Capítulo 9

NIKOLAV SE SENTÍA PARALIZADO. Alejandra no estaba, Meredinn no estaba y Lilith parecía cada vez más cerca de lograr su objetivo. Lilum ya había caído desmayada, un grupo de hadas la había llevado a un lugar seguro para ayudarla a reponerse. Mientras tanto, Karel luchaba por volver a levantar las partes de la gruesa pared transparente que Lilith destruía con cada rayo que lanzaba. Se estaba tornando una tarea casi imposible. Estaban condenados: La vampira original no pararía hasta ganar el control. Ni siquiera si él se rendía las hadas lograrían salvarse. Sería una masacre a no ser que Meredinn llegase en ese preciso instante. ¿Dónde estaba? ¿Por qué demoraba tanto? Nikolav no se lo podía explicar.

De pronto, Lilith logró lanzar un rayo más intenso, un ataque que partió la pared en dos y volvió imposible la tarea de Karel, quien ya no podría volver a levantar la defensa. Ella y sus vampiros comenzaron a entrar.

Estaban perdidos a no ser que ocurriese un milagro.

***

Meredinn y Angell se apresuraban para llegar al lugar donde se encontraba el portal que los llevaría de vuelta al mundo de las hadas. Ella temía que fuese demasiado tarde; y aún debía encontrar la manera de conseguir las llaves.

Pensó que Angell se las facilitaría si las pedía, pero ¿qué iba a suceder con él una vez que el planeta Tierra fuera normalizado y librado de los guardianes? Angell sería expulsado y enviado una vez más a su lugar de origen, donde sufriría severos castigos por haberla ayudado a escapar. A Meredinn se le partía el corazón por tener que tomar una decisión así.

Pero debía sacrificar al amor de su vida por todos los habitantes del planeta Tierra. Mucho más estaba en juego, muchísimo más.

¿Pedir las llaves o quitarlas? Sería sencillo buscar la forma de arrebatárselas cuando ya tuviera todas las demás y estuviese lista para unirlas, sino los guardianes sospecharían de sus planes, si es que ya no lo habían hecho.

—¿En qué piensas tanto, Mere? —le preguntó él, interrumpiendo sus pensamientos.

Las hadas no podían decir mentiras, pero sí podían ocultar cierta parte de la verdad mientras lo que dijesen fuera cierto. Meredinn aprovechaba eso todo el tiempo.

—Me preocupa llegar tarde a la batalla —contestó.

—No te preocupes, querida —dijo él, dándole un beso suave—. Llegaremos a tiempo, ya lo verás.

—¿Piensas que podremos eliminar a Lilith?

—No lo sé. Quizá puedas atraparla en un cuadro interdimensional. No sé qué tan fácil será matarla.

Meredinn asintió. Ni bien llegasen al palacio, haría un cuadro en unos diez minutos. No necesitaba ser detallado: un infierno ardiente sería lo mejor para ella.

—¿Estás seguro de que los dioses no nos seguirán?

—No pueden hacerlo. No tienen las llaves, tampoco poseen otra forma de venir hasta la Tierra. Si lo hicieran en una nave espacial les llevaría cientos de años. Aunque no hay que descartarlo, puede que lo terminen intentando.

—Solo que dentro de cien años podríamos estar preparados —añadió ella.

—Exacto —respondió Angell—. No te preocupes, preciosa. Todo saldrá bien y como lo deseas.

Meredinn anhelaba que no se estuviera equivocando. Era necesario que nada saliera mal.

***

—¡Están entrando! ¡Todos a sus lugares! —exclamó Nikolav. Alejandra y Meredinn aún no llegaban, no quería siquiera imaginarse cómo iría esa batalla sin ellas. ¿Por qué demoraban tanto?

—¡Meredinn! ¿Estás cerca? —exclamó Nikolav dentro de su mente, intentando ocultar un poco la desesperación que comenzaba a sentir en esos momentos. Entendía que su hijastra podría oírlo si se encontraba en ese plano, pero no hubo respuesta; Meredinn aún debía encontrarse entre los dioses.

