#SE - Capítulo 9
DESPERTÓ ACOSTADA al lado de su esposo. No tenía noción del tiempo que había pasado allí y se sentía extraña. Lo último que recordaba era haber sentido los colmillos de Nikolav clavándose en su cuello mientras bebía su sangre. «Pero no estoy muerta», pensó. Era obvio que no lo estaba. Y ahora se encontraba todavía en aquella habitación sin ventanas, sin saber si era de día o de noche, ni cuánto tiempo había estado dormida. Nikolav seguía sumergido en el mundo de los sueños.
Se levantó de la cama sin hacer ruido. Se puso una camisola de raso negro que encontró sobre una silla ubicada de su lado de la cama, y se dispuso a observar la habitación. Por más que no había luces encendidas, podía ver increíblemente bien. Repasó cada centímetro del lugar y descubrió, colgado en la pared, el cuadro con el dibujo de la mariposa que Nikolav le había robado.
«Obviamente, esto tiene algún significado para él», pensó.
Luego, concentró su atención en una antigua cómoda que había allí. Ese mueble podía tener unos quinientos años. Sobre él se encontraban varios cofres pequeños, pero uno de color dorado llamó en especial su atención. Lo abrió tras recordar las instrucciones de Muriz. Tal como ella le había adelantado, en su interior se encontraba la llave de Nikolav, aquella que había abierto la puerta a otra dimensión... La que podría llevarla hasta Lilum.
Antes de que Nikolav se despertase, Alejandra la tomó y salió de la habitación. Pudo ver que recién había oscurecido por el tenue color de la luz que entraba. No había guardias en el oscuro pasillo, así que caminó apresurada hasta las escaleras que conducían a la planta baja. Las subió, luego caminó por delante de los guardias de la puerta principal, que la miraron, pero no osaron detenerla. Tomó el pasillo que pasaba frente a la biblioteca y llevaba a esas escaleras que terminaban en una pared, esa que bloqueaba el paso hacia lo que fuera que se encontraba detrás. Esperaba poder descubrir de qué se trataba en solo unos instantes.
No sabía dónde estaría la abertura para insertar la llave, pero se le ocurrió extenderla hacia la pared. En el momento en que hizo el movimiento, una parte de esta se iluminó, revelando una cerradura dorada. Insertó allí la llave y en la pared se materializó un gran portal de luz también dorada que miró con asombro antes de dar un paso dentro de él. Finalmente, lo atravesó, no sin antes tomar de nuevo la llave, lo que produjo que el portal se cerrase detrás de ella.
El lugar no era para nada bello. En el cielo brillaba un rojo sol poniente y todo alrededor se veía de un color cobrizo. A lo lejos se veía un edificio. Alejandra supuso que ese era el sitio donde Lilum estaba encerrada, por lo cual comenzó a correr hacia allí, sorprendiéndose de que podía hacerlo de manera más rápida de lo normal.
Cuando llegó, abrió la puerta con la misma llave que tenía en su mano, que parecía ser capaz de abrir todo. Había unos guardias en el pasillo, pero al ver a Alejandra llevando la misma, estos se quedaron quietos en donde estaban, pensando probablemente que estaba autorizada. Después de todo, ahora era la esposa del príncipe de los vampiros.
Avanzó sin problemas y trató de contactar a Lilum con la mente, o al menos intentaba sentir su presencia para poder encontrarla.
—¡Lilum! —pensó lo más fuerte que pudo.
Luego de unos instantes, esta le contestó débilmente.
—Ale... viniste. Estoy aquí abajo...
Caminó hasta el lugar donde sentía que se encontraba su compañera, y allí la vio, encerrada dentro de una oscura y horrible celda. Se hallaba en terribles condiciones, y era obvio que no había comido durante los últimos días.
—¡Lilum!, ¿te encuentras bien? —le preguntó, mientras abría la puerta de la celda.
—Voy a estar bien —contestó la pelirroja, esta vez moviendo sus labios, llevando luego su mirada horrorizada hacia ella.
—¿Lilum? ¿Qué pasa? —quiso saber Alejandra.
—No, no, no... no puede ser cierto —balbució de manera incoherente—. Dime que estoy soñando, dime que ese idiota no te ha convertido en uno de ellos.
—No entiendo —contestó Alejandra.
—¿Te dio de tomar su sangre? —preguntó Lilum.
—Sí, durante la ceremonia de la boda —fue la respuesta—. Pero no sentí ningún cambio después de ello.
—Por supuesto... la boda —comentó Lilum— Y luego bebió de tu sangre por completo, ¿no es cierto?
