de párpados el entrecejo frunció. La cabeza a uno de sus hombros con ligereza se ladeó.
―No os mováis tanto, querida. O podré haceros daño...- Y era la caricia de esas manos, así como el roce de las yemas de los dedos con el entrelazar de sus rubios cabellos. Tras la nunca este se hallaba. Y no hubo más que el chocar de sus cálidos alientos, junto con el hechizo en sus palabras; su voz era grave, pausada.. altiva y cautivante.
Y por más extraña o tierna escena que a cualquier otro le pareciese. Era el rotar de la mirada, así como el contemplar de su remanente figura borrosa en las ondas de la bandejilla con agua; alargado era su rostro, y castaños sus alisados mechones.
Y por más que lo evadía, allegarse más de una vez propuesto entre esas noches le había. No obstante, ella excusándose de su malherido estado, cortésmente su cuerpo rechazado. Y sin embargo, hubo una sola de las cosas que de Asmos nunca pudo negarse... que sus largos cabellos le peinase.
Sin estar muy segura de sus respuestas, encogiéndose de hombros aceptó. Y no fue más que el exhalar de sus labios trémulos, junto con el rozar de las uñas en el palpar con la espalda desnuda.
Le acomodó así con dulzura, tras la oreja, el largo de su fleco. Ëinen por su parte, se molestó. La cabeza movió y el pelo se alborotó.
El demonio con la cabeza negó y la seca risa en el suspiro soltó;
―¿Qué es lo que os pasa, querida? - le preguntó.
―Sabéis por qué no me gusta que se me vea la frente... – De frente fue así que lo vio. Y aunque un poco arisca, de vez en cuando mostraba atisbos de flaqueza, o inseguridad.
―Creedme, así os veis mejor – De nuevo el largo del flequillo acomodó. Y sonriente la miró ―En verdad os lo digo...- hizo entonces una pausa, al tiempo en que de los caireles, a los lados le tiraba. Optando por mejor acomodárselos hacia atrás en una trenza.―Además.. Yo no creo en estúpidas supersticiones..- Besó así la redondez de la izquierda mejilla...
Y a causa de la forma de la marca de su frente, o tal vez sobre populares creencias sobre la dudosa reputación que tenían los norteños de la frontera sobre las mujeres de Ailt-Yarrow, más al sur, de dónde se enfurece el Sír-Ësgal. Su suegra nunca la vio con buena espina, tachándola de libertina, promiscua y desvergonzada;
Todo esto debido a los deslices y arrebatos. Secretos amoríos en su soltería, y aunque amantes no le faltaron, no hubo varón dispuesto a casarse con ella. Tal fue el caso de Hakkon, con quien algunas veces en el pasado le conoció y amor puro le juró. Tonta ella, sus falsas promesas le creyó, sin saber que comprometido estaba y recién ya con Alanna se casaba.
Y como era de esperarse, este de Ëinen se burló y como una ramera la trató, quedando expuesta como una vulgar buscona. Pero aún consiente de todo esto, Juanjo la aceptó y la mano en casa de su padre le pidió. Para desposarla le dio su bendición.
El difunto padre, ignorante de los chismes en su casa con gusto la recibió, pero la madre se enfureció. Y grandes fueron los celos y la envidia de Hakkon, que con soberbia los miraba y de Juanjo en sus comentarios sutilmente se burlaba.
Y en los dos años de matrimonio, Ëinen gran estima, aprecio y ternura por su esposo desarrolló... Pero por más que lo intentó, nunca lo amó. Pues como un gran amigo y hermano siempre le vio.
Fue por este y otros motivos que con más de un hombre lo engañó. Y con la culpa mucho tiempo remordió. Pero a pesar de estar consiente de todo esto, Juanjo la amó; Había dejado de importarle con el tiempo con qué o cuántos hombres se iba, pues si de algo de consuelo le servía.. era la certeza de que tarde o temprano ella siempre a su lecho volvería..
