Capitulo 5. Destinos Entrelazado, parte cuatro. Crueles Revelaciones


Crueles Revelaciones.

Y dos días siguientes con lentitud habían transcurrido desde el crudo despertar en la más turbia de las noches en los andares de Coil Beirbheine, cuando por la puerta, y como por vez primera su rostro maldiciente había visto emerger de entre la cellisca, y el crujir de las ramas, así como la furia de tan impetuoso vendaval su maldito nombre anunciase, mas no había sido el viento, sino el fuego mismo.

Y pasó así la noche y llegó la mañana.

Cuando la bruja Tamar desde muy temprano se había levantado para sus labores de recolección de raíces, semillas o frutos, o simples materiales para determinada utilidad, acudió al establo, dió de comer a las gallinas, agua al caballo o un sutil vistazo al estado del hombre que yacía tendido, agonizante en lo que podría haber sido su lecho de muerte.

Así era y así había sido para ella, por largos ratos a solas lo dejaba, y aún luego de que éste el juicio recobrase, para otra de sus largas travesías; gallarda en lo profundo del bosque se adentraba, por solitarios caminos y sendas silenciosas. Y el fulgor de la luna menguante aún gobernaba sobre el firmamento, la lumbrera de su tiempo, poco antes del retorno del alba.

Aconteció pues, que cuando la presencia de Belenus nuevamente se alzaba sobre el cielo, y la belleza de Arianhrood daba luz a los hijos de Lugh, Tamar arribaba de vuelta a su hogar, mas las pisadas, así como el galope de la bestia y el sutil eco de su voz que entre la nieve sin mesura resonaban, y las hojas mecidas por los vientos, entre los olmos, las hayas y plateados abetos que al asomarse fueron revelados.

Tan larguirucho como ella, de encorvada postura y deslucidas vestiduras. De espaldas yacía, quieto frente al umbral de su puerta, esperaba hallar respuesta de la señora; para su sorpresa, fue la aspereza de su voz, así como la firmeza y sagacidad de su entonación que por un instante, tal y como los vientos septentrionales sus huesos calaron y de inmediato la vista giró.

Se encontró de frente con la escuálida figura de rostro inexpresivo y raída la tela de su saya, emerger de entre los arbustos;

―¿Qué es lo que buscáis aquí? – había inquirido ella, que sin moverse a la distancia le miraba. Éste sin embargo, rápidamente su cabeza descubrió, revelando consigo los ojos cansados de un rostro consumido tanto por el trabajo, como por el frío que la bruja reconoció muy bien;

―Tamar...- entonces la nombró.

―Oh, sois vos... –Suspiró ella para sí. En cuando a él, ni siquiera se movió, sino que sus piernas permanecieron quietas, como si aquella inquisitoria mirada de la mujer por un instante le hubiera congelado el alma,... y calló. ―¿Y bien? -interrogó.

―Vengo en busca de vuestra ayuda. - Y aunque vacilante fuesen al principio sus palabras y tímida su entrecortada voz, ante tan inesperada sorpresa, él rápidamente recuperó la calma y el aliento.

Se es bien sabido que era peligroso que alguien entrase sin permiso a la casa de alguien cuando ésta se encontraba sola, pero lo era más si este era el nudo de alguien que practica las artes obscuras, por lo que era siempre prudente abstenerse de ofenderlos, a no ser que deseáis que os lance un hechizo o conjure algún maleficio.

―¿Qué es lo que queréis? – No obstante, distante se mantuvo.

―Algo que pueda servir de protección, mi señora - contestó.

Alzó sus cejas, así como una mueca de escepticismo se dibujó en las facciones de la fémina, pues el oficio le había enseñado a no fiarse de nadie, por más conocido que fuese, y sobre todo si se trataba de alguien como él, y sin embargo se mostraba insistente, desesperado y casi suplicante a su presencia.

―¿Nadie os acompaña?

―Sabéis que ninguno, mi señora..-respondió sin más.

―Entrad..- y a pesar de ello, hizo un espacio en su puerta, admitiéndole así la entrada a su humilde morada; sin embargo, sólo hasta el marco de la entrada le había sido permitido pasar. ―¿Qué es lo que realmente queréis de mí? ¿Por qué habéis venido, Adrian? -interrogó Tamar.

― Y en verdad os digo, Tamar, que no vendría ante vos si no tuviese otra opción..- Y franco como siempre, directo era, aunque carente de tacto a la hora de hablar, atributos que yacían inherentes a él con el pasar de los años, y que tal vez para la bruja muchas veces tuvo que cargar con el peso de su sinceridad, pero al menos con la certeza de que algo podía tener.

―¿Pues qué clase de protección necesitáis? – Y más que simple curiosidad, era la extrañeza en su mirar, así como la perplejidad ante tan inesperada visita de aquél hombre, y a juzgar por la seriedad de sus palabras, parecía que lo que lo acomplejaba requería de algo bastante poderoso, o de una magia más obscura.