—Hmmm... no lo sé —contestó Alejandra—. Lo que pasó me resulta un poco confuso.
—Sí —confirmó Lilum—. Te ha convertido en uno de ellos, aunque sigues teniendo a la vez tu sangre de hada. Yo no he conocido ningún híbrido de ese tipo, pero según lo que me han contado... no quiero imaginarme lo que podría llegar a pasar si tu parte vampira predomina.
Alejandra estaba asustada.
—Pero, no me siento vampira —contestó—. Me siento rara, sí... un poco mareada y con los sentidos magnificados, pero no creo ser una de ellos.
—Eso es porque estás todavía en proceso de convertirte. Pronto te darás cuenta de lo que te digo. Ahora, debemos apurarnos y salir de aquí antes de que Nikolav descubra que has venido. Y yo iré al reino de las hadas para alertar a mi madre sobre lo sucedido, para que pueda prepararse para lo que se viene.
Alejandra asintió, ayudando a la débil Lilum a ponerse de pie.
—¿Cómo harás para volver? —cuestionó, pensando con preocupación que tal vez debería trasladar a Lilum hasta el portal al cual la había llevado Nikolav en su cita.
—Cerca de esta prisión hay un portal que me llevará a casa —contestó Lilum—. En realidad, este lugar es como un gran pasillo que no pertenece a ninguna dimensión en particular, pero que tiene puertas a todas ellas. Aunque los vampiros se creen los dueños, y por eso casi nadie más camina por estas tierras...
—¿Como el pasillo de un edificio que no pertenece a ninguna de las casas, sino que lo pueden transitarlo todos?
—Algo así —dijo la pelirroja, caminando con dificultad junto a Alejandra, mientras ella la guiaba hacia la salida.
Cuando estaban tomando la última galería, un par de guardias comenzaron a dirigirse con velocidad hacia ellas, con espadas en sus manos. Se veía que tenían órdenes expresas de no dejar salir a Lilum.
—¡Stop there! —gritó uno de ellos.
Alejandra pudo entender que le decía que debían detenerse allí, pero siguió caminando. Algo le decía que no la lastimarían.
—¡No! —contestó—, ¡muévanse!, ¡move!
Los dos guardias se pusieron en el medio del pasillo, bloqueando el camino, sin hacer caso alguno a sus órdenes. Alejandra no sabía cómo, pero estaba comenzando a enojarse. Con toda la bronca que tenía contenida, les gritó, mirándolos fijamente.
—¡Les digo que se muevan!, ¡move!, ¡go away!
Ellos de inmediato salieron del camino y se fueron del lugar. Parecían un tanto atemorizados, por más que no presentase una amenaza real para ellos. ¿O sí? Alejandra aprovechó su retirada y salió junto a Lilum de aquella horrible prisión.
—Estamos fuera, ¿dónde es el portal? —preguntó.
Lilum levantó su cansado rostro y comenzó a mirar a su alrededor. Luego señaló hacia un gran grupo de rocas.
—Allí —dijo ella, hablando en voz baja—. Allí está el portal.
Alejandra ayudó a su prima a seguir caminando hasta aquel lugar, mirando de vez en cuando hacia atrás para confirmar que nadie las estuviera siguiendo.
—¿Estás segura de que vas a estar bien, Lilum? —preguntó. Esta asintió.
—Sí, ni bien beba del agua del lago mágico de las hadas mis energías se recuperarán y volveré a estar como nueva. No te preocupes.
Con razón le había parecido tan especial ese lago, pensó Alejandra, sacando de su bolsillo la hermosa llave de Nikolav y estirando su mano hacia el montón de piedras, tratando de encontrar la cerradura que sabía que allí debía haber. Esta se iluminó de inmediato y Alejandra insertó la llave. El montón de piedras se separó y una puerta abierta apareció en su lugar. Estaban del otro lado del lago, en una montaña, y desde allí podía verse el extenso bosque que rodeaba el claro donde ella y Nikolav habían cenado, junto al asombroso lago azul.
—Ven conmigo —le suplicó Lilum, mirándola con ojos tristes—. Todavía creo que estamos a tiempo de curarte de esta maldición, puede que logremos recuperar tu lado humano con un poco de magia de las hadas antiguas. Tal vez aún estamos a tiempo.
Alejandra sacudió la cabeza. Sabía que debía quedarse con Nikolav, a pesar de todo lo que le había hecho. Se sentía ligada a él, a por más que su mente no tuviese forma alguna de comprender o de explicar eso que experimentaba. Debía permanecer a su lado hasta el final.
