Capítulo 5

ANGELL NO HABÍA TENIDO LA INTENCIÓN de pedir la mano de Meredinn en matrimonio cuando llegó a la fiesta ―a la cual tampoco había planeado ir―, sin embargo, no había podido soportar los celos al ver a todos los hombres delante de ella. Había deseado verla porque, después de lo que había sucedido en la ciudad abandonada, se sentía preocupado. Pero las cosas se le habían ido de las manos y sus superiores no estarían conformes.

Averiguó sobre la ciudad donde Meredinn fue atacada y supo que se trataba de la primera ciudad capital de los vampiros, donde miles de años atrás habitaba la reina vampira y sus súbditos. Luego, la ciudad se selló y se volvió inaccesible: nadie podía entrar, nadie podía salir. Con el tiempo, los vampiros que la habitaban se disecaron por falta de sangre. Después de miles de años, había llegado el momento en que el castigo finalizaba; la ciudad volvía a ser accesible.

Un grupo de humanos curiosos había entrado, desde el reino humano, por un antiguo portal físico que se había cerrado junto con la ciudad y que volvía a estar abierto. Se acercaron a los vampiros, creyéndolos momias, y encontraron un triste final.

El primer grupo no había sido suficiente, por lo que Lilith usó su magia para atraer más humanos del exterior. El rey Nikolav no había podido detenerlo, pues no estaba al tanto de ese portal físico, al que se accedía entrando desde una cueva en Baviera. Ahora, los vampiros estarían lo suficientemente fuertes como para salir a la luz.

A Angell no le resultaba extraño que un vampiro de los que habían estado encerrados sin alimentarse después de tanto tiempo hubiera atacado a Meredinn. Después de todo, ella era un hada, su sangre resultaba irresistible. Lo extraño era que una mujer les hubiese advertido que se fueran. ¿Por qué? ¿Acaso había intentado protegerlas?

Tenía el mal presentimiento de que pronto los vampiros sufrirían una guerra civil, a no ser que Lilith consiguiera que todos la siguiesen, incluyendo a Nikolav, lo cual era poco probable al estar rodeado de hadas y dentro del plano de estas, donde a la progenitora de todos los vampiros se le complicaría atacar. Al menos eso lo tranquilizaba un poco, ya que él no podría intervenir en los asuntos de los vampiros.

Ni bien terminó la fiesta, Angell se quedó recorriendo los alrededores. Pasado un rato, se teletransportó a la habitación de Meredinn, quien se encontraba dormida, para dejarle una caja grande que los dioses le habían enviado. La puso en el suelo, y se quedó mirando a la bella princesa por unos minutos. Le dio un suave beso en los labios y se dispuso a marcharse. Pero, cuando estaba por teletransportarse a su plano, pues los dioses no necesitaban viajar por portales a no ser que tuvieran que ir a otro planeta, un estruendo llamó su atención. Fue hasta la ventana y miró al exterior, viendo enormes rayos impactar contra una especie de pared transparente que rodeaba al palacio.

Lilith. Sí, debía ser ella. Una mujer de roja cabellera, con apariencia de unos de treinta años, vestida de carmesí por completo. Estaba lanzando rayos con sus manos, intentando traspasar la barrera que un hada, también pelirroja, se esforzaba por mantener en pie.

Se notaba que la última debía usar todas sus energías para que la barrera no cayese. Los repetidos ataques de Lilith pronto la cansarían, la protección que estaba levantando se desmoronaría... A no ser que Meredinn la ayudase. Ella podría mantener la defensa en pie y atacar a la antigua vampira al mismo tiempo, cantando e hipnotizándola para que volviera a su lugar de origen, por ejemplo, o lanzándole una estaca con su telequinesis. Aunque se decía que Lilith era la única vampira realmente inmortal, que no moriría si se le lanzaba una estaca, ¿sería inmune a los poderes de Meredinn?

Debía despertarla. Ella era la única capaz de defender a las hadas y evitar que la poderosa y malvada Lilith se hiciera con todo el poder.

Aunque se enojaría al verlo en su habitación, Angell comenzó a sacudirla del brazo, intentando despertarla. Pero no hubo caso: ella estaba muy lejos de allí, no volvería por un buen rato.

