Capítulo 11
ALEJANDRA SE ENCONTRABA MUY NERVIOSA. Esperaba que todo resultara bien esa noche e intentaba no pensar demasiado en las cosas que debía hacer para que todo saliese a la perfección ya que no podría manifestar sus pensamientos y nadie más que ella podía saberlos. «Todo estará bien», se repitió a sí misma, convenciéndose de aquello.
Al atardecer, los tres se reunieron en la sala de la mansión y repasaron su plan de acción antes de salir rumbo a la tienda de antigüedades del dragón. Fueron bien vestidos y en una limusina que le pertenecía a Nikolav. No llevaban armas ni nada por el estilo. Todos intentaban mantener la calma para que el dragón no se diese cuenta de que sus planes iban más allá de simplemente querer intercambiar la poción por la llave.
Cuando llegaron, se bajaron de la limusina y caminaron hasta la tienda. Entraron en ella. Ildwin los estaba esperando, sentado en una silla y con las piernas cruzadas. Llevaba una gran sonrisa en sus labios.
—¡Muy bien! —exclamó encantado— Exactamente tres días. Ya estaba por arrepentirme del trato que les había ofrecido.
Nikolav y Juliann quedaron parados cerca de la puerta que daba a la habitación detrás del local, mientras que Alejandra dio un paso adelante, acercándose al dragón con forma humana.
—Aquí tengo lo que querías —le dijo sacando la pequeña botellita de su bolso—. Te cambio esta botella y su contenido por la llave que te di.
—Muy bien —le respondió Ildwin, observando la botellita detenidamente—. Trato hecho.
Alejandra se la extendió; Ildwin la tomó y se levantó de su silla, dirigiéndose a la habitación de atrás. Los tres lo siguieron. El dragón se detuvo delante de la mesa con las cientos de llaves y comenzó a decir palabras mágicas en latín.
—Ist dimi lotre dare, ist clautrum chiare lare.
Cuatro de aquellas llaves doradas emitieron cierto brillo especial, pero de alguna forma, Ildwin supo cuál era la que debía seleccionar y la tomó, entregándosela a Alejandra, quien sonrió al tenerla en sus manos. Se sentía como aquella que le había pertenecido. Esa llave era suya; estaba segura de que era esa y ninguna otra.
—Espérame un segundo —le dijo Ildwin—, y te daré también la cadena de oro que tenías junto a ella.
Se dirigió al fondo de la habitación, donde se encontraba una cómoda antigua. Allí abrió un cajón y comenzó a revisarlo. Alejandra caminó lentamente hacia la puerta y les hizo una seña a Nikolav y Juliann, queriendo decirles que era el momento para actuar y hacer lo que habían planeado con tanto cuidado. Se acercó con sigilo hasta el cuadro en la vidriera y lo sacó de allí para colocarlo bien enfrentado a la puerta de la habitación de atrás que en esos momentos estaba siendo bloqueada por sus dos amores.
Llevó su llave a la abertura y abrió el portal que transportaba al mundo de ese cuadro. Se veía precioso desde afuera, mas uno no podía estar del todo seguro de lo que habría dentro. Ella esperaba que su madre hubiera sido buena con Ildwin y que no le hubiese construido un sitio horrible donde vivir en cautiverio. El cuadro no estaba sellado, por lo que era evidente que demonios no había. Era un buen comienzo.
—¡¿Qué están haciendo?! —exclamó Ildwin desde la otra habitación, dejando caer la cadena de Alejandra al suelo.
—Lo siento mucho —le dijo Nikolav, mientras se abría paso junto a Juliann. Alejandra pudo ver el rostro de sorpresa que puso el dragón al descubrir que el portal estaba abierto; y de inmediato, antes de que él lograra reaccionar, ya estaba siendo arrastrado hacia el interior del cuadro por una fuerza potente pero invisible.
Ildwin no pudo luchar contra el magnetismo del cuadro, había algo en su interior que actuaba como un imán; Nikolav también estaba utilizando su poder telequinésico, el cual se había acentuado desde que era rey, para empujarlo allí dentro. Pronto, el dragón estaba encerrado en ese mundo, sin poder moverse, sin poder luchar para salir de allí.