—Está bien —le dijo Lilum—. Me lo supuse, y además, no puedo obligarte a venir conmigo. Anda con cuidado, por favor. Y sobre todo... nunca te olvides de tus raíces. —Alejandra sonrió y le dio un abrazo fuerte.
—Envía un saludo de mi parte a tu madre, ¿sí?
—Bueno —dijo Lilum—, supongo que ya la has conocido. Pronto volverás a saber de nosotras. Espero que no sea bajo malas circunstancias.
—Eso espero yo también. Cuídate.
—Tú también —dijo el hada, cruzando la puerta y entrando a su mundo—.
Nos vemos pronto.
Alejandra vio cómo su compañera comenzaba a bajar la montaña, viéndose cada vez más fuerte a medida que se acercaba al enorme lago azul. Estaba segura de que su amiga estaría bien. Se repondría pronto.
Quitó la llave de la cerradura y el montón de piedras se acomodó nuevamente en su lugar. No parecía que nada hubiera cambiado. Ahora ella debería regresar con Nikolav antes de que se percatase de su ausencia.
***
No le costó trabajo volver a encontrar el portal por el que había cruzado desde el plano de los vampiros, por más que no le había prestado demasiada atención cuando había venido. Le daba curiosidad saber qué otros mundos habría, pero en estos momentos sentía que era urgente volver con su esposo. Aunque no entendía con exactitud el porqué, sabía que su marido era con quien debía estar. Sabía que él la estaba buscando, incluso podía sentir que estaba preocupado por ella. Era algo extraño y difícil de explicar.
En ese lugar, el portal se encontraba en otro montón de piedras similar al que conducía al mundo de las hadas, pero estas tenían un color diferente a las otras. Eran de un tono rojizo, mientras que las primeras se veían más bien violáceas.
Realizó el mismo procedimiento para encontrar la cerradura de la puerta y abrió el portal que la llevaría de vuelta a Nikolav, quien, como era de suponerse, estaba del otro lado, esperándola, con el ceño fruncido. Un grupo de guardias estaba parado detrás de él, listos para recibir órdenes.
—¿Qué has hecho, Alejandra? —preguntó con la voz bien firme y seria.
—Nada malo —respondió ella, sin sentir temor hacia él o hacia los guardias que se encontraban detrás—. Tan solo liberé a Lilum. Era injusto que estuviera presa. No había hecho más que ayudarme.
—¿Seguro que has hecho solo eso? —preguntó Nikolav, escudriñándola.
Alejandra asintió.
—¿Qué más podría hacer allí? La liberé y ella se fue de vuelta a su reino, en donde debe estar. Ya me casé contigo, no creo que tuvieras otros motivos válidos para que siguiera presa.
—Yo en particular no —contestó Nikolav—. Pero Siron la quería como prisionera de todas formas, para estar en mayor ventaja. Pero bueno... ahora ya está. Volvamos arriba.
Alejandra asintió, viendo a los guardias dispersarse cuando ella realizó un paso en su dirección. Nikolav, por su parte, quitó la llave de la cerradura y la guardó en el bolsillo de su chaqueta. Juntos caminaron hasta el salón principal. El antiguo reloj cucú daba las nueve de la noche y en esa ocasión no había mucho movimiento de personas ―o lo que fueran―, en el palacio.
—¿Cómo te sientes? —preguntó él.
—No lo sé —contestó ella, pensando en la mejor manera de explicar sus emociones—. Extraña, diferente. ¿Qué me está pasando?
—Tu parte humana ha muerto y se está transformando en vampira, pero tu parte hada sigue igual y hace que el cambio completo se demore. Si no fuese por esa parte, aún dormirías hasta completar la transición. Pero no te preocupes, en un par de horas serás una híbrida por completo y dejarás de sentirte así.
—¿Y entonces, qué pasará? —preguntó ella con curiosidad.
—No estoy seguro. Si fueras humana, ni bien despertases estarías enloquecida por beber sangre y no pararías hasta haber repuesto la cantidad de líquido vital que perdiste al morir, o más que eso aun. Tal vez matarías a alguien. Pero no te preocupes por eso, tenemos cientos de sirvientes de los que podemos prescindir.
Alejandra prestaba suma atención a lo que su esposo le decía, un poco preocupada ante la idea de enloquecerse por beber sangre o de matar a alguien inocente.
—¿Qué más? —preguntó.
—Luego, serías una vampira completa y descubrirías que tienes ciertos poderes. La mayoría de los vampiros tiene por lo menos tres poderes, algunos aún más. Por lo general, se adquieren habilidades nuevas a medida que pasa el tiempo.
