#SE - Capítulo 8
DESPERTÓ NUEVAMENTE unas horas más tarde. Ya había amanecido, podía darse cuenta por la claridad que entraba por la ventana. Se levantó y se puso un vestido simple y cómodo. Ese día debería supervisar a todos los empleados para asegurarse de que decorasen e hiciesen todo como se les había pedido. Además, debía hacerse un tratamiento de humectación de la piel con una cosmetóloga, y un peluquero se haría cargo de su cabello.
Sabía que las personas que allí trabajaban eran todas humanas, aunque sospechaba que los guardias pudiesen ser diferentes, tal vez otra especie de seres sobrenaturales. Era probable que esas personas también hubiesen sido traídas desde el reino de los humanos, al igual que ella, con el propósito de servir y de ser el alimento de los vampiros. Había visto que muchos de los sirvientes tenían marcas de mordeduras en el cuello, así que no le cabía duda de que eran la cena de Nikolav y de cualquier otro vampiro que viviese en el castillo.
Dudaba de que los vampiros mataran muchos humanos, al menos a diario, ya que como se lo habían comentado, tenían restricciones para cazar y matar en el reino humano. Los humanos debían durarles más tiempo si no podían salir todo el tiempo a cazar.
Al menos eso la hacía sentir un poco más tranquila. Además, los sirvientes parecían ser bastante felices, aunque Alejandra por experiencia sabía que un vampiro podía jugar con la mente de las personas para hacerles olvidar, o para lograr que pensaran y actuaran de la manera deseada.
Luego de corroborar que la decoración del salón y todo lo demás se estuviera llevando a cabo como se les había explicado a los sirvientes, fue a la habitación donde la cosmetóloga le haría un tratamiento. La joven le puso una mascarilla de barro en la cara y en todo el cuerpo. Alejandra cerró los ojos, relajándose, mientras esperaba para poder quitarse la mezcla pegajosa de su cuerpo.
Mientras tenía los párpados caídos y con un par de pepinos encima, continuó pensando, con el objetivo de seguir rememorando lo máximo posible. Esta vez comenzó a recordar a partir del momento en el que se había encontrado con Nikolav en el bar frente a su casa.
Recordó haber hablado con él durante unas dos horas, mientras le servía varias copas que la dejarían bastante borracha al final de la noche, pero aún lo suficiente responsable de sus acciones, o al menos a ella le parecía que así había sido. El vampiro le había ofrecido llevarla consigo a su casa, para seguir tomando algo allí, y a ella le había caído tan bien, que quiso pasar más tiempo junto a él, por más que fuera tímida con las personas, sobre todo con los hombres.
Él, entonces, había salido por detrás de la barra y, tomándola por la cintura, la había ayudado a caminar hasta su casa, un departamento que resultaba estar detrás del bar. Ella ya había estado antes allí, pero en esos momentos no se acordaba, ya que él había hecho que olvidase todo.
Nikolav tenía allí un apartamento de dos pisos. En la planta inferior contaba con una cocina, un comedor, un baño y una sala de estar, en la cual había un gran juego de salón y una chimenea. A la izquierda de la chimenea, se encontraban unas escaleras que llevaban al piso superior. Alejandra imaginaba que allí debía estar la habitación del apuesto extranjero y no podía dejar de imaginarse cómo serían las sábanas de su cama. Realmente había ejercido un efecto en ella. No recordaba haber conocido a un hombre que trajera a la superficie tantos sentimientos al mismo tiempo: fascinación, pasión, locura y, tal vez, incluso un sentimiento más profundo.
Nikolav había puesto música y ambos habían comenzado a bailar una canción lenta. Ella le había sonreído como embobada, deseando nunca más despegarse de él. Luego de bailar unos minutos, ambos comenzaron a acercarse más y a rozarse mientras bailaban. Ella había podido sentir la piel de él contra su cuerpo, haciéndola experimentar como nunca antes junto a un hombre, aunque la verdad era que nunca había llegado a estar tan cerca de uno, nunca... Nikolav sería el primero.
