Capítulo 7

CUANDO ALEJANDRA SE LEVANTÓ, Juliann ya no estaba a su lado, mas un suave aroma a comida deliciosa provenía de la cocina; el desayuno estaba listo. Miró el reloj: tenía media hora para prepararse y desayunar. Sería suficiente como para salir con tiempo y llegar bien al trabajo. Se envolvió con una bata y caminó hasta la cocina en sus pantuflas, sabiendo que seguramente lucía desastrosamente por lo poco que había dormido esa noche y a causa del maquillaje que no se había lavado.

Para su sorpresa, su marido no se encontraba en la cocina, ni en el baño, ni en la otra habitación.

—¿Juli? —lo llamó, asomándose por el balcón. Sin embargo, él no estaba allí. ¿Habría subido a la terraza?

Tomó la taza de café caliente que él había dejado preparado y había comenzado a untar una tostada con manteca cuando vio la nota en la heladera. Se levantó para verla de cerca.

«Salí a caminar. Necesito aire fresco. J.», decía. Alejandra suspiró. Evidentemente, Juliann la estaba evitando. Le dolía que eso sucediese.

Intentó no pensar más en ello mientras terminaba su desayuno y se preparaba para ir al trabajo. Ese día sería importante porque colocaría los nueve cuadros en la pared que se les había asignado. Nadie estaría mirando ya que esa sala aún no se encontraba abierta al público. Estaba curiosa por saber qué ocurriría cuando los pusiera en su correcto orden. Sabía bien cómo hacerlo gracias a la ayuda que le había brindado Kevin y la chica de su sueño. Le habían dicho que algo importante sucedería una vez que los colocase en su debido lugar. No podía esperar más, moría de la curiosidad.

Tomó sus llaves dispuesta a salir de su departamento. Dado que las había dejado sobre un estante, delante de unos libros, cuando lo hizo un libro se cayó al suelo. Lo puso otra vez en su lugar, pero no pudo evitar darse cuenta de que no calzaba bien, sino que quedaba más adelante que el resto. Se subió a una silla para poder tener una mejor visión de lo que había detrás y descubrió que contra la pared se encontraba una llave dorada con incrustaciones de piedras preciosas.

«¿De dónde ha salido esa llave? ¿Será de Juli?», se preguntó. No recordaba haberla visto, pero algo le decía que era importante para descubrir su pasado. La puso en su bolsillo, dispuesta a observarla con mayor detenimiento cuando tuviera tiempo en el trabajo.

Después de ese incidente salió tranquilamente y caminó hacia la galería de arte, mirando las vidrieras de algunos negocios mientras lo hacía ya que tenía unos minutos de sobra y no necesitaba apurarse. Una tienda de antigüedades le llamó especialmente la atención, no por las antigüedades en sí sino porque en la vidriera se exhibía un cuadro similar al que ella estaba pintando sobre el mundo de las hadas, solo que se notaba que este era muy antiguo.

«¿Qué hace una obra así en este lugar?», se preguntó. Alejandra se tentó a entrar y averiguar el precio de ese tesoro, pero como supuso que sería exorbitante, prefirió seguir su camino. Tal vez a la vuelta se detendría a preguntar por ese objeto que tanto le había llamado la atención; quizás incluso podría obtenerlo algún día, si ahorraba lo suficiente.

***

Esa mañana fue bastante agotadora. Alejandra tuvo un millón de cosas que hacer. Su jefe le había solicitado un informe acerca de los cuadros y la forma en que pensaba ordenarlos, exigiendo que detallara las razones para hacerlo así. Quería estar convencido de que ella no estaba haciendo nada absurdo.

Ella escribió su informe y se lo envió, aunque por supuesto no mencionó ni hadas ni psíquicos como fuente de información. Él lo leyó y pareció complacido, por lo que le dio permiso para ubicar los cuadros de la manera en que ella sugería.

Ya era cerca del mediodía cuando le llegó el permiso y le dieron la llave de la sala donde se exhibirían esos cuadros. William abrió la caja fuerte y los sacó, ordenando a uno de los empleados que ayudase a la joven a llevarlos a su nuevo lugar.

Necesitaba privacidad, así que esperó hasta que todos se hubieran ido para comenzar a trabajar. Abordó su tarea ubicando el cuadro que representaba al plano de los humanos en medio de la larga pared; encima de este, a la derecha, ubicó el que representaba a la tierra de las hadas, el que tanto le gustaba mirar porque le infundía paz. Después buscó el de los vampiros, el cual puso a la izquierda, por debajo del humano. Y así sucesivamente fue ubicándolos a todos hasta que estuvieron en el lugar correcto. Pero nada extraño sucedió.