—¿Cuáles son las tuyas? —cuestionó Alejandra.
—Bueno, yo puedo manipular la mente de las personas, ese fue el primer poder que adquirí y lo comparten todos los vampiros. Además, poseo telequinesis, lo que me permite mover objetos con mi mente. También súper velocidad y los sentidos potenciados, cosa que también es común en los vampiros. O sea, todos podemos oír mejor, ver mejor y tenemos mejor sentido del tacto. Aunque algunos son más óptimos en eso que otros.
—¿O sea, que el único poder, en tu caso, propio es la telequinesis? — preguntó, recordando que Nikolav había apagado su iPod en el colectivo y que la cortina de su habitación en Buenos Aires se había corrido por sí sola.
—Sí —dijo él—, aparte de otras cosas.
—¿Puedes convertirte en murciélago? —preguntó Alejandra. Él rio.
—No, no puedo convertirme en nada. Pero conozco vampiros que tienen la habilidad de transformarse en uno o en varios animales. Siron, por ejemplo, puede transformarse en una hiena.
—Wow —dijo sorprendida—... ¡No me lo imagino como una hiena!
—La verdad que yo tampoco lo imaginaba —dijo Nikolav, riéndose—. Y no es una habilidad que él elija usar muy a menudo. No quiere que lo confundan con los cambiaformas que tenemos como guardias.
—¿Cambiaformas? —preguntó, recordando que le había parecido que los guardias no eran humanos comunes y corrientes. Nikolav asintió con simpleza.
—Sí, todos nuestros guardias son cambiaformas. Cada uno tiene el poder de convertirse en cualquier animal que desee.
—¿Hay otras cosas que todos los vampiros puedan hacer? —preguntó Alejandra, perdiendo su interés por los cambiaformas.
—Sí —contestó Nikolav—. Todos hablamos y entendemos un mismo idioma, es como si se nos implantara en la mente cuando nos transformamos. Y además, se nos insertan los recuerdos de toda nuestra línea de sangre y podemos acceder a ellos cuando queramos, viéndolos en nuestra mente como si fuera una película.
—Interesante —dijo ella, sin poder imaginarse cómo sería poder acceder a todos los recuerdos de Nikolav y los vampiros que lo habían precedido—. ¿Qué más?
—Somos absolutamente leales a nuestros progenitores, hasta el día en que por algún motivo ellos dejen de existir. Entonces, somos liberados.
—Hmm, eso no parece muy bueno —respondió Alejandra. No le gustaba la idea de tener que hacer todo lo que Nikolav le ordenase.
—Tal vez no te parezca que sea así, pero es la única manera de que una especie como la nuestra se mantenga intacta —contestó él, mostrándose un tanto molesto.
—Si tú lo dices —siguió, tratando de cambiar el tema—. Entonces, ¿solo debo esperar a que los cambios surtan efecto?
—Supongo que sí —dijo Nikolav, sentándose en un amplio sillón—. No veo la hora de verte transformada.
Alejandra sonrió y se sentó junto a él, sintiendo curiosidad por conocer todo lo que podría llegar a hacer cuando se activase su parte vampira, y por saber de qué forma la afectaría su mitad hada.
Todo era incierto en su futuro y eso le causaba miedo, pero esperaba que no pasara ninguna de esas cosas malas que le habían dicho que podrían suceder si ella se transformaba en una híbrida. No quería causar daño a nadie.
Nikolav acariciaba su suave cabello negro, cuando de pronto le dijo: «Te ha cambiado el color del pelo, Alejandra».
—¿Qué? —preguntó, sorprendida, no pudiendo imaginarse su pelo de otro color que no fuese negro. Desde que tenía quince años se lo teñía así todos los meses, aunque su color natural fuera un rubio oscuro.
—Sí, mírate en el espejo.
Se levantó y se miró en un enorme espejo que estaba colgado en la pared, cerca de las escaleras. Se sorprendió al verse: su pelo negro ahora tenía mechas más claras, similares a su color natural, pero se dio cuenta de que no le quedaba para nada mal. Su piel se veía bien pálida, incluso tal vez más pálida que la de Nikolav, y sus ojos azules lucían un poco más claros que de costumbre, y más brillantes.
—¿Qué me ha pasado? —cuestionó.
—Esos son cambios naturales. Tu cuerpo se transforma, se modifica para adaptarse a tu nueva naturaleza. Nunca más volverás a verte como antes.