—Adiós, Ildwin —dijo Alejandra suavemente, antes de quitar la llave de la abertura. El dragón le devolvió una sonrisa cómplice desde allí, que solo ella alcanzó a ver. Su secreto quedaría a salvo y ella lucharía para que nadie se enterase de lo que habían pactado.
—¡Lo hemos hecho! —exclamó con felicidad. Juliann y Nikolav esbozaban una sonrisa triunfante. Lo habían logrado. Tenían la llave y el dragón estaba aprisionado. Nikolav no moriría y los tres podrían continuar con su vida de la manera en que lo deseasen, una vez que los guardianes les concediesen la libertad.
—Primero —dijo Alejandra—, debo sellar el cuadro para que nadie que porte una llave pueda abrirlo a no ser que sea yo o un descendiente directo.
Los dos hombres que tanto la amaban asintieron. Ya estaba todo listo. Lo habían logrado sin demasiada dificultad; es más, había resultado mucho más fácil de lo que habían pensado. Solo restaba sellar el cuadro e ir a hablar con los guardianes.
—Estaré afuera —anunció el vampiro, sabiendo que Alejandra utilizaría su sangre para sellarlo. Ella asintió y esperó a que desapareciera antes de buscar la navaja que llevaba dentro de su bolso para realizarse un corte en su mano derecha, la que luego llevó hacia el cuadro dejando que grandes gotas de sangre cayesen sobre el marco. Estas fueron absorbidas casi de inmediato, haciendo que este emitiese un brillo rojizo el cual señalaba que era hora de decir las palabras mágicas que sellarían la entrada a ese lugar.
—Con esta sangre sello la entrada a esta oculta morada, solo esta misma sangre podrá volver a abrirla, solo esta misma sangre —repitió Alejandra mientras su mano sangraba. Cuando dejó de hablar, quitó su mano de allí, percatándose de que la herida se cerraba de inmediato. Esa era definitivamente una de las ventajas de ser hada y no humana.
—Bueno —le dijo Juliann—, ahora podremos volver a la mansión para hablar con los guardianes.
Juliann no se refería a que los guardianes los estarían esperando en la mansión, sino a que ellos deberían ir hacia los guardianes. Aún no había acabado el plazo que se les había dado. La mejor manera de encontrarse con esos seres era usando uno de los cuadros pintados por Anja.
La dimensión de los guardianes era impenetrable. Se decía que se podía pasar por el portal si se tenía una llave, pero uno simplemente se encontraría ante una enorme puerta cerrada que solo un guardián podría abrir si deseaba hacerlo. Ellos podrían entrar, pero solo porque estaban siendo esperados. Si la ocasión fuera diferente, no correrían con la misma suerte.
—Sí —asintió ella—, pero primero quiero tomar algunas cosas que hay aquí.
—Recuerda que no puedes robarle a un dragón —le explicó Juliann.
—Lo sé, pero Kevin me ha dicho que si lográbamos encerrar a Ildwin todas sus pertenencias serían nuestras.
—¿En serio? —preguntó el rubio, sorprendido—. La verdad es que aquí hay una gran variedad de artefactos mágicos que pueden llegar a servirnos. Ese dragón debe haber dedicado una gran cantidad de su tiempo para recolectar todo esto en las distintas dimensiones.
—Así es —estuvo de acuerdo Alejandra—. Guardaremos todo en un lugar al que nadie pueda acceder: en el cuadro donde Anja guardaba a Stumik. Supongo que el sable debe haber vuelto allí... La verdad no sé dónde está, pero eso no es de importancia ahora. Allí hay lugar para guardar todo esto. Lo que sí llevaremos ahora son las llaves.
—¿Las llaves? —preguntó Juliann—. ¿Cómo harás para saber cuáles son?
Alejandra esbozó una gran sonrisa.
—Mírame y aprende —le dijo, mientras caminaba hacia la mesa con las cientos de llaves—: Ist dimi lotre dare, ist clautrum chiare lare —expresó, una vez delante de la mesa, repitiendo exactamente las mismas palabras que había dicho Ildwin. Juliann la miraba boquiabierto, sorprendido de que hubiese memorizado aquello. Las tres llaves restantes brillaron con intensidad y ella las tomó a todas, para luego meterlas dentro de su bolso.
