» Uno

El mundo sigue siendo un lugar desconocido, pues incluso lo que es inexistente para algunos, es el todo para otros.

      TaeHyung se encontraba sentado en la cabeza de la mesa cristalina y rectangular que se alargaba por la habitación, miraba a su padre que conversaba tranquilamente con su madre. Como siempre, su espalda estaba perfectamente erguida y recargada sobre la silla, sin embargo y aunque solía disfrutar la convivencia familiar, el aburrimiento comenzaba a ganar terreno en sus pensamientos a la vez que sus ojos se posaban en todos los integrantes sentados al desayuno. Era sorprendente cómo todos estaban metidos en sus pláticas, y lo dejaban de lado. No le sorprendía, pues era el mayor de sus hermanos, y el que seguía de él era cuatro años menor, lo suficiente para tener ideas completamente distintas una de la otra.

      Dejó caer la mano en el hielo, que a su tacto solo fue un poco más fría a comparación con su temperatura corporal. Estaba muy acostumbrado a sentir esta lejanía de la vida real y encerrarse en su mente.

     — TaeHyung —llamó su padre.

     El Rey KangHyun tenía el cabello tan blanco y lacio como cada uno de sus siete hijos. Puede que su apariencia engañara a cualquiera que lo conociese a primera vista, parecía un hombre tranquilo y de corazón bondadoso, aunque era todo lo contrario. Él tenía una forma dura de educar y de gobernar, arraigado a las reglas; desde la más pequeña hasta la más poderosa ley eran cumplidas al pie de la letra desde que los ancestros más viejos fundaron el reino. De igual forma, todos esos eran los principios que le había inculcado, porque, en algún futuro próximo o lejano, TaeHyung se volvería rey.

      — ¿Sí?

     — ¿Estás bien? —preguntó llevándose un arándano a la boca—. No has dicho ni una palabra.

      — Estoy bien, es solo que últimamente me siento muy encerrado en el castillo —admite suspirando.

      — Vamos Tae, no calientes la diversión —menciona su hermanito, HyunMin.
  
      El mayor de los príncipes era el único que tenía estrictamente prohibido ir más allá de la supervisión de los guardias o cualquier adulto responsable. Incluso a sus veinte años, TaeHyung seguía sin conocer todo el ambiente que envolvía al pueblo que su familia, desde hacía años atrás, estuvo gobernando. Era educado en su habitación, cada día por al menos tres horas, con materias básicas como matemáticas, historia universal y enfocada a su ubicación geográfica, redacción, lenguaje, y cualquier cosa mínima que se entrometiese en una planeación normal de un estudiante. Le parecía una total injusticia que siendo el heredero a un trono no se le permitiera ir a la escuela, y era mucho más injusto cuando todos sus hermanos, sin excepción, sí iban (eso era más que una traición cualquiera, su propia familia lo traicionaba). Sus aprendizajes eran avanzados, al menos para el grado de educación que se impartía en su sociedad, pero había algo de lo que TaeHyung jamás tuvo conocimiento: los demás reinos, en especial aquellos que eran completamente contrarios al suyo.

      Hacía mucho tiempo atrás, cuando su padre solía dejar que lo visitaran amigos de su infancia, ellos le contaban sobre aquella línea divisoria, comúnmente llamada "El inicio del fin" entre los pobladores del reino. Una franja perfectamente delimitada donde, si te acercabas lo suficiente, serías capaz de observar el paisaje distante que ardía hasta el fondo de tu alma. Esa franja estaba prohibida, cruzarla no era una opción. No solo por las leyes internas, sino también por las externas. El Reino Glacier y el Reino die Flamme naturalmente debían mantenerse al borde del límite, pues coexistir en un mismo ambiente sería imposible. La diferencia iba desde aquellos árboles desojados y suelo agrietado y rojizo, hasta la capa blanquecina que embellecía indudablemente el otro lado de la línea.

      "Calentar la diversión" resultó en una frase tan graciosa, que todos los que estaban sentados a la fría mesa rieron, e incluso se escuchó a los sirvientes hacer lo mismo y halagar al joven HyunMin. TaeHyung se echó hacia atrás, sin esperanza de ser comprendido.