«¿Qué hice mal?», se preguntó. No sabía qué era lo que sucedía. «Tal vez no debería haber esperado que algo raro ocurriese. Es una locura».

«Usa la llave dorada», le dijo una suave y melodiosa voz dentro de su mente.

—¿Qué? ¿Quién está allí? —preguntó ella en voz alta, mirando para todos lados sin lograr entender nada, mas no oyó ningún otro sonido. Estaba a punto de marcharse cuando recordó que traía esa llave en su bolsillo y pensó que no perdería nada al probar qué sucedía. Después de todo, nadie la estaba observando; nadie pensaría que estaba fuera de sus cabales.

Sacó la llave de su bolsillo trasero con cuidado y la observó detalle a detalle. Parecía tener un brillo diferente al de esa mañana. Ella supuso que tal vez sería la iluminación del lugar lo que causaba la diferencia. Después de todo, no era la misma que en su casa.

«¿Qué se supone que debo hacer con ella?», se preguntó, acercando de manera lenta la llave hacia los cuadros.

Un haz de luz brilló en el marco del cuadro que representaba el mundo de los ángeles. Alejandra se acercó más a este, viendo que allí había algo que parecía ser una diminuta cerradura. No perdió el tiempo e insertó la llave en la abertura.

Sus ojos no podían creer lo que sucedió después: una puerta luminosa se formó en el medio de la pared, entre todos los cuadros, invitándola a entrar. Alejandra tenía miedo, pero sabía que debía hacerlo así que dio un paso adelante y entró a aquel lugar misterioso. La puerta se cerró detrás de ella y la llave se materializó nuevamente en su mano, sorprendiéndola aún más.

«¡Dios mío! ¿Qué es este lugar?», se preguntó mientras caminaba por un puente de nubes que parecían de algodón, sintiendo que pesaba menos que el aire al caminar sobre de ellas.

El lugar era precioso, casi igual a lo que estaba pintado en el cuadro: se encontraba en la dimensión de los ángeles; Alejandra apenas si podía creerlo. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Por qué había sido ese y no otro el cuadro que la había llamado?

Una bella mujer que vestía una túnica blanca y llevaba alas, aunque no de plumas, sino de luz, se materializó frente a ella.

—Bienvenida a este lugar, hija. Te estaba esperando —le dijo con una voz que la inundó de paz.

—¿Hija? —preguntó Alejandra, con sus ojos redondos como platos.

—Sí. Soy Anja... tu madre. Soy la antigua reina de las hadas, ahora tu ángel guardián, tu guía espiritual.

—¿Anja? ¡¿La que pintó los cuadros?! —exclamó ella, encontrando que esto era extremadamente difícil de creer. Se hallaba cara a cara con la creadora de las mejores obras de arte con las que se había topado... y resultaba ser un ángel, y su madre. Nunca hubiera imaginado algo tan loco.

—Sí —confirmó el ángel—, yo creé estos cuadros para que sirvieran de portales en caso de que fueran obstruidos los verdaderos, para tener otra forma de viajar; pero solo mi sangre puede utilizarlos. Cuando te enviaron a la tierra con tus recuerdos borrados, moví varias piezas para que estos cuadros fueran descubiertos; sabía que te ayudarían a recuperar tus recuerdos y a encontrarme.

Alejandra sonrió. No recordaba a esa mujer, pero le inspiraba paz, amor y seguridad.

—Gracias —le expresó—, pero aún no he recuperado todos mis recuerdos.

—Ya lo harás, hija. No te preocupes por ello —le aseguró Anja, tomándola de la mano.

—Supongo que Kevin podrá ayudarme a armar el rompecabezas.

—Claro que sí, él puede hacerlo. También hice lo posible para llevarte hasta él.

—¿Por qué él? —quiso saber la joven hada—. Supongo que habría otras personas que podrían ayudarme. Hadas quizás... ¿Por qué él de entre todos, además de sus poderes psíquicos?

—Porque él no es un psíquico cualquiera, sus poderes son mayores —expuso el ángel.

—¿De qué manera? —Alejandra sentía demasiada curiosidad.

—Porque él es un ángel caído del cielo. Solía ser ángel como yo, pero tras cometer un crimen, los guardianes lo enviaron a la tierra como humano.

—¿Él lo sabe? ¿Qué crimen cometió? —Alejandra pestañeó, un poco preocupada.

—Sí, lo sabe. Aunque no se lo ha dicho nunca a nadie. Es algo muy privado. Tampoco recuerda todo su pasado, ya que le resulta demasiado doloroso. Su crimen fue enamorarse de la humana que le tocaba cuidar. Cuando la chica estaba por convertirse en vampira, él no pudo soportarlo e intervino, revelando su presencia. Los ángeles tienen prohibido dejar que los humanos vean su forma física y, más aún, intervenir, yendo en contra del libre albedrío. Su castigo fue caer; y se convirtió en humano.