¿Qué harían sin ella? Era la única que podía crear un cuadro interdimensional para aprisionar a Lilith. Anja no podía ayudarlos, tampoco contaba con esa habilidad ahora que era un ángel.

Si Alejandra estuviera presente, al menos podría abrir uno de los demás cuadros, aunque tuviese que enviar a Lilith a alguno que estuviese repleto de demonios malvados, ya que no quedaban cuadros prisión que estuviesen desocupados. Pero Alejandra tampoco estaba en ninguna parte. ¿Qué había ido a hacer? La situación era desesperante.

—¡No llegaremos a tiempo! —exclamó Meredinn, sintiendo un mal presentimiento a medida que se acercaban al portal que los llevaría al palacio de Alejandra y Nikolav, atravesando el mismo cuadro por el cual había entrado.

—Tranquila —le dijo Angell, apresurando el paso. Ya habían recorrido el río por completo, entonces caminaban entre los espesos matorrales. No había siquiera rastros de los dioses ahí. Meredinn había estado esperando encontrarlos, pero Angell tenía razón: no podrían volver tras ellos; él era el único que poseía la forma de hacerlos volver a la Tierra, y estaba con ella. Jamás debieron haberle encomendado la tarea de escoltarla.

Los minutos se hicieron interminables, pero finalmente, pudieron atravesar el portal. Ella pudo ver que no había nadie en el palacio, así que supuso que todos estaban en el lugar de la batalla. Pintaría el cuadro y se uniría al grupo en diez minutos.

Buscó sus herramientas de pintura y comenzó a confeccionar un cuadro, lleno de fuego como lo había planeado. Mientras tanto, Angell miraba por la ventana para distraerse. No pensaba irse sin ella.

—¡Mira esto! —exclamó. Meredinn corrió hasta la ventana y pudo ver a su madre volando sobre el lomo de un dragón, en específico de su tío Ildwin, llevando el sable Stumik en sus manos.

¿Qué había hecho? ¿Qué estaba planeando hacer? Ella no podía usar Stumik contra Lilith o moriría; solo un híbrido podía hacerlo sin fallecer en el intento, o un vampiro, pero sería muy riesgoso acercarse a la poderosa reina.

Meredinn debía detener a su madre. Se olvidó de lo que estaba haciendo y comenzó a correr. Bajó las escaleras y avanzó por el verde prado, camino al lago azul, por donde se zambulleron Alejandra e Ildwin.

—¡Madre! —exclamó Meredinn, siguiéndola.

No dejaba de preguntarse por qué había liberado a Ildwin. Él podría ayudar en gran manera en la batalla, pero las consecuencias por hacerlo serían terribles. Significaba que, tarde o temprano, deberían lidiar con los guardianes, quienes estarían más que enfurecidos, más aún cuando Ildwin estaba tan cerca de todas las llaves. De momento, sospechaban solo de él, o ella no estaría en ese lugar. Si tenía la suerte de estar viva, sería prisionera. Los guardianes no la hubieran dejado llegar tan lejos.

—¿Qué es lo que está planeando tu madre? —preguntó Angell, quien la había seguido.

—No lo sé, pero está loca —le dijo Meredinn, dándose la vuelta.

Se dio un gran susto al ver a un unicornio detrás de ella.

—¿Tan feo soy? —preguntó él—. Vamos, te llevo hasta el campo de batalla. Es imposible que alcances a tu madre de esa manera.

—Vamos, entonces. Corre rápido —dijo, montándose sobre la espalda de Angell, ahora en forma de unicornio.

Él corrió y saltó dentro del lago azul. Pronto llegarían al combate que se estaba desarrollando, donde se encontrarían con muchísimas situaciones imprevistas.