—Me gustaba como me veía antes —dijo, aunque le parecía que también se veía muy bien de esa manera.
Nikolav rio.
—Ya te acostumbrarás, querida.
Alejandra estaba a punto de volver junto a él, cuando uno de los sirvientes vino de la cocina trayendo un carrito con comida. Se quedó mirándolo con fijeza, pudiendo ver de lejos la vena en su cuello, oyendo los latidos de su corazón. Algo la atraía a su cuello, como si este fuese un imán, no podía soportar la tentación de abalanzarse sobre él y clavarle sus dientes, ahora colmillos, en su jugosa vena.
Y eso hizo. El pobre sirviente no la vio venir y cayó al suelo cuando ella se le tiró encima, mordiéndolo y bebiendo de él, sin tener ya forma de cuestionarse lo que estaba haciendo. No podía controlarse; en esos momentos lo único que deseaba era beber esa sangre, como nunca había deseado nada en su vida. Podía sentir los latidos del corazón del pobre desgraciado mientras succionaba su preciado líquido vital, quitándole poco a poco su vida, mientras su palpitación comenzaba a apagarse. Cuando al fin se dio cuenta de lo que estaba haciendo y soltó al muchacho, su vida estaba pendiendo de un hilo.
Aún estaba saboreando ese líquido que ahora le parecía tan exquisito, un néctar para su paladar. Pero en ese momento se sintió culpable por lo que acababa de hacer.
—Muy bien, mi princesa —aprobó Nikolav, quien había estado mirando toda la escena desde el principio.
La ayudó a levantarse del suelo y llevó sus labios a la boca de ella, probando la sangre que aún tenía allí. Ella lo miró a los ojos, notando lo orgulloso que parecía estar, sintiendo que junto a él, su marido, su creador, su amor, nada de lo que hiciera podría estar mal.
Alejandra continuó besándolo por unos instantes, pero de golpe, comenzó a sentir un horrible dolor de cabeza. Cayó al suelo de rodillas, sosteniéndosela, mientras se quejaba del dolor que sentía. Unas imágenes empezaron a correr presurosas por su mente, comenzando por unos cuantos miles de años atrás, cuando los primeros vampiros surgieron. Pudo ver cómo ellos se desplazaban por la faz de la tierra, dominando el mundo bajo el liderazgo de una mujer pelirroja, siendo respetados por los humanos y por las demás criaturas existentes.
Contemplaba las imágenes en su mente pero, de tan rápido que estas pasaban, era difícil lograr que todo cobrase sentido. Demoraría bastante tiempo en poder aprenderse todo. Aunque a medida que veía las imágenes, más se ponía del lado de los vampiros, más se sentía una de ellos, parte de su especie. Los recuerdos comenzaban a ser parte de ella, como si los hubiera vivido. Se sentían tan reales.
Pudo ver a través de los ojos de varios vampiros que eran sus ancestros, viviendo a través de ellos las diferentes guerras de las cuales habían sido protagonistas. Una de las más importantes había sido unos mil quinientos años atrás: los vampiros se habían aliado con las hadas, los elfos y los duendes para luchar contra los dragones y los demonios, que dominaban dimensiones aún inferiores y más densas, pero que también podían andar a gusto por la faz de la tierra. Los vampiros y sus aliados habían resultado vencedores y la derrota había obligado a los dragones a quedar prisioneros en su propia dimensión, y a los demonios a no poder manifestarse en su forma física en ninguna de las dimensiones que no fuera la suya.
Alejandra pudo ver el arma que los había ayudado a vencer esa guerra: una bruja había forjado un hermoso sable de plata con cientos de incrustaciones de piedras preciosas, que había llamado Stumik, y al que había hechizado para que solo los vampiros y las hadas pudieran usarlo, y nadie más. Sin embargo, estos solo tenían permitido utilizarlo en contra de las especies con las que luchaban, y no el uno contra el otro, ya que el portador del sable sería fulminado si así lo hiciera. De esa manera, pensaban poder mantener la paz entre ellos, asegurándose de que ninguno se levantaría contra el otro llegado el momento.
Al firmar el acuerdo de ayudar a los vampiros, las hadas habían quedado como guardianas definitivas del sable, y la reina Anja había prometido que cuando tuviera una hija se la daría como esposa al rey Siron, o a quien él tuviera como futuro sucesor, en el caso que ya hubiera contraído matrimonio.