―Protección contra el mal - hizo una pausa ―Algo que pueda servir para evitar que no se contrarresten los maleficios.

―No me interesa...- respondió secamente la bruja. Y frunció el ceño, con el evidente disgusto en su mirar, por un instante en sus endurecidas facciones; le era inevitable no sentirse ofendida ante el comentario del invitado.

―¡Pero mujer!– replicaba, insistente.

―He dicho que no, Adrian - sentenció.― Bien conocéis mi trabajo, puedo daros un maleficio para eliminar a quien odiéis, para encadenar, sellar y liberar las almas. Mi fuego arrasa, mi fuego quema y purifica, No desperdiciará su tiempo y energías en algo tan ...- y para ella no había sido más que ello, una broma de mal gusto. ―Largaos ahora de aquí, Id de vuelta a vuestra aldea y decirle a vuestra curandera que os dé lo que pedís... y no volváis a apareceros por aquí..

―¡Vengo con vos porque sois ahora la única que puede hacerlo! – La brusquedad de su voz, así como el énfasis de sus palabras sorprendieron a la bruja, la cual ya le había dado la espalda y súbitamente su mirada había vuelto contra él ―¡Está muerta, Tamar! -hizo una pausa, y una vez captada su atención éste redujo su tono de voz.―La mataron.

Hacía tan sólo cinco días desde que en lo profundo del bosque una hermosa doncella había sido hallada agonizante, moribunda sobre la nieve; envuelta en sangre, desnuda se arrastraba entre la maleza.

Fue así como, herida y brutalmente mutilada, entre cinco personas fue llevada al pueblo y puesta a cargo de Arwen, curadora. Falleciente, suplicaba, viendo dejar este mundo, y así como si viese el siguiente, parecía delirante. Y sin embargo, a pesar de que en principio pronosticó que no dudaría más allá de la puesta del sol, ella vivió.

Y permaneció con vida por tres días más, en los que muy a su pesar, durante sus ratos de plena lucidez contó la manera en la que había sido atacada por tan despiadada criatura, que más que un hechicero, era un demonio, pues sólo un demonio sería capaz de cometer abominables actos y dormir tan tranquilo por las noches, el cual no conforme con reducirla a tal penoso estado, también la había violado.

Y no fue hasta emerger el alba cuando el horror se apoderó de todos los allí presentes; Siendo hallados los despedazados cuerpos de la curadora y su hijo, sus entrañas fueron regadas en el lecho; el cuerpo de la dama había desaparecido y no fue posible hallar pista de su rastro. Y a Juzgar por la forma en que sus cosas se encontraban, era como si buscasen algo o hubiesen saqueado algunas de sus provisiones.

―Dicen los caballeros que tal vez fueron ladrones, otros, en cambio, hablan de que pudieron ser los lobos – prosiguió aquél hombre ―Pero yo sé que fue el mismo malnacido, o tal vez el demonio esbirro de ese hechicero cruel que provocó la revuelta en Turoth - calló para recobrar el aliento – Yo lo sé, porque ella nos lo dijo de su propia boca antes de morir.

―Esto es inaudito ... - habló para sí misma, horrorizada. Contrajo sus rasgos, y había zozobra en su mirar por esos instantes fue en ella apreciable, y aunque taciturna como siempre, no pudo evitar inmutarse ante aquello que turbó su corazón ―¿No habréis pensado en mí? –Insinuó, recelosa. No obstante, rápidamente recobró la compostura, y más que simple espanto era cierta manía que de ella se apoderó, pues más que de los otros, temía que fuesen por ella.

―Hasta yo sé que ni siquiera vos hubieseis sido capaz de algo así de cruel. Además... ella mencionó a un hechicero varón. – comentó.

―Ya veo...- Para este punto la bruja ya se había dado la vuelta en dirección a la cocina. Puso el canasto sobre la mesa, al tiempo que botaba tan sólo a un lado el cargamento de ramas que traía atado a su espalda ―Venid aquí, acercaos a mí ..-ordenaba Tamar, en tanto desataba los nudos de su capa. ―Bien me conocéis, Adrian. Como también sabéis que todo en esta vida tiene un precio..

―Lo he sabido desde siempre -contestó él ―En mi carreta he traído para vos un cántaro de leche, mi señora.

―¿Sólo eso? -inquirió la fémina. Con sorna en sus palabras, así como cierto retintineo en su entonación, gestos que de gran manera le eran del todo desagradables, como también desconcertantes.

―¡Ablandaos un poco, mujer! - exclamó – Hacedlo al menos por Ërwin. – Y aún después de tantos años, no había podido ser capaz de comprender lo que él había visto en ella.