Él le había tomado el rostro con las manos y juntado sus fríos labios con los de ella, besándolos con pasión. Alejandra podía recordar cómo se había sentido, todas las sensaciones que ese beso le había despertado en su interior, todas. Después, las manos de él habían comenzado a deslizarse por su cuerpo entero, acariciándola mientras ambos seguían besándose con vehemencia. Él, mientras tanto, le había quitado su vestido, y ella no puso ninguna resistencia, mientras la dejaba por completo desnuda sobre la alfombra de piel que se encontraba frente a la chimenea. En esos momentos, había estado en verdad emocionada por encontrarse viviendo esa experiencia. No había sentido miedo de entregarse a él; se dio por completo.
Nikolav también se había quitado la ropa y había posicionado su cuerpo sobre el de ella; empezaba a besarle el cuello, y siguió hacia abajo, despertando un fuego intenso, un fuego que nunca antes nadie había logrado encender en ella.
Luego de besarla durante unos minutos, él se había levantado y la había tomado entre sus fuertes brazos, llevándola hacia el piso superior. A ella ya se le había olvidado la curiosidad por lo que allí habría y le resultaba imposible quitar sus ojos de los labios de aquel hombre que tanto le hacía sentir. Él la había posado en su enorme cama y continuaba besándola hasta que ella estuvo lista y sin reservas para lo que seguiría.
Ahora lo recordaba todo, recordaba a la perfección su primera vez con Nikolav. Esa noche no la había influenciado para que ella cediese. Ella lo había hecho porque lo había sentido así, porque en realidad se sentía atraída hacia él, porque se había quedado prendada de él mientras hablaban; y la experiencia había sido increíble. Alejandra no podía creer que Nikolav la hubiese obligado a olvidarse de algo tan hermoso, hasta que recordó lo que sucedió después.
Cuando habían terminado de hacer el amor y Nikolav todavía seguía besándola, le había mordido el cuello. Era la segunda vez que lo hacía, pero en esa ocasión, no la había influenciado para que no tuviera miedo. Y realmente lo tuvo, se había sorprendido tanto de que la estuviera mordiendo que gritó. Allí se había dado cuenta de que su loca amiga Miriam tenía toda la razón y de que no se había inventado la historia del vampiro con el que había estado.
Pero de inmediato, y antes de que pudiese desesperarse aún más, Nikolav la había forzado a mirarlo a los ojos y ejercido su influencia sobre ella.
—No pasó nada. Te olvidarás de todo lo que sucedió desde que vinimos a este lugar y te quedarás dormida.
Así fue como sucedió, Alejandra se había tranquilizado e inmediatamente se había dormido, olvidándose de todo lo malo y también de todo lo bueno que había ocurrido esa noche. Ahora podía explicar el haberse despertado en una cama desconocida sin recordar nada de lo que había vivido esa noche.
No había tomado las decisiones correctas al tratar con ella y había jugado con su mente, circunstancia que ella despreciaba y que hería sus sentimientos. Pero lo que experimentaba no había sido forzado; se sentía en realidad atraída hacia él y, desde ese día, aunque no hubiera querido reconocerlo, había estado perdida e irremediablemente enamorada. Era imposible negarlo. Por más que la hubiera manipulado lo amaba, y sabía que, aunque él quisiera demostrar lo contrario, aparentar frialdad, también se encontraba enamorado. A pesar de que fuese un vampiro y ella una humana con una mitad hada, por más que la hubiera buscado solo por lo que era y no por quién era.
«¿Por qué tendría que ser malo casarse con él?», se preguntó, tratando de sentirse menos forzada por haber asumido ese compromiso. Ella había dicho que sí por algún motivo. Ahora sabía que era porque en realidad amaba al vampiro. Quizá su parte hada no le había dejado mentir y decir que no deseaba casarse con él. Como fuese, había dado su palabra porque lo quería, no había sido forzada; aunque ahora estuviera obligada a mantenerla hasta el final.
Sus pensamientos se interrumpieron cuando la cosmetóloga le dijo que ya podía quitarse el barro de encima. Se sentía mucho mejor ahora que había podido recordar todo lo que Nikolav le había hecho olvidar. Ahora se creía más completa.