***

Angell galopaba a toda velocidad por medio del bosque, dirigiéndose al claro donde se estaba llevando a cabo la batalla. A lo lejos podían oírse gritos desgarradores, producidos por la cruenta lucha, a la vez que había ruidos de centellas estrellándose contra árboles y hadas por igual. Meredinn se sentía aliviada porque un rayo no podía matar a un hada, aunque sí podían hacerlo los vampiros que aprovechasen los largos segundos que una de ellas demoraría en sanar para atacar y beber su preciada sangre.

Una vez que estuvieron más cerca, pudieron ver fuego. El causado por los rayos de Lilith y, además, el fuego que lanzaba el dragón. Las llamas no mataban a los vampiros, pero resultaban dolorosas; las hadas podían aprovechar el tiempo en que uno de ellos ardía para clavarle una estaca en medio del corazón. Eso sí produciría la muerte.

Meredinn fue planeando su manera de actuar mientras galopaban. Solo podía utilizar dos de sus poderes al mismo tiempo, así que debía elegir bien.

***

Ildwin estaba feliz de encontrarse al fin libre y poder ayudar en la batalla, aunque se sentía culpable, pues Alejandra debería pagar las consecuencias por ello. Rogaba que Meredinn fuese rápida y nada la demorase para unir esas llaves. Esa sería la mejor manera de detener la batalla. Aunque, si ella estaba atada a promesas que cumplir, no podría finalizar su misión antes de pagarlas todas.

Eso era lo malo de ser hada. Los dragones no estaban atados a sus promesas, pero sí al cumplimiento de sus tratos, que eran los que impulsaban cada una de sus acciones. Y él había hecho no uno, sino dos tratos con Alejandra.

Comenzó a largar fuego contra los vampiros del bando contrario, aquellos reunidos detrás de la imponente Lilith, quien se veía igual que cuando la había observado por última vez. Él era hada en aquel entonces, poco antes de que ella fuese encerrada, y sabía bien que esa vampira estaba demente. Debía haberlo estado desde siempre como para querer comenzar con una raza como los vampiros, que habían derivado del linaje de las brujas, quienes luego también habían comenzado a transformar a humanos.

Los vampiros que antes habían tenido sangre de bruja eran los más poderosos, la mayoría de ellos habían estado encerrados todo ese tiempo junto a Lilith, y ahora estaban sedientos de sangre de hada.

—¡Bájame aquí! —exclamó Alejandra, quien aún estaba montada sobre él, llevando un bello sable consigo.

—¿Estás segura? —preguntó él. Estaban demasiado cerca de Lilith.

Ildwin se giró para mirar el panorama por completo. Por un lado, se encontraban las hadas, elfos y duendes liderando el bando, estando por detrás los vampiros fieles a Nikolav, quienes no osaban acercarse a Lilith, por temor a que ella los influyese a cambiarse de grupo, así como había hecho con los vampiros que habían quedado en la otra dimensión. Nikolav mismo se hallaba atrás, detenido sobre una roca para lograr una mejor visión, exclamando instrucciones a los que estaban adelante. Del otro lado, se encontraba Lilith liderando, tirando rayos a cuanta hada se cruzase en su campo, aunque algunas la esquivaban y la energía terminaba chocando contra los árboles vecinos. Por detrás de ellas, se encontraba un amplio ejército de vampiros, muchos previamente fieles a Nikolav, incluyendo su virreina Zarahí, quien había quedado en la otra dimensión y, por ende, bajo la influencia de la vampira original.

Los vampiros se abalanzaban sobre las hadas más débiles, aquellas que estaban en llamas, aunque no por eso siempre resultan vencedores, ya que un hada en llamas, aunque dolorida, muchas veces podía clavarle una estaca a un vampiro. No eran tan débiles como parecían, menos con la defensa alta en medio de una guerra. Ellas estaban preparadas para todo.

—Sí, sé bien lo que hago —dijo Alejandra, bajándose de encima de Ildwin.

Fue en ese momento que Nikolav la vio desde donde estaba. Ildwin pudo percatarse de los nervios del vampiro al notarla llevar el sable. Quiso correr hasta donde Alejandra, pero Juliann y otras hadas lo detuvieron, diciéndole que la situación solo empeoraría si él se aproximaba a Lilith.