―¡Basta! –Y aunque por un momento la nostalgia vino a ella, así como los recuerdos de la bruma y del dolor, junto con una ira al mencionar su nombre, pues a pesar de los años no había dejado de quererle y por mucho tiempo le lloró en sus adentros. Un profundo suspiro escapó de sus labios ―Esta será la única excepción, ¿de acuerdo?

Tomó un trozo de cuarzo, que ató a las fibras del mechón de crin de un caballo; con cuidado lo envolvió, junto con tres dientes de ajo y algunas cuantas hojas de muérdago y flores secas de laurel. Rebuscando entre sus cosas halló un colmillo de lobo y pelo de siervo, últimos y más vitales ingredientes para la hechura del amuleto. Con las palmas abiertas ante las llamas se postró.

Por un instante titubeó, pensó qué canción sería mejor cantar, pero cuando por fin lo decidió, los brazos acercó y a la lumbre recitó un hermoso verso a los espíritus, a Dagda, a Esus y a Brigit. Un rezo, un cántico a los dioses. Y las sombra de las flamas bailaban sobre su piel, cobijándola en su calor.

Y una vez concluido el conjuro, entregó el amuleto a quien ahora sería su portador, sin embargo antes de marcharse en voz baja le advirtió:

Lo colgaréis junto al dintel de la puerta de vuestro hogar, la cual marcaréis con un Triskel, y el mal a vuestra casa no entrará - continuó―Pero si apagareis las velas blancas del anochecer o si este fuese apartado de su luz, huid con vuestra alma de prisa por el Dain, rumbo a Briga-Bile, ahí encontraréis refugio hasta el amanecer. No debéis mirar atrás, pues no habrá hechizo, canto a rezo que pueda hacer por vos..

Fue así como, una vez que él se había retirado, al cerrar la puerta ella se encontró nuevamente sola, y no hubo más que el crujir de las ramas, que bajo el cálido murmullo de las llamas fueron audibles entre la bruma y el silencio sepulcral.

Mas de sus labios no fue emitida palabra alguna, sino que permanecieron mudos. Reflexionaba muy en sus adentros sobre los hechos, así como en lo que le había dicho el campesino; y más que angustiada, era la añoranza, el pesar y los recuerdos. Sentimientos encontrados y a la vez discrepantes en su corazón, que afloraron con la muerte de su vieja enemiga.

Pues aunque por muchos años hubiese sido para ella la antítesis tanto en ideologías como en magia, le había cogido cierto aprecio, como quien sabe reconocer a un fiero rival. Y sin embargo, entre el vacío y el desconcierto, fue la prevaleciente incertidumbre que intempestiva la invadió.

―¿Pero quién osaría matar a un curandero? – había sido la pregunta que con anterioridad le habia hecho a Adrian. Le era bastante extraño que no sólo la hubiesen matado a ella, sino tambien a su hijo mientras ellos dormían, si su objetivo principal era la otra. Para suerte o infortunio no había sido así.

Tomó su báculo y se colocó la capa que había dejado a un lado colgada. Se dispuso así volver a salir, y no regresó hasta poco antes del anochecer; y mientras caminaba por los solitarios parajes aledaños a Thuroth, se mantenía siempre absorta en sus profundos pensamientos, tratando de sobreponerse ante sus propios designios; teniendo siempre presente las palabras de tan peculiar inquilino acerca del misterioso demonio, que aunque poco le hablaba de aquél día, entretejía los hilos; mil y una deducciones eran planteadas en los rincones de su mente, así como de las condiciones en que éste había sido encontrado.

Andaba por frondosas sendas y estrechos caminos, por atajos para llegar de prisa a su hogar. El soplar de los vientos del norte anunciaban el retorno del ocaso; fue el eco, el graznido de los cuervos retumbaron entre el sigilo de la niebla. Abrupta, se detuvo.

Altivo y majestuoso; de pequeño cuello, pero tan grande que podría haber sido confundido con un halcón, revestido con los velos de la obscuridad; y al presenciar sus negras pupilas que desde lo alto desafiantes se clavaban sobre ella, como una flecha que traspasaba sin perdón a su enemigo.

Y era el calar de sus huesos, así como el agitar de su respiración. Una punzada estremeció su corazón y pudo sentir cómo su garganta se cortó, su lengua era rota y el sudor frío empapaba su palidecida piel, y poco le faltaba para estar muerta. No se movió ni articuló gesto alguno, y su estremecimiento hubiera sido tan sólo apenas mayor de haber sido mirada por el diablo.

Y pudo entenderlo:

Dio media vuelta; apresuró sus pasos, que aunque vacilantes, entre la niebla se perdían, destinada a volver por donde vino, y siguió así, doblando por los largos caminos e inhóspitos terrenos.