***

Meredinn estaba ansiosa por encontrarse con Ildwin y contarle todo lo sucedido desde la última vez que lo había visto, un mes atrás. Todos los meses desde su cumpleaños número quince lo había visitado sin falta, por lo que forjaron una amistad y confianza indestructibles. No había nada que ella no pudiera contarle a su tío dragón, aunque esa vez, sabía que se le dificultaría decirle que se estaba enamorando ni más ni menos que de un dios.

Cerró los ojos y se imaginó la escena donde siempre se encontraban: un prado verde, con un castillo a lo lejos. Era un lugar hermoso, y a decir verdad, por más que estaba encerrado, su tío no la pasaba nada mal allí.

Ildwin la estaba esperando en su forma de dragón, que era la que a ella más le agradaba. Y lo que más le gustaba de esa forma eran los paseos sobre su lomo, pero eso lo hacían solo si les quedaba tiempo libre después de hablar un buen rato.

—¡Feliz cumpleaños! —exclamó—. Tengo algo para ti.

—¿Para mí? —preguntó ella. Le causaba curiosidad saber qué podría haber conseguido él allí.

—No lo tengo aquí —dijo—, pero puedes buscarlo en el lugar donde están todas las cosas que he coleccionado durante años. Lo reconocerás porque está en una cajita azul que brilla en la oscuridad. Es un amuleto para la suerte.

—¿De veras trae suerte?

—Claro que sí.

—¡Gracias! —dijo Meredinn, rodeando el cuello del dragón con sus brazos—. Prometo usarlo.

—Ahora. Sigamos con lo que nos compete —dijo Ildwin—. ¿Cómo van los preparativos para ir al mundo de los dioses?

—Mejor que lo planeado —le comentó ella con una amplia sonrisa.

—Explícate.

—Pues los dioses me han invitado a una fiesta. No tendré necesidad de escabullirme.

—¡Fantástico! —exclamó el dragón, echando una bocanada de humo al hablar—. Has conseguido el favor de los dioses, como dice la profecía. Ahora, lo más seguro es que un descendiente directo del dios Zeus te quiera como esposa, de lo contrario, no te hubieran invitado.

—Pero el mensajero fue a mi fiesta y pidió mi mano —dijo Meredinn, suponiendo que de eso se trataba.

Hmm, eso es extraño por parte de los dioses, comportarse como otras razas y seguir sus costumbres. No. No creo que se trate de eso. Además, los mensajeros de los dioses no tienen el permiso para invitar personas ajenas a su mundo a una fiesta. Pero, ¿por qué pedir tu mano? ¿Por qué arriesgarse a ser azotado por la ira de Zeus? —Ildwin seguía hablando, como preguntándose todas esas cosas a sí mismo.

—Porque está enamorado de mí —le dijo ella—. Y yo de él. Es más, hasta me ha salvado la vida.

—¿Cómo?

—Cuando fuimos con mi hermana a invitar a todo el reino a la fiesta, nos encontramos con una antigua ciudad, pero nos atacaron. Este dios mensajero se había transformado en unicornio para ir con nosotras..., y mató al vampiro que me había atacado.

Hmm... si no está enamorado, al menos una gran obsesión ha de tener. Lo que me extraña es por qué un vampiro te atacó, sabiendo que la pena es la muerte.

—Porque era un súbdito de Lilith...

—¡¿Qué?! —exclamó Ildwin—. ¡Lilith no puede estar suelta! Es imposible.

—No necesitas contarme toda la historia, ya la conozco. Parece que se terminó el castigo y que puede volver a tener acceso a la ciudad. Pero los vampiros no parecían ser tan fuertes aún, debían alimentarse más. Lo extraño era que mis poderes no funcionaban ahí.

—Magia —dijo él—. Esa ciudad tiene magia, para que los poderes de otras especies no funcionen allí. Era la fortaleza perfecta de la reina vampira, y por eso nadie se atrevía a declararle la guerra... Pero ahora, si ella está de regreso, eso significa que estamos en problemas. Mejor dicho, tu familia está en problemas... Tú debes ir a esa fiesta, no importa lo mal que se pongan las cosas.

—¿Qué es lo que quieres decirme?

—Las hadas te necesitarán porque eres la más poderosa, y posiblemente la única que puede salvarlos a todos si hay un ataque. Y es posible que haya guerra, conociendo como es Lilith.

—Meredinn tragó saliva.

—¿Quieres decir que puede que la guerra estalle mientras yo debo irme?

—Eso es.