      La reina, quien se propuso a descifrar a su hijo, pudo notar aquella falta de brillo en sus ojos. Kim TaeHyung siempre fue tan callado como una noche de verano, y tan alegre como el primer copo de nieve en la temporada navideña; no obstante, ahí solo observó a un chico desganado que decía la verdad sobre sentirse encerrado. Con una mirada cómplice, la reina SooHyun le hizo una señal al rey, quien más en desacuerdo que a favor, alzó la mano llamando a alguna persona que le ayudara, diciéndole algo al oído sin que nadie más tuviese en cuenta lo que había sido. Después de unos segundos, un joven de complexión delgada y tímido entró con pasos pequeños al lugar, llamando la atención de todos y haciendo una reverencia ante sus excelencias.

      — Hijo, ya que ahora eres algo más grande —menciona el padre, desganado y con recelo—, supongo que puedes cuidarte más a ti mismo. Eres más consciente, además de que nunca has desobedecido mi palabra, la de tu madre o la de quien sea que esté a cargo de ti...

      — Lo que quiere decir tu padre, antes que anochezca y se vuelva imposible, es que puedes ir a dar una vuelta por los alrededores. Pero te tendrá que acompañar este... —todos miraron hacia donde la Reina había volteado, examinando con cuidado al chico que reverenciaba una y otra vez—... Amable joven.

      — ¿Salir? —preguntó TaeHyung con una voz extrañamente ansiosa saliendo desde su pecho. Se levantó de su asiento dejando caer las manos en la mesa e inclinándose a su delantera—. ¡Un momento! ¿Hablan de salir en serio? ¡¿Del castillo?! ¡¿Por todo el pueblo?!

      KangHyun, como siempre inseguro por el mundo exterior, hizo un intento de alzar la mano para detener a su hijo mayor de realmente "andar por todo el pueblo". Conociendo a ese chico de curiosidad extensa, quien había aprendido a hacer cada uno de los platillos que los cocineros hacían, que aprendió a bordar con las costureras, quien también aprendió a luchar con espada, dibujar y escribir solo por "interés y aburrimiento", era muy probable que TaeHyung se tomara tan en serio lo de visitar todo que la hora en que estaría en casa jamás llegaría.

      La mano de su esposa, aquella bella señora de ojos azulados y cristalinos, cayó sobre su brazo deteniendo toda palabra que pudiese dar orden.

      — Es capaz de irse a otro lado —le dice él a la reina. Y ella no le presta demasiada atención.

      — Sí —responde a su hijo la bella mujer—. Pero antes de que el sol se oculte, deberás regresar.

       TaeHyung, ilusionado ante las maravillas desconocidas que le aguardaban, asintió con toda la fuerza de su cuerpo y llevó de inmediato sus arándanos a la boca, para asegurarse que no lo detendrían por nada más. Estuvo a punto de dar un paso fuera de la mesa apresuradamente cuando una duda emergió del fondo de sus ideas. El chico se detuvo y ladeó la cabeza, mirando a su padre.

      — ¿Solo será por hoy? —preguntó—. ¿Es mi única oportunidad?

      — Mmh, no, TaeHyung —dijo su padre, carraspeando—. Ya que serás el rey, tienes que conocer los alrede-

       — ¡Gracias, volveré pronto!

      El príncipe TaeHyung buscó entonces impaciente sus mejores ropas. La mayoría de éstas estaba confeccionada a la medida y en un color azul brillante que combinaba con sus cabellos blancos y plateados, heredados por sus padres y característicos en su reino. Después de elegir la ropa que más le gustaba, y seleccionar su capa de terciopelo favorita, TaeHyung salió de su habitación solo para toparse con el joven de actitud nerviosa.

      — P-p-prín... Príncipe T-TaeHyung, su excelencia y divinísima majestad, hijo del rey Kim KangHyun y la reina SooHyun, próximo heredero al trono de Glac-

      — Shh —demandó el chico, empujando con la mano al joven—. No tienes que decir todas esas cosas vergonzosas cuando estemos solos.

      — P-pero prín-prín... Príncipe, usted-

      — TaeHyung —insistió el peliblanco—. Cuando estemos solos puedes llamarme así.

      — Está... Bien, príncipe.