Y cuando la bruma de la noche se hizo presente, abatidos sus ojos fueron puestos sobre los tenues fulgores de la luna menguante que tímida su mirada había asomado entre las nubes del firmamento, pues no faltaba mucho para la luna nueva. Tamar ya había llegado a su casa. Y en la lejanía vislumbró el humo de la chimenea, y el pálido destello de los ventanos de su hogar.

De rostro extenuado y pasos presurosos, con cautela se acercaba, pues había temido en un principio que se tratase de la presencia de algún intruso; empujó la puerta que daba a su cocina, se encontró lumbre en el brasero cuyo calor estaba por extinguirse. Alguien había calentado la sopa que había colgado del fogón.

Su vista se desvió al desastre que yacía sobre la mesa, así como el contenido del cántaro, medio vacío tan sólo a un lado, de igual modo algunos frascos tirados o que habían sido abiertos. Y al tiempo en que se paseaba por la sala, iluminada por la luz de una vela, había tomado un cuchillo de cocina. Con sigilo se adentraba, preparada para lo peor.

No halló ni rastro de quien había sido el intruso en su morada, y sin embargo bajo el pálido resplandor de la pequeña vela le fue posible distinguir bajo el peso de las sombras un trozo de tela ensangrentada que yacía tirada justo bajo sus pies.

―Ese sujeto..- murmuró para sus adentros. Frunció las cejas, una mueca de hartazgo se dibujó en sus alargadas facciones y un suspiro, un tanto de alivio como de cierto disgusto y decepción.

Subió las escaleras, y mientras avanzaba por el pasillo pudo escuchar el leve bramar de los quejidos, así como el de su entrecortada respiración, que se habían vuelto más evidentes conforme su paso aproximaba a la habitación.

No le sorprendía en lo absoluto oírlos de parte de alguien como él, luego de haber estado con él los últimos cinco días; repetidas las veces en las que parecía sobresaltarse a causa del terror nocturno que a éste aquejaba. Se había vuelto usual escuchar por las noches desde su jergón el ligero golpeteo de la madera cuando él trataba de ponerse de pie, incapaz de conciliar el sueño. De vez en cuando le oía al asomar su vista por la puerta o inmerso en sus delirios sollozante conjurar en voz baja versos de la más bella canción a los reinos del oeste, entrecortados, ya fuese por el frío o el dolor:

Dulce tierra de Ëire cantada con misterio,
Y conjuro de gran conocimiento,
La gran ciencia de las esposas de Bres
Las esposas de Bres de Buaigne
Pero a la inmortal diosa Ëire,
Eremon la ha enamorado.
Yo, Amergin, la invoco.
Invoco a la dulce tierra de Ëire.

No obstante, lanzaba guturales alaridos, similares al gruñido de una bestia. Incompresibles farfullos los que por un instante la hicieron azorar. Empuño con fuerza su cuchillo.

Y al empujar la puerta, pudo verle, tendido y agonizante; sumido entre el dolor y la inconciencia tiritante sobre su lecho. Y sin embargo, con violencia se retorcía, luchaba y con vehemencia se resistía. Brotaba la sangre, incontenibles resbalaban las lágrimas y con desespero jadeaba, pues grande era el peso de su tormento.

Era aquél penetrante olor a azufre, entremezclado con el tufo de la sangre y el sudor, daban forma al hedor nauseabundo que impregnaba toda la habitación.

Y bajo el tenue resplandor de la única vela le fueron revelados los secretos que acechan entre la densa obscuridad. Y más que la sangre, era la misteriosa sustancia que emergía de sus reabiertas heridas. Negrura escapaba de sus ojos, de sus labios ...de sus poros. Y como si tuviese voluntad propia, daba forma a pequeñas escamas y afiladas protuberancias.

Contraía sus pupilas, y así el horror resplandecía en su mirada. Un ruido sordo escapó de su garganta. Su alma se turbó y temerosa retrocedió. No huyó, sino que una vez confirmadas sus sospechas, a él volvió y en alto levantó el filo de su arma, pues bien sabía lo que tenía que hacer.

De una zancada velozmente se acercó; con la diestra empuñaba con firmeza el mango del cuchillo, mientras que su zurda sostenía fuerte la vela con la mira puesta en su cabeza.

El gotear la cera un feroz bramido se hizo presente, seguido del ruido opaco del metal contra el suelo. Un grito impetuoso fue arrancado, de la lengua de Tamar, y no hubo más que inmensa obscuridad.

De un abrupto sobresalto apartó el filo del cuchillo, y a causa de tremendo manotazo, con inusual fuerza de un simple empujón la tiró.

Con cautela de espaldas retrocedía, con mutismo, bruma y estupor en la consternación de su mirar. Le brotaron las lágrimas, calaban sus huesos por completo al contemplar aquellos ojos vacíos que en silencio le observaron en la absoluta oscuridad, que ansiosos con furia se abalanzaron sobre ella.