—Ahora sí, podemos irnos —le dijo—. Lleva el cuadro, por favor.
Mientras Juliann lo buscaba, ella tomó la cadena de oro que estaba tirada en el suelo con una amplia sonrisa, buscó su llave en donde la había dejado y la puso allí, colgándosela nuevamente de su cuello. Aquella se sentía bien en ese sitio y Alejandra estaba contenta de haberla recuperado. Ahora tenían exactamente siete en su poder. Solo faltaban dos para reunir las nueve; pero ella no sería quien las juntase.
Salió a la calle, seguida por Juliann con el cuadro. Cerró la puerta de la tienda una vez fuera; no quería que nadie entrase a robar ninguno de los valiosos objetos que allí se encontraban. Había prometido cuidar de ellos y mantendría esa promesa. Nikolav se les adelantó, abriendo la puerta de la limusina que los esperaba para que subiesen con el cuadro.
—Supongo que ya estamos listos para volver a la mansión —les dijo.
—Sí —afirmó Alejandra—. Luego deberemos enviar a alguien para que busque todas las cosas que quedan aquí. Tenemos que guardarlas bien. La mayoría son artefactos mágicos.
—Bien —estuvo de acuerdo Nikolav—. Mañana enviaré a mis sirvientes para que lleven todo a la mansión. Ahora debemos encargarnos de otras cosas primero.
Nikolav tenía razón. Era de urgencia hablar con los guardianes y dar todo el asunto por acabado.
Alejandra tenía un gran nudo en el estómago. Le provocaba mucho nerviosismo tener que hablar con ellos. Le infundían mucho temor. Y ella, ahora más que nunca, sabía que ese miedo tenía fundamentos. Era consciente de que no eran los buenos de la película. Para nada. Y era preferible ni siquiera pensar en que los estaba engañando, para que nadie sospechase nada. Ellos no podían hacerlo o el trato que había hecho con Ildwin no serviría de nada.
***
Pronto los tres llegaron a la mansión y, sin perder el tiempo, se dirigieron a la habitación de Alejandra. «Los guardianes estarán sorprendidos porque logramos nuestro objetivo en tiempo récord», pensó ella mientras abría el portal que los llevaría con ese grupo de doce seres. Solamente seres, ya que la luz solo la aparentaban, y las apariencias en este caso engañaban.
Del otro lado del portal se podía ver un corto pasillo iluminado por luz blanca. Adelante, a solo unos pasos, había una gran puerta del mismo color con bordes y picaporte dorados. Los tres cruzaron el portal, cerrándolo tras de sí, y esperaron delante de la colosal puerta sin saber si golpear o tan solo esperar. Sin embargo, antes de que pudieran decidir qué hacer, la puerta se abrió de par en par.
—Adelante, los estamos esperando —se oyó una voz decir.
Entraron con lentitud, un poco temerosos de lo que se encontrarían. La puerta se cerró cuando la cruzaron. Adelante se extendía una mesa en forma horizontal. Los doce guardianes estaban sentados allí. Alejandra no podía distinguir uno del otro ya que todos lucían exactamente igual. Solo tenían formas lumínicas y no poseían cuerpo físico.
—Han llegado temprano —dijo el guardián que estaba sentado en el medio de la mesa.
Alejandra supuso que aquel era el juez; o al menos su voz era igual a la suya.
—Sí —afirmó ella—. Ya hemos terminando todo lo que se nos pidió que hiciéramos para garantizar la libertad de Nikolav y poder seguir con nuestras vidas.
—Lo que más tiempo parece haberles llevado —dijo un guardia sentado a la derecha del que estaba al medio—, es recuperar la memoria. Principalmente a ti, Juliann. Lo demás ha sido bastante sencillo. Demasiado, diría yo.
—Ese dragón se ha dejado atrapar muy fácilmente. Diría que han sido ustedes quienes lo han engañado —dijo una guardiana. La única forma de distinguirla de sus compañeros masculinos era por su voz.
—Es cierto —dijo Alejandra—. Utilizamos el elemento sorpresa. No se esperaba que fuéramos a encerrarlo en ese momento. Pensó que solo iríamos a recuperar la llave y que no intentaríamos otra cosa. Creo que eso fue lo que nos dejó en ventaja.