Mil y un pensamientos pasaron a la vez por su cabeza. Primero de negación, luego de ira, injurias y la desolación. Así como el atisbo de las memorias, vestigios de ese rostro... Esa figura remanente en el entrecorte de su voz y la tristeza en sus lágrimas;
No obstante, y a pesar de haber compartido el mismo vigor y aspecto. Al verse perdida, sumergida en lo profundo del abismo en el brillo de sus ojos. Sí de una cosa por vez primera tuvo algo de certeza era que, al mirarle de frente... Nunca pudo hallar la calidez o ternura del muchachillo de los bosques, que una vez al verle bajo las hayas del Dúr, él perdido le sonrió. Sino que, por el contrario, era como si no le conociese.
Y en gran manera le lloró, porque gran culpa a ella pesó...
Mas al contemplar de reojo el opaco brillo de la empuñadura de su espada, supo lo que tenía que hacer...
Y entre la espesura de la niebla, el murmullo de las hojas al soplido de los vientos en el silencio sepulcral. Era la figura de Asmos que a paso lento por la fronda se paseaba y tan tranquilo deambulaba, a su vez que solitarios y misteriosos atajos él tomaba. Pero alerta sus sentidos siempre estaban.
Y cuando por el recodo doblaba y tras la vista de un árbol a la vuelta giraba. Fue el condensar de sus alientos, así como el achicar de sus pupilas en el girar de su mentón. Y no hubo más que el rozar de la cuchilla, así como el fisurar de su oreja y derecha mejilla. Y de no haber sido por el prodigio en su visión o la agudeza en el oír, sin duda le hubiese perforado la cuenca del ojo, mucho antes de que alguno supiese con certeza que lo mató. Este lo esquivó y su cabeza a un lado suavemente inclinó. La flecha de largo su curso pasó y a la nada llegó. No obstante, con profundo corte lo hirió.
El demonio brevemente azoró, y sin embargo al vislumbrar la mirada furtiva de la guerrera que tan llorosa, con el rostro enrojecido fijamente le observaba, el arco con firmeza empuñaba y en el ancla de su boca con nueva flecha, aún temblorosa le apuntaba. Era la cabeza de Juanjo que, de su costado, atado por los cabellos de la cintura le colgaba. Asmos cínicamente sonrío...
―Oh, cariño... – con palabras dulces de ella se burló. ― Maí rash. Maí allüe thilëh...
―Sgòthan geala...- Musitó. Y mientras con los brazos abiertos Asmos lentamente se acercaba y con soberbia desafiaba. Ella el blanco fijaba, a su vez que el paso, precavida retrasaba y las guardias reforzaba. ―¡No os acerquéis a mí! – Amenazaba. Eran lágrimas que en sus ojos inundaba. La criatura, por el contrario por completo la ignoraba;
―Ishtar boah maí beathe... - con sarcasmo le decía... Y sin embargo, cuando más confiado estaba y su abomiable presencia revelaba, y a ella atemorizaba. Fue el tambalear de las piernas, el arqueo de su espalda y el crujido de sus huesos. Un grito fue evocado de sus labios y la sangre goteó por la punta de sus manos... Ëinen le había cortado los tendones del hombro izquierdo.
―¡APARTAOS, DEMONIO! - le insultaba ―¡El primero fue una advertencia, el segundo irá a vuestro corazón y mi espada os atravesara la cabeza que pasearé por galardón! – Arrogante decretaba. Sin embargo, era la ira vesánica que en la criatura despertaba.
De un salto sobre ella se abalanzó, y de un rotundo manotazo arco y flecha destruyó, y cómo ráfaga de vientos desvió. Y no hubo más que el miedo, la sorpresa y el estupor, pues en tan sólo un pestañeo del arma trizas quedó.
―¿Realmente deseáis verle...Banffenid? – Y era el cambio en el tono de su voz, así como el rasgar de sus ropas y la paulatina decoloración de sus cabellos... - la mujer pasmada sólo contempló como el centello, el odio resplandeciente en el amatista de sus ojos entonces emergió... ―¡EMPUDAD VUESTRA ESPADA! - vociferó.
Ella de ese modo retrocedió y el sable velozmente desenfundó. Con ambas manos, decidida el mango empuñó y con gran fuerza lo apretó. El filo hacia adelante para establecer distancia levantó.