Y sin embargo, tratando de alejarse, rápidamente a la derecha extendió su brazo con afán de alcanzar el cuchillo. Y no fue sentir su peso giró, así como el cálido aliento de la criatura cerca de su rostro, por un momento ella livideció. Con fiereza luchaba. Y fue rasgar de sus ropas, levantó la zurda que por instinto bloqueó lo que pudo haber sido dirigida a su cara.

Resonaron desgarradores alaridos, que se fundieron con los rugidos de la bestia. Con gran esfuerzo se arrastraba, al tiempo que a sus dedos a ciegas por el suelo con desespero danzaban, tratando de sentir la proximidad del arma.

Cogió el mango del cuchillo y con firmeza atestó contra su enemigo, contra el que apenas resistía, pues aunque herido grande seguía siendo su fuerza. Debido a la posición y al alcance de su brazo, poco pudo para por fin matarle. Pero sí en el hombro apuñalarle, dándole valiosos segundos, suficientes para empujarle y con la punta de la vela le quemó un ojo, que aunque ésta se apagase, todavía conservaba suficiente calor para dañarle.

Consiguió de ese modo apartarlo de su lado, para luego arrastrarse, y con mucho esfuerzo reincorporarse para salir corriendo, no sin antes en afán por ganar algo de tiempo se aseguró de cerrar la puerta.

Siguió por el estrecho pasillo. Y no hubo más que el estruendo, así como el crujir de la madera los que por esos instantes apremiaron el paso de la bruja, aunque intranquila, sin mirar atrás.

Ágilmente entre las sombras se movía. Y cuando más lejos llegaba y poco le faltaba para alcanzar el borde de las escaleras, tiró de su hombro derecho, así como el filo de sus garras se enterraron bajo el telar de su vestido. Era el erizar de su piel al sentir el agitar de su respiración, y entonces de soslayo pudo verle. Salvaje, furioso, ansioso, sediento.. Monstruoso. Había dejado de ser un hombre.

Vigorosa, de un sobresalto contra él se volvió; dio comienzo un brusco forcejeo, y decidida de un codazo con su izquierda lo apartó. Sin embargo, él con violencia la arrojó y la bruja tropezó, y se aferró a su brazo, llevándoselo consigo en caída por las escaleras.

Y aunque mareada y adolorida, por el peso de la criatura pudo amortiguar tan estrepitosa caída y quedo tumbada en el suelo sobre él con la cabeza hundida sobre su pecho.

Rápidamente, y apenas ambos de nuevo fueron conscientes de la situación, dieron comienzo a otra disputa; Tamar con los brazos se impulsaba buscando levantarse, a su vez él lanzaba fieros zarpazos y con firmeza la jalaba de sus ropas.

Un certero golpe de la dama al tabique nasal consiguió por un momento desorientar a la bestia, y logró por fin apartarse; se arrastró dando un segundo la espalda a su enemigo para cobrar impulso con la izquierda, extendiendo las extremidades inferiores. Y sin embargo.. apenas recobró el equilibrio para pararse, el tirar de su pierna lo que por un instante la hizo vacilar, pero se mantuvo en pie. Y fue un segundo golpe a la cara con la punta de su bota, lo que lo obligó a soltarla.

Corrió en dirección a la cocina, cuando de pronto sintió sobre sí el peso del espectro que se había abalanzado sobre ella para atacarla, y azotarla contra la mesa que se rompió contra el suelo, derramando el contenido de los frascos y todo lo que se hallaba encima.

Y a pesar de su dolor y la gravedad de sus heridas, no se detendría hasta haber tomado la vida de su presa. No obstante, a la vida se aferraba, dando golpes y ciegos manotazos tratando de alejarle, entre mordidas, rasguños y violentos empujones.

Y cuando ofuscada veía de cerca la cara de la muerte y el demonio nuevamente con saña sobre ella se alzaba para asesinarla; y no fue sino al contemplar los demacrados rasgos de la bruja, cuya blandengue figura yacía sobre el suelo, y aunque flaqueaban sus fuerzas, con un codo se apoyaba en vanos esfuerzos por arrastrarse. Los párpados había apretado, sabiendo lo que venía..

―No..- era la tristeza, así como la bruma y el pesar de los recuerdos, la imagen distante de su rostro recurrente a su memoria que evocaron la melancolía que en sus ojos se hizo presente.. y entonces que Walter titubeó..―No.. - Y era bajo el pálido fuego aún ardiente entre la leña del fogón le fue posible apreciar el retraer de algunas de sus escamas, tal como si el reflejo de las flamas hubiese espantado al espectro. ―¡No! - vociferó. Y sin embargo prevalecía el dolor, al tiempo que con rapidez se llevaba las manos a la cabeza en señal de descontrol y de locura, arrancando partes de aquella misteriosa membrana que invadía su cara, parte de sus labios, mejillas y costras, dejando expuesto el tejido muscular, que rápidamente volvía a ser envuelto en las escamas. ―¡A ella no! - Todo aquello era reflejado en las negras pupilas de la bruja desconcertada. Y entonces lo entendió; con fiereza luchaba, se estaba resistiendo a la posesión.