Pero la paz entre vampiros y hadas solo había durado unos quinientos años. Cuando un hada y un vampiro se enamoraron y ambos terminaron muertos, la paz se terminó. El vampiro muerto era hermano de sangre del rey Siron, quien tomó esto como un agravio y declaró la guerra contra las hadas, pensando que sería fácil derrotarlas, ya que estas no gozaban de tantos poderes ofensivos como los vampiros, sino más bien poderes de índole mágica.
Sin embargo, las hadas habían descubierto una manera de vencer a los vampiros: el sable Stumik. Ellas no lo podían usar en contra de un vampiro, ni un vampiro en contra de ellas, pero sí podía hacerlo un híbrido, quien, como parte de ambas especies, podía levantar el sable contra las dos. Y las hadas tenían a su disposición uno de ellos, quien había sido en principio el hijo de una humana con un hada de sexo masculino, pero que luego había sido transformado por una vampira que en ese momento era amiga de las hadas y no les deseaba ningún mal.
Los vampiros no estaban al tanto de esto, por eso fueron a la guerra sin vacilar, pero se rindieron casi de inmediato al ver al joven híbrido usar el arma contra un vampiro, sabiendo que podría destruirlos a todos, gracias que además poseía la habilidad de escudarse contra todo ataque. Las hadas ganaron la guerra e impusieron restricciones contra los vampiros, quienes ya no gozarían de la misma libertad que habían tenido durante unos cuantos miles de años.
Ellas retuvieron el sable, pero enviaron al joven que las había salvado a una dimensión donde los vampiros no podrían acceder, ya que temían que estos pudieran usarlo en su contra en el futuro. Luego, prohibieron a las hadas casarse y tener relaciones carnales con humanos, para evitar que se volvieran a generar híbridos. Pero la misma reina de las hadas rompería esta regla mil años más tarde, lo cual le acarrearía tremendas y fatales consecuencias.
Alejandra ahora sabía cómo había sucedido todo. Sentía que las hadas habían utilizado al híbrido, cuyo nombre ella no sabía, para ganar su guerra, y pensaba que los vampiros merecían ser libres de todo lo que ellas les habían impuesto.
Poco a poco el dolor fue cediendo y ella se fue estabilizando. Tenía millones de recuerdos en su memoria, pero había elegido mantener tan solo aquellos que eran de vital importancia en la historia de los vampiros, aunque sabía que podría acceder a los demás si llegaba a necesitarlos.
Se levantó y tomó asiento, mirando a Nikolav.
—Tenías razón sobre los recuerdos —le dijo—. Lo he visto todo. —Él sonrió complacido.
—Todos los vampiros de la misma línea ven los recuerdos de sus ancestros, partiendo del primer vampiro que la originó; aunque a veces se demora mucho tiempo poder clasificar y ordenar los recuerdos en la mente de uno.
—No estuviste en ninguna de las guerras —dijo Alejandra.
—No —contestó él—. Pero estaré en la próxima, en la que recuperaremos nuestra libertad.
Ella sonrió, dejando ver el filo de sus nuevos colmillos.
—La libertad parece algo justo por lo que luchar.
—Claro que lo es, princesa. Y tú nos ayudarás a recuperar la nuestra. Tú eres nuestra libertadora.
Alejandra se sentía honrada ante semejante título. Deseaba más que nada traer libertad a los vampiros, en especial a su amado Nikolav.
—Nuestro ejército ya está listo. Lo que ahora necesitamos es que tú lo estés y que consigas el sable, donde sea que las hadas lo tengan.
—¿Dónde es eso? —preguntó, imaginándose que los vampiros deberían saber la ubicación exacta del mismo.
—No lo sé, podría ser cualquier lugar. Tu madre biológica tenía el poder de crear diferentes mundos imaginarios, dándoles vida. Ella podía ir allí y depositar objetos para esconderlos. O bien, podía usar los mundos mágicos para aprisionar a las personas. Nunca pudimos descubrir bien cómo lo hacía. Razzmine no pudo rastrearlo en ninguno de los mundos conocidos, por eso creo que debe encontrarse en un mundo imaginario.
—El cuadro... —dijo Alejandra, recordando de pronto el cuadro de su madre en el cual ella había entrado. ¿Podía ser ese el mundo en el que el sable se encontraba?
—¿Qué? —preguntó Nikolav, sin poder entender de qué estaba hablando.
—Creo que se puede acceder a ese mundo desde el cuadro que está en el pasillo, frente a mi habitación. Estuve dentro de ese lugar una vez, accidentalmente. Tal vez pueda volver a ir allí.