***
El día pasó volando y, antes del atardecer, Alejandra ya estaba lista para vestirse para la boda. Ya la habían peinado y maquillado y ahora tan solo le quedaba ponerse su elegante vestido negro que estaba colgado en su habitación, esperando a ser usado en tan importante ocasión.
Se miró al espejo, viéndose similar a como había sido hasta una semana atrás, pero a la vez tan diferente. Ya no era aquella chica y nunca más lo sería. De pronto, tuvo ganas de decir «adiós» a su vieja vida, y no se le ocurrió mejor idea que volver a Buenos Aires, aunque solo fuera con su doble astral. Necesitaba cerrar ese capítulo de manera oficial. Entonces, buscó el cuadro que había ocultado en el cajón y se sentó en su cama con él. Cuando lo vio, no pudo evitar reírse. En el cuadro podía verse a Miriam sosteniendo un cartel que decía:
«¡¡¡No te cases!!!».
«Muy típico de ella», pensó, mientras se concentraba en el cuadro, con la intención de viajar a ese lugar, como lo había hecho antes.
Miriam saltó de la cama, asustada, cuando la vio materializarse en su habitación.
—¡Mierda! ¡Alejandra, me asustaste! Pero, ¡qué bueno verte de vuelta! — exclamó mientras abrazaba a su amiga.
—¿Cómo supiste que vería tu cartel? —preguntó.
—Me lo supuse, ya que yo también podía verte de a ratos por el cuadro de tu pieza —dijo Miriam, riéndose un poco.
—Hmm... no había pensado en eso —dijo Alejandra, mientras buscaba el cuadro que ella había pintado en la habitación de Miriam, aún un poco sorprendida por haber conseguido que se materializase de verdad en el mundo real.
Inspeccionó la habitación de su amiga, pero abrió los ojos bien grandes cuando se dio cuenta de algo terrible: el cuadro que la llevaría de regreso estaba roto.
—¿Qué hiciste, Miriam? —exclamó, sintiéndose muy ofendida por lo que su amiga había provocado.
—Perdóname, Ale... pero no puedo dejar que te cases con ese vampiro o las consecuencias serían terribles.
—No, Miriam... No lo entendés. No puedo evitar casarme, es una promesa que sí o sí debo cumplir. Y además, creo que de verdad quiero casarme. Estoy enamorada de él.
Miriam estaba sacudiendo la cabeza.
—Ale, seguro él te hizo creer eso con su control mental. Además, casarte con un vampiro conlleva a que vos también te conviertas en uno. Patrick me lo contó: te transformarás en un híbrido hada vampiro y eso podría tener consecuencias devastadoras.
—¿Hada vampiro?
—Sí —aseguró Miriam—. Según me cuenta Patrick, las hadas no pueden convertirse en vampiro, pero vos tenés sangre humana, lo cual permite que puedas ser un híbrido, sin embargo, te quita tu humanidad. Tu parte humana debe morir para que esto ocurra.
—No te creo. ¿Por qué querría él convertirme en vampiro?
—No lo sé, Ale, pero Patrick dice que eso es lo que sucederá y que se puede desencadenar una terrible guerra, porque está prohibido crear híbridos de ese tipo.
—Como sea, Miriam... no creo que eso pase o me lo habrían dicho. Me lo tendría que haber dicho.
—Lo siento, Ale, pero no puedo dejar que te cases —dijo Miriam, tratando de verse lo más tranquila posible.
—No, me tengo que ir Miriam... ¡No puedo faltar a la boda!
Realmente sentía la urgencia de asistir a esa boda. Por más que por dentro sabía que quizá Miriam tenía razón, no podía faltar. Tan solo no podía. Estaba atada por su promesa.
Su amiga suspiró.
—¿Pero tenés forma de volver? Tu cuadro está roto. No podés hacerlo... al menos no ahora, no por un buen rato. Y para cuando vuelvas, ya será tarde para que te cases.