Y fue el aire que sopló y sus trenzas descubrió; Y no hubo más que la hermosura del adorno de sus rasgos, así como la bravura en su mirada. Yoilarash fue como Asmos en sus adentros la nombró, pues tal era la belleza de Ëinen...
Pero no hubo más que el retumbo de aquellos desgarradores alaridos que bajo el cielo, por todo el campo hasta los pueblos se escucharon...
Mas fue el temor, el llanto y la repulsión de los aldeanos, campesinos y cazadores al ser testigos del horror. Y se dijo entre todos que Juanjo la mató...
Y por más que a ellos sorprendiese, no el hecho de que ella nunca saliese de su casa sin su espada. Sino por el hecho de que la hoja de esta limpia, tirada a un lado se encontró...
No obstante, un enturbiado Hakkon en silencio al cuerpo muerto sus rodillas como ausente desplomó y el cadáver descuartizado irreconocible quedó. Sólo sangre, como una mancha en la nieve entre vísceras regadas de su torso abierto ella quedó. Y mirando al firmamento amargos lamentos, maldiciones lanzó y a los vientos méirleach orp le llamó..
Para este punto, un buen rato había pasado y Asmos ya estaba lejos, en dirección al suroeste, rumbo a Hallastatt.
Sin embargo, fue al vislumbrar entre lo alto de las montañas algo que por extraño que le pareciese, tan invisible que le llamó la atención, el resonar de un eco silenciosos que, de algún modo, al ojearle una última mirada al decadente recuerdo del joven Juanjo, cuya cabeza sobre la suya de los pelos alzaba... Sin palabras entonces se quedó y su sangre le heló.
Y no fue más que el revoloteo de las parvadas, aves negras que sobre las copas huían todas de un punto en la nada como espantadas.... Y que hasta al demonio mismo estremeció, no obstante, su camino siguió y el cráneo de Juanjo por la cuesta arrojó. Esta se golpeó y entre las rocas rodó, un ojo se le cayó y la cara se aplastó...
Y tan sólo fue el canto de los cuervos...
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NOTAS DE AUTOR;
-No es de extrañarse en la antigüedad, en especial en la edad media el nivel de analfabetismo era muy grande, pues se decía que sólo un 5-15% de la población sabía leer y escribir. (la mayoría nombles o burgueses).
-Hice cierta referencia a Arien, la dama del sol. La guardiana de la barca de Anar. Es algo así como la Ëos de la mitología tolkiana, la encarnación de la belleza del amanecer.
-también hago referencia a la popular creencia en la antigüedad a cerca del pico de viuda, una deformidad en el cuero cabelludo, similar de cierto modo a un adorno de pico que se le ponía a las mujeres viudad de clase alta, de esta manera se pensaba que las mujeres que nacían con esta deformidad estaban maldecidad a sufrir una viudéz prematura.
-Hallastatt. Es el nombre de una región en europa central que vio todo su esplendor en la edad del bronce, de la que actualmente sólo quedan ruinas arqueológicas.
-Ailt-Yarrow son palabras que en la antigua lengua gala significan "Camino de flores".
-Yarrow era el nombre de una flor que s eusaba para la preparación de cerveza.
-las palabras que dijo Ëinien " Sgòthan geala...". Son en escocés y su traducción al españón significa "Maldito bastardo"
-LAs frases que dijo Asmos se traducen; Maí rash. Maí allüe thilëh = "Mi reina. Mi lucero del alba".
Ishtar boah maí beathe..= Luna de mi vida. y ambas son el el lenguaje demoniaco.
Yoilarash es un nombre/acrónimo en la lengua de los demonios que significa "el hijo o la hija del sol".
- méirleach orp en escocés significa "El ladrón de cuerpos"
-Saben cuánto me gusta hacer referencias y homenajes a Eowyn, la mujer guerrera del señor de los anillos. Y este capítulo no fue la excepción. Aunque debo admitir que tuve cierta influencia del mito de Edipo.