—Interesante —contestó Nikolav—... Ese cuadro estaba en un museo de los humanos, lejos de cualquiera de nuestros portales. Pero Razzmine pudo encontrarlo y nos dijo que era una de las últimas pinturas de la reina Anja, y que pensaba que podría contener algún significado. Sin embargo, nunca pudimos descifrarlo, hasta ahora.
—Yo puedo pintar cuadros para llevar mi cuerpo astral a determinados lugares, haciéndolo ver como si fuera de carne y hueso —confesó ella—. Pensé que mi madre podía hacer lo mismo, ahora veo que su habilidad era en realidad distinta.
—Ahora entiendo —dijo él, pudiendo juntar las piezas del rompecabezas que era Alejandra—. ¿Crees que puedes entrar en esa pintura y buscar ese sable?
—Supongo que sí —contestó ella—. ¿Cuándo quieres que lo haga?
—Puedes hacerlo hoy mismo, si lo deseas —ofreció él, sonriente—.
¿Piensas que estás lista?
Alejandra asintió. Una gran sonrisa adornaba su rostro.
—Claro, pero primero necesito beber un poco. Otra vez me siento sedienta.
Nikolav le sonrió y le hizo señas para que lo siguiera. La llevó hasta una nevera en la cocina, una de esas que funcionaban con gas. La abrió y Alejandra pudo ver que estaba repleta de botellas llenas de sangre.
—¿De dónde sale toda esa sangre? —preguntó, observándolo mientras le servía una copa.
—Tenemos contactos en el plano humano que tienen bancos de sangre y nos la envían. También tenemos humanos para beber de ellos de manera directa, pero intentamos no matarlos. Al menos no tan seguido.
Alejandra tomó la copa ni bien Nikolav se la extendió y se la bebió toda de golpe, sintiéndose un poco avergonzada por haber bebido tan rápido.
—Veo que tienes sed —dijo él, volviendo a llenar la copa.
—Lo siento —se disculpó, esperando su vaso—. ¿Ha muerto el sirviente del que me alimenté? Ya no estaba cuando miré hace un rato.
—Casi... pero se lo llevaron mientras tú comenzabas a recordar, no pudiste verlo porque estabas muy adolorida. Suele pasar... Creo que puede llegar a recuperarse si le hacen una transfusión. Pero, qué más da —dijo Nikolav, volviendo a darle la copa—. Ni siquiera era un buen sirviente.
Alejandra bebió más sangre, esta vez de manera un poco lenta, saboreándola. Podía darse cuenta de que el sabor de esta no era el mismo que la sangre fresca, pero sabía que podría acostumbrarse a ella. No le dio importancia a la opinión de Nikolav sobre el sirviente y, cuando terminó su copa, la apoyó sobre el refrigerador.
—Ahora sí, estoy lista —dijo, sintiéndose más fuerte que nunca. Le parecía que nada podría derrotarla, y tal vez tenía razón.
—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó él.
—No, está bien. Puedo hacerlo sola. Y además, dudo poder llevarte conmigo dentro de ese mundo imaginario de mi madre.
—Tienes razón, princesa. Te esperaré en el salón, junto al trono. Espero que puedas encontrar el sable en ese lugar.
—Yo también lo espero —contestó ella, dándole un beso antes de dirigirse al piso superior, en busca del cuadro de su madre.
Subió las escaleras y tomó el pasillo, deteniéndose frente al cuadro que tantas veces había observado. Se preguntaba si su habilidad de transportarse allí todavía estaba intacta, pero pronto descubriría que sí, que no había perdido la magia de las hadas por más que ahora también era vampira.
Más rápido aún que con los cuadros anteriores, Alejandra estaba en el lugar que su madre había pintado. Todo se veía igual que la vez anterior. Allí dentro, nuevamente se venía una tormenta, tal como en su sueño.
Caminó por las viejas calles de la ciudad abandonada, dejando que el viento la empujara y apurase sus pasos. No tenía ni idea en qué lugar estaría oculto el sable, pero sabía que debía encontrarlo rápido. Algo le decía que no tenía todo el tiempo del mundo para quedarse.
Pronto, había llegado al lugar donde se había encontrado con la gitana en su primera visita, pero no halló a la mujer esta vez.
—¡Hola! —gritó, escuchando su voz formar un eco alrededor. Esperaba que la adivina pudiese darle información sobre la ubicación del sable.
Miró hacia los lados un par de veces más, pero no la vio. Entonces, decidió seguir caminando. Al llegar al final de la ciudad, el viento se había vuelto más fuerte y Alejandra sabía que pronto comenzaría a llover... a llover sangre. Claro que la idea de ver sangre ahora la excitaba en vez de asustarla.