Alejandra tenía ganas de gritarle a su amiga que la odiaba, pero no era cierto. Sabía que Miriam tenía las mejores intenciones para ella. ¿Pero cómo haría ahora para volver y llegar a tiempo a la boda?
***
Ya casi era la hora en que la celebración debía comenzar y todos los invitados estaban ocupando sus correspondientes puestos. Siron, el imponente rey de los vampiros, sería el que oficiaría la ceremonia. No solía haber muchos casamientos de vampiros, mucho menos en esta dimensión. Pero cuando los había, él debía oficiarlos, pues el rey oficiaba los casamientos allí sin excepción. Siempre había sido así.
Nikolav estaba comenzando a ponerse impaciente. Había enviado a un sirviente a golpear la puerta de su futura esposa para avisarle que debía estar lista en unos minutos, que ya era hora; pero este no había tenido suerte. Ella no había abierto la puerta. Él sabía que ella no podría retractarse de la decisión tomada, aunque no podía evitar pensar que tal vez había encontrado la forma de escaparse. Eso podría costarle muchísimo, ya que su futuro dependía de la boda. No podía dejarla escapar. No podía defraudar a su creador.
Pasaron unos minutos más, pero Alejandra definitivamente no llegaba y entonces decidió ir a buscarla. Subió las escaleras a pasos largos, tratando de imaginarse todos los escenarios posibles con los que podría encontrarse.
Cuando llegó a la puerta de la habitación, la golpeó con fuerza unas cuantas veces. Ya harto, al notar que Alejandra no le contestaba, se dispuso a entrar por la fuerza.
***
Tras discutir con Miriam sobre la importancia de asistir a su boda por un buen rato, Alejandra consiguió que le diera los materiales para pintar un nuevo cuadro con el fin de poder regresar a su cuerpo. Pintó lo más rápido que pudo, recordando todos los detalles de su habitación, retratando incluso el vestido de bodas que allí estaba colgado.
Miriam seguía protestando, pero Alejandra no le haría caso; debía llegar a su boda a tiempo o podría haber muy malas consecuencias, sobre todo para su prima, el hada Lilum.
Ni bien terminó el cuadro, se despidió de Miriam, quien en ese momento lloraba llena de amargura, y se concentró en la pintura, luego de colgarla en la pared. Segundos más tarde, estaba de vuelta en su cuerpo, justo a tiempo para escuchar a Nikolav.
—¡Voy a entrar! —exclamó su futuro esposo.
—¡No! —gritó Alejandra, bien fuerte—. ¡Espera unos minutos, ya estoy casi lista!
—¡Maldición, Alejandra!, ¡nos has dado un susto a todos! Ya es la hora, te estamos esperando.
—¡Perdón! —dijo ella con sinceridad, mientras tomaba con rapidez su vestido negro y comenzaba a ponérselo.
—Tienes diez minutos —le informó él, todavía parado detrás de la puerta—. Te estaré esperando en el altar. —Alejandra sabía que se trataba de una advertencia.
—¡Ya voy! —exclamó, subiéndose el cierre del amplio vestido. Tendría que caminar con sumo cuidado para no pisarlo. Volvió a mirar su cuadro mientras se ponía los zapatos y pudo ver a Miriam tirada en su cama, llorando. Pero no podía volver para consolarla... Su amiga debería aprender a vivir sin ella.
Ni bien estuvo lista, volvió a ocultar la pintura y salió de su habitación. La música con la que haría su entrada comenzó a sonar mientras bajaba las escaleras con precaución. Centenares de ojos se posaron en su bella y esbelta figura mientras ella, la futura esposa del noble vampiro Nikolav, caminaba sobre la alfombra que la conduciría al altar.
Él lucía especialmente apuesto esa noche, vistiendo un elegante traje negro. Alejandra no podía quitar sus ojos de él, de su futuro marido; y él no podía dejar de mirarla a ella. El magnetismo entre ambos era innegable. El rey de los vampiros, quien habría sido un apuesto cuarentón al momento de convertirse en uno, también la contemplaba, con una cara que demostraba cierta curiosidad.