      — TaeHyung...

       — Sí, sí —repitió inseguro el chico—. TaeHyung, ya entendí, príncipe.

       Era una desventaja de ser el heredero a uno de los reinos más importantes y famosos de su ubicación remota en este planeta. Todo el mundo creía deberte algo, si no lo llamaban por "Príncipe" entonces aparecían personas que lo llamaban por "Su grandísima majestad". Objeto de adulaciones y alabanzas sin sentido, pues, aunque fuese el supuesto gran próximo rey de Glacier, lo cierto era que TaeHyung aún no había hecho absolutamente nada para ganarse el respeto de los demás.

       — ¿Y tú cómo te llamas?

      Ambos caminaban por el pasillo, en camino a las escaleras que finalmente los conducirían a la entrada principal del castillo. TaeHyung percibía en aquel chico un aura distinta, teniéndolo cerca era fácil percibir su distinta temperatura y el cabello castaño con mechones blancos decía mucho de su origen y presencia. Los guardias observaban al príncipe, y se inclinaban a él, recibiendo ojos agradecidos o enojados pese a que unas cuantas veces les había dicho que no hicieran eso.

      — Soy San —admite el joven, bajando las escaleras un paso atrás que el príncipe—. Choi San.

      — Tu cabello es castaño.

      — Aah, sí, lo es, príncipe —San lleva la mano hasta su cabello, palpándolo por un segundo—. Mi padre es del reino Terra, y mi madre de aquí. Por lo visto mis genes dominantes en temperatura son más fríos que templados, pero de todas maneras mi cabello sigue siendo más café que blanco.

      — Es un lindo color.

     TaeHyung se detuvo justo enfrente de aquellas puertas, perfectamente custodiadas por dos de los más grandes guardias reales. Los miró con la ceja alzada, y después llevó los ojos hasta San, que esperaba impaciente detrás del príncipe. San, dándose cuenta de esto se puso nervioso por su actuar, inmediatamente y dio un paso hacia atrás, dirigiendo sus ojos azulados hasta los guardias.

      — El Rey KangHyun permitió que el Príncipe TaeHyung, heredero de Glacier, saliera del castillo hoy, con motivo al inicio de su reconocimiento geográfico del reino.

     De esta forma, los guardias dejaron cruzar las puertas. TaeHyung sentía un tipo de presión en su pecho, era la misma felicidad que lo hacía mover sus pies cuando era día de cocinar postres, o cuando le enseñaron a pelear con espada y utilizar sus poderes dependiendo de la situación. Lo primero que vio al dar un paso, fue aquel paisaje mayoritariamente blanco y con algunas tonalidades celestes, los árboles con capas de escarcha ligera y el sol en sus mejillas, un ligero calor que apenas podía calentarlo. El hielo de su reino era tan resistente al sol, y con el paso del tiempo su atmósfera se volvió más gruesa para evitar cualquier impacto negativo de la estrella gigante en su población. Unos cuántos pasos sobre la nieve bastaron para que TaeHyung se sintiera cada vez más emocional, jurando que podría llorar.

      El príncipe no era tan conocido entre los pueblerinos, debido al intenso cuidado que se le proporcionó desde su nacimiento como heredero al trono. Además, su padre lo había obligado a mantener un perfil bajo, pues incluso cuando se caracterizaban por ser una población tranquila y sin disturbios, siempre había quien odiara al gobierno y sus hijos. Por eso la capucha de terciopelo que era común utilizar para proteger del vago Sol que llegaba al lugar. San caminaba a su lado descubierto, quizá porque su temperatura era lo suficientemente adaptable para no verse completamente afectado por el Sol.

      — Todo es tan hermoso —dice TaeHyung caminando despacio—. Todo es justo como se ve desde la ventana.

      Los techos de aquellas casas cristalizadas daban la apariencia de un frío que lo mantenía al borde de la emoción; al igual que la calle principal adornada con pequeñas decoraciones transparentes, los árboles que brillaban por el hielo esparcido en ellos y en sus ramas, a las cuales el sol les, llegaba haciéndolas resplandecer. La ropa de su pueblo con destellos plateados, los ojos de las personas, las sonrisas, la vida en risas agigantadas que escuchaba. Todo era como estar bajo cero, el clima era tal para ocultar el rostro en la nieve y dejar tu espalda descubierta al recargarla en el hielo. Descubrir todo lo que estaba fuera de su hogar le generaba el mismo sentimiento que el lema del reino "Congelados hasta la muerte".