Ella estaba comenzando a pensar que los guardianes eran absolutamente injustos, que no había leyes más estúpidas en el universo. Kevin había actuado por amor, al igual que ella. No merecía semejante castigo.

—Ya sé lo que piensas —dijo el ángel, interrumpiendo sus pensamientos en contra de los guardianes—, pero así son las leyes y se las debe respetar.

—Algunas cosas son injustas —se quejó la joven.

—Ya lo sé, hija —expresó Anja, acariciándole el cabello—. Ahora debes irte. En diez minutos tu jefe vendrá a ver que todo esté bien. Cuídate y cuida de la criatura que viene en camino.

—No, no, no... ¡¿Qué?! —preguntó Alejandra, llena de incredulidad—. ¡Yo no estoy embarazada! ¡Es imposible!

—Sí lo estás —le aseguró su madre—. Hace dos noches estuviste con Juliann y no se cuidaron porque estaban buscando un hijo. Después de todo, ninguno conocía la verdad; pensaban que su vida era perfecta.

—¡Pero no puedo haberme embarazado en dos días!

—No eres humana, querida, aunque se te haya disfrazado como tal. Las hadas conciben en aproximadamente veinticuatro horas y su embarazo dura solo noventa días.

—¡No puede ser! —exclamó.

—Claro que sí. Felicitaciones, hija.

El corazón de Alejandra se sentía apretujado. La noticia de su maternidad le produjo una gran emoción, pero al mismo tiempo tenía ganas de llorar de tristeza. ¿Por qué? ¿Por qué querría llorar si estaba casada y amaba a su marido? Solo había una explicación: su corazón deseaba estar con Nikolav, no con Juliann. Si alguna vez lo había dudado, ahora lo sabía con certeza.

—Debo irme, madre —se despidió, sonriéndole a la bella mujer antes de darse la vuelta para irse. Caminó por encima del puente de nubes hasta encontrar el portal por el que había entrado. Lo abrió y salió, quitando la llave del cuadro justo a tiempo, antes de que su jefe entrase en la habitación.

***

William estaba contento con todo lo que ella había hecho por lo que la dejó volver a casa media hora antes de tiempo. La cabeza de Alejandra no podía dejar de pensar en lo que su madre le había dicho. El hecho de saber que estaba esperando un bebé la tenía como loca.

Caminó rápidamente de vuelta a casa. Estaba agitada ante tremenda noticia que había recibido.

¿Podía ser cierto? ¿Habría sido todo real lo que había visto? ¿Realmente había estado con su verdadera madre? Todo le indicaba que sí, que era cierto. ¡Era tan difícil creerlo!

Entró a una farmacia de camino y compró una prueba de embarazo. No sabía si eso funcionaría en un hada, pero pensó que valía la pena probarlo. Los recuerdos que tenía en su mente, aquellos que habían sido implantados, le decían que deseaban tener un bebé. Ella debería estar feliz porque lo haría padre, sin embargo, no se sentía capaz de albergar esa emoción.

Una vez que llegó a su casa, puso a hervir agua para cocinar pasta y abrió la prueba de embarazo. Leyó bien las instrucciones.

—Debe tener al menos tres horas de retención de orina —dijo en voz alta. No había ido al baño desde la mañana temprano, así que eso no sería un problema. Eso le hizo percatarse de que era extraño que no necesitara ir al baño más de dos o tres veces por día. «Otra prueba más de que no soy humana», pensó, mientras entraba al baño y se disponía a hacerse la prueba. Luego ubicó el recipiente sobre la mesada y le introdujo la tira reactiva en el lugar indicado.

«A esperar cinco minutos ahora», se dijo y se fue a la cocina para continuar con su comida. Nada indicaba que Juliann podría haber vuelto a la mañana; todo estaba de la misma forma en la que había quedado antes de que ella se fuera a trabajar. Alejandra lavó los trastos y luego volvió al baño para mirar su prueba de embarazo: dos rayitas; positivo.

Había deseado que todo hubiera sido una simple broma. Pero no lo era. Estaba cien por ciento embarazada, aunque le resultaba muy difícil creerlo. ¿Qué hacer ahora? No sabía si ponerse contenta o llorar...

Tenía que decirle la verdad a Juliann, lo cual resultaba ser lo más difícil de todo, sin embargo, no tenía ánimos para hacerlo en ese momento. Si hubiera sucedido dos días antes, lo habría llamado de inmediato para contarle la noticia. Pero en ese momento solo quería guardarse la información para sí misma, aunque solo fuera por un rato. Necesitaba estar a solas con el silencio y sus pensamientos.