Alejandra tan solo se concentró en Nikolav, mientras caminaba hacia él sosteniendo un bouquet de rosas negras en sus manos. Recorrió el largo trayecto hasta el altar, sonaba una especie de marcha nupcial vampírica, y se detuvo al llegar donde Nikolav se encontraba, sonriéndole.
Siron comenzó a hablar en un idioma que ella no entendía pero, de inmediato, un hada que estaba parada a su lado comenzó a traducir lo que él decía en ese idioma antiguo de las hadas que ella había descubierto que podía entender sin necesidad de haberlo aprendido. Pensó que debía haber varias de aquellas hadas aliadas a los vampiros, sin embargo, no se animó a mirar a su alrededor, y se limitó tan solo a escuchar lo que el rey de los vampiros decía:
—Hoy estamos aquí reunidos para celebrar la unión de estos dos aquí presentes: el príncipe de los vampiros, Nikolav, y la princesa de las hadas, conocida como Alejandra en el reino humano, y cuyo nombre de hada aún resta descubrir. Estos dos han decidido unir sus vidas en lazos de amor y de sangre, lazos que hoy serán oficializados y que nunca podrán romperse...
Siron seguía hablando y Alejandra no podía dejar de pensar a qué se refería él con la frase «lazos de sangre». ¿Tendría razón Miriam y la convertirían hoy en vampiro? Se estaba poniendo nerviosa al considerar esa idea. ¿Dolería?, ¿qué debería hacer?, ¿moriría antes de transformarse? No tenía ni una mínima idea de cómo sería. Aun así, hizo lo posible para mantener la compostura y seguir escuchando con atención.
—Con esta unión, pronto recuperaremos todo lo que se nos ha quitado — decía Siron—. Ya no habrá límites para lo que los vampiros podremos hacer, nada se interpondrá en nuestro camino. Ha llegado el momento que marcará el principio del fin de los días en los que debíamos ocultarnos. Pronto nada nos detendrá.
Alejandra podía sentir el entusiasmo en los presentes, pero le daba cierto miedo todo aquello que Siron decía. La libertad parecía un buen concepto, «aunque tal vez los vampiros no debían ser capaces de poseer tales libertades», pensó, temerosa por lo que sucedería.
Luego de hablar durante otro rato, Siron se concentró en los novios y les habló directamente:
—Alejandra, ¿vienes aquí de libre voluntad, dispuesta a hacer lo que sea y a estar con Nikolav en todo como tu marido y tu señor, hasta que alguna fatalidad del destino los separe?
—Sí —respondió, tratando de no pensar en todo lo que ello podría significar.
—Nikolav —continuó Siron—, ¿vienes aquí de libre voluntad, dispuesto a asumir la responsabilidad que tomar a una mujer como esposa conlleva y dispuesto a estar con ella y guiarla como corresponde hasta que alguna fatalidad del destino los separe?
—Sí —afirmó, sonriente.
—Nada ni nadie puede ahora detener la unión entre estos dos. Y, para sellarlo, en este momento procederemos al intercambio de sangre —dijo, bajando del altar y dirigiéndose a ellos. Llevaba un cuchillo de plata en la mano que se veía muy antiguo y tenía varias inscripciones grabadas.
Alejandra pensó que se iba a desmayar, pero hizo lo posible para mantenerse en pie.
—Ambos extiendan su mano izquierda —ordenó Siron.
Ella obedeció y extendió la suya primero. Siron la tomó con su fría mano de vampiro y, con rapidez, le realizó un profundo corte en la palma de la mano. Alejandra vio cómo su sangre comenzaba a fluir con libertad, llenando su mano abierta. Le dolía mucho, pero hizo lo que pudo para soportar el dolor. Ya pasaría.
Luego, Siron hizo lo mismo con Nikolav y dijo en tono solemne:
«Compartid vuestra sangre, sed uno en carne, en sangre, en mente y alma».
Nikolav llevó la mano de Alejandra a su boca y comenzó a beber de ella, llevando la mano de él a la boca de ella, quien se vio obligada a beber de la sangre del apuesto vampiro.