—Entonces puede que estemos jodidos. Más si esa Lilith es tan poderosa como todos dicen. —Ildwin suspiró.

—Lo es. Hasta incluso dicen que es la única vampira realmente inmortal, la que no mata una estaca. Pero no dudes en clavarle una si tienes la posibilidad.

Meredinn suspiró. Las cosas podrían ponerse muy mal, pero ella debía ir al mundo de los dioses a conseguir esas dos llaves, aunque con eso todos creyesen que los traicionaba.

Mientras ella cumpliese su cometido, las pérdidas serían irrelevantes ya que todos sus seres queridos volverían a estar juntos nuevamente cuando todo volviese a ser como hace diez mil años atrás. El problema era... ¿Y si no lo lograba?

Fallar ya no era una opción viable.

***

Se quedó un rato más con su tío, ultimando detalles. No le dijo con exactitud cómo se sentía respecto a Angell, prefirió dejar esa información por fuera. Antes de irse, prometió que iría a verlo si necesitaba su ayuda.

No volvió directo, ya que aún debía buscar el regalo que le había hecho. Poder volver a su cuerpo y llevar objetos consigo era una habilidad grandiosa. Meredinn no sabía que haría si eso no fuese posible.

Entró a esa habitación llena de objetos, con un árbol en el medio que tenía un sable el cual decían podía matar a cualquier criatura. ¿Podría matar a Lilith? Tal vez, el problema era que ella no podría usarlo, ya que las hadas no podían levantarlo contra un vampiro, ni un vampiro contra las hadas. Así funcionaba la magia del arma.

Quizá Nikolav podría hacerlo, pero si, en caso de haber guerra, él se acercaba más de lo necesario a Lilith, podría verse influenciado para no atacarla. Ella decidió no fijarse en el sable y no pensar en él. Le sugeriría a su madre que lo buscase solo si llegaba a ser necesario. Ella lo dejaría donde estaba.

Investigó con la vista hasta que encontró la caja azul que brillaba en la oscuridad de la que le había hablado su tío Ildwin, a quien ahora podía verse en el cuadro, volando, volviéndose cada vez más pequeño. Iba rumbo al castillo distante, sobre una colina. Él no tenía una mala vida allí, pero sí solitaria, incluso a veces dormía para ir a ver a su hermano Kevin en sueños. Aunque no era lo mismo.

Ella varias veces le había sugerido liberarlo, pero él se había negado. Su liberación podía llegar a significar que el plan fracasase. Pronto sería libre, era paciente y esperaría el tiempo que fuese necesario.

Una vez que se hizo con la cajita, sin abrirla, Meredinn volvió a su cuerpo y abrió sus ojos. Una multitud de gente la rodeaba, intentando despertarla. Entre ellos se encontraba Angell, su quinto pretendiente oficial.

—¿Qué sucede? —preguntó, mientras escuchaba un ruido estrepitoso en el exterior.

—¡Es Lilith! —exclamó Rudith, presa del pánico.

Dio un salto y miró por la ventana. Lilum estaba a punto de desfallecer por lo débil que se encontraba.

Sin pensarlo dos veces, la princesa saltó por la ventana, la cual no era muy alta. No se dañaría mucho y sanaría casi de inmediato. No había tiempo para bajar las escaleras. Sus ojos se posaron en la amenazante pelirroja, quien se encontraba cerca del portal al mundo de los vampiros.

—¡Te tengo cubierta, tía! —le dijo a su tía, mientras levantaba una gruesa pared de color violeta transparente alrededor del castillo, rodeando a todas las hadas y vampiros dentro y a ella misma.

Lilith lanzó otro rayo refulgente, pero este rebotó en la pared, en vez de chocar contra ella y ser absorbido, como sucedía con la de Lilum.

La vampira original se mostró sorprendida al ver semejante cosa, ya que el rayo, al rebotar, fue lanzado contra uno de los vampiros que estaban parados a su lado, fulminándolo en un segundo.

—¡Vete de aquí! —exclamó Meredinn.

—¡Exijo hablar con Nikolav, ese rey impostor! —gritó Lilith.

—¡Nadie es impostor! —exclamó Meredinn—. Nikolav ha llegado al trono de manera justa. Tú no puedes volver ahora, después de miles de años, a reclamar el lugar que has perdido.

—¡Mírame cómo lo hago! —exclamó Lilith, sus ojos volviéndose rojos como el fuego.