—Es posible —contestó el juez—. De todas formas, han cumplido con su parte del castigo. Recuperaron su memoria, recordaron lo que debían hacer, consiguieron la llave y han encerrado al dragón. Eso es lo que importa. ¿Alguien está en desacuerdo?
El silencio inundó la blanca sala. Nadie tenía nada que decir. Alejandra se había esforzado en no pensar siquiera acerca del trato que había hecho con Ildwin fuera de sus sueños. Todo parecía limpio y debía permanecer de esa manera. Era bueno que ella fuera la única que lo supiera.
—Muy bien, entonces —les dijo el juez—. Son libres. Alejandra, no necesitas ser reina si no lo deseas, ni casarte con Juliann. Nikolav, has asumido la responsabilidad de ser rey de los vampiros, por lo cual ahora no tienes marcha atrás. Lo demás se lo dejamos a ustedes para que lo decidan.
Alejandra dio un paso adelante sorprendiendo a todos los presentes por su actuar.
—Tengo un par de peticiones —anunció.
—Te escuchamos —dijo el guardián, prestándole suma atención.
—Primero, quiero que este cuadro quede guardado dentro de otro cuadro, en donde está el sable Stumik, y donde guardaremos los objetos mágicos que el dragón tenía en su tienda.
—Deja que lo discutamos —le pidió el juez. ¿Qué habían planeado hacer con el cuadro? Quizás su intención era dejarlo en su propia dimensión, pero ella no podía permitir que eso ocurriese.
Los guardianes comenzaron a discutir en un idioma desconocido para ella, hasta que llegaron a un acuerdo.
—Concedido —dijo el juez al cabo de un minuto o dos—. ¿Qué otra petición tienes?
—Pido permiso para cambiar el sistema de gobierno de las hadas y los vampiros. Quiero casarme con Nikolav, pero seguir siendo la reina de las hadas; quiero vivir con él en territorio neutro y tener a Juliann y Lilum como virreyes en el reino de las hadas, representándome allí, y que Nikolav también escoja su propio virrey. De esa forma, repartiríamos responsabilidades y no necesitaríamos vivir todo el tiempo en esos lugares.
Todos estaban sorprendidos ante su petición, tanto los guardianes como los dos hombres a su lado. Los guardianes comenzaron a discutirlo, esta vez por más tiempo.
—Es una petición extraña —dijo el juez—, mas será concedida siempre y cuando todas las partes estén de acuerdo. Suponemos que no lo has discutido con Nikolav ni con Juliann, por lo cual les daremos tiempo para hablar al respecto. —Los tres asintieron y los guardianes desaparecieron de la habitación, esfumándose. Ahora le tocaba a ella convencer a esos dos sobre lo que estaba pidiéndoles.
—¡Wow! —dijo Nikolav—. Me complace en gran manera que quieras reinar junto a mí y me parece una excelente idea. Pero, ¿qué hay de tu promesa con Juliann?
Juliann la miraba fijo, con los brazos cruzados.
—Alejandra, has dado la poción al dragón y estás esperando a mi bebé. ¿Piensas que te permitiré casarte con este vampiro y correr el peligro de que te drene de sangre si simplemente llegas a cortarte el dedo por casualidad estando en su presencia? No lo haré. —Ella esbozó una sonrisa triunfante, mientras sacaba una pequeña botellita con un líquido rojizo dentro de ella.
—Aquí está la poción —dijo, tapándole la boca. Tanto Juliann como Nikolav abrieron los ojos como platos.
—¡¿Qué?! —argumentó Juliann—. Si le diste la poción al dragón... Alejandra sacudió su cabeza.
—No. Le di la botella que él me había dado, pero antes había volcado su contenido en otra similar y la rellené con un líquido del mismo color, mas no es otra cosa que óleo disuelto. Se me ocurrió la idea mientras pintaba y aunque no estaba segura de que funcionaría, el dragón ni se imaginó que le estaba entregando otra cosa.
Alejandra, el hada que no podía mentir, había osado engañar a un dragón. Pero ella nunca había dicho que le estaba entregando la poción, ni siquiera que la botella tenía una poción en su interior; simplemente le había intercambiado esa botella, con el líquido que contenía, nada más y nada menos.
