Pecado Capital: Ira

Varios meses después.

Descubrí que Misha se había quedado más en el pueblo.

¿La razón? no lo sabía.

Ese humano me intrigaba, sobre todo sus movimientos a la hora de hablar.

Por alguna extraña razón me tenía cautivada.

Llevé una de mis manos recargando una de ellas en mi rostro intentando entender del porque ese misterioso humano me hacía sorprenderme cada vez que iba al pueblo para llevarme a una nueva «víctima»

Misha sólo se sorprendía inclusive quedaba anonadada de que muchas veces me ayudaba o eso me daba entender.

Podría haberlo imaginado, ya que muchas veces lo veía en el bar de don Estefan atendiendo las mesas o incluso cantando.

Pero, me llamó mucho la atención algo particular. Si bien, todos los aldeanos sabían la forma en cómo mataba; rápido y sin dolor, otras de manera lenta y tortuosa, pero esta última no mucho.

Lo que más me extrañó en el pueblo fue que los propios humanos me localizaron y fueron hasta mis aposentos.

—Reina sangrienta.

—Humanos, quiero decir aldeanos ¿qué hacen aquí?

—Venimos a colaborar información pues vera…

—Sin rodeos.

—Nos están matando.

—¿Cómo matar? Alex sabes que hace algunas horas me llevé a un vagabundo o es ¿que no lo saben? He estado en mi castillo y aunque mi perro leal no ha llegado para recibirlos lo cual es bastante extraño. —Recalqué las últimas palabras.

Los aldeanos se miraron entre sí.

—¿Usted no ha sido entonces?

—¿De qué cosa me han inculpado? y humano repulsivo, dilo de una buena vez.

—Han clavado a varios de nuestros con estacas y de una forma grotesca siendo comida de los cuervos.

—¡Qué! —Vociferé haciendo clavar mis uñas en la puerta de madera—. ¿¡En qué dirección se encuentran?!

—Hacia la plaza central reina sangrien…

Rápidamente fui hasta donde me indican los humanos hacia la plaza central del pueblo necesitaba verlo con mis propios ojos y esperar a que no me mintieran.

Al llegar al destino indicado miré sorprendida como tres cadáveres se encontraban en descomposición, crucificados con sus brazos alzados,  clavados en estacas de maderas, lo que fue humano, ya no se encontraba.

Donde se debería hallar sus ojos, sólo se encontraba la oscuridad, cuencas vacías junto a una mirada que reflejaba el mismísimo sufrimiento.  Algunas partes de los cuerpos fueron cercenadas viéndose algunos órganos visibles.

Estos fueron colocados por una razón. La persona que lo hizo, sabía que lo hacía  para darles visibilidad para que todos lo vieran.

Sentía impotencia, rabia, ira.

Apreté mis manos en el proceso, haciendo que las llamas azules aparecieran.

Poco a poco iba creciendo mucho más.

¡Nadie se metía con mi comida!

Este era MI pueblo.

Hice que el proceso de descomposición fuera mucho más rápido quemando las tres cruces de maderas hechas a mano.

—La persona quien lo hizo. ¡Lo va a pagar!

—¡Amadeo!

Volví a llamar su nombre por enésima vez.

—¡Amadeo!

—¡Amadeo maldito humano asqueroso contéstame cuando te estoy llaman…!

Abrí la habitación de Amadeo todo parecía en perfecto estado, la cama intacta, sus muebles, libros.

Pero no había rastro de él, también sabía que cuando hablaba de aquel humano; Misha, el rostro de Amadeo se volvía muy serio y frío, algo que era extraño para mi.

¿Celos?

Tal vez.

Pero no podía ocultarlo, algo me atraía de ese misterioso humano pero también esa nueva faceta de Amadeo, un poco hostil, sus muecas de fastidio...

Eso me dejaba anonadada.

Demasiado.

Y en Misha era como si fuera un nuevo juguete que quería probar, convertiendose en otra de mis obsesiones.

Era mi nueva obsesión Misha Olivander.

Caminé por el enorme castillo pensando en donde podría estar, me fuí al bosque para despejar mi mente y saber donde diablos se había metido mi leal sirviente; Amadeo.

Ya estando en el lugar comencé a pensar en donde pudo estar pero una conversación de dos muchachas que paseaban captaron mi atención, oí su conversación y aquello me hizo entrar en una preocupación.

Misha había desaparecido desde hace tres semanas atrás al igual que Amadeo.

Regresé rápidamente a mi castillo, quizás encontrando en algún lado se encontraría una respuesta ante sus desapareciones.

Hasta que lo encontré.

Delante de mi, en la gran mesa de centro se hallaba flores azules, de manera inmediata había dos papeles uno de ellos era el desafío que siempre Amadeo llevaba consigo estaba tallado: pereza, envidia, avaricia, soberbia, solo faltaban tres pecados para completar mi objetivo.

Di un ligero suspiro, tomé el otro papel pero, la rabia comenzo a invadirme de sobremanera, ahí comencé a entender las muertes de los humanos, el porque Amadeo y Misha no estaban, los habían secuestrado.

Primero se meten a mi pueblo, luego con mi comida y segundo con mis juguetes.

Esto fue la gota que rebasó el vaso.

La ira se apoderaba de mí a cada segundo que estaba en el castillo, mi respiración se aceleró y tal como si fuera que hubieran tocado una fibra sensible que no debieron tocar.

¡Nadie se mete con lo que me pertenece!

Fuí hasta donde debería estar la otra persona, el otro ser que competía para ser rey de los siete pecados.

Todo su castillo estaba custodiado pero eso no era impedimento para mí, estaba en cólera.

Todo estaba nublado para mí, la ira se apoderó de mí. Un descontrol de furia invadio mi ser.

Cuando me enojaba debían de temerme.

—¡Cometieron un grandísimo error en inportunar mi paz! —Vociferé.

Todos se abalazaron sobre mí, pero una ráfaga de fuego azul y sangre estalló de forma masiva.

Caminaba a pasos lentos y a medida que todos me enfrentaban morian de la forma más horrora posible, parte de mi rostro se cubrio del tono carmín al igual que mi cabello.

Apareció el pez gordo causante de aquel incidente.

Mi ex prometido.

No le di tiempo en hablar, ni siquiera a que dijera mi nombre, lo agarré del cuello y lo estrellé en el piso de madera.

Al escuchar las dos voces que me importaba

—Te metiste con la vampira equivocada querido.

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