Sin embargo, antes que pudiese mostrar su poder, Meredinn juntó fuerzas del lago mágico para usar su telequinesis, y envió a Lilith y su séquito fuera del plano de las hadas, empujándolos a través del portal.

Lilith no esperaba encontrar esa habilidad en un hada, por lo cual fue sorprendida. Antes de que pudiera reaccionar, la princesa estaba cerrando la puerta del portal en su cara.

Ahora estarían a salvo..., al menos por un rato. Siempre cabía la posibilidad de que Lilith intentase entrar al mundo de las hadas por algún portal físico. Solo le quedaría irse a Irlanda, que era el lugar más cercano a Bulgaria con portal físico al mundo de las hadas. Estos portales solo estaban disponibles desde el plano humano, no desde los demás.

A más tardar un día o dos, era seguro que volverían a ser invadidos. Lilith reclutaría a todos los vampiros que habían quedado del otro lado, quienes no podrían resistirse a sus órdenes. Estaban en grandes problemas.

Meredinn bajó las defensas y volvió al castillo. Su madre se encontraba pálida, quizá porque todo eso le había traído malos recuerdos, recuerdos de la guerra anterior en la que había sido forzada a luchar.

—Madre —le dijo Meredinn—. Vamos a necesitar el sable Stumik si queremos ganar esta batalla. Lilith es muy poderosa y no sabemos si otra cosa la podrá matar. —Alejandra suspiró.

—Yo ya no puedo usarlo. Nadie perteneciente a este plano puede usar ese sable en contra de un vampiro, y uno de su especie seguro caería bajo su encanto ni bien saliese fuera de tu protección. —Meredinn tragó saliva. Lo más probable era que no contasen con su manto cuando Lilith volviese.

—Madre, ya sabes que mañana tengo que ir al mundo de los dioses —le recordó.

Juliann, que estaba cerca, en medio de un grupo de hadas asustadas, abrió sus ojos de par en par.

—¡No puedes abandonarnos en medio de una amenaza como esta, hija! Por nada en el mundo.

—Lo sé —dijo ella—, pero es muy importante que vaya. Puede que incluso consiga su ayuda para vencer a Lilith.

—No creo que los dioses vayan a aportar —le dijo Nikolav—. Nunca intervienen en estos asuntos.

—Pero sirve probar, ¿no? —Sus planes eran secretos, no podía decirles a Nikolav, a Juliann o a quien fuese que, junto a su madre y su tío dragón, planeaban terminar con lo conocido, para devolver el mundo a su normalidad, a la forma en la que debía estar.

—Quizá tenga razón —apoyó Alejandra, quien siempre tendía a ganar en cualquier tipo de discusiones. Nikolav y Juliann las miraron. A ninguno le gustaba la idea.

—¿Y si consigo un ángel que se quede aquí a ayudarlos hasta que vuelva del otro mundo? —preguntó esperanzada.

—¿Un ángel? —preguntó Juliann, incrédulo.

—Sí, mi amigo Karel. Él podría quedarse a ayudar. También puede formar una pared protectora que resista bastante tiempo. Además, vendría bien que vigilase las entradas físicas a este mundo. Tal vez se puedan bloquear de alguna manera, así ganaremos tiempo.

—De esa forma podría ser —estuvo de acuerdo Nikolav—. Pero ¿estás segura de que Karel ayudará?

—Claro que sí. Haría cualquier cosa por mí.

—Bueno, en ese caso sí puedes ir a esa fiesta —aceptó Juliann—, aun así, procura volver lo antes posible.

—Lo haré —prometió, dándole un beso en la mejilla a su padre, a su madre y a Nikolav, antes de subir las escaleras para volver a su habitación.

Tenía un ángel por contactar, uno que no estaría nada feliz, pues no podría ir a su fiesta en el mundo de los dioses.

—Estuviste muy bien allí afuera —dijo una voz masculina, mientras ella entraba a la habitación.

Meredinn se sobresaltó al verlo sentado sobre su cama.

—Lou... ¡Angell! —exclamó—. ¿Qué haces aquí?

—No quería irme sin asegurarme de que estabas bien y que ibas a ver lo que te he traído.

—¿Qué me has traído? —indagó. Angell señaló una caja que estaba en el suelo de la habitación.

—Tu atuendo para la fiesta —le dijo—. Ahora, si me disculpas, tengo recados que dar. Te veré en unas horas.