Nikolav no pudo contenerse y la llevó a sus brazos. Estaba recuperando las esperanzas de estar juntos. Es más, cumpliría el sueño que había tenido desde que la había conocido: el sueño de que ella fuera su reina.
—Entonces, Juliann —dijo ella—, ¿me liberás de esa tonta promesa? Sabés que nunca podrás hacerme feliz. Y, además, yo he visto la forma en que mirás a Lilum y la forma en que ella te mira a vos. Estoy totalmente convencida de que ustedes dos serán una pareja feliz.
Juliann no podía contrarrestar ese argumento. Alejandra tenía razón. Él y Lilum siempre habían sentido una gran atracción, aunque nunca se habían atrevido a expresarlo ya que él debería casarse con la reina de las hadas, quien podría ser Alejandra, y no la bella pelirroja. Las amaba a ambas, tal vez incluso en igual medida, pero Lilum sería la única que realmente lo correspondería de la manera en que él se merecía. Merecía su amor mucho más que Alejandra.
—Está bien —aceptó el rubio—. Te libero de esa promesa. Puedes casarte con Nikolav de nuevo y ser su reina. Estoy de acuerdo en ser tu virrey junto a Lilum. Lo único que pido a cambio es poder ver a nuestro hijo o hija con frecuencia.
—Por supuesto —accedió ella—. Podrás verla todo lo que quieras, Juliann. Todo lo que quieras.
—¿Verla? —preguntó él— ¿Cómo sabes que será una niña?
—Ehh... No lo sé. Simplemente lo presiento.
Era mentira. Ella bien sabía que tendría una niña e incluso había comenzado a pensar en el nombre que le pondría. Su hija sería el hada más bella, más poderosa e importante de la historia y se merecía el mejor nombre de todos.
Alejandra e Ildwin habían acordado un trato que los beneficiaba a ambos, aunque ella tendría una buena parte que cumplir. No le había sido fácil decidir que podía confiar en él, pero tal vez porque él había sido convincente o bien porque a ella no le quedaba otra opción, Ildwin consiguió que aceptase el trato que le había propuesto.
—Ok. Soy toda oídos. Pero no te prometo que vaya a hacerte caso —le había dicho al dragón, sentada junto a él en el prado de su bello sueño.
—Bueno. Entonces escucha bien lo que te voy a decir —había comenzado él, captando toda su atención—. Todo esto que ves a tu alrededor, todo lo que has visto en este mundo y en todas sus dimensiones, no es más que una mera ilusión que los guardianes han creado para mantenernos como esclavos. Tengo que contarte toda la historia para que me creas, prometo ser breve...
Ella estaba prestando mucha atención. Aunque el relato fuera conciso, quería escuchar esa historia.
—En un principio solo éramos almas sin cuerpo. Vivíamos en diferentes planetas, en todos los que quisiéramos, viviendo diferentes cosas en cada uno de ellos. En algunos, se experimentaba la maldad pura, pero eran muy pocas las almas que decidían vivir allí. Bueno, un día un grupo de almas buenas decidimos que queríamos explorar el plano de la materia y fue entonces que escogimos este plano para hacerlo. Fue allí cuando surgió la gran civilización antigua de Lemuria, seguida luego por la de la Atlántida. Éramos grandes y estábamos en contacto con los planetas de dónde proveníamos, pudiendo ir y venir cuando lo deseásemos. Nuestros cuerpos físicos no eran más que un vehículo del alma, que es lo único eterno.
—¿Qué sucedió entonces? —preguntó Alejandra.
—Un grupo de almas oscuras se enteraron de este proyecto y vinieron a este planeta, para corromperlo. Ellos tomaron un gran cetro de cristal bañado en oro, que era lo que daba poder y controlaba este planeta, y lo transformaron en las nueve llaves que ahora conocemos, dividiendo este planeta en nueve planos, obligando a las almas a encarnarse aquí una y otra vez, sin la posibilidad de volver a nuestros planetas de origen espiritual. Ya sé que es una historia un poco engorrosa y es difícil de explicar en poco tiempo. Pero, ¿me crees?
Ella no sabía bien cómo, pero lo hacía. Confiaba en todo lo que él le estaba diciendo.