***

Pronto llegó la hora de encontrarse con Kevin. Esperaba que toda la verdad fuera develada ese día. Ya no podía soportar la confusión de la que su mente era presa. Debía normalizarla de una vez por todas para poder volver a ser ella misma.

Tomó un taxi y arribó a su casa unos minutos antes del horario en el que debía estar allí. Como había llegado temprano, decidió esperar afuera por un rato. El psíquico atendía en la parte trasera de un local de ocultismo. Era una tienda un tanto oscura, con las luces suaves, donde se vendían mazos de tarot de todo tipo, incienso, hierbas, cristales, péndulos, tablas de ouija, entre tantos otros objetos interesantes. Una mujer de unos treinta años estaba sentada detrás del mostrador, pero cuando vio esperando afuera, se acercó a la puerta, la abrió y le hizo señas para que entrase.

—Tú debes ser Alejandra. Kevin pronto estará listo para atenderte. Ven, pasa. No te quedes afuera.

—Aún faltan cinco minutos —le respondió ella con una sonrisa mientras entraba al lugar.

—Ya lo sé. Pero ven, te tiraré las cartas mientras lo esperas.

—Ehm... no lo sé. Nunca me han tirado las cartas —confesó, un poco temerosa.

—No debes tenerle miedo al destino —contestó la mujer. Alejandra la miró, examinando sus rasgos. Era de mediana estatura, con un poco de sobrepeso, su cabello era de un color rubio caoba, y sus ojos eran marrones. Algo en ellos le decía que era digna de su confianza.

—¿Cómo te llamás? —quiso saber Alejandra.

—Isabelle —contestó la mujer—, pero puedes llamarme Isa. Siéntate delante de la mesita.

A unos metros del mostrador, la mujer tenía una mesita redonda cubierta por un mantel negro con un pentagrama blanco en el medio. Alejandra no sabía mucho de símbolos, pero sí reconocía que ese era un símbolo poderoso, incluso uno que los cristianos creían erróneamente satánico.

Se sentó en la silla destinada al cliente mientras que la mujer, sentada del otro lado, tomaba un mazo de cartas que comenzó a mezclar. Luego se lo hizo dividir en tres partes antes de juntarlo nuevamente y tomar cinco cartas, las que esparció sobre la mesa, una en cada punta del pentagrama.

—Te cuento cómo funciona esto —le explicó—: cada carta tiene varios significados preestablecidos, pero yo no me manejo por eso, sino que al ver cada carta, la relaciono con tu energía e inmediatamente recibo imágenes en mi mente que me transmiten lo que ellas quieren decirte. Las dos primeras me hablarán de tu pasado, la tercera del presente, mientras que las dos restantes hablan sobre tu futuro. ¿Lista?

Alejandra asintió, mirando de reojo las cartas que estaban sobre la mesa. No sabía si realmente quería saber lo que su destino le deparaba.

—Bien... en tu pasado tienes un arcano mayor, los enamorados y un arcano menor: el ocho de copas... Hmmm, interesante —expresó Isabelle, cerrando sus ojos unos instantes—. Has encontrado al amor de tu vida, aunque es un amor un poco complicado que te forzó a hacer cosas no del todo buenas..., pero no estabas en control de tus decisiones. Luego te viste forzada a abandonar a ese amor. Veo que no lo hiciste porque quisiste, sino porque se te obligó a hacerlo.

Lo que la mujer le decía le recordaba a Nikolav... y le explicaba un poco por qué ellos ahora estaban separados.

—Luego, en el presente tienes el dos de copas, pero de reverso. Estás en pareja con alguien que quieres en cierto modo, pero que no es el amor de tu vida. Por dentro, tu corazón lo compara con el verdadero amor y no se ve satisfecho. —Alejandra asintió. Eso probaba ser totalmente cierto; así era como se sentía. Por más que deseaba amar a Juliann, su corazón no obedecía a su mente.

—Ahora en el futuro... tienes otro arcano mayor, la emperatriz. Y la reina de copas al revés. Serás madre, serás reina, pero no tendrás el amor en tu vida a no ser que sigas luchando por él. Es más, creo que ya mismo estás embarazada. ¿No es así? Estás embarazada de aquel que tu corazón no desea.

Alejandra asintió. Isabelle tenía toda la razón.

—Es cierto, Isa.

—No te será fácil lograr lo que tu corazón desea —suspiró la tarotista—. El hombre que veo en tu presente no te dejará ir tan fácilmente, mucho menos si esperas un hijo suyo. Lo siento mucho.

Alejandra esbozó una leve sonrisa, levantándose de su asiento al ver que ya era la hora.

—Muchas gracias por el consejo. ¿Cuánto te debo?

—Oh, no es nada —replicó la mujer—. Ha sido un honor ayudarte.