La sangre de Nikolav no fluía tanto como la de ella, era espesa, por lo cual tuvo que succionar para poder beberla. Pensó que se iba a desmayar ante semejante experiencia, pero la sangre que entraba en su boca resultaba tener un gusto agradable, un sabor un tanto dulce, casi frutal, así que siguió bebiendo hasta que Nikolav soltó su mano.
Pudo ver, ubicada delante del altar, la emoción en los ojos de algunos de los vampiros presentes, muchos de ellos con sus colmillos al descubierto, sedientos de sangre, muy posiblemente deseando probar la de ella, siendo que era mitad hada y la sangre de estas les resultaba ser muy apetitosa.
Siron limpió el cuchillo sagrado y volvió a su lugar.
—Con esto, doy por finalizada la ceremonia y los declaro marido y mujer.
La música comenzó a sonar de nuevo y Nikolav fundió sus labios con los de Alejandra en un profundo beso emotivo. Luego, tomó su mano. Ambos giraron y caminaron juntos todo el trayecto que ella había recorrido al entrar, esta vez para salir de allí.
Ya estaba hecho, ahora era su esposa. No había vuelta atrás. Pero ella aún se sentía normal, nada en ella había cambiado, por más que había bebido la sangre de su marido vampiro. «Tal vez no me transformaré en vampiro después de todo», pensó esperanzada.
No podía estar más equivocada.
***
Luego de la ceremonia, la celebración de la boda se llevó a cabo afuera, al aire libre. El jardín estaba hermosamente decorado con miles de luces; había comida para los humanos y hadas presentes, y sangre en finas copas de cristal para los vampiros. Alejandra se preguntaba cómo harían para conseguir tanta cantidad. ¿Tendrían algún banco de sangre en el plano de los humanos? Era posible... ¿quizá exprimirían a los humanos que traían a este plano? No se atrevió a considerar semejante idea.
Todos los presentes presentaron sus saludos ante los dos, al tiempo que la detallaban con curiosidad y cierta admiración. Ella se preguntaba qué era lo que los vampiros tanto estaban esperando que hiciera, porque era más que obvio, que ella cumplía un propósito específico, o no estaría allí. La cuestión era descubrir de qué se trataba.
No conocía a nadie allí, excepto por Rainz, quien siempre estaba cerca del rey de los vampiros, su media hermana bruja y algunos sirvientes con los que a duras penas se podía comunicar y a quienes ya se había acostumbrado a ver allí. No podía evitar pensar que la fiesta no era del todo para celebrar la boda, sino para otra cosa. Todos se veían ansiosos y hablaban entre sí de una manera que le causaba aprehensión. Deseaba que Miriam y Lilum estuviesen allí con ella.
«¡Lilum!», recordó de pronto. «Tengo que asegurarme de que ella esté bien». Esa misma noche, si era posible, buscaría la llave que Nikolav tan bien guardaba e intentaría liberarla. Alejandra deseaba que la pobre se encontrase bien. Si no fuera así, se sentiría terriblemente culpable. Ella era responsable por todo lo que la chica había pasado.
***
Por suerte, la celebración no fue tan larga como había imaginado. Después de brindar y danzar unos pocos bailes tradicionales que ni siquiera conocía, ni mucho menos sabía imitar, los invitados se retiraron, dejándola a solas con su esposo. Había llegado la hora de consumar el matrimonio y se sentía nerviosa. No por el hecho de tener que acostarse con él; eso ya lo había hecho y había sido una experiencia inolvidable —excepto por la primera vez, que ahora no volvería a borrar de su mente―, pero lo que la ponía nerviosa era que no sabía qué tipo de costumbres podrían tener los vampiros para consumar un matrimonio. Además, tenía una especie de mal presentimiento al respecto.
Él la cargó en sus brazos una vez que entraron al castillo, y la llevó caminando hasta una habitación en el subsuelo, confirmando lo que había pensado: sus aposentos estarían ahí.