En esos momentos, las cosas no se veían bien para Alejandra, pero Ildwin le tenía mucha fe; su plan debía funcionar.

Alejandra se dirigió a paso firme, rumbo a Lilith, quien se dio la vuelta para mirar a su oponente, luciendo una sonrisa triunfadora en los labios. Esa bruja vampiresa pensaba saborear su victoria de la mejor manera posible.

—Con que planeas sacrificarte para detenerme, ¿eh? —le dijo. Se notaba que se había puesto al tanto sobre los atributos que se le daba a ese sable—. No obstante, primero deberás llegar a mí

—se burló ella, lanzando un rayo hacia el hada, el cual rebotó a solo centímetros de la piel de Alejandra.

—Tampoco te será fácil llegar a mí —contestó ella, desenvainando el sable. Esa era una de las cosas que Ildwin había hecho por ella: le había dado una poción protectora que creaba una burbuja transparente e irrompible a su alrededor. Duraría alrededor de una hora, pero eso era más que suficiente.

Lilith frunció el ceño.

—No creas que tu protección será eterna, pequeña hada — le dijo—. No me impresionas con tus artimañas.

Lilith se sentía enfurecida, se notaba en el tono de su cabello, que parecía volverse cada vez más rojo como el fuego; sus ojos también brillaban de otra manera. Alejandra entendió por qué era tan temida, su sola presencia causaba desagrado, mas a ella no la atemorizaba lo suficiente. Sabía que podría acabar con esa peste, tenía todo bien planificado.

Lilith continuó dirigiendo rayos hasta ella, los cuales rebotaban en la burbuja e iban a parar a los árboles vecinos o, peor aún, contra los vampiros que seguían a la sangrienta reina originaria, quien cada vez se enfadaba más. Alejandra, por su parte, caminaba hacia la vampiresa, con el sable apuntando hacia ella.

Esta retrocedía, ¿dónde había quedado su bravura?

—¡Madre! ¡No lo hagas! —exclamó Meredinn, quien justo llegaba montando en unicornio.

De inmediato creó un manto protector alrededor de todas las hadas, elfos, duendes y vampiros aliados, aunque algunos quedaron fuera de su radio, ya que se acercaban demasiado a Lilith. Eran aquellos que luchaban cuerpo a cuerpo con vampiros.

Meredinn saltó del unicornio y corrió, aproximándose a su madre.

—Pero si es tu retoño —dijo Lilith, en tono de burla, apuntando un rayo hacia Meredinn, el cual también rebotó, ya que la princesa tenía su propio manto para protegerse.

—¡No te metas! —le gritó Alejandra a su hija; no quería que ella interviniese en lo que había estado planeando durante las últimas horas.

—¡Corre y déjamela a mí! —le pidió ella, pero Alejandra no le haría caso. Meredinn solo venía armada con sus poderes, si al menos hubiera traído un cuadro interdimensional con ella, las cosas podrían haber sido diferentes.

—De tal palo, tal astilla —dijo Lilith, esquivando a Alejandra cuando trató de embestirla con el sable.

—¡No! —gritó Meredinn, usando su telequinesis para lanzar el arma a metros de su madre—. ¡No te dejaré morir así!

Lilith le dedicó una sonrisa torcida, luego corrió veloz hasta el sable, tomándolo entre sus manos.

—¿Así que este es el famoso sable? Qué lástima que hayas perdido tu posibilidad de matarnos a las dos juntas, mi querida reina de las hadas. —Lilith le dio la espalda a Alejandra y comenzó a caminar en dirección contraria, riéndose para sí misma.

—¡Meredinn! —exclamó Alejandra por medio de su mente—. ¡Confía en mí! ¡Yo sé lo que hago! ¡Devuélveme el sable!