—Entonces, ¿la idea es tomar las nueve llaves para poder volver a lo que se era antes? — preguntó ella. Ildwin asintió.
—Si esas nueve llaves se juntan, podremos reunificar el planeta y romper la ilusión que han creado los guardianes, que no son más que las doce almas oscuras que vinieron aquí para controlarnos y corrompernos. Cuando la ilusión caiga, podremos expulsarlos de aquí y una nueva edad de oro nacerá. No tendremos más las vendas que ciegan nuestros ojos y nos impiden conectarnos con nuestra propia alma. Podremos volver a nuestros planetas de origen cuando lo deseemos o quedarnos aquí en este mundo. No habrá límites para lo que podamos hacer.
—Pero, me ha dicho Anja que eso significaría el fin del mundo.
—Sí, es cierto. El mundo como lo conocemos terminaría al acabarse los nueve planos. Existiría solo un plano nuevamente y las almas seríamos libres de tomar forma física o regresar al lugar de donde vinimos, o incluso probar ser seres físicos en otros planetas donde se han hecho experimentos similares. La destrucción de lo que ahora conocemos únicamente traerá la verdad y nos regresará a nuestro estado real.
Alejandra le creía, creía que Ildwin decía la verdad, ya que era mucho más fácil confiar en él que en los guardianes. Además, muy dentro de su corazón, sabía que era todo cierto. Era una verdad que una vez dicha no podía ser refutada.
—Ahora, ¿cómo se hace para derrotar a los guardianes?
—Bueno, hay siete llaves que puedes juntar con facilidad —le explicó él—. Dos tiene la bruja Razzmine, una tienes tú y cuatro tengo yo. Me ha llevado bastante tiempo conseguirlas, sumado a la persecución y odio eterno de los guardianes, ya que sabían cuáles eran mis planes. Dos llaves restan encontrar y sé que están en el plano de los dioses. Los dioses tienen forma física, pero han sido puestos por los guardianes y les son fieles. Nunca darían las llaves a cambio de nada y no conozco la forma de hacer que hagan lo que uno desea. Es prácticamente imposible. Pero he encontrado una profecía.
—¿Una profecía? —preguntó Alejandra con gran curiosidad.
—Sí. Cuenta que del hada dos veces transformada nacerá una bella niña con nueve poderes. Ella vivirá entre vampiros, a la vez que entre las hadas, y logrará la paz entre todas las especies. Ella conseguirá el favor de los dioses y reunirá las nueve llaves, derrotando a los guardianes y barriéndolos de este planeta para siempre.
—Oh —murmuró Alejandra—... ¿Y qué tengo yo que ver con todo esto? Yo no soy esa hada. Ildwin sacudió su cabeza.
—No. No lo eres. Pero tu hija lo será.
—¿Mi hija?
—Sí. Estás esperando una niña, me lo ha dicho mi amiga bruja. Lo ha visto en tu futuro. Ella tendrá nueve poderes y será prácticamente invencible. Los dioses se enamorarán de ella como nunca se han enamorado de nadie de este mundo.
—No sé adónde querés llegar, Ildwin —expuso Alejandra.
—Quiero hacer un trato contigo. Me dejaré atrapar en el cuadro para que puedas salvar a tu amado Nikolav, pero a cambio deberás asegurarte de que ellos no den con él, que esté en un lugar seguro junto con todo lo que hay en mi tienda; deberás criar a tu hija entre vampiros, dejando que también se contacte con las hadas, y la llevarás a visitarme una vez al mes entre su cumpleaños número quince y dieciocho. A los dieciocho será cuando esté lista para recibir el favor de los dioses. Ella es la única esperanza que tenemos para ser libres otra vez.
—Está bien —respondió Alejandra. El trato no incluía obligar a su hija a hacer nada que ella no quisiera, por lo cual todo estaría bien.
Habían hablado un poco más, ultimando los detalles de lo que cada uno haría para lograr su objetivo. Ella había terminado por creer que realmente le agradaba ese dragón, con quien de veras se sentía como en familia.
Así fue como Ildwin y Alejandra cerraron su trato, el trato que cambiaría el curso de la historia de todas las almas en este mundo. Y también había sido así como ella se había enterado de que tendría una niña: la niña que los salvaría a todos de los malvados guardianes.
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