—Bueno, como quieras. Pero voy a comprarte algo cuando salga de la consulta con Kevin. Un cristal, tal vez —el rostro de Isa se iluminó al escucharla decir esto.

—Creo que sé cuál es el cristal más indicado para ti. Lo buscaré mientras estás con Kevin.

Alejandra asintió. La puerta del consultorio se abrió y una mujer de unos cincuenta años salió de allí. Sus ojos estaban rojos, se veía que había estado llorando. «Kevin debe haberle hecho descubrir alguna parte de su vida que no quería ver», pensó Alejandra, sabiendo que seguramente ese era el caso.

—Alejandra, ¡qué gusto verte! —la saludó él, dándole un fuerte abrazo—. Pasa. He estado esperando este momento todo el día. —Ella entró al consultorio, cerrando la puerta por detrás. También había estado esperando ese momento, el momento de recordar. Y además, tenía mucho por contarle a Kevin, quien era ahora su nuevo amigo y confidente.

El consultorio se veía muy acogedor. No era demasiado amplio, pero tenía todo lo necesario para hacer que uno se sintiese completamente cómodo. En el medio de la habitación había un sofá de color negro y una silla del mismo color frente a él. Alejandra pensó que Kevin ya parecía un psicólogo, aunque, a diferencia de cualquier otro psicólogo, tenía arte fantástica colgada en sus paredes, velas por doquier y una estantería llena de libros de ocultismo.

—Muy lindo consultorio —lo halagó ella, dejando su cartera en el suelo, cerca del sofá.

—Gracias. ¿Quieres quitarte los zapatos? —sugirió él.

—¿Por qué?

—Estarás más cómoda así y, además, todo funciona mejor de esa forma.

—Si tú lo dices —aceptó, quitándose los zapatos y dejándolos en el suelo antes de acostarse en el cómodo sofá.

—Te noto preocupada —comentó él—. ¿Qué sucede?

—He descubierto que estoy embarazada —dijo ella tras proferir un largo suspiro—. Sé que debería estar contenta... En realidad lo estoy, en parte, pero mi corazón no puede sentirse feliz. — Kevin se sentó en la silla, delante de ella, y le tomó su mano derecha.

—Es normal que te sientas así. Tu presente está lleno de mentiras. Tu matrimonio no es real, pero ese hijo que tendrás puede que haga que sí lo sea. El problema es que tu corazón quiere otra cosa. No está triste por el bebé, al contrario... sino porque no podrá tener lo que tanto anhela.

—No podría haberlo expresado mejor —señaló ella, asintiendo con lentitud.

—No te preocupes. Creo que tarde o temprano encontrarás la felicidad —le aseguró él.

—¿Me lo decís por experiencia? —preguntó Alejandra.

—No exactamente... Pero no por eso dejo de intentarlo.

—Sé sobre tu verdadero origen, Kevin... —confesó ella, esbozando una sonrisa. Él se puso pálido. No se lo esperaba.

—¿Cómo? ¿Cómo lo sabes? Nunca se lo dije a nadie.

—Te cuento... Hoy organicé los cuadros de la manera en que me dijiste y sucedió algo interesante, tal como lo habías profetizado.

—¿Qué ocurrió? —preguntó, lleno de curiosidad.

—Pude abrir un portal al mundo de los ángeles. Mi madre, quien antes era la reina de las hadas pero que ahora es un ángel, me estaba esperando allí. Me habló de vos.

—Me imagino entonces que no necesito contarte mi historia —dijo, sus ojos un tanto tristes.

—No, no es necesario que lo hagas. Solo quiero que sepas que tenés en mí una amiga en quien confiar cuando lo creas necesario. No vengo solo por tu ayuda, aunque de veras te la agradezco muchísimo.

—Gracias —dijo él—. Algún día te contaré más de mi historia, desde antes de convertirme en ángel. Pero ahora no es tiempo para eso. Ahora es momento de ayudarte a ti a recordar.

Alejandra no podía estar más de acuerdo. Ya era hora de que todos sus recuerdos volvieran a ella. Ahora estaba más que preparada.

—Adelante. Ya estoy lista —dijo, relajándose en el mullido sillón.

—Cierra los ojos e imagínate que una lluvia blanca comienza a caer sobre cada parte de tu cuerpo...

Kevin la guio del mismo modo que el día anterior y Alejandra siguió sus instrucciones al pie de la letra, con toda facilidad, entrando pronto en un profundo trance que la llevaría por el largo camino de sus recuerdos y le haría volver a experimentarlos.