Ella confiaba en su madre más que en nadie en el mundo, pero no podía dejar que diese su vida de esa manera, ¿o sí? Dio un suspiro y decidió atender a su llamado. Si se lo pedía de esa manera debía saber lo que estaba haciendo y con quién se estaba enfrentando.

El sable se elevó, dejando las manos de una muy sorprendida Lilith, volviendo a las de Alejandra, quien aprovechó el momento de sorpresa para clavarlo por la espalda a su malvada oponente.

Todos los presentes miraron la escena absortos, esperando la muerte de las mujeres, pero Alejandra seguía en pie y Lilith estaba tosiendo sangre, mas pudo quitarse el sable por su cuenta.

—¡Qué demonios! ¿Este es el presunto sable que iba a matarme?

—No. Este no —dijo Alejandra con una amplia sonrisa—. Pero ese otro sí.

En esos momentos, un joven apareció corriendo a súper velocidad, saliendo de adentro del bosque. Llevaba un sable desenvainado en sus manos: el verdadero sable Stumik. Ildwin sabía bien cuál era cuál, ya que él mismo había clonado el segundo, el que había dado a Alejandra a cambio de otro favor en su beneficio.

Antes de que Lilith pudiese reaccionar, el sable original se estaba clavando en su pecho. Ella pronunció una horrible mueca de dolor, luego explotó en una pila de cenizas, dejando el arma en medio de ellas. Nunca nadie entre los presentes había visto algo así sucederle a un vampiro. Los que habían estado del lado de Lilith de inmediato se postraron de rodillas, pidiendo clemencia al único rey que ahora tenían: Nikolav.

—Si me disculpan, me tengo que ir —dijo Ildwin al entender que no necesitaban más su ayuda—. Tengo unos cuantos guardianes que evitar.

Pronto llegarían. Alejandra no solo lo había liberado a él, sino que también había soltado al híbrido que había auxiliado a las hadas en la batalla contra los vampiros, unos quinientos años atrás. No se la dejarían pasar. No en esa ocasión.

Meredinn aún estaba sorprendida. Corrió hacia su madre mientras veía a su tío volar a través del portal que conducía al reino humano. Con suerte, lograría ocultarse de los guardianes, al menos hasta que los derrotasen.

Madre e hija se abrazaron.

—Perdóname por no haber creído en ti —dijo la joven princesa.

—No importa, hija, yo hubiera dicho lo mismo. —La abrazó con fuerza, temiendo que, si el plan de Ildwin y Meredinn fallaba, no la volvería a ver nunca más.

Y no se equivocaba, porque los guardianes no demorarían en llegar.

***

Nikolav había mirado toda la escena paralizado. No podía creer lo que Alejandra había hecho con tal de vencer a Lilith. No se lo había consultado a él, quizá porque sabía que nunca le hubiera permitido hacer semejante cosa sabiendo las consecuencias que tendría que pagar.

Primero, había liberado al dragón que los guardianes tanto se habían empeñado en mantener cautivo, era probable que a cambio de su ayuda, ya que los dragones nunca aportaban de manera gratuita. Segundo, había liberado al híbrido, que era el único que podría matar a Lilith. Eso tal vez no era tan grave como lo que había hecho con el dragón. El plan había sido perfecto y bien pensado, pero él temía que las consecuencias fueran terribles para su amada reina, con quien pensaba pasar la eternidad.

Ni bien Meredinn bajó las defensas que lo separaban de donde Alejandra estaba, Nikolav corrió hacia ella. Pensaba de qué manera podría evitar que los guardianes le hicieran daño, mas no se le ocurrió nada; no sabía de ningún lugar donde pudiera enviarla para que ella estuviese a salvo.

Alejandra estaba autorizando al híbrido a marcharse cuando Nikolav apareció a su lado, con el rostro lleno de reproches.

—¿Qué has hecho, querida? —preguntó, sus ojos se veían tristes, temía perder al amor de su vida.

—Lo siento Nik..., no tuve otra opción. Lilith nos iba a matar a todos.

—Tal vez Meredinn hubiera logrado aprisionarla —dijo él—. Llegó justo detrás de ti.