-Está más que claro mi gusto por la cultura de los celtas. Me gusta mucho la cultura de los reinos los celtas y aunque no lo crean, los celtas tanto en sus relatos como en su mitología tiene muchas mujeres guerreras. Una cultura muy peculiar, y que incluso sorprendió a los conquistadores romanos. Los celtas tenían la particularidad de no creer en la desigualdad de sexos, las mujeres tenían mismos derechos y privilegios que los hombres, de hecho ellas luchaban junto a sus maridos y sus hijos en el campo de batalla.(Como dije antes).
A las mujeres que acompañaban a los soldados para luchar en la guerra se les decía "bannfenid", eran mujeres guerreras que como dije antes, luchaban junto a sus maridos y sus hijos en el campo de batalla, armadas con antorchas, lanzas y escudos. De hecho también las mujeres viudas, cuando su esposo moría en batalla tenía la obligación, el deber y la responsabilidad de reemplazarlo en las filas. Ellas premerían morir con honor en batalla antes que ser tomadas por esclavas y/o violadas por el ejército enemigo. algo que sorprendió a los conquistadores fue el valor y la fuerza de las mujeres celtas; Según la Ley de Brehon, las mujeres celtas podían ejercer muchas profesiones, incluso abogado o juez, como Brigh, una famosa mujer-brehon. Tenían derecho de sucesión, podían heredar propiedades y seguiría siendo propietaria de cualquier bien que aportara al matrimonio. Si el matrimonio se disolvía, no solo se llevaba sus propiedades sino cualquier cosa que su marido le hubiera dado durante los años de casados. Tanto la mujer como el hombre tenían el derecho a pedir el divorcio. (de hecho de los celtas fue donde se cree que se inventó el divorcio).
El historiador Amiano Marcelino, militar romano de origen griego, (330-395 después de Cristo), expresa en sus cartas cuando viajó a la galia (terrotorio de los reinos celtas) a cerca de lo que le sorprendió de las mujeres; "El cuello hinchado, los dientes rechinantes y blandiendo los enormes brazos cetrinos..., daba puñetazos a la par que patadas, como si fueran los proyectiles de una catapulta". "Una patrulla entera de extranjeros, no podría resistir el ataque de un sólo galo, si este se hiciera acompañar y ayudar por su esposa. Estas mujeres son, generalmente, fortísimas, tienen los ojos azules, y cuando se encolerizan hacen rechinar los dientes, y moviendo los fuertes y blancos brazos comienzan a propinar formidables puñetazos, acompañados de terribles patadas".
El mismísimo emperador Julio César mencionó en sus cartas (y vaya que Julio César fue vencido más de una vez por la Reina Boudicea cuando luchó contra sus ejércitos en las guerras); "Una hembra celta iracunda es una fuerza peligrosa a la que hay que temer, ya que no es raro que luchen a la par de sus hombres, y a veces mejor que ellos."
No hay nada más dulce y más fiero que una mujer celta. (o eso es lo que ellos mismos decían).
Abreviatura de Astharoth (En su versión masculina) y Ashtarté en su versión femenina. Deidad fenicia atribuida a la luna. También representada cómo otra entidad relacionada con "La lujuria", debido a su belleza y la degeneración sexual que acarreaba el culto a las vírgenes. Una forma de explicar el fetichismo insano por "la pureza"
Otro de los títulos a la diosa Briggith y coincidentemente con Arien.
Son palabras que traducidas en el Gaélico antiguo significan "Camino de flores"
Palabras traducidas del lenguaje demoniaco que significan; "Mi lucero del alba".
"Maldito bastardo" en idioma Escocés.
"Luna de mi vida.." Traducción más cercana del lenguaje demoniaco de Allëh Azhot
Título que se le otorgaba a las mujeres guerreras que luchaban junto a sus maridos, hermanos e hijos en el campo de batalla, a menudo armadas con antorchas, escudos y lanzas en los reinos celtas.
"Ladrón de cuerpos" en escocés
Nombre de una región en Europa Central que vio todo su esplendor en la edad media del Bronce, de la que actualmente sólo quedan ruinas)
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