La habitación era magnífica y estaba ricamente decorada con arte gótico. Sobre la enorme cama, desparramados sobre las sábanas negras, había pétalos de rosas de color rojo sangre. El ambiente era espectacular, pero no tenía ventanas. Esa fue una de las primeras circunstancias de las que se dio cuenta Alejandra. «Seguramente, se debe a que los vampiros son alérgicos al sol», concluyó.
***
Nikolav, sonriendo, la llevó hasta la cama y la posó sobre ella.
—Al fin ha llegado el momento de estar solos —le dijo—. Te ves increíble hoy. En serio...
—Gracias —contestó ella algo tímida—. Vos también... Estás muy apuesto
Nikolav le guiñó el ojo.
—Me alegro de que así te parezca —le dijo, sentándose a su lado—. Ahora, mi querida y hermosa esposa, tendremos un momento solo para nosotros dos... un momento que quedará grabado en tu memoria para siempre.
Alejandra sonrió con amplitud. Sabía a qué se refería Nikolav y, de a poco, el nerviosismo se iba disipando. Tenía tantas ganas de estar con él de nuevo, de ser uno los dos. Quería consumar su amor y hacerlo eterno.
***
Nikolav llevó su dedo índice a la mejilla izquierda de Alejandra, acariciándola mientras la miraba en silencio por unos instantes. De a ratos había dudado sobre sus instrucciones, pero estas habían sido muy claras, y el futuro de todos dependía de lo que debía hacer. No podía dejar que su corazón muerto y congelado se derritiese ante ella. Nunca ninguna mujer había tenido en él el efecto que ella le había causado. No recordaba haber sentido alguna vez nada similar a lo que los humanos y algunas otras razas llamaban amor, ni siquiera cuando había sido humano, quinientos años atrás.
Nikolav estaba agradecido con Siron por haberlo elegido como su futuro sucesor y mano derecha y, más que nada, por haberle brindado la inmortalidad que su alma tanto deseaba. A Alejandra no la conocía hacía tanto tiempo pero, de cierta forma, le importaba mucho y no le parecía del todo correcto tener que convertirla en vampiro sin su completo consentimiento. Él no le había explicado todo lo que significaba para un humano convertirse en esposa o esposo de un vampiro. Las reglas eran claras, pero Alejandra no estaba al tanto de estas. No era justo para ella.
No estaba seguro de qué tan poderosa sería su esposa al convertirse en un híbrido hada-vampiro. Él no existía todavía cuando el último de esa especie había sido creado, pero se imaginaba que ella poseería los poderes de ambas especies y que, como todo vampiro creado, respondería a las órdenes de su progenitor. Así debía ser, al menos según su concepción del mundo.
***
Comenzó a desvestir a su esposa con lentitud, imaginándose lo bella que ella se vería al transformarse. Nunca envejecería, y si todo salía bien, incluso podría estar a su lado por el resto de sus días. La idea parecía perfecta, porque lo que menos deseaba en el mundo era tener que dejarla ir. Luego besó su delicado cuello y sus senos, acariciando cada centímetro de su hermoso cuerpo, sabiendo lo mucho que a ella esto le gustaba, y dándose cuenta de la forma en que ambos reaccionaban ante el suave y delicioso contacto.
Se quitó su traje, lo dejó en el suelo, al lado del vestido de Alejandra, y llevó su cuerpo sobre el de ella, uniéndose pronto con su amada, mientras seguía besándola, tratando de hacer que ese momento durase mucho más tiempo, intentando prolongar los últimos momentos que ella disfrutaría de su humanidad. Pero minutos más tarde, la ocasión había llegado y Nikolav hundió finalmente sus colmillos en su cuello, bebiendo cada última gota de su delicioso líquido vital.
***
Estaba sumida en placer cuando Nikolav hundió sus colmillos en su cuello; no imaginó sus verdaderas intenciones, por eso no se resistió en lo más mínimo; le tenía confianza. Sin embargo, él seguía bebiendo de su sangre, quitándole su vida poco a poco. Ella comenzó a preocuparse a medida que se debilitaba y sentía cómo su energía se le iba de las manos, pero ya era demasiado tarde para luchar. Su última gota de humanidad estaba siendo consumida... y nunca más la recobraría.
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