—No había tiempo, cielo. Siento no habértelo consultado. Espero que puedas perdonarme.

Nikolav suspiró y la abrazó con intensidad, temiendo que esa pudiera ser la última ocasión en que podría hacerlo.

***

Meredinn temía lo que pudiera pasarle a su madre. Se dio la vuelta para buscar a su unicornio, pero resultó ser que Angell había vuelto a su forma original.

—Debo irme —le dijo él.

—¿Por qué? —quiso saber Meredinn.

—Puedo sentir que están por venir.

—¿Quiénes? ¿Los guardianes? —Él asintió.

—Sí, será mejor que no me encuentren en este lugar.

—De seguro han de saber que has estado aquí —replicó ella. Angell sacudió su cabeza.

—Sé cómo ocultar mi presencia, pero no delante de sus narices. Nos veremos luego, hermosa. —Le dio un suave beso en la mejilla y luego se desvaneció. Meredinn se sintió vacía, deseaba que se hubiera quedado con ellos.

Luego, caminó hasta donde se hallaba su padre, Juliann, con Lilum y Rudith, todos preocupados por el futuro que le deparaba a Alejandra.

—Ha ido contra las reglas y se ha sacrificado para salvarnos a todos —dijo Lilum, con lágrimas en los ojos—. ¿Por qué ella?

Meredinn tragó saliva. Comprendía que, en parte, era su culpa que su madre tuviera que haber recurrido a esa opción.

—Tal vez los guardianes no sean tan estrictos con ella por ser la reina —opinó, incluso si ni siquiera ella creía en lo que estaba diciendo.

—Tú no los conoces, hija —le dijo Juliann—. Los guardianes son estrictos en sus castigos cuando se ha ido contra reglas claras. Ese dragón debía mantenerse prisionero. Tu madre podría haber buscado otra forma de ganar esta batalla, al menos según su forma de pensar. Me temo que el castigo será severo.

Rudith se acercó a Meredinn para darle un abrazo.

—Lo siento mucho, hermana —le dijo, también con lágrimas en sus ojos.

—¿Qué será de ella? ¿Cuál será su castigo? —preguntó Meredinn, mirando a su padre y a Lilum.

—Se decidirá en un juicio; generalmente los guardianes actúan de esa manera, es posible que la conviertan en un ser de otra especie, como ser un demonio o un dragón.

—¡En algo horrible! —añadió Lilum.

—Todo depende de los resultados de ese juicio —comentó Juliann.

—¿Cuánto demora en llevarse a cabo?

—Depende. Puede que empiece en un par de horas, como puede que se lleven a tu madre prisionera y la juzguen en una semana o dos —contestó Lilum.

Meredinn miró a su progenitora, quien estaba abrazando a Nikolav. ¿Podría ser que lo único que quería hacer era ganar tiempo para permitir que ella pudiera juntar las llaves restantes? Era posible. Salvar a su madre del severo castigo de los guardianes sería motivo suficiente para enfocarse en esa tarea.

Fue en el momento menos esperado que se oyó un enorme estruendo a metros del campo de batalla. Meredinn se giró para ver el lugar exacto de donde provenía el sonido, y pudo notar que se trataba de una explosión de brillo de la que aparecieron doce seres que, según le habían dicho, eran luminosos; pero Meredinn no los veía de esa manera. No sabía bien cómo, pero lograba ver debajo de sus falsos mantos de luz, y lo que notaba allí era lo más horrible que jamás hubiese visto.

Los doce seres parecían horribles y deformados lagartos erguidos. Tenían un aura de oscuridad en gruesas capas, sobre la cual se cernía su disfraz de luz. Meredinn estaba a punto de preguntar a su padre si él también podía verlos de esa manera, pero pensó que lo mejor sería pasar desapercibida en esos momentos. No quería que ellos supieran que podía ver debajo de su disfraz. Podría costarle demasiado.