Y no obstante, el demonio la venció; volviendo a tomar control sobre él, y vesánico sobre ella se arrojó. Para este punto, la bruja ya había retrocedido, aprovechando aquél preciado segundo para coger un frasco que yacía entre los restos en el suelo.

Y cuando este se le vino encima, fue el impregnar del contenido de la poción, que fue arrojado sin cuidado a los blancos ojos de la bestia, seguido de una fuerte patada ascendente a su entrepierna, lo que le permitió cegarlo y momentáneamente debilitarlo.

Esto le brindó tiempo suficiente para hacer uso de su magia, invocando un terrible conjuro, avivando las flamas, despertando a los espíritus del fuego.

El fulgor de las llamas, así como la belleza de sus cantares apaciguaron la ira del demonio, el cual deslumbrado por la melodía de su voz, poco a poco a ella se entregó y sus fuerzas gradualmente menguaron, dejando adormecerse por los halos de su canto.

Fue así como se desplomó, dejando en su lugar a un atormentado y herido Walter que yacía sollozante de rodillas sobre el suelo; Y por más gruesas y prominentes que hubiesen sido sus escamas, éstas poco a poco disminuían, creando consigo nuevas heridas en su cuerpo al tiempo que otras más fueron curadas.

Gran pesar le resultaba moverse, su espalda enderezó y arrastró un brazo hacia delante, en un intento por reincorporarse y avanzar.

―No.. – dijo Tamar. De humedecidos párpados y manos temblorosas había estrellado contra el suelo el pequeño recipiente, usando el filo de este para amenazarle ―¡No se os ocurra acercaros a mí! -advirtió, al tiempo que con vehemencia temerosa retrocedía un poco más a las paredes.

Era la firmeza de su voz, así como la ferocidad que muy a pesar de la consternación se mantuvo siempre latente en el brillo de su mirar. Y mientras más pegada su espalda estuvo a las esquinas, había conseguido alcanzar su tan preciado báculo que allí dejó descansando, al tiempo que con él lentamente se apoyaba para reincorporarse. Y una vez lo tuvo en mano, con apuro dio la vuelta a la punta de su arma en dirección al hombre que yacía frente a ella;

―¡Vos! - exclamó ella.

―¿Eh?... – Desorientado, titubeaba a punto de desmayarse. Levantó levemente la mirada, así como el instintivo retrasar de su columna al tener cerca el filo de la madera apuntando en el medio de sus ojos cansados, pero aún fervientes.

―Ahora vais a darme de esto una explicación, y más os vale decirme la verdad...- Advirtió la bruja. Difuso reflejo danzante de las llamas resplandecía en el fervor de su mirada; Desafiante, impetuosa.. Ardiente.

Y bajo el calor de las brasas incandescentes era consumido otro leño entero. El canto de la mañana se filtraba por aquellos empañados ventanales al alcázar de la pequeña fortaleza Kinimara, más al noreste de Bryn towel.

Una bella mujer de largos cabellos y finos vestidos de guerra yacíade pie en lo alto contra el pedernal, tras de si dos de los más fieles miembros de su séquito, así como de su marido, cuya vista por un momento distrajo a la lumbrera del hogar. De ceño fruncido y brazos cruzados veía de reojo al hombre que yacía en el centro de los aposentos.

―¡Y he aquí! – continuó el joven Aldair. Y bajo la luz mortecina que colgaba del candelabro se hallaba él; de afilada barbilla y remarcada mandíbula, obscuros sus ojos y castaños sus cortos y desordenados mechones que caían por encima de las cejas. ―¡Miradle! – indicaba a todos los presentes ―¡El asesino de doncellas! - Exaltado vociferaba, al tiempo que revelaba con su mano alzadala imagen retratada sobre el cuero del desenvuelto pergamino. Y por más escuálida que pareciese su figura o blandengue el agarre de su empuñadura, firme era su voz y franco al honor de su juramento. ―¡Ultrajador de la casa de Offa! ¡Enemigo del reino y de su majestad, la reina! – había llegado hacía poco más de dos días, en compañía de un pequeño escuadrón de cinco miembros, tres de ellos de la guardia real, exponiendo consigo documentos sellados y firmados en nombre del señor de una de las más importantes casas del sur de Gales. Solicitando con urgencia audiencia con Mylady, honorable jueza de Äirne Benn, quien para su disgusto se vio forzada a volver en medio de su partida de caza, para atenderlos.