Desde donde estaba, vio una colina a lo lejos y un castillo sobre ella, bastante similar al de Nikolav, pero era imposible que fuera el mismo. Supuso que debía ser una réplica creada por su madre. Este lugar era imaginario, no real, por más que así se viera.
Comenzó a correr hacia el castillo, dándose cuenta de que podía hacerlo diez veces más rápido que antes, lo cual le parecía una habilidad magnífica. Nunca más llegaría tarde a ninguna parte. Nunca más se sentiría débil.
Entró al castillo, que se encontraba abierto y en ruinas, justo antes de que comenzase a llover. Una gota de sangre cayó sobre su mano y se vio tentada a probar si era sangre humana o artificial, o tan solo pintura. Le ganaba la curiosidad.
Era sangre real y era exquisita. Pero su sabor no era el de la sangre humana, sino diferente, aunque sabía mejor, lo cual la tentaba a salir bajo la lluvia y beber hasta saciarse, hasta emborracharse.
Pero sabía que debía seguir adelante y encontrar el sable: estaba segura de que se encontraba en este lugar. Tal vez su madre había creado esa lluvia de sangre para detener a todo aquel vampiro que osase entrar en su cuadro, si es que alguno podía hacerlo.
Ignoró entonces la llovizna de esa sangre tan sabrosa e ingresó al castillo abandonado. Era muy similar al de Nikolav, pero sus paredes grises estaban corroídas por el paso de los años y la falta de cuidados. Parecía que en cualquier momento todo se vendría abajo.
Decidió examinar primero la planta baja. Recorrió el salón sin encontrar nada que le indicase que el sable podría estar allí. Luego, tomó el pasillo que pasaba frente a la biblioteca y bajó las escaleras que llevaban al portal de entrada a todos los mundos en el palacio original. Allí también se encontraba una pared, como era de esperarse. Alejandra se preguntaba adónde llevaría esto.
¿Sería igual que en el lugar original?
Miró a su alrededor, hacia abajo y hacia arriba. Al hacerlo en esta última dirección, un brillo dorado llamó su atención. Una llave colgaba de allí, una muy similar o casi igual a la que guardaba Nikolav. Estaba muy alta, y pensaba que no podría alcanzarla. Sin embargo, confiando en sus nuevas habilidades, decidió pegar un salto, extendiendo su mano hacia donde se encontraba dicho objeto.
Para su sorpresa, pudo lograrlo y alcanzó a tomarla con facilidad. Una gran sonrisa se dibujó en su cara al extender la llave hacia la pared y comprobar que allí también había una abertura. Abrió el portal, pero lo que allí encontró no era en nada similar a lo que se encontraba del otro lado de la pared, en el castillo de Nikolav. Lo que ahí halló fue una gran habitación y en el medio de ella había un gran árbol, cuyas enormes raíces se incrustaban en el piso de cemento. Alejandra recorrió el recinto sin poder vislumbrar nada, entonces se decidió a examinar el árbol. Le pareció ver una abertura extraña en él, en la que decidió insertar la llave.
Cuando así lo hizo, el árbol se abrió en dos, dejando a la vista un enorme hueco, en el cual se encontraba el sable de plata. Alejandra se quedó con la boca abierta ante tal belleza, luego lo tomó en sus manos, examinando cada detalle y cada gema preciosa que tenía incrustado.
De pronto, todo comenzó a vibrar, como si hubiera un temblor. Ella dio la vuelta para salir de allí y tomó la llave en la mano que tenía libre. El árbol se cerró nuevamente tras de ella, por lo que decidió escapar de aquella habitación abriendo de nuevo el portal en la pared. Para su sorpresa, el castillo del otro lado ahora se veía igual al de Nikolav. No lucía viejo ni corroído como el anterior.
Alejandra comenzó a sentir una vibración en su organismo y tanto la llave como el sable cayeron al suelo, mientras que su cuerpo astral se veía arrastrado a la velocidad de la luz hacia su cuerpo físico. Cuando abrió los ojos de nuevo ya se encontraba en sí, sintiéndose agitada; yacía en el pasillo, frente al cuadro. Se levantó con rapidez y corrió, bajando a gran velocidad las escaleras y tomando el pasillo en donde se ubicaban las que conducían a la pared portal.
Como lo había esperado, tanto el sable como la nueva llave estaban ahora en el suelo, esperando a ser levantados. Lo había conseguido, tenía el arma que la llevaría a la liberación definitiva de los vampiros. Nikolav estaría muy orgulloso de ella; Alejandra misma estaba muy contenta por ello.
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