      — Choi San —le habló al castaño mientras sus pies se hundían satisfactoriamente en la nieve—. ¿A dónde podríamos ir? Tú sabes más que yo, ¿no? Háblame de un lugar hermoso y llévame ahí.

      — Un lugar hermoso...

      El pelo blanco de TaeHyung reflejaba la luz proporcionada por el sol, haciéndolo ver como un brioso pelaje con gotas diminutas de agua. San se detuvo un instante, llevando la mano hasta su barbilla y preguntándose un lugar digno del príncipe.

      Los ojos grises claros del mayor cayeron en San, brillando ante la emoción.

      — Bueno... Hace algunos días abrieron un parque con un el río congelado, dentro delBosque Helado. La gente va a patinar.

      — ¿Cómo? ¿Patinar en el hielo del río?

      — Sí —asiente San—. ¿Le gustaría ir ahí, príncipe?

      — ¡Claro que sí! ¡Vamos rápido!

      Ambos caminaron, deteniéndose cuando su majestad quería ver algo más de cerca. Compraron algunas frutas, pero siempre avanzaron cada vez con más rapidez para llegar antes del atardecer al Bosque Helado. Un viejo bosque que era frecuentado en los festivales de invierno, cuando sus poderes estaban en la cúspide de su capacidad. Un bosque de pinos altos y árboles que soportaban perfectamente la nieve que los cubría y los hacía ver como muñecos gigantes.

     TaeHyung y sus ojos se dedicaban a examinar cada una de las cosas con las que podía toparse. Los zorros rojos que corrían sobre la nieve y los ciudadanos que se encontraban disfrutando del hielo, con zapatos puestos, los cuales jamás había visto antes. Parecían tener una gran navaja que les permitía deslizarse con más libertad que de costumbre.

      — Nunca me mostraron esto en casa.

      — ¿Lo dice en serio, príncipe? Son bastante comunes en el exterior.

     — Ya veo, deberé preguntarle a NamJoon después.

      Aquellos ojos que se desplazaban por el cielo y suelo, por lo vivo y muerto, pronto hallaron algo que llamó su atención. TaeHyung miraba el final del bosque, el lugar donde los árboles se hacían cada vez menos frondosos, donde las ramas iban volviéndose más oscuras y menos cubiertas de nieve. Recordó pronto las advertencias de su maestro, Kim NamJoon, un viejo familiar que era especialista en conocimiento universal y específico en las culturas que coexistían cercanas una de las otras. Siempre se le pidió que se mantuviera alejado de La Franja, el inicio del final.

      Una franja donde los reinos más contrarios uno del otro se encontraban y colisionaban, formando una línea mortal para uno de los bandos. TaeHyung mordió su labio, siendo tentado por la curiosidad que hacía a su corazón latir. Podía sentir aquellos colores oscuros atraerlo, su alma se removía dentro de su corazón, queriendo acercarse cada vez más y observar eso que todos le advirtieron podría ser la causa de su muerte y el comienzo de una guerra, que estaría completamente en su contra de no hallar a los simpatizantes correctos. Buscó a San a su lado, en busca de alejarse de los problemas. Tal parece que lo que lo atraía no solo era su alma y lo desconocido, sino que el destino realmente lo quería llevar a toda costa.

     — San —habló TaeHyung, bajo e inseguro.

     Choi San miraba distraído la pista, examinando a todos y cada uno de los pueblerinos como buscando algo sospechoso para lanzarse encima de ellos.
    
      Por primera vez en su vida, TaeHyung se cuestionó sus decisiones. La presión sobre sus hombros lo hizo detenerse cuando dio un paso en falso. Suspiró, cerrando fuerte sus puños y dejándolos caer a su lado. No lo haría. Toda aquella curiosidad se veía fácilmente disminuida por los miedos internos de provocar guerras y desacuerdos que, mucho tiempo atrás, quedaron sellados con tratados de paz que establecían a los cuatro reinos como aliados, o conocidos, pero no como enemigos. Dando media vuelta, quiso retirarse para advertir a San de sus intenciones.