Ahora se encontraba caminando hasta el fondo del ómnibus, como lo hacía siempre al salir de la universidad. Se sentó en su lugar favorito, tomó sus auriculares y comenzó a escuchar una canción de Korn en su iPod, se trataba de Freak on a leash. Abrió su cuaderno y contempló el dibujo que había estado realizando en el recreo: una hermosa mariposa negra. Comenzó a proseguirlo, pero de pronto vio a un extraño caminar en su dirección, sus ojos celestes posados en ella... ¿se sentaría ese extraño allí, junto a ella?

Esos ojos... Esos ojos le traían a la memoria los recuerdos de un iceberg que había visto en el sur de Argentina, cuando había estado allí de vacaciones. Pero... ese extraño no era tan extraño; le resultaba familiar. Era tan hermoso, tan elegante... con esos ojos, ese cabello negro y la tez tan pálida.

Como ella lo había esperado, él se sentó a su lado. Alejandra guardó el dibujo de la mariposa en su mochila porque no quería que él lo viera. Luego cerró sus ojos y fingió dormir.

«Esperá...», pensó ella, «yo esto ya lo viví».

Abrió sus ojos, pero ya no se encontraba más en el colectivo. Y el extraño no estaba junto a ella. Ahora ella se hallaba en su departamento en plena Buenos Aires, el que sus padres le pagaban mientras estudiaba allí. Estaba frente al espejo y en su cuello se veían marcas: la mordedura de un vampiro.

Ahora comenzó a recordarlo todo. Se encontraba en el día que había conocido a Nikolav. Él la había llevado hasta el departamento detrás del bar ubicado frente a su edificio y había bebido de ella, pero le había hecho olvidarse de eso. Ella se había percatado de que había perdido la cuenta del tiempo y que había desaparecido el dibujo de su mariposa. Ahora caminó hasta donde su mochila estaba y buscó su cuaderno de ilustraciones. En efecto, su dibujo había desaparecido.

«¿Qué pasa luego?», pensó intentando recordar, cerrando los ojos para imaginárselo mejor.

—¡Hija de remil puta, conociste un vampiro! ¡Y no me contaste! ¡¿Cómo te atrevés?!

Alejandra había abierto sus ojos para encontrarse a Miriam frente a ella, sabiendo exactamente lo que sucedería.

—¿Qué?

—¡Te mordió! Y vos que te hacés la incrédula. ¿Tuvieron sexo también?

—Estás loca, Miriam, sabelo —siguió Alejandra, hablando sin darse cuenta de lo que estaba diciendo. Era parte de una película de sus recuerdos—. No conocí ningún vampiro ni nada por el estilo. Esas marcas no sé ni de qué son. Seguramente un bicho que me picó ayer en el colectivo. La verdad ni me acuerdo.

—No te hagas la que no sabés nada —continuó Miriam ofendida, tal como Alejandra ahora se acordaba que había estado—. Creí que éramos amigas. —Y luego comenzó a ponerse su chaqueta de cuero.

—¿Te vas? —preguntó Alejandra, preguntándose si ella podía afectar este recuerdo de alguna forma.

—Sí, me voy a ir sola. En una de esas conozco una vampira esta vez. Bye bye —se despidió Miriam mientras abría la puerta del departamento, yéndose.

—¡Mierda! —exclamó Alejandra— Está sucediendo todo de nuevo.

Se dio la vuelta para ir a su habitación, pero cuando lo hizo, ya no estaba más en su departamento, sino en el bar, sentada frente a Nikolav, con un trago en su mano. Esa era la noche en la que tendrían relaciones por primera vez, con su consentimiento, a pesar de que luego se olvidaría de todo.

Se bajó de su banqueta, sin estar segura de querer pasar por todo aquello nuevamente, mas otra vez estaba cambiando de lugar.

«¡Maldición!», pensó, «¿por qué no puedo ver todo desde afuera como si fuera una película?».

Ahora estaba en el medio de un inmenso salón de fiestas, vestida de gala, y sentía que tenía los ojos de todo el mundo posados en ella. Nikolav se encontraba arrodillado, abriendo una cajita que contenía un precioso anillo de bodas con un enorme rubí engarzado en él.

—Alejandra, ¿me harías el honor de ser mi esposa? —se propuso el vampiro, mirándola con sus hermosos ojos celestes blanquecinos.

Ella sentía el mundo dando vueltas a su alrededor, como en el momento en el que había vivido esto. Se sentía muy confundida al recibir tamaña propuesta por parte de alguien que recién estaba conociendo, sin saber cómo decir que no porque... aunque era tan temprano para hablar de matrimonio, ella ya amaba a Nikolav. «El corazón actúa en formas tan extrañas», pensó.

«¡Di que no! ¡Hazlo por tu bien y el de nosotras!», irrumpió la voz de Lilum en su cabeza. Las hadas habían estado tratando de evitar que eso aconteciese, mas ella no les había hecho caso y ese momento había llevado a una enorme tragedia.