Mientras los horribles seres caminaban hacia ellos, un recuerdo acudió a su mente: el del día en que esos doce seres se habían apoderado del control de la tierra que ella había jurado proteger. No recordaba con detalle esa vida, pero sí ese momento, diez mil años atrás, en el que ellos lo habían arruinado todo.

Era necesario recuperar el poder de la raza humana. No podía seguir dejando que se alimentaran del planeta, ni que lo usasen para sus oscuros propósitos. Decidió que actuaría, aunque tuviese que traicionar a su amado, aunque su corazón terminase roto en millones de pedazos.

—Alejandra —dijo uno de los guardianes en tono de reproche—. No pensábamos que deberíamos encontrarnos contigo bajo este tipo de circunstancias... otra vez.

—Nos decepcionas —agregó otro de ellos en un tono similar.

—No sabemos qué haremos contigo, de momento no nos queda otra opción que aprisionarte hasta que podamos juzgarte y decidamos tu futuro.

—¡No! —exclamó Nikolav—. Llévenme a mí. Los guardianes lo observaron de cerca.

—Tú no tienes la más mínima responsabilidad por lo que ha hecho tu esposa, por lo que no aceptaremos que te ofrezcas en su lugar. No esta vez. Volverás a la dimensión de los vampiros, quienes otra vez deberán vivir separados de las hadas.

—Pero...

—No hay peros, Nikolav. Las hadas por su lado, los vampiros por el suyo. Mantendrán la paz si lo desean, pero vivirán separados.

—Meredinn —dijo el guardián, señalándola—. Tú serás la nueva reina de las hadas.

Tragó saliva, no se habría imaginado tener que cumplir con semejante responsabilidad en su vida. Bueno, en realidad, la responsabilidad que había asumido era mucho mayor que ser reina.

—No puedes decir que no —dijo uno de los guardianes, antes de que pudiese discutir la decisión—. Los buscaremos si los necesitamos para el juicio. Por el momento, sigan las instrucciones que les hemos dado.

Alejandra dedicó una última mirada a Nikolav; los guardianes desaparecieron, llevándosela con ellos.

Meredinn no dejaba de preguntarse qué sucedería con su madre, qué pasaría con Ildwin y con el híbrido cuyo nombre no recordaba. ¿Serían buscados por los guardianes? ¿Le ordenarían a ella que los capturase? Se podía esperar cualquier cosa de esas horribles criaturas.

Las hadas se mostraban confundidas; no podían creer que habían perdido a su reina, quien solo había actuado de ese modo para protegerlas. No sabían qué sucedería ahora y de la joven princesa dependía que pudieran reorganizarse. Debía juntar coraje para hacer lo que debía.

—Muy bien —dijo en voz alta—. Ya han escuchado a los guardianes. Por favor, amigos vampiros, vuelvan a su dimensión y esperen órdenes de su rey; de momento no se les permitirá volver aquí. Hadas, elfos y duendes, muchas gracias por su valor en esta batalla. Vuelvan a sus lugares y esperen nuevas órdenes. Descansen, pronto se les avisará cómo proceder.

Todos asintieron y comenzaron a dispersarse, con las cabezas gachas, a pesar de haber ganado la contienda. Meredinn sabía que Nikolav lo tendría aún más difícil, ya que no podría volver al palacio donde antes habitaba con su esposa, debía regresar al castillo que le había pertenecido antes, o bien, al palacio real de los vampiros, donde habitaba la virreina.

De momento, y ya que Lilith estaba muerta, todos los vampiros, incluso los que habían estado encerrados con ella durante más de mil años, le debían obediencia a él, por más que habían estado en bandos opuestos durante la colisión. Quizá él escogería un castigo para quienes habían estado encerrados con Lilith, pero esa era su decisión.

Meredinn volvió al palacio de jade, considerando irse a vivir a Crísalis, ya que el palacio se sentía vacío sin su madre y Nikolav. Se sentía triste, preocupada, pero no podía hacer nada. Debía esperar el momento adecuado para actuar, por ahora solo pensaría un buen plan.


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