Sonrió. Estaba nerviosa, ya faltaba muy poco para la fiesta.

—Nos vemos —dijo él, desvaneciéndose.

No pudo quitarse su sonrisa encantadora de la mente. Lo cierto era que no podía esperar para verlo una vez más. A pesar de eso, sabía que debía cumplir su misión con la mayor rapidez posible. No había tiempo para demorarse en otras cosas, cualquier descuido podría hacer que su misión fallase. No tendría espacio para Angell, ni para nada más que su deber y solo su deber.

***

Ni bien Angell se marchó, Meredinn se dispuso a revisar los regalos que tenía en su habitación: la cajita azul de Ildwin y la enorme caja que había traído el dios.

Primero, abrió la cajita azul que yacía sobre su cama. Sus ojos se abrieron de par en par al ver lo que había dentro: era una bella pulsera dorada, con nueve diminutas llaves colgando de ella. Simbolizaban las nueve llaves que debía obtener. Ildwin debía haberla mandado a hacer. Era obvio que contenía algún tipo de encantamiento, aunque ella no se imaginaba cuál.

La pulsera irradió un brillo dorado de la misma forma en que había visto actuar a otros objetos mágicos. «Sí, esto va a ayudarme a tener suerte con mi misión», decidió.

Lo siguiente que hizo fue abrir la enorme caja, desatando el moño que la cerraba. El contenido la dejó boquiabierta: era un hermoso vestido blanco con brillos que se movían, titilando como pequeñas estrellas.

—Wow —exclamó, preguntándose si se lo habría elegido Angell o alguien más. El que lo había hecho sabía cómo impresionar a una chica.

Sacó el atuendo de su caja y lo puso sobre la cama, admirándolo por unos minutos. Luego, decidió que no podía seguir embobada con el presente, debía hablar con Karel. Necesitaba su ayuda para poder ir a la fiesta.

Había una sola forma de llamarlo si deseaba hacerlo venir, y era sonando una campanita que había sido un obsequio. Si realizaba ese ritual, él la oiría y se presentaría de inmediato. Nunca fallaba.

Y así fue. Al segundo después de que Meredinn la hubiera sonado, se oyó un revoloteo de alas y Karel estaba sentado en el borde de la ventana, con una sonrisa de oreja a oreja.

No llevaba sus vestimentas de siempre, sino que venía listo para la fiesta, con ropa al estilo de la antigua Grecia, lo cual le causó mucha gracia.

—¿Salimos antes para la fiesta? —preguntó, mirándola de arriba abajo—. ¿Piensas ir así?

—Aún no me he cambiado —le contestó, sin saber cómo haría para decirle que no podía ir con ella.

—¿Y por qué me llamas ahora?

—Es que ha surgido un enorme inconveniente...

—¡No me digas que se suspende la fiesta! —exclamó el ángel, dando un salto y poniéndose de pie.

—No.

—¿Entonces?

—Nos han atacado. Lilith, la antigua reina de los vampiros, ha despertado de su letargo y quiere recuperar el reino.

—Por lo visto habrá guerra —dijo Karel—. ¿Quiere decir que no vas a la fiesta, entonces? —Meredinn sacudió la cabeza.

—Yo sí voy..., pero para que me permitiesen hacerlo, he tenido que prometer algo a cambio.

—¿Qué?

—Que tú te quedarás a ayudarlos hasta que yo vuelva, para impedir que Lilith nos ataque. Necesitan a alguien que pueda crear defensas fuertes. —Karel la miró atónito.

—¡¿Estás loca, Meredinn?! —exclamó—. Tu familia está en peligro, ¿aun así planeas ir a esa fiesta? ¿Y pretendes que yo me quede a cumplir tus funciones de protegerlos? Te desconozco.

—Lo siento, Karel. No lo haría si no fuera de suma importancia que vaya a esa fiesta.

—¿Qué puede ser más importante que proteger a los tuyos? —preguntó, contrariado.

—Lo siento. No puedo contártelo..., pero debes confiar en mí —dijo con un rostro suplicante, muy convincente—. Te daré lo que quieras a cambio. —Karel lo pensó por unos instantes.

—Está bien. Haré una excepción esta vez.

—¡Gracias! —Corrió hacia él y lo rodeó con los brazos—. ¡Eres el mejor amigo del mundo!