—Sí, me encantaría ser tu esposa —aceptó Alejandra, esbozando una amplia sonrisa; la sonrisa de una tonta enamorada que había estado siendo manipulada.

Él le puso la sortija en su mano izquierda y cuando la música comenzó de nuevo, la tomó de la mano y comenzaron a bailar. Ella dio una vuelta alrededor de él y se encontró con otro cambio. Era ya el día de la boda, estaba caminando directo hacia el altar, donde Nikolav se encontraba esperándola junto al rey de los vampiros, Siron, quien estaba dispuesto a comenzar la ceremonia. Ella llegó a su lugar y Siron comenzó a hablar. No le prestó atención en absoluto a sus palabras, excepto cuando mencionó un lazo de sangre... fue allí que supo lo que estaba por ocurrir.

—Nada ni nadie puede ahora detener la unión entre estos dos. Y para sellarla, en este momento, procederemos al intercambio de sangre —había dicho Siron, bajando del altar, dirigiéndose a ellos con un cuchillo de plata en su mano. Realizó un corte en la mano de cada uno y ambos bebieron de la sangre del otro, sellando así su unión para siempre. Ahora ella sabía que su marido no era Juliann. Había sido siempre, y siempre sería, Nikolav.

Cerró sus ojos mientras bebía de la sangre de Nikolav, y al abrirlos nuevamente, se encontraba en la habitación de su nuevo esposo. Sabía bien que ese era el lugar, lo recordaba. Él la estaba cargando en sus brazos; la posó en su cama. Ella se dejó llevar por esos placenteros recuerdos y pronto estaba haciendo el amor con su vampiro, disfrutando de aquello como cuando había sucedido; pero, de repente, Nikolav hundió sus colmillos en su cuello y comenzó a beber de ella, drenando su sangre, y su humanidad. Ese había sido el momento en que su mitad humana había muerto y ella se había convertido en híbrida. Sintió como si hubiese vuelto a morir, enterrando su parte humana para siempre una segunda vez.

Luego de esto, todos los recuerdos comenzaron a fluir rápidamente. Revivió lo que se sentía ser una híbrida hada-vampira, la sed de sangre que había experimentado; recordó la guerra en la que luchó... y el momento en el que se había quitado su propia vida. Pero su parte hada todavía podía ser salvada, y para ello Nikolav se había entregado a cambio, con la intención de pagar por lo que ella había hecho. «¿Qué amor más grande que ese?», se preguntó, dándose cuenta de que el vampiro también la amaba, a pesar de haber estado usándola todo ese tiempo.

Luego estaba en el mundo de las hadas, luchando contra la idea de tener que casarse con Juliann, cuando en realidad lo único que quería era estar con Nikolav y salvarlo. Al final había conseguido la ayuda del príncipe de las hadas para lograr su cometido, ya que él se sentía culpable por haberla abandonado en el pasado. Habían ido hasta el mundo de los havors y habían rescatado a Nikolav, sacándolo de la prisión donde estaba. Habían encontrado de camino a un dragón llamado Ildwin que los había ayudado.

Luego, saliendo de esa dimensión, la engañosa bruja Razzmine los estaba esperando. Allí intercambió su llave por una poción para que Nikolav pudiese beber de su sangre. Luego los tres entraron en el cuadro que Razzmine había traído, mas este estaba lleno de demonios y fueron obligados a salir de allí tan rápido como habían entrado... ingresando en cambio en la dimensión de los guardianes, donde un juicio los aguardaba.

Ahora lo recordaba todo; su memoria estaba reestablecida por completo. Sabía qué era lo que debía hacer: debía encontrar a Ildwin, el dragón, aprisionarlo y recuperar su llave, si quería que Nikolav viviera, o él sufriría graves consecuencias.

—Ahora me acuerdo de todo —dijo Alejandra, abriendo los ojos en el consultorio de Kevin.

Al ver la hora en un reloj de pared descubrió que había estado allí durante tres horas.

—Ya era el momento, amiga —expresó él, ayudándola a levantarse del sofá. Ella lo abrazó con entusiasmo.

—Gracias, de verdad. Te debo mucho.

—No hay nada que agradecer —contestó él—. Bien, pues... ¿cuál es tu misión?

—Debo encontrar a un dragón llamado Ildwin, apresarlo y recuperar la llave que le di a cambio de una poción. Si no lo hago, Nikolav, el vampiro que amo, morirá.

—¡Oh, Dios! —exclamó Kevin, palideciendo.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, preocupada.

—Querida amiga: se te ha encargado una misión terriblemente difícil. Realmente te deseo mucha suerte para lograrlo.

—¿Por qué? —preguntó, sorprendida.