Farfullo de voces en medio del fiero sobresalto de la enardecida muchedumbre a la vez hablaba y en voz baja murmuraba.

―¡Ha sido él! - exclamó uno de ellos ―¡Él mató a la curadora!

―¡Es brujo! – interrumpió una encolerizada mujer.

―¡La doncella nos lo dijo! – y entre aquél tumulto se encontraba Adrián, quien se adelantaba entre el gentío a base de empujones y codazos que daba como devolvía ―¡No sólo la violó, sino también la mató! – y entre los gritos y las habladurías de los aldeanos reunidos, retumbaron sus palabras, constantes para los oídos del guerrero, y para cierta extrañeza de algunos de los caballeros, con apuro al aldeano se acercó.

―¡Repetidlo! - Ordenó. Fervor y dolor reflejaba el brillo de sus ojos. ―!Y jurad que habláis con verdad! – tan sólo había bastado su sola mención para que una punzada remordiera su corazón.

―Por todos los dioses..-respondió el campesino ― Ella nos lo dijo de su propia bo..- su frase fue interrumpida por la mano de Aldair, que le cogió del cuello de su camisa.

―¡Repetidlo! - Y haciéndolo pasar al frente, le contó todo cuanto pudo; de la doncella hallada en los caminos a Coil Beirbheine, del deplorable estado en que llorando pedía el cobijo en su agonía y de la forma aún más cruel en que habían arrancado el aliento de sus vidas, no sólo de la de ella, sino de quienes la cuidaron y protegieron. Y no hubo más que desconsuelo, así como consternación en la mirada del joven, y lágrimas reprimidas las que por un instante resbalaron por sus mejillas. Y el odio se hizo presente en la expresión de su rostro.

Y fuer la ira, así como los constantes murmullos al unísono pronunciados por la horrorizada como indignada muchedumbre;

¡Bellaco! -gritaban unos.

¡Es un salvaje! – decían otros.

¡Córtenle la cabeza! – era de las pocas cosas que la concurrencia exigía.

¡Qué hombre más vil! ¡Deben hacer algo! -comentaba un aldeano.

―Si vosotros no habéis podido detenerle ¿Por qué deberíamos hacerlo nosotros?desafiaba el otro. ―¡No arriesgaremos a nuestra gente!

―¡Pero por esa recompensa, pensad en la plata y en los favores de la reina! – comentaba una mujer.

―Si es tan cruel como dicen, ¡Qué oportunidad! – le respondía el mismo. ―Sepan los dioses si no es que ya lejos se ha fugado como el cobarde que es..

―Silencio, por favor.. – solicitaba uno de los caballeros, tratando de calmar a la plebe. ―Nosotros nos encargaremos de esto, pero si alguno tuviese algo más que decir que sea de utilidad será bien recompensado... - sin embargo, las voces no paraban, sino que en conjunto incrementaban.

―¡Perdéis vuestro tiempo! – resonó la misteriosa y tajante voz en repentino silencio, a la vez en que se abría paso entre la gente.

―Decidme, caballero.. – Y allí estaba ella; de postura firme y sosiego en sus andares, una capa negra cubría su obscura cabellera. ―¿Qué os hace pensar que vuestras débiles fuerzas podéis hacerle siquiera frente a semejante criatura? - inquirió ―En mi vida había escuchado tontería más grande.

―Hace falta ser imbécil para creer que con sólo vuestros hombres bastarán contra un esbirro, un esclavo de la obscuridad.. –Indicó la más joven de las damas. No había llegado sola, a su lado se hallaban dos de sus colegas con quienes apenas ayer se había entrevistado en su viaje a Thurot, a su vez secundadas por tres fornidos varones.

Y entre furtivas miradas y susurros que de oído a oído cuchicheaban, de una cosa se hablaba.

Son las brujas..-decían.

¡La huesera está con ellas!

―¿Cómo es que están ellas aquí? ¿Quién ha invitado a esas tres?

¿Qué es lo que habéis venido a buscar aquí? – exigía el enardecido aldeano, armado de valor para encararla―¡Largaos de aquí, perras mentirosas! ¡No necesitamos de vosotras! – secundado por el resto.

―¡Adoradoras del mal! ¡Lo único que harán es traer más desgracias a nosotros! – Y con furia, la multitud lanzaba injurias contra ellas.

―He venido a ofreceros ayuda – respondió ella.

No, obstante.. fue tan sólo una palabra de respetable señora, vasalla de los altos lores de Bretania para imponer su autoridad, permitiéndole a las mujeres proseguir;

―¿A qué habéis venido, bruja Tamar? – con voz altiva desde lo alto interrogaba la jueza ― Rumores de vuestra fama han llegado a mis oídos, y ocultos no me ha sido el precio de sus designios. ¿Con qué cara venís ahora a poner un pie en mis dominios sino para traer calamidad?