—No tan rápido —le dijo—. Voy a pedirte algo a cambio.

—Vale. ¿Qué es lo que deseas? —preguntó, sin poder imaginarse lo que su amigo le pediría. En ocasiones podía ser bastante impredecible.

—Un beso de Rudith —pidió con total seriedad. Meredinn se echó a reír.

—¡¿Qué?! No me digas que te gusta mi hermana. —Karel asintió.

—Sí. Siempre me ha gustado, solo que no me he animado a decirle nada. Además, está prohibido que un ángel esté con un hada, o con quien sea, pero un beso no dañará a nadie.

—Está bien —aceptó Meredinn.

—Promételo —le exigió su amigo, mirándola con seriedad y a la vez un tono de picardía.

—Lo prometo —contestó, sabiendo que sus palabras serían sagradas. Pero ¿qué más podía hacer? Karel sonrió de oreja a oreja.

—¡Bueno! Ahora voy a ir a hablar con Nikolav y tu madre a ver en qué puedo ayudar. Te dejo para que te prepares para la fiesta.

Dicho esto, le dio un beso en la mejilla y desapareció rumbo a la gran recepción.

«Ese sí que es un ángel chiflado», pensó, volviendo su atención al vestido que usaría para la fiesta.

Pronto comenzó a prepararse. Se dio un baño, se peinó y maquilló, y al fin se vistió para la fiesta, poniéndose unas botas blancas que combinaban con su radiante vestido, unos pendientes y una gargantilla que también brillaba como hecha de estrellas. No le cabía duda alguna de que sería la figura de la fiesta de los dioses.

Se sentía nerviosa al no saber del todo qué la esperaba allí; ¿sería cierto lo que decían respecto a que alguno de los dioses mayores la quería como esposa?

No le importaba, siempre y cuando pudiera conseguir esas dos llaves y volver a tiempo para impedir un baño de sangre. Debía actuar rápido, ya que tenía dos promesas por cumplir y, como hada, no podía olvidarse de sus juramentos.

Primero, debía volver lo más rápido posible ni bien terminase la fiesta porque era la condición bajo la cual le habían permitido ir. Segundo, debería convencer a su hermana para que le diese un beso a Karel. Luego, llegado el momento, podría juntar las nueve llaves, para así acabar con la gran farsa de los guardianes.

***

—Recuerda que debes volver lo más pronto posible —le dijo Juliann cuando bajó para despedirse. Alejandra miró a su hija, sintiéndose orgullosa de la mujer en la que se había convertido, aunque algo impotente al no poder ir con ella y ayudarla con su cometido.

La misión era de Meredinn, ella había nacido para eso. Y pensar que los guardianes eran los únicos responsables de que ella, la que acabaría con su reinado, hubiera nacido. Si no fuera porque habían hecho que Juliann y ella creyesen estar casados y enamorados, Meredinn jamás hubiera sido concebida, entonces Alejandra nunca hubiera tenido hijos, ya que los vampiros no pueden concebir, y no hubiera aceptado la idea de tener un niño de otro hombre que no fuera su marido.

Los guardianes habían firmado su propia sentencia de muerte. Alejandra estaría feliz al ver cómo eso sucedía.

—Diviértete, querida —le dijo a su hija, dándole un fuerte abrazo.

En este expresaba más que las palabras. En él le confiaba que la apoyaba, que le deseaba fortaleza, que estaba segura de que podría hacerlo. Meredinn entendió el mensaje por completo.

Nikolav también se despidió de ella, al igual que Rudith y Karel, quienes estaban a punto de partir rumbo al portal físico que deberían vigilar para evitar que Lilith volviese a invadir territorio feérico.

—Volveré pronto —prometió.

—Ten —dijo Alejandra, dándole a su hija una de las llaves sagradas—. Ve con cuidado y cuida de la llave. Es una gran responsabilidad portarla.

—Lo haré, madre.

Dedicándole una gran sonrisa a todos los presentes, se dirigió a la pared donde estaban colgados los nueve cuadros pintados por su abuela Anja, sirviendo como portales cuando se los necesitaba.

Acercó la llave a la escena que mostraba el paradisíaco mundo de los dioses, y la insertó en la cerradura que se mostró. Pronto se abrió el portal y Meredinn lo cruzó antes de que se cerrase.

Ya estaba allí. Todo estaba a punto de comenzar.

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