—Porque los dragones son embaucadores y difíciles de atrapar. Puedes estar mil años detrás de uno antes de poder agarrarlo. Y, además, yo conozco a ese dragón.

—¿Lo conocés? ¿En serio?

—Sí —respondió Kevin, asintiendo con lentitud. Ella lo miraba seriamente, esperando oír lo que iba a decir.

—Ese dragón solía ser mi hermano.

—¡¿Cómo que solía ser tu hermano?! —exclamó Alejandra, pensaba que las cosas se estaban poniendo cada vez más complicadas. ¿Un dragón hermano de un ángel caído?

—Será mejor que te vuelvas a sentar —sugirió Kevin, aún con su rostro de seriedad.

—Bueno —dijo ella sentándose de nuevo en el sillón, ansiando oír toda su historia.

—Supongo que ya habrás oído sobre la gran guerra entre las hadas y los vampiros, que sucedió mil años atrás. ¿Cierto? —Alejandra asintió. Lo recordaba bien.

—Sí, estoy al tanto de eso.

—En ese entonces Ildwin y yo éramos hadas, y éramos hermanos de la reina Anja. Alejandra abrió sus ojos grandes como platos y lo interrumpió.

—¡¿Qué?! ¿Eso quiere decir que sos mi tío?

—Algo por el estilo. Ahora soy un simple humano. Pero prosiguiendo con la historia... Ambos éramos hadas y luchamos en esa sangrienta guerra. Nos morimos allí, desangrados por vampiros.

—Lo siento —dijo Alejandra, arrugando su cara. Eso era lo que menos le gustaba de los vampiros, la forma en que habían tratado a las hadas.

—De todos modos, cuando despertamos nuevamente estábamos en el reino angelical: nos habían convertido en ángeles, a los dos.

—Veo —dijo ella, asintiendo—. ¿Pero qué pasó con Ildwin? ¿Por qué se convirtió en dragón?

—Ildwin desafió a la autoridad de los guardianes de una forma en la que ningún ángel lo había hecho antes. Lo que hizo fue tan grave que tuvo que caer lo más bajo posible.

—Lo siento mucho —expresó ella, sintiendo que perder a su hermano, su compañero, debía haberle dolido mucho a Kevin—. ¿Qué puede haber hecho Ildwin tan malo como para merecer caer tantos niveles?

—Lo siento, pero no puedo contarte eso. Es un desafío directo a la autoridad de los guardianes el solo hecho de hablar de ello porque revelaría información secreta. Es más, te recomendaría no indagar más sobre el asunto. Es mejor así —Alejandra tragó saliva. No le gustaba que le guardasen secretos. Lo averiguaría de todos modos cuando pudiese. De eso estaba bien segura.

—Está bien —aceptó ella y se puso de pie—. ¿Es eso todo lo que me ibas a contar? ¿Nada más?

—Por ahora, eso es todo —respondió él.

—Bueno, debo irme a casa. Me espera un marido al que convencer de que no es realmente mi marido... y tengo la sensación de que no me será nada fácil hacerlo.

—Mucha suerte con eso —le deseó él, acompañándola hasta la puerta—. Seguiremos en contacto.

—Estaré llamándote pronto. Nos vemos... tío —se despidió Alejandra con una bella sonrisa y con una mirada que expresaba su profundo agradecimiento. Él le sonrió y le dio un abrazo.

En el local, Isabelle estaba esperándola. Alejandra ya se había olvidado de que había prometido comprarle un cristal.

—Esa sesión sí que ha llevado un buen rato —opinó la mujer—. He estado buscando la piedra ideal para ti. —Alejandra caminó hasta el mostrador.

—¿Cuál es? —quiso saber, repleta de curiosidad. Las piedras siempre le habían llamado la atención.

—Una amatista —dijo la mujer, sosteniendo en su mano una piedra grande de color violeta.

—¡Es hermosa! —exclamó la muchacha mientras observaba las irregularidades de la piedra—.

¿Qué propiedades tiene?

—Ayuda a desarrollar las habilidades de manejar el plano astral, saliendo a él en los sueños. Puedes ponerla debajo de tu almohada antes de dormir para ello. Además, sirve para tener serenidad y claridad mental, entre otras cosas. En esos casos, te la posas sobre la frente por un rato y permaneces acostada.

—¿Cuánto cuesta? —preguntó, abriendo su cartera para tomar el dinero necesario.

—Serían diez dólares —le dijo la mujer. Alejandra sacó un billete de su cartera y pagó la bella piedra que se llevaría a casa. Estaba realmente feliz con ella; incluso le había alegrado el día. Sabía que ese trozo de roca, a pesar de ser un objeto inanimado, se convertiría en una buena compañera.


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