      No lo hizo. Un sonido, un pequeño sonido lo llamó.
  
      El príncipe del Reino Glacier posó sus ojos cristalinos en el horizonte del bosque que se derretía más a cada metro que se avanzaba. Entonces vio una rama descender del cielo, envuelta en un color hermoso que pocas veces se solía ver en aquel lugar: el rojo. Sin dudarlo más, sus pasos se dirigieron específicamente a aquella rama donde el fuego, antes completamente vivo, disminuía al tener contacto con la densa capa de nieve que poco a poco lo apagaba. TaeHyung se detenía cada tanto, escondiéndose detrás de los árboles, con el corazón latiendo a mil.

     Algo completamente nuevo captó su atención. Era cierto: la división era una línea perfectamente establecida. Aquella franja fronteriza era el límite de su reino, y al cruzarla, tus pies se encontrarían con tierra. Tierra agrietada, los árboles a lo lejos cada vez se veían más secos y oscuros, y muchísimo más allá, el fuego daba sus señales de vida. Lo que no se explicaba TaeHyung era cómo ese fuego, que a sus ojos era una luz tan lejana, había llegado tan cerca de sus árboles, de sus árboles bellos con nieve. ¿Es que acaso el fuego tenía la habilidad especial de viajar por el cielo? ¿Estarían enterados sus padres? ¿Cómo es que nadie lo había notado? Escondido detrás de un pino, el príncipe asomó la cabeza, apenas dejando ver su rostro y velando el territorio, hasta que se topó con un cuerpo.

    Un cuerpo delgado, vestido de ropa oscura combinada con rojo, quien apuntaba con la punta de sus dedos hasta las ramas del pino. Un chico de piel clara, ojos anaranjados combinados con dorado, y cabello de puntas rojas y raíces negras, se enfocaba en el árbol gigante delante suyo, del otro lado de la franja y a una considerable distancia. Después, simplemente bajó un brazo y chasqueó los dedos; una pequeña llama roja saltó desde el otro lado hasta una ramita pequeña, que cayó al suelo, dejando al fuego extinguirse en unos pocos segundos. TaeHyung, maravillado con aquello, escuchó reírse al joven que parecía divertirse destruyendo propiedad ajena.

     El grito lejano de San alertó a ambos chicos.

      — ¡TaeHyung! —exclamaron en la lejanía—. ¡Joven!

      Los ojos del pelirrojo se encontraron con los de TaeHyung. Ahí, aquellos ojos anaranjados se tiñeron de un rojo profundo y oscuro, y se encontraron con los orbes cristalinos de TaeHyung, los cuales se convirtieron en un celeste brillante. No duró mucho, pues, casi de inmediato, TaeHyung se escondió detrás del pino y se quedó quieto.

     No sabía quién era, y cuál sería su reacción. Lo que hacía quemando ramitas inocentes, sus razones para estar tan cerca de la frontera y cometiendo actos impropios.

      — Quién sea que seas —exclamó aquel chico, con una voz seria—, sal de ahí ahora mismo si no quieres-

      Primera regla de la realeza: nunca agachar la cabeza frente a otros.

      TaeHyung dio un salto, saliendo detrás del pino y mirando fijamente al joven que estaba de pie a tan solo unos pocos metros de él. Ambos estuvieron así, estáticos, como examinando. Mientras TaeHyung miraba aquellos zapatos pesados y la ropa negra brillante que el chico usaba, parecía ser que el extranjero miraba con detenimiento sus pies descalzos que tocaban la nieve, y lo recorría de arriba a abajo una y otra vez.

     Una vez más, los ojos de ambos se encontraron, y TaeHyung, en lugar de recibir la clase de mirada que siempre se le dijo que los habitantes de ese Reino tenían, recibió una sonrisa.

      — ¡Príncipe TaeHyung! —volvieron a escuchar algo más cerca.

      TaeHyung, dándole una última mirada gélida a aquel ser ajeno a su mundo, dio la media vuelta, y sin despedirse, se alejó.

      Sin saberlo, había unido su alma a la de otra persona, para toda la eternidad.

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