―Y hablo con verdad, mi lady ..- por un momento calló, y una vez recuperado el aliento continuó―Cuando os digo que un enemigo tenemos en común..

―¿Por qué deberíamos confiar en vos? – interrogó el Caballero, aun al mando de los Tolostobios.

El fugaz recuerdo de la imagen de aquella noche en que las dudas afloraron y la angustia en los ojos del hombre por primera vez se hizo evidente al ver su figura ante el filo de su mirada doblegarse como un siervo en el suelo de su cocina, incapaz de moverse a causa de los golpes, como de tan terrible enfriamiento, tres días enteros había durado su letargo.

¿Cómo es que os habéis hecho estas heridas? – preguntaba Tamar. En un hombro con esfuerzo arrastraba el peso del mercenario por los pasillos. ―¿Qué diantres estuvisteis haciendo en el bosque para quedar así? - Y más que un regaño, era un extraño toque maternal en la molestia de su voz.

Por la culpa de una puta..- contestó Water sin más, ahogados bramidos de dolor de vez en cuando escapaban de su enronquecida garganta. Su mano extendía en un intento por coger equilibrio al apoyarse por las paredes y avanzar.

―¿Y el demonio?

Perra inmunda.. ―balbuceaba, atormentado en su dolor ―Sucia arpía..

Por un instante calló y su cabeza inclinó, a la vez que registraba sus ropas y de prisa desdoblaba la hoja que guardaba consigo. Al alzar sus manos y recorrer sus mangas dejó entrever los vendajes de su brazo derecho.

―Porque lo vi en mi fuego...- dijo ella, revelando el sencillo boceto dibujado en el papel ―Y este exige un sacrificio...-hizo una pausa. Una lágrima pareció querer asomarse por el borde de sus párpados.― Yo puedo daros a quien queréis, he venido para eso. – prosiguió ―Pero a cambio, deseamos un trato y parte de la recompensa y vuestro mañana será, antes del atardecer...








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Notas de autor;

-Lug es el dios supremo de los celtas, aparece generalmente en todas las mitologías de esos pueblos. Es algo así como el Odin, versión celta.

-El triskel, también llamado triancia, un símbolo celta muy utilizado por los druidas, Simboliza el equilibrio, era utilizado anteriormente en talismanes.

-Briga-Bile palabras que significan santuario y nombre que se le daba a cualquier árbol sagrado.

-Puse un estracto del poema a Ëire, escrito por Amergin (1268 A.C)

-Dagda en la mitología celta es el dios de los druidad. Esus; Pertenece a los llamados dioses de la noche del panteón celta, y Brigit; Hija de Dagda, Diosa del fuego y la sabiduría.

-Como ya he mencionado anteriormente, la desigualdad de sexos en la cultura celta no era tan marcada como en la romana o la griega, de hecho las mujeres además de tener permitidos roles en la escala militar y participar en guerras, también podían escalar en puestos de poder y llegar a ser incluso juezas, sacerdotisas, juristas, druidesas y se les permitía opinar en los concejos, también gozaban de la facultad de heredar.

-Hago referencia a la historia de Kininara, mujer guerra celta, esposa de Ortagion. Cuenta el historiador Aipiano cuenta las experiencias y obra del general romano Junio Bruto. Y entre esas cartas menciona soprendido de la bravura de las mujeres celtas que con valor enfrentaban a las filas enemigas y combatían junto a sus maridos, muriendo con honor en las batallas. Cuenta entre ellas la historia de la antes mencionada, la cual luego de un enfrentamiento con los Romanos fue capturada por Centurión, que la violó y la puso prisionera. Sin embargo bastó sólo un descuido del verdugo para que ésta, iracunda tomara la propia espada de Centurión y lo decapitara. Y una vez liberada volvió por su propio pie a su marido, informándole de la ofensa y presentándole al mismo tiempo la cabeza del romano violador.

-Hago una sutil referencia al libro "En las sombras" de mi estimada amiga @PamelaTB en la escena donde su protagonsita pelea con el demonio Balban.

Aclaraciones:
Quiero dedicar una especial dedicatoria y agradecimientos a mi primo Henry que me ha apoyado con sus consejos y también me ha sido de gran ayuda con este capítulo.

Agradezco a todos por leer (y aclaro que puede que en los siguientes días añada una escena); pero bueno; y las preguntas prevalecen:

¿Qué tiene que ver la guardia de galés del suro en todo esto? ¿Qué desmadre se andan armando los chavos ahora? ¿Logrará Tamar consumar su "traición"? ¿Qué tan duro se la piensan meter a Dark? ¿Y por dónde? XD.. ESO AVERÍGÜELO EN OTRO "EMOCIONANTE " CAPÍTULO DE SANGRE Y ACERO XD

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